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“La república” de Platón, una obra política y pedagógica




Enviado por Luis Ángel Rios



Partes: 1, 2, 3

  1. Introducción
  2. Síntesis
  3. Resumen de los 10 libros
  4. Importancia y vigencia de obra
  5. Aportes para la posteridad
  6. Bibliografía

Introducción

En el presente escrito me propongo reseñar, sin pretensiones de hondura filosófica y literaria, el extenso diálogo "La República o de justo", del genial Platón. La metodología consiste en leer y releer el texto platónico, efectuar una breve síntesis, resumir capítulo por capítulo, destacar su importancia, pedagogía y vigencia, y, finalmente, resaltar sus aportes para la cultura de nuestro tiempo.

Con el propósito de enriquecer la importancia, pedagogía y vigencia de "La República", efectué una "pequeña" investigación ecléctica, consultando libros y otros textos de la infinidad de publicaciones que abundan en Internet sobre la inmortal obra del filósofo griego. Uno de los documentos más estudiado y consultado fue el extenso y apasionante libro de Werner Jaeger "Paideia". Acudí a diversas fuentes para que el trabajo tuviera un tono multivalente de voces y no se reflejara solamente mi punto de vista. Consulté textos que no contuvieran estudios profundos de la obra, porque muchos de ellos confunden, son demasiado abstractos y ahondan sesudamente, y mi propósito es elaborar un escrito fácil de comprender, dirigido a personas que, como yo, no somos estudiosos apasionados de este diálogo y, en general, de toda la obra platónica, que es vasta y compleja, y los temas tratados en "La República" también son abordados en otros diálogos y escritos platónicos.

Lo expuesto literalmente por las fuentes consultadas se encuentra entre comillas. Al finalizar el texto citado, dentro de paréntesis, consigno el apellido de su autor; en la bibliografía cito la fuente completa y otras que utilicé para este trabajo.

TEMA

Investigación sobre la justicia o lo justo, constitución del Estado justo, ideal, bueno o perfecto, y tratado pedagógico.

Síntesis

El diálogo "La República o de lo justo" se realiza en la casa de Céfalo. En él participan Céfalo, Polemarco (hijo de Céfalo), Trasímaco (sofista = maestro de moral y retórica), Glaucón, Adimanto (hermanos de Platón) y Sócrates, el personaje principal ("la voz de Platón"). La discusión se abre con el debate entre Céfalo y Sócrates sobre la riqueza y la vejez. Céfalo afirma que la riqueza, aunque no otorga la felicidad, ayuda a llevar una vida buena y realizar lo moralmente justo, porque si uno tiene dinero dice la verdad, no engaña y paga a sus deudores. Sócrates lo refuta, debido a que una vida justa no consiste en decir la verdad, devolver lo prestado o pagar nuestras deudas. La vejez del hombre sabio es la mayor gracia posible. Céfalo, ante los argumentos de Sócrates, abandona la discusión porque le parece abstracta la discusión.

Polemarco, discrepando con Sócrates, sostiene que la justicia, o hacer lo justo, consiste en darle a cada cual lo que le corresponde o le conviene: el bien a los amigos y el mal a los enemigos. Sócrates lo refuta porque esta concepción de la justicia es de poca utilidad, por cuanto dar a cada uno le que le pertenece no es viable cuando damos un cuchillo a su dueño en momentos en que está furioso y puede causar un mal. Polemarco reformula su tesis, aclarando que la justicia consiste en hacer el bien a los amigos buenos y el mal a los enemigos malos. Sócrates disiente ya que no es justo devolver el mal que nos hacen, porque hacer el mal hace que los hombres malos sean más malos, y sólo es justo el hombre bueno; el deber del hombre justo no consiste en hacer a los injustos más injustos de lo ya son. Sócrates concluye que nunca está bien, o es justo, hacer el mal o causar daño a ningún hombre. Polemarco termina aceptando provisionalmente las refutaciones de su interlocutor.

Trasímaco insta a Sócrates a definir la justicia, ante lo cual éste dice no saberlo. Trasímaco manifiesta que lo que está bien o es justo es todo aquello que redunda en el interés del partido más poderoso, es decir, de los gobernantes. Así mismo, afirma que la justicia es una virtud para los cobardes, ignorantes y necios. Para los fuertes e inteligentes, la injusticia tiene un valor superior. Éstos evaden impuestos y son corruptos, y de esta manera son más felices que los justos. La vida de los poderosos o gobernantes tiranos es mejor que la de los débiles y cobardes, debido a que la justicia es la virtud de éstos. Según él, vivir bien es adueñarse de toda la riqueza, el poder y el placer que uno pueda del modo más eficaz posible. Sócrates no está de acuerdo con Trasímaco, por cuanto el deber del gobernante no es ser injusto, sino hacer el bien a los gobernados, ser justo. Sócrates, para rebatir a Trasímaco, postula que el hombre justo es más inteligente y sabe más que el injusto; que la injusticia no es fuente de poder y que la injusticia no procura la felicidad. La teoría de Trasímaco podría llamarse "razón de la fuerza". Sócrates aclara que la injusticia no es una virtud; la justicia, sí. La virtud es una cualidad por medio de la que las cosas desempeñan sus funciones apropiadamente. Por ejemplo, la función del hombre es vivir. La justicia es la virtud humana más importante. Trasímaco, impotente ante las refutaciones de su contendiente, guarda silencio.

