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Sócrates y Elena White, dos narradores de ilustraciones (página 2)



Partes: 1, 2

– Sin embargo -argüí yo-, en cierta ocasión hube de escuchar una historia a la que ciertamente doy mi aprobación: Leoncio, hijo de Aglayón, al subir del Pireo por la parte exterior de la muralla norte, advirtió unos cadáveres que yacían al lado del verdugo. Se desencadenó entonces en él una terrible lucha: sentía irreprimibles deseos de ver los cadáveres, pero a la vez clara aversión y repugnancia hacia ellos. Se cubría el rostro sin cesar hasta que, cediendo a sus deseos, abrió enteramente los ojos y, echando a correr hacia los muertos, exclamó: ¡Ahí los tenéis, desgraciados disfrutad ampliamente del hermoso espectáculo!

– También yo había oído esa historia -afirmó.

– Y habrás visto por ella -observé- que la cólera combate a veces con los apetitos como si fuese algo distinto de ellos.

– En efecto -dijo-, eso parece."

6. Del Teétetes es esta anécdota sobre Tales de Mileto:

"SÓCRATES.

Hablemos, puesto que lo deseas, pero sólo de los corifeos, porque ¿para qué mencionar á aquellos que sin genio se dedican á la filosofía? Los verdaderos filósofos ignoran desde su juventud el camino que conduce á la plaza pública. Los tribunales, donde se administra justicia, el paraje donde se reúne el Senado, y los sitios donde se reúnen las asambleas populares, les son desconocidos. No tienen ojos ni oídos para ver y oír las leyes y decretos que se publican de viva voz ó por escrito; y respecto á las facciones é intrigas para llegar á los cargos públicos, á las reuniones secretas, á las comidas y diversiones con los tocadores de flauta, no les vienen al pensamiento concurrir á ellas, ni aun por sueños. Nace uno de alto ó bajo nacimiento en la ciudad, sucede á alguno una desgracia por la mala conducta de sus antepasados, varones ó hembras, y el filósofo no da más razón de estos hechos que del número de gotas de agua que hay en el mar. Ni sabe él mismo que ignora todo esto, porque si se abstiene de enterarse de ello, no es por vanidad, sino que, á decir verdad, es porque está presente en la ciudad sólo con el cuerpo. En cuanto á su alma, mirando todos estos objetos como indignos, y no haciendo de ellos ningún caso, se pasea por todos los lugares, midiendo, según la expresión de Píndaro, lo que está por bajo y lo que está por cima de la tierra, se eleva hasta los cielos, para contemplar allí el curso de los astros, y dirigiendo su mirada escrutadora á todos los seres del universo, no se baja á objetos que están inmediatos á aquella.

TEODORO.

¿Cómo entiendes eso? Sócrates.

SÓCRATES.

Cuéntase, Teodoro, que ocupado Tales en la astronomía , y mirando á lo alto, cayó un día en un pozo, y que una sirvienta de Tracia de espíritu alegre y burlón se rió, diciendo que quería saber lo que pasaba en el cielo, y que se olvidaba de lo que tenía delante de sí y á sus pies. Este chiste puede aplicarse á todos los que hacen profesión de filósofos. En efecto, no sólo ignoran lo que hace su vecino, y si es hombre ó cualquier otro animal, sino que ponen todo su estudio en indagar y descubrirlo que es el hombre, y lo que conviene á su naturaleza hacer ó padecer, á diferencia de los demás seres. ¿Comprendes, Teodoro, á dónde se dirige mi pensamiento?

TEODORO.

Sí; y dices verdad."

7. En el Banquete, el Simposio o de la Erótica, Sócrates refiere lo que le refirió Diotime, una mujer de Mantinea:

"-A la verdad, querido Agatón, es a la que no es posible resistirse, porque resistirse a Sócrates no tiene ninguna dificultad. Pero ahora voy a dejarte en paz para ocuparme de un discurso que me dijo un día una mujer de Mantinea llamada Diotime. Era una mujer muy versada en todo lo concerniente al Amor y a muchas otras cosas. Ella fue la que prescribió a los atenienses los sacrificios que suspendieron durante diez años una peste que los amenazaba. Todo lo que sé del Amor lo aprendí de ella. Voy a tratar de repetir lo mejor que pueda, después de lo que tú y yo hemos convenido, Agatón, la conversación que tuve con ella; y para no apartarme de tu método, explicaré primero lo que es Amor y a continuación cuáles son sus defectos. Me parece que me será más fácil repitiéndoos fielmente la conversación que mantuvimos la extranjera y yo.

