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La serpiente Uroboros, por Eric Rucker Eddison (página 7)



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-Haréis mejor en tratarme bien, y no oiréis de mis labios más que la verdad. Primero nos venció con la espada, y luego nos invitó con palabras sutiles a hablar con él en Orpish, fingiendo amistad. Pero todos los que acudieron a él están muertos. Pues, cuando los tuvo encerrados en la sala del consejo de Orpish, él salió de ella en secreto, mientras sus hombres tornaron a Gandassa Faz y a Illarosh Faz y a Fax Fay Faz, que era el más grande entre nosotros, y les cortaron las cabezas, y las expusieron en estacas ante la puerta. Y nuestros ejércitos, que esperaban fuera, desmayaron al ver así en estacas las cabezas de los Faz de Duendelandia, y a los ejércitos de los diablos de allende las montañas, que todavía nos amenazaban con la muerte. Y este gran diablo calvo y barbudo les habló de la hermosa Duendelandia, diciéndoles que estos a los que había matado habían sido sus opresores, y que satisfaría los deseos de sus corazones si querían ser soldados suyos, y que los libertaría, y que repartiría entre ellos toda Duendelandia. Así, los más simples cayeron en su engaño y se rindieron a este diablo calvo de más allá de las montañas, y nadie se le opone en toda Duendelandia. Pero yo, que temí su astucia y no quise ir a su consejo en Orpish, a duras penas pude escapar de ini pueblo, que se alzó contra mí. Y huí a los bosques y a los yermos.

-¿Dónde lo viste por última vez? -preguntó Juss.

-A tres días de viaje de aquí hacia el noroeste, en Tormerish de Achery -le respondió Mivarsh.

-¿Qué hacía allí? -preguntó Juss.

-Seguía trazando maldades -respondió Mivarsh.

-¿Contra quién? -preguntó Juss.

-Contra Zeldornius -respondió Mivarsh-, que es un diablo de allende el mar.

-Dadme algo más de vino -dijo Juss-, y volved a llenar un vaso para Mivarsh Faz. Nada me agrada más que oír contar cuentos por la noche. ¿Con quién trazaba maldades contra Zeldornius?

-Con otro diablo de allende el mar -respondió Mivarsh-. He olvidado su nombre.

-Bebe y haz memoria -dijo Juss-, o, si se te ha olvidado, píntame su retrato.

-Es de mi tamaño -dijo Mivarsh, que era de pequeña estatura-. Sus ojos son brillantes, y se parece algo a éste -señalando a Spitfire-, aunque no tiene el semblante tan fiero. Tiene el rostro delgado y la piel oscura. Lleva armadura negra.

-¿Es Jalcanaius Fostus? -preguntó Juss.

Y Mivarsh respondió:

-Sí.

-Tus palabras tienen almizcle y ámbar -dijo Juss-. Debo oír más. ¿Qué pretenden hacer?

-Esto -dijo Mivarsh-. Yo me senté junto a su tienda en la oscuridad y escuché sus palabras, y quedó claro que este Jalcanaius se había engañado al creer que otro diablo de allende el mar, al que llaman Helteranius, había querido hacerle traición; y el diablo calvo le persuadió de que no había tal. Y así acordaron que Jalcanaius debía enviar a jinetes para que ambos se unieran para matar a Zeldornius, atacándolo uno por el frente y el otro por la retaguardia.

-¿Conque así están las cosas? -dijo Spitfire.

-Y, cuando hayan matado a Zeldomius -dijo Mivarsh-, entonces deberán ayudar a este de la coronilla calva en sus empresas.

-¿Y pagar así sus consejos? -dijo Juss.

Y Mivarsh respondió:

-Así es.

-Una cosa más quisiera saber -dijo Juss-. ¿Cuáles son sus fuerzas en Duendelandia?

-Creo que las mayores fuerzas que puede reunir son cuatro mil diablos de allende la montaña. También le siguen muchos duendes, pero sólo llevan nuestras rústicas armas.

El señor Brándoch Dahá tomó del brazo a Juss y salió con él a pasear bajo la noche. La hierba escarchada crujía bajo sus pasos; brillaban al sur estrellas extrañas en un espacio ventoso entre las nubes y la tierra dormida; cerca del meridiano, Aquernar oscurecía con su resplandor puro a todas las luminarias menores.

-Así que Córund cae como nosotros, como un águila que sale del cielo sin límite -dijo Brándoch Dahá-, con doce veces nuestras fuerzas para cerrarnos el camino del Moruna, y con toda Duendelandia lamiéndole los talones como un perro fiel; si es que este simple dice la verdad, como creo.

-Te alegras como en una fiesta -dijo Juss-, en cuanto hueles este gran peligro.

-Oh Juss -exclamó Brándoch Dahá-, a ti mismo se te aclara el aliento y te brotan las palabras con mayor viveza. ¿No son todos los aires y todas las tierras lo mismo para nosotros siempre que haya en ellos grandes empresas en las que podamos mantener brillantes nuestras espadas?

-Antes de que vayamos a dormir -dijo Juss-, informaré a Zeldomius de los nuevos vientos que soplan. Ahora debe hacer frente a ambos lados, hasta que se aclare la situación. No debe perder esta batalla, pues sus enemigos están comprometidos (si Mivarsh dice la verdad) para poner sus espadas al servicio de Córund.

Se dirigieron a la tienda de Zeldomius, y por el camino dijo Juss:

-Puedes estar seguro de una cosa: Córund no desenvainará su espada en las colinas de Salapanta. El rey tiene confidentes que le dan noticias de todos los círculos encantados del mundo, y bien sabe él las influencias que actúan aquí, y el peligro que corren los extranjeros que sacan aquí la espada; testigo de ello es la perdición que han sufrido estos tres capitanes durante nueve años. Por tanto, Córund, instruido en estas cosas por el amo que lo envió, procurará habérselas con nosotros en otro lugar, y no en este rincón encantado de la tierra. Y antes preferirá agarrar a un oso por los dientes que intervenir en la batalla que se avecina, echándose encima así a estos tres ejércitos veteranos unidos para su destrucción.

Pronunciaron el santo y seña, y la guardia les franqueó el paso, y despertaron a Zeldornius y le contaron todo. Y éste, envuelto en su gran capa de color desvaído, salió a ocuparse de que se pusieran guardias y estuvieran prevenidos contra un ataque desde cualquier lado. Y de pie junto a su tienda, dando las buenas noches a los señores de Demonlandia, les dijo:

-Así es más a mi gusto. Siempre fui guerrero; ahora, una batalla más.

El día siguiente amaneció y pasó sin incidentes, y lo mismo el día siguiente a aquél. Pero, en la tercera mañana después de la llegada de Mivarsh, he aquí que surgieron por el este y por el oeste grandes ejércitos que marchaban sobre las llanuras, y el de Zeldornius se dispuso a recibirlos en el risco, con las armas relucientes, los caballos piafando y las trompetas llamando a la batalla. No se intercambiaron saludos entre ellos, ni siquiera un mensaje de desafío o de reto, sino que Jalcanaius se lanzó al combate desde el oeste con sus jinetes de negro, y Helteranius desde el este. Pero Zeldornius, como un lobo gris viejo que lanza bocados a un lado y a otro, frenó el ímpetu de su ataque. Así empezó la batalla, grande y despiadada, y duró todo el día. Zeldornius salió tres veces por cada lado con una gran fuerza de hombres escogidos, de tal manera que sus enemigos huían ante él como la perdiz ante el halcón; y Helteranius y Jalcanaius Fostus le atacaron tres veces cada uno y le hicieron retroceder y volver a subir al risco.

Pero, cuando atardecía y el día se oscurecía al llegar la noche, la batalla cesó y se hizo el silencio repentinamente. Los señores de Demonlandia bajaron de su torre y anduvieron entre los montones de muertos hacia una repisa rocosa al borde del risco. Allí, solo en aquel campo de batalla, estaba Zeldornius apoyado en su lanza, mirando hacia abajo mientras meditaba, rodeando con el brazo el cuello de su viejo caballo castaño, que dejaba caer la cabeza y olisqueaba el suelo. El sol brillaba por una abertura entre las nubes occidentales, pero sus rayos no eran tan rojos como las matas y las hierbas del campo de batalla de Salapanta.

Mientras se acercaban Juss y sus compañeros, no se oía sonido alguno, sino uno que procedía de la fortaleza, detrás de ellos: era el tañido discordante de un arpa, y la voz de Mivarsh, que paseaba ante los muros tocando el arpa y cantando esta cancioncilla:

La bruja se prepara

Para cabalgar esta noche;

El diablo y ella, juntos:

Contra viento y marea,

Arriba y abajo,

Por malo que sea el tiempo.

Por espuela, una espina

O un erizo de castaña,

Con fusta de zarza ya cabalga;

Por matas y por brezales,

Sobre acequias y charcas,

Sigue al espíritu que la guía.

Ningún animal osa salir

Por el bosque para comer:

Quedan callados y escondidos en su cubil

Mientras éstos hacen males

Por las tierras y los mares

En lo más oscuro de la noche.