Glaucón, inconforme con los argumentos de Sócrates, quiere que le convenza que la vida justa es mejor que la injusta. Defendiendo los planteamientos de Trasímaco, sostiene que la justicia surgió por temor recíproco entre los hombres; que los humanos son justos por conveniencia, solamente porque es necesario serlo; y que es mejor parecer justo que ser justo. Es decir, la justicia y la moralidad surgen porque los hombres se temen entre sí; las personas son justas no porque crean que sea bueno serlo, sino sólo porque les parece necesario; la justicia carece de valor en sí misma.

Adimanto, agregando su parecer a lo expuesto por Glaucón, señala que hay que ser justos, no porque sea bueno, sino por la buena reputación y el prestigio social que da el hecho de ser justo. Así las cosas, no recomienda la justicia en sí, sino la respetabilidad que ofrece la justicia. Ser justos no trae beneficios ni goces; siendo injustos la vida será fácil, si uno se las arregla para mantener una buena reputación. Adimanto dice que Trasímaco está en lo cierto cuando señala que, a condición de que uno sea rico, poderoso y con buena reputación, es mejor llevar una mala vida que una buena vida. Adimanto, teniendo en cuenta que los poetas están de acuerdo con Trasímaco, pide a Sócrates que demuestre que la justicia es en realidad algo bueno y la injusticia es algo malo, independientemente de los castigos, las recompensas o la reputación.

Entonces, Sócrates comienza afirmando que la justicia es una propiedad que tienen los individuos y la comunidad o el Estado. Se propone establecer en qué consiste la justicia dentro del Estado, para luego considerar lo que es ésta en el hombre. Sobre el origen del Estado señala que las personas se reúnen para formar una comunidad, porque éstas, a nivel individual, no son autosuficientes. Para que el Estado sea justo (el Estado ideal), cada quien, según sus talentos y aptitudes, debe desempeñar un solo trabajo para el cual esté mejor preparado, sin entrometerse en el del otro. Sócrates es reiterativo en que a cada hombre debe corresponder un trabajo específico. Las personas no pueden elegir su oficio, sino que reciben el que les corresponde de acuerdo a su preparación, habilidades y talentos. Cada persona sólo debe tener un trabajo. Cada individuo es feliz si realiza el trabajo para el cual está preparado. Aunque Sócrates no aboga por la libertad individual, sino colectiva, sí reconoce que la libertad es importante para la felicidad. La cualidad que hace bueno a un Estado es la misma que hace bueno al individuo: la virtud de la justicia. Una virtud, como ya se dijo, es una cualidad por medio de la que las cosas desempeñan sus funciones apropiadamente.

Sócrates está interesado en averiguar en qué consiste la justicia. Pero antes de averiguarlo, es necesario indagar sobre la educación de los guardianes (gobernantes y soldados o auxiliares), quienes deberán poseer un temperamento filosófico. En el Estado ideal, en donde no existen las luchas políticas, es necesario educar la mente y la personalidad de los guardianes e instruirlos moralmente. Se les deben contar historias de héroes y dioses. Están proscritos los relatos de Homero y los poetas que traten de acciones criminales de los dioses, los mitos con temas de maldad e inmoralidad y los relatos que infundan miedo a la muerte. Si están permitidos los relatos de actos de valentía que insten a los auxiliares a ofrecer su vida si es necesario en bien del Estado. Las narraciones de efectos morales positivos son materia de la educación. Son inadmisibles los relatos de historias de literatura imitativa o dramática, porque ésta tiene sus peligros, ya que los estudiantes pueden imitar la maldad de las personas representadas en los dramas. Tampoco es procedente dejarlos oír música triste y de taberna; sólo canciones moralmente buenas. Se deben ejercitar en la parte física. Es indispensable consumir alimentos sencillos y nutritivos, con moderación. Esta educación ideal tiene como objetivo que los niños aprendan a reconocer y valorar las cosas buenas y hermosas, que éstas tendrán sobre su carácter un efecto benéfico y duradero; formar su personalidad para luego ponerlos en contacto con lo malo.

