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La imperiosa necesidad de aprender a filosofar (página 3)




Enviado por Luis Ángel Rios



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El hombre en este contexto "no sabe a qué atenerse respecto a las cosas y al prójimo, ni sabe qué es lo que debe hacer ni cómo debe comportarse"[134]. El hombre busca una salida a este mundo en crisis a través de la filosofía, porque dicha salida no puede encontrarse en la ciencia, la técnica o la política. A pesar de que el Positivismo[135]pretenda considerar a la filosofía como un estado del espíritu humano ya superado por las ciencias positivas o fácticas, la salida a la crisis le incumbe exclusivamente a la filosofía. "En la superación de una crisis histórica obran otras fuerzas, algunas de las cuales son totalmente desconocidas. Pero mediante una reactivación de sus viejas preguntas por el ser del hombre y de su mundo peculiar, por el ethos[136]por el ser de la historia, por el ser de la comunidad y del Estado, etc., que parecen haber caído en el olvido, la filosofía podría esclarecer algunas dimensiones esenciales de la crisis y ayudarle al hombre actual a ver con claridad en el túnel oscuro en que se encuentra y a mirar en la dirección hacia un nuevo mundo"[137]. La filosofía es, según Cruz Vélez, la "tabla de salvación" a la que debería aferrarse la humanidad para salir favorablemente de las crisis por las que atraviesa el mundo. Esto se lograría "mediante una reactivación de las viejas preguntas por el ser del hombre y de modo particular por el ethos, por el ser de la comunidad, del Estado, que parecen haber caído en el olvido. La filosofía podría esclarecer algunas dimensiones esenciales de las crisis y ayudar al hombre actual a ver con claridad el túnel oscuro en que se encuentra, y a mirar en la dirección de salida hacia un nuevo mundo"[138]. Según especialistas, no hemos sido capaces de solucionar nuestros problemas porque no poseemos altos niveles de reflexión y profundización para generar un pensamiento autónomo, pues hemos sido educados para repetir y no para crear. El filósofo Mathew Lipman nos quiénes son los pensadores autónomos:

"Aquellos que piensan por sí mismos, que no siguen a ciegas aquello que otros dicen o hacen, sino que realizan sus propios juicios sobre los sucesos, forman su propia concepción del mundo y construyen sus propias concepciones sobre la clase de personas que quieren ser y el tipo de mundo en el que quieren vivir. …hay momentos en los que no podemos permitir que los demás piensen por nosotros, pues hemos de pensar por nosotros mismos. Y hemos de aprender a pensar por nosotros mismos pensando por nosotros mismos… La visión social del pensamiento crítico…. no erradica el papel del individuo, sino que lo sitúa en el amplio horizonte de la multiplicidad de perspectivas"[139].

La educación tradicional forma, según la psicóloga Yamile Alvira Bríñez[140]"personas con la mayor incapacidad de pensar de forma crítica y autónoma para la construcción de alternativas que transformen su realidad, para en vez de ello adormecer las mentes con un mar de conceptos teóricos que cumplen el papel de distractores frente a lo verdaderamente importante en el proceso continuo de formación como es la posibilidad de generar análisis y reflexión de nuestros problemas con el pleno reconocimiento de la biodiversidad poblacional y cultural existente y de los contextos en condiciones dinámicas o cambiantes en los cuales nos encontramos". El saber filosófico y su quehacer, arraigado desde hace tanto tiempo y con tan buenos resultados, no puede desconocerse a la hora de buscar soluciones concretas a cualquier crisis que involucre al ser del hombre.

Pero para esta tarea la filosofía, cuyo final pregonan ciertos "filósofos", tendrá que repensarse y reflexionar sobre sí misma, regresando a su figura originaria, tal como lo propone Cruz Vélez. "¿Regresando de dónde? De los campos de las diversas ciencias particulares surgidas de su propio seno, con las cuales ha tenido siempre la tendencia a confundirse"[141]. Reflexionar sobre sí misma implica su purificación, volver a su mismidad. Reflexionar sobre la justicia, sobre el Estado y sus diversas formas de gobierno, sobre la ley el derecho, sobre las relaciones entre individuo y Estado, como lo propuso Platón en La República, quien trató de unificar el poder político y la filosofía. A pesar de que desde Platón hasta el presente muchas cosas han cambiado, todo, estructuralmente, es lo mismo. Se ha llegado a afirmar que "toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica"[142]. En este ámbito solamente los filósofos pueden ejercer adecuadamente la función de afanarse, "por medio del pensar constructivo y de la crítica, en torno al ser de todo lo humano y en torno de las condiciones esenciales de la posibilidad de una coexistencia de los hombres concorde con el ser del hombre"[143]. Así, la filosofía sería teoría y praxis. No se ocuparía sólo de interpretar el mundo, sino de transformarlo, como reclamaba Marx. Los filósofos no sólo serían meros observadores; también se convertirían en pensadores de acción, en guardianes diligentes y comprometidos respecto al ser concreto del hombre. "Teoría y práctica son dos aspectos de una misma realidad que deben ser tratados con espíritu dialéctico, es decir sin buscar polarizaciones antagónicas que son expresión de un modo metafísico de tratar las cosas"[144].

En nuestro contexto, para las personas carentes de conciencia crítica y que tienen un espíritu utilitario, la filosofía está en crisis. "Actualmente, muchos hablan de una crisis de la filosofía, de la superación de las fronteras ideológicas y del establecimiento de una imagología, del poder de la imagen para seducir a la opinión pública y así alcanzar determinados fines políticos, económicos, sociales y culturales. Se proclama el triunfo de lo pragmático sobre lo teórico. La vida es practicidad ante todo, porque el hombre contemporáneo se desenvuelve en una cotidianidad que le exige un máximo de eficiencia y de rendimiento. Lo ideo-filosófico pasa a un segundo plano, especialmente porque la actividad teorética se ve envuelta, de continuo, en una serie de planteamientos antagónicos, contradictorios, excluyentes entre sí, causando en el gran público confusión y desorientación"[145]. Quienes proclaman este "triunfo", les convendría escuchar la diatriba aforística de Nietzsche, ilustre pensador de la sospecha:

"También el hombre teórico encuentra una satisfacción infinita en lo existente, igual que el artista, y, como éste, se halla defendido por esa satisfacción contra la ética práctica del pesimismo y contra sus ojos de Linceo, que brillan sólo en la oscuridad. Si, en efecto, a cada desvelamiento de la verdad el artista, con miradas extáticas, permanece siempre suspenso únicamente de aquello que también ahora, tras el desvelamiento, continúa siendo velo, el hombre teórico, en cambio, goza y se satisface con el velo arrojado y tiene su más alta meta de placer en el proceso de un desvelamiento cada vez más afortunado, logrado por la propia fuerza. No habría ciencia alguna si ésta tuviera que ver sólo con esa única diosa desnuda, y con nada más. Pues entonces sus discípulos tendrían que sentirse como individuos que quisieran excavar un agujero precisamente a través de la tierra: cada uno de los cuales se da cuenta de que, con un esfuerzo máximo, de toda la vida, sólo sería capaz de excavar un pequeñísimo trozo de la enorme profundidad, trozo que ante sus mismos ojos es cubierto de nuevo por el trabajo del siguiente, de tal manera que un tercero parece hacer bien eligiendo por propia cuenta un nuevo lugar para sus intentos de perforación. Si ahora alguien demuestra convincentemente que por ese camino directo no se puede alcanzar la meta de los antípodas, ¿quién querrá seguir trabajando en los viejos pozos, a no ser que entre tanto se contente con encontrar piedras preciosas o con descubrir leyes de la naturaleza?"[146].

La crisis de la filosofía sólo está en la mente de quienes la reducen a la consecución de sucedáneos como el poder, el éxito, el placer por el placer, la fama, la avidez insaciable de dinero, el consumo, la apariencia, la publicidad, la frivolidad, la inautenticidad, los honores, los cargos públicos… "El estado con sus puestos de honor, el patriotismo y el orgullo nacional, la solemnidad de las ceremonias, las ficciones de la casta y la nobleza, ¿que son sino locura?"[147]. El hombre, según plantea Spinoza, persigue vanamente sucedáneos como la riqueza, el honor y el placer sensual, y por ello se olvida de perseguir algo nuevo y diferente; se abstiene, aletargado por el embriagador elixir de los substitutos, de perseguir otros bienes como el conocimiento para la búsqueda de la verdad sobre el orden y la estructura de la naturaleza y cuestionar el orden social establecido. "Pues lo más frecuente en la vida, lo que los hombres, según puede inferirse de sus acciones, consideran como el bien supremo, se reduce, en efecto, a estas tres cosas: riqueza, honor y placer sensual. Todo ello distrae el espíritu de cualquier pensamiento relativo a otro bien"[148]. Sucedáneos que no satisfacen plenamente el vacío existencial que agobia al rebaño; simplemente le sirven como paliativos para aliviar la enfermedad que genera el vivir en el sinsentido, en la impostura, en las sombras, en el engaño, en la inautenticidad, soñando… "Entregarse a la rueda dentada de los procesos instintivos es la única forma de actividad capaz de recordarle al hombre decepcionado que todavía está vivo. La saciedad de los instintos se le aparece a este hombre desilusionado como plenitud. La plenitud que ofrecen los valores más altos queda fuera de su campo de visión… El hombre que sólo ansía y busca lo "interesante", lo "excitante", lo que le ofrece ganancias inmediatas, es seducido fácilmente por las realidades fascinantes que lo lanzan al vértigo. El vértigo es un proceso violento que nos envilece de forma creciente y nos priva de la auténtica forma de libertad, que es la libertad para la creatividad… Reducir las experiencias de éxtasis a experiencias de vértigo, rebajar al hombre a la condición de "ser de impulsos", limitar el alcance del amor al de la mera pasión y el de la libertad humana al de la mera libertad de maniobra… son modos solapados de privar a la vida humana de su plena capacidad creativa y, por tanto, de su sentido cabal. La quiebra del sentido y la exaltación consiguiente del absurdo es la meta de la revolución oculta que intenta minar los cimientos espirituales del hombre actual"[149]. ¡Cómo resuenan aún los axiomáticos versos de Calderón!: "Sueña el rey que es rey, / y vive con este engaño mandando, / disponiendo y gobernando; / y este aplauso, que recibe prestado, / en el viento escribe /, y en cenizas le convierte / la muerte, ¡desdicha fuerte!"[150]

