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La imperiosa necesidad de aprender a filosofar (página 19)




Enviado por Luis Ángel Rios



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Ni filosofía sin ciencia, ni ciencia sin filosofía

Como algunas construcciones lingüísticas artificiosas, elaboradas por detractores de la filosofía, generan imaginarios colectivos de rechazo al quehacer filosófico, fundados en el supuesto hecho de que, actualmente, sólo la ciencia puede dar respuestas a la problemática diversa que nos inquieta -solamente con el fruto de la investigación científica de la naturaleza y de la sociedad-, en el presente texto me propongo demostrar que, si bien es cierto que la ciencia responde en gran medida a este tipo de investigación, la filosofía y sus productos efectúan aportes vitales a nuestra cultura (entendida como la totalidad del quehacer material e intelectual del ser humano) en el campo del pensamiento, en procura de respuestas que la ciencia, dada su naturaleza y su metodología, no puede ofrecer, sobre todo en lo concerniente, a la existencia auténtica del ser humano y del ser de las cosas. El título de este escrito significa que no puede haber "divorcio" entre ciencia y filosofía; entre las dos debe existir una moderada sinergia. Mi intención es tratar de armonizar filosofía y ciencia o ciencia y filosofía.

En los dos últimos siglos, debido a la exacerbación de la racionalidad instrumental (con sus frutos: la ciencia y la tecnología) y la imposición del positivismo (con su cientificismo), se ha pretendido "dar muerte" a la filosofía. Pareciere que en nuestros tiempos nos tocare contemplar impotentes el fenómeno universal de la decadencia de la filosofía. "Cada día son más los pensadores que expulsan a la filosofía de la república de las ciencias"[1460]. A pesar de ello, la filosofía continúa incólume desarrollando su quehacer natural: reflexionar sobre el mundo en que vivimos para comprenderlo y proseguir con la transformación que le compete, tal como lo ha hecho desde su nacimiento en la antigua Grecia.

El entusiasmo de los nuevos descubrimientos, las invenciones y los asombrosos adelantos en la investigación científica en sus diversos campos de acción ha provocado un olvido de la ontología, la metafísica, los valores, la ética, el arte y otras objetivaciones del espíritu, producto del quehacer filosófico. En este sentido, el antropólogo Loren Eiseley precisa que estos son aspectos "intangibles de la vida que matizan una civilización y determinan a la larga si ella ha de ser humana o cruel; en otros términos, si el mundo moderno, en cuanto se refiere a la vida espiritual interior, será como la coraza acerada de la proyección exterior, o exhibirá la rica textura de la experiencia genuinamente humana"[1461].

El periodista Andrés Salcedo afirma, con relativo fundamento, que las únicas respuestas serias y confiables no las han dado los filósofos sino los matemáticos y astrofísicos como Stephen Hawking. "Los grandes filósofos de nuestro siglo (XX) son los físicos atómicos, los astrónomos, los neurólogos. Sus respuestas son más claras y esclarecedoras que los complicados enunciados de los filósofos en las universidades. Uno de estos profesores podría leer y explicar la filosofía de Kant pero sería incapaz de aclararle a un joven neurotizado por un entorno patológico lo que es la vida porque no lo saben. Los filósofos occidentales han dejado de hacerse preguntas, son incapaces de calmar la angustia de la sociedad cultural"[1462]. El psicoanalista Oreste Saint-Drome se pregunta si puede un filósofo responder directamente a una sola de las preguntas que nos asaltan en nuestra vida cotidiana. "El método científico se aplica a todo y a todo, especialmente a la sociedad. Fuera los aficionados y los charlatanes; sitio para los especialistas y los expertos… Platón y Santo Tomás al armario. La política se inspira en Newton y en Darwin"[1463].

Efectivamente, los científicos pueden darnos, en estos tiempos, algunas respuestas "claras y esclarecedoras" sobre cómo funciona el universo. Los filósofos no podemos negar radical y dogmáticamente la "verdad" de Salcedo y Saint-Drome. Sería como desconocer la "realidad" o, en otros términos más concretos, el mundo actual. Qué filósofo, por más dogmático que sea, se atreve a desconocer los efectos de los nuevos paradigmas científicos. Quién osa negar la importancia e influencia de la mecánica cuántica con todos sus asombrosos y revolucionarios productos: principio de incertidumbre, teoría de las supercuerdas, teoría de los mundos paralelos, bosón de Higgs, física de partículas, quarks y leptones, propiedad o dualidad onda-partícula, realidad incierta, modelo estándar, teorema de Bell, observador-participante, indeterminismo, azar, función probabilista, modelo simple de núcleo radioactivo, efecto Compton, gato o ecuación de Schrödinger, principio de no localidad, principio de complementaridad de Bohr, principio de simetría, principio de indecibilidad, de incomplitud o teorema de Gödel, principio de exclusión, principio de operación, principio de autoorganizaciónY qué decir de la teoría de la relatividad. La ciencia ha avanzado de tal manera que se necesitan nuevas herramientas conceptuales, metodológicas y renovados fundamentos epistemológicos para conocer, interpretar y comprender el universo en que vivimos. Pero no podemos olvidar que muchas ciencias tienen su origen en la filosofía. Precisamente, la mecánica cuántica hunde sus raíces en el pensamiento de Leucipo y Demócrito (éste último llamado "el primer físico de partículas" por el científico Leon Lederman). Los físicos, además de matemáticas, también han investigado en la filosofía, porque en ella están los principios de ésta y de otras ciencias.

¿Qué información puede ofrecernos la filosofía en esta época de grandes inventos y descubrimientos técnico-científicos: microchip, acelerador de partículas, internet, televisión digital, mecánica cuántica y sus productos, etc.? "¡Ninguna!", contestarán los detractores de la filosofía. "Pero quienes nos informan nos desinforman", refutamos los defensores de la filosofía. Savater, uno de éstos, sostiene que no queremos más información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que nos ofrecen las ciencias de la naturaleza, los técnicos y los medios de comunicación, "cómo debemos interpretarla con otras informaciones anteriores o simultáneas, qué supone todo ello en la consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la situación así establecida"[1464]. En este contexto la filosofía responde a las preguntas de qué es la información, el conocimiento y la sabiduría.

A juzgar por el crudo materialismo que impera en nuestra sociedad capitalista, ávida de tecnología, inventos y descubrimientos de interés para incrementar el consumismo, es posible que se desconozca que la filosofía ha inquietado a los científicos. Brillantes científicos del siglo XX, como Neils Bohr, Ernest Rutherford y Albert Einstein (por citar solamente éstos), para poder formular sus teorías, primero debieron haber leído a los grandes filósofos como Platón, Aristóteles, Francis Bacon, René Descartes, Spinoza, John Locke, David Hume, Inmmanuel Kant y Augusto Comte, entre otros, fundamentadores y teóricos del conocimiento científico. Posiblemente algunos científicos no son filósofos de oficio, pero esto no implica que no sepan filosofar. Los científicos también saben filosofar, así no sean filósofos. Los buenos científicos, para controvertir a los filósofos, primero los deben leer y entender. José Ortega y Gasset[1465]nos recuerda que Einstein necesitó saturarse de Kant y de Mach para poder llegar a su aguda síntesis, y que Kant y Mach -con estos nombres se simboliza sólo la masa enorme de pensamientos filosóficos y psicológicos que han influido en Einstein- sirvieron para liberar la mente de éste y dejarle la vía franca hacia su innovación. La importancia de Einstein para la filosofía es indudable, puesto que de sus descubrimientos resultó una nueva concepción del universo. Galileo Galilei para rebatir las ideas aristotélicas que imperaban en su tiempo retomó la filosofía de Pitágoras, Platón y Arquímedes. La obra newtoniana no se comprende sin el aporte de la influencia del naciente liberalismo y el surgimiento del empirismo. "Ha habido espléndidos científicos y maravillosos descubrimientos antes de los treinta años de edad; logros filosóficos definitivos han exigido muchos más años de reflexión y de madurez"[1466]. En el discurso científico, por ser contrastable internamente, de acuerdo con los profesores del Gimnasio Moderno de Bogotá, Carlos Cardona S. y Uriel A. Cárdenas, la ciencia y la filosofía se enriquecen con el debate, sin el cual no podrían existir, debido a que son una actividad crítica. El debate y la crítica conforman el eje central del filosofar. "La física es una aventura profunda y rica, que se ha convertido en inseparable de la filosofía y un intento de establecer una relación de armonía con una entidad muy superior a nosotros mismos, la naturaleza. Lo que exige de nosotros buscar, formular y desarraigar uno tras otros, nuestros más profundos y queridos prejuicios y viejos hábitos mentales en una búsqueda infinita de lo alcanzable… Según Einstein, los conceptos físicos son creaciones libres de la mente humana, y no están, aunque pudiera parecerlo, determinadas en forma única por el mundo exterior"[1467].

