La idea de desarrollo, para comenzar, oculta hacia dónde en realidad se dirigen los beneficios. Los más beneficiados por el desarrollo son los empresarios, inversionistas y banqueros, y no la gente común que cuenta sólo con las promesas de derrame o goteo de éstos. Junto con el desarrollo económico, por ejemplo, se ha ampliado la brecha socioeconómica entre pobres y ricos, y hay muchos más pobres en el mundo que hace una generación atrás, a pesar de que el mundo ha crecido como nunca en su nivel de producción y desarrollo tecnológico. Mientras que la apropiación de los bienes generados por ese desarrollo es desproporcionadamente desigual entre ricos, que son cada vez más ricos, y una clase media con cada vez menor poder adquisitivo.
Hasta los más ardientes defensores del capitalismo reconocen los problemas sociales derivados de la enorme desigualdad actual. El 1% de los más ricos gana más que el 40 % de los más pobres. La relación de riqueza entre la quinta parte más rica y la quinta parte más pobre era de 1 a 30 en 1960, y de 1 a 74 en 2004. Entre 1972 y 1992 se ha duplicado el número de encarcelamientos (del 44 al 88 por mil) en la OCDE. Una vaca europea recibe 2 de subvención al día, más de lo que ganan 2.700 millones de personas en el mundo. (Latouche, 2006)
Ya no se considera tan evidente el hecho de que el crecimiento en este sistema económico acabe con la pobreza. Al contrario, los modos de crecimiento actuales perpetúan la pobreza y ensanchan la brecha entre ricos y pobres. El crecimiento económico suele producirse en los países que ya son ricos y fluye desproporcionadamente a las personas más ricas de esos países. De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo, en 1960 el 20% de la población mundial que vivía en los países más ricos tenía una renta per cápita 30 veces superior a la del 20% que vivía en los países más pobres. En 1995, la proporción entre las rentas medias del 20% más rico y el 20% más pobre había aumentado de 30:1 a 82:1. En Brasil, la mitad más pobre de la población percibía el 18% de la renta nacional en 1960 y solo el 12% en 1995. Un siglo de crecimiento económico nos ha dejado un mundo de enormes disparidades entre ricos y pobres. Tal es así que el 20% más rico controla el 80 % del producto mundial bruto y consume el 60% de la energía comercial mundial. (Meadows Donella y otros, 2012)
Además de beneficiar de forma desproporcionada sólo a algunos, el desarrollo económico tampoco significa necesariamente un aumento en la sensación de felicidad de la población que disfruta de la bonanza, la cual está probado que es mayor en algunos países subdesarrollados que en EEUU, primer potencia industrial del mundo. Dado un piso de condiciones materiales de vida, son otros aspectos no materiales los que están relacionados con la sensación de mayor bienestar. Los servicios sociales tampoco inequívocamente mejoran con mayor inversión. La calidad de la educación no mejora sustancialmente con la inversión directa, Argentina y Brasil han superado las metas de inversión en educación alcanzando un presupuesto mayor al 6% del PBI, pero han visto empeorar las calificaciones de sus alumnos en la evaluación internacional. En muchos países de los más desarrollados el deterioro de las relaciones humanas está en alza, lo que se refleja en el aumento del índice de separaciones, los brotes de violencia, la falta de compromiso social de los jóvenes, etc. La desigualdad social es un problema que el desarrollo económico lejos de corregir, agrava, conformando un escenario de mayor tensión entre los individuos.
El desarrollo además tiene sus contraefectos que anulan las supuestas mejoras o soluciones que brinda a la sociedad, por ejemplo, va asociado al incremento de la población en las ciudades, vale decir que hay más para repartir, pero también más a quienes repartir por lo que se vuelve al punto de partida en el que no hay lo suficiente para todos, y a ello se agrega, que vivir en las ciudades se hace cada vez más difícil e insatisfactorio precisamente debido a la concentración poblacional que el desarrollo genera. Las ciudades se tornan, cada vez más, lugares de los que la gente prefiere huir a causa del tránsito, la polución, los altos costos de vida, la delincuencia, etc.
Se ha asignado el nombre de patologías urbanas a los problemas de salud asociados a la vida en las ciudades, donde se nota comparativamente un mayor índice de estrés, ansiedad y cuadros de depresión, así como enfermedades respiratorias elevándose los índices de asma infantil y la diabetes tipo 2. Pero no podemos dejar de mencionar las enfermedades ocasionadas por los tóxicos que se encuentran en los alimentos industrializados, que también tienen como principal destinatario al hombre urbano imposibilitado de producir su propio alimento. En ese sentido, podemos hablar de las epidemias de cáncer, problemas hormonales, de fertilidad, y enfermedades neurodegenerativas como el altzeimer y el parkinson, entre otros flagelos relacionados con la contaminación de la comida, del aire y el agua, que son también consecuencia del desarrollo económico, y en última instancia del sistema.
En tanto que los costos reales del desarrollo en términos de explotación de recursos naturales no renovables, degradación medioambiental y pérdida de biodiversidad, como veremos, echa por tierra cualquier supuesto beneficio social obtenible. El estilo de vida que ha emergido en el siglo 20 se sustenta en buena parte en el uso de combustibles fósiles, vale decir, que las comodidades de las que venimos gozando hace un siglo: electricidad, gas, automóviles, accesibilidad de alimentos, etc. dependen de un recurso con el que ya no contaremos en un futuro próximo. Estamos utilizando esas reservas como si fueran a durar para siempre o se pudieran regenerar, por lo que las generaciones venideras deberán echar mano a otras fuentes de energía, que no tienen la versatilidad del petróleo, con lo que más que conquistando mayor bienestar a través del sistema, lo que estamos haciendo es privando de la posibilidad de bienestar a nuestros hijos a causa de la depredación en la que incurre este sistema.
El crecimiento poblacional ha permitido la expansión del mercado, y por lo tanto, es un factor asociado al crecimiento económico que requiere el sistema. Más población significa más demanda, mayor escasez y mayor presión sobre los ecosistemas. Grandes empresas obtienen beneficios de la sobreexplotación, por ejemplo, de la tierra, necesaria para cubrir las demandas de una población creciente. Se necesita mayor rinde por hectárea, lo que es suplido por semillas y agroquímicos provistos por la industria. La industria ve como se agranda el mercado y cómo a su vez se depende cada vez más de la tecnología para compensar la insuficiencia de los procesos naturales para responder a las exigencias de un mercado en expansión. La degradación medioambiental aumenta junto con las ganancias de los inversionistas, lo que supone un incentivo, más que una corrección, para que las cosas sigan por ese rumbo.
Las corporaciones no han surgido sino para generar ganancias en el menor tiempo posible, no es un requisito para su existencia que contemplen el bien común y los efectos de sus prácticas sobre el medioambiente. Los gobiernos, por su parte, se encuentran constreñidos a encontrar soluciones inmediatas a los problemas sociales emergentes. Un gobierno que se jacta de mostrar cifras de la economía favorables, difícilmente pueda garantizar el sostenimiento de esos datos. Visto a mediano plazo, lo que están generando es precisamente lo contrario, conformando la fórmula de pan para hoy y hambre para mañana, porque el rumbo de la economía no depende tanto de ellos como de las vicisitudes de la economía mundial. Una crisis en China puede echar por tierra buena parte de la prosperidad de la que vienen gozando varios países agrícolas, como la Argentina. Siendo que los problemas ecológicos demandan no sólo atención, sino además, una inversión importante de parte del Estado y de la industria, los problemas económicos que se suscitan por otros motivos en la actualidad serán un obstáculo más para encontrar soluciones efectivas.
Uno de los ejemplos más formidables de la alienación del sistema respecto del bienestar real de la población es la estimación del PBI. "En el cálculo del producto bruto interno o PBI de un país, se considera como creación de riqueza económica lo que a la larga resulta ser destrucción del patrimonio natural. No otra cosa significa, por ejemplo, computar como aumento de riqueza la deforestación de un bosque originario por su valor agregado de madera utilizable, sin prever su reforestación. Tampoco se computa como pérdida de riqueza en el PBI la degradación de las tierras, junto con la pérdida de biodiversidad. El PBI tampoco registra la desigualdad existente en la distribución de la riqueza generada, ni computa los gastos en servicios sociales básicos. Sin embargo, muchos gobiernos aún siguen valorando su gestión y el buen rumbo de la economía de acuerdo con ese parámetro.
Para palear de alguna manera este déficit, desde 1990 y en forma anual, el Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo publica el Indice de Desarrollo Humano por país que intenta ser una corrección razonable para la medición del bienestar y calidad de vida, incorporando en su cálculo aspectos cualitativos como la esperanza de vida, el PBI per cápita y el nivel educativo. Desde luego que este índice deja también mucho que desear puesto que tampoco tiene en cuenta los costos mediambientales de dicho desarrollo y la sobreexplotación de los recursos.
