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La serpiente Uroboros, por Eric Rucker Eddison (página 8)



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Las nubes y la niebla siempre se cernían sobre el sur, y sólo se advertían las estribaciones de las grandes cordilleras más allá de Bhavinan. Pero, al atardecer del sexto día antes de Navidad, pues es a diecinueve de diciembre cuando Betelgeuse está en el meridiano a medianoche, sopló un viento del noroeste con intervalos de aguanieve y de sol. Caía el día mientras observaban desde el precipicio. Toda la región de bosques estaba azul con sombras de la noche que se acercaba: el río tenía el color de la plata empañada; las alturas boscosas lejanas mezclaban sus perfiles con las columnas y los bancos de vapores turbulentos azules oscuros que se precipitaban en su paso interminable a través de la atmósfera

superior. De pronto, se abrió un claro entre las nubes y dejó al descubierto un espacio de cielo límpido, macilento y barrido por el viento, por encima de las colinas cubiertas de bosques. Sin duda, Juss contuvo la respiración en aquel momento, al ver a aquellas inmortales que brillaban rodeadas del aire transparente, lejanas, vastas y solitarias, como criaturas del cielo inescalable, del viento y del fuego unidos, demasiado puras como para tener parte alguna de los elementos más groseros, la tierra y el agua. Fue como si la luz del atardecer, roja como una rosa, se hubiera cristalizado y las hubieran tallado de este cristal, para que perduraran eternas, fuertes e inalterables entre la confusión de las nieblas terrenales que tenían por debajo y el cielo tumultuoso que tenían por encima. El claro se agrandó hacia el este y hacia el oeste, abriéndose a más picos y a más nubes encendidas por la puesta del sol. Y un arco iris que se tendía hacia el sur era como una espada de gloria que cruzaba aquella vista.

Inmóviles, como halcones vigilantes desde aquel punto de vista elevado, Juss y Brándoch Dahá contemplaron las montañas de su deseo.

Juss habló con voz vacilante, como el que habla entre sueños.

-El dulce olor, este viento racheado, la piedra misma que pisas: ya los conozco. No ha pasado una noche desde que zarpamos de Lookinghaven sin que yo contemple entre sueños estas montañas y conozca sus nombres.

-¿Quién te dijo sus nombres? -preguntó el señor Brándoch Dahá.

-Mi sueño -respondió Juss-. Y lo soñé por primera vez en mi propia cama en Galing, cuando llegué a mi casa después de ser tu huésped en junio pasado. Y los sueños que se sueñan en esa cama son verdaderos. -Y añadió-: ¿Ves dónde se abren las estribaciones para formar un valle oscuro que se adentra profundamente en la cordillera, y dónde quedan desnudas a la vista las montañas, desde sus pies hasta sus cúspides? Advierte allí donde, más allá de la primera cordillera, se alzan precipicios de rostro oscuro, con grandes corredores de nieve como telarañas, hasta un contrafuerte donde las columnas de roca destacan sobre el cielo. Es el gran risco del Koshtra Pivrarcha, y la más alta de las agujas es su cumbre secreta.

Mientras hablaba, seguía con la vista la línea del risco oriental, donde las columnas, como dioses oscuros que bajaban del cielo, caían hasta un parapeto que transcurría horizontalmente sobre una cortina de nieve estriada por los aludes. Quedó callado mientras dirigía la mirada sobre el pico gemelo, que, al este del claro entre las nubes, llameaba hacia el cielo en precipicios abruptos hasta una cúspide nevada y airosa, de líneas suaves como la mejilla de una doncella, más pura que el rocío, más encantadora que un sueño.

Mientras miraban, los fuegos de la puesta del sol murieron sobre las montañas, dejando sólo tintes pálidos de muerte y de silencio.

-Si tu sueño te hiciera bajar este risco -dijo el señor Brándoch Dahá-, te llevase por encima del Bhavinan, a través de esos bosques y colinas, y te subiera todas esas leguas de hielo y de roca helada que están entre nosotros y el risco principal, y de ahí por el buen camino hasta las nieves más altas del Koshtra Belorn, entonces sí que sería todo un sueño.

-Sólo me enseñó a llegar hasta las rocas más bajas del gran contrafuerte norte del Koshtra Pivrarcha -dijo Juss-, que debe escalar primero el que quiere subir al Koshtra Belorn. Pero más allá de aquellas rocas no ha escalado nadie, ni siquiera un sueño. Antes de que se vaya la luz, te enseñaré nuestro paso sobre la primera cordillera.

Señaló por dónde se deslizaba un glaciar entre paredes sombrías, bajando de un campo de nieve accidentado que subía con gran pendiente hasta un paso.

Tenia al este dos picos blancos, y al oeste una montaña empinada por el frente y extensa por la espalda, como una ciudadela, baja y oscura bajo el perfil abrupto de Koshtra Pivrarcha, que se cernía en el aire tras ella.

-El valle de Zía -dijo Juss-, que llega hasta Bhavinan. Por allí está nuestro camino: bajo aquel bastión oscuro que los dioses llaman Tetrachnampf.

Al día siguiente, el señor Brándoch Dahá se dirigió a Mivarsh Faz y le dijo:

-Es preciso que salgamos en este día del risco de Omprenne. No quisiera dejarte en el Moruna por nada, pero bajar esta pared no es un paseo. ¿Eres escalador?

-Nací en el alto valle de Perarshyn -respondió él-,junto a las primeras aguas del Beirun, en Duendelandia. Allí, los niños saben escalar rocas casi antes de aprender a gatear. Esta escalada no me da miedo, ni tampoco aquellas montañas. Pero la tierra es desconocida y espantable, y la habitan muchos seres odiosos, fantasmas y devoradores de hombres. Oh diablos de allende el mar y amigos míos, ¿no basta? Volvamos atrás, y, si los dioses nos salvan la vida, seremos famosos para siempre por haber entrado en el Morna Moruna y haber regresado con vida.

Pero Juss respondió y dijo:

-Oh Mivarsh Faz, has de saber que no hemos venido a este viaje para ganar fama. Nuestra grandeza ya da sombra a todo el mundo, como un gran cedro que extiende su sombra en un jardín; y esta empresa, por temible que sea, sólo engrandecerá nuestra sombra como tú puedes engrandecer estos bosques de Bhavinan plantando en ellos un árbol más. Pero es el caso que el gran rey de Brujolandia, que practicaba, en la oscuridad de su palacio real de Carcé, tales artes de necromancia y de enviados mágicos como no habían afligido el mundo jamás hasta ahora, envió un ser maligno para que se llevase a mi hermano, Goldry Bluszco, que me es tan querido como mi propia alma. Y Ellos, los que viven en lo secreto, me enviaron un mensaje por medio de un sueño, haciéndome saber que, si quería tener noticias de mi querido hermano, debía preguntar por él en Koshtra Belorn. Por tanto, oh Mivarsh, ven con nosotros si quieres, pero, si no quieres, sigue tu camino en buena hora. Pues sólo mi muerte me impedirá dirigirme allí.

Y Mivarsh, considerando que si las manticoras de las montañas lo habían de devorar a él y a aquellos dos señores, todavía sería mejor suerte que soportar solo todas aquellas cosas que había oído que existían en el Moruna, se ciñó la cuerda y, después de encomendarse a la protección de sus dioses, siguió al señor Brándoch Dahá por las laderas descompuestas de roca y de tierra helada, por la cabecera de una hondonada que bajaba por el precipicio.

A pesar de que habían salido muy de mañana, cuando llegó el mediodía todavía estaban en las rocas. Pues el peligro de las rocas desprendidas les hizo dejar el lecho de la hondonada para tomar primero el contrafuerte oriental, y después, cuando éste se volvió demasiado empinado, volvieron a la pared occidental. Y al cabo de una hora o dos, el lecho de la hondonada perdió profundidad y se estrechó hasta desaparecer; desde aquel punto, Brándoch Dahá miró entre sus pies y vio el lugar donde, a una distancia como el largo de varias lanzas, los bloques de piedra lisos se curvaban hacia abajo hasta perderse de vista, y el ojo saltaba en línea recta desde su borde nítido hasta las copas temblorosas de los árboles, que aparecían tan pequeñas como musgos bajo el aire invisible. Allí descansaron un rato; y después, retrocediendo un poco por la hondonada, se abrieron camino hasta la ladera y ganaron peligrosamente otra hondonada al oeste de la primera; y así descendieron al final por un largo depósito de guijarros hasta que descansaron sobre el césped suave al pie de los barrancos.

Crecían a sus pies pequeñas gencianas de montaña; el bosque sin caminos estaba a sus pies como el mar; ante ellos, las montañas supremas del Zía: las vertientes blancas del Islargyn, el dedo oscuro y delgado del Tetrachnampf nam Tshark detrás y por encima del collado del Zía, apuntando al cielo, y, al oeste de éste, el bastión cuadrado de Tetrachnampf nan Tsurm. Las montañas mayores estaban ocultas en su mayoría tras esta cordillera más próxima, pero el Koshtra Belorn seguía cerniéndose sobre el collado. Como una reina que mira desde su alto ventanal, así contemplaba aquellos bosques verdes que dormían a la luz del mediodía; y en su frente tenía la belleza, como una estrella. Detrás de donde estaban ellos, las estribaciones se alzaban en una perspectiva apretada: un montón de contrafuertes masivos, hendidos por barrancos que subían de aquella tierra de hojas y aguas hasta las llanuras ocultas e invernales del Moruna.