La tormenta se alzará

Y agitará los cielos;

Esta noche, y más maravillas:

El fantasma, de la tumba,

saldrá lleno de espanto,

invocado por el ruido del trueno.[185]

Cuando llegaron a Zeldornius, el señor Juss habló y dijo:

-Oh, famoso Zeldornius, celebrado en la guerra, no hay duda de que tus pronósticos por la luna salieron verdaderos. Contempla la noble victoria que has tenido sobre tus enemigos.

Pero Zeldornius no le respondió, y seguía cabizbajo, mirando a la tierra ante sus pies. Y allí había caído Helteranius, con la espada de Jalcanaius Fostus clavada en el corazón, y la mano derecha asiendo su propia espada, que había acabado con los días de Jalcanaius. Contemplaron durante un rato a aquellos dos capitanes muertos. Y Zeldornius dijo a Juss:

-No me quieras consolar hablándome de victoria. Mientras vi-vía el dueño de esa espada y el de aquélla, yo no pensaba tanto en mi seguridad como en la destrucción de ellos, que en tiempos pasados conquistaron conmigo la extensa Duendelandia. Y ved con qué violencia emponzoñada trabajaron por mi destrucción, y qué perdición inesperada los ha destrozado y se ha llevado a los dos.

Y, como afligido por una tristeza profunda, añadió:

-¿Quién tenía todas las prendas del heroísmo como Helteranius? Y antes podría un hombre tejer un vestido para la luna que abarcar las hazañas incontables del gran Jalcanaius, que ahora acaba de dejar su cuerpo para abonar la misma tierra que temblaba ante él poco ha. Me ha llegado a la rodilla la sangre roja, y en esta hora, en mi vejez, el mundo ya no es para mí sino una visión y una farsa.

Dicho esto, miró a los demonios; y algo tenía en los ojos que los dejó mudos.

Al cabo de un tiempo volvió a hablar, y dijo:

-Os juré mi apoyo si vencía. Pero mi ejército ha desaparecido como la cera que se funde ante el fuego, y yo aguardo al barquero oscuro que no espera a hombre alguno[186]Pero yo nunca he escrito mis obligaciones sobre la arena, sino sobre mármol, y como la victoria ha sido mía, recibid estos presentes. Primero tú, oh Brándoch Dahá: toma mi espada, ya que, antes de que tuvieras los dieciocho años cumplidos, ya tenías fama de ser el más poderoso de los hombres de armas. Bien te servirá, como me sirvió a mí en tiempos pasados. Y a ti, oh Spitfire, te doy esta capa. Es vieja, pero bien te puede servir, pues es de tal virtud que el que la lleva jamás cae vivo en manos de sus enemigos. Llévala en recuerdo mío. Pero a ti, oh Juss, no te doy presente alguno, pues estás dotado de todas las buenas prendas: sólo te entrego mi voluntad, antes de que la tierra se abra para recibirme.

Y se lo agradecieron mucho. Y él dijo:

-Dejadme, pues llega lo que debe completar la destrucción de este día.

Volvieron, pues, a la fortaleza de vigilancia, y cayó la noche sobre las colinas. Un gran viento quejumbroso que venía del oeste sin color rasgaba las nubes como ropas viejas, desvelando la luna solitaria, que huía desnuda entre ellas. Al mirar atrás los demonios, bajo la luz de la luna, hacia donde quedaba Zeldornius contem-

plando a los muertos, un ruido como de trueno hizo temblar la tierra firme y ahogó el aullido del viento. Y vieron que la tierra se abría bajo los pies de Zeldornius.

Después de aquello, la oscuridad se cernió sobre la luna, y en el campo de batalla de Salapanta reinaron la noche y el silencio.

Las fronteras del Moruna

Del viaje de los demonios de Salapanta a Eshgrar Ogo;

donde se trata de la señora de Islinain Nemartra, y de otras materias notables.

Mivarsh faz se dirigió a los señores de Demonlandia por la mañana y los encontró dispuestos a ponerse en camino. Y les preguntó hacia dónde era su viaje, y ellos le respondieron que hacia el este.

-Todos los caminos que van al este -dijo Mivarsh- llevan al Moruna. Nadie puede ir allí y salir vivo.

Pero ellos rieron y le respondieron:

-No juzgues nuestro valor con demasiada estrecheza, dulce Mivarsh, limitándolo a tu propia capacidad. Has de saber que nuestro viaje está decidido, y que está fijado con clavos de diamante[187]al muro de la necesidad inevitable.

Se despidieron de él y siguieron su camino con su pequeño ejército. Viajaron durante cuatro días a través de bosques espesos, alfombrados de las hojas de un millar de otoños, donde en pleno mediodía reinaba la penumbra entre los ruidos apagados de la arboleda, y por la noche se asomaban ojos solemnes entre los troncos de los árboles, contemplando a los demonios mientras marchaban o descansaban.

El quinto día, y el sexto, y el séptimo, viajaron a lo largo de la orilla sur de un mar arenoso, compuesto totalmente de arena y gravilla y sin gota de agua, pero que sufría pleamar y bajamar con gran oleaje, como cualquier otro mar, nunca quieto y nunca en calma. Y siempre, por el día y por la noche, mientras atravesaban el desierto, les llegaba un gran ruido, muy espantable, y un sonido como de panderos y trompetas; pero el lugar era solitario a la vista, y no había en él ser viviente alguno salvo ellos y su compañía, que viajaban hacia el este.

Al octavo día abandonaron la costa de aquel mar sin agua y llegaron a través de un terreno rocoso y accidentado a la bajada de un amplio valle, sin abrigos y estéril, por cuyo fondo serpenteaba el ancho lecho pedregoso de un río pequeño. Allí, mirando hacia el este, contemplaron, a la luz del sol brillante del atardecer, un castillo de piedra roja sobre una terraza de la colina rocosa que estaba más allá del valle. Juss dijo:

-Creo que podremos llegar allí antes de la caída de la noche, y nos darán hospitalidad.

Cuando se acercaron, advirtieron, a la luz de la puesta del sol y de la luna, a uno que estaba sentado en una peña cerca de su camino, a un tiro de piedra del castillo, como si estuviera contemplándolos y esperando su venida. Pero, cuando llegaron a la roca, no había tal persona. De modo que siguieron su camino hacia el castillo, y, cuando miraron atrás, he aquí que estaba sentado en la roca, y llevaba la cabeza entre las manos: cosa extraña de ver, y aborrecible para cualquiera.

La puerta del castillo estaba abierta, y entraron, y atravesaron el patio hasta llegar a un gran salón, con la mesa puesta como para un banquete, y había grandes fuegos, y ardían cien velas en el aire tranquilo; pero no se veía cosa viviente ni se oía voz alguna en todo el castillo. El señor Brándoch Dahá dijo:

-En esta tierra, la mayor maravilla sería que pasara una hora sin ver ninguna maravilla. Cenemos presto, y vayamos a la cama.

Con lo cual se sentaron y bebieron el vino dulce como la miel, hasta que se les borraron de las mentes todos los pensamientos de guerra y de padecimientos y de los peligros inimaginables del yermo y del ejército de Córund que buscaba su destrucción, y el espíritu del sueño sedujo sus cuerpos cansados.

Entonces flotó en el aire una música suave, inquietante por su dulzura desenfrenada y voluptuosa, y vieron que salía al estrado una dama. Parecía tan hermosa, que superaba la belleza de las mortales. Con su cabello oscuro, era semejante a la luna bicorne con crisoberilos[188]cada uno de los cuales tenía cautivo un rayo de luz que temblaba y rutilaba como rutilan los rayos del sol que atraviesan las profundidades claras del mar de verano. Llevaba un vestido de seda carmesí suave, ajustado, de modo que ella era gala de sus propias galas, y con su propia belleza las hacía más suntuosas. Dijo:

-Señores y huéspedes míos en Ishnain Nemartra, hay lechos de pluma y sábanas de holanda para todos los que estéis cansados. Pero sabed que en la torre oriental tengo un halcón en una alcándara, y al que mantenga despierto a mi halcón toda esta noche, solo y sin compañía y sin haber dormido, me presentaré a él al final de la noche y le concederé lo primero que me pida, de entre las cosas terrenales.

Dicho esto, desapareció como un sueño.

-Echemos a suertes a quién corresponde esta aventura -dijo Brándoch Daba.

Pero Juss se opuso, diciendo:

-Ha de haber aquí algún engaño. No debemos dejar que seduzcan nuestros entendimientos en esta tierra maldita, sino seguir nuestro propósito fijo. No debemos ser de aquellos que van por lana y vuelven trasquilados.

Brándoch Dahá y Spitfire se rieron de esto, y echaron a suertes entre ellos. Y la suerte cayó al señor Brándoch Dahá.

-No me negarás esto -dijo al señor Juss-, o no volveré a hacer cosa de provecho para ti.

-Nunca te podría negar nada -respondió Juss-. ¿No somos como el índice y el pulgar? Pero, pase lo que pase, no olvides a qué hemos venido aquí.

-¿No somos tú y yo como el índice y el pulgar?-preguntó el señor Brándoch Dahá-. Nada temas, amigo de mi corazón: no lo olvidaré.