«Había dicho a Diotime casi las mismas cosas que Agatón acaba de decir: que el Amor era un gran dios y el amor de lo bello, y ella se servía de las mismas razones que acabo de emplear contra Agatón para probarme que no era bello ni bueno. Le repliqué: Pero ¿qué dices, Diotime, que el Amor es feo y malo? -Habla mejor, me respondió ella. ¿Crees que todo lo que no es bello tiene forzosamente que ser feo? -Lo creo, sí. -¿Y que no se puede carecer de ciencia sin ser un ignorante?, ¿o no has observado que existe un término medio entre la sabiduría y la ignorancia? -¿Cuál es? -Tener formada una opinión verdadera sin poder dar la razón de ella; ¿no sabes que eso no es ni ser sabio, porque la ciencia tiene que fundarse en razones, ni ser ignorante, puesto que a lo que participa de la verdad no se le puede llamar ignorancia? La opinión verdadera ocupa, pues, el justo término entre la ciencia y la ignorancia. Confesé a Diotime que tenía razón. -Pues no deduzcas entonces, replicó ella, que todo lo que no es bello tiene necesariamente que ser feo y que todo lo que no es bueno ha de ser por fuerza malo. Y por haber tenido que reconocer que el Amor no es bello ni bueno, no vayas a creer que necesariamente sea feo y malo; creo solamente que es un término medio entre lo uno y lo otro, o sea, entre los contrarios. -Sin embargo, le repliqué, todo el mundo está de acuerdo en afirmar que el Amor es un dios muy grande. -Al decir todo el mundo, ¿a quién te refieres, Sócrates: a los sabios o a los ignorantes? -A todo el mundo sin excepción, repuse. -¿Cómo puede pasar por un gran dios entre aquellos que ni siquiera le reconocen por un dios? -¿Quiénes pueden ser ésos?, dije. -Tú y yo, me respondió ella. -¿Cómo puedes probármelo? -No me va a ser difícil. Contéstame. ¿No me has dicho que todos los dioses son bellos y dichosos o te atreverías a pretender que hay algunos de ellos que no sean dichosos ni bellos? -No, ¡por Júpiter! -¿No llamas dichosos a los poseedores de las cosas bellas y buenas? -Ciertamente. -Pero conviniste en que el Amor desea las cosas buenas y bellas y que el deseo es una prueba de privación. -En efecto, convine en ello. -¿Cómo pues, replicó Diotime, puede el Amor ser un dios estando privado de lo que es bello y bueno? -Parece que tiene que ser imposible. -¿No ves, pues, que tú también piensas en que el Amor no es un dios? -Qué, le respondí, ¿acaso es mortal el Amor? -No. -Pues entonces dime, Diotime, ¿qué es? -Es, como te decía hace un momento, algo intermedio entre lo mortal y lo inmortal. -Pero, en fin, ¿qué es? -Un gran demonio, Sócrates, porque todo demonio ocupa el medio entre los dioses y los hombres. -Qué función tienen los demonios?, pregunté. -Ser los intérpretes e intermediarios entre los dioses y los hombres, llevar al Cielo las plegarias y sacrificios de los hombres y transmitir a éstos los mandatos de los dioses y la remuneración de los sacrificios que les ofrecieron. Los demonios pueblan al intervalo que separa al Cielo de la Tierra y son el lazo que une el gran todo. De ellos proviene toda la ciencia de la adivinación y el arte de los sacerdotes en lo que se refiere a los sacrificios, a los misterios, encantamientos, profecías y la magia. Como la naturaleza divina no entra jamás en comunicación directa con los hombres, es por medio de los demonios cómo los dioses alternan y hablan con ellos, sea en el estado de vigilia o durante el sueño. El que es sabio en todo esto es un demonio, y el que es hábil en lo demás, en las artes y en los oficios, un hombre vulgar. Los demonios son numerosos y de varias especies, y el Amor es uno de ellos. ¿A qué padres debe el haber nacido?, dije a Diotime. -Voy a decírtelo, aunque sea un poco largo, me contestó.

