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La serpiente Uroboros, por Eric Rucker Eddison (página 11)



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-Corinius, recibe el título del reino de Demonlandia que te entrega tu rey y señor, y ríndeme pleitesía por ello.

Un murmullo de admiración recorrió el salón. Corinius se arrodilló. El rey le entregó la espada que tenía en la mano, desnuda para matar, diciendo:

-Con esta espada, oh Corinius, limpiarás la mancha y la tacha que llevabas hasta ahora ante mí. Corsus ha resultado montesino[248]Lo ha hecho mal en Demonlandia. Su locura de borracho lo tiene encerrado en Owlswick y me ha hecho perder la mitad de sus fuerzas. Su envidia, que lo ha enfrentado maliciosa y sangrientamente contra mis amigos en vez de contra mis enemigos, me ha hecho perder un buen capitán. Si no resuelves el gran desorden y tribulación de su ejército, toda nuestra fortuna pasará de ser feliz a ser nefasta en un momento. Si lo haces bien, un buen golpe cambiará toda la partida. Ve, y lava tus faltas.

El señor Corinius se puso de pie, sosteniendo la espada con la punta hacia abajo. Tenía el rostro rojo como un cielo de otoño cuando un viento de poniente aparta de pronto las nubes plomizas y el sol se asoma entre ellas.

-Rey y señor mío -dijo-, dadme sitio para sentarme, y yo me ganaré sitio para tenderme. Zarparé de Tenemos antes de que vuelva a estar llena la luna. Si no os remedio en breve nuestras fortunas, que aquel necio ha procurado destruir, escupidme en la cara, oh rey; apartadme de la luz de vuestro semblante y enviadme conjuros que me destruyan y me pierdan para siempre.

El acantilado de Thremnir

Del asedio de los brujos por el señor Spitfire

en su propio castillo de Owlswick;

y de cómo combatió contra Corinius bajo el acantilado de Thremnir,

y los hombres de Brujolandia ganaron la batalla.

El señor Spitfire estaba sentado en su pabellón ante Owlswick, asaz descontento. Un brasero de carbón ardiente calentaba agradablemente el interior, y las luces llenaban de esplendor la rica tienda. Fuera se oía el ruido de la lluvia que caía regularmente en la noche oscura de otoño, salpicando en los charcos, tamborileando en el techo de seda. Zigg estaba sentado en la cama, junto a Spitfire, con el semblante de halcón oscurecido por un aire de preocupación poco común en él. Tenía la espada entre las rodillas, apoyada en el suelo por la punta. La impulsaba suavemente con una y otra mano, primero a la izquierda y luego a la derecha, contemplando con una mirada pensativa las variaciones de la cálida luz y del brillo del rubí de Balas[249]que era el pomo de la espada.

-¿Sucedió de una forma tan desdichada? -decía Spitfire-. ¿Dices que los diez, en la playa de Rammerick?

Zigg asintió con la cabeza.

-¿Dónde estaba él para no salvarlos? -dijo Spitfire-. ioh, qué mal lo hizo!

-Desembarcaron aprisa y en secreto, en la oscuridad, a una milla al este de la bahía -respondió Zigg-. No debes culparlo de que no los oyera.

-¿Qué nos queda?-dijo Spitfire-. Está bien: escucharé sus disculpas. Lo que más nos importa son los navíos que nos quedan. Tres en Northsands Eres, más abajo de Elmerstead; cinco en Throwater; dos en Lychness; dos más en Aurwath; seis en la ría de Stropardon, de los que me encargo yo; siete aquí, en la playa.

-Y otros cuatro en la cabecera de la ría en Westmark -dijo Zigg-. Y se han encargado más a las islas.

-Veintinueve -dijo Spitfire-, además de los de las islas. Y ni uno de ellos está a flote, ni puede estarlo antes de la primavera. Si Laxus los huele y los toma tan fácilmente como los que ha quemado ante las narices de Volle en la. playa de Rammerick, la labor de construirlos es como arar en el desierto.

Se puso de pie y paseó por la tienda.

-Debes reclutarme nuevas tropas para tomar Owlswick. ¡Voto al cielo! -dijo-, me mortifica y me revuelve las tripas estar sentado ante mi propia puerta dos meses enteros, como si fuera un mendigo, mientras Corsus y los dos cachorros de sus hijos se emborrachan allí dentro y se juegan mis tesoros a la taba.

-El maestro cantero puede apreciar la excelencia de su propia obra viendo el muro por fuera -dijo Zigg.

Spitfire se quedó de pie junto al brasero, extendiendo sus manos fuertes sobre el calor. Al cabo de un rato, habló más comedidamente.

-No es que los pocos barcos que han quemado al norte me deban preocupar; y en verdad que Laxus no tiene ni quinientos hombres como tripulación de toda su armada. Pero es el dueño de la mar, y, desde que se hizo a la mar con treinta velas desde Lookinghaven, espero que le lleguen refuerzos de Brujolandia. Eso es lo que

me hace tascar el freno hasta que vuelva a ganar esta plaza; pues entonces podríamos al menos hacer frente a su desembarco con mayor libertad. Pero en esta época del año sería muy poco conveniente llevar a cabo un asedio sobre terreno bajo y húmedo, mientras el ejército enemigo está en una altura y a sus anchas. Por lo tanto, amigo mío, mi acuerdo es que cruces el Stile a toda prisa y me traigas hombres de refuerzo. Deja fuerzas para que custodien nuestros navíos en construcción, doquiera que estén, y una buena fuerza en Krothering y en sus alrededores; pues nadie dirá de mí que guardé mal a su señora hermana. Y asegura también tu propia casa. Pero, cuando hayas acudido a estas cosas, haz correr la flecha de la guerra[250]y tráeme del oeste a mil quinientos o mil ochocientos hombres de armas. Pues creo que entre tú y yo, mandando tal fuerza de hombres de Demonlandia, podremos quebrar las puertas de Owlswick y sacar a Corsus de allí como se saca a un caracol de su concha.

-Me iré al abrir el día-le respondió Zigg.

Se levantó; tomaron sus armas y se embozaron en sus grandes mantos de campaña y salieron con portadores de antorchas para recorrer las líneas, según era costumbre de Spitfire todas las noches antes de retirarse a descansar, visitando a sus capitanes y estableciendo las guardias. No brillaba una sola estrella aquella noche. Las arenas húmedas reflejaban las luces del castillo de Owlswick, y llegaba del castillo el ruido de un banquete, que se oía por encima del rumor y del lamento del mar hosco e insomne.

Cuando hubieron atendido a todo y habían llegado casi hasta la tienda de Spitfire, y Zigg iba a darle las buenas noches, surgió de la sombra de la tienda un anciano que se acercó a ellos bajo el brillo de las antorchas. Parecía arrugado, encogido y encorvado, como si fuera extremadamente viejo. El cabello y la barba le colgaban en remolinos que goteaban agua de lluvia. No tenía dientes, y sus ojos eran como los de un pescado muerto. Asió el manto de Spitfire con la mano huesuda, y dijo con una voz como la del cuervo nocturno:

-Spitfire, guárdate del acantilado de Thremnir[251]

-¿Qué es esto? -dijo Spitfire-. Y ¿cómo diablos ha entrado en mis reales?

Pero el viejo seguía sujetándolo del manto, y dijo:

-Spitfire, ¿no es ésta su casa de Owlswick? ¿Y no es la plaza más fuerte y más hermosa que vio hombre alguno en todo este país?

-Suéltame, basura -dijo Spitfire-, o te atravieso con mi espada y te envío al Tártaro infernal, donde no dudo que los diablos te esperan desde hace demasiado tiempo.

Pero el viejo volvió a decir:

-Las cabezas ardientes e inquietas caen pronto en la trampa. Spitfire, no sueltes lo que es tuyo y guárdate del acantilado de Thremnir.

Pero el señor Spitfire se disgustó mucho, y, como el viejo carcamal seguía sujetándolo del manto y no quería soltarlo, sacó la espada, con propósito de darle un golpe de plano en la cabeza. Pero, al dar el golpe, se levantó a su alrededor una ráfaga de viento, de tal modo que se apagaron las llamas de las antorchas. Y fue una cosa extraña, pues la noche estaba en calma y sin viento. Y, en la ráfaga, el viejo desapareció como una nube que pasa por la noche.

-La fuerza de las armas nada puede contra las tenues presencias de los espíritus -dijo Zigg.

-¡Bah! -dijo Spitfire-. ¿Era esto un espíritu? Más bien creo que sería una ilusión o un ensueño que nos han enviado los de Brujolandia con su astucia, para nublar nuestro buen juicio y hacernos vacilar.

A1 amanecer, mientras el cielo todavía estaba rojo del sol naciente, el señor Zigg bajó a la orilla del mar para bañarse en las grandes piscinas naturales de las rocas que dan al sur al otro lado de la pequeña bahía de Owlswick. El aire salado estaba fresco tras la lluvia. El viento, que había rolado al oeste, soplaba a rachas frías e incisivas. El sol bajo ardía, de color rojo de sangre, en un claro entre las nubes de color azul pizarroso. A lo lejos, al sureste, donde las aguas de la ría de Micklefirth se abren a la mar, los acantilados bajos de Lookinghaven se cernían sombríos como un banco de nubes.