Con respecto a la cosificación del amor, Erich Fromm aclara que la civilización occidental contemporánea cosifica el amor, eclipsando su real dimensión y tergiversando la forma adecuada de sentirlo y vivirlo. "Si el amor es una capacidad del carácter maduro, productivo, de ello se sigue que la capacidad de amar de un individuo perteneciente a cualquier cultura dada depende de la influencia que esa cultura ejerce sobre el carácter de la persona media. Al hablar del amor en la cultura occidental contemporánea, entendemos preguntar si la estructura social de la civilización occidental y el espíritu que de ella resulta llevan al desarrollo del amor. Plantear tal interrogante es contestarlo negativamente. Ningún observador objetivo de nuestra vida occidental puede dudar de que el amor -fraterno, materno y erótico- es un fenómeno relativamente raro, y que en su lugar hay cierto número de formas de pseudoamar, que son, en realidad, otras tantas formas de la desintegración del amor"[151].

En la sociedad capitalista, fundamentada en los principios de libertad política y del mercado como regulador de todas las relaciones económicas y sociales, "el capital domina al trabajo, los poderes humanos, lo que está vivo"[152]. El resultado del nuevo desarrollo capitalista es "un proceso siempre creciente de centralización y concientización del capital y el surgimiento de una poderosa burocracia administrativa corren parejas con el desarrollo del movimiento laboral"[153]. Esta situación hace que los individuos se independicen y comiencen "aprender de quienes dirigen los grandes imperios económicos"[154]. Esa compleja realidad nos muestra que "el capitalismo moderno necesita hombres que cooperen mansamente y en gran número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y pueden modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, principio o conciencia moral -dispuestos, empero, a que los manejen a hacer lo que se espera de ellos, a encajar sin dificultades en la maquinaria social-; a los que se pueda guiar sin finalidad alguna -excepto la de cumplir, apresurarse, funcionar, seguir adelante-"[155].

Como resultado de todo esto, el hombre contemporáneo está alienado de sí mismo, de la naturaleza y de sus semejantes. "Las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas enajenados, en las que cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y en no diferir en el pensamiento, el sentimiento o la acción. Al mismo tiempo que todos tratan de estar tan cerca de los demás como sea posible, todos permanecen tremendamente solos, invadidos por el profundo sentimiento de inseguridad, de angustia y de culpa que surge siempre que es imposible superar la separatidad humana". En este contexto la felicidad se nos presenta distorsionada. "La felicidad del hombre moderno consiste en divertirse. Divertirse significa la satisfacción de consumir y asimilar artículos, espectáculos, comida, bebidas, cigarrillos, gente, conferencias, libros, películas; todo se consume, se traga. El mundo es un enorme objeto de nuestro apetito, una gran manzana, una gran botella, un enorme pecho; todos succionamos, los eternamente expectantes, los esperanzados -y los eternamente desilusionados-. Nuestro carácter está equipado para intercambiar y recibir, para traficar y consumir; todo, tanto los objetos materiales, como los espirituales, se convierten en objeto de intercambio y de consumo".

En nuestra sociedad el amor no alcanza su verdadera dimensión, porque somos como autómatas, y éstos "no pueden amar, no pueden intercambiar su bagaje de personalidad y confiar en que la transición sea equitativa". Así, en esa estructura enajenada la expresión del matrimonio, es la idea del grupo. Entonces se condiciona cómo debe ser este vínculo, generando un tipo de actitudes que no son "otra cosa que una relación bien aceitada entre dos personas que siguen siendo extrañas toda su vida, que nunca logran una relación central, sino que se tratan con cortesía y se esfuerzan por hacer que el otro se sienta mejor". Esta relación sólo le interesa encontrar refugio por la sensación de soledad.

El quehacer filosófico muestra que los sucedáneos producen satisfacción momentánea, no una existencia auténtica, una vida profundamente vivida. Sócrates planteaba que los valores auténticos estaban en la vida interior y en todo lo que permite el desarrollo de la mente y del espíritu, y no en la vida exterior (fama, poder, dinero, honores y otros sucedáneos) ni en aquellas relacionadas con el cuerpo (belleza, fuerza, vitalidad, etc.). Irónicamente, Theodor Fontane señala que "no se puede prescindir de las muletas"[156].

Una gran parte de la inmensa cantera de donde se extraen las rocas que pretenden obstaculizar el devenir filosófico se encuentra, además de la modernidad y la postmodernidad, en la afirmación marxista de que los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo de diferentes maneras, lo que importa es transformarlo. Pero lo que Marx desconocía que la capacidad de transformación del mundo, replicamos, está asociada al poder de nuestras interpretaciones. "El activismo irresponsable de hoy no puede privar al hombre del desarrollo de una de sus dimensiones constitutivas, la racionalidad. Al docente y al estudiante de filosofía de hoy les corresponde recuperar, en este contexto adverso, a la razón como instrumento social de creación, tal como lo definió Kant. "La razón organiza el caos de sensaciones que es el llamado mundo exterior", decía este pensador. Esta recuperación comienza cuando se generan en el alumno procesos de pensamiento más allá de lo obvio, cuando se efectúan construcciones intelectuales del alto nivel y cuando se da el paso decidido de un estar ingenuo frente a las cosas; estar en el que el individuo cree saberlo todo y se siente seguro ante aquello que se le aparece porque le incumbe en cuanto lo usa; estar dominado por la opinión, a un estar consciente, crítico-reflexivo, productor de un nuevo conocimiento y de un nuevo comportamiento ético-existencial y ético-intelectual de la persona en el mundo, como lo describe magistralmente Platón en la Alegoría de la Caverna"[157].

En este mundo donde el hombre tiene prisa por llegar, no se sabe adónde, pero cuanto antes; que no vive de acuerdo a como piensa; que no sabe dónde está, para dónde va y qué es lo que quiere; que ignora que vivir no sólo es estar en el mundo, y que no es coherente con lo que piensa, siente y hace, si se interesa por la filosofía, no se perderá en la oscuridad del desmedido afán por el dinero. "Vivir es avanzar y avanzar"[158]. El distinguido psicólogo e intelectual Walter Riso indica que es coherente quien trabaja para ser coherente. Goethe nos dice que "la vida del hombre es sólo un sueño, y los hombres, como los niños, no saben de dónde vienen, para dónde van, ni persiguen fines verdaderos, y sólo dan tumbos por esta tierra"[159]. Christopher Hitchens, desbrozando el pensamiento de Baruch Spinoza, señala que es verdad que los hombres suelen vivir ignorantes de sí mismos. "Nadie ha podido ver los hombres sin observar que, cuando prósperos viven, se jactan todos, aun los más ignorantes, de tan grande sabiduría, que les rebajaría recibir un consejo. Sorpréndeles la adversidad; hállanse indecisos; piden consejo a cualquiera, y por absurdo, frívolo e irracional que sea, síguenle ciegamente. Pronto y al menor indicio vuelven a esperar mejor porvenir o a temer mayores males"[160]. Heráclito nos dijo que aquel que no espera, no encontrará lo inesperado, pues éste es difícil de descubrir e imposible de alcanzar.

La filósofa Matilde Niel llama la atención porque el desarrollo de la tecnología ha hecho surgir la moralidad tecnológica, cuyas virtudes son la investigación aprovechable, la sujeción a la necesidad de producción y rendimiento, el interés por la cantidad y la eficiencia. En esta moralidad los nuevos pecados mortales son la investigación desinteresada, el arte, la poesía y el pensamiento filosófico, entre otras manifestaciones humanizantes. El catedrático Roubault, de la Universidad de Nency, Francia, alardea de su desprecio por las ciencias humanas. "Lo que ante todo se necesita son auténticos matemáticos, físicos, químicos, biólogos, geólogos, y nada más. Lo demás es sólo palabrería estéril y peligrosa"[161]. Se dice que los filósofos se interesan en saber más que nadie de todo lo imaginable aunque en la realidad no son más que charlatanes amigos de la vacua palabrería. "Y entonces, ¿quién sabe de verdad lo que hay que saber sobre el mundo y la sociedad? Los científicos, los técnicos, los especialistas, los que son capaces de dar informaciones válidas sobre la realidad"[162]. Pero este aserto hay que cuestionarlo si tenemos en cuenta la siguiente reflexión: "La mayoría de los físicos se pasan la vida haciendo lo que otras personas les han dicho que es importante y no lo que es importante para ellos. Esto nos lleva a un error de interpretación bastante corriente cuando la gente, en general, dice "científicos" lo que está diciendo en realidad es "técnicos". Un técnico es una persona altamente entrenada cuyo trabajo consiste en aplicar técnicas y principios que ya son conocidos. Un científico por el contrario, es una persona que busca conocer la verdadera naturaleza de la realidad física. El científico descubre y el técnico aplica lo ya inventado, sin embargo, no está del todo claro si lo que hace el científico es descubrir cosas nuevas o las está creando por sí mismo. ¿Será que a su vez el descubrimiento es un acto de creación? La verdad es que la mayoría de los científicos son simplemente técnicos y no están interesados en lo esencialmente nuevo, con visiones relativamente angostas, y por esa razón les resulta difícil hablar con sentido del entero bosque al tener insertas las narices en la corteza de un árbol"[163].