»Cuando nació Venus celebraron los dioses un gran festín y entre ellos se encontraba Poros, hijo de Metis. Después de la gran comida se presentó Penia, solicitando unas migajas sin atreverse a pasar de la puerta. En aquel momento Poros, embriagado del néctar (porque entonces todavía no se bebía vino), salió de la sala y entró en el jardín de Júpiter, donde el sueño no tardó en cerrar sus párpados cansados. Penia entonces, instigada por su penuria, ideó tener un hijo de Poros; se acostó a su lado y fue madre del Amor. He aquí por qué el Amor fue el compañero y servidor de Venus, puesto que fue concebido el mismo día que ella nació, y además porque por su naturaleza ama la belleza y Venus es bella. Y como hijo de Poros y de Penia, mira cuál fue su herencia: desde luego es pobre, y lejos de ser hermoso y delicado, como se piensa generalmente, está flaco y sucio, va descalzo, no tiene domicilio, y sin más lecho ni abrigo que la tierra; duerme al aire libre en los quicios de las puertas y en las calles; en fin, está siempre, como su madre, en precaria situación. Pero, por otra parte, ha sacado de su padre el estar siempre sobre la pista de todo lo que es bueno y bello; es varonil, osado, perseverante, gran cazador, siempre inventando algún artificio, ansioso de saber y aprendiendo con facilidad, filosofando incesantemente, encantador, mago y sofista. Por su naturaleza no es mortal ni inmortal; pero en un mismo día está floreciente y lleno de vida mientras está en la abundancia, y luego se extingue para revivir por efecto de la naturaleza paterna. Todo lo que adquiere se le escapa sin cesar, de manera que nunca es rico ni pobre. Al mismo tiempo se encuentra entre la sabiduría y la ignorancia, porque ningún dios filosofa ni desea ser sabio, puesto que la sabiduría va anexa a la propia naturaleza divina, y en general quien es sabio no filosofa. Lo mismo ocurre a los ignorantes; ninguno de ellos filosofa ni desea llegar a ser sabio, porque la ignorancia tiene el enojoso defecto de convencer a los que no son hermosos, ni buenos, ni sabios, de que poseen estas cualidades, y nadie desea las cosas de las que no se cree desprovisto. -Pero Diotime, ¿quiénes son, pues, los que filosofan si no lo son los sabios ni los ignorantes? -Hasta para un niño es evidente, dijo ella, que son los que están entre los ignorantes y los sabios, y el Amor es de ese número. La sabiduría es una de las cosas más bellas del mundo; ahora bien: el Amor ama lo que es bello, luego hay que convenir en que el Amor es amante de la sabiduría, es decir, filósofo, y como tal ocupa el lugar entre el sabio y el ignorante. Esto lo debe a su nacimiento, porque es hijo de un padre sabio y rico y de una madre que no es rica ni sabia. Tal es, mi querido Sócrates, la naturaleza de este demonio. No me sorprende la idea que de él te habías formado, porque creías, por lo que he podido conjeturar por tus palabras, que el Amor es lo que es amado y no lo que ama. Creo que el Amor te parecía muy bello porque lo amable es la belleza real, la gracia, la perfección y el soberano bien. Pero el que ama es de una naturaleza muy diferente, como acabo de explicar. -Está bien, extranjera, sea; razonas muy bien, pero si el Amor es como dices, ¿qué utilidad presta a los hombres? -Esto es, Sócrates, lo que ahora voy a procurar hacerte comprender. Conocemos la naturaleza y el origen del Amor, que es, como dices, el amor de lo bello. Pero si alguno de nosotros preguntara: ¿qué es el amor de lo bello, Sócrates y Diotime?, o para hablar más claramente: el que ama lo bello, ¿qué es lo que ama? -Poseerlo, respondí. -Esta respuesta exige nueva pregunta, dijo ella: ¿qué ganará con la posesión de lo bello? Repuse que no estaba en disposición de contestar inmediatamente a aquella pregunta. -Y si se cambiasen los términos y poniendo lo bueno en lugar de lo bello te preguntaran: Sócrates, el que ama lo bueno, ¿qué es lo que ama? -Poseerlo. ¿Y qué ganará poseyéndolo? -Esta vez me parece más fácil la respuesta: que será dichoso. -Porque la posesión de las cosas buenas hace dichosos a los seres felices y ya no hay necesidad de preguntar por qué el que quiere ser dichoso quiere serlo; tu respuesta me parece que satisface a todo. -Es verdad, Diotime. -Pero ¿te imaginas que este amor y esta voluntad sean comunes a todos los hombres y que todos quieren siempre tener lo que es bueno u opinas de otro modo? -No: creo que todos tienen siempre este deseo y esta voluntad. -¿Por qué, pues, Sócrates, no decimos de todos los hombres que aman, si todos aman siempre la misma cosa? ¿Por qué lo decimos de los unos y no de los otros? -Esto me extraña mucho. -Pues no te extrañe: nosotros distinguimos una especie particular de amor y la llamamos amor, con el nombre de todo el género, mientras que para las demás especies empleamos términos diferentes. -Por favor, un ejemplo. -He aquí uno. Sabes que la palabra poesía tiene numerosas acepciones; en general, expresa la causa que haga pasar lo que quiera que sea del no ser al ser, de manera que toda obra de arte es una poesía, y todo artista y todo obrero, un poeta. -Es verdad. -Y, sin embargo, ves que no se les llama poetas, sino que se les da otros nombres, y que una sola especie de poesía tomada separadamente, la música y el arte de los versos, ha recibido el nombre de todo el género. Y, en efecto, esta sola especie es la que se llama poesía y únicamente a los que la poseen se les da el nombre de poetas. -También es verdad. -Lo mismo ocurre con el amor; en general, es el deseo de lo que es bueno y nos hace felices; es el gran amor seductor innato en todos los corazones. Pero de todos los que en las diversas direcciones tienden a este fin, hombres de negocios, atletas, filósofos, no se dicen que aman y no se los llama amantes; sólo a los que se entregan a una especie de amor se les da el nombre de todo el género y sólo a ellos se les aplican las palabras amar, amor y amantes. -Me parece que tienes razón, le dije. -Se ha dicho, siguió diciendo Diotime, que buscar la mitad de sí mismo es amar, pero yo pretendo que amar no es buscar la mitad ni el todo de sí mismo cuando ni esta mitad ni este todo son buenos; y la prueba, amigo mío, es que consentimos en dejarnos cortar el brazo o la pierna, aunque nos pertenecen, si juzgamos que estos miembros están atacados de un mal incurable. En efecto, no es lo nuestro lo que amamos, a menos que sólo miremos como nuestro y perteneciéndonos por derecho propio lo que es bueno y como extraño lo malo, porque los hombres sólo aman lo bueno. ¿No es ésta tu opinión? -¡Por Júpiter!, pienso como tú. -¿Basta entonces con decir que los hombres aman lo bueno? -Sí. -Pero ¿no es preciso añadir que también desean poseerlo? -Sí; es preciso. -¿Y no solamente poseerlo, sino poseerlo siempre? -También es preciso. -En suma, pues, consiste el amor en querer poseer siempre lo bueno. -Nada tan exacto, respondí. -Si tal es en general el amor, ¿cuál es el acto particular en que el buscar y perseguir con ardor lo bueno toma el nombre de amor? ¿Cuál es? ¿Puedes decírmelo? -No. Diotime; si no fuera así no estaría admirando tu sabiduría y no habría venido a buscarte para aprender de ti estas verdades. -Pues te lo voy a decir: es la producción en la belleza, sea por el cuerpo o sea por el alma. -He aquí un enigma que exige un adivino para solucionarlo; te confieso que no lo comprendo. -Voy a hablar más claramente. Todos los hombres, Sócrates, son aptos para engendrar lo mismo corporal que espiritualmente, y cuando llegan a cierta edad su naturaleza los incita a producir. Pero ésta no puede producir en la fealdad, sino en la belleza; la unión del hombre y de la mujer es una producción, y esta producción una obra divina, fecundación y generación, a las cuales el ser mortal debe su inmortalidad. Pero estos efectos no podrían verificarse en lo que es discordante. Más: la fealdad no puede armonizar con nada que sea divino; únicamente la belleza. La belleza, es pues, para la generación lo que el Destino y Lucina. Por esto el ser fecundante, al acercarse lleno de amor y júbilo a lo bello, se dilata, engendra y produce. En cambio, cuando triste y enfriado se aproxima a la fealdad, se vuelve de espaldas, se contrae, torna reservado y no engendra, llevándose con dolor su germen fecundo. En el ser fecundante y lleno de vigor para producir es éste el origen de la ardiente persecución de la belleza que debe librarle de grandes dolores. Porque la belleza, Sócrates, no es como te imaginas el objetivo del amor. ¿Cuál es entonces? -La generación y la producción en la belleza. -Sea, respondí. -No cabe dudarlo, replicó Diotime. -Pero ¿por qué es la generación el objeto del amor? -Porque la generación es la que perpetúa la familia de los seres animados y le da inmortalidad compatible con la naturaleza mortal. Pero después de todo lo que hemos convenido es necesario unir al deseo de lo bueno el deseo de la inmortalidad, puesto que el amor consiste en desear que lo bueno nos pertenezca siempre. De esto se deduce que la inmortalidad es también un objetivo del amor.