Aquella noche durmieron sobre la colina rocosa y bajo las estrellas, y al día siguiente bajaron al bosque, y a la hora del crepúsculo llegaron a un claro junto a las aguas del ancho Bhavinan. El césped era como un almohadón; era un buen lugar para que bailasen en él los elfos. En la orilla opuesta, a no menos de media milla de distancia, llegaban hasta el borde mismo del agua los abedules plateados, elegantes como las ninfas de las montañas, con las ramas brillando en la media luz, con sus reflejos tremolando en las profundidades del anchuroso río. Todavía se demoraba el día en la alta atmósfera, un leve calor que teñía los grandes perfiles de las montañas, y, hacia el oeste, aguas arriba del río, la luna joven se inclinaba sobre los árboles. Al este del claro había una loma cubierta de bosque, no más alto que una casa, que llegaba hasta la orilla del río; y en su ladera se abría una cueva.

-¿Qué te parece? -dijo Juss-. Sin duda no encontraremos lugar mejor que éste para vivir hasta que se derritan las nieves y podamos seguir. Pues, aunque en este valle afortunado siempre sea verano, en las grandes colinas es invierno, y estaríamos locos si intentásemos nuestra empresa antes de la primavera.

-Bueno -dijo Brándoch Dahá-, entonces volvámonos pastores durante un tiempo. Tú me tocarás la flauta, y yo te diré versos que harán pensar a las dríadas que no fueron jamás a la escuela. Y Mivarsh será un dios de patas de cabra que las perseguirá; pues, a decir verdad, ya estoy muy cansado de las mozas del campo. ¡Qué dulce vida! Pero, antes de entrar en ella, piensa una cosa, Juss: el tiempo pasa, y el mundo sigue adelante. ¿Qué pasará en Demonlandia hasta que llegue el verano y volvamos a casa?

-Mi corazón también está pesaroso por mi hermano Spitfire -dijo Juss-. ¡Oh, malhadada tormenta y demora desdichada!

-Dejémonos de lamentaciones inútiles -dijo Brándoch Dahá-. Emprendí este viaje por ti y por tu hermano, y bien sabes que jamás he extendido mi mano hacia algo sin cumplir mi voluntad y tomarlo.

De modo que se asentaron en aquella cueva junto al Bhavinan de profunda corriente, y frente a dicha cueva comieron su banquete del solsticio de invierno, el más extraño que habían comido en todos los días de su vida: no sentados, como solían, en sus sitiales de rubí o de ópalo, sino en laderas cubiertas de musgo donde dormían las margaritas y crecía el tomillo; no iluminados por el carbunclo encantado del gran salón de audiencias de Galing, sino por los rayos cambiantes de un fuego de ramas que no se reflejaba en aquellas columnas coronadas de monstruos que eran la maravilla del mundo, sino en las columnas más poderosas de las hayas dormidas. Y en lugar del cielo fingido de joyas que brillaban con luz propia bajo el palio dorado de Galing, comían bajo el pabellón de una noche encantada de verano, donde se alzaban, cerca del cenit, las grandes estrellas del invierno, Orión, Sirio y Canícula, abandonando sus recorridos conocidos en el cielo del sur a Canopo y a las estrellas extrañas del sur. Cuando hablaban los árboles, no lo hacían con su voz de invierno, de ramas desnudas que crujían, sino con el suspiro de hojas y de escarabajos que zumbaban en el aire fragante. Los arbustos estaban blancos de flores y no de escarcha, y las manchas blancas que había bajo los árboles no eran de nieve, ino de lirios silvestres y de anémonas del bosque que dormían por la noche.

Todas las criaturas del bosque acudieron al banquete, pues no tenían miedo, ya que no habían visto jamás el rostro del hombre. Pequeños monos arborícolas, papagayos, herrerillos, reyezuelos, lémures amables y de ojos redondos, conejos, tejones, marmotas, ardillas moteadas, hurones de los arroyos, cigüeñas, cuervos, avutardas, uombats, y la mona araña con su cría al pecho: todos ellos llegaron a mirar con ojos curiosos a aquellos viajeros. Y no sólo éstos, sino también las bestias feroces del bosque y de la selva: el bisonte salvaje, el lobo, el tigre de garras monstruosas, el oso, el unicornio de ojo ardiente, el elefante, el león y la leona en su majestad, vinieron a contemplarlos a la luz del fuego en aquel claro tranquilo.

-Parece que presidimos la corte en el bosque esta noche -dijo el señor Brándoch Dahá-. Es muy agradable. Pero estáte dispuesto a arrojar algunas teas ardientes entre ellos si es preciso. Es muy posible que algunas de aquellas grandes bestias estén poco versadas en la etiqueta de la corte.

-No hagas tal cosa, por vida mía -respondió Juss-. En toda esta tierra del Bhavinan existe una maldición: a cualquiera, persona o animal, que mate en esta tierra o cometa algún acto violento, le cae encima una maldición que lo destruye al instante y lo borra para siempre de la faz de la tierra. Por eso quité a Mivarsh su arco y sus flechas cuando bajamos del risco de Omprenne, no fuera que matase caza para nosotros y le cayera encima algo peor.

Mivarsh no escuchaba; estaba sentado temblando, mirando fijamente a un cocodrilo que salía pesadamente a la orilla. Y empezó a gritar lleno de terror, exclamando:

-¡Salvadme! ¡Dejadme huir! ¡Dadme mis armas! ¡Una mujer sabia me predijo que moriría devorado por un cocodrilo!

Al oírlo, los animales se retiraron incómodos, y el cocodrilo, con los ojuelos muy abiertos, asustado por los gritos y gestos violentos de Mivarsh, se arrojó al agua con toda la prisa que pudo.

El señor Juss y el señor Brándoch Dahá y Mivarsh Faz vivieron en aquel lugar por espacio de cuatro lunas. No les faltaban alimentos ni bebida, pues los animales del bosque, al ver que eran amistosos, les llevaban parte de sus provisiones. Además, hacia el final del año llegó volando del sur un martinete que se posó en el regazo de Juss y le dijo:

-La gentil reina Sofonisba[200]hija adoptiva de los dioses, ha tenido noticia de vuestra llegada. Y, como sabe que ambos sois hombres de brazos poderosos y de altos corazones, me ha enviado a mí para transmitiros sus saludos.

-Oh pequeño martinete -dijo Juss-, querríamos ver en persona a tu reina para darle las gracias.

-Debéis darle las gracias en el Koshtra Belorn -dijo el pajarillo.

-Así lo haremos -dijo Brándoch Dahá-. Sólo allí nos lleva nuestro pensamiento.

-Vuestra grandeza deberá probar tus palabras -dijo el martinete-. Y has de saber que es más fácil someter por las armas a todo el mundo que ascender a pie dicha montaña.

-Tomaría prestadas tus alas para subir con ellas, si no fueran harto débiles para ello -dijo Brándoch Dalia.

Pero el martinete respondió:

-Ni el águila que vuela hacia el sol puede posarse en el Koshtra Belorn. Ningún pie puede pisarlo, salvo los de aquellos seres benditos a los que dieron licencia los dioses hace mucho tiempo, hasta que lleguen aquellos a quienes esperan los años con paciencia: hombres como los dioses en su belleza y en su poder, que se abrirán camino hasta sus nieves silenciosas por sus propias fuerzas y medios, sin ayuda de artes mágicas.

Brándoch Dahá rió.

-¿Ni el águila? -exclamó-. ¿Y tú sí, pajarillo?

-Nadie que tenga pies -dijo el martinete-. Yo no los tengo.

El señor Brándoch Dahá lo tomó suavemente en su mano y lo alzó en el aire, mirando hacia las tierras altas del sur. Los abedules que se ondeaban junto al Bhavinan no parecían más elegantes que él, ni tampoco parecían más indómitos los despeñaderos de las montañas lejanas.

-Vuela hasta tu reina -dijo-, y dile que hablaste con el señor Juss junto al Bhavinan, y también con el señor Brándoch Dahá, de Demonlandia. Dile que somos los que habían de venir, y que nosotros, con nuestras propias fuerzas y medios, antes de que la primavera se haga verano, subiremos hasta ella en el Koshtra Belorn para darle las gracias por su amable embajada.

Y cuando llegó el mes de abril, y el sol, en su viaje a través de los signos del cielo, estaba a punto de dejar el signo de Aries y entrar en el de Tauro, y el deshielo de las nieves de las altas montañas había henchido a rebosar todos los cauces, llenando el río poderoso de manera que desbordaba sus orillas y fluía veloz como un remolino, el señor Juss dijo:

-Ésta es la estación propicia para cruzar las aguas del Bhavinan y partir para las montañas.

-De buena gana -dijo el señor Brándoch Dahá-. Pero ¿las cruzaremos caminando, nadando o volando? Yo he cruzado nadando muchas veces la ría de Thunder en ambos sentidos para hacer apetito antes de desayunarme, y este río me parece poca cosa, por rauda que sea su corriente. Pero, con nuestras armas y arreos y todas nuestras cosas, es otra cuestión muy diferente.