Zigg dejó en el suelo su espada y su lanza, y miró al sureste, hacia el otro lado de la ría; y he aquí que había un barco a toda vela, que rodeaba el promontorio navegando con rumbo norte, tomando el viento por babor. Y, cuando se hubo quitado la loriga, volvió a mirar; y he aquí que se veían dos barcos más que doblaban el promontorio y navegaban a todo trapo siguiendo la estela del primero. De modo que se volvió a poner la loriga y tomó sus armas, y para entonces ya se veían quince velas de dragones de guerra que navegaban en línea por la ría.

Se dirigió a toda prisa a la tienda de Spitfire, y lo encontró todavía en el lecho, pues el impetuoso Spitfire seguía arrullado en el dulce seno del sueño; tenía la cabeza echada hacia atrás sobre la almohada bordada, mostrando su fuerte garganta y su barbilla afeitada; su boca feroz, bajo sus bigotes rubios, estaba distendida por el sueño, y sus ojos feroces, cerrados por el sopor bajo sus cejas amarillas e hirsutas.

Zigg lo asió del pie y lo despertó, y le dijo todo lo que había:

-Quince navíos, y cada navío (como bien pude ver cuando se acercaron) abarrotado de hombres, como huevas de arenque. Así llega a nacer lo que esperábamos.

-Y así -dijo Spitfire, saltando del lecho- vuelve de nuevo Laxus a Demonlandia, con carne fresca para que se harten nuestras espadas.

Tomó sus armas y corrió hasta una pequeña loma que dominaba la playa ante el castillo de Owlswick. Y toda la hueste corría a contemplar los dragones de guerra que subían por la ría, al abrir el día.

-Arrían las velas -dijo Spitfire-, y se dirigen a Scaramsey. No en balde, di una lección a esos de Brujolandia en Rapes Brima. Desde que Laxus vio aquella derrota de su ejército, considera que las islas son mejores que la tierra firme para su salud, pues sabe bien que no tenemos ni velas ni alas para cruzar la ría y llegar hasta él. Pero mal podrá levantar el cerco de Owlswick refugiándose en las islas.

-No sé dónde están sus otros quince navíos -dijo Zigg.

-En quince navíos -dijo Spitfire-, no es posible que lleve más de mil seiscientos o mil setecientos hombres de guerra. Ahora tengo fuerza suficiente para arrojarlos al mar, si es que intentan desembarcar, y para contener a Corsus al mismo tiempo si intenta una salida. Si llegan más, no estaré tan seguro. Por lo tanto, la situación exige con más insistencia tu viaje al oeste que propusimos.

De modo que el señor Zigg reunió a una docena de hombres de armas y se marchó a caballo. Para entonces, todos los barcos habían sido llevados a remo hasta la orilla, junto a la punta sur de Scaramsey, donde hay buen fondeadero para barcos. Estaban ocultos a la vista, salvo sus mástiles, que se veían sobre la punta, de modo que los demonios no pudieron contemplar el desembarco.

Spitfire cabalgó tres o cuatro millas con Zigg, hasta el comienzo de la bajada hacia los vados de Ethreywater, y allí se despidió de él.

-El rayo será tardo a mi lado -dijo Zigg-, hasta que vuelva. Mientras tanto, quisiera que tu desprecio no te haga olvidar a aquel viejo.

-¡Gorjeos de golondrinas! -dijo Spitfire-. Se me han olvidado sus disparates.

Pero volvió la mirada hacia el sur, mas allá de Owlswick, hacia el gran acantilado rematado por árboles que se alza como un centinela sobre los prados de Tivarandardale inferior, dejando sólo un camino estrecho entre sus peñascos inferiores y el mar.

-Oh amigo mío -dijo riendo-, a tus ojos no soy más que un muchacho, aunque ya casi he cumplido los veintinueve años.

-Ríete de mí si quieres -dijo Zigg-. No podía dejarte sin decir lo que he dicho.

-Bueno -dijo Spitfire-, para tranquilizar tus temores, no iré a buscar nidos al acantilado de Thremnir hasta que hayas regresado.

Durante una semana o más, no sucedió nada digno de referirse, salvo que el ejército de Spitfire siguió acampado ante Owlswick, y los de la isla enviaban a tres o cuatro barcos que desembarcaban de pronto cerca de Lookinghaven, o en la entrada de la ría, o al sur, más allá de Drepaby, hasta la costa a la altura de Rimon Armon, para quemar y saquear. Y, cuando se juntaban fuerzas contra ellos, volvían a embarcarse y navegaban de nuevo hasta Scaramsey. En aquellos días llegó Volle del oeste con cien hombres, que se sumaron a los de Spitfire.

El octavo día de noviembre empeoró el tiempo, y se juntaron nubes que procedían del oeste y del sur, hasta que todo el cielo era un amasijo de nubes enormes, plomizas y cargadas de agua, separadas entre sí por líneas blancas de aspecto aceitoso. Al ir entrando el día, el viento se hizo racheado. El mar estaba oscuro, como hierro mate. Empezó a caer la lluvia a grandes gotas. Las montañas aparecían monstruosas y sombrías: algunas, de color azul oscuro, de tinta; otras, al oeste, como murallas y baluartes de bruma coagulada sobre la bruma incolora del cielo que estaba tras ellas. Cayó la tarde con truenos y lluvia, y bancos de vapor rasgados por el rayo. El trueno retumbó toda la noche, con intervalos hoscos, y, durante toda la noche, nuevos bancos de nubes tormentosas se unían y se separaban, para volver a unirse de nuevo. Y se oscureció la luz de la luna, y no se veía más luz que la de las teas y los fuegos de campamento ante Owlswick, y la luz de los festines dentro del castillo. Así, los demonios que estaban acampados ante el castillo no advirtieron que zarpaban quince barcos de Scaramsey por aquella mar agitada y fondeaban a dos o tres millas al sur junto al gran acantilado de Thremnir. Tampoco advirtieron a los que desembarcaban de los barcos: mil quinientos o mil seiscientos hombres de armas, mandados por Heming de Brujolandia y por su hermano menor Cargo. Y los barcos volvieron a Scaramsey a fuerza de remo, a través del fragor de la tormenta y de la furia del tiempo, todos salvo uno que fondeó en la ensenada de Bothrey.

Pero por la mañana, cuando amainó el temporal, todos pudieron ver cómo salían de Scaramsey catorce barcos de guerra, cada uno de ellos cargado de hombres de armas. Cruzaron rápidamente la ría y fondearon dos millas al sur de Owlswick. Y los barcos volvieron a hacerse a la mar, pero el ejército se puso en orden de batalla en las praderas sobre Mingam Hope.

El señor Spitfire hizo levantar el campo a sus hombres y se dirigió hacia el sur desde sus posiciones ante Owlswick. Cuando hubieron llegado a una media milla de distancia del ejército de Brujolandia, de modo que podían ver claramente sus lorigas pardas y sus escudos y armaduras de bronce, y el brillo apagado de las hojas de sus espadas y de los hierros de sus lanzas, Volle, que cabalgaba junto a Spitfire, habló y dijo:

-Oh Spitfire, ¿adviertes a aquel que cabalga de un lado a otro ante sus líneas, dándoles órdenes? Así cabalgaba Corinius; y bien se le conoce, aun desde esta distancia, por su porte gallardo y vistoso. Pero advierte una gran maravilla, pues ¿quién ha oído decir jamás que este mozo impetuoso se retirase de una batalla? Pero ahora, que casi hemos llegado a tiro de lanza…

-¡Por el ojo brillante del día! -exclamó Spitfire-. ¡Así es! ¿Es que va a esquivar la batalla? Voy a echarle encima un puñado de jinetes para que no corran tanto, antes de que los perdamos de vista y desaparezcan.

Y mandó a sus jinetes que cayesen sobre el enemigo. Y éstos cabalgaron con Astar de Rettray, que era cuñado del señor Zigg, como jefe. Pero los jinetes de Brujolandia se encontraron con ellos en los vados del Aron Pow, y los contuvieron allí mientras Corinius cruzaba el río con el grueso de su ejército. Y, cuando llegó el grueso de los demonios y se abrió paso, los de Brujolandia ya habían atravesado los prados junto al río para llegar al paso entre el mar y el precipicio de Thremnir.

-Ni siquiera se detienen para formar en el camino estrecho que hay entre el mar y el precipicio -dijo entonces Spitfire-. Y ésa sería su salvación, con tal de que tuvieran ánimo para volverse y hacernos frente.

Y gritó a grandes voces a su gente que cayesen sobre el enemigo y que no consintiesen que saliera vivo un brujo de la matanza. Y los peones se agarraron a las correas de los estribos de los jinetes, y así, corriendo y galopando, entraron en tropel en el paso estrecho; y Spitfire siempre fue en cabeza de sus hombres, dando tajos a diestra y siniestra, empujado por aquella oleada guerrera que parecía llevarlo en triunfo.

Pero él, que había seguido tan ardientemente a mil quinientos hombres por el paso estrecho del acantilado de Thremnir con sólo mil doscientos, advirtió, de pronto y demasiado tarde, que debía habérselas con tres mil: Corinius reunía a su gente y se volvía en el paso como un lobo, mientras los hijos de Córund, que habían desembarcado en la oscuridad de la noche entre la tormenta, como queda dicho, caían con sus batallones por las laderas boscosas tras el acantilado. De tal modo, que Spitfire no fue consciente de ninguna señal de la adversidad hasta que se encontró con la adversidad misma: el ruido del golpe por el flanco, al frente y por la retaguardia.