»Tales fueron las enseñanzas que me dio Diotime en nuestras conversaciones acerca del amor. "

8. En el Fedro o del amor, cuenta la historia de Tamus, el rey egipcio:

"Sócrates

¿Sabes cuál es el medio de hacerte más acepto a los ojos de Dios por tus discursos escritos o hablados?

Fedro

No, ¿y tú?

Sócrates

Puedo referirte una tradición de los antiguos, que conocían la verdad. Si nosotros pudiésemos descubrirla por nosotros mismos, ¿nos inquietaríamos aún de que los hombres hayan pensado antes que nosotros?

Fedro

¡Donosa cuestión! Refiéreme, pues, esa antigua tradición.

Sócrates

Me contaron que cerca de Naucratis, en Egipto, hubo un Dios, uno de los más antiguos del país, el mismo a que está consagrado el pájaro que los egipcios llaman Ibis. Este Dios se llamaba Teut. Se dice que inventó los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, así como los juegos del ajedrez y de los dados, y, en fin, la escritura.

El rey Tamus reinaba entonces en todo aquel país, y habitaba la gran ciudad del alto Egipto, que los griegos llaman Tebas egipcia, y que está, bajo la protección del Dios que ellos llaman Ammon. Teut se presentó al rey y le manifestó las artes que había inventado, y le dijo lo conveniente que era extenderlas entre los egipcios. El rey le preguntó de qué utilidad sería cada una de ellas, y Teut le fue explicando en detalle los usos de cada una; y según que las explicaciones le parecían más o menos satisfactorias, Tamus aprobaba o desaprobaba. Dícese que el rey alegó al inventor, en cada uno de los inventos, muchas razones en pro y en contra, que sería largo enumerar. Cuando llegaron a la escritura:

«¡Oh rey!, le dijo Teut, esta invención hará a los egipcios más sabios y servirá a su memoria; he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener. —Ingenioso Teut, respondió el rey, el genio que inventa las artes no está en el caso que la sabiduría que aprecia las ventajas y las desventajas que deben resultar de su aplicación. Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque, cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.»