Así, mientras los demás dormían, Brándoch Dahá mantuvo despierto al halcón toda la noche en la cámara de la torre oriental. A pesar de que la fría ladera del exterior estaba cubierta de escarcha, en aquella cámara el aire estaba cálido y pesado, incitando mucho al sueño. Pero él no cerró un ojo, y siguió contemplando al halcón, contándole cuentos y tirándole de la cola cada vez que parecía somnoliento. Y éste le respondía con enfado y con desagrado, mirándolo con malevolencia.

Y al llegar la dorada aurora, he aquí que apareció la dama en la puerta sombría. Al entrar ella, el halcón sacudió las alas como con ira y, sin más, metió la cabeza bajo el ala y se echó a dormir. Pero aquella dama radiante miró al señor Brándoch Dahá, habló y dijo:

-Pídeme, oh señor Brándoch Dahá, lo que más desees entre las cosas terrenales.

Pero él, como deslumbrado, se irguió y dijo:

-Oh, señora, ¿no es tu belleza al alba del día un fulgor que puede disipar la oscuridad del infierno? Mi corazón está embelesado con tu belleza, y se alimenta de tu visión. Por lo tanto, quiero tener tu cuerpo, y ninguna otra cosa terrenal.

-Eres un necio -exclamó ella-, y no sabes lo que pides. Podías haber escogido entre todas las cosas terrenales; pero yo no soy terrenal.

-No quiero otra cosa -respondió él.

-Entonces, corres un gran peligro -dijo ella-, y la pérdida de toda tu buena fortuna, para ti y también para tus amigos.

Pero Brándoch Dahá, al ver que su semblante se ponía de pronto como las rosas nuevas al amanecer, y sus ojos grandes y oscuros se llenaban de deseo amoroso, se llegó a ella y la tomó en sus brazos y se puso a besarla y a abrazarla. Así estuvieron un rato, en el que él no fue consciente de otra cosa sino de las caricias y del perfume del pelo de aquella dama, que enloquecían los sentidos; de los besos de su boca, del surgir y la caída del pecho de la dama, que apretaba el suyo. Ella le dijo suavemente al oído:

-Veo que eres demasiado dominador. Veo que eres persona a la que nada se puede negar, si tienes puesto en ello tu corazón. Ven.

Y atravesaron una puerta con pesados cortinajes y llegaron a una cámara interior, en la que el aire estaba cargado del aroma de la mirra, del nardo y del ámbar gris[189]una fragancia como la del amor dormido. Allí, entre la oscuridad de las ricas colgaduras y el brillo apagado del oro, un resplandor cálido de lámparas con pantalla dominaba un diván, grande y ancho y con almohadones de plumas. Y allí se solazaron largo rato con amor y placer.

Pero, como todas las cosas deben tener fin, él dijo por fin:

-Oh señora mía, dueña de los corazones, aquí me quedaría para siempre, abandonando todo lo demás por tu amor. Pero mis compañeros me esperan en tus salones inferiores, y hay grandes cosas de que me debo ocupar. Dame por última vez tu boca divina, y dime adiós.

Ella estaba tendida sobre su pecho, como dormida: de piel tersa, blanca, cálida, con la bien formada garganta apoyada sobre la oscuridad con aroma de especias de su pelo suelto; tenía un mechón, pesado y espléndido como una serpiente pitón, enroscado entre el brazo blanco y el pecho. Se volvió ligera como la serpiente, abrazándolo desenfrenadamente, acercándolo desenfrenadamente a sus dulces labios, fervientes e insaciables, exclamando que debía quedarse allí para toda la eternidad, entre la embriaguez del amor y del placer perfectos.

Pero cuando al fin, forzándola suavemente a que lo soltara y le dejara ir, él se levantó y se vistió y se armó, la dama se envolvió en un vestido translúcido de viso plateado, como cuando la luna de verano vela el esplendor de su belleza sin ocultarlo, y, puesta así de pie ante él, habló y le dijo:

-Vete, pues. Esto viene de arrojar perlas a los puercos. No te puedo matar, pues no tengo otro poder sobre tu cuerpo. Pero no te jactarás mucho tiempo de que me pediste algo que excedía del pacto, y, después de gozarlo, lo despreciaste y lo agraviaste; has de saber, por lo tanto, oh hombre orgulloso, que te concedo tres dones que escojo yo misma. Tendrás guerra y no paz. El que más odias derrocará y arruinará tu hermoso señorío, el castillo de Krothering y sus tierras. Y al final serás vengado de él, pero por mano de otro, y a tu mano le será negada la venganza.

Dicho esto, rompió a llorar. Y el señor Brándoch Dahá salió de la cámara con gran firmeza[190]Y, volviendo la vista atrás desde el umbral, descubrió que en aquella cámara y en la exterior no estaban ni la dama ni el halcón. Y de pronto le sobrevino un gran cansancio. Cuando bajó, se encontró con el señor Juss y sus compañeros dormidos sobre las losas frías, y el salón del banquete vacío de todo su mobiliario, húmedo y lleno de musgo y telarañas, y con murciélagos que dormían cabeza abajo entre las vigas del techo, que se desmoronaba; tampoco quedaban restos del banquete de la noche pasada. Y Brándoch Daba despertó a sus compañeros y contó a Juss lo que le había sucedido, y el sortilegio que le había im-

puesto aquella dama.

Y siguieron su camino, maravillándose mucho del castillo maldito de Ishnain Nemartra, y contentos de salir de él con tan poco daño.

En aquel día, el noveno de su viaje desde Salapanta, atravesaron tierras baldías de piedra y de roca desnuda, donde no se movía ningún ser viviente, ni siquiera una pulga de arena. La tierra se abría en gargantas aquí y allá laberintos de desolación entre paredes de roca, jamás visitados por los rayos del sol ni los de la luna, turbulentos en sus profundidades con aguas que siempre saltaban y siempre se agitaban, nunca quietas y nunca en silencio. Era tortuoso el camino de aquel día, y tenían que subir y bajar aquellas riberas para encontrar vados.

Cuando a mediodía se detuvieron ante la mayor de las gargantas que habían encontrado hasta entonces, llegó a ellos uno con gran prisa y cayó junto a Juss y se quedó tumbado boca abajo, resollando como el que está sin aliento por haber corrido mucho. Y, cuando lo alzaron, he aquí que era Mivarsh Faz, con los arreos de un jinete negro de Jalcanaius Fostus y armado de hacha y espada. Lo trataron bien y le hicieron beber de un gran pellejo de vino que les había regalado Zeldornius, y al cabo dijo:

-Ha armado a incontables centenares de nuestras gentes con armas tomadas del campo de batalla de Salapanta. Estos, mandados por los diablos de sus hijos, con Philpritz, maldito de los dioses, han ido por delante a tomar todos los caminos al oriente de vosotros. He cabalgado y he corrido noche y día para avisaros. Él, con su gran fuerza de diablos de allende las montañas, os sigue de cerca.

Se lo agradecieron mucho, maravillándose de que se tomara tanto trabajo para advertirles del peligro que corrían.

-He comido vuestra sal -respondió él-, y, además, vais en contra de este calvo malvado y taimado que ha atravesado las montañas para oprimirnos. Por eso quise haceros un bien. Pero poco puedo hacer. Pues yo, que era rico en tierras y en siervos, ahora soy pobre. Y yo, que tuve a quinientos lanceros alojados en mis salones para hacer lo que yo mandase, ahora estoy solo.

-Es muy necesario que lo que hagamos lo hagamos prontamente -dijo el señor Brándoch Dahá-. ¿Cuánta ventaja le llevas?

-Caerá sobre vosotros en una o dos horas -dijo Mivarsh, y rompió a llorar.

-Habérnoslas con él a campo abierto -dijo Juss- nos traería gran gloria, y la muerte segura.

-Dadme un minuto para pensar -dijo Brándoch Dahá. Y paseó un rato junto al borde de aquel precipicio, arrojando piedrecillas por el borde con la punta de su espada. Después dijo-. Sin duda, éste es aquel río Athrashah del que habla Gro. Oh Mivarsh, ¿este río Athrashah no corre hacia el sur, hasta los lagos salados de Ogo Morveo, y no había por allí una fortaleza llamada Eshgrar Ogo?

-Así es -respondió Mivarsh-. Pero jamás oí hablar de nadie tan sin juicio como para ir allá. Ya es bastante temible la tierra donde estamos; pero Eshgrar Ogo está al borde mismo del Moruna. Ningún hombre ha parado allí desde hace cien años.

-¿Sigue en pie? -preguntó Brándoch Dahá.

-Sí, que yo sepa -respondió Mivarsh.

-¿Es fuerte? -preguntó él.

-En los tiempos pasados se juzgaba que no había lugar más fuerte -respondió Mivarsh-. Pero tanto te da morir aquí a manos de los diablos de allende las montañas como que te hagan pedazos allí los espíritus malos.

Brándoch Dahá se volvió a Juss.

-¿Está decidido? -preguntó.

-Sí -respondió Juss; y partieron inmediatamente hacia el sur a marchas forzadas, siguiendo el río.