Antes de culminar este apartado es pertinente cuestionarnos sobre un concepto que he venido utilizando y que seguiré haciéndolo: la realidad. ¿Pero qué es la realidad? He aquí un problema filosófico, de gran hondura metafísica. Realidad es un concepto difícil de definir; a pesar de su complejidad, es un término más fácil de explicar que de definir. "¿Cómo podemos definir realidad? Tal vez, como la existencia real o efectiva. Pero, ¿nos queda más claro ahora? Yo creo que no… ¿Qué tal si definimos real?… Que tiene existencia verdadera. Estas dos definiciones son tan abiertas como los océanos que bañan nuestro planeta"[164]. Es una categoría léxica ambigua, subjetiva, confusa, vaga, compleja, problemática. No obstante, con el auxilio de diccionarios y otros textos, trataré de aproximarme a eso que llamamos "realidad". No podemos desconocer que cuando buscamos la definición de algo, nos encontramos con que las definiciones nos llevan a un campo léxico confuso y oscuro. Gramaticalmente, "Realidad" es un sustantivo polisémico, multívoco. El Diccionario de la Real Academia Española define este concepto como: "Existencia real y efectiva de algo. Verdad, lo que ocurre verdaderamente. Lo que es efectivo o tiene valor práctico, en contraposición con lo fantástico e ilusorio". Realidad es todo lo que existe, lo que es. "Existencia real y efectiva. Todo lo que constituye el mundo real. Verdad, lo que ocurre verdaderamente"[165]. Pero aquí el problema se complica muchísimo más por cuanto la expresión "verdad, lo que existe verdaderamente" nos impele a plantearnos una de las preguntas más profundas de la filosofía: ¿Qué es la verdad? Por ahora dejemos así… Otra definición dice que "la realidad es la existencia verdadera y efectiva de las cosas, comprendiendo todo lo existente en oposición a lo imaginario"[166]. El sustantivo realidad procede del adjetivo real. Etimológicamente, realidad proviene del latín realitis, y éste de res (cosa). Real, de donde procede realidad, en latín significa cosa. Realidad "es el conjunto de todo lo que es real"[167].

Filosóficamente, realidad es el "término con el que nos referimos, de un modo general, al conjunto de lo que existe, en oposición a lo que consideramos ficticio, ilusorio, aparente, o meramente posible"[168]. ¿Qué es la realidad? "Una pregunta a la vez tan genérica como inevitable para un ser humano puede responderse desde la ciencia o ser convertida en un problema filosófico"[169]. La definición de realidad depende del concepto que se tenga de lo real. "Lo real es el objeto inmediato de lo que no es solamente posible o aparente o potencial; también es lo que existe actualmente"[170]. En la filosofía clásica y tradicional "la realidad ha sido considerada en estrecha relación con los conceptos de esencia y existencia"[171].

En sentido metafísico, donde el problema adquiere una profundidad enorme, para muchos filósofos, realidad o lo "de suyo" de una cosa no se identifica con efectividad, naturaleza, existencia o esencia. Realidad es aquel aspecto por el cual una cosa es "de suyo". "Lo que vulgarmente llamamos una cosa real no es sino la unidad de un "de suyo". "El "de suyo" de las cosas es algo absoluto en ellas: el conjunto de notas que tienen en propiedad, sus propiedades o bienes"[172]. Metafísicamente, el concepto de realidad se hace más problemático. "Cuando de la realidad se hace un problema filosófico nos adentramos en el terreno de una de las disciplinas filosóficas, la metafísica"[173]. Aristóteles pensaba que las cosas en acto constituyen la realidad. "Para Lacan todo lo existente sería lo real, mientras que la particular forma que el sujeto percibe lo real, sería la realidad. Para Freud, la realidad es una construcción lingüística sobre lo real, que el yo le transmite al ello (base natural del sujeto sin contacto con la realidad exterior). El yo es el mediador que capta la realidad, por la intermediación del lenguaje, pero de modo activo, o sea captando solo lo que le interesa, y enviándolo hacia el ello, que recibirá su influencia"[174]. Lo "real" sería lo que, por sus efectos, se muestra como indubitable; lo que existe"[175]. Una cosa no es real porque existe, sino que existe porque es real. "Real" es "todo aquello que no es solamente posible o aparente o potencial; también es lo que existe actualmente"[176]. El mundo sería la totalidad de lo real, horizonte de posibilidades humanas, "el conjunto de todas las cosas"[177]. Kant estableció que sólo la relación con la experiencia nos da una idea justa de lo que entendemos por realidad.

La realidad es algo tan problemático, que no sólo es difícil tener una concepción clara del término sino que, para acabar de complicarlo, surgen diversas preguntas: ¿Realidad es lo contrario de ficción? ¿Realidad es sinónimo de ser? ¿La realidad se funda en el ser o el ser se funda en la realidad? ¿Existe la realidad fuera del yo? ¿La realidad es objetiva o ideal? ¿La realidad no es más que la expresión de la voluntad? ¿La realidad es interna o externa? ¿La realidad está en el pensamiento o en las cosas? ¿La realidad es el absoluto? ¿La realidad es pura actividad, agilidad, no una sustancia o cosa? ¿La realidad es una sustancia única que se manifiesta en la naturaleza y el espíritu? ¿La realidad será lo puramente material y finito? ¿Existe una realidad? ¿Existen varias realidades? ¿Cada persona tiene su propia realidad? ¿Cada realidad es aceptada por una persona? ¿Cuál realidad: nuestra realidad o la realidad que nos imponen los demás de acuerdo con sus conveniencias? ¿La realidad es estática o cambiante? Así como el concepto de realidad es problemático, la realidad también es problemática. Y la realidad se convierte en una aporía si tenemos en cuenta que para la mecánica cuántica la realidad no existe… como veremos más adelante. El neurobiólogo Óscar Marín afirma categóricamente que la realidad no existe. "Es una interpretación de nuestro cerebro. Yo lo veo a usted pero no veo lo que me rodea. La mayor parte de las veces no vemos el 40% de las cosas que creemos que estamos viendo, el cerebro rellena todo lo que no ve, y eso ocurre con todas nuestras percepciones, incluido nuestro estado personal: nuestra experiencia pasada va rellenando nuestra vida presente"[178].

Además de la pregunta qué es la realidad, también surge otro interrogante: ¿Podemos conocer la realidad? Desde una concepción pragmática, por ejemplo, se responde que sólo se conoce parte de ésta y se interioriza a través de los signos. "Lo que percibimos por los sentidos podemos traducirlo en palabras, a raciocinios, a gramática y a lógica"[179]. Los estudios de Charles Peirce le permitieron afirmar que las palabras son los signos más característicos, y mediante éstas se estudia y se conserva la realidad. Su conclusión es que, por más que usemos signos, jamás podremos aprehender la totalidad del objeto. "Siempre tendremos un número parcial de signos que nos dan una visión parcial de la realidad"[180]. Como se aprecia, a diferencia de otros investigadores, Peirce piensa que se puede aprehender sólo una parte de la realidad mediante el lenguaje. Hay autores que sostienen que no todo lenguaje describe la realidad: existen actos del habla que la crean o la modifican. Desde el posestructuralismo se plantea que la palabra no es el reflejo de las cosas sino de otras palabras. "Más aún, el lenguaje es un entramado vacío: ningún signo refleja en forma absoluta experiencias u objetos. Entre la palabra y la cosa designada hay un abismo infranqueable. No es posible siquiera lograr una representación de nosotros mismo, porque, para hacerlo, es necesario acudir a los signos y éstos, más que aglutinar, dispersan el significado… No podríamos llegar a conocer ninguna realidad a través del lenguaje. La historia cae también en esta dificultad. El lenguaje nos aísla de la realidad"[181] Para Emil Volek, la realidad es difícil representarla así ésta sea sencilla o compleja. "Por eso, toda realidad es un simulacro (un constructo) cultural. Está llena de impulsos comunicativos. Signos, anuncios, lenguajes; voces sociales; heteroglosia"[182] Con respeto al lenguaje, es pertinente escuchar el planteamiento epistemológico de Álvaro Pineda Botero, porque el hombre moderno vive una puesta en abismo permanente: Si su conciencia se orienta hacia el objeto, entre el yo que busca conocer la cosa-en-sí se interpone el abismo del lenguaje y el de las percepciones. La cosa está un paso más allá del límite de la propia percepción; es decir, sólo conoce el fenómeno; por eso, el contacto con el mundo es engaños, variable, inestable. Los sentidos traen mensajes cambiantes, incompletos. Al tratar de interpretarlos cae en la red infinita de los signos. La aproximación a la verdad se vuelve imposible y el hombre debe contentarse con el juego de las apariencias y de los signos, con la aproximación siempre inacabada"[183].