El Estado ideal estará conformado por gobernantes (hombres de oro), soldados o auxiliares (hombres de plata) y artesanos (hombres hierro). Los gobernantes deben tener experiencia, sabiduría e inteligencia para que busquen el interés común de sus gobernados. Los hombres sabios, poseedores de la areté o excelencia humana (que los aleja de del afán de riquezas o de reconocimientos), son los llamados a gobernar y a distinguir lo justo de lo injusto. Es necesario que sean íntegros para que no se corrompan. Los guardianes no podrán poseer propiedades ni dinero; su manutención, vestuario y cuidados estarán a cargo de los artesanos. No podrán dejarse influenciar por sucedáneos, como el soborno, las riquezas, las posesiones y el disfrute de la vida privada, entre otros que los puedan alejar de su virtud o función para la cual están formados. No tendrán otro poder distinto al de servir a los intereses de la comunidad. Los artesanos no podrán ser ni muy ricos ni muy pobres para no caer en extremos de riqueza o de miseria, ya que si un artesano es extremadamente rico ya no querrá hacer su correspondiente oficio y si es extremadamente pobre no podrá comprar los instrumentos y herramientas para hacer su trabajo. Las ventajas de ser guardianes consisten en tener prestigio y la exención de realizar trabajos manuales. Las ventajas de los artesanos son el dinero, las posesiones y la vida privada; es decir, las que no pueden tener los gobernantes. Las diferentes clases de hombres (oro, plata, hierro) pueden tener movilidad social dentro de la jerarquía establecida: un artesano, haciendo los méritos suficientes, podrá ser un guardián. Así se evita que exista la envidia y que unos quieran entrometerse en la función de los demás o existan discordias entre las clases sociales. Esto será posible que se realice si los hombres creen que fueron hechos por los dioses para desempeñar una función concreta en la vida, y, por lo tanto, los ciudadanos deben obrar con honradez en sus relaciones con los demás.

Adimanto le dice a Sócrates que sus planteamientos harían infelices a los guardianes. Sócrates acepta que la vida de éstos no puede calificarse de lujosa, pero aclara que la felicidad no depende de cosas externas, como riqueza y posesiones. Su Estado ideal no busca que sólo los guardianes sean felices, sino que todos sus miembros lo sean en conjunto. El Estado ideal no necesita de muchas leyes. Los gobernantes, que tienen una educación rigurosa, deben procurar el bien de los gobernados. Según Sócrates, de esta manera queda fundado el Estado ideal, justo, bueno o perfecto, y, si es perfecto, en él encontramos las cuatro virtudes cardinales: la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia.

Luego razona sobre la localización de estas virtudes en el Estado. La prudencia o la sabiduría se encuentra en los gobernantes, debido a que éstos son quienes saben distinguir lo justo de lo injusto y lo que está bien y lo que está mal para la comunidad en su conjunto; un Estado es prudente a causa de sus gobernantes. La fortaleza o el valor se encuentran en los soldados o auxiliares. La templanza, la disciplina, el autodominio o el autocontrol, que permite que las personas sean dueñas de sí mismas y controlen sus deseos con el poder de la razón, no se localiza en una clase concreta de la sociedad, sino en la forma en que las clases se relacionan entre sí. El Estado ideal es disciplinado porque los gobernantes gobiernan sabiamente a los auxiliares y los artesanos, que son las clases menos sabias, y por eso deben someterse disciplinadamente a la clase gobernante. La templanza es una especie de armonía natural o concordia entre las diversas secciones de la comunidad, en donde los prudentes gobiernan a los demás, quienes se avienen a ser gobernados. La justicia, que es la virtud más importante, la virtud de las virtudes, la raíz de las demás virtudes, la cualidad que posibilita la existencia de las otras virtudes (porque nadie puede ser prudente, valeroso y disciplinado si no es justo), se asienta sobre el principio de que cada individuo puede desempeñar un trabajo y sólo uno. Lo que hace que el Estado ideal sea justo consiste en que cada hombre realice un trabajo en la vida, actividad, oficio, rol o papel para el que esté mejor preparado. Interferir en el trabajo de los demás es una injusticia, y ello hace un Estado injusto. La justicia en el Estado es el principio de que cada uno debe limitarse a su propio trabajo.

Sócrates, habiendo argumentado cómo se define y encuentra la justicia en el Estado, se propone argumentar cómo se define y encuentra la justicia en el hombre. El hombre justo es aquel cuya razón, deseos y emociones funcionan equilibrada y armoniosamente. Un hombre es prudente si la parte racional de su mente posee sabiduría y es valeroso si existe fortaleza en su parte emocional o anímica. Un hombre tiene templanza o autodominio cuando su razón manda y cuando sus emociones y sus deseos no se rebelan contra la razón. En el hombre instruido y bueno la razón siempre controlará las dos partes de su mente. La razón corresponde con los gobernantes, la parte emocional con los auxiliares y el deseo con los artesanos.