-Pensé que habíais podido escapar con facilidad antes de llegar a esto -dijo Mivarsh mientras marchaban-. Sólo estáis a diez u once jornadas de distancia, y hoy se cumple el día decimosexto desde que me dejasteis en las colinas de Salapanta.

Brándoch Dahá se rió.

-¡El decimosexto! -dijo-. Te harás rico, oh Mivarsh, si cuentas las monedas de oro como cuentas los días. Hoy no se cumple sino el noveno día de nuestro viaje.

Pero Mivarsh insistió con firmeza y dijo que Córund llegó a Salapanta el séptimo día después de su partida, «y llevo huyendo nueve días desde que su vanguardia encontró vuestra pista, y ahora os encuentra extrañamente a vosotros». Y no pudieron sacarle de ello por mucho que se burlaron de él. Y mientras seguían marchando hacia el sur a través del desierto, el sol fue cayendo y se puso en un cielo despejado, he aquí que salió la luna y pasaba un poco de la luna llena. Y Juss advirtió que la luna tenía siete días más que la noche que llegaron a Ishnain Nemartra. Y manifestó este prodigio a Brándoch Dahá y a Spitfire, y se maravillaron mucho.

-Debéis darme las gracias -dijo Brándoch Dahá- por no haberos hecho esperar un año entero. ¡Que me aspen si esos siete días no me parecieron sino una hora!

-Es harto posible que te lo parecieran a ti -dijo Spitfire algo mohíno-, pero nosotros dormimos sobre las losas frías durante toda la semana, y todavía estoy medio baldado del dolor.

-No -dijo Juss riendo-, no consiento que le eches la culpa.

La luna estaba alta cuando llegaron a los lagos salados, que estaban en cuencas rocosas, uno un poco más alto que el otro. Sus aguas eran como la plata virgen, y la superficie áspera del yermo aparecía negra y plateada a la luz de la luna; y era una región de huesos muertos, ciegos y estériles bajo la luna. Entre los lagos se alzaba una costilla monstruosa de roca hasta una fortaleza ceñida de despeñaderos por todas partes con muros que la rodeaban sobre los precipicios. Allí se dirigieron aprisa, y, mientras escalaban y tropezaban entre los despeñaderos, un búho hembra ululó desde las almenas y echó a volar sobre sus cabezas como un fantasma. A Mivarsh Faz le castañetearon los dientes, pero los demonios se alegraron mucho al superar las rocas y entrar por fin en aquella fortaleza abandonada. Fuera, la noche estaba en calma; pero ardían hogueras en el desierto hacia el este, y vieron encender otras al oeste, y pronto se cerró el círculo de puntos rojos parpadeantes que rodeaba Eshgrar Ogo y los lagos.

-No nos han alcanzado por una hora -dijo Juss-. Y ved cómo nos rodean, tal como rodean con fuego los hombres a un alacrán.

Y lo aseguraron todo y dispusieron la guardia, y durmieron hasta después del alba. Pero Mivarsh no durmió, pues tenía miedo a los hobtruses del Moruna.

La fortaleza de Eshgrar Ogo

Del asedio del señor Córund a la fortaleza

que estaba sobre los lagos de Ogo Morveo,

y de lo que aconteció allí entre los demonios y él,

con un ejemplo de cómo los sutiles de corazón

corren a veces grandes peligros de muerte.

Cuando el señor Córund supo con certeza que tenía encerrados en Eshgrar Ogo a los de Demonlandia, mandó que le sirvieran la cena en su tienda y se hartó de empanadas de ciervo, urogallos y langostas de los lagos. Luego se bebió casi un pellejo de vino thramniano, tinto y dulce, de tal modo que, una hora antes de la medianoche, perdió el habla, y Gro le ayudó a acostarse, y durmió profundamente hasta la mañana siguiente.

Gro velaba en la tienda, con el codo derecho apoyado en la mesa, la mejilla sobre la mano y la mano izquierda extendida hacia delante, jugueteando con los dedos delicados, ora con su gran barba, suave y muy perfumada, ora con el vaso del que bebía de vez en cuando vino claro de Permio. Sus pensamientos, inconstantes como insectos en un jardín en verano, daban vueltas constantes, fijándose ahora en la escena que tenía ante él, la gran masa de su general sumido en el sueño, después en otras escenas separadas por grandes golfos de tiempo, o por leguas fatigosas de caminos arduos. De modo que un momento veía en su fantasía a aquella señora de Carcé que daba la bienvenida a su señor, que volvía triunfador, y a sí mismo coronado quizá por rey de Duendelandia, recién conquistada; y al momento siguiente volvía del futuro al pasado y contemplaba de nuevo la gran despedida en Zajé Zaculo: Gaslark con todo su esplendor, despidiendo desde las escaleras de oro a los tres capitanes y a sus fuerzas sin igual, que acabarían alimentando a los perros y a los cuervos de las colinas de Salapanta; y siempre, como un fondo sombrío que oscurecía su mente, se cernía el vacío abismal, vasto y sin contenido, más allá del círculo que formaban los ejércitos de Córund: la vacuidad ciega y maldita del Moruna.

Con tales imaginaciones, la melancolía se le posó en el alma como un gran pájaro. Las luces vacilaban en sus candeleros, y a Gro se le acabaron cerrando los párpados de puro cansancio sobre sus grandes ojos líquidos; y, demasiado cansado para moverse de su asiento y llegar a su lecho, se dejó caer hacia delante sobre la mesa, apoyando la cabeza sobre los brazos. El brillo rojizo del brasero fue amortiguándose cada vez más sobre las formas delgadas y los rizos negros y brillantes de Gro, y sobre el cuerpo poderoso de Córund, que yacía extendiendo a lo largo del lecho una gran pierna, con bota y espuela, y la otra le caía por el costado y apoyaba el talón en el suelo.

Sólo faltaban dos horas para el mediodía cuando un rayo de sol, que se abrió camino por una abertura entre las colgaduras de la tienda, cayó sobre los párpados de Córund; éste se despertó tan fresco y activo como un joven en una mañana de caza. Despertó a Gro y, dándole una palmada en el hombro, le dijo:

-No haces justicia a una hermosa mañana. Que el diablo me pinte tan negro como el requesón[191]si no es una vergüenza por tu parte; y yo, que tengo sesenta y cuatro años de edad que se cumplen en este día, ya llevo ocupándome de mis asuntos desde que salió el sol.

Gro bostezó, sonrió y se estiró.

-Oh Córund -dijo-, finge una admiración más viva en tus ojos si quieres hacerme creer que has visto salir el sol. Pues creo que tal espectáculo sería tan nuevo e insólito para ti como cualquiera que yo pudiera presentarte en Duendelandia.

-Es verdad -dijo Córund- que rara vez he sido tan poco cortés de sorprender a la señora Aurora en camisón. Y las tres o cuatro veces que me he visto obligado a hacerlo me hicieron ver que es una hora de aires crudos y de nieblas que engendran en el cuerpo humores fríos y oscuros[192]una hora en que la antorcha de la vida arde con menos fuerza. ¡Eh, los de allí dentro! Servidme mi copa de la mañana.

El muchacho llevó dos copas de vino blanco, y, mientras bebían, Córund dijo:

-El licor que sale de la fuente es una bebida liviana y sin gracia, una bebida para pisaverdes débiles de estómago; para lavanderas[193]no para hombres. Lo mismo sucede con la hora del alba: es una hora ingrata y sin sustancia, una hora para dar puñaladas por la espalda y para los traidores a sangre fría. Ah, dejadme a mí el vino -exclamó- y los vicios a pleno día, y las iniquidades de rostro de bronce.

-Pero muchas obras de provecho se hacen a la luz de los búhos -dijo Gro.

-Sí -dijo Córund-, obras oscuras; y en esto, señor mío, todavía soy tu maestro. Vamos, en marcha.

Y, tomando su yelmo y sus armas y ciñéndose su gran manta de pieles de lobo, pues afuera el aire estaba helado y cortante, salió. Gro se envolvió en su manto de pieles, se caló los guantes de piel de cordero, y le siguió.

-Si quieres seguir mi consejo -dijo el señor Gro, mientras contemplaban Eshgrar Ogo, nítido a la luz yerma del sol-, harás a Philpritz el honor, que no dudo que desea mucho, de dejar que sea él con su gente el que dé el primer golpe a esta nuez. Parece dura. Sería una lástima derrochar buena sangre de Brujolandia en el primer ataque, cuando estos viles lacayos están dispuestos a servir para nuestros fines.

Córund gruñó entre su barba, y paseó en silencio junto a Gro, a lo largo de las líneas de su ejército, escudriñando siempre con sus ojos penetrantes los precipicios y los muros de Eshgrar Ogo, hasta que al cabo de una media hora volvió a detenerse ante su tienda, después de dar una vuelta completa a la fortaleza. Entonces dijo:

-Ponedme en esa plaza fuerte, y, aunque sólo tuviera conmigo a cincuenta buenos mozos para defender los muros, la defendería contra diez mil.

Gro calló un rato, y dijo después:

-¿Lo dices con pesar?

-Fríamente, y con pesar -respondió Córund, mirando la fortaleza de frente.

-Entonces ¿no vas a asaltarla?

Córund rió.