Fedro

Mi querido Sócrates, tienes especial gracia para pronunciar discursos egipcios, y lo mismo lo harías de todos los países del universo, si quisieras.

Sócrates

Amigo mío, los sacerdotes del santuario de Júpiter en Dodona, decían que los primeros oráculos salieron de una encina. Los hombres de otro tiempo, que no tenían la sabiduría de los modernos, en su sencillez consentían escuchar a una encina o a una piedra, con tal que la piedra o la encina dijesen verdad. Pero tú necesitas saber el nombre y el país del que habla, y no te basta examinar si lo que dice es verdadero o falso.

Fedro

Tienes razón en reprenderme, y creo que es preciso juzgar la escritura como el tebano."

Anécdotas en los escritos de Elena de White

1. En el sermón presentado en la última reunión del congreso bíblico celebrado en Battle Creek, el 20 de noviembre de 1883, y que es el sermón número dos, del tomo segundo de los Sermones Escogidos, encontramos esta ilustración:

"En cierta ocasión alguien hablaba en la calle Market en forma sencilla y con gran convicción. Uno de los presentes era un hombre que estaba en camino a América del Sur. Él asistió a la reunión y luego dijo: "Ese orador está completamente entregado a sus convicciones, lo que dice parece verdad. Algo debe haber en lo que se ha presentado". Él les dijo a los hermanos que estaba para partir rumbo a América del Sur, afirmando: "Llevaré todas las revistas y folletos que ustedes me entreguen". El hermano Loughbough le suministró las publicaciones y él la llevó todas consigo.

Escuchen hermanos, no deseamos actuar como algunos lo han hecho. He escuchado acerca de un que estaba por cruzar un puente, por lo que preguntó: "¿Se puede confiar en este puente?" otro contestó: "Lo he cruzado varias vece, pero no era muy seguro; sin embargo, después de todo, pasé por él sin problemas". Llegó bastante cerca del puente, cuando otro hombre se le acercó gesticulando y gritándole: "¡No cruce ese puente; si lo hace correrá peligro! ¡Es peligroso!" Ante todo aquello esperaríamos que aquel hombre entendiera la condición del puente, y supiera que era arriesgado cruzarlo. ¿Por qué fue el segundo hombre el que lo detuvo, y no el primero? Pues porque el segundo hombre era alguien firme en sus convicciones. Estaba preocupado por la seguridad de su prójimo.

Lo que el Señor desea en su servicio es hombres de profunda convicciones. Si ha habido alguna indolencia de parte nuestra. Si ha habido indiferencia, descuido y poca atención entre los que tratan con verdades solemnes y que ponen a prueba al individuo, el Señor desea que eliminemos todo eso. Él desea que ustedes actúen como si creyeran la verdad y que manifiesten celo y diligencia al compararla con la misma verdad que ustedes profesan cuando presenten la verdad a la gente."

2. En una charla dada el domingo 5 de abril de 1903, y publicada en The Work Before Us, The General Conference Bulletin, 7 de abril de 1903, leemos:

"No le cortemos las manos a nadie. Una vez leí acerca de un hombre que se ahogaba y que hacia desesperados esfuerzos para subir a un bote que estaba cerca de él. Pero el bote estaba lleno, y al agarrarse de la borda del bote uno de los pasajeros le cortó una mano. Luego se asió del bote con la otra mano, y se la cortaron también. Entonces se agarró del bote con los dientes, y los pasajeros tuvieron misericordia de él y lo subieron. Pero qué diferente habría sido si ellos lo hubieran subido antes de cortarle las manos."

"El Hno. Andrews relató el caso de un fiel cristiano que estaba por sufrir el martirio a causa de su fe. Otro cristiano había estado conversando con él con respecto al poder de la esperanza cristiana, deseando saber si ésta sería lo suficiente fuerte como para sostenerlo mientras su carne se consumía en el fuego. Le pidió a su hermano, que estaba por sufrir el martirio, que le diera una señal si la fe y la esperanza cristianas eran más fuertes que el fuego devorador. Esperaba que el turno próximo le tocaría a él, y dicha señal lo fortalecería para afrontar las llamas. El mártir le prometió que le daría la señal. Fue llevado a la estaca entre las burlas y provocaciones de la multitud de ociosos que se habían congregado para ver cómo el cristiano se consumía en la hoguera. Se trajo la leña y se encendió el fuego, y el compañero cristiano fijó sus ojos en el mártir moribundo, sintiendo que mucho dependía de la señal. El fuego ardió y ardió, la carne se ennegreció, pero la señal no venía. El cristiano no apartó un momento sus ojos de la terrible escena. Los brazos ya se habían tostado, y no había señales de vida. Todos pensaban que el fuego había hecho su obra y que no quedaba ya rastro de vida. Mas ¡oh maravilla! ¡De entre las llamas los dos brazos se alzaron de pronto hacia el cielo! El cristiano, cuyo corazón comenzaba a desfallecer, contempló la gozosa señal; todo su ser se estremeció, y renovó su fe, su esperanza y su valor. De sus ojos brotaron lágrimas de gozo.