Seguidamente, Sócrates se propone responder a la pregunta: ¿Qué es la justicia o qué es un hombre justo? Un hombre es justo si todas y cada una de sus partes (razón, emociones y deseo) desempeñan sus funciones correspondientes, sin interferir las unas con las otras. Un hombre justo es aquel cuya mente está en buen estado; un hombre sano es aquel cuyo cuerpo está en buen estado. Ser bueno consiste en tener una mente o alma bien ordenada. Quien tiene el alma bien ordenada, obra bien y ejecuta acciones buenas y justas. El alma bien ordenada significa que en un hombre justo, los deseos nunca dominan la voluntad. Sin embargo, los deseos no se pueden ahogar o reprimir, sino que se les debe permitir desempeñar las funciones que les corresponde: informar cuando el cuerpo necesita satisfacer racionalmente algunas necesidades básicas, como comer, beber, dormir, etc. La razón debe controlar las acciones del hombre, de la misma forma que los gobernantes deben controlar lo que pasa en el Estado. Las emociones pueden funcionar, pero sometidas al imperio de la razón. En el hombre bueno, las emociones se aliarán con el corazón cuando haya un conflicto con los deseos.

Para responder a Trasímaco, Glaucón y Adimanto, Sócrates debe demostrar que para un hombre siempre es mejor ser justo que injusto. Como la justicia es una especie de armonía interna en el Estado o en la mente del hombre, la injusticia es una especie de discordia o desavenencia entre la razón, las emociones y los deseos. Existe injusticia en el Estado y en el individuo. Si las emociones se adueñan de la razón, habrá injusticia en el Estado y en sujeto. Habrá injusticia si los deseos gobiernan al hombre. Si se trastoca el orden natural de la razón los deseos y las emociones, el resultado será la injusticia. Sólo hay un tipo de bondad o bien, pero muchos tipos de maldad. Para que exista le felicidad, tanto el hombre como el Estado deben tener una personalidad unificada.

Cuestionado Sócrates, por Polemarco y Adimanto, sobre el papel de la familia en el Estado ideal, éste responde que, así sea más débil que el hombre, la mujer tiene los mismos derechos de los hombres; podrán ser gobernantes, auxiliares o artesanos, pero desempeñando labores más livianas que las de los hombres; por lo tanto, recibirán la misma educación que se les ofrece a los hombres. Como los guardianes no pueden tener esposa y, por ende, familia, es pertinente que, para la satisfacción de los instintos sexuales, se reglamente el apareamiento o coito genital. En consecuencia, se celebrarán fiestas nupciales, durante las cuales los hombres y las mujeres se acoplarán sólo para procrear. Los gobernantes de mayor edad serán los encargados de seleccionar las mujeres más aptas, moral y físicamente, para que se engendren los mejores hijos posibles para la sociedad. Ningún hijo conocerá la identidad de sus padres y serán criados en una guardería estatal.

Sus interlocutores dudan que este modelo de sociedad sea aplique en la práctica. Sócrates responde que el objetivo es la creación de un Estado ideal, no necesariamente un Estado real. Agrega que nada puede ser tan perfecto en la práctica como en la teoría. De acuerdo con su cosmovisión, la sociedad o el Estado ideal que ha descrito, sólo se realizará siempre y cuando los gobernantes sean filósofos y el poder político y la filosofía vayan así a parar a las mismas manos. Argumenta que un filósofo es quien ama la sabiduría, busca apasionadamente el conocimiento y la verdad, y siente curiosidad y avidez por aprender todo lo posible.

Como Glaucón está en desacuerdo con esta definición de filósofo, Sócrates tiene que explicar su doctrina sobre la naturaleza del conocimiento y la verdad. Afirma que existe la belleza y que ésta es una sola cosa: un rostro hermoso, un color hermoso, una forma hermosa, etc., comparten la misma cualidad en común: la belleza. Sólo aquel que es capaz de reconocer la naturaleza propia de la belleza, se asemeja al hombre que está completamente despierto y la mira la genuina realidad. El hombre que ve la belleza en sí misma, posee la ciencia o el conocimiento auténtico y contempla la esencia de la belleza; los demás sólo ven las cosas hermosas en su apariencia y poseen pura y simple opinión. Si un objeto no existe en realidad, no es realmente posible conocerlo. Los objetos de la opinión o de la experiencia no existen en sentido pleno, sólo existen los objetos del conocimiento, es decir, los objetos o cosas reales; los objetos de la opinión son menos reales que los del conocimiento o la ciencia. La belleza es un objeto del conocimiento, mientras que un rostro o un sonido hermoso son objetos de la opinión. Aunque hay sonidos agradables o desagradables, la belleza en sí misma no puede ser desagradable. Una persona que sea capaz de ver y comprender la naturaleza del tamaño en sí mismo posee conocimiento, pero si sólo ve y percibe objetos grandes y pequeños no pasa de la opinión. El tamaño y la belleza son plenamente reales e inmutables. Sólo las cualidades abstractas, como estas dos, pueden llegar a conocer la verdad. Los filósofos se inclinan a la propia realidad; sólo ellos son conscientes de que las cosas ordinarias de la vida son imágenes efímeras y cambiantes (apariencias) de lo que es verdaderamente real. Solamente los filósofos tienen conocimiento de las formas. En consecuencia, el filósofo reúne todas las cualidades necesarias para ser un buen gobernante. Según Sócrates, el filósofo es la persona mejor preparada para gobernar, porque sabe qué es la justicia y la bondad o idea del Bien (el Bien en sí y la Belleza en sí son lo mismo; la Forma o Idea de la Belleza en sí es el principio y fundamento del ser y de la verdad); conoce las formas, tiene buen carácter, es bueno, sincero, honrado, altruista, generoso, valiente y disciplinado; ama la verdad y posee las cuatro virtudes cardinales: prudencia, fortaleza, templanza y justicia.