La ciencia no ofrece todas las respuestas a la compleja problemática del universo, ni los filósofos han cesado de preguntarse. Sin soslayar la ciencia, con el ánimo sereno de refutar al referido periodista Salcedo, es procedente aclararle que el verdadero filósofo sí es capaz de aclararles inquietudes a los jóvenes, plantearse inquietudes profundas y aportar soluciones a la angustiante realidad actual. En plena postmodernidad, desconocer la importancia de la ciencia, sería mera necedad e ignorancia. La ciencia y la filosofía son indispensables, porque ambas obedecen a dos necesidades del espíritu humano. Necesitan compenetrarse porque ninguna puede desconocer sus saberes y sus métodos; la filosofía no puede ignorar los aportes científicos para afianzar sus planteamientos. Para Will Durant, "la ciencia es descripción analítica, la filosofía es una interpretación sintética"[1468]. Oswaldo Robles nos aclara que "los grandes filósofos han sido versados en la ciencia de su tiempo"[1469]. La diferencia estaría en que "la ciencia hace sus conquistas siempre a base de pruebas objetivas, de verificaciones incontrovertibles; las conclusiones a que llega la filosofía no son susceptibles de pruebas objetivas, y por lo tanto, de verificaciones incontrovertibles"[1470].

La ciencia tiene unas respuestas, pero no todas las respuestas; la filosofía, así mismo, tiene muchas preguntas que la ciencia no puede responder. Ninguna ciencia o saber diferente a la ontología o la metafísica puede dar respuesta sobre la existencia auténtica de las cosas y del ser humano. Así sean sólo especulaciones discursivas o teóricas, la filosofía intenta dar respuesta a las preguntas que se le escapan a la ciencia, ya que ésta, según sus métodos tradicionales, dentro de los laboratorios busca describir, explicar y comprender racionalmente los procesos naturales y sociales; la filosofía, dada su naturaleza, no se introduce en los laboratorios de investigación científica para elaborar sus planteamientos o teorías. Sin embargo, la filosofía, a pesar del inobjetable desarrollo científico, sigue ofreciendo respuestas a los problemas humanos fundamentales que se le escapan a la ciencia, por cuanto la investigación metafísica de la auténtica vida humana, en sus más profundas dimensiones, se resiste a servir como "conejillo de indias" de los métodos caducos de investigación. En conclusión, los filósofos seguimos haciendo y haciéndonos preguntas y somos capaces de "calmar la angustia de la sociedad cultural" y responder directamente a "las preguntas que nos asaltan en nuestra vida cotidiana". Los filósofos lo intentamos y somos capaces, lo que ocurre es que el poder aletargador de la razón instrumental y el condicionamiento de nuestro fenómeno socioeconómico denominado capitalismo, con su feroz competencia y voraz consumismo, no permite espacios de reflexión para pensar la vida porque no están dentro de los rangos de la "productividad" y de las "ganancias" materiales.

Ni la ciencia puede reemplazar a la filosofía ni la filosofía a la ciencia. Las dos tienen su espacio, su dinámica y su quehacer en nuestra sociedad. Los científicos se ocupan de cómo es el universo, los filósofos del porqué del universo. Pareciere que, del mismo modo que los alquimistas buscaban la piedra filosofal, los científicos persiguen una fórmula que explique y describa el universo y sus fenómenos. El filósofo no es solamente un pensador, ni el científico es sólo un observador; ambos tienen que pensar y observar. Los dos piensan sobre las diferentes clases de observaciones. Uno tiene que hacer especialmente las observaciones, bajo condiciones especiales, antes de poder pensar para solucionar el problema. El otro puede confiar en su experiencia corriente. La filosofía alcanza su propia comprensión del mundo; una comprensión del mundo, una comprensión que supera el nivel de las ciencias particulares. Edmundo Husserl, que se interesó por la investigación matemática antes de interesarse por la reflexión filosófica, planteó que las ciencias particulares son ingenuamente objetivas. "La ingenuidad es la característica fundamental de su actitud frente a los objetos, pues se dirigen confiadamente a ellos, y no se preocupan por los fundamentos del saber. La filosofía supera la ingenuidad de las ciencias. La superación tiene lugar en un regreso a la conciencia, a la subjetividad, en la cual se pueden encontrar dichos fundamentos… La filosofía es una ciencia fundamental y fundamentadora de las otras ciencias… La filosofía debe rechazar todo principio infundado, toda hipótesis sin demostrar, todo juicio oscuro, toda construcción en el aire. La única fuente de que ella se puede alimentar es la de lo dado en una evidencia indubitable… A diferencia de las otras ciencias, que se dirigen a sus objetos en una actitud directa e ingenua, la filosofía adopta una actitud refleja y acota su campo de trabajo en la subjetividad, fuente de toda objetividad… El ser en cuanto tal, la comprensión del ser y los modos del ser son temas que no les interesan a las ciencias, pues ella sólo tienen ojos para los entes… El rigor filosófico consiste… en un heroico esfuerzo por mantenerse en ese elemento, es decir, en la relación del hombre, y en no dejarse arrastrar por las tendencias naturales que lo empujan hacia los objetos"[1471].

Las ciencias particulares dan por supuesto su objeto (por eso se llaman ciencias positivas), pero el hombre no puede dar nada por supuesto si quiere tener una última claridad. Esa es la función, la exigencia de la filosofía. No existe una frontera bien definida entre la ciencia y la filosofía. "Ningún problema puede ser calificado definitivamente de científico o filosófico. La diferencia entre ambas reside, no en los problemas que abordan, sino en el modo de delimitar los temas y sobre todo en el método"[1472]. Entre filosofía y ciencia existe un fin que las entrelaza: la certeza, la evidencia, la verdad. "El hombre busca saber, pero busca sobre todo saber la verdad del saber, y la búsqueda de la verdad puede decirse que pertenece inevitablemente a la realización vital del hombre, de tal manera que la razón y la vida se unifiquen en la vía de la trascendencia o del sentido pleno de las expectativas y realizaciones humanas"[1473].

Pero las relaciones entre filosofía y ciencia son objeto de posiciones encontradas. Muchos científicos consideran que los aportes de la filosofía carecen de valor por no tener en cuenta los estándares del método científico. Erich Fromm precisa que el método científico exige objetividad y realismo, exige ver el mundo como es, y no deformado por los deseos y los temores de uno. "Exige ser humilde hacia los hechos de la realidad y renunciar a toda esperanza de omnipotencia y omnisciencia. La necesidad de pensamiento crítico, de experimentación, de pruebas, la actitud dubitativa, todas éstas son características del esfuerzo científico, y son precisamente los métodos de pensamiento que tienden a contrarrestar la orientación narcisista"[1474]. Afirman que se trata de especulaciones o de abstracciones incontrastables con la realidad. Para ellos, el filósofo es un hombre distraído con tendencia a separarse de la realidad. En contraste, varios filósofos piensan que la filosofía tiene establecido un amino independiente de los procedimientos técnicos y métodos de la ciencia.

Ante estas posiciones, el pensador Hernando Barragán Linares plantea que "el papel de la filosofía es servir de coordinadora del pensamiento científico, lograr una síntesis conceptual donde el saber se unifique"[1475]. Barragán aclara que la filosofía no se puede inclinar únicamente a escoger datos científicos. Ante todo, precisa, tiene una función crítica, fundamentadora, orientadora del proceso científico. El científico en su trabajo de investigación se encuentra con problemas inherentes al material de su quehacer a los cuales pretende dar respuestas de acuerdo con el método científico, "pero encontramos que el científico tiene que vérselas con una serie de dificultades propiamente filosóficas, por ejemplo cuando trata de situaciones como la naturaleza de la materia, el determinismo o indeterminismo de la naturaleza, etc., problemas que en el fondo tienen un carácter teórico de mayor extensión por cuanto no son sólo planteados a nivel de una ciencia determinada sino que hacen referencia a una situación no sólo de mayor amplitud sino también de mayor complejidad"[1476]. En concepto de Savater, la filosofía es la reflexión sobre el sentido general de la existencia, sobre el porqué de las cosas. Y sobre esto no reflexiona la ciencia. El quehacer filosófico consiste en explicar y no en describir la naturaleza de las cosas. "En el fondo, toda persona que se dedica seriamente a la filosofía busca saturar los problemas para darles solución; dicho de otro modo: lo que busca alcanzar es el conocimiento positivo. En principio, no hay, entonces, diferencia radical de enfoque entre la investigación filosófica y la investigación científica"[1477].

Si bien es cierto que la ciencia da respuestas a muchas de las preguntas que se hace el hombre práctico, la diferencia entre filosofía y ciencia estaría en su actitud ante la certeza. "En filosofía alternan tanto la búsqueda como el hallazgo, la duda como la tendencia al sistema. Ha dicho un filósofo que la medianoche contiene el amanecer. Constataba que el hombre siempre vuelve a la pregunta, como manera de ser original. Una pregunta que, a la vez que no tiene conclusión, no puede ser, como hoy, igual a la anterior"[1478]. Es posible, dependiendo de las circunstancias, que la ciencia pueda resolver preguntas de la filosofía, y viceversa. El filósofo Jaime Vélez Correa[1479]sostiene que es probable que ciertos aspectos de las preguntas a las que hoy atiende la filosofía reciban mañana solución científica, y es seguro que las futuras soluciones científicas ayudarán decisivamente en el replanteamiento de las respuestas filosóficas venideras, así como no sería la primera vez que la tarea de los filósofos haya orientado o dado inspiración a algunos científicos. No tiene por qué haber oposición irreductible, ni mucho menos mutuo menosprecio, entre ciencia y filosofía, tal como creen los malos científicos y los malos filósofos. La ciencia puede establecer, por sí misma, límites en el terreno del conocimiento positivo. Sin embargo, la filosofía, cuya naturaleza es cuestionarse las raíces de lo real y con ello penetrar en la dimensión de su carácter de criatura, se enfrenta formalmente con lo incomprensible, con la criatura en cuanto misterio. De lo único que podemos estar ciertos es que jamás ni la ciencia ni la filosofía carecerán de preguntas a las que hay que intentar responder.