-¿Nos hemos hecho en balde amigos de los habitantes de este bosque? -dijo Juss-. El cocodrilo nos cruzará el Bhavinan en cuanto se lo pidamos.

-Es un mal pez -dijo Mivarsh-, y no le gusto.

-Entonces, deberás quedarte aquí -dijo Brándoch Dahá-. Pero no temas: iré contigo. El pez nos puede cruzar a los dos de un viaje sin hundirse.

-Una mujer sabia me predijo que sería una de estas serpientes la que me causaría la muerte -respondió Mivarsh-. Pero sea según tu voluntad.

Así que llamaron al cocodrilo con un silbido; y primero cruzó el Bhavinan el señor Juss, montado en la espalda de dicha serpiente con todos sus arreos y sus armas de guerra, y desembarcó varios centenares de pasos más abajo, pues la corriente era muy fuerte; y, después, el cocodrilo volvió a la orilla norte y cruzó al señor Brándoch Dahá y a Mivarsh Faz del mismo modo. Mivarsh puso gesto de valor, pero se subió tan cerca de la cola como pudo, tocando ciertas hierbas de su bolsa que eran buenas contra las serpientes y murmurando súplicas perentorias a sus dioses. Cuando llegaron a la orilla, dieron las gracias al cocodrilo y se despidieron de él, y siguieron rápidamente su camino a través del bosque. Y Mivarsh caminaba ante ellos como hombre recién salido de la cárcel, cantando y chasqueando los dedos.

Durante tres o cuatro días, siguieron una ruta tortuosa entre las estribaciones, y luego pasaron cuarenta días en el valle de Zía, sobre las gargantas. Allí, el valle se abre formando un anfiteatro de suelo llano, y los despeñaderos de piedra caliza se alzan hacia el cielo por todos lados. Al sur, tendido sobre grandes morrenas grises, el glaciar de Zía, con la espalda arrugada como un dragón que ha sobrevivido al caos primigenio, extiende el hocico hacia el valle.

De aquí, de sus cuevas de hielo, sale con estrépito el río joven, arrojando un vapor donde flotan arco iris cuando brilla el sol. El aire sopla cortante desde el glaciar, y las flores y arbustos alpinos se alimentan de la luz del sol.

Aquí hicieron buena provisión de alimentos. Y cada mañana se levantaban antes de la salida del sol, para subir a las montañas y estar seguros de su práctica antes de intentar escalar los picos mayores. Así exploraron todos los contrafuertes del Tetrachnampf y del Islargyn, y estos mismos picos; los picos rocosos de la cordillera Nuanner inferior que dominaban el Bhavinan; los picos nevados al este del Islargyn: Avsek, Kiurmsur, Myrsu, Byrshnargyn y Borch Mehephtharsk, el más alto de la cordillera, por todas sus cumbres; vivieron una semana en las morrenas del glaciar Mehephtharsk sobre el valle alto de Foana, y al oeste del grupo dolomítico de Burdjazashra y la gran pared de Shilack.

Con todo este ejercicio, se les pusieron los músculos como barras de hierro, y eran tan resistentes como los osos de las montañas, y tan seguros de sus pies como las cabras montesas. Así, a nueve de mayo, cruzaron el collado de Zía y acamparon en las rocas bajo la pared sur del Tetrachnampf nam Tshark. El sol se puso como sangre en un cielo sin nubes. A cada lado y delante de ellos se extendían las nieves, azules y silenciosas. El aire de aquellos campos de nieve altos era frío y cortante. A más de una legua al sur, una línea de barrancos negros limitaba la cuenca del glaciar. Sobre aquella pared negra, a doce millas de distancia, se erguían el Koshtra Belom y el Koshtra Pivrarcha sobre un cielo opalino.

Mientras cenaban a la luz que se desvanecía, Juss dijo:

-La pared que ves se llama «la barrera de Emshir». Sobre ella se encuentra el camino recto hacia el Koshtra Pivrarcha pero no es nuestro camino, pues es malo. En primer lugar, esa barrera se ha considerado inescalable hasta ahora, como han descubierto incluso algunos semidioses, los únicos que intentaron superarla.

-No esperaré a que expongas el segundo argumento -dijo Brándoch Dahá-. Te he dado la razón hasta ahora, y ahora me la darás a mí en esto: vendrás mañana conmigo y te enseñaré cómo tú y yo convertimos tales barreras en una nube de humo si se interponen entre nosotros y nuestros fines.

-Si sólo fuera eso -respondió Juss-, no te llevaría la contraria. pero, si seguimos ese camino, no sólo tendremos que habérnoslas con piedras inanimadas. ¿Ves dónde termina al este la barrera sobre aquella pirámide monstruosa de rocas sueltas y de glaciares suspendidos que nos cierra la vista hacia el este? Los hombres lo llaman Menksur, pero en el cielo tiene un nombre más temible: Ela Mantissera, es decir, la Cama de las Manticoras. Oh Brándoch Dahá, escalaré a tu lado los precipicios nunca escalados que quieras, y lucharé a tu lado contra las bestias más espantables que pacieran jamás junto a los ríos del Tártaro[201]Pero sería temerario y descabellado hacer las dos cosas a la vez.

Brándoch Dahá rió y le respondió:

-A nada me recuerdas más, oh Juss, que al gorrión-camello. Decían a dicho animal: «Vuela», y él respondía: «No puedo volar, pues soy un camello». Y cuando le decían: «Lleva la carga», él respondía: «No puedo, pues soy un pájaro».

-¿Tanto quieres porfiar?-dijo Juss.

-Sí -dijo Brándoch Dahá-, si tú te pones tozudo.

-¿Quieres que disputemos? -dijo Juss.

-Ya me conoces -dijo Brándoch Dahá.

-Bueno -dijo Juss-, por cada nueve veces que tus consejos han sido malos, han acertado una vez y nos han salvado, y los míos te han salvado a ti de un mal final. Si nos sucede un mal, quede claro que habrá sido por tu voluntad enfadosa.

Y se envolvieron en los mantos y durmieron.

Al día siguiente se levantaron temprano y partieron hacia el sur a través de las nieves, que estaban duras y quebradizas por la helada de la noche. Ante ellos se hallaban las barreras negras, que parecían estar a la distancia de un tiro de piedra; la luz de las estrellas reducía los tamaños y las distancias, que sólo se apreciaban al caminar, pues caminaban y aquella pared no parecía estar más cerca ni hacerse mayor. Dos y tres veces bajaron a un valle o cruzaron un pliegue elevado del glaciar; hasta que, al salir el día, se encontraron bajo la pared lisa y desnuda, helada y desolada, sin una sola cornisa a la vista lo bastante ancha como para sustentar la nieve, cerrándoles el paso hacia el sur.

Se detuvieron y comieron, y observaron la pared que tenían delante. Y parecía difícil. Buscaron un camino de subida, y encontraron por último un punto donde el glaciar subía más alto, a una milla o menos de la estribación occidental del Ela Mantissera. Allí, el precipicio sólo tenía noventa o cien brazas de altura, aunque parecía harto liso y harto dificultoso; pero era su mejor oportunidad.

Tardaron un tiempo en encontrar asidero en la pared, pero, al cabo, Brándoch Dahá, subido a los hombros de Juss, encontró un asidero que no se veía desde abajo, y con gran trabajo se abrió paso entre la roca hasta un lugar a unas veinte brazas de altura, donde, sentado con seguridad en una cornisa lo bastante amplia para acomodar a seis o siete personas a la vez, subió al señor Juss con la cuerda, y después a Mivarsh. Habían tardado una hora y media en escalar aquel pequeño tramo.

-El contrafuerte nordeste del Ill Stack fue un juego de niños comparado con esto -dijo el señor Juss.

-Hay más por encima -dijo el señor Brándoch Dahá, recostado contra el precipicio, con las manos dobladas tras la cabeza y los pies suspendidos sobre el borde-. Te diré esto al oído, Juss: no volvería a subir el primero este precipicio ni por todas las riquezas de Duendelandia.

-¿Quieres arrepentirte y volver atrás? -dijo Juss.

-Sí, si eres tú el último en bajar -respondió-. De lo contrario, prefiero arriesgarme a lo que tenemos por encima. Si es peor, dame por ateo convencido.

El señor Juss se inclinó hacia fuera, asiéndose a la roca con la mano derecha, observando la pared que tenían a su lado y por encima de ellos. Quedó así un instante, y después se retiró. Tenía apretada la fuerte mandíbula, y le relucieron ferozmente los dientes bajo los bigotes negros, como un relámpago entre el cielo oscuro y el mar en una noche de tempestad. Se le abrieron las aletas de la nariz, como a un caballo de guerra al oír la llamada a la batalla; tenía los ojos como una tea ardiente, y se le endureció todo el cuerpo como una cuerda de arco tendido, mientras tomaba su espada afilada y la hacía raspar y cantar al sacarla de la vaina.

Brándoch Dahá se puso de pie de un salto y sacó su espada, legado de Zeldornius.