Entonces acaeció una gran matanza entre los acantilados y el mar. Los demonios, tomados en tal desventaja, eran como un hombre que tropieza en una cuerda tensada sobre el camino. La fuerza misma del empuje de los brujos los hizo retroceder hacia las aguas poco profundas, y la espuma del mar estaba roja de sangre. Y el señor Corinius, cansado ya de fingir una retirada, recorría el combate como un río de fuego inextinguible, y nadie era capaz de resistir sus golpes.

A Spitfire le mataron el caballo de una lanzada, cuando cabalgaba, hundido en la blanda arena hasta los corvejones, reuniendo a sus hombres para que rechazasen a Heming. Pero Bremery de Shaws le trajo otro caballo, y atacó a los brujos con tal poderío que los hijos de Córund estuvieron a punto de retirarse ante su arremetida, y aquella ala del ejército de Brujolandia fue rechazada hasta quedar bloqueada por el terreno accidentado más abajo del acantilado. Pero de poco sirvió, pues Corinius se abrió camino desde el norte, empujando a los demonios desde el mar con gran mortandad, de modo que quedaron encerrados entre Heming y él. Entonces, Spitfire cayó sobre Corinius con algunas compañías de hombres escogidos; y, durante cierto tiempo, pareció que una gran parte de los brujos debían ser derrotados o ahogarse en las olas saladas. Y el propio Corinius corrió gran peligro de muerte, pues su caballo quedó atorado en las blandas arenas y no podía liberarse por mucho que se revolvía.

En aquel instante decisivo llegó Spitfire a través del arenal, rodeado de una banda de demonios, matando a cuantos encontraba. Gritó con voz terrible:

-Oh Corinius, tan odioso para mí y para los míos como las puertas del infierno, ahora te mataré, y tu cadáver servirá de abono a las dulces praderas de Owlswick.

-Spitfire sanguinario -le respondió Corinius-, último de tres camadas (pues tus hermanos ya están muertos y podridos), te daré una pera aceda[252]

Entonces, Spitfire le arrojó una jabalina. No dio al jinete, pero acertó al gran caballo en la cruz, y éste cayó pesadamente, herido de muerte. Pero el señor Corinius cayó de pie con agilidad, asió de la brida el caballo de Spitfire y lo golpeó en el morro cuando éste caía sobre él, de modo que el caballo se alzó de manos y se desvió. Spitfire le lanzó un gran golpe con un hacha, pero le dio de refilón en el borde del yelmo, y el hacha rebotó en el aire. Entonces, Corinius hirió hacia arriba con la espada bajo el escudo de Spitfire, y le metió la punta por el gran músculo del brazo, cerca de la axila, y, rozando el hueso, le destrozó los músculos del hombro. Y le hizo una gran herida.

Pero Spitfire no flaqueó en el combate, sino que le volvió a lanzar un golpe, con intención de cortarle el brazo con cuya mano seguía asido de la brida. Corinius recibió el hacha con el escudo, pero perdió la brida de entre los dedos y casi cayó a tierra bajo aquel gran golpe, y el buen escudo de bronce quedó hundido y abollado.

Al quedar suelto de la brida, el caballo de Spitfire se lanzó hacia delante, llevándolo hacia el mar más allá de Corinius. Pero se volvió y le hizo señas, gritándole:

-Toma un caballo. Pues me parece indigno luchar contigo con esta ventaja, yo a caballo y tú a pie.

Corinius gritó a su vez y respondió:

-Bájate tú de tu caballo, entonces, y mídete conmigo a pie. Y sabe, mi hermoso pollo de zorzal, que yo soy el rey de Demonlandia, título que me ha otorgado el rey de reyes, Gorice de Brujolandia, mi único señor. Es justo que te muestre en combate singular, a ti que te jactas de ser el más poderoso de los rebeldes que quedáis vivos en este mi reino, cuánto mayor es mi poder que el tuyo.

-¡Palabras grandes y resonantes! -dijo Spitfire-; te las volveré a meter por el gaznate.

Entonces hizo ademán de desmontar del caballo; pero, cuando intentaba hacerlo, se le nubló la vista y vaciló en la silla. Sus hombres se apresuraron a interponerse entre Corinius y él, y el capitán de su guardia de corps lo sostuvo, diciendo:

-Estáis herido, señor. No debéis luchar más con Corinius, pues vuestra señoría no está en condiciones de luchar, ni puede tenerse en pie.

De modo que los que rodeaban a Spitfire se lo llevaron. Y la lucha, que se había detenido en aquel lugar mientras los dos señores se medían en combate singular, volvió a reanudarse. Pero no se había detenido la lucha furiosa bajo el acantilado de Thremnir, y los demonios hacían maravillas de valor; pues muchos centenares habían caído muertos o heridos de muerte, y sólo quedaba una pequeña fuerza para presentar batalla contra los brujos.

Los que estaban con Spitfire dejaron el combate llevándoselo con la mayor reserva que pudieron, envuelto en un manto de color garzo[253]para ocultar su armadura reluciente. Restañaron la sangre que manaba de la gran herida de su hombro y la vendaron con cuidado, y lo llevaron a caballo por orden de Volle hasta el valle de Tremmerdale, por senderos ocultos de montaña, hasta llegar a una hoya al este de Sterry Gap, bajo los grandes peñascales que bordean los precipicios de la cumbre sur del Dina. Largo rato yació allí sin sentido, como muerto. Pues se había llevado muchas heridas en el combate desigual, y estaba muy golpeado y maltratado; pero la peor herida erala que le había hecho Corinius antes de separarse de él en la fróntera entre el mar y la tierra.

Y cuando cayó la noche y todos los caminos quedaron a oscuras, llegaron a aquella hoya solitaria el señor Volle y algunos compañeros suyos, completamente agotados. La noche estaba tranquila y sin nubes, y la luna doncella se paseaba por lo alto del cielo, oscureciendo las sombras de los altos picos, que eran como dientes de tiburón entre la noche. Spitfire yacía en un lecho de brezo y de mantos, cobijado junto a una gran peña. Su rostro tenía una palidez espectral a la luz plateada de la luna.

Volle lo contempló vivamente, apoyado en su lanza. Le pidieron noticias. Y Volle respondió:

-Todo está perdido -y siguió contemplando a Spitfire.

-Mi señor -dijeron ellos-, hemos restañado la sangre y hemos vendado la herida, pero su señoría sigue sin sentido. Y mucho tememos por su vida, y que esta herida lo lleve a la muerte.

Volle se arrodilló a su lado sobre las piedras frías y cortantes, y lo cuidó como pudiera cuidar una madre a su hijo enfermo, aplicando a la herida hojas de marrubio negro y de milenrama[254]y otros simples con virtudes curativas, y dándole a beber de un frasco de vino precioso de Arshamalar, que había madurado durante un siglo en las bodegas oscuras bajo Krothering. De modo que, al cabo de un rato, Spitfire abrió los ojos y dijo:

-Corred las cortinas de la cama, pues hacía muchos días que no me despertaba en Owlswick. ¿O es de noche? ¿Cómo fue el combate, entonces?

Sus ojos miraron fijamente las rocas desnudas y el cielo desnudo que estaba más allá de ellas. Luego, con un gran suspiro, se levantó sobre su codo derecho. Volle le rodeó con un fuerte brazo, diciéndole:

-Bebe este buen vino y ten paciencia. Nos esperan grandes hechos.

Spitfire miró a su alrededor durante un rato, y después dijo violentamente:

-¿Hemos de ser como zorros y como hombres fugitivos, y vivir en hoyos de las laderas de las montañas? ¿Conque ya acabó el luminoso día, eh? Pues fuera con estas cinchas.

Y se puso a arrancarse las vendas de sus heridas.

Pero Volle lo contuvo con sus fuertes manos diciendo:

-Piensa, oh Spitfire glorioso, que sólo en ti y en tu corazón sabio y en tu alma valerosa están puestas nuestras esperanzas de liberar a nuestras señoras esposas, y a nuestros hijos queridos, y a toda nuestra buena tierra y señoríos de la furia de los hombres de Brujolandia, y de dejar en buen lugar el gran nombre de Demonlandia. Que el desaliento no quepa en tu corazón orgulloso.

Pero Spitfire suspiró y dijo:

-No hay duda de que Demonlandia debe sufrir daños y males hasta que mis deudos vuelvan a casa. Y creo que ese día nunca amanecerá. -Y exclamó-: ¿No se jactó de que es rey de Demonlandia? Y yo no le metí la espada por los ijares[255]¿Y crees que viviré con deshonra?

Dicho esto, volvió a intentar arrancarse las vendas, pero Volle se lo impidió. Y dijo, delirante:

-¿Quién me sacó del combate? ¡Ay de él, por haberme tratado así! Mejor muerto que huido de Corinius como un perrillo apaleado. ¡Soltadme, falsos traidores! Yo lo arreglaré. Moriré peleando. Dejadme volver.