Existe un índice que trata de medir comparativamente la utilización de recursos naturales de una economía en función de lo que el territorio en el que ésta se emplaza pueda permitir explotar de una manera sustentable. Tomando como base de comparación la cantidad de tierra disponible en el mundo con capacidad de proveer recursos y absorber desechos de 1,9 hectáreas por persona, la media de consumo mundial supera las 2,2 has por persona. Es decir, que estamos sobreexplotando los recursos del planeta. Además, este consumo no es homogéneo. Mientras que en muchos países del Sur no se llega a las 0,9 has, un ciudadano de Estados Unidos consume en promedio 8,6, un canadiense 7,2, y un europeo medio unas 5 has. Los datos anteriores ponen de manifiesto la inviabilidad de extender el modelo de producción y consumo occidental a toda la población del planeta y que, por tanto, la única opción viable, desde una perspectiva de justicia y equidad, es que aquellos que sobreconsumen por encima de lo que corresponde a la biocapacidad de sus territorios rebajen significativamente su consumo material.
Más allá de los 1,9, el desarrollo económico va a contramano del bienestar social, puesto que a partir de ese valor, cuanto más desarrollada esté una economía más contaminante y depredadora es. Por lo tanto, no es deseable que todos los países tomen como referencia a los países desarrollados, no es deseable y no es posible que lo sigan. Generalizar al resto de la población mundial el uso de recursos de los Estados Unidos, requeriría el equivalente a 20 veces el consumo actual de petróleo, gas y carbón, y significaría multiplicar por 6 el actual nivel de contaminación del planeta medido en dióxido de carbono. Pero ni los países desarrollados resignan su tendencia a una creciente utilización de los mismos, ni los países pobres se orientan a otro tipo de desarrollo.
Es materialmente imposible generalizar el nivel de consumo de los recursos naturales y el impacto contaminante de los países del norte. Como consecuencia de esto, no se desprende que los países del sur deban resignar su derecho a alcanzar un nivel de desarrollo razonable, sino más bien que, la disminución de la voracidad de unos, sostenga el aumento de recursos disponibles para otros. Aún así, el daño ocasionado por las potencias para sostener su nivel de vida de consumo banal y derroche, amerita el costo adicional de tener que indemnizar de alguna manera a las naciones que han sido saqueadas y depredadas a través de los gobiernos y las multinacionales.
Sin embargo, muy lejos estamos de ver un comportamiento semejante, así como ocurrió con otras injusticias históricas que quedaron impunes, los poderosos no tienen el detalle de mirar atrás ni sentir ningún tipo de remordimiento, pero esta vez los perjudicados serán también ellos mismos. Mientras tanto, el sistema económico causante de todas estas injusticias sigue vigente, y necesita del crecimiento perpetuo. Las finanzas han hecho posible incrementar extraordinariamente el flujo de dinero en la economía y proporcionar un impulso constante a la producción de bienes y servicios, pero lo hace a condición de que la economía siga creciendo. Y es ahí justamente donde radica el problema, si la economía mundial crece como lo está haciendo hasta ahora, un 3% anual, la demanda de recursos planetarios será el doble en poco mas de 20 años, pero ya hemos sobrepasado la capacidad de regeneración de varios recursos y el punto de máxima extracción del petróleo y pronto el del gas natural.
El crecimiento económico no toma cuenta de los costos humanos y ambientales, sino sólo los datos inmediatos de fluidez de capitales: el nivel de inversión, la productividad, el superávit comercial, el consumo interno, etc. Sin embargo, el desarrollo económico sigue siendo el norte para muchos de los que hoy tienen papeles protagónicos de decisión en el curso que toman los acontecimientos que nos afecta a todos. Las generaciones futuras no evaluarán el éxito del sistema o de un gobierno por lo que ha contribuido al bienestar presente, sino a la sostenibilidad de ese bienestar, y es palpable que pensando en el largo plazo casi ningún gobierno ha hecho las cosas como corresponde.
Los costos del desarrollo económico
Otro gran cuestionamiento que le cabe al término desarrollo, como se usa habitualmente, es que aún si nos cernimos a su aspecto económico, el énfasis está puesto en la producción y el comercio, en lugar de la disponibilidad de bienes para la población. La disponibilidad no debería estar únicamente asociada a mayor producción, también lo está de manera menos evidente a la eficiencia en el uso, la durabilidad y calidad de los productos, el uso sustentable del recurso, etc. Ninguno de estos factores, no obstante, hacen crecer la economía. Por el contrario, acciones que hacen a la disponibilidad sustentable, como el compartir bienes, la autosuficiencia, el prosumo, así como reciclar o reutilizar bienes, van a contramano del comercio, y, por lo tanto, de las ganancias del sector privado y del poder recaudador del Estado. Si, por ejemplo, 3 familias comparten un mismo vehículo para darle un uso más eficiente y disminuir su tiempo de desuso, la disponibilidad del vehículo es un hecho, pero el mercado ha dejado de vender 2 vehículos más. De la misma manera, cada producto del que se autoabastece una persona como prosumidor de comida, muebles, ropa, etc. hace a la disponibilidad y no al crecimiento económico o productivo dentro de la economía formal.
Dentro de la medida de productividad, o de la idea de desarrollo productivista, se incluyen además artículos de lujo totalmente innecesarios, que operan como un estímulo permanente al lucro e indirectamente a la oferta de bienes y servicios a través del mercado formal. Mientras que la mayor accesibilidad a los bienes que genera la productividad se transforma también en estímulo al crecimiento poblacional, lo que es lo mismo, mayor demanda de bienes y servicios. Es decir, que el desarrollo visto desde el punto de vista productivista no solo se opone a otras formas más sustentables de acceder a los bienes en una sociedad, sino que además, genera un derroche y consumismo incalculables que están devastando los recursos naturales y la biodiversidad, contaminando el aire y el agua, degradando los suelos, y creando una crisis de subsistencia de grandes dimensiones, de lo que aún no se ha tomado plena conciencia.
Agotamiento de los recursos naturales
Otra de las grandes confusiones que existe en relación al término desarrollo es que éste se asocia a la capacidad y acción humanas que triunfan sobre las condiciones que fija la naturaleza, sin tener en cuenta los costos y las consecuencias medioambientales que tales pretensiones generan. El economista Schumacher decía en relación a esto que el hombre moderno no se ve como parte de la naturaleza, sino como una fuerza externa destinada a dominar y conquistarla. Incluso se habla de una batalla con la naturaleza, olvidando que, si ganaba la batalla, él se encontraría en el bando perdedor. La tecnología moderna ha permitido a los humanos rebasar los tiempos de regeneración de los recursos naturales, y extraer de manera predatoria en poco tiempo los recursos que el planeta llevó miles de años en crear.
Históricamente se han despreciado los servicios y recursos que aporta la naturaleza, y en cambio, se ha puesto toda la atención en la producción y comercialización de los bienes manufacturados e insumos como si su existencia solo dependiera del mercado y la industria. Este malentendido alcanza particularmente a los economistas del sistema que en sus análisis desprecian el capital natural como parte fundamental de generación de riqueza:
La economía convencional contribuyó de modo formidable a magnificar los logros del Capitalismo a base de ignorar el uso y ocasional agotamiento/destrucción de recursos que está en su fuente, y los residuos que necesariamente produce con los correspondientes problemas de contaminación. Y aún más al ocultar que los bienes y servicios onerosos ofrecidos por el sistema económico productivista procedían de, o sustituían pobremente, los bienes y servicios gratuitos de la naturaleza, cuya fundamental contribución al proceso económico fue minimizada o eliminada, en favor del trabajo y el capital (el capital y el trabajo también se construyen con recursos como acero o alimento). (Economía ecológica, Wikipedia)
Los servicios naturales como la polinización de los insectos, la absorción de dióxido de carbono y de agua de lluvia de los bosques, la fertilización natural de los microorganismos en la tierra, la energía emitida por el sol, indispensables, por ejemplo, para la producción de alimentos, no han sido tomados muy en cuenta como servicios e insumos en la economía de mercado, y por lo tanto no se han cuidado lo suficiente. Ahora podemos medir cuál es el costo económico del exceso o la falta de lluvias debidas al cambio climático, o de la falta de polinizadores afectados por la aplicación de pesticidas, o los costos de utilizar fuentes de energía no renovables, o la explotación ineficiente o excesiva de los recursos como el agua dulce, o de las malas prácticas agrícolas. La degradación medioambiental está impactando, no solo a la biodiversidad o a la salud humana, sino que está afectando fuertemente a la economía. Es debido a ello que los Estados y las corporaciones comienzan a tomar acciones orientadas a la preservación y la sustentabilidad. El gran inconveniente es que esta reacción en muchos casos es insuficiente, tardía e incapaz de revertir la situación, como es el caso del agotamiento de la tierra fértil y la contaminación persistente de la atmosfera y del agua.
Tomo a la Tierra 5 millones de años producir los combustibles fósiles que consume el mundo en un año. Nos encontramos en un punto máximo de producción de petróleo a nivel mundial, los años subsiguientes verán mermar considerablemente el crudo extraído de la tierra, mientras que todo indica que la demanda subirá. El carbón produce la mitad de la electricidad en el mundo, pero tampoco es renovable y se dice que llegará a su pico de extracción para el 2040. En Estados Unidos, la extracción de petróleo llegó a su pico en los años 70s, luego de esa década le siguió un permanente declive, lo que obligó a nutrirse del petróleo extraído en otros países para conservar su liderazgo como economía más desarrollada del mundo. Globalmente el ritmo de descubrimiento de nuevos yacimientos ha llegado a su pico en los 60s. Muchos investigadores creen que hemos llegado al pico de producción de petróleo a nivel mundial y que en adelante debemos enfrentarnos al hecho de que todos los productos derivados de éste se encarecerán progresivamente o directamente no estarán disponibles.