-¿Qué sucede? -exclamó-. Tienes un semblante temible. Es el semblante que tenías cuando tomaste el timón y dirigiste nuestras proas hacia el estrecho de Kartadza, y el destino de Demonlandia y el de todo el mundo estuvo en tu mano para bien o para mal.

-Hay poco lugar para manejar la espada -dijo Juss.

Y volvió a mirar hacia el este y hacia la parte superior del precipicio. Brándoch Dahá miró sobre su hombro. Mivarsh tomó su arco y puso una flecha en la cuerda.

-El viento le ha llevado nuestro olor -dijo Brándoch Dahá.

Había poco tiempo para pensar. La bestia se acercaba saltando de un asidero a otro sobre el precipicio vertiginoso, como salta una mona de rama a rama. Tenía forma de león, pero era más grande y más alta; su color era rojo apagado, y le salían púas por la espalda, como las de un puerco espín; su rostro era de hombre, si se pudiera concebir que hubiera un rostro tan espantoso en la especie humana, con ojos saltones, frente estrecha, orejas de elefante, unos mechones repugnantes que podían recordar a una melena de león, mandíbulas enormes y huesudas, y colmillos pardos y manchados de sangre que le asomaban entre los labios cubiertos de cerdas. Se dirigió directamente a la cornisa rocosa, y, mientras ellos se preparaban para recibirla, se izó con un gran impulso hasta la altura de un hombre sobre sus cabezas y saltó sobre su cornisa desde arriba, entre Juss y Brándoch Dahá, antes de que éstos se dieran buena cuenta de su cambio de dirección. Brándoch Dahá le lanzó un gran tajo y le cortó la cola de alacrán; pero ella lanzó un zarpazo al hombro de Juss, derribó a Mivarsh y atacó como un león a Brándoch

Dahá, que perdió pie en la estrecha cornisa de roca y cayó de espaldas un gran trecho, sin tocar la pared del precipicio, hasta la nieve que estaba veinte brazas por debajo.

Al asomarse la bestia, dispuesta a seguirle y acabar con él, Juss la hirió en las partes bajas y en la pata trasera, arrancándole la carne de la pantorrilla, y su espada hizo un sonido metálico al llegar a las garras de bronce de su pata. Y ella se volvió a Juss con un rugido terrible, empinándose sobre las patas traseras como un caballo; y, puesta de pie, era tres cabezas más alta que un hombre alto, y su pecho era tan ancho como el de un oso. El olor fétido de su aliento hizo toser a Juss y flaquear sus sentidos, pero le lanzó un tajo al vientre, un gran golpe en redondo, y se lo abrió de manera que se le salieron las entrañas. volvió a lanzarle un tajo, pero erró el golpe, y su espada dio contra la piedra y se hizo pedazos. De modo que, cuando aquel monstruo pernicioso cayó sobre él rugiendo como mil luchó con él cuerpo a cuerpo, pasando bajo su cuerpo y agarrándolo, y metiéndole los brazos por la herida, para arrancarle las partes vitales si podía. Lo asió tan estrechamente, que no podía alcanzarlo con sus dientes matadores, pero sus garras le arrancaron la carne desde la rodilla izquierda hacia abajo, hasta el hueso del tobillo, y cayó sobre él y lo aplastó sobre la roca, hundiéndole los huesos del pecho. Y Juss, a pesar de su fuerte dolor y padecimiento, y de que estaba casi ahogado por el aliento fétido de la criatura y por el olor hediondo de su sangre y de sus entrañas, que le caían por la cara y por el pecho, aún tuvo fuerzas suficientes para luchar con aquella comedora de hombres horrible y nauseabunda. Y no dejaba de introducirle en el vientre la mano derecha, armada del puño de su espada con un trozo de hoja, cada vez más profundamente, hasta que encontró su corazón y lo tuvo a su merced, y lo partió en dos como un limón, y cortó y destrozó todos los grandes vasos que lo rodeaban hasta que brotó la sangre como un manantial. Y, en sus espasmos mortales, la bestia se hacía un ovillo como un gusano y volvía a enderezarse, y rodó hasta caer de aquella cornisa abajo, gran caída, y quedó tendida junto a Brándoch Dahá (el más feo de los seres terrenales junto al más hermoso), enrojeciendo con su sangre la nieve pura. Y las púas que tenía la bestia en la espalda entraban y salían como el aguijón de una avispa recién muerta, que entra y sale continuamente. No cayó limpiamente sobre la nieve, como había caído Brándoch Dahá por providencia de los cielos, sino que golpeó un borde rocoso cerca del fondo, y éste le destrozó los sesos. Allí quedó tendida entre su sangre, mirando al cielo.

Juss quedó tumbado boca abajo como muerto sobre aquella precaria cornisa rocosa. Mivarsh lo había salvado, asiéndolo del pie y arrastrándolo hasta ponerlo a seguro cuando había caído la bestia. Daba horror verlo, pues estaba cubierto, de la cabeza a los pies, de la sangre de la bestia y de la suya propia. Mivarsh le vendó las heridas y lo colocó tan suavemente como pudo contra la pared del barranco; después, se quedó asomado largo rato para asegurarse de que la bestia estaba verdaderamente muerta.

Cuando hubo mirado fijamente hacia abajo tanto tiempo que le lloraron los ojos del esfuerzo, y vio que la bestia seguía sin moverse, Mivarsh se postró y pronunció en voz alta la súplica siguiente:

-¡oh Shlimphli, Shlamphi y Shebamri, dioses de mi padre y de los padres de mi padre! Tened piedad de vuestro hijo, si, como deseo firmemente, vuestro poder alcanza a esta tierra lejana y prohibida tanto como a Duendelandia, donde vuestro hijo siempre os ha adorado en vuestros lugares sagrados; he enseñado a mis hijos y a mis hijas a venerar vuestros nombres sagrados, y he construido un altar en mi casa, orientado según las estrellas, del modo decretado desde tiempos remotos, y os entregué a mi séptimo hijo, y quería entregaros a mi séptima hija, con toda justicia y mansedumbre según vuestra santa voluntad; pero no pude hacerlo, pues no me enviasteis una séptima hija, sino sólo seis. Por tanto os ruego, invocando vuestros nombres sagrados, que deis fuerza a mi mano para que baje con seguridad a este compañero mío con la cuerda, y luego poder bajar yo de esta roca con seguridad, por mucho que mi compañero sea un diablo y un descreído. Oh, salvadle la vida, salvad la vida de ambos. Pues estoy seguro de que, si no salen vivos éstos, vuestro hijo no regresará jamás, sino que morirá de hambre en esta tierra como un insecto que sólo dura un día.

Así rezó Mivarsh. Y parece que los altos dioses tuvieron piedad de su inocencia al oírle pedir así ayuda a sus falsos ídolos que no podían ayudarle; y parece que no quisieron que aquellos señores de Demonlandia murieran allí de mala manera, jóvenes y sin recibir honores fúnebres ni tener a nadie que cantara sus hazañas. Sea

como fuere, Mivarsh se levantó y ató al señor Juss con la cuerda, anudándola hábilmente bajo los brazos de modo que no se apretase al bajarlo comprimiéndole el pecho y las costillas; y así, con gran trabajo, lo bajó hasta el pie del precipicio. Después bajó Mivarsh mismo por aquella pared peligrosa y, aunque muchas veces pensó que había llegado su última hora, como era buen escalador y lo impulsaba la necesidad, consiguió bajar al fin. Una vez abajo, se puso inmediatamente a cuidar a sus compañeros, que volvieron en sí con grandes quejidos. Pero, cuando el señor Juss volvió en sí, aplicó sus conocimientos de medicina a sí mismo y al señor Brándoch Dahá, de modo que en poco tiempo pudieron ponerse de pie, aunque estaban algo entumecidos y cansados, y sentían náuseas. Y era la tercera hora después del mediodía.

Mientras descansaban, contemplando el punto donde la bestia manticora yacía entre su sangre, Juss habló y dijo:

-Hay que decir de ti, oh Brándoch Dahá, que hoy has hecho lo peor y lo mejor. Lo peor, cuando fuiste tan terco que te empeñaste en emprender esta escalada, que ha estado a punto de acabar contigo y conmigo. Lo mejor, cuando le cortaste la cola. ¿Lo hiciste por designio o por azar?

-Vaya -dijo él-, nunca he sido tan torpe con las manos que tuviese que recurrir a las bravatas. Era lo que tenía más cerca de la espada, y me desagradaba verla menearse. ¿Era cosa de importancia?

-El aguijón de su cola -respondió Juss- bastaba para acabar contigo y conmigo con sólo rozarnos el dedo meñique.

-Hablas como un libro -dijo Brándoch Dahá-. Gracias a eso te reconozco y sé que eres mi noble amigo, ya que estás cubierto de sangre como un búfalo se cubre de barro. No te enfades conmigo si prefiero tenerte a sotavento.

-Si no estás tan hermoso como yo -dijo Juss riendo-, llégate a la bestia y úntate con la sangre de sus vísceras. No, no me burlo: es cosa precisa. Estas bestias no sólo son enemigas de la humanidad, sino que también lo son unas de otras; viven solas, y odian a las demás de su especie, vivas o muertas, de tal modo que para ellas nada

hay más odioso en el mundo que la sangre de su propia especie, cuyo olor, por remoto que sea, aborrecen como aborrece el agua un perro rabioso. Y es un olor persistente. Así, después de este encuentro, estamos muy seguros de ellas.