Con respecto a la ciencia, queda claro que "la opinión filosófica de la realidad, no podrá nunca ser opinión ingenua en sentido vulgar, ni crítica en el sentido científico, será un examen de las posibilidades no ya de los sentidos, sino de la razón, para determinar el valor de sus informaciones a los efectos de integrar el conocimiento total, es decir, una opinión crítica en sentido filosófico"[1480]. La filosofía es como la ciencia y difiere de la historia en que busca verdades generales más bien que un informe sobre sucesos pasados en particular. Pero el filósofo no formula la misma índole de preguntas que el hombre de ciencia, ni emplea la misma clase de método para contestarlas. Indaga más allá de la realidad y las relaciones entre los fenómenos; busca penetrar hasta las causas y condiciones últimas de las cosas existentes y mutables. Tales problemas se solucionan sólo cuando las respuestas a ellos son claramente demostrables.

Es posible que los filósofos no hayan podido avanzar al paso de las teorías científicas. Pero el filósofo, sin la presión de la observación y de la experimentación[1481]en una perfecta interrelación con el científico, puede complementar y perfeccionar sus planteamientos, para que sean acordes con la realidad actual, superando especulaciones filosóficas caducas, y no contradigan teorías científicas, evidentemente contundentes e irrefutables. La ciencia permite al filósofo desechar dogmatismos y saberes superados, especialmente en el campo cosmológico. La filosofía humaniza el quehacer científico. La filosofía no puede prescindir de la ciencia en procura de su fundamento y solidez. El filósofo que ignora las conquistas científicas, plantea sistemas ilusorios. "El científico, a su vez, necesita una buena formación filosófica para orientar y valorar su investigación en función del hombre integral, en todas sus dimensiones"[1482]. Con la filosofía coordinamos las diferentes actividades, pero no alcanza el grado del saber propiamente dicho, reservado únicamente al conocimiento científico. Sólo existe un saber y una verdad científica, mientras que son posibles varias sabidurías filosóficas. "En la actualidad las ciencias pretenden explicar cómo están hechas las cosas y cómo funcionan, mientras que la filosofía se centra más bien en lo que significan para nosotros… la filosofía se pone a reflexionar sobre cómo cuenta para nosotros lo que sabemos, lo que sucede y lo que hay"[1483]. En tanto que la ciencia fragmenta y especializa el saber, la filosofía relaciona todo lo demás con el ánimo de humanizarnos. La ciencia ofrece soluciones; la filosofía, respuestas. La filosofía "rescata la realidad humanamente vital de lo aparente, en la que transcurre la peripecia de nuestra existencia concreta"[1484]. El filósofo es capaz de comprender que debajo de esta realidad en que vivimos y somos se esconde una realidad distinta. El quehacer filosófico no busca suposiciones sino saberes seguros, "quiere saber lo que supone para nosotros el conjunto de nuestros saberes"[1485]. La filosofía pregunta por cuestiones que los científicos dan ya como supuestas o evidentes. Según el filósofo Thomas Nagel, la principal tarea de la filosofía es cuestionar y aclarar algunas ideas muy comunes que todos nosotros usamos cada día sin pensar en ellas. La ciencia busca el cómo y la filosofía el qué. "Antes de que una ciencia se pueda dedicar a investigar cómo son los objetos de su dominio, tiene que saber qué son ellos"[1486].

En el amplio y fascinante mundo del conocimiento el historiador se pregunta qué sucedió en el pasado, el filósofo qué es el tiempo; el físico qué explica la gravedad, el filósofo cómo podemos saber que hay algo fuera de nuestra mente; un matemático cuáles son las relaciones entre los números, el filósofo qué es un número; el psicólogo cómo aprenden los niños el lenguaje, el filósofo por qué una palabra significa algo. La ciencia y la filosofía intentan contestar preguntas suscitadas por la realidad.

Los filósofos, en el siglo XVIII, consideraban todo el conocimiento humano, incluida la ciencia, como su campo, y discutían si el universo tuvo un principio. "Sin embargo, en los siglos XIX y XX, la ciencia se hizo demasiado técnica y matemática para ellos, y para cualquiera, excepto para unos pocos especialistas. Los filósofos redujeron tanto el ámbito de sus indagaciones que Wittgenstein dijo: La única tarea que le queda a la filosofía es el análisis del lenguaje"[1487].

Los buenos científicos deben hacer filosofía de la ciencia. No obstante, numerosos científicos se han dado por satisfechos dejando la filosofía de la ciencia a los filósofos, y han preferido seguir "haciendo ciencia" en vez de dedicar más tiempo a considerar en términos generales cómo "se hace la ciencia". Según Einstein, con cierta justificación se afirma que el hombre de ciencia es un filósofo de mala calidad. ¿Por qué, por ejemplo, el físico no deja que el filósofo se ponga a filosofar? "Esto bien puede ser lo correcto en momentos en que el físico cree tener a su disposición un sistema rígido de conceptos y leyes fundamentales, tan bien establecidos, que ninguno puede tocarlos. Pero puede no serlo en un momento en que las bases mismas de la física se han vuelto tan problemáticas como lo son hoy. En tiempos como el presente, cuando la experiencia nos compele a buscar una nueva y más sólida fundamentación, el físico no puede simplemente entregar al filósofo la contemplación crítica de los fundamentos teóricos, porque nadie mejor que él puede explicar con mayor acierto dónde aprieta el zapato"[1488]. El físico, dadas las dificultades de su ciencia, debe "afrontar problemas filosóficos en grado muy superior a lo que sucedía en anteriores generaciones"[1489]. Einstein aclaró que para el científico es imposible avanzar sin la previa consideración crítica del problema de analizar la naturaleza del pensamiento de cada día. El filósofo, en su tarea de preguntarse sobre la materia, debe saber de física y química. "Un pensador que hoy intentase hacerse preguntas filosóficamente serias sobre la materia, ignorándolo todo de la física y la química actuales, sería un chamán o un ignorante, nunca un filósofo"[1490]. La pretensión de la filosofía de elaborar un sistema sobre el mundo y el hombre independiente de los aportes de las ciencias no es posible, como tampoco es probable que el mero desarrollo de las ciencias baste para una adecuada concepción del universo. "La tarea de la filosofía es reflexionar sobre la cultura en que vivimos y su significado no sólo objetivo sino también subjetivo para nosotros: para ello, como resulta obvio, es necesario tener la mayor información cultural posible. No todas las personas cultas son filósofos, pero no hay filósofos declaradamente incultos… y las ciencias son parte imprescindible de la cultura, no una desviación de interés puramente instrumental. Sin preparación cultural previa a lo más que llega la filosofía es a fórmulas no totalmente irrelevantes pero bastante limitadas…"[1491].

Sería procedente que los filósofos efectúen una revisión de las funciones de la filosofía y su quehacer en la dinámica del desarrollo de las ciencias. "Es necesario tomar conciencia de que la filosofía, al igual que los planteamientos científicos, necesita proyectarse, descubrir, valorar, inventar y dar solución a los problemas que se van presentando en todos los procesos reales. Así, la filosofía deja de ser la ciencia que tiene la verdad y comienza a caminar en pos de una verdad perfectible"[1492].

Es importante este quehacer debido a que la filosofía, como arte de las aclaraciones conceptuales, proporciona una habilidad para pensar claramente acerca de las cuestiones poco claras. Las aclaraciones conceptuales determinadas por el filósofo de la ciencia ayudan al científico a formular mejores teorías. En cuanto que la filosofía es sinóptica y especulativa, puede tener efectos prácticos al sugerir las teorías científicas del futuro. Como es problemática la relación ciencia y filosofía, es posible que existan interferencias. "Por un lado se puede caer en la tentación de querer marcar desde la filosofía los caminos de la ciencia y fijar los límites del valor de sus adquisiciones, como si no conociera el investigador mucho mejor que el filósofo las limitaciones de su propia ciencia. Y por otro, se da el caso de científicos que, desprovistos de toda cultura filosófica, se lanzan a hacer metafísica y construyen alegremente materialismos dogmáticos u otros sistemas, sin tener en cuenta las condiciones epistemológicas de su disciplina o de la ciencia en general"[1493].