1.2 Consideraciones en defensa de la filosofía

1.2.1 Utilidad de la filosofía en nuestra sociedad capitalista y reflexión sobre el "hombre práctico" y el utilitarismo.

Luego de este panorama un poco desalentador y "pesimista", me dispongo por mi cuenta y riesgo, con todos mis ímpetus de "filósofo" y en compañía de expertos, a aventurarme por el abrupto sendero de las dificultades que implica "predicar en el desierto", sorteando las anteriores y otras objeciones, en procura de "defender" el singular arte de filosofar en la educación y en los quehaceres cotidianos, por cuanto la filosofía no es una herramienta del consumismo para "hacer plata", sino una "caja de herramientas" útiles para la construcción de proyectos de vida individual y colectivo que nos permitan una mejor comprensión de la realidad en búsqueda de una existencia auténtica. "La filosofía tiene dos dimensiones complementarias y distintas: una es su actividad específica, el filosofar; otra, el conjunto de planteamientos, doctrinas o sistemas filosóficos que se han venido elaborando desde su inicio en Grecia. Adentrarse en la filosofía significa a la vez saber y hacer filosofía. Sabe filosofía quien conoce a los filósofos y lo que ellos han dicho. Hace filosofía quien reflexiona sobre el sentido de la realidad, quien filosofa"[184].

Dentro del orden instaurado o establecido por nuestra sociedad capitalista, la filosofía y el filosofar son considerados inútiles. Su utilidad sólo la encontramos en el cuestionamiento, la subversión, la reinterpretación y la desinstalación de tradiciones, costumbres y convencionalismos, de estructuras ideológicas, políticas, sociales y económicas, y de lo impuesto por los aparatos o instituciones religiosas y educativas. Es útil para reflexionar sobre los llamados "discursos legitimadores del saber y de la verdad", dentro de los cuales se encuentra la filosofía misma. Me adhiero al planteamiento de Darío Sztajnszrajber, que sostiene que la filosofía es útil para romper o subvertir la lógica de la utilidad que impera en nuestra cotidianidad, en donde todo está valorado y medido en función de la utilidad que representen los objetos, las cosas, los conocimientos y las personas. La filosofía interrumpe e inutiliza. "Por eso es un saber inútil. Y es un saber inútil, no en el sentido de que no sirva, sino en el sentido de que cuestiona por qué todo tiene que servir para algo, y cuestiona a quién le somos serviles cuando todo tiene que servir para algo"[185].

Quienes se oponen a la enseñanza de la filosofía, desconocen su importancia en esta sociedad materialista que pretende dejar la solución de los más apremiantes problemas a la ciencia; ciencia que algunas veces, viciada por ciertas circunstancias, es puesta al servicio de intenciones fútiles y utilitarias. ¿Cuáles serían las principales razones que esgrimen los reticentes a la enseñanza de la filosofía en la secundaria? La UNESCO responde esta pregunta, así:

"En primer lugar, se argumenta que una formación más científica y técnica, a veces, va acompañada, erróneamente, de una desvalorización de las materias humanistas. En esos contextos desfavorables, la filosofía suele ser la primera sacrificada, ya que las letras y la historia benefician, en general, de un arraigo sólido en la identidad cultural de los distintos países. En cambio, a menudo se considera la filosofía como una disciplina extranjera, si no abiertamente occidental. Cabe subrayar a este respecto que las tendencias que apuntan a darle a la enseñanza secundaria un enfoque más "técnico" se inscriben a menudo en el marco de políticas de afirmación nacional, en las que la búsqueda del crecimiento económico se acompaña con una reafirmación de las identidades nacionales. Asimismo, se comprueba otra tendencia que cabe tener en cuenta. Se trata de la persistencia de una dialéctica muy viva entre la enseñanza de la filosofía, percibida como sinónimo de libre pensamiento, y las morales confesionales"[186].

La utilidad de la filosofía "es negada por el tecnócrata, por el hombre práctico; y sin embargo, cada época conoce filósofos y filosofías que ejercen una real fascinación e influencia"[187]. No olvidemos que el hombre "práctico" es un hombre de inteligencia instrumental, una persona de acción que ve en la sociedad un campo de batalla. "En él lo que prima es la inteligencia, la razón, la facultad calculadora, que es todo lo que necesita para moverse en un mundo artificial"[188]. Prisionero en una red invisible de esquemas, símbolos, convenciones y artificios mentales, el hombre práctico cuantifica todas sus relaciones con la realidad y las somete a frío cálculo y medida. El hombre práctico no se interesa por la filosofía, porque, según él, lo interesante está en otra parte. Extraviado en la vorágine productiva y consumista, pierde el sentido de las auténticas y genuinas prioridades.

El hombre "práctico", materialista, economicista o utilitarista, prisionero entre sus objetos, vive por vivir, sin preguntarse por su ser, por lo que es. Este tipo de hombre no quiere la filosofía ni necesita de ésta. Y como no las quiere y no la necesita, también -directa o indirectamente- pretende proscribirla del universo académico. "Parece que ahora se quiere marginar la filosofía del plan de estudios escolar. Aparentemente, en una sociedad donde prima lo práctico, lo que produce resultados cuantificables de inmediato, esto de la filosofía y, por extensión, de las humanidades o las letras, es algo que no sirve absolutamente para nada. Pero creo que estamos ante un grave error, porque nos estamos perdiendo parte importante en la construcción de la persona"[189]. El científico F. Böckle, citado por el catedrático en filosofía Alfonso López Quintás, aclara que: "El módulo de pensamiento de las ciencias exactas no puede aplicarse sin más a la sociedad. La condición de la verificabilidad experimental conduce necesariamente a la contemplación unidimensional del hombre. En este sentido, la 'teoría crítica' tiene razón al oponerse a tal 'modelo operacional' exigiendo una transformación cualitativa del comportamiento del hombre para lograr un ordenamiento más humano de la existencia"[190]. En el logro de este ideal, es procedente tener en cuenta el planteamiento del investigador Carlos A. Sandoval Casilimas en cuanto afirma que el estudio de lo humano debe abordarse desde la perspectiva de la investigación social de corte cualitativa:

"El estudio de lo humano, entonces, se plantea como un espacio de conocimiento múltiple, donde la racionalidad y el discurso de la causalidad y el lenguaje formalizado a través de las ecuaciones propias de las ciencias de la naturaleza resulta adecuado para el plano físico-material, pero debe dar paso a la reflexión, para abordar los órdenes de lo ético, lo político, lo cultural, lo significativo en los planos socio-cultural, personal vivencial. Es en estos dos últimos planos donde habitan y se construyen lo subjetivo y lo intersubjetivo, como objetos y vehículos de conocimiento de lo humano; así mismo son las instancias donde adquiere sentido hablar de "ciencias de la discusión", como prefieren contemporáneamente denominar algunos autores a las ciencias sociales y humanas… En este sentido, es particularmente importante, para las opciones investigativas de tipo cualitativo, reconocer que el conocimiento de la realidad humana supone no solo la descripción operativa de ella, sino ante todo la comprensión del sentido de la misma por parte de quienes la producen y la viven"[191].

Nuestro sistema productor de mercancías (capitalismo), que condiciona la forma como pensamos, sentimos, actuamos y amamos, en donde impera la abstracción del valor, la metafísica del valor, la forma del valor, la relación del valor, la socialización del valor, la construcción del valor, la totalidad del valor, la aporía del valor, la valorización del valor, el pensamiento del valor, el sujeto del valor, el pragmatismo del valor, el universo del valor, el terreno del valor, el concepto del valor y el fetiche del valor, es el escenario propicio para que se desenvuelva el "hombre práctico", el único "capaz" de producir, producir y producir, pero incapaz de pensar críticamente, de filosofar. El capital impone "una sola verdad, un solo poder, un solo destino, una sola orden, una sola voluntad, un solo salvador, un solo dios"[192]. El capitalismo en vez de permitir el pensamiento crítico impone un pensamiento único. "Dentro del sistema capitalista la acumulación de riquezas, el atesoramiento personal de bienes no sólo es lícito y natural, es la finalidad del trabajo y de la vida. Por ello la competencia, la lucha de todos contra todos, el superar al prójimo, no sólo es bueno: es la principal obligación, es el motor del desarrollo"[193]. Ese tipo de competencia anula el sentido de la libertad y nos convierte en seres rapaces. "La libertad equivale a escapar de la competencia en la que derrotar al otro reemplaza el lugar de hacer y ser mejores. Estimular la competencia es alimentar aves de rapiña que depredan la calidad, la ética y el perfeccionamiento personal, desvirtuados en la equivocada posición de medir y aquilatar nuestro lugar por el lugar del otro"[194]. En nuestro mundo de competencia (un mundo cultural, es decir, artificial) la enorme maquinaria, que unos pocos crearon para preservar su poder, pretende alienarnos y confundirnos con el sofisma de que "después del primero, todo son perdedores". Y, por supuesto, el ganador o los ganadores son siempre los mejores. En este sentido, el filósofo Fernando Araujo Vélez reflexiona de la siguiente manera: "No podían ser sencillamente distintos, y ya. No. Ser distinto no sirve. Sirve la competencia, hija predilecta del capitalismo. Sirve la victoria, sirve el éxito, aunque sean mentira, disfraces para ocultar las derrotas que todos cargamos. Sirve decirle a otro "eres un perdedor, un fracasado", aunque nadie sepa en el fondo qué es perder o qué es fracasar. Aunque nadie sepa cuántas derrotas más necesitaremos para terminar de acabarnos"[195]. En el auténtico juego de la vida para ganar no se necesita competir.