-Levanta los ojos, gran Spitfire -dijo Volle-, y contempla la luna, señora virginal que se pasea libremente por los anchos campos del cielo, y la gloria de las estrellas del cielo que la van sirviendo en multitud. Y las brumas y las tempestades terrenales no la empañan; pueden ocultarla un rato, pero, cuando amaina la tempestad y el cielo se limpia de nubes, vuelve a brillar siguiendo su curso fijo, señora de las mareas y de las estaciones y regidora de los destinos de los mortales. Pues así es la gloria de Demonlandia, ceñida por el mar, y la gloria de tu casa, oh Spitfire. Y, así como las agitaciones celestiales poco pueden hacer para quitar de su sitio estas montañas eternas, poco pueden los desastres de la guerra, aunque sea una gran derrota como la de hoy, para hacer tambalearse nuestra grandeza; a nosotros, que somos los más poderosos con la lanza en la mano desde tiempos remotos, y capaces de hacer inclinarse a toda la tierra ante nuestra gloria.

Eso dijo Volle. Y el señor Spitfire miró hacia el otro lado del valle dormido y lleno de bruma, hacia las grandes rocas escarpadas, pálidas bajo la luz de la luna, y hacia los picos estrechos, grandiosos y silenciosos bajo la luna. No habló, ya fuera por falta de fuerzas o por haber quedado reducido al silencio bajo el encanto de la influencia poderosa de la noche y de la soledad de la montaña, y por la voz de Volle que le hablaba al oído en voz baja y profunda, como la voz de la misma noche que calmase tumultos y desesperaciones terrenales.

Al cabo de un tiempo, Volle volvió a hablar.

-Tus hermanos volverán a casa; no lo dudes. Pero, hasta entonces, tú eres nuestra fuerza. Por lo tanto, ten paciencia, cura tus heridas y vuelve a reunir tropas. Pero si, por una locura fruto de la desesperación, te quitas la vida, entonces sí que estamos perdidos.

El Rey Corinius

De la entrada del señor Corinius en Owlswick,

y de cómo fue coronado en el sitial de zafiro de Spitfire

como virrey del rey Gorice y rey deDemonlandia;

y de cómo lo recibieron y reconocieron por tal

todos los que estaban en Owlswick.

Después de rematar esta gran victoria, Corinius volvió a dirigirse al norte con su ejército, hacia Owlswick, cuando empezaba a faltar la luz del día. Le bajaron el puente levadizo y le abrieron los grandes portalones, que estaban tachonados de plata y tenían refuerzos de adamante[256]y entró en el castillo de Owlswick cabalgando con los suyos con gran pompa, sobre la calzada construida de roca viva y de grandes bloques tallados de granito de Tremerdale. La mayor parte de su ejército estaba en los reales de Spitfire, ante el castillo, pero lo acompañaron mil en su entrada en Owlswick, con los hijos de Córund y los señores Gro y Laxus a su

lado, pues la armada había cruzado la ría para fondear allí cuando advirtieron que habían vencido.

Corsus les saludó amablemente, y hubiera querido llevarlos a sus aposentos cerca del suyo propio, para que pudieran quitarse los arreos y ponerse ropa limpia y de fiesta antes de la cena. Pero Corinius se excusó, diciendo que no había comido nada desde el desayuno.

-Por lo tanto, dejémonos de ceremonias; llevadnos directamente a la sala de banquetes, os lo ruego.

Corinius entró el primero junto a Corsus, rodeándole afectuosamente los hombros con el brazo, todo lleno de polvo y de sangre coagulada. Pues no había esperado siquiera a lavarse las manos. Y esto no hacía ningún bien a la capa bordada de tafetán[257]púrpura que llevaba en los hombros el duque Corsus. Pero Corsus hizo como que no lo advertía.

Cuando hubieron entrado en el salón, Corsus miró a su alrededor y dijo:

-Encuentro, mi señor Corinius, que este salón es algo pequeño para la gran multitud que ha llegado aquí. Muchos de los míos que son gente de cuenta deben sentarse con nosotros, según vieja costumbre. Y no les quedan asientos. Te ruego que mandes a algunos de los más plebeyos que han venido contigo que hagan lugar, para que todo pueda hacerse con orden. Mis oficiales no deben agolparse en el tinelo.

-Lo siento, mi señor -respondió Corinius-, pero es preciso que no olvidemos a mis muchachos, que han llevado el mayor peso de la batalla, y me parece justo no negarles el honor de sentarse a la mesa con nosotros: sobre todo a ellos debes agradecerles haber abierto las puertas de Owlswick y haber levantado el cerco que te habían puesto nuestros enemigos durante tanto tiempo.

Se sentaron y les sirvieron la cena: cabritos rellenos de nueces, almendras y pistachos; garzas en salsa de camelina[258]lomos de buey, gansos y avutardas, y grandes cuencos y jarras de vino de color de rubí. Bien necesitados estaban Corinius y su gente del banquete, y durante un rato no se oyó nada en el salón, salvo el ruido de los platos y el mascar de las bocas de los comensales.

Al cabo, Corinius, después de trasegar de un trago un gran vaso de vino, habló y dijo:

-Hoy hubo una batalla en los prados junto al acantilado de Thremnir, mi señor duque. ¿Estuviste en ella?

Las mejillas pesadas de Corsus enrojecieron un poco.

-Bien sabes que no estuve -respondió-. Y consideraría una precipitación culpable haber salido cuando parecía que Spitfire se alzaba con la victoria.

-Oh señor mío -dijo Corinius-, no creas que lo dije por culparte. Antes bien, déjame mostrarte cuánto te honro.

Dicho esto, dio una orden al muchacho que estaba de pie detrás de su silla, y éste regresó al instante con una diadema de oro pulido, engastada de topacios que habían pasado por el fuego. Y al frente de la diadema había una pequeña figura de cangrejo en hierro pavonado, y sus dos ojos eran dos berilos verdes sobre vástagos de plata. El muchacho la puso sobre la mesa ante el señor Corinius, como si le sirviera un plato de carne. Corinius extrajo de su faltriquera un documento, y lo puso en la mesa para que lo pudiera ver Corsus. Y llevaba el sello de la serpiente Uróboros, sobre lacre escarlata, y la rúbrica del rey Gorice.

-Mi señor Corsus -dijo-, y vosotros, hijos de Corsus, y vosotros; los demás brujos, os hago saber que el rey nuestro señor me ha nombrado, por medio de estos signos visibles, virrey suyo en esta su provincia de Demonlandia, y ha querido que lleve nombre de rey en esta tierra y que todos sus súbditos de la misma me presten obediencia.

Corsus, contemplando la corona y el decreto del rey, adquirió al instante una palidez mortal, para ponerse rojo como la sangre inmediatamente después.

-A ti, oh Corsus -dijo Corinius-, de entre todos estos grandes que están aquí reunidos en Owlswick, te concedo el honor de que me corones con esta corona como rey de Demonlandia para que así veas y sepas cuánto te honro.

Todos quedaron en silencio, esperando que Corsus hablara. Pero no dijo palabra. Dekalajus le dijo en secreto al oído:

-Oh padre mío, si la mona reina, bailad ante ella. El tiempo nos dará ocasión de hacerss justicia.

Corsus no despreció este sano consejo y, aunque no era capaz de dominarse completamente el semblante, consiguió tragarse las injurias que había estado a punto de pronunciar. Y cumplió con cierta dignidad su misión de poner en la cabeza de Corinius la nueva corona de Demonlandia.

Corinius se sentó en el sitio de Spitfire, del que se había retirado Corsus para hacerle lugar; en el sitial de honor de Spitfire, de jade de color de humo, tallado delicadamente y engastado de zafiros con lustre de terciopelo; y a su izquierda y a su derecha estaban dos altos candelabros de oro fino. Sus anchos hombros llenaban

todo el espacio entre las columnas del amplio sitial. Parecía hombre temible como enemigo, revestido de juventud y de fuerza, armado de pies a cabeza y todavía humeante tras la batalla[259]

Corsus, sentado entre sus hijos, dijo a media voz:

-¡Ruibarbo! ¡Traedme ruibarbo para purgarme de esta cólera[260]

Pero Dekalajus le susurró:

-Silencio; pisad con cuidado. Que nuestros planes no sean patentes mientras creemos que están ocultos. Haced que se sienta seguro; ésa será nuestra seguridad y el medio para borrar esta infamia. ¿No era Gallandus un hombre tan grande como éste?

A Corsus le brillaron los ojos. Alzó una copa rebosante de vino para brindar a la salud de Corinius. Y Corinius le devolvió el brindis y dijo:

-Mi señor duque, te ruego que llames a tus oficiales y me proclames como rey ante ellos, para que ellos a su vez me proclamen como rey ante todo el ejército que está en Owlswick.

Y Corsus lo hizo así, aunque mal de su grado, pues no supo encontrar razón alguna para no hacerlo.

Cuando se oyeron las aclamaciones en los patios exteriores, proclamándolo rey, Corinius volvió a hablar y dijo:

-Mi gente y yo estamos cansados, mi señor, y quisiéramos ir a reposar. Te ruego que des orden de que preparen mis aposentos. Y que sean los mismos aposentos que tuvo Gallandus cuando estaba en Owlswick.

Corsus apenas pudo evitar dar un respingo al oír esto. Pero Corinius tenía los ojos clavados en él, y dio la orden.