"Al referirse el Hno. Andrews a los brazos ennegrecidos y quemados que se alzaron al cielo entre las llamas, él también se puso a llorar como un niño. Casi toda la congregación estaba conmovida hasta las lágrimas. La reunión concluyó a eso de las diez. Las nubes de tinieblas se habían disipado en forma dramática." Testimonios para la Iglesia, tomo primero, páginas 568 y 569.

3. "He leído acerca de un hombre que, viajando en un día invernal por sobre una capa de nieve profunda que se había acumulado, llegó a entumecerse por el frío, el cual estaba quitándole casi imperceptiblemente sus facultades vitales. Cuando estaba a punto de perecer congelado, y dispuesto a abandonar la lucha por la vida, escuchó los lamentos de un hermano que también viajaba, que se estaba muriendo de frío, tal como le acontecía a él. Se despertó en él el deseo de rescatarlo. Comenzó a frotar los helados miembros de aquel hombre infortunado, y, después de considerable esfuerzo, consiguió que se mantuviera en pie; pero como no podía permanecer de pie, lo tuvo con simpatía en sus brazos al recorrer el camino que él pensó que no lograría hacer solo. Y cuando hubo conducido a su hermano viajero hasta un lugar de seguridad, se le hizo clara la verdad de que al salvar a su semejante se había salvado también a sí mismo. Sus fervientes esfuerzos por salvar a otra persona aceleraron el ritmo de la sangre que estaba congelándose en sus propias venas, y crearon un calor saludable en las extremidades del cuerpo. Estas lecciones deben ser inculcadas con fuerza en los creyentes jóvenes continuamente, no sólo por precepto, sino también por ejemplo, para que en su experiencia cristiana puedan alcanzar resultados similares. (Testimonies, tomo 4, págs. 319, 320.)

4. "En cierto pueblo de la Nueva Inglaterra se estaba cavando un pozo. Cuando el trabajo estaba casi terminado, la tierra se desmoronó y sepultó a un hombre que quedaba todavía en el fondo. Inmediatamente cundió la alarma, y mecánicos, agricultores, comerciantes, abogados, todos acudieron jadeantes a rescatarlo. Manos voluntarias y ávidas por ayudar trajeron sogas, escaleras, azadas y palas. "¡Salvadlo, oh, salvadlo!" era el clamor general.

Los hombres trabajaron con energía desesperada, hasta que sus frentes estuvieron bañadas en sudor y sus brazos temblaban por el esfuerzo. Al fin se pudo hacer penetrar un caño, por el cual gritaron al hombre que contestara si vivía todavía. Llegó la respuesta. "Vivo, pero apresuraos. Es algo terrible estar aquí." Con un clamor de alegría renovaron sus esfuerzos, y por fin llegaron hasta él. La algazara que se elevó entonces parecía llegar hasta los mismos cielos. "¡Salvado! ¡Salvado!" era el clamor que repercutía por toda la calle del pueblo.

¿Era demostrar demasiado celo e interés, demasiado entusiasmo, para salvar a un hombre? Por supuesto que no; pero, ¿qué es la pérdida de la vida temporal en comparación con la pérdida de un alma? Si el peligro de que se pierda una vida despierta en los corazones humanos tan intenso sentimiento, ¿no debiera la pérdida de un alma despertar una solicitud aún más profunda en los hombres que aseveran percatarse del peligro que corren los que están separados de Cristo? ¿No mostrarán los siervos de Dios en cuanto a trabajar por la salvación de las almas un celo tan grande como el que se manifestó por la vida de aquel hombre sepultado en un pozo? (Obreros Evangélicos, págs. 311 32.)

5. "En cierta ocasión, cuando Betterton, célebre actor, estaba cenando con el Dr. Sheldon, arzobispo de Canterbury, éste le dijo: "Le ruego, Sr. Betterton, que me diga por qué vosotros los actores dejáis a vuestros auditorios tan poderosamente impresionados hablándoles de cosas imaginarias". "Su señoría—contestó el Sr. Betterton—, con el debido respeto a su gracia, permítame decirle que la razón es sencilla: reside en el poder del entusiasmo. Nosotros, en el escenario, hablamos de cosas imaginarias como si fuesen reales; y vosotros, en el púlpito, habláis de cosas reales como si fuesen imaginarias". Consejos para los Maestros, Padres y Alumnos, capítulo 33.