-¡Que no voy a asaltarla, dice! Buena sería la chacota que tendrían en Carcé al contarlo entre plato y plato. ¡Que no voy a asaltarla!

-Pero advierte una cosa -dijo Gro, tomándolo del brazo-. Así es como veo yo la cuestión: son pocos, y están encerrados en un lugar estrecho, en esta tierra lejana, fuera del alcance y de la esperanza de socorro alguno. Aunque fueran diablos y no hombres, la multitud de nuestros ejércitos y tus propias virtudes probadas deben amilanarlos. Por inexpugnable que sea el lugar, no dudes que su seguridad quedará emponzoñada por algunas dudas. Por lo tanto, antes de arriesgarte a un asalto que disipe sus dudas cuando lo rechacen, aprovecha tu ventaja. Convoca a Juss para parlamentar. Ofrécele condiciones, no importa cuáles. Convéncelos de que salgan a campo abierto.

-Lindo designio -dijo Córund-. Te ganarás la corona de la sabiduría si eres capaz de decirme qué condiciones podemos ofrecer para que las acepten. Y, mientras resuelves este acertijo, recuerda que, aunque tú y yo mandamos por aquí, hay otro que es rey en Carcé.

El señor Gro se rió suavemente.

-Déjate de chanzas -dijo-, oh Córund, y no pretendas hacerme creer que eres tan ingenuo en la política. ¿Nos culpará el rey si prometemos a Juss renunciar a Demonlandia, y a todo el mundo, si es preciso, para hacerle salir? A no ser que fuéramos tan negligentes de nuestros intereses que le permitiésemos escapar de nuestras manos cuando hubiera salido.

-Gro -dijo Córund-, te estimo. Pero tú no puedes entender las cosas como las entiendo yo, que he pasado toda la vida entre cuchilladas dadas y recibidas a campo abierto. No dejé de tomar parte en la notable traición que hiciste a aquellos pobres gusanos de Duendelandia que atrapamos en Orpish. Todo es lícito contra esta morralla. Además, estábamos muy apurados, y a un saco vacío le resulta difícil mantenerse erguido. Pero la cuestión presente es muy distinta. Aquí lo hemos ganado todo, y sólo nos falta coger la manzana; mi máxima ambición es, precisamente, humillar a estos demonios abiertamente, con el terror de mi espada, por lo tanto, no usaré contra ellos de falsías ni de embarazos[194]ni de ninguna de tus

mañas diabólicas, que me traerían más oprobio que gloria a los ojos de los que las supieran más tarde.

Dicho esto, dio órdenes y mandó a un heraldo que se llegase bajo las almenas con una bandera de paz. Y el heraldo dijo a grandes voces:

-De Córund de Brujolandia a los señores de Demonlandia. Esto dice el señor Córund: «Tengo sujeta esta fortaleza de Eshgrar Ogo como una nuez en el cascanueces. Bajad para hablar conmigo en el llano que hay ante la fortaleza, y os juro paz y seguros mientras parlamentamos, y empeño en ella mi honor de guerrero».

Así, cuando se llevaron a cabo las ceremonias propias de estos casos, el señor Juss bajó de Eshgrar Ogo, y con él los señores Spitfire y Brándoch Dahá, con veinte hombres como guardia de corps. Córund acudió a reunirse con ellos rodeado de su guardia, y de sus cuatro hijos que habían viajado con él a Duendelandia, a saber: Hacmon, Heming, Viglus y Dormanes; jóvenes morenos y taciturnos, agradables de ver, algo menos fieros que su padre. Gro, hermoso de ver y esbelto como un caballo de carreras, iba a su lado, embozado hasta las orejas en un manto de armiño; y detrás de él iba Philpritz Faz, con un yelmo alado de hierro y oro. Philpritz llevaba coselete dorado y calzas de piel de pantera, y se escurría tras los pasos de Córund como se escurre el chacal tras el león.

Cuando se reunieron, habló Juss y dijo:

-Querría saber, ante todo, mi señor Córund, cómo has venido aquí y por qué, y con qué derecho nos disputas los caminos que salen de Duendelandia hacia el oriente.

-No tengo que responderte sobre ello -respondió Córund, apoyándose en su lanza-. Pero lo haré. ¿Cómo he venido? Te respondo: cruzando la fría pared montañosa de Akra Skabranth. Y es una hazaña que no tiene igual en la memoria de los hombres hasta ahora, con fuerzas tan numerosas y en tan breve espacio de tiempo.

-Bueno está -dijo Juss-. Concedo que has logrado más que lo que esperaba yo de ti.

-Me preguntas también el porqué -dijo Córund-. Que te baste saber que el rey tuvo noticia de tu viaje a Duendelandia y de tus propósitos en ella. He venido para malograrlos.

-Se bebieron muchos firkins de vino en Carcé -dijo Hacmon-, y muchos nobles perdieron el sentido y vomitaron en el suelo hasta el alba de puro gusto cuando fue arrebatado el maldito Goldry. No quisimos que estos brindis hubieran sido en vano.

-¿Fue eso antes de que cabalgases desde Permio?-dijo el señor Brándoch Dahá-. Si no me traiciona la memoria, el alegre dios se puso de nuestro lado aquella noche.

-Me preguntas, por último, señor Juss -dijo Córund-, con qué derecho os impido el paso hacia oriente. Pues has de saber que no te hablo en mi nombre, sino como enviado en la ancha Duendelandia de nuestro señor Gorice XII, rey de reyes, muy glorioso y muy grande. No os queda otra salida de este lugar si no es cayendo en el rigor de mis manos. Por lo tanto, como es propio de hombres grandes, aceptad condiciones honorables. Y esto te ofrezco, oh Juss: rinde esta fortaleza de Eshgrar Ogo, y con ella tu palabra, en un documento sellado por tu mano en el que reconozcas al rey nuestro señor por rey de Demonlandia, y os deis por súbditos suyos con toda paz y obediencia, tal como lo somos nosotros. Y yo te juraré por mi parte, y en nombre del rey nuestro señor, y te daré rehenes sobre ello, que saldréis en paz hacia donde queráis, con amor y con seguro[195]

El señor Juss le dirigió una mirada feroz.

-Oh Córund -dijo-, no entendemos tus palabras más que entendemos el viento sin sentido. Muchas veces ha habido plata gris en el fuego que arde entre nosotros y vosotros los de Brujolandia; pues la casa de Gorice siempre fue de la naturaleza del sucio sapo, que no soporta el dulce olor de la parra cuando florece. Así, nos quedaremos de momento en esta plaza y renunciaremos a tus ofertas injuriosas.

-Te he hecho esta oferta honradamente y de todo corazón -dijo Córund-; si la rechazas, no soy tu lacayo para repetirla.

-Está escrita y sellada -dijo Gro-, y sólo le falta la firma de tu mano, mi señor Juss.

Y, dicho esto, hizo una señal a Philpritz Faz, que se acercó al señor Juss con un pergamino. Juss rechazó el pergamino, diciendo:

-Basta, ya tenéis vuestra respuesta.

Y se estaba volviendo cuando Philpritz, inclinándose hacia delante de pronto, le tiró una gran puñalada bajo las costillas[196]con una daga que se había sacado de la manga. Pero Juss llevaba una cota de malla secreta que rechazó la daga. Con todo, la fuerza del golpe le hizo vacilar.

Entonces Spitfire empuñó su espada, y con él los demás demonios, pero Juss gritó a grandes voces que no serían ellos los que violasen la tregua, sin que antes les dijese Córund lo que quería hacer. Y Córund dijo:

-¿Me oyes, Juss? No he tenido arte ni parte en esto.

Brándoch Dahá contrajo el labio superior y dijo:

-Es lo que cabía esperar. Es extraño, oh Juss, que extiendas tu mano a estos sucios perros sin llevar en ella un látigo.

-Cuando estos golpes no atinan, fracasan por poco -dijo Gro en voz baja al oído de Córund, y se arrebujó en su manto, contemplando a los demonios con burla disimulada.

Pero Córund dijo, con la cara roja de ira:

-¿Es ésta tu respuesta, oh Juss? -y, cuando Juss dijo: «Es nuestra respuesta, oh Córund», Córund repuso violentamente: -Entonces, te doy guerra roja; y esto con ella como prueba de nuestro honor.

Y puso las manos en Philpritz Faz y con sus propias manos le cortó la cabeza ante los ojos de ambos ejércitos. Luego, dijo a grandes voces:

-De manera tan sangrienta como he vengado el honor de Brujolandia en este Philpritz, así lo vengaré en todos vosotros antes de que levante el campo de mis ejércitos de estos lagos de Ogo Morveo.

Y los demonios subieron a la fortaleza, y Gro y Córund volvieron a sus tiendas.

-Estuvo bien pensado -dijo Gro- aquello de desplegar la bandera de la honradez aparente, librándonos de paso de aquel sujeto que parecía que iba a tener como una espina clavada en nuestro dominio sobre Duendelandia.

Córund no le respondió palabra.