Mientras esperaba a que estuvieran dispuestos los aposentos, el señor Corinius estuvo muy alegre, pidiendo que se sirviera más vino y nuevos manjares a los señores de Brujolandia: aceitunas, botargas e hígado de ganso preparado con muchas especias, tomado todo de las alacenas bien surtidas de Spitfire.

Mientras tanto, Corsus hablaba en voz baja con sus hijos.

-No me gusta que haya nombrado a Gallandus. Pero parece descuidado, como si no temiera traiciones.

-Por ventura, los dioses mandan su destrucción, cuando le hacen que elija aquel aposento -le respondió Dekalajus al oído.

Y rieron. Y el banquete concluyó con gran placer y alegría. Entraron sirvientes con antorchas para acompañarlos a sus aposentos. Y, cuando se levantaron para darse las buenas noches, Corinius dijo:

-Mi señor, sentiré hacer algo que no te parezca conveniente y que se oponga a tus buenas costumbres. Pero no dudo de que tú y tus hijos, que habéis pasado tanto tiempo encerrados en el castillo de Owlswick, ya debéis de encontraros a disgusto en él. Y tampoco dudo que estaréis cansados de este asedio y de una guerra tan larga. Por lo tanto, es mi voluntad que partáis de inmediato para vuestra casa en Brujolandia. Laxus tiene un barco tripulado y dispuesto para llevaros allí. Os acompañaremos al barco para terminar la fiesta en paz y amistad.

Corsus se quedó boquiabierto. Pero consiguió mover la lengua lo bastante para decir:

-Señor mío, sea como gustéis. Pero hacedme saber vuestros motivos. Sin duda, mi espada y las de mis hijos no son de tan poco valor para Brujolandia en este país de nuestros enemigos como para que las envainemos y volvamos a nuestra casa. Pero es cuestión que no se debe decidir a la ligera. Tomaremos consejo sobre ello por la

mañana.

Pero Corinius le respondió:

-Mucho os ruego que me perdonéis: es preciso que subáis a bordo esta misma noche.

Y le dirigió una mirada torva, y añadió:

-Dado que esta noche dormiré en los aposentos de Gallandus, creo que es conveniente que mi guardia de corps ocupe tu alcoba, mi señor duque, que es contigua, según me han dicho.

Corsus no dijo palabra. Pero Gorius, su hijo menor, que estaba lleno de vino y borracho, saltó y dijo:

-Corinius, en mala hora has llegado a esta tierra para pedirnos pleitesía. Y muy mal te han informado de mi padre si nos tienes miedo por lo de Gallandus. Es esa víbora que se sienta junto a ti, el embustero del goblin, el que te ha ido con cuentos falsos sobre nosotros. Y es una lástima que haya vuelto a tu lado, pues sigue maquinando males contra Brujolandia.

Dekalajus lo arrojó a un lado, y dijo a Corinius:

-No hagas caso a mi hermano; sus palabras son precipitadas y rudas, pues habla cargado de vino, y el vino lo convierte en otro hombre. Pero es muy cierto, oh Corinius, y te lo jurará mi padre el duque y te lo juraremos y confirmaremos todos nosotros con los juramentos poderosos que desees, que Gallandus quiso usurpar la

autoridad sólo para esto: para entregar todo nuestro ejército al enemigo. Y sólo por eso lo mató Corsus.

-Mientes desvergonzadamente -dijo Laxus.

Gro rió suavemente.

Pero Corinius sacó media espada de la vaina y avanzó un paso hacia Corsus y sus hijos.

-¡Llamadme «rey» cuando me habléis! -dijo, torciendo el gesto-. Vosotros, hijos de Corsus, no sois hombres para hacerme caer en una trampa como un pajarillo, ni para saliros con la vuestra. Y a ti -dijo, mirando ferozmente a Corsus-, te vale ir mansamente y no alzarme la voz. ¡Necio! ¿Crees que soy otro Gallandus? Tú que lo mataste no me matarás a mí. ¿O crees que te he liberado de los trabajos en que caíste por tu propia locura y arterías[261]para que vuelvas a mandar aquí y vuelvas a perderlo todo con tu malicia inquieta? Aquí está la guardia que te acompañará al navío. Y da gracias de que no te corte la cabeza.

Corsus y sus hijos dudaron en su corazón durante un rato si sería mejor caer con sus armas sobre Corinius, jugándose su fortuna al azar del combate en el salón de Owlswick, o hacer de la necesidad virtud y bajar hasta el barco. Y les pareció que el mejor acuerdo era subir a bordo en calma; pues allí estaban Corinius y Laxus con sus hombres, y de la gente de Corsus había pocos para hacerles frente que fueran a ponerse de su lado con seguridad en caso de pelea; y tampoco estarían dispuestos a enfrentarse a Corinius aunque se encontraran con más igualdad numérica. De modo que, al fin, con ira y con amargura en los corazones, se redujeron a obedecer su voluntad; y, aquella misma hora, Laxus los llevó al barco y los pasó a Scaramsey, cruzando la ría.

Allí estaban tan seguros como un ratón en un molino. Pues el patrón del barco era Cadarus, vasallo de confianza del señor Laxus, y su tripulación era fiel y leal a Corinius y a Laxus. Pasaron la noche fondeados a sotavento de la isla, y con las primeras luces del alba navegaron por la ría llevando a Corsus y a sus hijos de Demonlandia a su casa.

La entrevista ante Krothering

Donde se muestra cómo los preceptos militares y

un retrato pintado condujeron la guerra hacia el oeste;

y cómo el señor Gro acudió con una embajada ante las puertas de Krothering,

y de la respuesta que recibió allí.

Digamos de Zigg que no dejó de cumplir el encargo de Spitfire, pues reunió rápidamente un ejército de más de mil quinientos de a pie y a caballo entre los valles del norte y los asentamientos próximos al bosque de Shalgreth y por los pastos de Kelialand y el camino de Switchwater y por la región de Rammerick, yvolvió a toda prisa cruzando el Stile. Pero, cuando Corinius supo de este movimiento por el oeste, marchó con tres mil para recibirlos junto a la cabecera del lago de la Luna, para cerrarles el paso hacia Galing. Zigg, todavía en los desfiladeros superiores de Breakingdale, tuvo las primeras noticias de la gran matanza del acantilado de Thremnir,y de cómo las fuerzas de Spitfire y de Volle habían quedado deshechas y dispersas, y ellos dos habían huido a las montañas. Como le pareció que no era conveniente presentar batalla a Corinius con un ejército tan reducido, volvió atrás sin más y retrocedió aprisa cruzando el Stile, por donde había venido. Corinius envió fuerzas ligeras para hostigarlo mientras se retiraba, pero, como no tenía intención de seguirlos por entonces hacia la región occidental, mandó construir una fortaleza que dominaba el paso en su lugar más estrecho, dejó en ella una guarnición suficiente y regresó de nuevo a Owlswick.

Los que estaban en Demonlandia con Corinius ya eran más de cinco mil guerreros: un ejército grande y temible. Con éste, aprovechando que el tiempo era bueno y despejado, sometió en poco tiempo toda Demonlandia oriental, salvo Galing. Bremery de Shaws defendía Galing de todos los ataques en nombre del señor Juss con sólo setenta hombres. De modo que Corinius, considerando que ya caería en sus manos como una fruta madura cuando hubiera cosechado todas las demás, decidió, a finales del invierno, marchar con el grueso de su ejército hacia la región occidental, dejando una fuerza pequeña para que mantuviera en paz la región oriental y contuviera a Bremery en Galing. Lo movieron a tomar este acuerdo todo tipo de principios del buen arte militar, que también apoyaban muy afortunadamente a sus propias inclinaciones. Pues, además de los preceptos militares, otros dos imanes casi tan poderosos lo atraían hacia el oeste: en primer lugar, la mala voluntad que tenía desde antiguo y ya encallecida al señor Brándoch Dahá, que hacía que Krothering fuera su presa más codiciada; y, en segundo lugar, su propia sensualidad, que lo hacía arder de deseo por la señora Mevrian. Y sólo por haber visto su retrato, que había encontrado en el armario de Spitfire entre sus plumas, tinteros y otros trastos; y, al mirarlo una sola vez, había jurado hacerla su amante si el cielo lo quería; o aunque no lo quisiera, si era preciso.

Así, una mañana luminosa y muy fría, a catorce de mayo, marchó con el grueso de su ejército por Breakingdale y cruzando el Stile, por el mismo camino que habían seguido el señor Juss y el señor Brándoch Dahá aquel día de verano cuando habían ido a Krothering para tomar consejo antes de la expedición a Duendelandia. Por allí llegaron los brujos a la divisoria de aguas y se desviaron hacia Muchos Arbustos. No encontraron allí ni a Zigg ni a su señora esposa ni a nadie de su gente, sino que se encontraron la casa desierta. De modo que robaron y quemaron y siguieron su camino. Y saquearon y quemaron un castillo famoso de Juss que estaba en los límites de Kelialand, y otro en el camino de Switchwater, y una residencia de verano de Spitfire en una pequeña colina sobre el lago de Rammerick. Así siguieron bajando victoriosamente por el camino de Switchwater, y nadie se oponía a su avance, sino que todos huían ante la llegada de aquel gran ejército, y se escondían en rincones secretos de las montañas, para librarse de la muerte y de la perdición.