Según la teoría de las Ideas o de las Formas, que expone Sócrates (Platón), éstas son cualidades abstractas, como la belleza, el tamaño, la justicia, la bondad o la idea del Bien, etc. Una cualidad es algo que comparten una cantidad de cosas diferentes. La belleza es la cualidad que tienen en común todas las cosas hermosas. La belleza absoluta, el tamaño absoluto, la bondad absoluta, etc., no existen en la realidad; sólo pueden ser comprendidas por el pensamiento puro. Las formas o cualidades son eternas, inmutables, intangibles e indivisibles, mientras que los objetos, que tienen formas en común, están sujetos al cambio y la decadencia: las cosas hermosas se hacen feas, los hombres justos se vuelven injustos; pero la belleza no puede nunca ser desagradable y la propia justicia no puede nunca dejar de ser justa. Un sonido hermoso es una copia o imagen de la belleza. El filósofo, la única persona que no se contenta con las copias, imágenes o la apariencia de las cosas que percibimos con los sentidos, es capaz de obtener el auténtico conocimiento. Así las cosas, si deseamos descubrir la verdadera naturaleza de la justicia, de nada sirve presentar ejemplos de hombres justos y acciones justas, pues estos no son otra cosa que imágenes de la forma.

Adimanto discrepa de Sócrates, debido a que algunos de los filósofos de su tiempo no tienen esas cualidades. Sócrates está de acuerdo con el reproche; pero aclara que la filosofía no es la responsable de ello, sino la sociedad que no respeta el conocimiento o la sabiduría. En una sociedad, como la de Sócrates, un buen filósofo no puede aspirar a ser útil. La misma sociedad, con sus vicios y sus maldades, corrompe a los filósofos. Los políticos no son admirados por su sabiduría, sino que halagan al pueblo y le satisfacen sus más bajos deseos e instintos.

Este ideal socrático (platónico) parece utópico, por cuanto la política es un asunto práctico y un gobernante ha de ser, ante todo, una persona práctica y experimentada. Pero para que los gobernantes filósofos cumplan con el ideal platónico, deben recibir una instrucción más profunda en el campo intelectual, porque la formación literaria, musical y militar en insuficiente; éstos deben acceder a las formas más altas de conocimiento: las formas, la justicia, la belleza y, principalmente, la bondad o idea del Bien. A menos que un hombre sepa en qué consiste la bondad, no podrá comprender por qué la justicia y la belleza son buenas cualidades. La forma de la bondad o idea del Bien es la más alta y más importante de todas las formas.

Glaucón pide a Sócrates le explique en qué consiste la bondad o idea del Bien, pero éste dice ignorarlo. No obstante expone una analogía del sol en la que afirma que así como la luz proviene del sol, la verdad proviene de la bondad en sí misma. Y aunque no diga qué es la bondad o idea del Bien, expone una idea de la relación que la bondad mantiene con otros objetos inteligibles o cognoscibles. La bondad es una forma que no está al nivel de las otras formas, debido a que las otras formas derivan su verdad y su realidad de la bondad. El primer grado de conocimiento, la clase más elevada y superior de éste, es el conocimiento real de la propia bondad en sí misma; el segundo nivel o grado de conocimiento es el conocimiento real de las formas; el tercer grado es el conocimiento aparente de las cosas ordinarias; y el cuarto es el conocimiento aparente de las sombras e imágenes. El primer y segundo grado son objetos del conocimiento real e inteligible, y el tercero y el cuarto son los objetos de la opinión o ininteligibles e incognoscibles.