"Dice Cristo: "Sin mí nada podéis hacer"; pero, si su divina gracia obra a través de nuestros esfuerzos humanos, todo lo podemos. Su paciencia y mansedumbre compenetrarán el carácter, difundiendo un resplandor que alumbra y esclarece el camino hacia el cielo. Contemplando e imitando su vida, somos renovados a su imagen. La gloria del cielo brillará en nuestras vidas y se reflejará sobre otros. En el trono de la gracia podemos encontrar la ayuda que nos capacitará para vivir así. Esta es la santificación genuina; y ¿qué posición más elevada podrán los mortales anhelar que la de estar vinculados con Cristo como los pámpanos lo están con la vid?

He visto un cuadro en el que se representa a un buey parado entre un arado y un altar, con la siguiente inscripción: "Listo para cualquiera de los dos": dispuesto a sofocarse en el surco agobiador o sangrar en el altar del sacrificio. Esta es la posición en la que han de hallarse siempre los hijos de Dios: dispuestos a ir a donde los llame el deber, a negarse a sí mismos y a hacer sacrificios por la causa de la verdad. La iglesia cristiana fue fundada sobre el principio del sacrificio. "Si alguno quiere venir en pos de mí", declara Jesús, "niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame" (Mat. 16:24). El exige el corazón entero, todos los afectos. Las demostraciones de celo, fervor y trabajo desinteresado que sus seguidores devotos han dado ante el mundo, debieran despertar nuestro ardor y llevarnos a imitar su ejemplo. La religión genuina imparte una seriedad y firmeza de propósito que amoldan el carácter conforme a la imagen divina y nos permiten considerar todas las cosas como pérdida para ganar la excelencia de Cristo.

Esta singularidad de propósito resultará ser un elemento
de enorme poder.……

Las personas de poco talento, si son fieles en mantener sus corazones en el amor de Dios, pueden ganar muchas almas para Cristo. Harlan Page, era un mecánico pobre, de habilidad ordinaria y educación limitada; pero hizo que su primera preocupación fuera el procurar el avance de la causa de Dios, y sus esfuerzos fueron premiados con gran éxito. Trabajó por la salvación de sus compañeros en conversaciones privadas y en ferviente oración. Inauguró reuniones de oración, organizó escuelas dominicales, y distribuyó folletos y otros materiales de lectura religiosos. En el lecho de muerte, mientras se posaba sobre su rostro la sombra de la eternidad, pudo decir: "Yo sé que todo ha provenido de la gracia de Dios y no por mérito de cosa alguna que yo haya podido hacer; pero creo tener evidencia de que más de cien almas se han convertido a Dios por medio de mis esfuerzos personales". Testimonios para la Iglesia, tomo 5, páginas 286 y 287.

6. "Nuestro General, quien no se equivoca, continúa diciendo: "Avanzad. Entrad en nuevos territorios. Levantad bandera en cada lugar. Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti'.

Nuestra consigna ha de ser: Adelante, siempre adelante. Los ángeles del Señor irán delante de nosotros para preparar el camino. Nuestra preocupación por las "regiones apartadas" jamás puede deponerse hasta que toda la tierra sea alumbrada con la gloria del Señor.

Es necesario revivir el espíritu misionero en nuestras iglesias. Todos los miembros debieran estudiar la manera de contribuir al progreso de la obra de Dios, tanto en la misión local como en el exterior. Se ha hecho escasamente una milésima parte de la obra que debe realizarse en los campos misioneros. Dios insta a sus obreros a que conquisten nuevos territorios para él. Hay ricos campos de labor que esperan la llegada de obreros fieles. Ángeles ministradores cooperarán con cada miembro de la iglesia que trabaje desinteresadamente por el Maestro.

La iglesia de Cristo en la tierra se organizó con propósitos misioneros, y el Señor desea verla en su totalidad concibiendo maneras y medios para llevar el mensaje de verdad a los encumbrados y a los humildes, a los ricos y los pobres. No todos son llamados a un ministerio personal en el extranjero, pero todos pueden hacer algo mediante sus oraciones y ofrendas para ayudar la obra misionera.

Un comerciante de los Estados Unidos de América, cristiano sincero, en conversación con un compañero de labor dijo que él mismo trabajaba para Cristo las veinticuatro horas del día. "En todas mis relaciones comerciales —dijo— trato de representar a mi Maestro. Mientras tengo la oportunidad, procuro ganar a otros para el Señor. Todo el día trabajo para Cristo y en la noche mientras duermo, tengo un hombre que trabaja para el Señor en la China".