Aquella noche acamparon al pie de un espolón del Avsek, y salieron al alba hacia el oeste, bajando el largo valle. oyeron todo el día el rugido de las manticoras en las laderas desoladas del Ela Mantissera, que ya no parecía una pirámide, sino una pared con la parte trasera muy prolongada, formando el borde sur de aquel valle. Era mal camino, y ellos estaban algo debilitados. Casi al final del día, llegaron al punto donde, más allá de las laderas orientales del Ela, las aguas blancas del río que seguían confluían ruidosamente con unas aguas negras que bajaban del suroeste. Abajo, el río transcurría hacia el este por un ancho valle que caía a lo lejos hasta profundidades vestidas de árboles. Por encima de la confluencia de las aguas, las rocas encerraban una loma alta y verde, como un resto de un clima más suave que hubiera persistido en una era de destrucción.

-También por aquí anduvo conmigo mi sueño -dijo Juss-.

Y si es un mal vado éste, donde la corriente se disgrega en una docena de cascadas que se bifurcan, un poco por arriba de la confluencia, aun así creo que es nuestro único vado posible.

Así, antes de que les faltase la luz, cruzaron aquel risco peligroso sobre las cascadas y durmieron en la loma verde.

Juss llamó a aquella loma «Monzarzal», en memoria de un zarzal que los despertó cantando a la mañana siguiente, posado en un pequeño espino de montaña que crecía entre las rocas atrofiado por el viento. Aquel canto acogedor tenía un sonido extraño sobre la fría ladera, bajo las alturas malditas del Ela, cerca de los límites de las nieves encantadas que guardan el Koshtra Belorn.

No alcanzaron a ver las altas montañas desde Monzarzal, ni tampoco durante mucho tiempo desde el lecho del valle recto e inclinado por el que transcurrían las aguas negras, que era ahora su ruta. Les cenaban el paso espolones abruptos y contrafuertes. Siguieron por la parte alta de la ladera izquierda, sobre las cascadas, golpeados por el viento que saltaba y embestía entre las peñas, con los oídos saturados del rugido de las aguas, con los ojos llenos del vapor que el viento subía de ellas. Y Mivarsh los seguía. Caminaban en silencio, pues el sendero era empinado, y, con tal viento y tal ruido de torrentes, era preciso gritar con todas las fuerzas para hacerse oír. Aquel valle era muy desolado; tenía un aspecto oscuro y espantable, como el que podía encontrarse en los valles infernales de Pyriphlegethon o de Aqueronte[202]No vieron a ser viviente alguno, salvo, de vez en cuando, algún águila que se dejaba llevar por el viento muy por encima de ellos, y una vez percibieron la forma de una bestia que corría por la ladera cóncava. Ésta los miró alzando su feo rostro chato y humanoide, con los ojos relucientes e inyectados de sangre y grandes como platos; olió la sangre de su congénere, dio un salto y huyó entre las peñas.

Así caminaron por espacio de tres horas, y, al rodear un recodo de la colina, se encontraron de pronto en el umbral superior de la loma que estaba a la entrada de un valle llano y elevado. Allí contemplaron un espectáculo que podía oscurecer todas las glorias de la tierra y dejar mudos a todos sus cantores con su grandeza. Enmarcado por los despeñaderos de las laderas, bajo el palio del cielo azul, el Koshtra Pivrarcha se alzaba ante ellos. Era tan enorme que incluso desde allí, a seis millas de distancia, el ojo no podía contemplarlo de una vez, sino que tenía que barrerlo de un lado a otro como contemplando un amplio panorama, desde la pesada base de la montaña que surgía negra y empinada del glaciar, pasando por la

vasta ladera, donde se amontonaban los contrafuertes y las columnas en un brillo cegador de precipicios con colgaduras de hielo y barrancos llenos de nieve, hasta las alturas solitarias donde los dientes blancos de la cresta rasgaban el cielo como lanzas que amenazan a la bóveda celeste. De izquierda a derecha llenaba casi la cuarta parte del cielo, desde el elegante pico Ailinón, que se asomaba por su costado occidental, hasta el punto donde, hacia el oeste, las laderas nevadas del Jalchi impedían la vista y ocultaban al Koshtra Belorn.

Aquella tarde acamparon en la morrena izquierda del gran glaciar de Temarm. Surgían largas hilachas de nubes, como hilos de araña, leves como la gasa del velo de una dama, arrastradas hacia el este desde las agujas del risco; señales de que arriba hacía mal tiempo.

-El aire está claro como el cristal -dijo Juss-. No es señal de buen tiempo.

-Bueno, el tiempo nos esperará si es preciso -dijo Brándoch Dahá-. Tanto me llama mi deseo a aquellos cuernos de hielo, que, habiéndolos visto una sola vez, antes moriría que dejarlos sin escalar. Pero no deja de asombrarme tu conducta, oh Juss. Te invitaron a que preguntases en el Koshtra Belorn, y no cabe duda de que es más fácil escalarlo que el Koshtra Pivrarcha, por detrás de Jalchi y cruzando los campos de nieve, evitando así sus grandes precipicios del oeste.

-Hay un dicho en Duendelandia -respondió Juss- que dice: «Cuídate de una esposa alta». Del mismo modo, hay una maldición sobre cualquiera que intente subir al Koshtra Belorn sin haberlo visto antes desde arriba: encontrará la muerte antes de alcanzar su objetivo. Y sólo hay un punto de la tierra desde el que puede un hombre mirar el Koshtra Belorn desde arriba, y es desde aquel diente de hielo jamás escalado donde ves brillar ahora el último rayo de sol. Pues es la cumbre más alta del Koshtra Pivrarcha. Y es el punto más alto de la tierra firme.

Quedaron callados durante un rato. Después habló Juss:

-Siempre fuiste el mejor escalador entre nosotros. ¿Qué camino prefieres para escalarlo?

-Oh Juss -dijo Brándoch Dahá-, en terreno'de hielo y nieve, tú eres mi maestro. Por tanto, dime tu opinión. Mi propia opinión y preferencia ya la tengo decidida hace tiempo, a saber: subir por la hendidura entre ambas montañas y dirigirnos al oeste desde allí por la ladera oriental del Pivrarcha.

-Es la ruta más temible a la vista -dijo Juss-, y quizá la más grandiosa; por esos dos motivos supuse que la preferirías. A esa hendidura llaman la Puerta de Zimiamvia[203]Está sujeta a la maldición que te dije antes, como también lo está el glaciar de Koshtra que llega hasta ella. Hallaríamos la muerte si nos aventurásemos allí antes de haber contemplado el Koshtra Belorn desde arriba; hecho eso, habremos roto el maleficio para nosotros, y desde aquel momento bastará con nuestras fuerzas, nuestra maña y nuestro ánimo para llevar a cabo lo que queramos.

-Pues, entonces, el gran contrafuerte del norte -exclamó Brándoch Dahá-. Así, ella no nos mirará a nosotros mientras escalamos, hasta que superemos el último diente y la contemplemos desde arriba y la domeñemos a nuestra voluntad.

Y cenaron y se durmieron. Pero el viento gritó entre las peñas durante toda la noche, y, por la mañana, la nieve y el aguanieve ocultaban a la vista las montañas. La tormenta duró todo el día, y en un rato de calma levantaron el campo y volvieron a bajar a Monzarzal, y allí pasaron nueve días con sus noches entre el viento, la lluvia y el golpear del granizo.

Al décimo día se calmó el tiempo, y subieron y cruzaron el glaciar, y se refugiaron en una cueva en la roca al pie del gran contrafuerte norte del Koshtra Pivrarcha. Al alba salieron Juss y Brándoch Dahá para estudiar el panorama. Cruzaron la boca del valle inclinado y lleno de nieve que corría hasta el risco principal entre el Ashnilán al oeste y el Koshtra Pivrarcha al este, rodearon la base del Ailinón y escalaron desde el oeste hasta un collado nevado a unas seiscientas brazas de altura sobre la ladera de dicho monte, desde el que pudieron contemplar el contrafuerte y elegir el camino para su ataque a la montaña.

-Son dos días de viaje hasta la cumbre -dijo el señor Brándoch Dahá-. Si la noche en la ladera no nos mata de frío, no temo ningún otro obstáculo. Aquella arista negra que se alza media milla sobre nuestro campo nos llevará hasta la cumbre del contrafuerte, dejándonos sobre la gran torre del extremo norte. Si las rocas son como aquellas en las que hemos acampado, duras como el diamante y rugosas como una esponja, no perderemos pie en ellas si no es por descuido propio. Por vida mía, no las he visto iguales para escalar.

-Estoy de acuerdo, hasta allí -dijo Juss.

-Por encima de allí -dijo Brándoch Dahá-, se puede ir en carro hasta llegar a la primera gran pared de la ladera. Debemos rodearla si queremos subirla; y por este lado parece muy mala, pues las rocas se proyectan hacia fuera. Si están heladas, nos darán mucho trabajo. Más allá, oh Juss, nada puedo decir, pues nada veo sino que la ladera está cortada formando grietas y agujas. Sólo en la práctica sabremos cómo podemos superarlas. Está demasiado alta y demasiado lejos para poderlo saber desde aquí. Sólo una cosa: hasta ahora, hemos llegado hasta donde hemos querido. Y esa ladera es el camino, si es que hay algún camino para llegar a esa cima que hemos venido a escalar desde el otro lado del mundo.