Así mismo, Sócrates acude a la conocida Alegoría de la Caverna (y por ser tan popular acá no la describo), en la cual trata de los diversos grados o clases del conocimiento (real y aparente, verdad y opinión). Dentro de la caverna las personas encadenas por la ignorancia que les es impuesta, sólo contemplan las sombras de la realidad; pero si se atreven a liberarse de las cadenas y salir del antro, se encontrarán con la luz del sol que, figuradamente, es la luz de la verdad. El interior de la caverna corresponde a la opinión y el exterior corresponde al conocimiento de la verdad. Con esta alegoría Platón demuestra cómo todo el conocimiento está encadenado entre sí. Si no conocemos las formas, no podemos conocer y comprender en realidad el mundo exterior. Señala Sócrates que no podemos comprender en esencia las formas sino conocemos la bondad o idea del Bien. Si conocemos la bondad en sí, podemos conocer todo lo que de ella depende: todo lo que es posible conocer. Ya había dicho que la bondad es la fuente de toda verdad. El conocimiento matemático y político está unido en el conocimiento de la bondad. La finalidad de estas exposiciones de Sócrates, es demostrar que los filósofos gobernantes del Estado ideal deben ser educados para que sean capaces de conocer las formas y, concretamente, la propia bondad o idea del Bien. Afirma que es innegable que los filósofos gobernantes alcanzarán la felicidad suprema si les permitiéramos quedarse a contemplar las formas y la bondad. Pero si son buenos gobernantes, participando en la dura tarea de la política, propenderán por el bienestar del resto de la sociedad.

Seguidamente, Sócrates expone cómo se deberá completar la educación de los futuros guardianes, cuya finalidad es conducirlos desde la esfera de la opinión a la esfera del conocimiento, para que aprendan las formas y comprendan la naturaleza de la propia bondad. Este estudio se encamina a potenciar y fortalecer el intelecto. Para conocer las formas es necesario aprender a pensar de manera abstracta, empezando por el conocimiento matemático: aritmética, geometría plana, geometría sólida, astronomía y armonía. Aprender las formas es aprender a entender la naturaleza de la realidad; para ello se debe aprender a razonar con lógica. En consecuencia, se debe enseñar la dialéctica: ciencia del razonamiento lógico. La dialéctica es la única ciencia que sistemáticamente se propone definir la naturaleza esencial de las cosas. Sócrates precisa que la dialéctica busca la verdad de manera exhaustiva y profunda. Para comprender algo es necesario poder definirlo con el propio entendimiento, siguiendo todos los pasos de la dialéctica. Esta ciencia es la única que permite encontrar el auténtico conocimiento. La dialéctica es el método argumentativo que utiliza Platón en sus diálogos.

Como los futuros gobernantes, además de lo ya expuesto, deben ser honrados, valerosos, trabajadores, intuitivos, etc., su educación se divide en seis etapas: (1) Hasta los 18 años recibirán instrucción literaria, musical y matemáticas elementales. (2) Entre los 18 y 20 años recibirán instrucción militar y física de forma intensiva. (3). Después viene la instrucción matemática durante 10 años. (4) Quienes hayan sido capaces de responder a toda la instrucción anterior, se entrenarán rigurosamente en el arte de la dialéctica durante cinco años. (5) A los 35 años, con toda la educación anterior, los alumnos ya se habrán convertido en filósofos. Ahora recibirán, durante 15 años, la experiencia práctica necesaria para gobernar. (5) A sus 50 años, los filósofos gobernantes habrán completado la educación requerida para el desempeño de su función. Sin embargo, deberán seguir llevando una vida contemplativa y filosófica. Así estarán listos ese tipo de ciudadanos para la vida pública y política, gobernando y dirigiendo al Estado, procurando hacer lo que le conviene a la comunidad, debido a que ya conocen la bondad o idea del Bien y saben qué es ésta en sí misma. Sólo quien sepa esto con la debida certeza podrá garantizar que es un gobernante que, además de ser auténticamente justo, hará siempre lo mejor.

A continuación, Glaucón le recuerda a Sócrates que aún continúa pendiente el tema de la injusticia. Por lo tanto, Sócrates comienza diciendo que hay cuatro clases de sociedades o gobiernos: timocracia (gobierno de los ricos), oligarquía (gobierno de la clase social privilegiada), democracia (gobierno de todos) y tiranía (gobierno de los tiranos). Este tipo de gobiernos son injustos porque sus gobernantes son injustos. La timocracia es la que más se acerca al Estado justo, ideal o perfecto, y la tiranía o despotismo es la más injusta de todas. El hombre timocrático será injusto porque su parte anímica o emocional no está controlada por la razón. El oligarca es injusto porque no está controlado por la razón, sino por el deseo de riqueza y privilegios. El hombre democrático, que da a todos sus deseos un trato de igualdad (ya sean buenos o malos), es injusto porque, abusando de sus libertades, hará siempre lo que quiere y cuando quiere, viviendo sólo para el placer del momento. Su temperamento, en apariencia versátil y atractivo, nos muestra que no tiene orden y control sobre su vida. El tirano será injusto porque gobierna despótica y totalitariamente, sin límites legales y crueldad; no tiene otro mérito que la fuerza y la violencia. Estos tipos de gobierno son injustos porque cada gobernante busca su bienestar personal, sin tener en cuenta el de los demás o el de la comunidad. Ninguno de estos gobernantes, con las características descritas, será justo; no lo será porque no han recibido la educación pertinente para que sean gobernantes buenos, justos y conocedores de la verdad y la bondad en su misma esencia. En consecuencia, no procederán respecto a lo que le conviene a la comunidad en su conjunto. Sólo los filósofos tendrán la educación, instrucción, preparación y formación para gobernar y dirigir un Estado ideal de manera justa.