Luego agregó: "Cuando era joven me propuse trabajar como misionero entre los gentiles. Pero, con la muerte de mi padre, tuve que encargarme de sus negocios con el fin de proveer para la familia. Ahora, en vez de ir yo mismo, apoyo financieramente a un misionero. Mi obrero trabaja en cierto pueblo de una provincia de la China. Así que, mientras duermo, sigo trabajando para Cristo a través de mi representante". Testimonio para la Iglesia, tomo 6, páginas 38 y 39.

7. "Dios ha hecho a su pueblo mayordomo de su gracia y verdad, y ¿cómo considera él su descuido de no impartir estas bendiciones a sus prójimos? Supongamos que una distante colonia perteneciente a la Gran Bretaña está en grande aprieto debido al hambre y a una guerra inminente. Multitudes mueren de inanición, y un poderoso enemigo se congrega en la frontera, amenazando acelerar la obra de destrucción.

El gobierno del país abre sus despensas; la caridad pública fluye en abundancia; el socorro abunda por todos lados. Una flota cargada de los preciosos medios de existencia es enviada a la escena de sufrimiento, acompañada de las oraciones de aquellos cuyos corazones fueron conmovidos a proveer ayuda. Y por un tiempo la flota navega directamente hacia su destino. Pero, habiendo perdido de vista la tierra, el entusiasmo de los encargados de llevar provisiones a las víctimas hambrientas disminuye. Aunque están ocupados en una obra que los hace colaboradores con los ángeles, pierden las buenas impresiones que tuvieron al salir. Por intermedio de los malos consejeros entra la tentación.

En el trayecto yace un conjunto de islas y, aunque harto lejos de su destino, deciden hacer escala. La tentación que ya ha entrado se hace más fuerte. El espíritu egoísta del lucro se apodera de sus mentes.

Se presentan oportunidades de negocio. Se persuade a los que están a cargo de la flota a permanecer en las islas. Su propósito original de misericordia se pierde de vista. Se olvidan del pueblo hambriento al cual fueron enviados. Las provisiones que se les habían encomendado son usadas para su propio beneficio.

Los recursos de beneficencia son desviados por cauces de egoísmo. Intercambian los medios de subsistencia por la ganancia egoísta y dejan que sus prójimos mueran. El clamor de los que perecen asciende a los cielos y el Señor apunta en su registro la historia del robo.

Pensemos en el horror de ver morir a seres humanos porque los encargados de los medios de auxilio fueron infieles a su cometido. Se nos hace difícil reconocer que el hombre pudiera ser culpable de un pecado tan terrible. Sin embargo, se me instruye a deciros, mi hermano, mi hermana, que los cristianos diariamente repiten este pecado." Testimonio para la Iglesia, tomo 8, páginas 31 y 32.

8. "La obra de ganar almas debe llevarse adelante en forma agresiva, en medio de oposición, peligro, pérdida y sufrimiento humano. En cierta batalla, cuando uno de los regimientos de la fuerza atacante estaba siendo rechazado por las hordas enemigas, el portaestandarte mantuvo su lugar aunque las tropas habían emprendido la retirada. El capitán le gritó que se retirara con la bandera, pero el portaestandarte le contestó: "¡Traiga a sus hombres donde se encuentra la bandera!" Esta es la obra de los portaestandartes: conducir a la gente hacia el estandarte de Cristo. El Señor pide que haya sinceridad y entusiasmo. Todos sabemos que el pecado de muchos cristianos profesos es que carecen de valor y energía para colocarse ellos mismos, y a los que con ellos se relacionan, a la altura del estandarte de Cristo. De todas partes repercute el llamado macedónico: "Pasa y ayúdanos". Dios ha abierto campos delante de nosotros, y si los hombres quisieran colaborar con los agentes divinos, muchísimas almas serían ganadas para la verdad. Pero quienes dicen formar parte del pueblo de Dios, se adormecieron sobre el trabajo que les fue asignado; de manera que en muchos lugares este trabajo ni siquiera ha comenzado. Dios ha enviado un mensaje tras otro para despertar a su pueblo y animarlo a que entre en acción inmediatamente. Pero al llamamiento: "¿A quién enviaré?" pocos han contestado: "Heme aquí, envíame a mí". (Isa. 6:8).

Cuando la iglesia haya dejado de merecer el reproche de indolencia y pereza, el Espíritu de Dios se manifestará misericordiosamente. El poder divino se revelará y la iglesia verá las obras providenciales del Señor de los ejércitos. La luz de la verdad se derramará en rayos claros y poderosos, como en los días apostólicos, y mucha gente se apartará del error e irá hacia la verdad. La tierra será alumbrada con la gloria del Señor.

Los ángeles del cielo han esperado por mucho tiempo la colaboración de los agentes humanos, de los miembros de la iglesia, en la gran obra que debe hacerse. Ellos os están esperando. Tan vasto es el campo y tan grande la empresa, que todo corazón santificado será alistado en el servicio como instrumento del poder divino." Testimonio para la Iglesia, tomo 8, página 32.

 

 

Autor:

Humberto R. Méndez B.

 

Partes: 1, 2
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