Cuando Corinius hubo atravesado el desfiladero de Gashterndale hasta llegar a la comarca de Krothering, mandó asentar los reales bajo el Erngate End, al pie de las laderas cubiertas de peñascales que se alzan verticalmente hasta la alta cara occidental de la montaña, donde los peñascos estrechos y almenados se alzan muy altos como una muralla, sobre lo alto del cielo.

Corinius se acercó al señor Gro y le dijo:

-A ti te encomiendo mi embajada a esta Mevrian. Irás con una bandera de paz para ganar la entrada al castillo; o, si no te franquean la entrada, pide que te dejen entrevistarte con ella fuera de la muralla. Entonces, usarás la jerga cortesana más fantástica que te inspire tu naturaleza y tu invención, y le dirás: «Corinius, rey de Demonlandia por la gracia del gran rey y por el poder de su propio brazo, está acampado ante este castillo con poder invencible, como bien puedes ver. Pero quiso que te hiciera saber que no ha venido a hacer la guerra a las damas ni a las doncellas, y que puedes estar segura de que no hará daño ni mal alguno ni a ti ni a ninguna de las que están en tu fortaleza. Sólo te pide una gracia: que te unas a él en dulce matrimonio, para hacerte así su reina de Demonlandia». Y si dice que sí a esto, santo y bueno: entonces subiremos a Krothering en son de paz y poseeremos el castillo y a la mujer. Pero, si me lo niega, entonces le dirás muy ferozmente que me arrojaré sobre el castillo como un león, y no descansaré ni cejaré hasta que lo haya reducido a ruinas ante sus ojos y haya pasado por la espada a su gente. Y lo que me negó cuando se lo pedí amablemente en paz y amor, lo tomaré por la fuerza, para que sepan ella y sus demonios envarados que yo soy su rey, y señor de todo lo que tienen, y que sus mismos cuerpos no son más que bienes de mi propiedad, con los que hago mi voluntad.

-Mi señor Corinius -dijo Gro-, te ruego que envíes a otro que pueda cumplir este encargo mejor que yo.

Y le insistió ardientemente en este sentido durante mucho tiempo. Pero, cuanto más advertía Corinius que a Gro le repugnaba la misión, más firme era su decisión de que nadie más que Gro debía llevarla a cabo. Así, Gro consintió al fin, por fuerza, y aquella misma hora subió con otros once hasta las puertas de Krothering; y llevaban delante una bandera blanca de paz.

Envió a su heraldo a la puerta para que pidiese hablar con la señora Mevrian. Y al cabo de un rato se abrieron las puertas y apareció ésta con su séquito, para reunirse con el señor Gro en el jardín abierto que había ante la puerta del puente. Para entonces ya caía la tarde, y el sol ardiente estaba bajo entre nubes encarnadas, rasgadas y horizontales, iluminando las aguas de la ría de Thunder con el reflejo de sus rayos. Desde el horizonte, muy por encima de las colinas cubiertas de pinos de Westmark, se alzaba una hilera de nubes, sólidas y de color de hierro; de bordes tan marcados sobre el cielo vaporoso de la puesta del sol que parecían montañas macizas y no nubes: el que las viera podía imaginar que eran montañas ultraterrenas, alzadas por intervención divina para Demonlandia, a la que ya no servían de refugio ante sus enemigos todas sus antiguas colinas. Aquí, ante las puertas de Krothering, esparcían su fragancia la flor de invierno y el pequeño arbusto laureola hembra, que florece antes de echar las hojas. Pero lo que conmovía al señor Gro no era esta dulzura del aire, ni el fuego glorioso de poniente que lo deslumbraba; lo conmovía ver a aquella señora de pie en la puerta, de piel blanca y morena como la divina cazadora[262]alta, orgullosa y encantadora.

Mevrian, al verlo sin habla, dijo al fin:

-Señor, he oído decir que tenías que darme algún recado. Y como veo que un gran ejército ha alzado sus reales bajo el Erngate End, y he oído que desde hace muchas lunas andan sueltos por el país ladrones y malhechores, no espero palabras blandas. Por lo tanto, cobra ánimo y declárame abiertamente los males que quieres comunicarme.

Gro respondió y dijo:

-Dime primero si tú que me hablas eres en verdad la señora Mevrian, para que sepa si hablo con un ser humano o con alguna diosa que ha bajado del cielo de suelos relucientes.

-No tengo nada que hacer con tus cumplidos -respondió ella-. Soy la que dice.

-Señora -dijo el señor Gro-, no hubiera traído ni comunicado a tu alteza este mensaje si no hubiera sabido bien que, si me negaba, otro lo traería en mi lugar a toda prisa y con menos comedimiento y menos dolor que yo.

Mevrian lo escuchaba atentamente con la cabeza erguida. Cuando terminó de hablar, ella guardó silencio un momento, observándolo todavía. Después dijo:

-Creo que ya te conozco. Tú que me traes este mensaje eres el señor Gro, de Goblinlandia.

-Señora -respondió Gro-, el que nombras dejó este mundo hace años. Yo soy el señor Gro de Brujolandia.

-Eso parece, por tu manera de hablar-dijo ella, y volvió a guardar silencio.

La mirada fija de los ojos de aquella señora era para él como un cuchillo que le raspase la piel sensible; de modo que estaba tan incómodo que casi no podía soportar más.

-Ya te recuerdo, mi señor -dijo ella al cabo de un rato-. Hace once años, mi hermano fue a Goblinlandia a hacer la guerra a los brujos, y los venció en la batalla de Lormeron. Allí mató en combate singular al gran rey de Brujolandia, Gorice X, que hasta entonces pasaba por ser el hombre de armas más poderoso del mundo entero. Mi hermano no tenía entonces sino dieciocho inviernos, y ésta fue la primera llamarada de su gran fama y gloria. Y el rey Gaslark dio grandes banquetes y festejos en Zajé Zaculo por haber sido liberada su tierra de los opresores. Yo estuve en aquellos festejos. Te conocí allí, mi señor; y, como no era más que una pequeña doncella de once primaveras, me sentaba en tu rodilla en los salones de Gaslark. Me mostrabas libros, con imágenes en extraños colores de oro, verde y escarlata, de aves y bestias y países lejanos y maravillas del mundo. Y yo, que era una doncella pequeña y sin malicia, pensé que eras bueno y de corazón amable, y te amé.

Dejó de hablar, y Gro se quedó mirándola, confuso, como si hubiera tomado un narcótico.

-Háblame de este Corinius -dijo ella-. ¿Es tan gran guerrero como dicen?

-Es uno de los capitanes más famosos que han existido jamás -dijo Gro-. Eso no lo pueden negar ni sus peores enemigos.

-¿Crees que sería buen cónyuge para una dama de Demonlandia? -dijo Mevrian-. Recuerda que he negado mi mano a reyes coronados. Quiero saber tu opinión, pues no cabe duda de que es amigo íntimo tuyo, en vista de que te ha nombrado casamentero suyo.

Gro advirtió que se burlaba, y le dolió de corazón.

-Señora -dijo con voz algo temblorosa-, no me despreciéis demasiado por esta vil misión que debo cumplir. En verdad que este mensaje que os traigo es harto vergonzoso, y os lo traigo muy a mi pesar. Pero, puesto en tal aprieto, ¿qué podía hacer yo sino darme de cabezadas contra un duro mármol y repetiros mi recado palabra por palabra?

-Tu lengua ha marcado mi rostro como un hierro ardiente -dijo Mevrian-. Vuelve a tu señor. Si quiere una respuesta, dile que la puede ver escrita en letras de oro sobre la puerta.

-Tu noble hermano, señora -dijo Gro-, no está aquí para apoyar esa respuesta.

Y se acercó a ella diciendo en voz tan baja que sólo ella pudo oírle:

-No te engañes. Este Corinius es un joven travieso, malvado y lujurioso, que te tratará sin respeto alguno cuando tome el castillo de Krothering por la fuerza. Sería más juicioso que dieses muestras de querer recibirle; quizá puedas escapar con buenas palabras y dándole largas.

Pero Mevrian dijo:

-Ya tienes mi respuesta. No tengo oídos para su petición. Dirás también que mi primo el señor Spitfire ya ha sanado de sus heridas y que tiene levantado un ejército que barrerá de mis puertas a estos brujos antes de que pasen muchos días.

Dicho esto, volvió a entrar en el castillo con grandes muestras de desprecio.

Y el señor Gro regresó a los reales y acudió a Corinius, que le preguntó cómo le había ido.

Respondió que lo había rechazado por completo.

-¿Conque me desprecia la gatita? -dijo Corinius-. Entonces, mi deseo ardiente deberá esperar un instante, sólo para saciarse con más vigor. Pues la tendré. Y su esquivez y su desprecio insolente me reafirman en mi inclinación.

Aurwath y Switchwater

De cómo la señora Mevrian contempló desde los muros de Krothering

el ejército de Brujolandia y a sus capitanes,

y de las nuevas que le llegaron allí de la guerra en la región occidental,

de la batalla de Aurwath y de la gran matanza en el camino de Switchwater.

El cuarto día después de los sucesos recién relatados, la señora Mevrian paseaba por el adarve de la torre del homenaje de Krothering. Bramaba el viento del noroeste. El cielo estaba despejado: azul claro en el cenit, gris perla el resto; y había algo de bruma en el aire. Caminaba a su lado su viejo mayordomo fuerte y marcial, con grebas y yelmo y con un coleto chapado de piel de toro.