En aquella misma hora, Córund reunió a su gente y asaltó Eshgrar Ogo, poniendo en vanguardia[197]a los de Duendelandia. Nada consiguieron. Muchas docenas de ellos quedaron muertos aquella noche bajo los muros; y las sucias bestias del desierto devoraron sus cuerpos a la luz de la luna[198]

A la mañana siguiente, el señor Córund envió un heraldo y volvió a convocar a los demonios a un parlamento. Y esta vez sólo habló a Brándoch Dahá, pidiéndole que le entregase a los hermanos Juss y Spitfire, «y, si me los entregas a mi placer, tú y tu gente podréis salir en paz sin condiciones».

-Buena oferta -dijo el señor Brándoch Dahá-, si no es una chanza. Dila en voz alta para que la oiga mi gente.

Córund lo hizo así, y los demonios le oyeron desde los muros de la fortaleza.

El señor Brándoch Dahá se apartó un tanto de Juss y de Spitfire, y de su guardia de corps.

-Escríbemela -dijo-. Pues, aunque yo tenga fe en tu palabra, debo tener tu firma y tu sello para enseñárselos a mis seguidores, antes de que consientan en que haga tal cosa.

-Escribe tú -dijo Córund a Gro-, pues yo no sé de letras sino lo que basta para escribir mi nombre.

Y Gro tomó su tintero y escribió la oferta con letra grande y hermosa.

-Añade los juramentos más temibles que conozcas -dijo Córund, y Gro los escribió, susurrando: «Se burla de nosotros». Pero Córund dijo: «No importa, vale la pena probarlo», y firmó lenta y trabajosamente su nombre bajo el texto, y se lo entregó a Brándoch Dahá. Brándoch Dahá lo leyó con atención y se lo metió en el seno, bajo la cota de malla.

-Esto -dijo- será para mí un recuerdo tuyo. Me recordará -y, al decir esto, puso ojos terribles-, mientras persista en Brujolandia un alma vuestra, que todavía debo enseñar al mundo lo que debe soportar el hombre que osa injuriarme con tal oferta.

-Eres un sujeto muy estirado -le respondió Córund-. Es admirable que te pavonees por el campo de batalla con todos esos atavíos mujeriles. Mira tu escudo: ¿cuántas de esas cuentas relucientes crees que dejaría en él si llegásemos a las manos tú y yo?

-Te lo diré -respondió el señor Brándoch Dahá-. Nunca he ido a la guerra sin volver con cien joyas por cada una que me arrancan del escudo en combate, para volver a adornarlo con los despojos de mis enemigos. Y esto te pido, oh Córund, por tus palabras injuriosas: te reto a un combate singular, aquí y ahora. Y, si me lo niegas, quedarás por cobarde claro y patente.

Córund rió entre su barba, pero se le oscureció algo el ceño.

-Te lo ruego, ¿qué edad crees que tengo? -dijo-. Yo portaba espada cuando tú todavía llevabas pañales. Mira mis ejércitos y la ventaja que llevo sobre ti. Oh, señor mío, mi espada está encantada: no quiere salir de la vaina.

Brándoch Dahá sonrió desdeñosamente, y dijo a Spitfire:

-Mira bien, te lo ruego, a este gran señor de Brujolandia. ¿Cuántos dedos verdaderos tiene un brujo en la mano izquierda?

-Tantos como en la derecha-dijo Spitfire.

-Bien. Y ¿cuántos en ambas?

-Dos menos que un par-dijo Spitfire-, pues son falsos y gallinas hasta la punta de los dedos.

-Muy bien respondido -dijo el señor Brándoch Daba.

-Sois muy agudos -dijo Córund-. Pero vuestras pullas pesadas no me mueven un ápice. Sería muy torpe por mi parte acceder a vuestra oferta cuando la prudencia me mueve a aplastaros con mi poder.

-Antes me matarás con la boca -dijo el señor Brándoch Dahá-. En suma, eres un valiente a la hora de rugir y de jurar; un gran bebedor de vino, pues dicen los hombres que te emborrachas de ordinario todos los días de la semana; pero temo que no osas pelear.

-¿No se te hinchan las narices al oírlo? -dijo Spitfire. Pero Córund se encogió de hombros.

-¡Una higa para vuestros cebos! -respondió-. Nada me obliga a haceros a vosotros los de Demonlandia el favor de despreciar mi ventaja y luchar solo contra un diestro[199]Los zorros viejos no solemos caer en los lazos.

-Eso creí -dijo el señor Brándoch Dahá-. Sin duda, antes criarán pelo las ranas que alguno de vosotros los de Brujolandia ose enfrentarse a mí.

Así terminó el segundo parlamento ante Eshgrar Ogo. Aquel mismo día, Córund volvió a intentar tomar la plaza por asalto, y la batalla fue dura y los de Demonlandia defendieron los muros a duras penas. Pero, al cabo, los hombres de Córund fueron rechazados con gran mortandad. Y cayó la noche, y volvieron a sus tiendas.

-Mi caletre -dijo Gro, cuando se reunieron en consejo al día siguiente- tiene otra invención en la bolsa que nos hará bien, si resulta como es de esperar. Pero dudo mucho que te plazca.

-Bien, dila y te daré mi opinión sobre ello -dijo Córund.

-Ha quedado claro -dijo Gro- que no podemos talar este árbol cortando el tronco. Debemos socavar las raíces. Y para empezar, démosles siete días para que reflexionen, y que vean mañana y tarde a tus ejércitos desde la fortaleza, asediándolos. Luego, cuando se hayan templado algún tanto sus esperanzas con este espectáculo, llámalos a parlamentar, y llégate hasta el mismo muro. Y esta vez dirígete sólo a la tropa, y ofréceles todo tipo de condiciones generosas y liberales que se te ocurran. Poco hay que puedan pedir y nosotros no les podamos conceder a cambio de que nos entreguen a sus capitanes.

-No es de mi gusto -respondió Córund-. Pero puede servir. Tú serás mi portavoz en esto, pues nunca he ido con la gorra en la mano a pedir favores a la plebe y a la hez de la tierra, y tampoco voy a hacerlo ahora.

-Pero debes hacerlo -dijo Gro-. A ti te creerán de buena fe; no tendrían confianza en mí.

-Cierto es -dijo Córund-. Pero no lo soporto. Además, soy muy rudo de palabra.

Gro sonrió.

-El que necesita a un perro -dijo- le llama «señor perro». Vamos, vamos, yo te enseñaré. ¿Acaso no es menor trabajo que pasar meses de fatigas y aburrimiento en este desierto helado? Piensa, además, el gran honor que sería para ti llegar a tu casa de Carcé llevando a Spitfire y a Brándoch Dahá atados con una cuerda.

Tuvo que insistirle mucho, pero Córund consintió en ello al cabo. Durante siete días con sus noches, sus ejércitos estuvieron apostados e inmóviles ante la fortaleza; y al octavo día convocó a los demonios a un parlamento, y, cuando lo concedieron, subió con sus hijos y con veinte guerreros por la gran estribación rocosa que estaba entre los lagos, y se puso ante el muro oriental de la fortaleza. El aire estaba helado y cortante aquel día. Por el suelo flotaban restos de nieve en polvo que había caído levemente, y las rocas estaban resbalosas con una capa invisible de hielo. El señor Gro, que padecía calentura, se disculpó de aquella salida y se quedó en su tienda.

Córund se puso bajo los muros, rodeado de su gente.

-Tengo cuestiones importantes -exclamó-, y es preciso que las oigan los más altos y los más bajos de entré vosotros. Antes de que empiece, reuníos todos en esta parte de los muros: os bastará con un vigía para defender las demás partes de un ataque repentino, que os juro, además, que está muy lejos de mi intento.

Y, cuando estuvieron agrupados todos en el muro sobre su cabeza, empezó a decir:

-Soldados de Demonlandia, nunca he tenido diferencias con vosotros. Ved cómo he hecho florecer como una flor la libertad en esta Duendelandia. He cortado la cabeza a Philpritz Faz, a Illarosh, a Lurmesh, a Gandassa y a Fax Fay Faz, que eran otrora los señores y gobernantes de esta tierra, llenos de pecados sangrientos y escandalosos, de opresión, de gula, de pereza, de crueldad y de rapiñas. Y, por mi clemencia, dejé todas sus posesiones en manos de sus súbditos, para que las detenten y las ordenen según su propia voluntad los mismos que antes llevaban con paciencia y soportaban con gran dolor de sus corazones la tiranía de aquellos Faz, hasta que encontraron en mí un remedio para acrecentar su libertad. Del mismo modo, no os hago la guerra a vosotros, hombres de Demonlandia, sino a los tiranos que os han forzado, para sus intereses privados, a sufrir trabajos y a buscar la muerte en este país remoto. Vengo contra Juss y Spitfire, que vinieron aquí a buscar a su hermano maldito, arrebatado felizmente por el poder del gran rey. Y vengo contra Brándoch Dahá, de insolencia cerril, que vive una vida muelle y descansada, comiendo, bebiendo y ejerciendo la tiranía, mientras las tierras amenas de Krothering, Failze y Stropardon, y los habitantes de las islas Sorbey, Morvey, Strufey, Dalney y Kenarvey, y los de Westmark y los de todas las partes occidentales de Demonlandia suspiran y están flacos para alimentar su disipación. Estos tres sólo os han dirigido para vuestro mal, como ganado que se lleva al matadero. Dejadlos en mis manos para que pueda castigarlos, y yo, que soy el gran virrey de Duendelandia, os haré libres y os daré señoríos: un señorío a todos y cada uno de vosotros en este mi reino de Duendelandia.