Si bien es cierto que la competencia tiene elementos deshumanizadores, cierta dosis de ésta, debidamente entendida, es necesaria en la sociedad en que vivimos, por cuanto negarla de manera radical sería desconocer algunas de las "leyes" que nos impone la realidad circundante; y de espaldas a ésta no se puede vivir. En consecuencia, es procedente "humanizarla" para no terminar completamente "derrotados" en la "carrera" de la vida. Comparto la manera en que concibe la competencia el investigador Marcelo Lewkow, tal como se aprecia en el siguiente apartado.

"Los defensores de la competencia a ultranza, en suma, priorizan los resultados ante todo. Si el resultado es bueno, y las reglas se cumplieron, el objetivo esta alcanzado. Y agregan que su propuesta es simple, fácil de entender y de aplicar. Los detractores de esta corriente, por su lado, explican que si bien la competencia tiene un efecto motivador innegable, aplicada  por sí sola, no considera factores claves para el desarrollo armónico de un individuo, de un grupo, de un país o de la humanidad completa. Dicen que la competencia apura procesos, simplifica excesivamente los problemas a resolver y genera una enorme masa de perdedores para los que no ofrece ayuda ni soluciones. Abogan por un proceso que contemple la diversidad de necesidades, la responsabilidad individual, comunitaria y global por los distintos, los que perderían en la competencia pura y dura, pero ganarían desarrollo, habilidades y un lugar en el mundo si se aplicaran reglas más amplias y recibieran la asistencia adecuada […].

Pero la competencia por sí sola no nos ayuda a pensar procesos inclusivos, a tenerle paciencia a los más rezagados, a hacernos cargo del día después de los derrotados, pero también de los ganadores. Bien dicen que la derrota enseña más que el éxito. Pero para que enseñe tiene que haber contención, reconocimiento, autocrítica, pedagogía, motivación. Y allí, los ganadores tienen mucha responsabilidad.

La primera, entender humildemente que son transitoriamente ganadores, porque el triunfo es un instante, pero el proceso del desarrollo personal es largo, sinuoso y cambiante, y mañana estarán del lado de los perdedores. Del olvido de este simple hecho surgen fenómenos sociales muy complejos, siendo el más pernicioso la deshumanización del derrotado. Y aunque puede que se tarde, el precio por este error se termina por pagar tan alto como lo sea el esfuerzo de denegación del adversario.

La segunda, es ayudar en el esfuerzo de los derrotados por aprender aquello que los ayude a, eventualmente, mejorar su capacidad competitiva. De esa manera, en el largo y mediano plazo, la competencia se enriquece, y con ella, cada participante, aumentando el valor de la satisfacción de ganar, pero también el aprendizaje social general, enriqueciendo con ello, la vida de todo el mundo.

Y la tercera, es recordar que, independientemente de la satisfacción por los logros competitivos, hay cosas valiosas que dan sentido a la vida, que no se pueden obtener compitiendo. La mirada amorosa de un niño, la mirada agradecida de nuestro padre enfermo, o nuestra propia mirada emocionada, cuando el natural desenvolvimiento de la vida nos vaya quitando capacidades competitivas y aun así, seamos tratados con amor y dignidad por nuestros semejantes"[196].

La mentalidad pragmática, producto del condicionamiento de la razón instrumental, convierte al hombre en máquina, lo somete a su dominio y lo absolutiza. La razón instrumental. He ahí un problema preocupante en la actualidad. En este sentido, el psiquiatra y filósofo Luis Carlos Restrepo Ramírez señala lo siguiente:

"La razón instrumental habla el lenguaje del dominio, de la operación y la máquina, rigiéndose siempre por el supremo valor de la eficiencia. Interesada en el adelanto técnico y en el incremento de la productividad, la razón instrumental integra al hombre a la estructura de la fábrica, apareando su cuerpo, manos y cerebro al ritmo de la máquina. El hombre no interesa como conciencia sino como operación, no interesa como goce sino como eficiencia, no interesa como sujeto capaz de liberarse sino como objeto susceptible de ser controlado y planificado hasta en sus más íntimos movimientos… Entrometida en la vivencia íntima, la razón instrumental operativiza nuestras relaciones con los otros abriendo campo a la cosificación del individuo, al desconocimiento del mundo afectivo y a la negación de la dinámica simbólica que da tinte y colorido a nuestra especie… La eficiencia en el manejo de los medios técnicos se convierte en el mayor objetivo a lograr, desplazándose el foco de la síntesis vital hacia las posesiones del sujeto con el consecuente empobrecimiento simbólico de la conciencia… Nos venden la idea de alcanzar una gran plasticidad y adaptabilidad al cambio, sometiéndonos sin resistencia al lenguaje de las máquinas… Quizá ningún ejemplo señala mejor el efecto que a la larga se persigue: vaciar al hombre de su mundo simbólico hasta estupidizarlo mientras se enriquece su medio con los más variados instrumentos y calculadas posibilidades. La realidad se convierte en un gran automatismo del cual entra a hacer parte el individuo sin ninguna posibilidad de cambio"[197].

La razón instrumental también es motivo de reflexión del filósofo Fernando R. Contreras, quien la compara con la razón ilustrada:

"El aspecto técnico de la razón instrumental reduce: 1. la acción humana al trabajo técnico organizado; y 2. los problemas humanos son problemas técnicos… En la civilización tecnológica, la razón instrumental domina y desprecia o ignora aquello que no se encuentra bajo su control. La razón instrumental totalitaria es la antítesis de la tesis de la razón ilustrada. La razón ilustrada era emancipadora, crítica, idealista y no pretendía la barbarie vivida en la modernidad. La inversión es de índole dialéctico y pesimista; la inversión de una razón crítica en una razón despreciativa… La razón moderna sólo determina medios eficaces y seguros que garantice la producción, medios económicos y productivos. La explotación de la naturaleza no sólo requiere instrumentos y técnicas sino organizar a los hombres. La organización del hombre para la explotación de la naturaleza supone la creación de jerarquías, la dominación del hombre por el hombre, la objetivación y la instrumentalización del hombre y finalmente, la caída desde la racionalidad en la irracionalidad de un totalitarismo. Sus signos modernos son la cultura de masa que estandariza y niega al individuo; el individuo está incapacitado para cuestionarse; y el sistema se hace autónomo y combate todo aquello que lo pueda hacer peligrar… El dominio de la razón instrumental excluye la razón de discursos y prácticas que no versen sobre los medios… La razón instrumental y la implantación de medios eficaces de control, producción y como observa Elster (1983), de predicción son llevadas a cabo mediante acciones. Ellas consisten en extender el poder ilimitado de la técnica sobre las cosas y los individuos cosificados; eliminar las competencias de los individuos; y finalmente, despolitizar a los ciudadanos de sociedades despóticas y democráticas… La sociedad capitalista desvía la finalidad auténtica de las tecnologías (la liberación del ser humano) por el principio del rendimiento. El principio del rendimiento esclaviza al hombre y explota la naturaleza en beneficio de una minoría. El capitalismo tecnocrático enreda al individuo en la competencia universal y en las exigencias de un nivel de vida material cada vez más elevado"[198].

Perdido y confundido en el mundo de competencia, el "hombre práctico", además de producir mercancías, se convierte él mismo en mercancía. Esta problemática fue motivo de análisis de Erich Fromm en El miedo a la libertad: "El hombre no solamente vende mercancías, sino que también se vende a sí mismo y se considera como una mercancía. El obrero manual vende su energía física, el comerciante, el médico, el empleado, venden su personalidad. Todos ellos necesitan una personalidad si quieren vender sus productos o servicios. Su personalidad debe ser agradable: debe poseer energía, iniciativa y todas las cualidades que su posición o profesión requieran. Tal como ocurre con las demás mercancías, al mercado es al que corresponde fijar el valor de estas cualidades humanas, y aun su misma existencia. Si las características ofrecidas por una persona no hallan empleo, simplemente no existen, tal como una mercancía invendible carece de valor económico, aun cuando pudiera tener un valor de uso. De este modo la confianza en sí mismo, el sentimiento del yo, es tan sólo una señal de lo que los otros piensan de uno; yo no puedo creer en mi propio valer, con prescindencia de mi popularidad y éxito en el mercado. Si me buscan, entonces soy alguien, si no gozo de popularidad, simplemente no soy nadie. El hecho de que la confianza en sí mismo dependa del éxito de la propia personalidad, constituye la causa por la cual la popularidad cobra tamaña importancia para el hombre moderno. De ella depende no solamente el progreso material, sino también la autoestimación; su falta significa estar condenado a hundirse en el abismo de los sentimientos de inferioridad[199]El mismo Fromm, en otra de sus obras (Tener y ser), plantea que "lo que modela la actitud ante sí mismo es el hecho de que no bastan la capacidad y las facultades para desempeñar una tarea dada; para tener éxito se debe ser capaz de "imponer la personalidad" en competencia con muchos otros. Si para ganarse la vida se pudiera depender de lo que se sabe y lo que se puede hacer, la propia estima estaría en proporción con la propia capacidad, o sea, con el valor de uso; pero como el éxito depende en gran medida de cómo se vende la personalidad, el individuo se concibe como mercancía o, más bien, simultáneamente como el vendedor y la mercancía que vende. Una persona no se preocupa por su vida y su felicidad, sino por convertirse en algo pignorable"[200].