Al día siguiente se levantaron los tres en cuanto empezó a aclarar el cielo, y se pusieron en marcha hacia el sur sobre la nieve crujiente. Se ataron al pie del glaciar que bajaba del paso, a unas mil brazas sobre sus cabezas, donde la ladera principal desciende entre el Ashnilán y el Koshtra Pivrarcha. Antes de que las estrellas más luminosas fueran absorbidas por la luz de la mañana, ya estaban ellos tallando el camino entre las torres y los abismos laberínticos del campo de hielo. Pronto, la luz del nuevo día inundó los campos de nieve del gran glaciar de Temarm, tiñéndolos de verde, de azafrán y de rosa pálido. Las nieves del Islargyn brillaban a lo lejos, al norte, a la derecha de la cúpula blanca del Emshir. El Ela Mantissera tapaba la vista hacia el nordeste. El contrafuerte que limitaba por el este su valle lo sumía en una sombra azul como el mar en el verano. Al otro lado se alzaban los dos grandes picos de Ailinón y Ashnilán, que, despertados de su silencio helado de la noche por los rayos cálidos, gruñían de vez en cuando con aludes y rocas desprendidas.

Juss iba en cabeza por el campo de hielo, guiándolos a lo largo de bordes altos y afilados que caían a ambos lados hacia profundidades insondables, o por el mismo borde de estos abismos, a lo largo de las bases de las torres de hielo. Estas tenían cinco veces la altura de un hombre; algunas eran cuadradas; otras, puntiagudas; algunas estaban quebradas o cubiertas de las ruinas de otras como ellas y se inclinaban sobre el camino, como dispuestas a derrumbarse y a derribar a los escaladores y arrojar sus huesos para siempre al fondo de aquellos lugares secretos azules verdosos de silencio y de hielo, donde resonaban huecamente las astillas de hielo mientras Juss seguía adelante, tallando escalones con el hacha de Mivarsh. Al cabo, se suavizó la pendiente y caminaron sobre la superficie del glaciar, y, atravesando por un puente de nieve la gran grieta entre el glaciar y la ladera de la montaña, llegaron, dos horas antes del mediodía, hasta la base de la arista de roca que habían visto desde el Ailinón.

Entonces correspondió a Brándoch Dahá abrir la marcha. Escalaron con la cara hacia la roca, lentamente y sin descanso, pues, por firmes y sólidas que eran las piedras, tenían pocos asideros, y la pendiente era pronunciada. Aquí y allá podían subir por una chimenea, pero la escalada transcurría sobre todo por hendiduras y superficies abiertas de roca; una prueba de fuerza y de resistencia que pocos podrían soportar durante un breve rato; además, esta pared tenía seiscientas brazas de altura. A mediodía llegaron a la cresta, y allí descansaron sobre las rocas, demasiado cansados para hablar, mirando, a través de la cara barrida por los aludes del Koshtra Pivrarcha, hasta el parapeto con cornisa que terminaba en los precipicios occidentales del Koshtra Belorn.

El risco del contrafuerte era ancho y llano durante cierto trecho. Luego se estrechaba repentinamente hasta la anchura del lomo de un caballo y saltaba hacia el cielo, cuatrocientas brazas o más. Brándoch Dahá se adelantó y escaló algunos pasos por el barranco. Se proyectaba sobre él, liso y sin asideros. Lo intentó varias

veces, y al cabo bajó y dijo:

-Imposible sin alas.

Después se dirigió a la izquierda. Allí había glaciares suspendidos en lo alto de la ladera, y, mientras la contemplaba, cayó un alud de bloques de hielo. Después fue a la derecha, y allí las rocas se proyectaban hacia fuera, y las cornisas estaban llenas de desechos, y las rocas estaban podridas y resbalosas con la nieve y el hielo. Así, después de haber avanzado un poco, volvió y dijo:

-Oh Juss, ¿seguiremos adelante, cosa que sólo podemos hacer volando, pues no hay asideros? ¿0 iremos por el este y hurtaremos el cuerpo a los aludes? ¿0 por el oeste, donde todo está podrido y resbaloso, y un resbalón sería nuestra muerte?

Lo discutieron, y decidieron al fin seguir el camino del este. El borde que sobresalía de la torre era mal paso, pues había poco asidero y las rocas estaban flojas; de tal modo que una piedra o un hombre que perdiera el equilibrio desde aquel punto debía caer mil metros hasta el glaciar de Koshtra, y allí se haría pedazos. Más allá había cornisas anchas que les daban paso por la pared de la torre, que corría hacia dentro, cara al sur. Muy por encima, de un blanco reluciente a la luz del sol, los bordes rotos de los glaciares y las esquirlas de hielo se asomaban contra el azul del cielo, y en cada cornisa relucían carámbanos tan grandes como un hombre: espectáculo de hermosura divina, pero que a ellos no los alegró mucho, y se apresuraron como no se habían apresurado en sus vidas para salir del peligro de aquella ladera llena de hielo.

De pronto resonó sobre ellos un ruido como el restallar de un látigo gigante, y, alzando la vista, contemplaron contra el cielo una masa negra que se abría como una flor y se disgregaba en cien trozos. Los demonios y Mivarsh se agarraron al barranco en que estaban, pero tenían poca protección. Todo el aire se llenó del rechinar de las piedras que caían como diablos que vuelven al fondo del abismo, y con su mismo retumbar cuando se estrellaron contra los barrancos y saltaron en pedazos. Los ecos resonaron y reverberaron de barranco en barranco, hasta los más lejanos, y parecía que la montaña sacudía sus miembros como bajo un látigo. Cuando acabó, Mivarsh se quejaba de dolor porque una piedra le había lastimado la muñeca izquierda. Los otros habían salido indemnes.

-Volvamos, por mucho que te desagrade -dijo Juss a Brándoch Dahá.

Volvieron; y cayó por la ladera un alud de hielo que los habría destrozado si hubieran seguido adelante.

-Me juzgas mal -dijo Brándoch Dahá riendo-. A mí ponme en situaciones donde mi vida dependa de mi propia fuerza y valor; entonces el peligro es carne y vino para mí, y nada me hará volver. Pero en este barranco maldito, por cuyas cornisas puede caminar a sus anchas un cojo, somos juguetes del azar. Y hubiera sido una gran locura seguir en él un momento más.

-Nos quedan dos caminos -dijo Juss-. Volver atrás, lo que sería una ignominia eterna para nosotros, o intentar la ruta del oeste.

-Y ésta sería fatal para cualquiera que no fuésemos tú o yo-dijo Brándoch Dahá-. Y si es fatal para nosotros, dormiremos en paz.

-Mivarsh no está tan comprometido en esta aventura -dijo Juss-. Nos ha seguido con valor, y con valor ha seguido siendo amigo nuestro. Pero hemos llegado a un paso en el que, si no me equivoco, supone mayor peligro para él venir con nosotros que buscar su salvación por su cuenta.

Pero Mivarsh puso cara de valor. No pronunció palabra, pero asintió con la cabeza como diciendo: «¡Adelante!».

-Primero debo ser tu sanguijuela[204]-dijo Juss.

Y vendó la muñeca de Mivarsh. Y, como ya casi acababa el día, acamparon bajo la gran torre, esperando alcanzar al día siguiente la cumbre del Koshtra Pivrarcha, invisible a unas mil doscientas brazas sobre sus cabezas.

Salieron a la mañana siguiente, cuando hubo luz suficiente para escalar. Durante las dos horas que estuvieron en aquel paso, no dejaron ni un momento de estar en peligro inmediato de muerte. No iban encordados, pues, en aquellas rocas escurridizas, un hombre que resbalase podía arrastrar a la muerte a otros doce. Las repisas tenían pendiente hacia fuera; estaban llenas de trozos de roca y de barro; la roca roja y blanda se rompía al tocarla, y caía al glaciar que estaba a sus pies. Se abrieron camino subiendo, bajando, en horizontal, volviendo a bajar, volviendo a subir, subiendo de nuevo, rodeando la base de aquella gran torre, y al final llegaron por una hondonada descompuesta hasta la seguridad del risco que estaba sobre la torre.