Al científico se le ha supuesto un alto grado de veracidad desde sus comienzos, cuando aún se encontraba dentro del amplio universo de la filosofía. "El sabio-filósofo tenía la misión de encontrar la verdad y comunicarla. Hoy en día, los políticos, periodistas, artistas o vendedores pueden mentir de vez en cuando. Los científicos, no"[1494]. Pero, por desgracia, los científicos no siempre dicen la verdad. Ellos a veces mienten, ya sea por conveniencias personales, sociales, económicas, religiosas o políticas. "Unas veces lo hacen por ingenuidad o por competencia; otras, por simple corrupción"[1495]. Los filósofos es posible que no mientan intencionalmente, pero sus planteamientos, muchas veces, no corresponden con nuestra realidad, porque las evidencias, la realidad o la ciencia los han superado, refutado o desvirtuado. Las enseñanzas de Aristóteles (considerado como el pensador más genial de todos los tiempos; "un gigante mental", según la historiadora y filósofa Diana Uribe Forero), que eran aceptadas como verdades irrefutables hasta hace poco tiempo, han sido superadas. "Lo que él enseñaba era considerado como una verdad irrefutable para todo el mundo. Sin duda, Aristóteles había llegado a conclusiones ciertas en los campos de la lógica, de las ciencias políticas y también en el ordenamiento de las especies biológicas; pero hoy, muchos de sus conocimientos pueden considerarse -por decirlo suavemente- como una mezcolanza de argumentos todavía no demostrados y supersticiones"[1496]. No obstante, Aristóteles tiene una contundente vigencia en la cultura occidental que no alcanzamos a captar sin el concurso de la reflexión filosófica.

Ante el arrollador avance de la ciencia y de la tecnología, es bueno reflexionar un poco sobre el conocimiento que nos brinda la naturaleza, porque muchas veces es inexacto y nos puede alejar de la verdad. Según Blas Pascal, los conocimientos de la naturaleza arrojan al hombre a una contradicción insoluble y dolorosa, porque sus resultados pueden ser falsos. En tal caso, los seres humanos vivirán envueltos en una versión espuria de la realidad, con todas las consecuencias derivables de tan errática condición. En medio de la apabullante incertidumbre del mundo que nos rodea, dentro del cual no somos más que una partícula insignificante e innecesaria, debemos contemplar la naturaleza y contemplarnos a nosotros mismos, de manera que nos sea posible establecer justas proporciones entre estas dos contemplaciones, antes de ocuparnos de la indagación científica sobre el mundo. "Flotamos sobre un vasto término medio, siempre incierto y lanzados de un extremo a otro; si queremos afirmarnos en un punto, nos abandona, y si le seguimos, se aleja de nosotros en una huida eterna; nada se detiene para nosotros; es el estado que no es propio y a la vez el más contrario a nuestra inclinación, puesto que ardemos en deseos de hallar una base firme para edificar una torre que llegue al infinito; pero nos falta el suelo, y la tierra se abre a nuestros pies; no busquemos, pues, punto de apoyo; nuestra razón está siempre combatida por la inconsistencia de las apariencias, y nada puede fijar lo infinito entre los infinitos que lo encierran y lo huyen"[1497]. Para Pascal, la ciencia natural no constituye la respuesta al deseo de conocer qué caracteriza a la condición humana. La ciencia genera error y parcialidad.

El geólogo norteamericano, de origen japonés, Kenneth Tanaka, tratando de reivindicar la tradición judeo-cristiana, sostiene que la ciencia no tiene ni tendrá nunca todas las respuestas, no será dueña absoluta de la verdad. Según él, comprendió que la ciencia no le da propósito ni sentido duradero a la vida. "Las opiniones científicas actuales sobre el universo pronostican que, o sufrirá una implosión, o se disipará como una neblina de partículas sin estructura. Si la no existencia es el destino final, ¿cómo podría tener algún sentido la existencia?"[1498]. Muchas teorías científicas que se han considerado como ciertas, han resultado erróneas. "En la ciencia, parte del desafío consiste en que los temas que abordamos son complejos, a la vez que los datos y las herramientas de investigación de que disponemos son limitados. Por ello, he aprendido a ser precavido a la hora de aceptar como hechos teorías no comprobadas, sin importar con cuánto cuidado hayan sido elaboradas"[1499]. En opinión de Bertrand Russell, "en la vida diaria aceptamos como ciertas muchas cosas que, después de un análisis más riguroso, nos aparecen tan llenas de evidentes contradicciones, que sólo un gran esfuerzo de pensamiento nos permite saber lo que realmente nos es lícito creer. En la indagación de la certeza, es natural empezar por nuestras experiencias presentes, y, en cierto modo, no cabe duda que el conocimiento debe ser derivado de ellas. Sin embargo, cualquier afirmación sobre lo que nuestras experiencias inmediatas nos dan a conocer tiene grandes probabilidades de error"[1500].

En ocasiones se dice que los científicos no tienen romanticismo y que su pasión por sus observaciones acaba con la belleza y misterio del mundo. "¿Pero no es emocionante comprender cómo funciona el mundo, saber que la luz blanca está hecha de colores, que el color mide ondas de luz, que el aire transparente refleja la luz, que al hacerlo discrimina entre las ondas, y que el cielo diurno es azul por el mismo motivo por el que el crepúsculo es rojo?"[1501], pregunta Carl Sagan, uno de los más brillantes científicos contemporáneos. Según el científico Paul Davies, la ciencia actualmente no posee una imagen muy agradable. "Se le considera fría, impersonal y carente de sentimientos. Incluso se le echa la culpa de que los hombres ya no seamos hoy el punto central y absoluto de todas las cosas y de que tengamos que conformarnos con la idea de que la humanidad es algo insignificante, alejada en un planeta sin importancia que se desplaza a enorme velocidad por el vacío del universo. Entonces ya no queda del hombre mucho más que la teoría de que es un mero accidente sin alma, sin objeto y sin finalidad alguna en un universo vacío de sentido y surgido sin planificación previa"[1502]. En defensa de la ciencia, Davies se siente "obligado a creer que, a través de la ciencia, podemos tener efectivamente a nuestro alcance los fundamentos racionales de la existencia natural. Esta confianza se basa en que hemos descifrado ya grandes partes del código cósmico y que algún día conoceremos quizás toda la verdad"[1503]. Según Davies, vivimos en la era de la ciencia. "Pero no sólo los científicos intentan atraer la atención de la gente. Religiones y corrientes filosóficas compiten con ella, afirmando que pueden ofrecer una imagen del mundo mejor o más completa. En su fuerte concurrencia con otros sistemas de ideas, la reivindicación de la ciencia tiene gran importancia, porque ella se ocupa de la verdad, y toda teoría científica sólo se mantiene en pie cuando es demostrada experimentalmente"[1504].

Es muy cierto que en los últimos años el saber científico ha venido imponiéndose. Es cierto, igualmente, que siempre estamos experimentando, pero la filosofía no supone una determinada forma científica de experiencia. No es necesario estudiar ciencias experimentales para poder filosofar. Los científicos se han constituido en un criterio de verdad para muchos. "Los descubrimientos científicos nos dejan extasiados como si se tratase de los primeros frutos ansiados del árbol de la vida. Los mitos, dogmas y creencias se tambalean y desmoronan estrepitosamente al paso arrollador del saber científico"[1505]. Los mitos nos llevan a aceptar sin cuestionar creencias. El mito es incuestionable. "Una característica fundamental del sistema de creencias, es que se comporta como un mito familiar; y por definición, el mito es inaccesible a la argumentación lógica y por lo tanto no se cuestiona. Es algo que está ahí y es así desde que el mundo es mundo. Es como el aire que respiramos. Nacemos y vivimos con ello, porque no hemos conocido otra cosa y por lo tanto, sus reglas las admitimos sin crítica y con total naturalidad"[1506].

También es cierto que la ciencia ha brindado aportes significativos a la humanidad. Pero a pesar de los útiles avances tecnológicos y otros aportes de invaluable interés en muchos campos del saber, que nos han liberado de temores y costumbres perjudiciales, han traído consigo algunas consecuencias negativas: espacialismo, tecnocracia y peligro de autodestruirnos. "Innegablemente han sucedido avances de consideración que han revolucionado áreas, ciencias y conciencias, pero en lo concerniente al corazón humano cada día es mayor la inhumanidad, la insensibilidad del hombre para con el hombre"[1507]. No obstante debemos impulsar y apoyar el quehacer científico para un mejor desarrollo, pero es necesario apartar el cientificismo. "Cuando el conocimiento científico se vuelve exclusivista, corremos el riesgo de perder el sentido profundo del hombre, de la vida y del universo"[1508]. Al respecto, es diciente la posición de Alfonso López Quintás:

"Valerse del prestigio de la ciencia para alzarse con el monopolio de la verdad y de la capacidad investigadora significa una reducción de las posibilidades del hombre. Este empobrecimiento concede a la ciencia una autonomía total en cuanto a métodos y metas. Parece que puede prescindir de toda exigencia y norma ética, así como de todo ideal valioso. Esa autarquía sirve a los científicos para llevar adelante sus investigaciones sin la menor traba, guiados solamente por la lógica interna del método propio de su especialidad. Tal libertad se traduce en un incremento rápido del saber teórico y del poder técnico. Este poder, desconectado de toda Ética del poder, constituye a medio plazo un grave riesgo para la humanidad. Cuando sólo se atiende al desarrollo del saber científico y técnico, cada nuevo logro significa un triunfo. Para el gran físico alemán Otto Hahn, inventar la fisión del átomo de uranio constituyó el gran éxito de su vida. Pero poco tiempo pudo celebrarlo, ya que, algunos meses después, ese adelanto científico hizo posible alcanzar la cumbre técnica que significa la construcción de la bomba atómica y pulverizar dos bellas ciudades japonesas en unos instantes. Al enterarse de que su hallazgo científico había sido convertido en instrumento de devastación, el genial investigador sintió la tentación de poner fin a su vida por verla carente de todo sentido […].