Con esta argumentación sobre el hombre injusto, Sócrates demuestra a sus interlocutores que el hombre injusto vive una vida de tormento interior o está amargado por una pasión dominante e incontrolable. Sigue explicando a éstos que es mejor ser justo que injusto, mediante los siguientes argumentos: (1) Un hombre esclavo de sus pasiones es infeliz. El hombre justo no es esclavo en ningún sentido. (2) El hombre justo, el hombre que domina sus pasiones racionalmente, difícilmente será juzgado. Experimenta los placeres del conocimiento, que es el placer más grande de todos, y supera los placeres del éxito y la satisfacción (placeres irreales o ilusorios). El hombre justo disfruta de una felicidad que es la mejor clase de felicidad, porque vivencia el placer del conocimiento, que es el más grande de los placeres, un placer real. (3) El hombre justo es más feliz porque experimenta el auténtico conocimiento, que es el conocimiento placentero en sí mismo (porque es un conocimiento genuinamente positivo, verdadero y real). Por esta razón es el más feliz de todos los hombres. Según Sócrates, un hombre completamente justo es 729 veces más feliz que el hombre completamente justo. Con esta exposición argumentada, Sócrates explica a Trasímaco, Glaucón y Adimanto que es mejor ser justo que injusto, porque el hombre injusto ha sofocado la parte de él que es auténticamente humana (su razón) y fortalecido su peor e inhumana parte (sus pasiones o apetitos). Para el injusto no hay riqueza, buena reputación y placer corporal que puedan justificar el mal que se hace a sí mismo. El hombre injusto, a la postre, será infeliz. Si un hombre quiere ser feliz y vivir una vida, inexorablemente debe estar guiado y gobernado por su propia razón. El artesano, para ser feliz, deberá estar gobernado por la razón y la inteligencia de los filósofos gobernantes. Así, gobernantes, auxiliares y artesanos serán buenos y felices. De esta manera, Sócrates ha demostrado que la existencia del hombre justo es mejor que la del hombre injusto, independientemente de recompensas externas que puedan recibir.

Hasta aquí se han sintetizado nueve libros de la República,
y la acción principal ha terminado. El libro diez (el último)
trata de reflexiones socráticas sobre el arte (poesía, drama,
pintura y escultura), inmortalidad del alma y recompensas y castigos en el más
allá, atacando las artes visuales y dramáticas. Los artistas no
crean, sino que imitan; realizan copias de la realidad. Artistas, poetas y dramaturgos
no cuentan la verdad sobre la moralidad, la religión y todo lo demás,
porque no conocen la verdad. El artista sólo crea ilusiones. Los poetas
y los dramaturgos dibujan con palabras imágenes de hombres inestables
e incontrolados que dan rienda suelta a sus emociones y deseos. Como los poetas
excitan las emociones (que son irracionales), estimulan las partes inferiores
de nuestra mente a expensas de la razón. Las artes ejercen, incluso sobre
las mejores personas, un efecto moralmente corruptor. Sócrates recomienda
seguir el ejemplo del amante que renuncia a una pasión que no le está
haciendo bien alguno. En una sociedad bien ordenada no hay espacio para la poesía,
excepto los himnos a los dioses y los poemas que alaban hombres ilustres. Con
respecto a la inmortalidad del alma, Sócrates precisa que, como ésta
es inmortal, los hombres que sean buenos y justos, al morir, recibirán
recompensas en el más allá. Como la enfermedad del alma es la
injusticia, los injustos tendrán su castigo en la eternidad. Sócrates
concluye afirmando que cada hombre es responsable de la vida que escoge llevar:
justa o injusta. Cómo él es autónomo y libre de escoger
su estilo de vida (buena o mala, justa o injusta), no deberá culpar a
nadie por la toma de sus decisiones. Los hombres son justos o injustos porque
deciden serlo soberanamente por su propia voluntad. Si eligen ser injustos,
perderán la oportunidad de ser verdaderamente felices. El hombre injusto
no se dará cuenta que ese tipo de vida lo hará infeliz. De esto
colige, que la injusticia es un asunto de ignorancia. Según Sócrates,
bastaría con que el hombre injusto se dejara guiar por la razón
para darse cuenta de la desgracia y el sufrimiento que se está causando
a sí mismo. La vida buena es una vida de razón y conocimiento.