Mientras escalaban, los jirones blancos de nubes que se habían reunido por la mañana en los altos barrancos del Ailinón se habían convertido en una masa negra que ocultaba todas las montañas al oeste. Grandes penachos atravesaban el abismo bajo sus pies, se unían y hervían hacia arriba, alzándose y hundiéndose como un mar embravecido, y llegando por último hasta el alto risco donde estaban los demonios, y envolviéndolos en un manto de vapor que traía entre sus pliegues un viento helado y oscuridad en pleno mediodía. Se detuvieron, pues no eran capaces de ver las rocas que estaban ante ellos. El viento se embraveció, gritando entre las torres astilladas. La nieve, polvorienta y penetrante, barrió el risco. La nube se levantó y volvió a caer, como un gran pájaro que les hiciera sombra con las alas. Los rayos relucían por arriba y por abajo desde su seno. Los truenos retumbaban pisando los talones a los rayos, enviando sus ecos a rebotar entre los barrancos lejanos. Sus armas, clavadas en la nieve, emitían llamas azuladas; Juss había aconsejado que las dejasen a un lado por el peligro de muerte que suponía tenerlas en las manos. El señor Juss, el señor Brándoch Dahá y Mivarsh Faz pasaron aquella noche de horror acurrucados en un hueco de la nieve, entre las rocas de aquel alto risco del Koshtra Pivrarcha. Cuando llegó la noche, no lo supieron, pues la tormenta les había llevado la oscuridad varias horas antes de la puesta del sol. Los mantuvieron despiertos la nieve cegadora, el aguanieve, el fuego y el trueno, y los vientos salvajes que chillaban en las gargantas hasta que parecía que se tambaleaba la sólida montaña. Estaban casi congelados, y a punto de desear que la muerte los liberara de aquella ronda infernal.

El día salió con una débil luz grisácea, y la tormenta se calmó. Juss se puso de pie, tan cansado que no fue capaz de hablar. Mivarsh dijo:

-Vosotros sois unos diablos, pero yo me maravillo de mí mismo. Pues he vivido todos los días de mi vida cerca de montañas nevadas, y he sabido de muchos a los que sorprendió la noche en la nieve con mal tiempo. Y ninguno dejó de morir consumido por el frío. Hablo de los que fueron encontrados; muchos no lo fueron, pues los espíritus los devoraron.

Al oír esto, el señor Brándoch Dahá se rió a carcajadas y dijo:

-Oh Mivarsh, me temo que no veo en ti más que a un perro desgraciado. Mira a aquél, cuya fuerza y resistencia corporal contra todas las penurias de frío o de fuego superan las mías tanto como las mías superan las tuyas. Pero es el que está más cansado de los tres. Y ¿sabes por qué? Te lo diré: ha luchado contra el frío toda la noche, no sólo sacudiéndose a sí mismo, sino también a nosotros dos para salvarnos de la congelación. Y no dudes que nadie sino él te ha salvado.

Por entonces se había aclarado la niebla de manera que podían ver la subida del risco hasta cien pasos de distancia o más; cada pico se alzaba sombrío e impalpable sobre el siguiente, más sombrío todavía. Y los picos parecían monstruosos a través de la niebla, del tamaño de cumbres de montañas.

Se encordaron y se pusieron en marcha, escalando las torres o rodeándolas, algunas por un lado y otras por el otro; puestos a veces sobre dientes de roca que parecían separados de todo el resto de la tierra, solitarios en un mar de vapor movedizo; descendiendo a veces a una ancha hendidura en el risco, con una pared desnuda que se alzaba en la parte más lejana, y a derecha e izquierda el aire vacío. Las rocas eran buenas y firmes, como las primeras que habían escalado desde el glaciar. Pero iban despacio, pues la escalada era difícil, además de peligrosa por la nieve recién caída y el hielo que hacía brillar las rocas.

Al avanzar el día, cesó el viento, y todo estaba en calma cuando llegaron al fin ante un risco de hielo duro que se alzaba verticalmente ante ellos como el filo de una espada. Su costado oriental, que tenían a la izquierda, era casi perpendicular, y terminaba en un precipicio liso que caía sin interrupción hasta perderse de vista. La ladera occidental, apenas menos empinada, caía formando una sábana blanca y regular de nieve helada, hasta que las nubes se la tragaban.

Brándoch Dahá se había quedado en el último diente romo de roca al pie del risco de hielo.

-El resto es cosa tuya -gritó al señor Juss-. Yo no querría que nadie sino tú la pisase primero, pues es tu montaña.

-Nunca hubiera llegado hasta aquí sin ti -respondió Juss-, y no es justo que me lleve la gloria de pisar la cumbre el primero cuando el mérito principal es tuyo. Ve tú por delante.

-No lo liaré -dijo el señor Brándoch Dahá-, y no es como dices.

Y Juss fue en cabeza, tallando con su hacha grandes escalones, inmediatamente por debajo de la espina dorsal del risco, en su ladera occidental; y el señor Brándoch Dahá y Mivarsh Faz seguían sus pasos.

Entonces se levantó un viento en los espacios invisibles del cielo, y desgarró la niebla como una vestidura podrida. Lanzas de luz del sol brillaron por los claros. Hacia el sur temblaban tierras soleadas lejanas en las profundidades inimaginables, vistas sobre la cresta de una enorme pared que estaba más allá del abismo: una pantalla de contrafuertes de roca negra, atravesada por mil gargantas de nieve brillante, y con una corona mural de picos montañosos, de formas salvajes y feroces, cuyo brillo deslumbraba los ojos: las delgadas agujas de la cresta de la cumbre del Koshtra Pivrarcha. Ya las tenían bajo sus pies los demonios, después de haberlas visto en lo alto durante tanto tiempo, como en un cielo lejano. Sólo el pico que estaban escalando se alzaba sobre ellos, ya claro y próximo a la vista, mostrando un precipicio desnudo que asomaba hacia el nordeste, dominado por una cornisa de nieve. Juss advirtió la cornisa, volvió a su tarea de tallar escalones, y, media hora después de que se abrieran las nubes, pisó aquel pico jamás escalado, con toda la tierra a sus pies.

Bajaron algunos metros sobre la ladera sur y se sentaron en unas rocas. Había un hermoso lago lleno de islas, entre colinas cubiertas de bosque y rodeadas de despeñaderos, al pie de un valle profundo que bajaba de la Puerta de Zimiamvia. Cerca, al oeste, se alzaban el Ailinón y el Ashnilán, y entre ellos se veía el pico Akra Garsh, blanco y delicado. Más allá, montañas tras montañas, como un mar. Juss miró hacia el sur, donde la tierra azul se abría en pliegue tras pliegue de campo ondulado, blando y neblinoso, hasta confundirse con el cielo.

-Somos tú y yo los primeros entre los hijos de los hombres -dijo- que contemplamos con nuestros propios ojos la tierra fabulosa de Zimiamvia. ¿Crees que es cierto lo que cuentan los filósofos de esta tierra afortunada: que ningún pie mortal la puede pisar, sino que la habitan las almas benditas de los muertos, de aquellos que fueron grandes sobre la tierra e hicieron grandes obras en vida, que no despreciaron la tierra ni sus glorias y sus delicias, y que obraron con justicia y no fueron ni cobardes ni tiranos?

-¿Quién sabe? -dijo Brándoch Dahá, apoyando la barbilla en la mano y mirando hacia el sur, como en un sueño-. ¿Quién podrá decir que lo sabe?

Quedaron un rato en silencio. Después habló Juss y dijo:

-Si tú y yo llegamos allí al fin, oh amigo mío, ¿nos acordaremos de Demonlandia?-Y, cuando no obtuvo respuesta, añadió-: Preferiría remar por el lago de la Luna bajo las estrellas de una noche de verano que ser rey de toda la tierra de Zimiamvia. Y preferiría contemplar la salida del sol en el Scarf que vivir con pompa todos los días de mi vida en una isla del lago encantado de Ravary, bajo el Koshtra Belorn.

En ese momento se rasgó en jirones la cortina de nubes que había estado suspendida hasta entonces sobre las cumbres del este, y el Koshtra Belorn se alzó ante ellos como una doncella, a dos o tres millas al este, dando el rostro a los rayos inclinados del sol. Apenas una sola roca de sus amplios precipicios aparecía desnuda, tan cubiertas estaban de una vestidura deslumbrante de nieve. Les parecía más hermosa y más elegante en su porte airoso que nunca. Juss y Brándoch Dahá se pusieron de pie, como hacen los hombres al recibir a una reina con toda su majestad. La contemplaron en silencio durante algunos minutos.

Luego habló Brándoch Dahá y dijo:

-He aquí a tu novia, oh Juss.

El Koshtra Belorn

De cómo el señorjuss cumplió al cabo la instrucción

que había recibido en su sueño

de preguntar en el Koshtra Belom, y de la respuesta que recibió.

Pasaron aquella noche con seguridad, por favor de los dioses, bajo los despeñaderos más altos del Koshtra Pivrarcha, en una oquedad abrigada rodeada de nieve. Llegó el alba como un lirio, con tintes de azafrán, manchada de listas de color gris de humo que bajaban del norte. Los grandes picos surgían como islas entre un mar llano de nubes, del que se alzó el sol llameante, una bola de fuego rojo dorado. Una hora antes de que apareciese su rostro, los demonios y Mivarsh estaban encordados y partieron en su viaje hacia el este. Por dura que había sido la cresta del gran contrafuerte norte por el que habían escalado la montaña, era siete veces peor el risco oriental que llevaba al Koshtra Belorn. Tenía el lomo más estrecho, estaba rodeado de abismos más profundos, tenía cortaduras más profundas, pasaba repentina y traicioneramente de la roca segura a la descompuesta y peligrosa: dominado por peñas vacilantes, recubierto de cornisas de nieve inestable, rodeado de precipicios tan lisos y sin asideros como la pared de un castillo. No es extraño que tardasen trece horas en bajar aquel risco. El sol caía hacia occidente cuando llegaron al fin a aquella cresta helada, afilada como una hoz, que estaba en la Puerta de Zimiamvia. Estaban cansados, y ya no tenían cuerda; pues no encontraron otra manera de bajar de la última gran torre sino dejando atada arriba la cuerda. Un nordeste feroz había barrido los riscos todo el día, trayendo en sus alas tormentas de nieve. Tenían los dedos insensibles por el frío, y el señor Brándoch Dahá y Mivarsh Faz tenían las barbas tiesas de hielo.