Los científicos más avisados cobran cada día una conciencia más clara de que la ciencia no ha de procurar sólo su propio triunfo por la ilusa creencia de que el avance en el saber teórico y técnico se traduce automáticamente en una mayor felicidad humana. Los biólogos, especialmente los genetistas, saben bien que la investigación se halla actualmente bordeando simas muy peligrosas y debe llevarse a cabo con precaución, por afán de hacer bien al hombre, no de progresar a cualquier precio en el conocimiento de la realidad y en el poder de transformación de la misma. En qué consiste el bien integral del ser humano y cómo se logra es una cuestión ardua que no puede clarificar la ciencia a solas, en virtud de su propio método de análisis […].

Desgajar la actividad científica o técnica del conjunto de la vida humana significa una alteración de su sentido, una reducción de su valor. Este rebajamiento de rango facilita que se la tome como medio para fines ajenos a la auténtica vocación del hombre. Tal desajuste es provocado por los manipuladores para poner el inmenso poder de la ciencia y la técnica al servicio del dominio de las gentes […].

La investigación científica abre actualmente la posibilidad de intervenir en el futuro del hombre y de la misma especie humana. Este horizonte se muestra lleno de venturosas esperanzas y de riesgos escalofriantes. El investigador que, sin mayores razones, se arriesgue a afirmar que todo lo factible es aceptable y que lo científicamente posible acaba siendo inexorablemente realizado manipula la opinión pública y crea un clima propicio a graves desmesuras.

La historia reciente nos advierte que resulta excesivamente peligroso considerar que el avance científico significa siempre un progreso del hombre hacia cotas de mayor felicidad. Esta advertencia es desoída a menudo por la decisión "ideológica" de favorecer cuanto suponga apertura de nuevas posibilidades, sea cual fuere su valoración ética.

Conviene advertir cómo se engarzan la manipulación biológica y la ideológica mediante el recurso de conectar una serie de ideas y convicciones entre sí. Se piensa que el método científico es la vía por excelencia, la mejor, la única auténtica para el conocimiento profundo de la realidad, pues la penetración en los secretos del universo permite dominar las fuerzas naturales, elaborar artefactos de todo tipo, mejorar la calidad de vida de las personas, elevar el grado de felicidad de las gentes. Como hacer el bien a la Humanidad encierra un alto valor ético, se concluye que todo experimento científico que incremente el saber está justificado éticamente"[1509].

Los filósofos sabemos que las grandes transformaciones de la sociedad contemporánea han sido posibles gracias a una de las más grandes creaciones del espíritu humano, surgida del clima espiritual fraguado por los antiguos griegos: la filosofía. "Es sabido que sin la técnica la mitad por lo menos de nuestra sociedad quedaría paralizada, y que tal parálisis afectaría el desenvolvimiento de las ideas no menos que a los procesos económicos y sociales. Pero es igualmente cierto que sin un subsuelo a la vez económico y espiritual la evolución técnica sería imposible. La historia humana es un inmenso animal que se muerde la cola"[1510].

Los defensores de la filosofía en ningún momento pretendemos descalificar a la ciencia ni desconocer sus invaluables conquistas, sus vitales aportes, especialmente los logrados en los siglos XIX y XX. En los albores del siglo XX se plantea la Teoría de la Relatividad y luego se formula el Principio de Incertidumbre de la Mecánica Cuántica, según el cual el hombre no es un intruso en la naturaleza, sino parte del fenómeno. El filósofo acepta y reconoce que estas teorías (la Mecánica Relativista y la Mecánica Cuántica) están cambiando el mundo con una velocidad impresionante; que sus principios nos muestran que estamos enfrentados a lo interdependiente, y que hoy nos enfrentamos a la realidad virtual. Sabemos que estamos pasando del paradigma mecanicista a un paradigma relativista y cuántico; que todo está relacionado con todo y que todo es un sistema compuesto por otros sistemas, incluido todo lo que hay en el universo. La teoría, física o mecánica cuántica no representa la realidad en sí misma, sino más bien las apariencias que crea o capta el experimentador.

El filósofo sabe perfectamente que existe un cambio de paradigma impresionante, y que lo de atrás influye permanentemente sobre lo de hoy. Es consciente que ese cambio nos exige que nos sincronicemos y revisemos nuestra manera de ver y concebir el mundo. Para muchos filósofos las relaciones de incertidumbre constituyen una prueba de que existe indeterminismo en el universo físico y que, más allá de esto, se probaría que hay una especie de principio de libertad. ¿Qué filósofo podría ignorar esta realidad? El Principio de Incertidumbre de la Mecánica Cuántica afecta profundamente al pensamiento de los físicos y los filósofos, y esto lo sabe el filósofo. Por eso no desconoce su influencia directa sobre la cuestión filosófica de causalidad, es decir, la relación de causa y efecto.

El filósofo Víctor Massuh analiza la relación ciencia y filosofía, y sostiene que "uno de los progresos mayores que se espera de la ciencia es el que conduce a la sabiduría. Es decir, hacia un conocimiento que, sin dejar de ser riguroso, se complete con la sensibilidad humana, la apertura al otro, a otras disciplinas, la ética, el arte, las letras; que logre abrirse hacia aquello que florece en sus márgenes pero que, llegado el momento, contribuye a completarla. La ciencia, en este caso, vendría a ser el camino a la sabiduría"[1511].

El referido pensador define la sabiduría como "un saber dónde la verdad, el bien, la belleza y lo sagrado procuran integrar sus respuestas en un conjunto coherente y un estilo de vida". Piensa que es la continuidad aventurera de la ciencia que "traza planes imaginarios de lo que vendrá, siente como contemporáneas a las futuras generaciones, se codea con la utopía pero no participa de su borrachera cuando esta última imagina mundos sin eternos visitantes sombríos del mundo: la enfermedad, la injusticia, el sufrimiento, el mal y la muerte". Considera que la sabiduría "es el antídoto de la utopía porque intenta una viable convivencia con aquellas figuras de lo irremediable… La ciencia no es lo opuesto a la sabiduría sino que ésta es su consumación"[1512].

El mismo intelectual, analizando los vínculos entre el pensamiento científico y filosófico, piensa que "la ciencia fecunda campos ajenos: esconde una dimensión que lleva a la sabiduría y, a través de este rodeo, ella es más ciencia. Por su puesto, esto se alcanza cuando supera sus miras estrechas, su dogmatismo…". El ensayista considera que "ciencia y sabiduría convergen en la perspectiva de poner límites a la desmesura tecnológica", advirtiendo que "esta convergencia también puede darse en el debate reactualizado por el postmodernismo filosófico en torno a la siguiente pregunta: ¿el principio de realidad reside en el fragmento o en la totalidad, en la partícula o en el organismo, en la parte o en la estructura, en el individuo o en el conjunto? Tradicionalmente, la ciencia se inclina por el primer término, la sabiduría por el segundo. Pero hoy sus lenguajes se aproximan en el sentido de recordar que nada en el ser humano es un fragmento. Por cualquier terreno que transitemos, marcha con nosotros el horizonte de la totalidad. Sólo desde ella podemos descender (o ascender) a la humilde partícula". Permanentemente, la filosofía busca rebasar los confines de cualquier punto de vista determinado para intentar abarcar la totalidad; "más aún, en algún modo procura salirse de cualquier totalidad determinada y aun de la totalidad de las totalidades, para poderlas enfocar como un todo… Sólo el que en lo limitado ve consciente y críticamente más que lo limitado puede desideologizar, impedir que la parte se le convierta en todo, que lo relativo se le convierta en absoluto."[1513].

El autor argentino plantea que la "marcha de la sabiduría contemporánea necesita hacerse con la ayuda de una nueva cartografía que presente como simultáneas las riquezas del pasado del mundo", ya que "la vivencia[1514]de todo-tiempo implica ir al encuentro de otras culturas, sangres, tradiciones, lenguas; es decir, llevar a buen término la experiencia del mestizaje: esa aventura mayor en una época, como la nuestra, sobre la cual pesa la tentación de cerrar cada fragmento de humildad en sí mismo… Este encuentro con otro diferente no sólo es un acto de confianza en los secretos talleres de la vida, sino también en el nacimiento de una identidad, la aparición de lo inédito, lo inesperado, un ensanchamiento del alma, una salida al espacio abierto, a un nuevo todo, a la simultánea diversidad del mundo".