Mientras hablaba Córund, el señor Brándoch Dahá se paseaba entre los soldados mandándoles que callaran y no murmurasen contra Córund. Pero a los que estaban más deseosos de entrar en combate les confió un encargo para que preparasen lo que había pensado. Así, cuando el señor Córund terminó su arenga, todo estuvo dispuesto, y los soldados de Juss que estaban sobre el muro exclamaron como un solo hombre:

-¡Esto son tus palabras, oh Córund, y ésta es nuestra respuesta!

Y, diciendo esto, le arrojaron con cubos y bacines y todo tipo de recipientes un diluvio de bazofia, de desechos y de toda manera de suciedades que tuvieron a mano. A Córund le dio en la boca el contenido de un cubo, que le ensució toda la gran barba, y retrocedió escupiendo. Y él y los suyos, que estaban junto a la pared, quedaron vergonzosamente manchados y pringosos de basura y porquerías.

Salieron grandes carcajadas de los muros. Pero Córund exclamó:

-Oh escoria de Demonlandia, éstas son las últimas palabras que os dirijo. Y, aunque deba asediar esta plaza durante diez años, la tomaré por encima de vuestras cabezas. Y al final me encontraréis muy duro, muy poderoso, orgulloso, tirano, cruel y sangriento en la victoria.

-¿Cómo, muchachos? -dijo el señor Brándoch Dahá de pie sobre las almenas-, ¿no hemos echado bastante bazofia a esta bestia para que deje de husmear y gruñir a nuestra puerta? Dadme otro cubo.

Así, los brujos regresaron a sus tiendas con gran vergüenza. Córund estaba tan ardiente de ira contra los demonios, que no se detuvo a comer ni a beber al bajar de Eshgrar Ogo, sino que reunió sus fuerzas inmediatamente y dirigió un ataque a la fortaleza, el más poderoso que había intentado hasta entonces; y fueron en él sus hombres selectos de Brujolandia, y él mismo en cabeza. Enfurecidos, se abrieron camino tres veces hasta el interior de la fortaleza, pero todos los que pusieron allí el pie fueron muertos, y el hijo menor de Córund, Dormanes, fue herido de muerte. En aquel combate cayeron ciento ochenta demonios, quinientos duendes y trescientos noventa y nueve brujos. Y hubo muchos heridos en ambos bandos.

Córund tenía la ira en el ceño como un trueno a la hora de cenar. Comió la cena de manera salvaje, arrojándose a la boca grandes bocados, mascando los huesos como una bestia y tomando grandes tragos de vino a cada bocado, pero éste no disipaba su mal humor. Gro estaba sentado en silencio frente a él, temblando de vez en cuando, a pesar de que seguía envuelto en su manto de armiño y de que tenía a su lado el brasero. Cenó mezquinamente, bebiendo vino calentado con especias y mojando en él trozos de pan.

Así, en silencio, transcurría aquella cena sin alegría ni amor, hasta que el señor Córund, dirigiendo la vista de pronto a Gro por encima de la mesa y estudiándolo mirándole a los ojos, dijo:

-Fue tu buena estrella la que brilló sobre ti y te mandó aquella calentura para que no vinieses conmigo a empaparte de porquerías ante la fortaleza.

-¿Quién soñara -respondió Gro- que usaran de una treta tan baja y vergonzosa?

-Juraré que tú no -dijo Córund, mirándolo con malignidad y sorprendiendo, a su parecer, una luz que brillaba en los ojos de Gro. Gro volvió a temblar, bebió vino y hurtó incómodo la mirada a aquellos ojos hostiles.

Córund bebió en silencio durante un rato; después, se puso de pronto de un color rojo más profundo y se inclinó pesadamente sobre la mesa hacia él, diciendo:

-¿Sabes por qué he dicho «tú no»?

-Ha estado de más con tu amigo -dijo Gro.

-Lo he dicho -dijo Córund- porque sé que era otra cosa la que buscabas cuando te quedaste aquí atrás, fingiendo una enfermedad.

-¿Otra cosa?

-No te quedes allí sentado como una damisela boquilinda, fingiendo una inocencia que todos sabemos que no tienes -dijo Córund-, o te mato. Maquinaste mi muerte con los demonios. Y, como no tienes una hebra de honor en el alma, no advertiste que su nobleza les impediría la traición que acariciaba tu esperanza.

-Como chanza, no me mueve a risa -dijo Gro-; si es que no son los delirios de un loco.

-Perro disimulado -dijo Córund-, no dudes que no me parece menos culpable el que sujeta la escala que el que sube a la muralla. Tu designio era que nos atacasen por sorpresa cuando subiésemos hasta ellos con la oferta que me propusiste con tanto ardor.

Gro hizo ademán de levantarse.

-¡Siéntate! -dijo Córund-. Responde: ¿no persuadiste a aquel pobre patoso de Philpritz de que intentase matar a Juss?

-Él se me ofreció -dijo Gro.

-Oh, qué astuto eres -dijo Córund-. También veo en esto tu alevosía. Si hubieran caído sobre nosotros, podías haberles pedido clemencia con toda seguridad.

-Son necedades -dijo Gro-. Nosotros éramos mucho más fuertes.

-Así es -dijo Córund-. ¿Cuándo vi en ti sabiduría y buen juicio? En cuanto a traiciones, sé que estás impregnado de ellas.

-¿Eres mi amigo? -dijo Gro.

Córund calló un rato, y dijo después:

-Sé desde hace mucho tiempo que eres un zorro sutil y disimulado, y ahora no oso fiarme más de ti, por miedo a caer más en tus peligros. Estoy decidido a matarte.

Gro volvió a caer sobre su asiento y extendió los brazos.

-Yo he estado antes por aquí -dijo-. He visto esta tierra a la luz de la luna y al resplandor desnudo del día; con buen tiempo y con nieve y granizo, con los fuertes vientos embistiendo sobre los yermos. Y supe que estaba maldita. En Morna Moruna, antes de que naciésemos tú o yo, oh Córund, o ninguno de nosotros, nacieron la traición y la crueldad, más negras que la noche, y trajeron la muerte al que las engendró y a toda su gente. De Morna Moruna sopla este viento sobre el yermo, para disipar nuestro amor y para traernos la destrucción. Sí, mátame; no me defenderé ni en lo más mínimo.

-Poco importa, goblin -dijo Córund-, que te defiendas o no. No eres más que un piojo entre mis dedos al que puedo matar o dejar libre a voluntad.

-Yo fui criado del rey Gaslark -dijo Gro, como entre sueños-, y le serví casi quince años, de muchacho y de hombre, con fidelidad y con trabajos. Pero mi suerte, en todo aquel tiempo y al final del mismo, sólo me deparó la barba en el rostro y los remordimientos en el corazón. ¿Con qué fin execrable tuve que intrigar contra él? Fue por lástima de Brujolandia, de Brujolandia, que caía por entonces en el pozo de la fortuna adversa; eso fue lo que me movió. Y serví bien a Brujolandia; pero el destino siempre luchó del otro bando. Fui yo quien aconsejé al rey Gorice XI que se retirara del combate en Kartadza. Pero Fortuna, caprichosa, puso el pie en la balanza y la desvió hacia Demonlandia. Le rogué que no luchara contra Goldry en las islas de Foliot. Tú me secundaste. Sólo me respondió con desprecios y amenazas de muerte; pero cayeron males sobre Brujolandia porque se despreciaron mis consejos. Ayudé al rey nuestro señor cuando conjuró y despachó un enviado contra los demonios. Gracias a ello, tuve su amor y su apoyo; pero, por eso mismo, fui objeto de grandes envidias en Carcé. Mas lo soporté, pues tu amistad y la de tu señora esposa eran como fuegos vivos que me calentaban de todas las heladas de su mala voluntad. Y ahora, por tu amistad, he viajado contigo hasta Duendelandia. Y este lugar junto al Moruna, por donde viajé en días pasados entre peligros y tristeza, es apropiado para que contemple en toda su extensión el vacío de mi vida.

Con esto, Gro quedó en silencio durante un rato, y luego empezó a decir:

-Oh Córund, desnudaré mi alma ante ti antes de que me mates. Es muy cierto que, hasta ahora, acampados ante Eshgrar Ogo, mi corazón ha advertido la gran ventaja que teníamos sobre los demonios, y lo gloriosa que era su defensa, con tan pocas fuerzas contra tantos de nosotros, y la muy gloriosa hazaña que realizaban al rechazarnos; estas cosas daban esplendor a mi alma al contemplarlas. Toda mi vida he advertido este brillo cuando contemplo a grandes hombres que luchan con firmeza bajo los golpes de la fortuna adversa; tanto es así, que, aunque sean enemigos míos, no soy capaz de negarles mi admiración, ni casi mi estima. Pero nunca he sido falso contigo, ni mucho menos he pensado en urdir tu destrucción, de lo que tú me acusas muy injustamente.