Extraviado en su mundo de apariencias y fetiches, prisionero en sus esquemas mentales, encerrado en los moldes tradicionales e instrumentalizado por el contundente y arrollador poder del consumismo, desprecia todo lo que implique esfuerzo mental, y para pensar hay que esforzar al máximo nuestra mente; es necesario pensar por sí mismo, y embrollado como se encuentra el "hombre práctico" no puede "pensar por sí mismo", no se atreve a filosofar. "Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada -advierte el Principito-. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero, como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos"[201]. Y como la forma de producción escinde la acción de la reflexión, no hay espacio sino para "la acción" (producción), quedando marginado del sistema productivo el hombre contemplativo, reflexivo, el que quiere sumergirse en las profundidades de la realidad para comprenderla y tratar de transformarla. Pero para filosofar se necesitan ejes sociales distintos a los que nos sujeta la vida meramente material. Hay que invertir energía no sólo en nuestra apariencia, sino en nuestra consistencia. Primero viene la consistencia, luego la apariencia. El consumismo quiere mostrarnos a un individuo de apariencia; quiere sumirlo en su mundo de apariencias. "¡Maldito el engaño de la apariencia que acosa a nuestros sentidos!"[202]. Esto lo hace terriblemente vulnerable, temeroso, supersticioso, egoísta, vanidoso, presumido, vacío…

El extravío que confunde al hombre, lo reduce de persona, como ser multidimensional, a simple individuo que forma parte de un mundo cerrado en sí mismo, oponiéndose a otros individuos. La dinámica y el agite de la vida moderna reduce a la persona a mero individuo, sumergiéndolo en un despersonalizado individualismo. "El individuo es para la sociedad; esto implica el manejo que el hombre hace de sí mismo y del mundo que lo rodea, la política, la economía, la misma estructura social que individualiza al hombre de tal manera que le impide la realización como ser integral, por cuanto se le somete a la urgente tarea de preocuparse únicamente por su supervivencia. El hombre vive en un mundo que ya no lo encuentra suyo"[203]. El hombre, como ser contradictorio, ama la libertad pero sucumbe ante la esclavitud dejándose alienar, exteriorizar, enajenar. "Es bueno repetir frecuentemente que el hombre es un ser lleno de contradicciones que se mantiene en situación conflictiva consigo mismo. El hombre busca la libertad. Hay en su interior un ansia inmensa de libertad. Y sin embargo, no sólo cae fácilmente en la esclavitud, sino que inclusive ama la esclavitud. El hombre es un rey y un esclavo… El mundo de la esclavitud es el mundo del espíritu enajenado de sí mismo. La exteriorización es la fuente de la esclavitud, tanto que la libertad es interiorización. La esclavitud siempre denota enajenación, la expulsión de la naturaleza humana hacia lo externo… La enajenación, la exteriorización, la expulsión de la naturaleza espiritual del hombre hacia lo externo denotan la esclavitud del hombre… La conciencia que exterioriza y enajena es siempre conciencia abyecta. Dios el amo, el hombre el esclavo; la iglesia el amo, el hombre esclavo; la familia el amo, el hombre el esclavo; la naturaleza el amo, el hombre el esclavo; el objeto el amo, el sujeto hombre el esclavo. El origen de la esclavitud es siempre la objetivación, o sea la exteriorización, la enajenación… Poner fin a la esclavitud es poner fin a la objetivación… El hombre debe convertirse, no en amo sino en hombre libre… La libertad es libertad no sólo frente a los amos sino también frente a los esclavos… Únicamente el hombre libre es personalidad, y lo es aún si el mundo entero quisiera esclavizarla… El hombre libre es simplemente el hombre que no permite la alienación, la expulsión hacia lo externo de su conciencia y de su discernimiento"[204]. Para Hegel, el sujeto pensante es el ser libre; la libertad es un atributo de su voluntad. "Es la voluntad lo que es libre, de modo que la libertad es su sustancia y su esencia"[205].

El filósofo Guillermo Hoyos Vásquez advierte que "cuando se privilegia por encima de todo la eficiencia, la eficacia, el éxito, se opta por un pragmatismo cuya única ética es la del impacto, ciega a los problemas más fundamentales de las sociedades contemporáneas, como la pobreza absoluta, los derechos socioeconómicos, las posibilidades de participación política de las mayorías, etc."[206]. En el sistema de explotación llamado sociedad capitalista, y cuyo objetivo es el de producir bienes sirviéndose de los demás hombres, es el hombre quien obliga al hombre a trabajar. En nuestra sociedad, en la que prima una tendencia positivista, que pretende anular toda actividad filosófica, es decir, del espíritu, para reemplazarla por lo inmediato, práctico, real, tangible, palpable y experimental, la cumbre de la ciencia está sólo en la utilidad inmediata. "En el mundo de hoy es más fuerte el deseo de enriquecimiento que de saber. La ciencia ha caído en manos del capital. El lenguaje de la ciencia juega ahora entre dos conceptos: eficiente, no eficiente; es decir, rentable, no rentable. Además, en ciencia no hay prueba si no existe verificación en el laboratorio; y laboratorio significa dinero. La ciencia se ha vuelto un juego de ricos, en el que el más rico tiene más oportunidades de tener razón"[207]. Como secuela de esta realidad, "vivimos en una sociedad de consumo, de compra y venta, y hemos dejado de lado el romanticismo literario, y el esfuerzo por encontrar en la meditación y la reflexión el verdadero contenido de las cosas y la solución de los problemas"[208].

La llamada sociedad de consumo, "es realmente, una sociedad de compradores compulsivos"[209]. Hannah Arendt piensa que la sociedad de consumo "posiblemente no puede saber cómo hacerse cargo de un mundo y de las cosas que pertenecen de modo exclusivo al espacio o de las apariencias mundanas, porque su actitud central hacia todos los objetos, la actitud del consumo, lleva a la ruina todo lo que toca"[210]. Según Ken Knabb[211]quienes escapan de la pobreza económica no pueden escapar del empobrecimiento general de la vida. Estas posturas las refuerza el pensador Germán Marquínez Argote cuando afirma que como secuela de la Revolución Industrial el hombre vive inmerso en la sociedad de consumo. "En este tipo de sociedad, lo importante es comprar y consumir vorazmente los productos que de manera vertiginosa y masiva produce día y noche la "maquinidad" triunfante. Para hacer del hombre un buen consumidor, se le crean, excitan y suscitan toda clase de necesidades. El hombre, de manera especial el "urbícola", se encuentra hoy en medio de una selva de cemento, prisionero de productos artificiales que lo alejan cada vez más del entorno ecológico… Según muchos, estamos en camino hacia el desastre planetario… Finalmente, en su afán de acumular medios, el sociedad capitalista, se llega a medializar las personas, instrumentalizándolas, usando de ellas"[212]. Si se quiere hacer realidad el ideal del naturalismo humano o del humanismo de la naturaleza propuesto por Marx, se requiere de un hombre ecológicamente enraizado.

El "hombre práctico" o el "hombre automático" , producto del sistema de producción capitalista (productor de mercancías, que pretende moldearlo todo, que deforma nuestra conciencia) que cosifica e instrumentaliza a las personas con la omnipotente influencia de la "diosa" razón, movido por la "competencia desenfrenada y asesina"[213], no tiene tiempo para pensar y no le interesa pensar, y se pierde y se autodomestica en esta "brutalidad con la que esta forma de reproducción convertida en modelo social universal devasta al mundo". Así este tipo de sujeto intente pensar se va encontrar con dificultades ya que "el pensamiento dentro de las formas del sistema productor de mercancías se empantanó por completo"[214].

La modernidad "ilustrada", que entronizó en exceso y con tiranía la soberanía de la razón, la cual por primera vez formuló de manera explícita la abstracción del valor como una pretensión totalitaria sobre el hombre y la naturaleza, se "legitimó" mediante un concepto de libertad y progreso paradójico y represivo, y lo convirtió en una estafa para el deseo de emancipación social. En la dinámica capitalista, producto de la razón instrumental y sangrienta, "cuanta más alienación produce el sistema, más energía social debe ser desviada sólo para mantenerlo en marcha, más publicidad para vender mercancías superfluas, más ideologías para tener a la gente embaucada, más espectáculos para tenerla pacificada, más policía y más prisiones para reprimir el crimen y la rebelión, más armas para competir con los estados rivales; todo lo cual produce más frustraciones y antagonismos, que deben ser reprimidos con más espectáculos, más prisiones, etc."[215].

En los anuncios publicitarios, por ejemplo, la condición grandiosa de la mujer se reduce a mero objeto de consumo. Así lo percibe Alfonso López Quintás y así lo percibo yo.

"La pantalla televisiva nos muestra un coche. De repente, por la parte opuesta aparece la figura de una joven bellísima, que no dice nada, no da razón de su presencia, pero se hace ver. Su mera vecindad con el coche sitúa a éste en el área de encantamiento que crea una realidad extraordinariamente atractiva. El rostro de la joven no es una imagen, porque en él no vibra un ser personal. Es una mera figura, una bella estampa. Esta reducción del rango de la persona hace posible el truco manipulador. Cuando tú, encandilado por el anuncio publicitario, vas a comprar el coche, te dan el coche pero no la señorita. Y con razón, porque nadie te había hecho semejante promesa. Se te ofrece un coche, se te presenta una señorita, y tú conectas las dos figuras: la del vehículo ofrecido y la de la joven presentada. Pero no te engañes: ésta no te fue ofrecida como persona sino como figura. Todo lo personal está aquí rebajado. Tú mismo eres tomado como mero cliente, no como persona. Y se te trata como tal"[216].