A pesar de que la ciencia nos ha brindado muchas respuestas de interés para tratar de comprender el universo y mejorar la calidad de vida, aún no ha podido responder a muchas preguntas que nos inquietan y desconciertan. ¿Puede descubrirse la verdad con la ayuda de la ciencia? La ciencia no puede aclarar todo. "La ciencia consigue logros extraordinarios cuando se trata de explicar los electrones o la larga cadena de moléculas de ADN, pero sus posibilidades son limitadas cuando se trata del amor, la moral o el sentido de la vida. Porque aunque estas experiencias son parte de la realidad, no forman parte de la ciencia pura"[1515]. Algunos teóricos afirman que la ciencia está herida de muerte: salvo algunos asuntos concretos, aseguran que ya ha descubierto todo lo que tenía que descubrir. No es así. En todos los campos del saber quedan zonas oscuras y senderos sin explorar. La ciencia nos ayuda a dominar acontecimientos mostrándonos que dependen unos de otros, pero no puede explicar nada en un sentido profundo. La ciencia se ocupa de la verdad, no de los dogmas. La verdad es limitada y apenas si puede satisfacer el ansia de muchas personas de lograr la comprensión definitiva de las cosas. Una meta quizá inalcanzable para nuestros inquietos cerebros. "Los resultados científicos sólo pueden ser reflejo exacto y objetivo del mundo real en teoría. En la práctica, hace ya mucho tiempo que la naturaleza de la verdad científica no es tan unívoca. Siempre nos encontramos con un sí, pero…"[1516].

Si se reflexiona con la debida hondura filosófica que requiere la problemática científica y tecnológica nos encontramos con una insondable realidad que yace en la profundidad del tema que insta, a quienes tienen sentido crítico y se atreven a la valerosa actitud de pensar por sí mismos, a no permanecer en la superficie de tan complejo asunto. La ciencia y la tecnología, desgraciadamente, en uno de los campos que más se ha desarrollado es en el armamentismo. ¿Cuál es el auténtico beneficio para la humanidad de este evidente y sorprendente avance? Éstas también muestran irrefutables logros en diversos aspectos que han permitido penetrar, indagar y extraer con relativa certeza muchos conocimientos valiosos para explorar la realidad y obtener algunas "verdades" que nos han permitido mejorar nuestro estilo de vida y comprender ciertos "secretos" del universo en que vivimos. Con grandes dificultades e inconvenientes y hasta "atraso" nos podríamos encontrar si, de un momento a otro, "por arte de magia", desaparecieran las "grandiosas" conquistas científicas y tecnológicas. ¿Podría seguir existiendo la humanidad? ¡Claro que sí! ¿Acaso todas estas "conquistas" no se han logrado en los últimos siglos? ¿Luego la humanidad no existe desde hace algunos milenios? ¿Entonces cómo subsistieron sin los logros de la ciencia y la tecnología? ¿Acaso las consecuencias de tan "imprescindibles" conquistas no han sido también desastrosas para el futuro del planeta? "Lamentablemente porque los humanos no hemos hecho uso racional y ético de la tecnología ésta se ha convertido en una trampa; aquello que debería ser un medio para nuestro bienestar se ha convertido en un fin en sí mismo; aquello que debería generar libertad ha generado dependencia; aquello que debería generar solidaridad y comunicación ha generado soledad, individualismo e incomunicación; aquello que debería simplificar y enriquecer nuestras vidas las ha complicado y empobrecido"[1517]. Freud nos invita a la reflexión al plantear lo siguiente:

En el curso de las últimas generaciones la Humanidad ha realizado extraordinarios progresos en las ciencias naturales y en su aplicación técnica, afianzando en medida otrora inconcebible su dominio sobre la Naturaleza. No enunciaremos, por conocidos de todos, los pormenores de estos adelantos. El hombre se enorgullece con razón de tales conquistas pero comienza a sospechar que este recién adquirido dominio del espacio y del tiempo, esta sujeción de las fuerzas naturales, cumplimiento de un anhelo multimilenario, no ha elevado la satisfacción placentera que exige de la vida, no le ha hecho, en su sentir, más feliz. Deberíamos limitarnos a deducir de esta comprobación que el dominio sobre la Naturaleza no es el único requisito de la felicidad humana -como, por otra parte, tampoco es la meta exclusiva de las aspiraciones culturales-, sin inferir de ella que los progresos técnicos son inútiles para la economía de nuestra felicidad. En efecto, ¿acaso no es una positiva experiencia placentera, un innegable aumento de mi felicidad, si puedo escuchar a voluntad la voz de mi hijo que se encuentra a centenares de kilómetros de distancia; si, apenas desembarcado mi amigo, puedo enterarme de que ha sobrellevado bien su largo y penoso viaje? ¿Por ventura no significa nada el que la Medicina haya logrado reducir tan extraordinariamente la mortalidad infantil, el peligro de las infecciones puerperales, y aun prolongar en considerable número los años de vida del hombre civilizado? A estos beneficios, que debemos a la tan vituperada era de los progresos científicos y técnicos, aun podría agregar una larga serie -pero aquí se hace oír la voz de la crítica pesimista, advirtiéndonos que la mayor parte de estas satisfacciones serían como esa "diversión gratuita" encomiada en cierta anécdota: no hay más que sacar una pierna desnuda de bajo la manta, en fría noche de invierno, para poder procurarse el "placer" de volverla a cubrir. Sin el ferrocarril que supera la distancia, nuestro hijo jamás habría abandonado la ciudad natal, y no necesitaríamos el teléfono para poder oír su voz. Sin la navegación transatlántica, el amigo no habría emprendido el largo viaje, y ya no me haría falta el telégrafo para tranquilizarme sobre su suerte. ¿De qué nos sirve reducir la mortalidad infantil si precisamente esto nos obliga a adoptar máxima prudencia en la procreación; de modo que, a fin de cuentas tampoco hoy criamos más niños que en la época previa a la hegemonía de la higiene, y en cambio hemos subordinado a penosas condiciones nuestra vida sexual en el matrimonio, obrando probablemente en sentido opuesto a la benéfica selección natural? ¿De qué nos sirve, por fin, una larga vida si es tan miserable, tan pobre en alegrías y rica en sufrimientos que sólo podemos saludar a la muerte como feliz liberación?[1518]

En el ramo de la medicina es innegable y sería necio y absurdo desconocer el importantísimo aporte de la ciencia y la tecnología. Esto está claro… pero en apariencia. La medicina ha permitido erradicar y "curar" múltiples enfermedades, aliviar dolores y padecimientos, "restablecer" la salud, "mejorar" la apariencia física de las personas con la medicina estética y hasta "prolongar" la vida. Cuando se dice que un médico "le salvó la vida fulano de tal", ¿en realidad no le "salvó" la vida? Simplemente "difirió" su muerte, prolongó su vida; una vida no se puede salvar, todos somos mortales; esto es un abuso de lenguaje. "Si le pega usted con fuerza un porrazo a alguien, el sujeto en cuestión cae y deja definitivamente de respirar. Pero de todas formas alguna vez iba a dejar de respirar. Un asesinato así sólo se adelanta un poco a lo que Dios se hubiese encargado de hacer algo más tarde"[1519]. Pero ¿en realidad ha alcanzado su más importante logro: evitar la muerte? Es posible que jamás lo alcance. ¿Entonces cuál es la verdadera utilidad de la ciencia y la tecnología?

La lectura, una herramienta esencial para filosofar

12.1 Introducción

La lectura es una actividad que debe realizar el docente y, sobre todo, el estudiante (ya sea de bachillerato o universitario). Aprender a pensar exige leer. En nuestro tiempo, considerado como la "era de la información", tenemos que leer; no nos queda otra salida si queremos estar informados, recrearnos, adquirir y ampliar nuestros conocimientos. La Red (internet) es una autopista de informaciones en todos los géneros literarios. Los textos digitales y los textos impresos en papel o libros tradicionales requieren de lectores críticos y reflexivos, no de meros consumidores acríticos de informaciones.

Si queremos aprender a pensar, tenemos que estudiar filosofía, y para hacerlo hay que leer, releer y reflexionar. Necesitamos leer diferentes tipos de textos, no sólo filosóficos sino de cualquier tema: ciencia, política, economía y narrativa, entre otros. En toda lectura podremos encontrar -si sabemos buscar- aspectos que contribuyan a nuestra extensa y compleja empresa de aprender a pensar. Si conocemos el difícil arte de leer, sabremos cuáles textos nos aportan herramientas conceptuales y metodológicas para asumir la tarea de pensar críticamente. ¡Ah, pero no basta con leer, es indispensable interpretar y comprender lo que se lee!

12.2 Leer para "zambullirnos" en la profundidad de los textos filosóficos

La filosofía genera un inefable goce espiritual y existencial,
ya que el amante de la filosofía se solaza con los sorprendentes e interesantes
planteamientos y disfruta al zambullirse en la profundidad de los textos filosóficos,
que son un extenso mar de sabiduría. Con Goethe se puede repetir que
es un vivo deleite transportarse al espíritu de los tiempos para saber
cómo pensó un sabio antes que nosotros. Danilo Cruz Vélez
señala que tanto el científico como el filósofo deben evitar
alejarse de la literatura, pues ésta mantiene una relación con
el idioma vigente y con el lenguaje que se está haciendo. "Los pensadores
traen nuevas ideas, pero los que mantienen viva la lengua de todo escritor son
los narradores y los poetas"[1520].