-Pronto sonará la hora -dijo ella-. Hoy o mañana se cumple el día que me indicó mi señor Zigg cuando estuvieron aquí como huéspedes. Con sólo que Goblinlandia sea fiel a la cita, sería una hermosa hazaña tomarlos así, de un golpe.

-Tal como puede aplastar vuestra señoría un mosquito entre las palmas de las manos-dijo el viejo; y volvió a mirar al sur, hacia el mar. Mevrian clavó la mirada en la misma dirección.

-Nada más que bruma y vapor -dijo, después de buscar con la mirada durante algunos minutos-. Me alegro de haber enviado aquellos doscientos jinetes al señor Spitfire. Para un día tal, debe disponer de todos los hombres que se puedan reunir. ¿Qué te parece, Ravnor? Si el rey Gaslark no acude, ¿tiene el señor Spitfire fuerzas bastantes para hacerles frente por sí solo?

Ravnor rió entre sus barbas.

-Creo que, si estuviese aquí vuestro hermano, mi señor, respondería a vuestra alteza que sí. Desde que metí la primera bola por el aro[263]me enseñaron que cinco brujos estaban en desventaja contra un demonio.

Ella lo miró con un poco de melancolía.

-¡Ah! -dijo-, ¡si él estuviera en casa! ¡Y si Juss estuviera en casa!

Entonces, se volvió de pronto al norte, señalando a los reales.

-Si estuvieran en casa -exclamó-, no verías a esos extranjeros alzados en armas en la ladera de Krothering, haciéndome ofertas vergonzosas, encerrándome en este castillo como a un pájaro. ¿Han sucedido hasta ahora tales cosas en Demonlandia?

Entonces llegó del otro lado de la torre un muchacho que corría por el adarve, gritando que se veían navíos que llegaban navegando del sur y del este, «y ponen rumbo a la ría».

-¿De qué tierra? -dijo Mevrian, mientras volvían a toda prisa a mirar.

-¿De cuál, sino de Goblinlandia?-dijo Ravnor.

-Oh, ¡no lo digas tan aprisa! -exclamó ella. Rodearon el muro de la torre y tuvieron ante ellos el mar y la ría de Stropardon, anchos y vacíos-. ¡No veo nada! -dijo ella-, ¿o es aquella bandada de gaviotas la flota que has visto?

-Lo ha dicho por la ría de Thunder -dijo Ravnor, que se había adelantado y señalaba al oeste-. Ponen rumbo a Aurwath. Es el rey Gaslark, sin duda alguna. Reparad en sus velas azules y doradas.

Mevrian los contempló, mientras su mano enguantada tamborileaba nerviosamente sobre la almena de mármol. Tenía un aspecto muy señorial, envuelta en un manto suelto de seda de aguas blancas, con forro y cuello de armiño.

-¡Dieciocho navíos! -dijo-. ¡Jamás soñé que Goblinlandia pudiera reunir tantas fuerzas!

-Ya puede ver vuestra señoría -dijo Ravnor, volviendo por el adarve- si los de Brujolandia se han dormido mientras aquellos navíos navegaban hacia el puerto.

Ella lo siguió y miró. El ejército de Brujolandia estaba muy agitado, y formaban ante los reales; había idas y venidas, saltos sobre los caballos, y el viento llevaba débilmente los tañidos de las trompetas a los oídos de Mevrian mientras los contemplaba desde su alta atalaya. La hueste, reluciente de bronce y acero, avanzó en orden por los prados. Se dirigieron al sur, atravesando al fin los prados del castillo de Krothering, tan cerca de éste, que se podía ver claramente desde el adarve a cada hombre que pasaba por debajo cabalgando.

Mevrian se inclinó hacia delante por una tronera, con una mano en cada una de las almenas que tenía a izquierda y derecha.

-Me gustaría conocer sus nombres -dijo-. Tú, que has ido muchas veces a las guerras, puedes enseñármelos. Reconozco a Gro con su larga barba; y es un peso en el corazón ver a un señor de Goblinlandia en tal compañía. ¿Quién es el que está a su lado, aquel caballero bizarro con barba, con un yelmo alado rodeado de una diadema como la de un rey, y que lleva una lanza de astil carmesí? Parece hombre orgulloso.

-Es Laxus de Brujolandia -respondió el viejo-; el mismo que fue almirante de su armada contra los ghouls.

-Parece hombre valeroso y digno de mejor causa. ¿Quién es ese que cabalga ahora por debajo nuestro, a la cabeza de su caballería? Es fuerte y rubicundo, y de complexión ligera; tiene la frente como una nube de tormenta, y lleva armadura desde el cuello hasta la punta de los pies.

-Alteza -respondió Ravnor-, no lo conozco con seguridad, pues los hijos de Córund se parecen mucho entre sí. Pero creo que es el joven príncipe Heming.

-¿Príncipe, dices?-dijo Mevrian riendo.

-Así están las cosas en el mundo, alteza. Desde que Gorice hizo a Córund rey de Duendelandia…

-Llámalo Heming Faz, te lo ruego -dijo Mevrian-; juraría que ahora se adornan con apellidos bárbaros. Heming Faz como señor de Demonlandia, ¡oh dolor!

»Parece que se retrasa el más fanfarrón de todos -dijo ella al cabo de un rato-. Oh, allí llega. Cielos, ¡qué manera tan furiosa de cabalgar! En verdad que sabe tenerse en la silla, Ravnor, y que posee una gran figura de atleta. Míralo recorrer la formación cabalgando con la cabeza descubierta. Yo diría que va a necesitar algo más que rizos dorados para conservar la cabeza sobre los hombros antes de acabar de habérselas con Gaslark; sí, y también con nuestra gente que se reúne al norte. veo que lleva el yelmo en el arzón de la silla. ¡Cómo nos imita! -exclamó cuando se acercó más-: es todo sedas y plata. Hubiera jurado que sólo un demonio era capaz de entrar en batalla con arreos tan costosos. ¡Oh, quién tuviera unas tijeras para cortarle la cresta!

Diciendo esto, se inclinó hacia delante todo lo que pudo para contemplarlo. Y él, galopando por debajo, alzó la vista; y, viéndola así asomada, tiró poderosamente de la rienda a su gran caballo castaño, derribándolo casi sobre sus patas traseras. Y mientras el caballo saltaba y se empinaba, Corinius la llamó a grandes voces, gritando:

-¡Buenos días tengáis, señora! ¡Deseadme la victoria y que acuda raudo a vuestros brazos!

Cabalgaba a tan poca distancia por debajo de ellos, que ella fue capaz de contemplar los rasgos de su rostro y de leerle los labios cuando miró hacia ella y le dirigió a gritos aquel saludo. Saludó con la espada y espoleó al caballo para adelantar a Gro y a Laxus en la vanguardia.

La señora Mevrian, como enferma de pronto, o como si hubiera estado a punto de pisar una víbora de ponzoña mortal, se apoyó en el mármol de las almenas. Ravnor se dirigió hacia ella.

-¿Está enferma vuestra señoría? ¿Qué sucede?

-Una náusea tonta -dijo débilmente Mevrian-. Si quieres remediarla, muéstrame el brillo de las lanzas de Spitfire hacia el norte. La tierra vacía me da vértigo.

Así pasó la tarde. Mevrian subió a los muros dos y tres veces, pero no pudo ver más que el mar y las rías y la llanura en el seno de las montañas, hermosa y pacífica en primavera; no había señales de rebatos guerreros, salvo una vez que se vieron los mástiles de los barcos de Gaslark sobre el borde de la tierra, a tres millas al suroeste o más lejos. Pero ella sabía con certeza que cerca de aquellos barcos, junto a la bahía de Aurwath, tendrían lugar combates desesperados, en los que el rey Gaslark se enfrentaría con gran desventaja a Laxus y a Corinius, y a las lanzas de Brujolandia. Y el sol fue cayendo sobre los pinos oscuros de Westmark, y todavía no había señales del norte.

-¿Enviaste a uno para que trajera noticias? -dijo a Ravnor, la tercera vez que subió a los muros.

-Ya lo hice esta mañana, alteza -respondió él-. Pero su camino es lento hasta que esté a una o dos millas del castillo, pues debe esconderse de sus partidas pequeñas que recorren el campo.

-Tráemelo en cuanto regrese -dijo ella.

Cuando tenía un pie en la escalera, se volvió.

-Ravnor -dijo.

Él acudió a ella.

-Has sido mayordomo de mi hermano en Krothering durante muchos años -dijo ella-, y antes lo fuiste de nuestro padre; ya debes de conocer las intenciones y el carácter de los de nuestra familia. Dime, con verdad y con resignación, lo que te parece de todo esto. El señor Spitfire se ha retrasado; o bien el de Goblinlandia se ha precipitado (según viejo defecto suyo). ¿Qué te parece que saldrá de ello? Háblame como hablarías a mi señor Brándoch Dahá si te lo preguntase él.

-Alteza -dijo el viejo Ravnor-, os responderé lo que pienso verdaderamente, y es: ¡ay de Goblinlandia! Puesto que mi señor Spitfire no llega del norte, sólo los dioses inmortales que bajasen del cielo podrían salvar al rey. Los brujos lo duplican en número, contando por lo bajo; y, hombre a hombre, un goblin contra un brujo es como un sabueso contra un oso. Por mucho que el sabueso sea feroz y esté lleno de valor ardoroso el oso acaba venciendo.