La problemática consumista no fue ajena a la reflexión de Erich Fromm al denunciar que, a pesar de las marcas en competencia, el resultado total de la publicidad es estimular el deseo de consumir. "Las empresas se ayudan mutuamente en esta influencia básica por medio de su publicidad; el comprador sólo ejerce secundaria y dudosamente el privilegio de elegir entre varias marcas que compiten"[217]. Es por ello que el filósofo Ken Knabb advierte que "mientras este círculo vicioso continúe, las necesidades humanas reales serán sólo incidentalmente satisfechas, o ni siquiera lo serán en absoluto, al tiempo que casi todo trabajo se canaliza hacia proyectos absurdos, redundantes o destructivos que no sirven a otro propósito que mantener el sistema"[218].

Como se sabe, la razón instrumental orienta sus decisiones hacia los medios y no hacia los fines. "Por lo tanto, el mundo instrumentalizado puede ser un camino sin vuelta, si somos incapaces de recuperar una razón de absolutos que busca la verdad como fin y nunca como medio. …el mundo es irracional desde que la razón ha organizado la vida del hombre alrededor de un fin último que no lo es. La irracionalidad surge frente a la imposibilidad del hombre a la reflexión sobre la verdad que le muestra un sistema totalitario que lo cubre todo y lo identifica todo con ese sinsentido. De este modo, el progreso lleva a la deshumanización y a los mismos temores frente a la irracionalidad que habitaba antes de la razón ilustrada"[219]. La razón instrumental violenta ha conducido a la modernidad al desorden y al caos, a la pérdida de valores, a la deshumanización del ser humano y a la incertidumbre por la constante violencia. La reflexión de Jorge Restrepo Trujillo al respecto es reveladora:

"El predominio creciente de la tecnología confirma el de la razón instrumentalizada en le evolución social. La concepción lógica, determinada por el modelo matemático, ha ido imponiendo la visión de la realidad como algo que se mide, como ya se anunció en Aristóteles. Luego se afirmó con Descartes, Newton, Galileo, Kepler, Leibniz, Spinoza o el empirismo inglés, al empezar la modernidad, entendida como época presidida por un cálculo de tipo económico… Entender es medir y cuantificar la materia como modos de ser excluyentes de la realidad. Con esta percepción, o la instrumentalización de la razón, por medio de este prediseño de su actividad, se ve la naturaleza como algo controlable, rentable mejor, de acuerdo con leyes y procedimientos mecánicos… La libertad y la conciencia se han colocado, ellas mismas, en el corredor sin salida de la sociedad industrial y consumista… La técnica le ha permitido al hombre dominar la naturaleza, pero a costa de que aquélla lo domine a él hasta casi estrangularlo… La mecanización de muchos procesos, al tiempo que los ha facilitado, los deshumaniza y convierte en prototipos sin creatividad, anónimos y de pronto fatales, capaces de aplastar la fragilidad humana y, en todo caso, de amenazar su autonomía. Es, en fin, la tecnología personificación preferida del poder que, como todas las suyas, dependiendo de su instrumentalización, puede volverse contra su inventor, o facilitar su progreso armónico. Nunca se había progresado a tan alto precio y nunca el progreso se ve más necesitado de la conciencia crítica […].

La filosofía está obligada a regresar a la cotidianidad, a la política, a la plaza de su nacimiento, para recuperar su contacto con una realidad que ha desatendido, por preocupaciones que la modernidad le ha impuesto por la primacía de la ciencia y su modelo matemático abstracto. El espíritu se ha desmaterializado y la materia se ha desespiritualizado, con el efecto de un desequilibrio ético, que manifiesta en la imagen de una humanidad a la deriva, como el barco ebrio de Rimbaud, o entregada a fuerzas ciegas como la productividad bruta. Sus ocupaciones más profesionales no deben desentender la inteligencia del incidente, del individuo, de la nimiedad, como parte también de la existencia y por tanto su responsabilidad. Su vocación es comparable a la misma del cerebro sobre el organismo. ¿Qué sería de un cuerpo, como imaginó Platón, en donde mandara al apetito? Eso le ha sucedido a la sociedad, con lo cual poder e instinto se han desorbitado arriesgando con destruir a la humanidad misma y su equilibrio ambiental. Sin poder prescindir de su corporalidad, porque es lo natural en él, el hombre necesita estudiarla para poder organizarla de acuerdo con el fundamento de la libertad. La filosofía no puede lavarse las manos con la excusa de que su conocimiento no es seguro. Su deber sigue siendo la educación de un ser que, sin ella, no tiene ni principio ni destino […].

No obstante, la filosofía en particular ha ido retrasada frente a los acontecimientos, detenida en el examen de sí misma y sus métodos. Sólo luego de su interés por el lenguaje y la comunicación regresa a la cotidianidad, con lo que pudiera recuperar su preeminencia en la orientación de la existencia. Desde luego enriquecida con lo aprendido en las fenomenologías formales de la relación sujeto objeto, de la alienación con la producción y otras como la psicoanalítica. Es decir, el regreso de la filosofía a la calle le devolvería el equilibrio entre lo universal y lo personal, entre lo teórico y lo histórico. La consigna de Husserl de ir a las cosas mismas implica un saber sobre la totalidad, pero para todos, para la masa y el individuo, en la pregunta más sencilla y general, con inquietudes y soluciones democráticas, en el sentido que no provengan, no sólo de un círculo de ilustrados, sino también de la gente común. Tal sería el sentido de la filosofía actual como comunicación, como democracia, como crítica y ética, como intersubjetividad, naturalmente en la forma de respuesta a anhelos representados en tentativas sociales de descosificación, como el socialismo y contracultura, pero sobre todo y, en último término, como indagación metafísica sobre la existencia como la posibilidad del sentido del ser.

[…]. La colectivización y automatización despersonalizadoras, impuestas por la razón productiva y su consiguiente absolutismo, le dejan al hombre un reducto cada adía más estrecho para su realización esencial. La unidimensionalidad, señalada por Marcuse, a través del economicismo, es ante todo la sustracción al hombre de lo que le es más auténticamente suyo, o sea su capacidad para determinar el ser de lo que es y su puesto en él, por medio de su racionalidad desalienada. Tanto el capitalismo individualista como el de estado, como resultado contemporáneo de la enajenación de la razón, son en el fondo condición del final de la filosofía como tal y del nihilismo consiguiente, indicados por Heidegger. Como uniformidad ideológica y existencial, la sociedad utilitaria es además riesgo inminente de barbarie o de extinción de la especie, por la explotación irresponsable de la naturaleza y de la tecnología, por ejemplo, en la manipulación genética. En riesgo su autenticidad por la masificación y la robotización productivas, el individuo y la sociedad individualista desaparecerían como tales, recluidos en la indefensión y la insensibilización, expuestos a extremos del poder y de sus métodos de convicción, opresión y represión y finalmente a la desaparición de la conciencia como su última defensa.

[…]. En general, el pensamiento actual, consciente de sus deformaciones metodológicas, se endereza a corregir la cosificación del hombre, su reducción a sujeto y expresamente a sujeto mercantil. También a la corrección de su expresión como sistema político. Como ámbito para el desarrollo personal armónico dentro de la comunidad, la democracia sería básicamente el juego limpio, incluso teórico, en donde todos tendrían oportunidades iguales para definirse dentro de la libertad, no sólo como elaboración individual, sino como función social.

[…]. La confusión reinante, la inconformidad latente, la creciente desigualdad social e internacional, el recurso permanente a la fuerza para mantener formatos políticos, la distancia entre las formulaciones teóricas y la realidad cotidiana de miles de hombres, la crisis ambiental y sus efectos sobre la salud, los descubrimientos mismos de la ciencia, son detonantes que conspiran contra la estabilidad de un modelo cultural que parece no obstante de una solidez indudable […].

Técnica y ciencia han llevado a la automatización, la masificación y el anonimato, a la inautenticidad de la existencia, a la miseria de muchos, por tanto privados del criterio de la libertad misma, incluso al riesgo de autodestrucción de la especie. Invertidos o neutralizados determinantes políticos y económicos, se daría pie a logos intelectuales y sociales inimaginables hoy. Es la esperanza de un futuro donde todo aún no está decidido. Paradójicamente, conviven y hoy son claras las dos vertientes del proceso, o sea, la mayor conciencia de la libertad, la ausencia del fundamento, las posibilidades de las ciencia, los logros democratizadores, con el rechazo a las ideas, la alienación, la instrumentalización del conocimiento y la libertad, brotes autoritarios y con peligros reales de un desarrollo sin cerebro […].

Tal vez la filosofía se ha contentado con la noción de comunidad, como generalidad que oculta la particularidad y vuelve anónimo a cada quien, pero descubre ahora su deficiencia frente a una historia con tantas variables cuanto sujetos. Como generalización, la ciencia contribuye a la masificación, dejando al médico, al psicólogo, al sacerdote, al pedagogo el caso específico de la personalidad, como conjunto de rasgos de un todo individual irrepetible. La ciencia capacita para la comprensión de una totalidad como historia, humanismo, hombre, pero aleja del desenvolvimiento de la cotidianidad como escenario y encuentro de seres específicos. Tal vez eso explique el divorcio notable hoy entre las ciencias llamadas del espíritu y la opinión pública.