El estudiante, el lector de ese tipo de textos, por sí mismo debe experimentar el grato placer y la difícil tarea de encontrar lo que éstos dicen y sugieren en forma clara y ordenada; así mismo, extasiarse con el efecto intelectual y estético que genera este delicioso proceso mental. Según el filósofo Miguel Ángel Ruiz García, el efecto intelectual ocurre cuando los libros remueven nuestros esquemas, prejuicios e ideas con los cuales solemos interpretar nuestra existencia y la de los demás; y el otro efecto, el estético, lo percibimos cuando asumimos como centro de la reflexión filosófica dimensiones de la vida afectiva y emocional a las que con frecuencia no prestamos la atención que es debida. Pero para entender los textos de filosofía es necesario contextualizarnos, porque "toda obra filosófica hay que enmarcarla dentro del contexto en el cual fue escrita, si bien su alcance explicativo no se limita al marco de una cultura situada y circunscrita, sino que puede seguir iluminando el desarrollo posterior de la humanidad. En este sentido hoy leemos a Aristóteles, Platón y otros filósofos clásicos y nos encontramos con elementos que nos ayudan a entender no sólo su mundo sino también el nuestro"[1521]. ¡Ah, eso sí!, hay que leer más allá de las palabras y no creer ciegamente en ellas, porque, tal como señala Platón en el Cratilo "no es propio de un hombre sensato someter ciegamente su persona y su alma al imperio de las palabras; prestarles una fe entera, lo mismo que a sus autores…". Sobre esta "advertencia" es procedente atender la opinión de Erich Fromm:

"Los modos de leer se aplican igualmente a un libro de filosofía o de historia. La manera de leer un libro de filosofía o de historia se forma (o mejor se deforma) por la educación. La escuela intenta darles a los estudiantes cierta cantidad de "propiedad cultural", y al final de los cursos certifica que los estudiantes "tienen" por lo menos una cantidad mínima. A los alumnos les enseñan a leer un libro para que puedan repetir los principales pensamientos del autor. Así es como los estudiantes "conocen" a Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Heidegger o Sartre. La diferencia entre los diversos niveles de educación, desde la preparatoria hasta la universidad, consiste principalmente en la cantidad de propiedad cultural que se adquiere, que corresponde aproximadamente a la cantidad de propiedad material que los alumnos esperan recibir en su vida posterior. Los llamados estudiantes excelentes pueden repetir con mayor exactitud lo que ha dicho cada uno de los filósofos. Son como un catálogo de museo bien documentado; pero no aprenden lo que se encuentra más allá de este tipo de propiedad cultural. No aprenden a cuestionar a los filósofos, a hablarles; no aprenden a advertir las contradicciones de los filósofos, si eluden ciertos problemas o si evaden determinados temas; no aprenden a distinguir lo que era nuevo y lo que los autores no pudieron dejar de pensar porque era considerado de "sentido común" en su época; no aprenden a oír para distinguir cuando los autores sólo hablan con su cerebro, y cuando hablan con su cerebro y su corazón; no aprenden a descubrir si los autores son auténticos o falsos; y muchas cosas más.

En el modo de ser, los lectores a menudo advierten que hasta un libro muy admirado carece enteramente de valor o tiene un valor muy limitado; o logran comprender plenamente un libro, a veces mejor que el autor, quien pudo haber considerado que todo lo que escribió era igualmente importante"[1522].

El estudiante, además de disfrutar, de solazarse, de extasiarse, con la lectura de textos filosóficos, encontrará que los filósofos mantienen una relación dialéctica y polémica entre sí, por cuanto unos contradicen los planteamientos de otros, unos disienten o están de acuerdo con otros, unos cuestionan o refutan el pensamiento de otros, unos se contradicen entre sí, unos esbozan sistemas revolucionarios o reflexionan sobre lo ya filosofado.

La lectura de textos es fundamental en primer lugar por razones culturales: es deseable que un alumno de clase terminal conozca que en algunos grandes momentos del pensamiento, por ejemplo, la ironía socrática, la duda cartesiana, el imperativo kantiano, la hipótesis del inconsciente de Freud, el análisis capitalista de Marx, hay elementos esenciales para comprender qué es el hombre y de donde viene. Y además, y es esencial porque la filosofía no es una historia de las ideas, los textos muestran el uso que de la reflexión han hecho los grandes filósofos, que incitan a que nosotros hagamos el mismo uso […]. El papel de la didáctica es el de reflexionar sobre las mediaciones que puedan facilitar esta apropiación. Esto supone clarificar por sí mismo, y que los alumnos se clarifiquen lo que es leer, lo que es un texto, qué significa leer un texto filosófico, y leerlo filosóficamente. Esto implica para la enseñanza precisarse: no solamente como explicar un texto a los alumnos, sino también como hacer para explicarse un texto por si mismos; es decir, se debe ser claro sobre como un alumno puede hacer para leer filosóficamente un texto, cual estrategia de lectura puede él emplear o aplicar"[1523].

Para evitar la confusión implícita en esta relación dialéctica y polémica, el alumno debe abordar las lecturas con mente abierta y agudizando su espíritu crítico para interpretar, desinterpretar y reinterpretar lo expuesto por los autores. Esta actitud ante los textos permitirá que el discente detecte los disensos, las controversias, los debates, las contradicciones, las ideas, las ideologías, lo anacrónico y lo novedoso que aparece en éstos. "En realidad casi todos los filósofos se debaten en permanente crítica unos de otros[1524]

Michel Tozzi plantea el conceptualizar, el problematizar y el argumentar como las tres capacidades filosóficas de base. Es tarea de los profesores la propuesta de que estas operaciones sean activas en la lectura filosófica de textos y en la escritura filosófica de la disertación. Estas capacidades, un tanto complejas, son las competencias filosóficas. "Leer filosóficamente un texto, consiste en intentar determinar los procesos de problematización, de conceptualización y de argumentación que se encuentran en él, y al mismo tiempo (al contrario de la enseñanza de la literatura en donde se puede hacer una lectura metódica de un texto poético), poner en marcha estos procesos en sí mismos; el texto de llegada es de la misma naturaleza que el texto fuente: a partir de un texto filosófico se debe llegar como resultado a una disertación filosófica…"[1525]. Miguel Ángel Gómez Mendoza, interpretando el planteamiento de Tozzi, nos dice:

"Estas operaciones (conceptuar, problematizar, argumentar), definen en su conjunto las dimensiones del aprendizaje del filosofar centrado sobre el progreso del alumno, más o menos por oposición a una concepción tradicional del aprendizaje de la filosofía centrada sobre el profesor y sobre la materia. El aprendizaje del filosofar se desarrolla en relación con la lectura, la expresión verbal y la escritura. La reflexión filosófica consiste entonces en una articulación de conceptos.

La comprensión de esta reflexión necesita la delimitación del significado de los conceptos que la constituyen, delimitación que incluye la comprensión de las relaciones estructurales entre los conceptos. El aprendizaje filosófico del alumno supone entonces aprender a conceptualizar. Sus intervenciones y sus escritos deben manifestar una sensibilidad con la dimensión de los conceptos, la necesidad de definirlos exactamente, de emplearlos de una manera rigurosa y consistente. La reflexión filosófica implica una problematización. La comprensión de esta reflexión necesita el entendimiento de los problemas que la reflexión genera e intenta resolver. Esta última incluye la capacidad de cuestionar el preguntar que un texto propone.

El aprendizaje filosófico del estudiante supone en consecuencia aprender a problematizar. Sus intervenciones y sus escritos deben gradualmente manifestar el desarrollo del sentido del problema que caracteriza el filosofar. En particular, toda intervención filosófica es una tentativa de responder a una cuestión bien determinada.

La reflexión filosófica integra una argumentación. La comprensión de esta reflexión necesita poner en evidencia la prueba propuesta por su autor. Esta comprensión implica la posibilidad de establecer el valor de los argumentos. El aprendizaje filosófico del estudiante supone así pues el aprender a argumentar. Sus intervenciones y sus escritos no se limitan a la simple expresión de una opinión, sino que entrañan sobre todo un proceso crítico de argumentación[1526]

La lectura filosófica posibilita la construcción de la autonomía y la práctica de la libertad. Como sabemos, la auténtica autonomía es la capacidad que tiene una persona de gobernarse a sí misma, de ser ella su propia norma y su propio gobierno; es la libertad de gobernarse por sus propias leyes; la condición de una persona que no depende de nadie; es la aspiración personal de gobernarnos por nosotros mismos, con nuestras propias determinaciones, ejerciendo nuestra libertad. Existe una correlación muy estrecha entre el buen leer, la comprensión del mundo y la asunción frente a él de actitudes autónomas. Pensadores como Foucault y Zuleta plantean que la literatura tiene estrecha relación con el pensamiento filosófico precisamente porque se ocupa de interrogar a la experiencia humana a través del análisis de las formas de conocer, de poder y de ser del hombre moderno, esto es, en sus prácticas más cotidianas y, por lo tanto, esenciales.