Sin embargo, este agotamiento se pone en duda ya que desde hace años se están explotando yacimientos de petróleo y gas no convencionales que están siendo descubiertos en varias partes del mundo con un gran potencial de producción. Se trata de los depósitos de esquistos bituminosos, yacimientos de rocas sedimentarias de muy baja permeabilidad, pero con hidrocarburos absorbidos. Estos se pueden extraer fracturando las rocas a miles de metros de profundidad mediante agua a muy alta presión. Aparte de ser muy costoso y utilizar mucha cantidad de agua, contamina el agua que utiliza, la que luego se deposita en ríos, acuíferos y mares ocasionándole la muerte de distintas especies, y siendo una amenaza para el consumo de las poblaciones próximas. Los pozos mar adentro a miles de metros de profundidad y los yacimientos de hidrocarburos no convencionales están salvando por el momento el hambre de petróleo en el mundo, lo cual hace improbable que se dejen de explotar a pesar de los evidentes perjuicios ambientales. Un ejemplo de ello, el accidente de la plataforma de perforación a miles de metros bajo el mar de British Petroleum derramó 780 mil metros cúbicos de crudo en el golfo de México en 2010, contaminando un área de 176 mil km2 y generando pérdidas por varios miles de millones de dólares que aún está compensando la compañía.
El consumo mundial de energía se multiplicó por tres entre 1950 y 2000. Los combustibles fósiles siguen dominando la oferta de energía primaria. Más del 80% del consumo de energía comercial del año 2000 procedió de combustibles fósiles no renovables: petróleo, gas natural y carbón. Las reservas subterráneas de esos combustibles menguan continua e inexorablemente. Mientras que la transición a otras fuentes de energía puede durar décadas.
El petróleo es lo que ha permitido el modo de vida del que gozamos en las ciudades. Es el combustible de casi todos nuestros medios de transporte. Nos ha permitido generar infinidad de materiales utilizados como contenidos y soportes sintéticos (plásticos y polímeros), telas, dispositivos electrónicos y otros bienes esenciales de la vida moderna. Los productos químicos derivados del petróleo han permitido generar los pesticidas y fertilizantes que usamos para incrementar la producción de alimentos y contrarrestar la degradación de la tierra. El procesamiento de los productos y su transporte dependen también del petróleo, vale decir que con el agotamiento de este combustible fósil, del carbón y del gas natural que alimenta las turbinas eléctricas, habrá serias dificultades para la generación de energía y la producción de bienes elementales, entre ellos los alimentos, con lo que el crecimiento económico será obstaculizado al no haber una combinación de fuentes de energías alternativas que puedan suplantarlo en el corto plazo.
Los comportamientos sociales en los países desarrollados no muestran una real comprensión del problema: seguimos construyendo vehículos que queman alegremente cantidades crecientes de petróleo, sin tener en cuenta, ni las previsiones de su agotamiento, ni tampoco los problemas que provoca su combustión o el hecho de que constituye la materia prima, en ocasiones exclusiva, de multitud de materiales sintéticos (fibras, plásticos, cauchos, medicamentos ). Al quemar petróleo estamos privando a las generaciones futuras de una valiosísima materia prima. (Vilches A., p.143)
El agua es otro recurso en riesgo. La mayor demanda de las ciudades, el uso para la agricultura, la industria y la minería demandan cada vez mayor cantidad de este valioso recurso que ya no llega a reponerse del ritmo de extracción. Algunos ríos importantes no alcanzan al mar en determinados meses del año, y los reservorios subterráneos se están agotando en varias partes del mundo. El setenta por ciento del agua dulce que se consume está destinado a la agricultura y gran parte es desviada de su cause natural para circular por canales de irrigación. Desviando el agua de grandes ríos se fertilizan regiones enteras muchas veces superando la capacidad de reposición natural. Los ríos Colorado, Amarillo, Nilo, Jordán, Ganges, Indo y otros están tan explotados debido a las captaciones para regadíos y ciudades que sus canales se secan durante una parte o la totalidad del año. En tanto que algunos de los acuíferos y reservas fósiles de agua se están agotando a un ritmo acelerado, lo que obliga hoy día a abandonar las explotaciones agrícolas en varias zonas que antes eran fuente de alimento para poblaciones enteras.
En San Pablo, Brasil, algunos de los reservorios de agua que son abastecidos por ríos y arroyos están en declive ininterrumpido hace 5 años y hoy se encuentran al 15 por ciento o menos de su capacidad por falta de lluvias. El agua fósil en India e Israel y parte de África ya muestra signos de agotamiento. Del acuífero de Ogalalla, que abastece un quinto de las tierras de regadío de Estados Unidos, se captan en exceso 12 kilómetros cúbicos al año. Su agotamiento ha convertido en secano un millón de hectáreas de tierras de cultivo. El bombeo de agua freática a un ritmo mayor que el que puede regenerarse es insostenible. Las actividades humanas que dependen de ellas tendrán que reducirse y ello puede tener como efecto el aumento de costo de los cereales a escala mundial.
La explotación ganadera lógicamente también es un sumidero del recurso fluvial. El alimento más costoso en cuanto a consumo de agua y de forraje hasta que el animal es sacrificado, es la carne vacuna. Para producir un kilo de limones o naranjas se utiliza 30 veces menos agua que para producir un kilogramo de carne vacuna (15.000 litros), y casi el triple que para producir un kilogramo de carne porcina. En general, una dieta vegetariana es mucho más ahorrativa de todos los recursos del agro que el consumo de carnes. Estas cantidades incluyen el agua de riego y las necesidades para la elaboración del alimento, inclusive el cultivo del forraje.
El consumo doméstico de agua es muy superior en los países desarrollados, en algunas partes de Estados Unidos y en zona de gran riqueza que construyen ciudades en pleno desierto como Dubai, el consumo per cápita puede llegar a ser varias veces superior al promedio mundial.
Consumo de agua por sectores de actividad en porcentaje.
Sector | Mundo | Europa | EEUU | Asia | África | Argentina |
Agrícola | 30 | 30 | 40 | 85 | 90 | 75 |
Industrial | 22 | 55 | 48 | 10 | 5 | 9 |
Domiciliario | 8 | 15 | 12 | 5 | 5 | 16 |
Fuente: Tomás Buch 2013, p.115
Cada vez con mayor frecuencia empresas privadas extraen agua del río y acuíferos sin control alguno, comprando y dominando las tierras cerca de las cuales se encuentra el agua. Otra forma de privatización del agua es la desviación de los cauces de los arroyos para irrigación o práctica de piscicultura, la contaminación con efluentes, y la construcción de represas en convenio con empresas privadas. La privatización de este recurso natural sucede frente a nuestros ojos cada vez que pagamos una cifra alta por el agua embotellada, una cifra comparable incluso a la que pagamos por recursos no renovables y elaborados como el gasoil. Somos testigos de una estrategia global para adueñarse tanto del recurso en sí mismo como de los sistemas para extracción, distribución y administración del agua. Además, este recurso es importado por algunos países de manera indirecta adquiriendo bienes o insumos para cuya elaboración se necesita agua, como es el caso de los granos, la carne, los lácteos.
A veces no es la falta de agua sino el mal uso, el desperdicio y la contaminación lo que hace que este recurso no esté disponible. La contaminación de algunos ríos, arroyos y lagos es tal que no es posible potabilizar el agua para el consumo. En estos casos, el agua se utiliza para drenar residuos tóxicos de la industria o vertidos cloacales domiciliarios sin previo tratamiento. Mientras que el agua potable se sigue utilizando de manera indiscriminada para usos que no requieren gran tratamiento y podría ser fácilmente reutilizada. En varios países se está usando agua de lluvia para llenar cisternas que abastecerán el consumo menos exigente en cuanto a la calidad como riego, lavado, etc. Las pérdidas por filtraciones en los conductos y la ineficiente captación del agua disponible también inciden en la escasez evitable de este recurso.
Pero en la falta de agua existen además causas relacionadas con las modificaciones que el hombre produce sobre la atmósfera y la tierra. El cambio climático genera distorsiones en el régimen de lluvias haciendo que en determinadas regiones llueva mucho menos de lo esperado. Las sequías prolongadas contribuyen a la erosión eólica de la tierra, los incendios espontáneos de bosques y la disminución de la biodiversidad, además de las consecuencias sociales y económicas. Los bosques producen humedad que desencadenan lluvias que aumentan el caudal de nuestros ríos, pero además, los árboles hacen que el agua penetre mejor en la tierra llenando los acuíferos. Por lo que, indirectamente, la condición de nuestros bosques también hace a la preservación de este recurso. La deforestación y la emisión de gases de efecto invernadero son factores que inciden negativamente sobre la cantidad de agua disponible.