-Pides que te perdone la vida con lloriqueos de mujer -dijo Córund-. Los perros cobardes nunca me movieron a piedad.

Pero no se movió; se limitó a contemplar a Gro con severidad. Gro sacó su propia espada y se la tendió a Córund sobre la mesa, con el puño por delante.

-Estas palabras son peores que cuchilladas entre nosotros dos -dijo-. Verás cómo doy la bienvenida a la muerte. El rey te alabará cuando le expliques la causa. Y la noticia sonará con dulzura en los oídos de Corinius y de todos los que me han odiado, cuando sepan que perdí tu amor y que te libraste de mí por fin.

Pero Córund no se movió. Al cabo de un tiempo, llenó otra copa, bebió y siguió sentado. Y Gro seguía sentado e inmóvil ante él. Al cabo, Córund se alzó pesadamente de su asiento y rechazó la espada de Gro sobre la mesa, diciendo:

-Será mejor que te acuestes. Pero el aire de la noche es muy fresco para tu calentura. Duerme esta noche en mi lecho.

El día amaneció frío y gris, y, con la aurora, Córund ordenó sus líneas alrededor de Eshgrar Ogo y se dispuso para un asedio largo. Estuvo acampado diez días ante la fortaleza, y nada sucedía del alba al anochecer, del anochecer al alba; tan sólo que los centinelas paseaban sobre los muros y que los hombres de Córund vigilaban sus líneas. El día undécimo llegó un banco de niebla que flotaba hacia el oeste, procedente del Moruna, húmedo y helado, y borró los rasgos de la tierra. Cayó nieve, y la niebla seguía flotando sobre la tierra, y llegó la noche con tal oscuridad cerrada, que los hombres no eran capaces de verse la mano al extender el brazo, ni siquiera a la luz de una antorcha. Pasaron cinco días, y la niebla persistía. La quinta noche, a veinticuatro de noviembre, en la oscuridad de la tercera hora después de medianoche, sonó el toque de alarma, y un corredor llegó del norte y dio a Córund el mensaje de que los de Eshgrar Ogo habían hecho una salida y habían roto las líneas en aquel punto, y se luchaba en la oscuridad. Apenas se había armado Córund y había salido a la noche, cuando llegó a toda prisa un segundo corredor que venía del sur con nuevas de un gran combate en aquella parte. Todo era confuso en la oscuridad, y no se sabía nada de seguro, salvo que los demonios habían salido de Eshgrar Ogo. Al cabo de un tiempo, cuando llegó Córund con su gente al frente norte y entraron en combate, llegó un mensaje de su hijo Heming diciendo que Spitfire y algunos con él habían salido por el frente opuesto y se habían escapado hacia el oeste, y que una gran fuerza los perseguía haciéndoles retirarse hacia Duendelandia Exterior; y que más de cien demonios estaban rodeados y reducidos junto a la orilla de los lagos, y que las gentes de Córund habían entrado en la fortaleza y la habían tomado; pero no había nuevas ciertas de Juss ni de Brándoch Dahá, salvo que no estaban en la compañía de Spitfire, sino con los que habían salido hacia el norte y con los que Córund se había enfrentado en persona. Así siguió la batalla durante toda la noche. El mismo

Córund llegó a ver a Juss, y se intercambiaron tiros de jabalina cuando se levantó algo la niebla hacia el alba, y un hijo suyo vio a Brándoch Dahá en aquella misma parte, y se llevó una gran herida a sus manos.

Cuando pasó la noche y los brujos regresaron de la persecución, Córund interrogó estrechamente a sus oficiales y recorrió en persona el campo de batalla escuchando el relato de cada soldado y viendo los muertos. Todos los demonios que habían quedado rodeados junto a los lagos habían perdido la vida, y se habían recogido algunos muertos en otras partes, y unos pocos prisioneros vivos. Los oficiales querían mandarlos matar, pero Córund dijo:

-Como estoy por rey en Duendelandia hasta que el rey mande otra cosa, no serán este puñado de pulgas de arena los que amenacen mi seguridad aquí; y bien puedo hacerles merced de sus vidas, pues han luchado contra nosotros con valor.

Y los dejó ir en paz. Y dijo a Gro:

-No me importaría que por cada demonio muerto en Ogo Morveo surgieran otros diez contra nosotros con tal de que hubieran caído Juss y Brándoch Dahá.

-Te apoyaré si anuncias que han muerto -dijo Gro-. Y, si se han dirigido al Moruna con otros dos o tres, es muy posible que sea verdad antes de que lleguemos a Carcé para contarlo.

-¡Bah! -dijo Córund-, al diablo con esas plumas falsas. Lo hecho ya parece bien sin ellos: Duendelandia conquistada, el ejército de Juss hecho picadillo, Brándoch Dahá y él mismo perseguidos como esclavos fugitivos hasta la Moruna. Y una vez allí, si los diablos los descuartizan, harán realidad mi mayor deseo. Y si no es así, oirás hablar de ellos, no lo dudes. ¿Crees que ésos pueden sobrevivir en la tierra sin formar un estrépito que se oiga de aquí a Carcé?

El Koshtra Pivrarcha

De la llegada de los señores de Demonlandia a Morna Moruna,

desde donde contemplaron las montañas zimiamvianas,

que también viera Gro en años pasados;

y de las maravillas qué vieron y de los peligros que corrieron

y de sus obras en su ascensión al Koshtra Pivrarcha,

que es la única montaña de la tierra que domina el Koshtra Belom;

y nadie puede ascender al Koshtra Belom

sin haberlo contemplado desde arriba.

Digamos ahora del señor Juss y del señor Brándoch Dahá que se vieron separados de su gente entre la niebla, y completamente incapaces de encontrarlos, y, cuando murió el último sonido de la batalla, limpiaron sus espadas ensangrentadas y partieron hacia el este con gran prisa. De todos sus seguidores, sólo quedaba Mivarsh. Tenía los labios algo contraídos, enseñando los dientes, pero caminaba con orgullo, como camina hacia su destrucción el que está dispuesto a morir. Viajaron día tras día, con buen tiempo a veces, otras con niebla o aguanieve, sobre el desierto sin cambios, sin accidentes, salvo un río pequeño y perezoso aquí, una elevación del terreno allá, o una charca, o un grupo de rocas: cosas pequeñas que se perdían de vista entre el yermo antes de haberlas dejado atrás en media milla. Así, cada día era como el de ayer, y daba paso a un mañana igual al hoy. Y siempre les pisaba los talones el temor, y se sentaba a su lado mientras dormían: un sonido metálico de alas que se oía por encima del viento; un susurro amenazador que se cernía en la luz del sol, y ruidos como dientes que castañetean que salían del vacío de la oscuridad. Así llegaron el día vigésimo al Morna Moruna, y se encontraron en el crepúsculo triste junto al castillo pequeño y redondo, silencioso en el risco de Omprenne.

Los precipicios caían a pico a sus pies. En aquel borde helado del Moruna, como si fuera el límite del mundo, parecía extraño mirar al sur sobre una región en verano, y respirar leves aires de verano que surgían de los árboles en flor y de las montañas vestidas de flores. En lo profundo, una alfombra de enormes copas de árboles vestía una gran extensión de tierra, por la cual se percibía, aquí y allá, un recodo de plata entre el bosque: el Bhavinan, que llevaba las aguas de mil rincones secretos de la montaña hasta un mar desconocido. Más allá del río, los bosques espesos, azules por la distancia, se hinchaban para formar colinas plumosas, dominadas por algunas alturas más elevadas y de perfiles más angulosos que estaban envueltas en nubes tras ellas. Los demonios se forzaron la vista intentando penetrar la cortina de misterio que había detrás y por encima de aquellas estribaciones; pero los grandes picos, como grandes señoras, se ocultaban a su mirada curiosa, y no tuvieron atisbo alguno de las nieves.

Sin duda, estar en el Morna Moruna era estar en la cámara mortuoria de alguien que había sido hermoso en sus días. En las paredes había restos de fuego. La hermosa galería de madera vista tallada que corría sobre el salón principal estaba quemada y derruida en parte; los extremos ennegrecidos de las vigas que la sustentaban asomaban ciegamente por la brecha. Entre la ruina de sillas y bancos tallados, rotos y carcomidos, se pudrían algunos jirones de tapices con figuras, que ahora servían de casa a los escarabajos y a las arañas. Manchas de color, líneas desvaídas, mohosas y húmedas con la descomposición de doscientos años, persistían para servir de recuerdo, como el esqueleto momificado de la hija de un rey muerta en su mejor edad hace mucho tiempo, de pinturas agradables y hermosas en las paredes. Los demonios y Mivarsh pararon cinco días con sus noches en el Morna Moruna, tan habituados a los prodigios, que acabaron advirtiéndolos tan poco como advierten los hombres las golondrinas en sus ventanas. Se veían llamas en la noche tranquila, y formas voladoras oscuras en el aire iluminado por la luna; y en las noches sin luna ni estrellas se oían quejidos y voces burlonas; aparecían portentos junto a sus lechos, y jinetes por el cielo, y dedos invisibles que tiraban de Juss cuando salía a explorar la noche.

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