La lectura constructora de mayores grados de autonomía, la lectura liberadora, es aquella que se asume desde la perspectiva de una necesidad vital, de un problema trascendente, y ha de abordarse con la triple capacidad de admiración, de crítica y de creación. La lectura que forma personas autónomas no puede ser aquella de la banalidad o de la evasión que propone la cultura light, ni la que se impone como servidumbre en la tarea escolar. "En el acto de la lectura, la libertad también es lo más importante. Al leer nos vemos impulsados a pensar. Tenemos preguntas y respuestas nuevas. Reflexionamos. Si estamos de acuerdo con el autor, tanto mejor. Nos obligamos a contraargumentar. Estos son los momentos creativos de la lectura… En todos estos casos estamos ejerciendo nuestra libertad frente al autor y frente a la cultura; estamos siendo críticos y creativos"[1527]. La Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, con respecto a la lectura, señala que:

"El avance de las tecnologías de la información y de la comunicación no puede olvidar el importante papel de la lectura de textos en los aprendizajes escolares. La lectura facilita conocer otros mundos y otras realidades, encontrar nuevos sentidos e interpretaciones de la vida, de la cultura, de la sociedad y del mundo. La narración estimula una bella forma de pensamiento que ayuda a construir significados, no solo de las ciencias sociales sino también de las lógico-científicas. Leer permite explorar, descubrir, organizar los conocimientos y relacionar los diferentes esquemas mentales que actúan en muchas ocasiones alejados los unos de los otros. Sin duda, el aprendizaje se enriquece a través de la lectura.

Porque la lectura -que también está relacionada con otros dos grandes objetivos de la educación: leer para vivir y leer para ser- permite conocer los sentimientos y las emociones de los otros, las relaciones establecidas, la fuerza de las pasiones, los riesgos de la vida y la búsqueda de soluciones ante los conflictos existentes. Los libros también permiten el acceso a otras culturas que ofrecen formas de relación, normas y valores que, por ser diferentes, obligan a situar en sus justos términos las normas y los valores de cada uno. La lectura contribuye, a su vez, a enfrentar al lector con decisiones éticas y morales, porque al situarlo frente a diferentes formas de pensar, de vivir y de actuar, se le exige evaluar los acontecimientos y activar, y tal vez en ocasiones modificar, los propios juicios de valor.

La lectura, que conecta por tanto con los principales objetivos de la educación, no puede ser una tarea que dependa de las horas que los alumnos dedican al aprendizaje, por importante que esta sea. Es preciso, al mismo tiempo, un compromiso social con la lectura capaz de encontrar nuevos lugares que faciliten el contacto con los libros y estímulos más eficaces para reforzar la actividad lectora"[1528].

12.3 Leer para desarrollar nuestro espíritu crítico

Uno de los aspectos de mayor importancia que hay que tener en cuenta en el momento de establecer para qué sirve la lectura, es el desarrollo y fortalecimiento del espíritu crítico, porque un lector crítico "es aquel que no traga entero, que cuestiona, repasa, que defiende ante todo su libertad; el lector crítico, al igual que el escritor independiente, es menos domesticable. Si es crítico frente al texto que lee, también puede llegar a serlo frente a otros fenómenos culturales…"[1529].

El espíritu crítico permite al lector entrenado captar las influencias literarias, descubre a qué escuela literaria pertenece el texto y detecta el desarrollo interno de las ideologías. Distingue los tipos sociales que son los héroes de la trama o de la intriga. Busca la clase social a la que pertenecen, examina la acción de los personajes y relaciona lo que ocurre en la obra desde el punto de vista social. Se hunde en la profundidad del escrito para ver cuáles son las ideas, los sentimientos y la manera de pensar del autor.

Para pensar críticamente, es necesario leer críticamente. Leer críticamente implica "dialogar" con el autor del texto. Este "diálogo" comporta preguntas, disensos, controversias, confrontaciones, acuerdos y desacuerdos. Los textos deben ser confrontados con los de otros autores. El lector debe buscar contradicciones, argumentaciones y tesis. Así mismo, le corresponde aguzar su espíritu para detectar sesgos ideológicos, posturas políticas, estilo, claridad conceptual y cómo hace acopio y uso de herramientas terminológicas, metodológicas y conceptuales, y cuáles son sus fundamentos epistemológicos para afirmar lo que afirma o negar lo que niega; opinar lo que opina; defender lo que defiende, y teorizar lo que teoriza.

El escritor, crítico literario e intelectual Álvaro Pineda Botero, con respecto a la lectura de textos plantea lo siguiente:

"En cuanto al oficio de leer, es conveniente recordar que las actividades del lector son muy parecidas a las del escritor. Ambos trabajan en soledad, ambos disponen de libertad para meditar, imaginar, soñar. El lector, como el escritor, puede retroceder, avanzar, detenerse; puede tomar notas, consultar diccionarios, otros libros, preguntara. Las operaciones mentales de la escritura y la lectura son similares. La lectura puede definirse como una forma mental de escritura. Al leer vamos escribiendo en nuestra mente, y al terminar el libro, hemos impreso en nuestra memoria algo así como una copia o un resumen del libro leído.

El lector también está planteando preguntas a medida que lee. La mejor lectura es aquella que se hace a partir de preguntas específicas. Si uno comienza a leer un libro sin una curiosidad específica, la lectura se dificulta y posiblemente parecerá aburrida. Si tenemos preguntas claras, el libro irá ofreciendo algunas respuestas, y también ampliando nuestras preguntas.

De esta manera, leer es conversar. Entre el libro y el lector se plantea un diálogo incesante. Es un diálogo que estimula la imaginación, que enriquece y transforma. Todos hemos tenido la experiencia de sentirnos renovados cuando terminamos la lectura de ciertos libros: diferentes, más maduros, más libres, más seguros de nuestros logros intelectuales. Este sentimiento de libertad y seguridad del lector es idéntico al del escritor en el momento de finalizar la obra.

En el acto de la lectura, la libertad también es lo más importante. Al leer nos vemos impulsados a pensar. Tenemos respuestas y preguntas nuevas. Reflexionamos. Si estamos en desacuerdo con lo que dice el autor, tanto mejor. Nos obligamos a contraargumentar. Estos son los momentos creativos de la lectura. Podemos tomar notas, escribir en las márgenes del libro y subrayar. En todos estos casos estamos ejerciendo nuestra libertad frente al autor y frente a la cultura; estamos siendo críticos y creativos. Muchos escritores han visto nacer su vocación precisamente en estos momentos. Empiezan a escribir para responder a las preguntas o para emular con los textos que ha leído. De hecho, si alguien quiere escribir es necesario que lea mucho.

El escritor y el lector son los seres más libres de la sociedad. Tienen una libertad interior que nadie puede limitarles. Por ser libres, también son críticos. Críticos en primer lugar en relación con los libros que leen, críticos de la sociedad, de los actos de los gobernantes, críticos de la historia y de la cultura. El bien más preciado que posee el hombre y la mujer de hoy es el de la libertad y la posibilidad de criticar.

En consecuencia, un lector crítico es aquel que no traga entero, que cuestiona, repasa, que defiende ante todo su libertad; el lector crítico, al igual que el escritor independiente, es menos domesticable. Si es crítico frente al texto que lee, también puede llegar a serlo frente a otros fenómenos culturales, como el de la televisión y la imagen"[1530].

Quienes se arrogan la potestad de reprimir el pensamiento crítico, temen a los lectores y, por su puesto, a que la gente lea, porque se les dificulta la realización impune de sus totalitarios y su conculcación de la democracia. El dictador argentino Jorge Rafael Videla, por ejemplo, dijo que un terrorista no es sólo alguien con un arma de fuego o una bomba, sino una persona que disemina ideas contrarias a la civilización occidental y cristiana. Alguien que leyera.

12.4 Leer para el deleite y la búsqueda de respuestas

La lectura es un juego ameno, enriquecedor y apasionante; un acto placentero; un espacio para ejercer la capacidad de fantasear, imaginar, soñar y fabular libremente. A través de ésta viajamos por mundos desconocidos y enigmáticos que, al ser recreados por el autor, aparecen en nuestra imaginación como realidades que nos afectan o nos deleitan de acuerdo a nuestro grado de participación en el pequeño o gran inverso vivenciado por su creador. "La lectura facilita al lector una especie de balcón desde el cual puede mirar el mundo contenido en el texto; balcón que es viajero porque se mueve a lo largo de él. Allí se enfocan varias perspectivas: la del narrador, la de los personajes, la de la trama misma, la del lector ficticio. El lector final es el beneficiario de este observatorio privilegiado; y desde él proyecta sus propios significados"[1531].

El lector puede deleitarse con el estilo y la capacidad imaginativa del autor, con el vocabulario, con la trama y los hechos que presentan los textos. Quienes se han deleitado con la buena literatura han "vivido" más que los que no han leído o no les gusta leer. Al respecto, Samuel Hayakawa señala que

"leyendo Los viajes de Gulliver se asquea uno con Jonathan Swift del proceder de los humanos; leyendo Huckleberry Finn se siente uno navegando a la deriva, río Mississippi abajo, en una balsa; la inmortal novela de Cervantes nos hace sentir la gallardía de los ideales quijotescos y el prosaísmo sensato de Sancho; Byron nos transporta en alas de su rebeldía neurótica contra una sociedad decadente… Este es el efecto principal de la comunicación afectiva: sentimos al unísono con los demás respecto a la vida, aunque vivan a miles de kilómetros y de años. No es cierto que se viva una sola vida; sabiendo leer, vivimos cuantas existencias queramos"[1532].

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