Muchas áreas de Medio Oriente y de Asia padecen ya una persistente escasez de agua, y se espera que el número de países que experimenten estas condiciones se duplique en los próximos 25 años, conforme aumente la población y más gente se establezca en áreas urbanas. Para 2050 la demanda de agua podría hacerse a 100% del suministro disponible, produciendo una intensa competencia por esta sustancia esencial en todas las áreas del planeta, salvo las mejor irrigadas. (Klare M., p.2)
La explotación insostenible de ciertos recursos renovables, como el agua, no sólo afecta el uso futuro de ese recurso, sino que su escasez impacta en otros órdenes, ya sea, en el cambio climático o la disminución de la biodiversidad. Los problemas y desequilibrios se potencian así mutuamente, poniendo en peligro la supervivencia de la especie humana. Un ejemplo claro de ello lo constituye otro recurso esencial en retroceso: el de la masa forestal. En los últimos 100 años el planeta ha perdido casi la mitad de su superficie forestal. Y, como señalan informes de la FAO (Organización de la Alimentación y la Agricultura), la Tierra sigue perdiendo de forma neta cada año 11,2 millones de hectáreas de bosques vírgenes. Esto sucede, según informes del Fondo Mundial para la Naturaleza, como consecuencia fundamentalmente de su uso como fuente de energía (cerca de 2000 millones de personas en el mundo dependen de la leña como combustible), de la expansión agrícola ganadera, de la minería y de las actividades de compañías madereras que, a menudo, escapan a todo control. Como veremos más abajo, la extensión de la frontera agrícola y la forestación han hecho retroceder drásticamente el monte nativo en países como Argentina, Paraguay y Brasil.
Esta disminución de los bosques, particularmente grave en el caso de las selvas tropicales, no sólo incrementa el efecto invernadero, al reducirse la absorción del dióxido de carbono sino que, además, agrava el descenso de los recursos hídricos: a medida que la cubierta forestal mengua, aumenta lógicamente la escorrentía de la lluvia, lo que favorece las inundaciones, la erosión del suelo y reduce la cantidad de agua que se filtra en la tierra para recargar los acuíferos y seguir abasteciendo los ríos luego de los períodos de lluvia.
La tierra fértil es otro recurso que se va perdiendo con la urbanización y los procesos de desertificación y salinización de tierras agrícolas. La pérdida de nutrientes, debida a la sobreexplotación agrícola, la erosión y el cambio climático es compensada insuficientemente con el uso de fertilizantes químicos. La salinización y sodificación de los suelos producidos por los excesos de agua superficial, riego o ascenso de las napas freáticas son procesos que están en continuo aumento. Pero una de las causas más importantes de la degradación del suelo cultivable procede de la agricultura intensiva, que se traduce en erosión eólica (el suelo arado se disgrega más fácilmente y es arrastrado por el viento), apisonamiento de los suelos por el paso de maquinaria pesada, alteración de la composición química de los suelos (acidificación, pérdida de nutrientes), etc. Se habla de una espiral de degradación que ha afectado ya a la mitad de los suelos cultivables.
Otros recursos como el carbón, el gas natural, así como muchos metales y minerales que precisa la sociedad industrial tampoco se reponen en el tiempo y la cantidad que los extraemos de la tierra. Nuestra generación no paga el verdadero costo de explotar estos recursos porque seguimos presumiendo que las fuentes de donde se extraen las materias primas no se acabarán, que son ilimitadas. Pero la verdad es que vivimos a expensas de las carencias y penurias que deberán pasar las generaciones futuras, ellos deberán pagar nuestra fiesta de consumismo y despilfarro. Los países ricos viven subsidiados por los países en desarrollo cuyos recursos han comprado por una fracción mínima de su valor, o directamente saqueado a través de intervenciones militares o compromisos financieros.
"Se trate de hidrocarburos, soja, oro, etc. la mecánica es la misma: grandes grupos concentrados que cuentan con las inversiones necesarias se apropian de los recursos y la renta que invariablemente extranjerizan. El Estado cobra impuestos en forma de retenciones a las exportaciones y regalías, y el resto de la bonanza llega en forma de derrame: empleo, pequeñas empresas proveedoras, servicios asociados, etc." (Federovisky, p. 100)
" la atención de estas corporaciones no se enfoca necesariamente en la propiedad de los recursos, sino en asegurarse la capacidad de controlar la extracción y comercialización; son mediadores en la apropiación de la naturaleza, y esos recursos pueden estar bajo control estatal, privado o mixto" (Federovisky citando a Gudynas, p. 105)
En el foro de Rio se explicó que el consumo de algunos recursos clave superaba en un 33% las posibilidades de recuperación de la Tierra. Según manifestaron en ese foro los expertos: "si fuera posible extender a todos los seres humanos el nivel de consumo de los países desarrollados, sería necesario contar con tres planetas para atender a la demanda global". (Vilches, A., y otros O. (2009))
Conforme crecen las poblaciones y se dilata la actividad económica en muchas partes del mundo, el apetito por las materias primas vitales aumentará con mayor rapidez de la que la naturaleza y las empresas de recursos del mundo pueden satisfacer. El resultado será una recurrente escasez de materias primas clave, que en algunos casos será crónica. A medida que la escasez de materias primas cruciales aumente en frecuencia e intensidad, será más fuerte la competencia por el acceso a los suministros restantes de esos bienes. (Klare M. p. 3)
La tierra ha sido generosa en recursos naturales, pero estos no son ilimitados, sin embargo, hemos construido una industria que se ha dedicado a extraer y explotar estos recursos cada vez con mayor eficiencia, y una sociedad que consume y derrocha como si esos recursos no se fueran a agotar nunca. A pesar de que la mayoría de los seres humanos tienen un reducido acceso a los mismos, nos enfrentamos al grave problema de su agotamiento que afectará a todos en los años próximos. La actual cantidad y densidad de población, y la forma capitalista de producción y distribución de los bienes no es compatible con los límites que impone el planeta, esto está haciendo que nuestra sobreexplotación reduzca la posibilidad de sobrevivencia dentro de los límites de la sostenibilidad.
Degradación medioambiental
La obsesión por el desarrollo centrado en la maximización de la producción y consumo de bienes, no sólo se desentiende del bienestar social, sino que se ha convertido en una amenaza para la supervivencia de las nuevas generaciones. A la depredación de los recursos naturales, debemos sumar el otro gran problema que enfrenta la humanidad: la degradación medioambiental. Así como el planeta tiene recursos limitados para ofrecernos, sean o no renovables, también impone límites a la capacidad de absorber, sin consecuencias medioambientales, los desperdicios generados por la industria y las ciudades. En ambos casos, los países más desarrollados sobrepasan esos límites y las consecuencias están afectando al propio desarrollo, ya sea en forma de escasez de recursos, o, como veremos, de pérdidas materiales por desastres climáticos y la disminución de servicios naturales ofrecidos por los ecosistemas que están siendo degradados.
La contaminación química
Nuestro medioambiente está invadido de sustancias tóxicas producidas por nosotros mismos, y aunque tenga sus propios mecanismos de depuración, la extralimitación de la producción y el consumo de bienes y servicios, hace que se saturen las vías de compensación y sumideros quedando estas sustancias insalubres en el aire y el agua que consumimos a diario. Algunos otros productos que se utilizan en la industria y la agricultura incluso no son absorbidos y sus elementos persisten en el tiempo acumulándose con las nueva emisiones, como es el caso de muchos pesticidas que no son biodegradables y se acumulan en los tejidos orgánicos.
Los pesticidas utilizados en la agricultura están contaminando los alimentos y el agua con sustancias tóxicas para los seres humanos. La producción extendida de maíz y soja transgénica está contaminando el aire, la tierra y el agua, con creciente cantidad de sustancias responsables de generar cáncer, malformaciones, enfermedades neurológicas e infertilidad. Los agrotóxicos más utilizados, como el glifosato, están produciendo un verdadero genocidio sobre las localidades fumigadas. En las poblaciones próximas a los cultivos, el cáncer es una epidemia, y no se puede descartar que el aumento del cáncer en la población en general sea en parte debido también a los residuos de agrotóxicos que se encuentran en los alimentos procesados que contienen soja y maíz, o en las frutas, verduras, citrus y otros cultivos que son rociados también por esos productos para combatir las malezas. Recientemente, la Organización Mundial de la Salud publicó un estudio que revela que el glifosato produce daño al ADN y las células humanas, lo cual lo hace un agente potencialmente cancerígeno, ratificando con ello lo sabido y denunciado por una larga lista de expertos independientes durante décadas.
Aun ante la duda acerca de la toxicidad de ciertas sustancias, el Estado debería aplicar el principio de precaución, no permitiendo el uso de una sustancia sospechada de producir males en la salud hasta que se demuestre fehacientemente su innocuidad. La carga de la prueba pesa sobre la industria y no sobre la población. Sin embargo, aún hoy día, en muchos casos se da lo contrario, las pruebas de toxicidad dejan muchas dudas acerca de los potenciales daños crónicos, no letales, a la salud. Sobre las generaciones actuales se ensayan los efectos de toda clase de productos que son liberados para su uso indiscriminado, y que algún día deberán ser prohibidos sin que los responsables paguen por el daño causado.