Mevrian escuchaba mirándolo con ojos firmes y tristes.

-¡Y él que voló con tan noble generosidad a socorrer a Demonlandia en sus días negros! -dijo al fin-. ¿Puede ser tan descortés el destino? Oh, Ravnor, ¡qué vergüenza! Primero La Fireez, ahora Gaslark. ¿Cómo va a amarnos nadie nunca más? ¡Qué vergüenza, Ravnor!

-No quisiera que vuestra alteza nos culpase con demasiada precipitación -dijo Ravnor-. Si ha fracasado su plan y su designio, es más fácil que haya sido por yerro del rey Gaslark que del señor Spitfire. No sabemos con seguridad qué día se marcó para este desembarco.

Mientras hablaba así, miraba al mar que estaba tras ella, un poco al sur de la parte más rojiza de la puesta del sol. Se le abrieron los ojos. La tocó en el brazo y señaló con el dedo. En Aurwath había velas izadas entre los mástiles. Subía humo hacia el cielo, como de un incendio. Mientras miraban, la mayor parte de los barcos se hizo a la mar. Entre los que quedaban, unos cinco o seis, se alzaban llamas y nubes negras de humo. Los demás, cuando se apartaron de la costa, pusieron rumbo sur, hacia alta mar, a vela y remo.

Ninguno de los dos habló; y la señora Mevrian se acodó en el parapeto del muro y ocultó el rostro entre las manos.

Entonces regresó por fin de su misión el mensajero de Ravnor, y el viejo lo condujo ante Mevrian, que estaba en su cenador en la parte sur de Krotbering. El mensajero dijo:

-Alteza, no traigo ningún escrito, pues hubiera sido demasiado peligroso llevarlo encima si yo hubiera caído en manos de los brujos. Pero me reuní con mi señor Spitfire y mi señor Zigg en la entrada de Gashterndale. Y sus señorías me mandaron que os dijese que vuestra alteza debía estar tranquila y serena, pues tienen ocupados todos los caminos que conducen a Krothering, de tal modo que el

ejército de Brujolandia no puede escapar de esta comarca entre la ría de Thunder, la ría de Stropardon y el mar, como no sea presentando batalla a sus señorías. Pero, si prefieren quedarse aquí junto a Krothering, entonces nuestros ejércitos los cercarán y los vencerán, pues nuestras fuerzas superan a las suyas en casi mil lanzas. Y mañana se hará lo que sea conveniente, pues es el día fijado para que el rey Gaslark desembarque en Aurwath con sus fuerzas.

-Entonces ¿no saben nada de este triste error, ni que Gaslark ya ha llegado antes de tiempo y ya ha sido rechazado hacia el mar? -dijo Mevrian-. Debemos hacérselo saber, y presto, esta misma noche -añadió.

Cuando el hombre comprendió que era así, respondió:

-Diez minutos para tomar un bocado y para beber un trago, y vuelvo a estar al servicio de vuestra señoría.

Y, al cabo de poco tiempo, aquel hombre volvió a salir en secreto de Krothering, entre la oscuridad de la noche, para informar al señor Spitfire de lo que había sucedido. Y los vigías que montaban guardia por la noche desde los muros de Krothering contemplaban al norte, bajo el Erngate End, las hogueras de los reales de los brujos, que parecían estrellas.

Pasó la noche y llegó el día, y los reales de los brujos aparecieron tan vacíos como una cáscara hueca.

-Han levantado el campo durante la noche -dijo Mevrian.

-Entonces, vuestra alteza oirá grandes nuevas en breve plazo -dijo Ravnor.

-Bien parece que podemos tener huéspedes en Krothering esta noche -dijo Mevrian.

Y dio órdenes de que se preparase todo para su llegada, y las mejores alcobas para Spitfire y para Zigg, para darles un buen recibimiento. Así pasó el día, entre preparativos afanosos. Pero, cuando cayó la tarde y no se veían jinetes al norte, algunas sombras de impaciencia y de duda inquieta empezaron a cubrir su esperanza ilusionada, así como las sombras de la noche cubrían el cielo. Pues el mensajero de Mevrian no regresaba. La señora Mevrian se fue a acostar tarde; y se levantó con las primeras luces, envuelta en su gran manto de terciopelo y plumón de cisne para protegerse de los vientos cortantes de la mañana. Subió al adarve y, junto al viejo Ravnor, recorrió con la mirada la tierra desocupada. Pues la mañana pálida surgía sobre un paisaje vacío. Y así pasaron todo el día hasta la caída de la tarde: mirando, esperando, y con la duda en los corazones.

Y al cabo fueron a cenar aquella tercera noche después de la batalla de Aurwath. Y, antes de la mitad de la cena, se oyó un rumor en los patios exteriores, y el traqueteo del puente levadizo al bajar se, y un ruido de cascos en el puente y en el pavimento de jaspe[264]Mevrian se quedó sentada, erguida y expectante. Hizo una seña con la cabeza a Ravnor, que, sin esperar más indicaciones, salió aprisa y regresó en un instante con el ceño oscuro. Le dijo al oído:

-Nuevas, mi señora. Sería bueno que lo recibieses en audiencia privada. Bebed primero esta copa -dijo, escanciándole algo de vino.

Ella se puso de pie y dijo al mayordomo:

-Ven tú, y tráelo contigo.

Por el camino, él le susurró al oído:

-Es Astar de Rettray, enviado por el señor Zigg con un mensaje de importancia urgente para los oídos de vuestra alteza.

La señora Mevrian se sentó en su sitial de marfil tapizado de sedas ricas de Beshtria, con pajarillos dorados y hojas de fresa con sus flores y ricos frutos rojos, todo ello bordado en bellos colores. Extendió la mano a Astar, que estaba de pie ante ella con sus arreos de combate, lleno de barro y de sangre de la cabeza a los pies. Este se inclinó y le besó la mano; después, quedó de pie en silencio. Tenía la cabeza levantada y la miraba cara a cara, pero sus ojos estaban inyectados en sangre, y tenía un aspecto temible, como si fuera portador de malas noticias.

-Señor -dijo Mevrian-, dilo todo sin vacilar. Sabes que los de nuestra sangre no temblamos ante los peligros y las desventuras.

-Mi cuñado Zigg me encomendó, señora, que te dijera toda la verdad -dijo Astar.

-Prosigue -dijo ella-. Ya conoces nuestras últimas nuevas. Desde entonces, hemos esperado la victoria cada hora. No es malo el banquete de bienvenida que tengo preparado para vuestra llegada.

Astar suspiró.

-Mi señora Mevrian -dijo-, ahora debéis preparar una espada y no un banquete. Enviasteis un corredor al señor Spitfire.

-Sí -dijo ella.

-Aquella noche nos llevó noticias de la derrota de Gaslark -dijo Astar-. Por desgracia, el de Goblinlandia se adelantó en un día y llevó él solo todo el peso del combate. Pero nosotros creímos que podríamos vengarlo enseguida. Pues guardábamos todos los pasos y todos los caminos, con fuerzas superiores. Así, esperamos aquella noche, viendo las hogueras de Corinius encendidas en sus reales

en la ladera de Krothering, con intención de caer sobre él al romper el día. Y aquella noche hubo brumas, y la luna se puso temprano. Y, para decir la verdad, por mala que sea, todo el ejército de Brujolandia pasó a través nuestro por la noche.

-¿Cómo?-exclamó Mevrian-. ¿Y estabais todos dormidos para dejarlos pasar?

-A mitad de la noche -respondió él- tuvimos noticias ciertas de que estaba en marcha, y de que las hogueras que seguían ardiendo en sus reales eran un ardid para engañarnos. Pudimos saber, por todas las señas, que se dirigía hacia el noroeste, donde debía tomar el camino alto a través de Mealand sobre Brocksty Hause. Zigg acudió al galope con setecientos jinetes para tomarle la delantera, mientras el grueso de nuestro ejército subía por el Ravendale menor a marchas forzadas. Como ves, señora, Corinius debía marchar por el arco y nosotros por la cuerda.

-Sí -dijo Mevrian-. Sólo teníais que detenerlo con la caballería en Heathby, y él tendría que luchar o retroceder hacia Justdale, donde seguramente hubiera perdido la mitad de su gente en la ciénaga de Memmery. Los que no son del país no son capaces de encontrar allí un camino firme en una noche oscura.

-Es verdad que debíamos haberlo atrapado -dijo Astar-. Pero también es verdad que se escurrió como una liebre y nos engañó a más no poder: volvió sobre sus pasos (según conjeturamos después) en algún lugar cerca de Goosesand, y se deslizó hacia el este con todo su ejército por detrás de nuestra retaguardia. Y fue la hazaña más maravillosa que se ha oído contar jamás en todas las crónicas guerreras.

-Basta, noble Astar -dijo Mevrian-. No te canses en alabar a Brujolandia, ni creas que tendré en menos a Spitfire ni a Zigg como generales porque Corinius, por maña o por favor de la fortuna, les hurtase el cuerpo en la oscuridad.

-Querida señora -dijo él-, debes pensar en lo peor y prepararte para ello.

Ella lo miró con firmeza con sus ojos grises.

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