Resumen de los 10 libros

LIBRO PRIMERO

Sócrates se reúne con Céfalo, Glaucón, Adimanto, Polemarco, Trasímaco y otras personas (que sólo escuchan, pero no intervienen), en la casa de Céfalo, en El Pireo, en la ciudad griega de Atenas. Comienzan dialogando sobre la vejez. Céfalo, hombre rico, se siente bien con su vejez. Considera que ésta "es un estado de reposo y de libertad respecto de los sentidos". Los problemas en este estado los causa el carácter. "Con costumbres suaves y convenientes, la vejez es soportable; pero con un carácter opuesto, lo mismo la vejez que la juventud son desgraciadas". Las riquezas garantizan una buena vejez, pero con sabiduría. "Sin la sabiduría nunca las riquezas la harían más dulce". Las riquezas procuran ventajas, cuando el viejo ha sido justo y no tiene remordimientos.

En la extensa discusión sobre la justicia, Sócrates pregunta si "está bien definida la justicia haciéndola consistir simplemente en decir la verdad, y en dar a cada uno lo que de él se ha recibido". Según él, en esto no consiste la justicia. Para el poeta Simónides, esto es la justicia: "La justicia es dar a cada uno lo que se le debe". Sócrates arguye que Simónides pensaba que "debe hacerse bien a sus amigos y no dañarles en nada". Simónides piensa que había que "dar a cada uno lo que le conviene". Del concepto de Simónides, se desprende que "la justicia hace bien a sus amigos y mal a sus enemigos". Simónides llama justicia "hacer bien a sus amigos y mal a sus enemigos". Polemarco piensa que la justicia "consiste siempre en favorecer a sus amigos y dañar a sus enemigos". Para Sócrates, la justicia es una verdad. El hombre justo no puede causar mal a nadie. "Nunca es justo hacer daño a otro".

Sócrates, convencido que la justicia no consiste en lo anterior, pregunta en qué consiste. Trasímaco, de manera arrogante y sofista, sostiene que "la justicia no es otra cosa que lo que es más útil al más fuerte". Tratando de justificar su aserto dice que "en cada Estado la justicia no es más que la utilidad del que tiene la autoridad en sus manos, y, por consiguiente, del más fuerte". Aunque Sócrates conviene con Trasímaco en que "la justicia es una cosa ventajosa", con su mayéutica disiente de la concepción de Trasímaco. Éste piensa que la naturaleza de lo justo y de lo injusto es un bien para todos, "menos para el injusto"; que la justicia es útil para el más fuerte, el que manda, y dañosa para el débil; "que la injusticia ejerce su imperio sobre las personas justas, que por sencillez ceden en todo ante el interés del más fuerte, y sólo se ocupan en cuidar los intereses de éste abandonando a los suyos […] El hombre justo siempre lleva la peor parte cuando se encuentra con el hombre injusto". Cree que el injusto, teniendo un gran poder, "se vale de él para dominar constantemente a los demás". Convencido de su planteamiento, insiste en que "la justicia es el interés del más fuerte, y la injusticia es por sí misma útil y provechosa". Como Sócrates considera que la justicia es "la regla de conducta que cada uno debe seguir para gozar durante la vida la mayor felicidad posible", piensa que no es "más ventajoso ser malo que hombre de bien […], aunque el malo tenga el poder de hacer el mal, sea por fuerza o sea por astucia, nunca creeré que su condición sea preferible a la del hombre justo". No concede a Trasímaco que la justicia sea el interés del más fuerte. Trasímaco insiste en que la justicia es más ventajosa que la justicia perfecta. Para él, la injusticia es sabiduría. Los injustos son buenos, virtuosos y sabios. Para Sócrates la injusticia es cosa vergonzosa y mala. Trasímaco le atribuye a la injusticia títulos como la fuerza y la belleza. El injusto es inteligente y hábil; el justo no lo es. Sócrates, con sus irónicas preguntas, persuade a Trasímaco que "el justo es hábil y sabio, y el injusto ignorante e inhábil". Para su concepción de justicia, Trasímaco se funda en la opinión de poner la justicia en el manejo de los bienes penosos que no merecen nuestros cuidados por la gloria y las recompensas que producen. Los dos están de acuerdo en que "la justicia es habilidad y virtud, y la injusticia es ignorante e inhábil"; que la justicia es una virtud y la injusticia es un vicio; que el alma (cuya función es pensar, gobernar y deliberar) justa y el hombre justo viven bien, y el injusto vive mal; que el que vive bien es dichoso, y el que vive mal es desgraciado. "El justo es dichoso y el injusto desgraciado". Trasímaco reconoce que es falso que la justicia sea más provechosa que la injusticia. Al término de este diálogo Sócrates no sabe aún qué es la justicia.

LIBRO SEGUNDO

Partes: 1, 2, 3

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