Las pruebas no son suficientes si sólo se realizan comprobaciones sobre los efectos de una sustancia aislada y a corto plazo. Se ha comprobado que varias sustancias que fueron testeadas como innocuas en forma aislada, en combinación pueden producir malformaciones en el aparato reproductivo en animales recién nacidos. Además, algunas sustancias tienen efectos sólo si se aplican continuamente y muchos de esos efectos se manifiestan sólo luego de varios años. La dificultad para conseguir pruebas de inocuidad realmente confiables entonces se hace tan difícil que el Estado termina por aceptar las objeciones de la industria al principio de precaución por retrasar el avance de su negocio.
El mal de parkinson y el alzheimer, lo mismo que muchos tipos de cáncer, e incluso la diabetes, desequilibrios hormonales, etc. están siendo asociados, a partir de una creciente evidencia científica, al consumo de esos residuos tóxicos que se encuentran en los alimentos que suponemos más son sanos para el organismo, como las frutas y verduras. La industria que nos alimenta también nos está envenenando, y prueba de ello es el aumento de casos de enfermedades que antes se consideraban raras y ahora son de lo más común. El extendido uso de agroquímicos para favorecer la mayor productividad y lucro de los productores, está generando verdaderas epidemias de enfermedades incapacitantes y mortales. Pero todo ello se encuentra silenciado en los medios debido a que, no sólo afectaría de una manera dramática el negocio de las grandes corporaciones como Monsanto o Syngenta, sino también a la industria farmacéutica que está gozando de una bonanza nunca antes vista. En el caso de Syngenta el negocio es doble, porque participa tanto de la producción de agrotóxicos como de los fármacos para tratar las enfermedades producidas por éstos.
Por su parte, la soja transgénica que hoy día es el producto cultivado en la mayor parte del territorio de Argentina y en Brasil para alimentar el ganado de Asia y de Europa, y que implica el uso extendido de agrotóxicos, genera contaminación genética sobre las variedades locales de semillas; contaminación del suelo; pérdida de biodiversidad; desarrollo de resistencia en insectos y "malas hierbas" y efectos no deseados en otros organismos vivos. Mientras que los efectos sobre los ecosistemas son irreversibles e imprevisibles. El uso de pesticida reduce la biodiversidad, reduce la fijación de nitrógeno disminuyendo la fertilidad de la tierra, contribuye al declive de polinizadores (Muchos insecticidas utilizados para la soja y otros cultivos son altamente tóxicos para las abejas.). Los pesticidas son una de las causas principales de la contaminación del agua y ciertos pesticidas son contaminantes orgánicos persistentes que contribuyen a la contaminación atmosférica.
Otros de los productos contaminantes, que han permitido la explosión de la productividad agrícola, son los fertilizantes químicos ricos en nitrógeno que utilizan los productores para obtener mejores rindes, y que en zonas del interior, por ejemplo, acaban siendo arrastrados a los cursos de aguas superficiales y subterráneas, y más tarde se depositan en los estuarios, bahías y deltas. Este exceso de nutrientes puede provocar un crecimiento masivo de algas que consumen el oxígeno del agua, generando zonas en las que no puede haber vida acuática o apenas existe. Los científicos han descubierto 400 zonas muertas con estas características por todo el planeta.
Pero la contaminación química, por supuesto, no se agota en el campo. Los desechos industriales vertidos en los ríos y en el aire, o que caen para depositarse en el suelo con la lluvia ácida, son también otro gran flagelo que la humanidad tiene que soportar por el bien de la industria. La lluvia ácida se forma cuando la humedad en el aire se combina con los óxidos de nitrógeno y el dióxido de azufre emitidos por fábricas, centrales eléctricas y vehículos que queman carbón o productos derivados del petróleo. En interacción con el vapor de agua, estos gases forman ácido sulfúrico y ácidos nítricos. Finalmente, estas sustancias químicas caen a la tierra acompañando a las precipitaciones. La acidificación de las aguas de lagos, ríos y mares dificulta el desarrollo de vida acuática en estas aguas, lo que aumenta en gran medida la mortalidad de peces.
La lluvia ácida afecta directamente a la vegetación produciendo daños importantes en las zonas forestales. Se ha observado que el aumento en la fijación de nitrógeno explicaría la retracción y disminución del área boscosa y la desaparición de varias especies de hongos de gran importancia en los bosques. Por otra parte, el exceso de compuestos nitrogenados, al alcanzar los ríos, mares y lagos, provoca un crecimiento importante en el número de algas y otras plantas acuáticas. Este fenómeno, llamado eutroficación, altera profundamente las características físicas y químicas del agua e implica la retracción y aún la desaparición de las comunidades del ecosistema acuático.
En tanto que la quema de combustibles fósiles procedentes de plantas de carbón generadoras de electricidad, las fábricas y los escapes de automóviles, son responsable de la contaminación atmosférica que en los grandes conglomerados urbanos está produciendo epidemia de asma entre otras muchas dolencias cardíacas y respiratorias. Expertos en salud ambiental y cardiólogos de la Universidad de California del Sur (EE.UU), acaban de demostrar por primera vez lo que hasta ahora era apenas una sospecha: la contaminación ambiental de las grandes ciudades afecta la salud cardiovascular. Se comprobó que existe una relación directa entre el aumento de las partículas contaminantes del aire de la ciudad y el engrosamiento de la pared interna de las arterias (la "íntima media"), que es un indicador comprobado de aterosclerosis.
Entre los residuos industriales podemos destacar los metales pesados y las dioxinas, éstas últimas son extremadamente tóxicas, persistentes y acumulativas en toda la cadena alimentaria. Son sustancias cancerígenas y que alteran los sistemas inmunitario, hormonal, reproductor y nervioso. Mientras que los metales pesados como el mercurio, el cadmio, el plomo, el arsénico, entre otros, expelidos por procesos industriales están contaminando los cursos de agua y el aire. La megaminería, es solo un buen ejemplo de industria que contamina los cursos de agua mediante filtraciones de los diques que hacen que los químicos utilizados para extraer los metales de las rocas lleguen hasta los ríos y acuíferos. Los metales no se degradan con facilidad y se acumulan en los tejidos de plantas y animales que luego consumen los humanos. Cada vez es más común escuchar la contaminación con mercurio o cromo de peces, o que se han encontrado niveles no admisibles de arsénico o plomo en el agua que abastece a las poblaciones. Estos metales producen en el organismo el deterioro y disfunción de órganos, daños en el sistema nervioso y en el sistema circulatorio, problemas reproductivos, etc.
Por si esto fuera poco, los efluentes industriales contaminantes no son las únicas formas de residuos que debemos padecer, además de la industria y la agricultura, la propia ciudad y cada individuo en particular se podría considerar una fuente de polución ambiental permanente. La cantidad de residuos domiciliarios no degradables como vidrios, plásticos, metales, está contaminando también la tierra y el agua. A medida que una sociedad se hace más consumista genera más residuos y más diversos. Hace no más de 50 años, la mayor parte de los residuos que generábamos en las ciudades eran considerados recursos por la gente del campo de alrededores, ya que la mayoría de lo que se generaba eran restos orgánicos que se aprovechaban en el campo o para los animales. La situación hoy es muy diferente. La fracción orgánica se ha reducido a un 30-40% del total y los envases, el papel o las fracciones como la ropa, los muebles y electrodomésticos han ido ganando terreno. Aunque no se generen en grandes cantidades, cabe destacar que se ha ido incrementando la presencia de residuos peligrosos en nuestra basura: pilas, medicamentos, metales en aparatos electrónicos, insecticidas, detergentes, entre otros, son cada vez más comunes.
El depósito en vertedero (controlado e incontrolado) sigue siendo el destino final mayoritario para los residuos urbanos, dado que más de la mitad de los residuos urbanos recogidos va directamente a esas instalaciones, y una cantidad difícil de evaluar lo hace tras pasar por otras plantas. En Europa, la cantidad de basura que se recicla o recupera conforma poco más del 30%, el resto es incinerado o va a parar a los vertederos. En muchos países casi la totalidad de la basura se dirige a los vertederos, los cuales muchas veces no están acondicionados adecuadamente para no dejar filtrar sus contaminantes a la tierra o al aire.
He nombrado sólo algunos de los problemas ocasionados por los productos que el hombre vierte al medioambiente como devolución por todo lo que de él extrae para mantener o incrementar su estándar de vida material, y que a mediano plazo puede ocasionar una perdida notable de calidad de vida. La presencia del hombre en el planeta está marcada por su casi total falta de previsión y responsabilidad en relación al cuidado de su entorno natural, hecho que se agravan con el logro de su mayor productividad y la promoción sistemática del consumo y el derroche innecesarios. Pero para peor, la contaminación no es el único ni el más grave de los problemas autogenerados que debemos afrontar. La alta productividad y consumo también tienen como correlato la disminución de la biodiversidad y el cambio climático, dos de los más graves problemas que enfrentamos, y que podrían generar una nueva extinción masiva.
La disminución de la biodiversidad.