Siguieron en marcha, demasiado cansados para detenerse, con Juss en cabeza. La cresta de hielo tenía muchos centenares de pasos de ancho, y el sol estaba a punto de ponerse cuando llegaron por fin a un tiro de piedra de los precipicios del Koshtra Belorn. Desde antes del mediodía, habían retumbado sin cesar los aludes por aquellos precipicios. Por entonces, con el fresco del atardecer, todo estaba en silencio. El viento había cesado. No había una sola nube en el cielo azul oscuro. Los fuegos de la puesta del sol trepaban por los vastos precipicios blancos que estaban ante ellos hasta que cada repisa y pliegue y pico helado brillaba de color rosa, y cada sombra se convirtió en una esmeralda. La sombra de Koshtra Pivrarcha yacía fría a través de la parte baja de la ladera, del lado de Zimiamvia. El borde de aquella sombra era como la frontera entre los vivos y los muertos.

-¿Qué te parece? -dijo Juss a Brándoch Dahá, que estaba apoyado en su espada contemplando aquella gloria.

Brándoch Dahá, sorprendido, le devolvió la mirada.

-Bien -dijo-, esto es lo que creo: que es probable que tu sueño no fuera sino un engaño que te envió el rey, para tentarnos a que emprendiésemos grandes hazañas destinadas a nuestra destrucción. Por esta ladera, por lo menos, es muy cierto que no hay camino para subir al Koshtra Belorn.

-¿Y el pequeño martinete -dijo Juss-, que, cuando todavía estábamos muy lejos, vino hasta nosotros del sur para recibirnos con un amable mensaje?

-Bien pudo ser un diablo suyo -dijo Brándoch Dahá.

-No me volveré atrás -dijo Juss-. No estás obligado a venir conmigo.

Y se volvió de nuevo para contemplar aquellos precipicios helados.

-¿No? -dijo Brándoch Dahá-. Ni tú conmigo. Me harás enfadar si fuerzas mis palabras tan vilmente. Sólo te pido que no te sientas tan seguro; y que esa hacha esté dispuesta en tu mano, como lo está mi espada, para un trabajo más digno que tallar escalones. Y, si albergas esperanzas de escalarla por esta ladera que está ante nosotros, será que los encantamientos del rey te han vuelto torpe.

Ya se había puesto el sol. Bajo las alas de la noche que llegaban del este, las alturas insondables del aire se volvieron de un azul más profundo; y aquí y allá, muy apagados y difíciles de ver, centelleaban pequeños puntos de luz: las grandes estrellas que abrían los párpados a la oscuridad que se acumulaba. Se alzaron las tinieblas, llenando los valles, muy por debajo de ellos, como una marea que sube. La escarcha y el silencio esperaban a la noche eterna para reasumir su imperio. Los precipicios solemnes del Koshtra Belorn se alzaban en un tremendo silencio, con una palidez de muerte sobre el cielo.

Juss retrocedió un paso sobre el risco, y, poniendo la mano sobre Brándoch Dahá, le dijo:

-Calla y contempla esta maravilla.

Un poco más arriba, en la ladera de la montaña que daba a Zimiamvia, parecía como si algunos restos del brillo del sol se hubieran quedado enredados entre las rocas y las cortinas heladas de nieve. Al crecer las tinieblas, el brillo relució con más fuerza y se extendió, llenando una hendidura que parecía entrar en la montaña.

-Es por nosotros -dijo Juss en voz baja-. Está ardiendo porque nos espera.

No se oía sonido alguno, salvo el de su respiración alternada y los golpes del hacha de Juss, y las astillas de hielo que repicaban al caer al silencio del fondo mientras tallaba el camino a lo largo del risco. Y aquella luz extraña de la puesta del sol ardía sobre ellos con más brillo al ir cayendo la noche. Fue una escalada peligrosa de diez brazas o más desde el risco, pues no tenían cuerda, resultaba difícil ver el camino y las rocas eran empinadas y estaban heladas, y cada repisa se hallaba llena de nieve. Pero al final llegaron sanos y salvos por una garganta corta y empinada hasta la cabeza de la garganta, donde se abría hasta la hendidura de la luz maravillosa. Podían caminar por ella dos personas a la vez, y el señor Juss y el señor Brándoch Dahá tomaron sus armas y entraron juntos por la hendidura. Mivarsh quiso llamarles, pero estaba sin habla. Los siguió, pisándoles los talones como un perro.

La cueva subía durante cierto trecho, y después caía en suave pendiente hacia el interior de la montaña. El aire estaba frío, pero resultaba templado en comparación con el aire helado del exterior. La luz rosada brillaba cálida sobre las paredes y el suelo de aquel pasadizo, pero nadie podría decir de dónde venía. Esculturas extrañas brillaban tenuemente sobre sus cabezas: hombres con cabeza de toro, ciervos con rostros humanos, mamuts y behemots de las aguas: formas vastas e inciertas talladas en la roca viva. Juss y sus compañeros siguieron su camino durante horas, dando vueltas hacia abajo, perdiendo toda noción del norte y del sur. La luz se amortiguó poco a poco, y, al cabo de una hora o dos, caminaron en la oscuridad; pero no en una oscuridad total, sino como la de una noche de verano sin estrellas, en la que se mantiene la penumbra durante toda la noche. Caminaban pisando con cuidado, por miedo a encontrar abismos en su camino.

Al cabo de un tiempo, Juss se detuvo y olfateó el aire.

-Huelo a heno recién segado -dijo-, y aromas de flores. ¿Es imaginación mía, o los hueles tú también?

-Sí, y llevo oliéndolos media hora -respondió Brándoch Dahá-; además, el pasadizo se ensancha ante nosotros, y su techo se eleva conforme avanzamos.

-Esto es una gran maravilla -dijo Juss.

Siguieron adelante, y, al cabo de un tiempo, se suavizó la pendiente y sintieron bajo sus pies piedras sueltas y gravilla, y, poco después, tierra blanda. Se inclinaron y tocaron la tierra, y crecía en ella la hierba, y ésta estaba cubierta de rocío de la noche, y de margaritas recostadas y dormidas. A su derecha tintineaba un arroyo. Cruzaron aquel prado en la oscuridad, hasta que llegaron a una masa alta y sombría que se cernía ante ellos. En una pared ciega, tan alta que su borde superior se perdía en la oscuridad, había una puerta abierta. Cruzaron aquel umbral y atravesaron un patio empedrado que resonó bajo sus pasos. Ante ellos, una escalinata conducía hasta unas puertas bajo un pórtico.

El señor Brándoch Dahá advirtió que Mivarsh le tiraba de la manga. Al hombrecito le castañeteaban los dientes de terror. Brándoch Dahá sonrió y lo rodeó con un brazo. Juss tenía el pie en el escalón más bajo.

En aquel momento llegó un sonido de música, pero no eran capaces de determinar cuáles eran los instrumentos. Empezó con grandes acordes que resonaban como trompetas que llaman al combate, primero altos, después bajos, temblando por último hasta quedar en silencio; luego, la misma gran llamada, que sonaba como un desafío. Después, las notas cobraron nuevas voces, como tanteando en la oscuridad, alzándose hasta un lamento apasionado, cerniéndose y muriendo en el viento, hasta que no quedó nada más que un redoble como un trueno apagado, largo, bajo, callado, pero amenazador. Y de la oscuridad de aquella entrada salió un tema poderoso, tres golpes pesados, como de olas que caen y golpean una costa desolada; una pausa; de nuevo aquellos golpes, una pausa expectante; un batir de alas, como si las Furias salieran del abismo[205]otro embate, temible por su decisión; después, un sonido salvaje de subida y de caída; una confusión infernal de serpientes furiosas que atravesaban ardientes el cielo de la noche. Después, de pronto, en una clave lejana, una melodía dulce, larga y clara, como un fulgor de luz baja del sol que atraviesa las nubes de polvo sobre un campo de batalla. No era sino un preludio al horror del gran tema principal, que volvió a surgir de las profundidades con pasos tumultuosos, alcanzando un gran clímax de furia y perdiéndose en el silencio. Entonces llegó un tema majestuoso, digno y calmado, nacido de aquel horror, conduciendo de nuevo al mismo: enfrentamientos de los temas en muchas claves y, por último, el gran golpe triple, atronando con fuerza nueva, aplastando toda alegría y toda dulzura como con una maza de hierro, machacando las raíces de la vida en una ruina general. Pero, incluso en sus grandes

pasos de destrucción y de horror, aquella gran fuerza parecía debilitarse. Los fragores de trueno retumbaban con menor fuerza; los golpes violentos resonaban menos, y el gran cuerpo conquistador de violencia destructora se tambaleó jadeando, se hundió y cayó ignominiosamente en el silencio.

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