Actualmente, la biodiversidad se encuentra sometida a un peligroso y sostenido proceso de merma de origen antrópico. El ritmo de degradación y destrucción de ecosistemas y especies es comparable al ocurrido en las extinciones masivas pasadas. Se puede afirmar que nos encontramos al comienzo de un nuevo evento de esas características. Pero a diferencia de los anteriores, las causas de esta nueva extinción están relacionadas con la actividad humana. Este fenómeno no ha cesado desde que el hombre comenzó a contaminar y explotar los recursos de manera no sustentable.
La palabra biodiversidad es una contracción de diversidad biológica; se refiere por lo tanto a la variedad en el mundo viviente. El término biodiversidad se aplica comúnmente a describir la cantidad, la variedad y la variabilidad de los organismos vivos. Este uso tan amplio abarca muchos parámetros diferentes, y en este contexto biodiversidad es, en realidad, un sinónimo de la vida en la Tierra. La biodiversidad abarca el espectro de formas de todo nivel de organización que la vida sobre la tierra posee en un lugar y momento determinados. Pudiendo manifestarse en distintas escalas: molecular, genética, celular, individual, poblacional y ecosistémica.
La vida en la tierra es un fenómeno exclusivo que debe mucho a las condiciones y procesos abióticos particulares que se dan en este lugar del universo. Dentro de este ambiente, la vida se expresa con gran ubicuidad y plasticidad, perdurando, extendiéndose y adaptándose en distintos escenarios y de muy diversas formas. Las interacciones entre los diversos componentes de la diversidad biológica es lo que permite que el planeta pueda estar habitado por todas las especies, incluidos los seres humanos, ya que gracias a ellas se dan procesos tales como la purificación del aire y del agua, la destoxificación y descomposición de los desechos, la estabilización y moderación del clima de la Tierra, la moderación de las inundaciones, sequías, temperaturas extremas y fuerza del viento, la generación y renovación de la fertilidad del suelo, incluido el ciclo de los nutrientes, la polinización de las plantas, etc.
A su vez, cada planta, insecto y animal ocupa un lugar en la cadena alimenticia y depende de la existencia de otros para su supervivencia, por lo que la causa que determina la desaparición de una especie puede provocar indirectamente la desaparición de otra, y a su vez, la proliferación de una especie diferente que se hallaba en estrecha competencia con alguna de las dos. Las distintas especies co-evolucionan y dependen en buena medida unas de otras dentro de ecosistemas donde existe una permanente transferencia de materia y energía necesaria para su sostenimiento.
"La vida se da a través de seres individuales y concretos intensamente vinculados entre sí. Todos los individuos que comparten un patrimonio genético común (igual genoma), hábitos de apareamiento y descendencia fértil, constituyen una especie biológica. Dentro de los ecosistemas, ocupan lugares físicos determinados, espacios en los que desarrollan sus ciclos de vida, llamados hábitats. Los hábitats pueden tener diversas dimensiones, que están dadas por los rasgos y dinámicas de las especies que los ocupan. Una pradera, una laguna, un árbol, un bosque o una caverna, constituyen algunos ejemplos de ellos. No son entidades independientes de las especies que los habitan, sino que son parte indisoluble de ellas." (Melendi, p. 24)
Los ecosistemas son sistemas abiertos que poseen elementos constitutivos, estructura, organización, dinámica propia y mecanismos de homeostasis capaces de absorber o compensar fluctuaciones dentro de un rango propio y particular. Además poseen equilibrio dinámico y evolucionan. En forma natural y a lo largo del tiempo los ecosistemas cambian, se transforman, no son entidades estáticas, fijas, como no lo es el entorno más general que ocupan.
La aparición del ser humano constituyó una fuerza que actuó sobre la dinámica de los ecosistemas y que en un principio fue absorbida y no alteró sensiblemente su dinámico equilibrio. Pero, posteriormente, con el avance de las ciudades y especialmente de la tecnología, el impacto ambiental ejercido sobre los ecosistemas comenzó a provocar perturbaciones persistentes que, en muchos casos, llegan a exceder su capacidad de asimilación. Esto ha generado fuertes desequilibrios, muchos de los cuales se pueden tornar irreversibles. Superados ciertos umbrales críticos se produce el colapso de la estructura del sistema, sobreviene una cadena de eventos catastróficos y la búsqueda de un nuevo equilibrio.
El actual impacto humano sobre el ambiente podría desembocar en una nueva reconfiguración de la vida en el planeta y del ambiente global que podría tener aparejada, como en el pasado, la extinción masiva de especies. En ese nuevo escenario existiría un nuevo equilibrio ambiental, cuyas condiciones no necesariamente serían aptas para la especie humana, ya que nuestra especie no es más importante, ni más necesaria que otras. El fenómeno de la vida devendrá siempre a través de especies, no importa cuáles. (Melendi, p. 25)
Un bosque es un recurso en sí mismo que cumple diversas funciones, modera el clima, controla las riadas, almacena agua contra la sequía, resiste el efecto erosivo de la lluvia y del viento, es un sumidero de dióxido de carbono y una fuente de oxígeno, etc. Pero sobre todo, alberga y sostiene muchas especies vivas. Se calcula que las selvas tropicales por sí solas, que cubren el 7% del planeta, hospedan por lo menos al 50% de las especies. Antes del advenimiento de la agricultura había entre 6000 y 7000 millones de hectáreas de bosques en la tierra, actualmente sólo quedan 3900 millones. Más de la mitad de las pérdidas de los bosques naturales del mundo se han producido a partir de 1950. EE.UU. ha perdido el 95% de su superficie forestal original. En Europa no queda esencialmente ningún bosque primario. China ha perdido tres cuartos de sus bosques y casi todos sus bosques vírgenes. El 90% de los bosques húmedos de Filipinas han sido talados. La exuberante y diversa mata atlántica de Brasil ha sufrido una deforestación tal que la ha reducido aproximadamente al 1% de su extensión original. Brasil e Indonesia son los países con mayor cubierta vegetal, y también, los países que mas deforestan, sólo Brasil cerca de 1 millón de hectáreas por año.
En 1917, la Argentina poseía 104 millones de hectáreas de bosques, mientras que en la actualidad sólo quedan 27 millones; es decir que desde 1880 al 2015 fue destruida cerca del 80% de la cobertura forestal nativa de toda la Argentina, y sólo en los últimos 25 años Argentina perdió el 22% de sus bosques, unas 7,6 millones de hectáreas. Es decir, según las estimaciones de la ONU, la Argentina pierde 300 mil hectáreas de bosques nativos por año.
Las selvas tropicales están sufriendo en las últimas décadas una severa deforestación, que se produce a un ritmo de 10 a 14 millones de hectáreas anuales. Un equipo de ecólogos identifico lugares ricos en biodiversidad que se encuentran en serio peligro de destrucción inmediata. Estos lugares, denominados zonas calientes, son: El Chocó de Colombia, las tierras altas de la Amazonia occidental, la costa Atlántica de Brasil, Madagascar, el Himalaya oriental, Filipinas, Malasia, Borneo y los bosques tropicales de Australia.
"Indonesia, con una población de 237 millones de habitantes, es el país más rico en biodiversidad marina, y el segundo en biodiversidad terrestre, después de Brasil. Indonesia quema enormes cantidades de selva tropical: cada hora el tamaño de trescientos campos de fútbol, lo que la transforma además en un gran emisor de gases por deforestación, casi como si fuera un país industrial, pero peor, porque entrega materia prima a relativo bajo precio para que otros la manufacturen." (De Ambrosio, p.103)
La mayoría de las extinciones se produce por la pérdida de bosques tropicales, los arrecifes coralinos y los humedales. Al menos el 30% de los arrecifes de coral de todo el mundo se hallan en estado crítico y otro 20% bajo seria amenaza. La elevación de la temperatura de los océanos, debido al calentamiento global, genera un desequilibrio en el ecosistema de los arrecifes que los lleva de un fenómeno conocido como blanqueamiento a su destrucción junto con toda la biodiversidad que de ellos depende. Los humedales están todavía más amenazados. Son lugares de intensa actividad biológica, incluida la cría de muchas especies de peces. Alrededor de la mitad de los humedales se han perdido debido a operaciones de dragado, terraplenado, drenaje, canalización y a la contaminación del agua.
Pero los ecosistemas que han perdido mayor cantidad de especies son los que tienen lugar en los bosques tropicales y subtropicales, que son deforestados cada año por el avance de la agricultura, la ganadería y la tala. El monocultivo de especies forestales como el pino y el eucaliptus es invasivo y se realiza sustituyendo al verdadero bosque y ecosistema natural preexistente e implica, entre otros impactos, una fuerte merma de la biodiversidad y, en muchos casos, la alteración del aprovechamiento y manejo del recurso hídrico de la región. Por el contrario, las políticas forestales sustentables están dirigidas a permitir y sostener el desarrollo del bosque nativo y su diversidad. Una vez que se tala un bosque es muy difícil su recuperación, sobre todo en zonas erosionables o de clima seco, por ese motivo ya se ha dispuesto una legislación que demarca zonas donde es prohibido desmontar, aunque, sin el control suficiente, se sigue suprimiendo el bosque de manera clandestina, como ocurre por ejemplo en grandes áreas del Amazonas.
Otro factor que contribuye a la pérdida de biodiversidad es el cambio climático. Las sequías e inundaciones son enemigos directos de muchas especies de animales y vegetales, pero además, el cambio de temperatura, que se produce de forma muy acelerada, no permite adaptarse o emigrar a gran parte ellos. Adaptarse a una suba de temperatura de 4 grados en un siglo (como prevé el IPCC) sería simplemente imposible para árboles y otra vegetación nativa, así como para la mayoría de los animales e insectos, y más aún si consideramos que su ecosistema se encuentra fragmentado, y por lo tanto, la ciudad y el campo se transforman en barreras infranqueables para una posible migración a zonas más seguras. Mientras que la adaptación evolutiva precisa de mucho más tiempo (incluso millones de años) para producir descendencia adaptada a las nuevas y cambiantes circunstancias.
Con la destrucción de sus hábitats las especies de insectos y animales no pueden sobrevivir. Según algunas estimaciones, si calculamos la tasa de extinción de este momento, basándonos en los números de especies por área, teniendo en cuenta la pérdida de bosques tropicales (aproximadamente 1/3 en los últimos 40 años), se extinguen 50.000 especies por año (sólo 7.000 de ellas conocidas). Esto representa 10.000 veces la tasa natural de extinción y significa un 5% del total de especies por década. De mantenerse estos números, a fines del siglo XXI habrán desaparecido dos tercios de las especies de la Tierra.
Además de las especies por las que se hacen campañas públicas como el panda, el gorila o las ballenas, hay una pérdida significativa de otras especies no tan populares que revisten una función ecológica de suma importancia para los humanos. Un ejemplo son los anfibios, que operan como reguladores de la población de insectos, en especial de mosquitos transmisores de enfermedades como la malaria y el dengue. Otro caso es el de las abejas que cumplen una función irremplazable en la polinización de muchas plantas que se usan para la alimentación humana. Ambas especies han sufrido pérdidas significativas sobre todo en lugares donde está extendido el uso de pesticidas en el campo.
El tercer informe del Convenio sobre diversidad biológica titulado "Perspectiva mundial sobre biodiversidad 3" (PNUMA, 2010) indica que la pérdida de hábitats y vida salvaje podría dañar a la humanidad de diversas maneras. Se estima que desde 1970, las poblaciones de animales salvajes se redujeron en un 30%, la superficie de los pantanos y vegetales acuáticos en un 20% y los corales vivos en un 40%. La biodiversidad se está perdiendo a velocidad alarmante debido a la creciente presión sobre los ecosistemas.
Si bien la pérdida de especies llama nuestra atención, la amenaza más grave a la diversidad biológica es la fragmentación, degradación y la pérdida directa de los bosques, humedales, arrecifes de coral y otros ecosistemas. Todas estas cuestiones son agudizadas por los cambios atmosféricos y climáticos que ocurren de manera global y que afectan directamente a los hábitats y a los seres que los habitan. Todo ello desestabiliza los ecosistemas y debilita su capacidad para hacer frente a los mismos desastres naturales. La pérdida de la diversidad biológica con frecuencia reduce la productividad de los ecosistemas, y de esta manera disminuye la posibilidad de obtener diversos bienes y servicios de la naturaleza, de los que el ser humano constantemente se beneficia.
Las tres principales causas de esta pérdida de biodiversidad son:
1. La destrucción de los hábitats naturales: Esta es una de las principales causas de pérdida de biodiversidad en el mundo. Los bosques tropicales son sin duda los principales almacenes de biodiversidad del planeta y están desapareciendo a un ritmo vertiginoso. Por ejemplo, la forestación con pinos y eucaliptos inhibe el crecimiento de otro tipo de vegetación por la toxicidad de las hojas que se desprenden de ellos y terminan cubriendo el suelo.
2. La fragmentación: Campos de cultivo, áreas urbanas, carreteras y autopistas constituyen barreras infranqueables para numerosas especies. Para estos seres vivos, su hábitat natural ha pasado de ocupar extensas áreas ininterrumpidas a quedar dividido en fragmentos aislados de menor extensión. Es el efecto conocido como fragmentación de los hábitats, responsable de la extinción local de numerosas especies. Cuando un cierto número de individuos de una especie queda confinado en una pequeña porción de territorio, el peligro de extinción es mucho mayor.
3. Los campos sin vida: La aparición de la moderna agricultura industrial, basada en la especialización y el uso masivo de fertilizantes y pesticidas produce una brusca disminución de especies. En los países más intensamente explotados por esta agricultura industrial, se ha acuñado el término de desierto verde para referirse a esos nuevos paisajes que deja ver la agricultura intensiva, muy ricos en términos productivos, pero muy pobres en vida silvestre.
La extensión del monocultivo no solo requiere avanzar sobre la vegetación virgen, sino también la utilización de pesticidas que afectan a otros insectos, animales y plantas no consideradas plagas, como ser las abejas. La mortandad de abejas es un serio problema en la agricultura porque éstas son los principales polinizadores de árboles frutales y otras culturas agrícolas. A su vez, durante las últimas dos décadas se ha observado una intensa reducción global de sapos, ranas y salamandras (anfibios). No sólo se ha observado la reducción del número de estos animales, se observó también la pérdida de fertilidad, alteraciones en los órganos genitales y aumento de malformaciones. Este fenómeno afecta seriamente a la mayoría de las 5000 especies de anfibios. La causa está asociada fuertemente a la contaminación con pesticidas en los cursos y estacionamientos de agua dulce.
Cada especie que se pierde afecta de alguna manera imprevisible a las demás especies y al funcionamiento del ecosistema, la mortandad de aves y sapos como sucede en algunas regiones agrícolas permite la proliferación de insectos, y a su vez, la lucha por controlar las plagas genera la proliferación de otras plagas resistentes a los pesticidas.
La construcción y extensión de las ciudades y la creación de represas también implican la destrucción de ecosistemas naturales. Las represas ocasionan inundaciones de miles de hectáreas de tierras, alteran significativamente el curso y dinámica de los ríos, lo que va asociado a la pérdida de vida acuática, acumulación de contaminantes y proliferación de insectos vectores de enfermedades. Los incendios que se extienden por miles de hectáreas favorecidos por la falta de lluvias y la desertificación de la tierra también son otros factores preocupantes de extinción de la vida vegetal y animal.
Pero la biodiversidad también puede ser afectada a nivel genético. El uso de semillas transgénicas está reemplazando la rica diversidad de cultivos en muchos países. Las variedades de maíz propias de países latinoamericanos, que los pequeños agricultores volvían a plantar cada campaña usando sus propias semillas recolectadas en las cosechas, están siendo reemplazadas por unas pocas variedades de maíz transgénico producidas en los laboratorios de las multinacionales, las que, por supuesto, pretenden cobrar por el suministro de semillas en cada campaña. Con el avance de la biotecnología y el agronegocio se corre el serio riesgo de que unas pocas especies genéticamente modificadas, más productivas y resistentes a los pesticidas y a las variaciones climáticas, reemplacen la variedad de otras muchas especies de plantas, como de animales, que han evolucionado para estar adaptadas a un ecosistema diverso.
El hombre ha modificado el entorno para vivir de modo más seguro y cómodo, a expensas de la supervivencia de las demás especies que habitan el planeta. Para el hombre, históricamente, lo único que importa es su propia supervivencia y bienestar, sin embargo, la naturaleza no está diseñada para complacer sólo al hombre, por lo que la hemos destruido y manipulado para crear el entorno artificial que mejor responda a nuestras crecientes necesidades. La artificialidad de las ciudades y sus centros comerciales se transformó rápidamente en nuestro nuevo hábitat. No obstante, hemos olvidado que aún dependemos de la naturaleza para satisfacer prácticamente todas nuestras necesidades vitales. Los servicios naturales como el ciclo del agua, la depuración del aire, la regulación climática, la polinización y la fertilización, etc. están siendo afectados por la pérdida de biodiversidad. A su vez, todo ello conlleva a un serio riesgo sobre los ecosistemas alterando los ciclos de regeneración de recursos de los que depende la vida de otras especies no directamente afectadas por el hombre, constituyendo un círculo vicioso de destrucción de la vida en el planeta, incluyendo nuestra especie. Otro de los efectos más terribles de nuestro modo de vida sobre el medioambiente es el cambio climático.
El cambio climático.
Se llama cambio climático a la modificación del clima con respecto al historial climático a una escala global o regional. Tales cambios se producen sobre todos los parámetros meteorológicos: temperatura, viento, presión atmosférica, nubosidad, precipitaciones, etc. Uno de los síntomas del cambio climático es la mayor frecuencia de períodos secos y lluviosos que pueden desencadenarse al mismo tiempo en regiones próximas entre sí; como así también, la mayor frecuencia de eventos extremos como huracanes y tornados, y el aumento de la temperatura promedio estacional.
A pesar de que las causas del calentamiento global son un tema de debate en el ámbito científico y político, en cuanto a si asociarlas a factores naturales o humanos, las consecuencias se hacen sentir ya en todo el mundo. Los efectos del calentamiento global amenazan con ser generalizados, y en algunos sitios también catastróficos. Los impactos principales, según las diferentes proyecciones realizadas, estarán relacionados con las precipitaciones más frecuentes y abundantes, las altas temperaturas y las sequías, el derretimiento de los hielos polares y de montaña, la elevación del nivel del mar, la fluctuación en los vientos y las corrientes oceánicas y el impacto sobre los arrecifes.
Entre los factores que pueden provocar el cambio climático actual de la Tierra, la actividad industrial liberadora de dióxido de carbono y las variaciones de la actividad solar se encuentran entre los más importantes. De cualquier modo, sabemos que el aumento de temperatura y de concentración de CO2 se encuentra correlacionado, por lo que la emisión de gases de efecto invernadero, si no es totalmente responsable, al menos colabora en la agravación del problema. De ahí que es sumamente importante que los países desarrollados se comprometan a reducir progresivamente sus emisiones de CO2.
La alta demanda de energía por parte de los países desarrollados, es sin dudas una de las principales fuentes de emisión de gases de efecto invernadero. Esta demanda de energía hace que se extraigan y consuman cada vez más recursos energéticos como el petróleo cuya combustión aumenta la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Otros factores atribuidos al hombre son la quema de combustibles fósiles, por ejemplo, el uso de automóviles movidos a nafta o gasoil; la quema de material de origen vegetal como el uso de madera para alimentar las calderas; la deforestación, que resta capacidad de absorción de CO2, y la urbanización que genera una mayor retención del calor y desencadena precipitaciones inusuales. Pero los factores humanos a su vez inciden indirectamente sobre otros procesos desencadenantes del calentamiento global. Uno de los más graves es el hecho de que los océanos (que contienen unas 50 veces más CO2 disuelto que la atmósfera) y suelos como el permafrost ártico están transformándose, al elevarse la temperatura, de sumideros en fuentes de CO2 y metano, amenazando con un devastador incremento del efecto invernadero.
Los bosques son, a través del proceso de fotosíntesis, importantes sumideros de dióxido de carbono. El actual ritmo de deforestación contribuye entre un 5 a 20% al fenómeno de efecto invernadero, que incrementa la temperatura media del planeta y provoca severos desequilibrios climáticos. Además, recientemente se sostiene que la presencia de los bosques regula la humedad, los vientos y la distribución de las precipitaciones entre los mares y la tierra, y que la desertificación se realimenta positivamente porque sobre las zonas deforestadas llueve menos.
Según los expertos, el aumento de las temperaturas se distribuirá de forma desigual, siendo más acentuado en la proximidad de los polos que cerca del ecuador. Dado que los tiempos meteorológicos y el clima de la tierra se basan en gran medida en las diferencias de temperatura entre los polos y el ecuador, los vientos, las lluvias y las corrientes oceánicas experimentarán cambios de intensidad y dirección. Hay incertidumbre respecto a los factores que puedan servir para contrarrestar el aumento de las temperaturas y la acumulación de gases, como la absorción ejercida por los mares; como también de aquellos factores que puedan servir para acelerar el proceso. Por ejemplo, los suelos de la tundra podrían liberar, al descongelarse, enormes cantidades de metano congelado, un gas de efecto invernadero varias veces superior al dióxido de carbono.
El metano es producido además por la actividad agropecuaria (ganadería, cultivo de arroz, etc.) y procesos fermentativos anaeróbicos (basurales). Mientras que, las actividades industriales, la combustión de biomasa y combustibles fósiles producen óxido nitroso; y la tecnología del frio, aerosoles y ciertos materiales sintéticos liberan clorofluorocarbonados o CFCs. Cada uno de estos gases contribuye al calentamiento global en las siguientes proporciones: dióxido de carbono 55%, CFCs 24%, metano 15% y óxido nitroso 6%. Estos gases son muy persistentes en la atmósfera, el dióxido de carbono se degrada pasados más de 100 años, vale decir que su efecto es acumulativo, y persistente aunque se tomen medidas para reducir su emisión a cero.
Durante las últimas décadas, las mediciones en las diferentes estaciones meteorológicas indican que el planeta se ha ido calentando. Los últimos 10 años han sido los más calurosos desde que se llevan registros. En varios meses del 2014, y en casi todos los meses de 2015 se batieron records de temperaturas máximas estacionales a nivel mundial, siendo Julio de 2015 el mes más calido del último siglo y medio, con una temperatura promedio de 0.81°C por encima de la media del siglo XX. Se estima que desde que el hombre mide la temperatura hace unos 150 años (siempre dentro de la época industrial) ésta ha aumentado 0,5 °C y se prevé un aumento de 1 °C en el 2020 y de 2 °C en el 2050. En este mismo año, 2015, las olas de calor que azotaron medio oriente y Asia se llevaron la vida de 1500 personas en Pakistán y más de 2000 en la India. Mientras que en los últimos años las inundaciones y deslizamientos de tierra son noticia diaria, al punto que hay muchos casos de ciudades que quedan sumergidas por varias semanas o de forma permanente bajo el agua.
A medida que el planeta se calienta, disminuye globalmente el hielo en las montañas y las regiones polares, por ejemplo, lo hace el de la banquisa ártica o el casquete glaciar de Groenlandia, aunque el hielo antártico, según predicen los modelos, aumentará ligeramente. El deshielo puede derivar en consecuencias gravísimas para las poblaciones costeras susceptibles de inundaciones. Además, el hielo de las altas cordilleras es la principal fuente de agua (de deshielo en estaciones cálidas) de los ríos que abastecen a muchas ciudades.
El cambio climático se traduce en un cambio en los regímenes de lluvia haciendo que, mientras en determinadas zonas disminuyen significativamente las precipitaciones generando sequías prolongadas que afectan los niveles de reservorios de agua, en otras zonas, las precipitaciones son excesivas provocando deslizamiento de tierras e inundaciones que afectan a gran número de pobladores en las ciudades, además de pérdidas en la agricultura. En un solo país, de la magnitud de Brasil, pueden ocurrir varios de estos fenómenos de características opuestas al mismo tiempo, mientras que en el sur se cuentan por centenares de miles los damnificados por las intensas precipitaciones (Julio de 2015), en el centro y norte la sequía prolongada obliga al racionamiento de agua.
Cuando la temperatura de los océanos se vuelve más cálida, las tormentas son más intensas. El calentamiento global hará que las tormentas puedan llegar a ser extremadamente graves por su intensidad y frecuencia. El agua caliente del océano alimentará la intensidad de las tormentas y dará como resultado un mayor número de huracanes extremadamente devastadores. Efectos como estos se están sintiendo hoy – ya hemos visto que en los últimos 30 años, la gravedad y número de ciclones, huracanes y tormentas han aumentado hasta casi duplicarse. Todo esto produce refugiados, pérdida de vidas, así como daños a la propiedad y pérdidas en la agricultura.
Las tendencias ambientales, como el calentamiento global, también afectarán la disponibilidad de muchos recursos a escala mundial, entre ellos el agua y la tierra de labranza. Aunque temperaturas más altas producirán mayor precipitación pluvial en áreas localizadas cerca de los océanos y otros grandes cuerpos de agua, las regiones del interior generalmente experimentarán condiciones de mayor sequedad, con prolongadas sequías como fenómenos recurrentes. Las temperaturas más altas también aumentarán la velocidad de evaporación de ríos, lagos y depósitos. Por tanto, es probable que se pierdan muchas áreas de cultivo importantes, como se cree que sucederá en Argentina, que desde el último año registra inundaciones de millones de hectáreas en campos de las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Corrientes. Ya sea por sequía o ampliación de las extensiones desérticas del interior, sea por inundación de las costas y elevación del nivel de los mares en las regiones marítimas, las pérdidas han de ser cuantiosas.
Las consecuencias económicas del cambio climático pueden ser devastadoras tanto por la pérdida directa de bienes materiales, como por el impacto que supone en la agricultura y los inconvenientes para desarrollar actividades comerciales normalmente. Algunas ciudades como Nueva York sufrieron este año un invierno tan crudo que el hielo formado en las calles obligó a suspender el transporte y el centro quedó casi sin actividad comercial. Hay ciudades en Brasil que están sufriendo inundaciones persistentes que se prolongan por meses dificultando la locomoción de las personas y el acceso a bienes que llegan desde fuera de la ciudad. Las sequías, por su parte, dificultan el acceso al agua de acuíferos y reservatorios, y suponen una pérdida importante para las actividades que dependen de ellos, como la agricultura y varios procesos industriales.
El impacto de los huracanes y ciclones son cada vez más devastadores, y se están desarrollando en áreas donde típicamente no ocurrían eventos extremos. También se registra una mayor actividad volcánica con consecuencias indeseables como la paralización de actividades turísticas o del transporte aéreo debido a que las cenizas cubren todo el paisaje por meses, y el desarrollo de tormentas eléctricas que afecta a las comunicaciones. La actividad volcánica y las tormentas eléctricas participan a su vez en el desarrollo de otra gran tragedia ambiental que son los incendios forestales. En algunas regiones, como ser en grandes extensiones de Australia, en el sur de Argentina o al Oeste de Estados Unidos, las sequías prolongadas hacen que la masa forestal una vez seca sea un combustible perfecto para los incendios que devastan miles de hectáreas todos los años.
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