Si ni, por ejemplo, el derecho o la sociología, ocupados con formas, se abocan ala estudio del hombre de la calle, del solitario, ¿dónde podrá éste encontrar la comprensión sobre sí mismo que deberían proporcionarle la experiencia acumulada y la teoría de quienes han compartido su soledad? Si la educación y la ley tratan de uniformar para adaptar a la vida en comunidad, ¿dónde queda eso a que renuncia cada quien de sí mismo para asemejarse a los demás? […].

La modernidad ha conocido los extremos del individualismo y del totalitarismo, de la autonomía y la heteronomía, en opciones políticas fundamentalistas o libertarias al extremo. Pero la disolución del yo o su exaltación, a fin de cuentas, han supuesto alteraciones en el equilibrio existencial, que obligan a entenderlo al tiempo con el de los demás. Lo que ya supone una instancia de comprensión que le facilite a la filosofía la asimilación independiente de las ideologías que ha ido acumulando la historia, sin olvidar al individuo solitario, en la responsabilidad intransferible que le confiere su libertad.

La existencia transcurre entre el extremo del egoísmo y el de la colectividad. Entre los sentimientos y sensaciones más propias e íntimas y su confusión y disolución en las manifestaciones de la historia de la especie. El hombre se define entre la soledad de su conciencia y de su crónica diaria, y la totalidad del recorrido de la cultura; en lo irrepetible de sus vicisitudes y el acontecer de la humanidad. Después de esta experiencia, su inquietud es, si tiene sobre su contenido dominio y por tanto responsabilidad absolutos. Podría decirse que ese control sobre sí mismo y sobre la humanidad está en proporción con el cuidado del modo de ser suyo y del de los demás. La realización humana estaría así en ampliar ese cuidado hasta donde eso sea posible, hasta el límite real de sus facultades. Sobre esa base continuaría lo que le ha sido dado más característico: la búsqueda de lo que esas facultades le han sugerido que pueda estar en o más allá de su naturaleza, o sea la verdad, la belleza y el bien supremo"[220].

En el capitalismo, el afán de acumular medios mediatiza al hombre, instrumentalizándolo y utilizándolo. El capitalismo promueve relaciones competitivas y de dominación. Según Marx, el capitalismo reduce nuestra vida a una arrebatiña económica y una psicosis colectiva. El dinero, según Marx, es la mercancía-fetiche a la que se remiten todas las otras mercancías para establecer equivalencias. Sin dinero no hay capitalismo. "El dinero es el celoso Dios de Israel, ante el que no puede prevalecer ningún otro. El dinero humilla a todos los dioses del hombre y los convierte en mercancía"[221]. El capitalismo -profetizó Marx- es una maquina autodestructiva, en la cual la diferencia de clases va aumentando hasta llegar a un nivel de intolerancia y crisis, donde las clases bajas harán valer sus derechos. El filósofo Manuel María Madeido planteaba que la economía política (la racionalidad de la explotación), con su proposición sofística (ley de la oferta y la demanda) de los economistas, inclinados a favorecer a los fuertes contra los débiles, es la ciencia de la crueldad, la injusticia y la rapiña. En concepto de Estanislao Zuleta, la racionalidad capitalista es irracional, por cuanto "liquida" al trabajador o al consumidor, y su finalidad es mínimo de gastos, mínimo de tiempo, máximo de tontería y máximo de utilidades. Por ello no puede tener en cuenta las condiciones de posibilidad de los derechos humanos. Para Augusto Ramírez, la voracidad consumista sólo es sustentable mediante la rapiña. La voracidad es la máxima expresión del capitalismo salvaje. "El advenimiento del Estado de bienestar (Welfare State) ha impuesto una sociedad de consumo basada en la manipulación del ciudadano. A cambio de manipulación se le garantiza bienestar, comodidad, abundancia y seguridad. El Welfare State significa la culminación del capitalismo y el surgimiento del homo consumens, un nuevo individuo que tiene un papel fundamental como motor de la rueda de producción-consumo, como consumidor insaciable, insatisfecho y alienado, que demanda bienes de consumo nuevos, artificiales y absolutamente innecesarios; por lo cual, el capitalismo se preocupa más de la producción, que de la distribución. Se produce mucho, para consumir mucho; y sólo para un mercado muy reducido"[222].

La manipulación, en nuestra sociedad capitalista (consumista y competitiva), no sólo es comercial, también es ideológica, a través del lenguaje, tal como lo muestra Alfonso López Quitás:

"La manipulación ideológica afecta a las raíces de nuestra conducta, a la orientación que damos a nuestra existencia, a la concepción del mundo y de la vida que otorga sentido a nuestro ser. La manipulación comercial determina algunos de nuestros actos de elección. La manipulación ideológica decide nuestra opción fundamental: la del ideal que orienta e impulsa nuestra existencia. Con ello domina totalmente nuestra voluntad y nuestro sentimiento. Se adueña de nuestro espíritu […].

El manipulador se vale de que estamos en una civilización de la imagen y la palabra fácil, la palabra que vuela en la prensa y, sobre todo, en la radio y la televisión. Usa la palabra y la imagen de forma unilateral y superficial, como simples medios para conseguir sus fines. Los ríos de imágenes -reducidas a meras figuras- y de palabras tomadas como elemento seductor arrastran como un vértigo. Los anuncios publicitarios manejan figuras, no imágenes. La exhibición de figuras pide rapidez. La de imágenes invita al reposo, como en una exposición de pintura… De ordinario, el manipulador opera con trucos, basados en el uso arbitrario del lenguaje y la imagen. Y lo hace de modo veloz, como un prestidigitador de conceptos […].

La manera imprecisa de hablar que se observa actualmente no se reduce a una mera moda. Es todo un síntoma. Y a la vez es un clima propicio a toda suerte de manipulaciones. La confusión es el "elemento" en que se mueve a sus anchas el manipulador. Éste se vale de la tendencia actual a pensar y expresarse de forma precipitada y superficial, cuando no frívola, para ensalzar unos vocablos -y sus correspondientes conceptos- y desprestigiar otros, entender los esquemas mentales como contrastes o como dilemas según le convenga en cada momento, plantear los problemas de forma tendenciosamente parcial, movilizar toda una serie de procedimientos estratégicos para vencer al pueblo sin tomarse la molestia de convencerlo. Con ello, el lenguaje -el mayor don del hombre- queda envilecido en su misma esencia. Es convertido en anti-lenguaje. Ya no es un lugar de encuentro en la búsqueda de la verdad, sino de engaño, alejamiento y dominio […].

El lenguaje manipulador es turbio. El lenguaje veraz es claro, desborda luminosidad cuando es medio en el cual se fundan ámbitos de convivencia. Esa luz del lenguaje -y de cada uno de los vocablos- se apaga cuando se lo convierte en medio para dominar mediante la estrategia de la manipulación. El que domina algo no se encuentra con ello. El lenguaje -al convertirse en medio de dominación- deja de ser lugar viviente del encuentro, y pierde su belleza y su bondad. Va contra su esencia, se convierte en anti-lenguaje…

Si queremos vivir con cierta autonomía personal, debemos liberarnos del despotismo del lenguaje secuestrado por los manipuladores, que hacen suyo el parecer del astuto Talleyrand, según el cual "el lenguaje le fue dado al hombre para mentir". Lo contrario del lenguaje manipulado es el lenguaje que es veraz y sincero porque se lo pronuncia con amor para fundar los modos más altos de unidad con las realidades del entorno […].

[…]. El pensamiento riguroso va aliado con una vida plena y creativa. He aquí la profunda razón por la cual, si queremos pensar con rigor, debemos inmunizarnos contra las tácticas manipuladoras. De no hacerlo, cualquier manipulador puede anular nuestra vida creativa con un recurso tan fácil como es empobrecer los términos que usamos y los conceptos que forman la base de nuestro pensar.

Uno de los secretos del éxito en la vida de relación con los demás es estar alerta respecto al modo como plantean las cuestiones, bien sea en un libro, bien en una conversación, conferencia o discurso. Si aceptamos la perspectiva escogida por ellos sin revisar -siquiera someramente- su adecuación al tema propuesto, seremos presa fácil de los manipuladores, aunque les superemos en formación de corte académico. El planteamiento desajustado nos arrolla con la fuerza de la lógica y nos envuelve en un cúmulo de errores en cadena […].

El que plantea una cuestión con una táctica no dirigida a descubrir la verdad sino a dominar a quien piense de forma distinta juega con ventaja porque escoge el terreno de la lucha y dispone sus efectivos del modo más conveniente para sorprender y cercar al adversario ideológico […].

El que quiere dominar a cualquier precio, sin dar razones que convenzan por su coherencia y luminosidad, reduce las cuestiones planteadas a los elementos que favorecen la solución que él defiende…

El tiempo propio de las actividades mentales -sobre las que quiere actuar el manipulador- es un ritmo determinado por el hombre en el proceso mismo del pensar, que no es un mero decurso temporal sino una actividad creadora regida por una lógica interna. Imprimir un ritmo desorbitado a este proceso equivale a someter a la persona pensante a la arbitrariedad de quien impone esa celeridad desde fuera, sin tener en cuenta las exigencias internas del pensamiento… Fijar al pensamiento un ritmo tal que haga imposible pensar y razonar debidamente implica dejar al hombre fuera del juego intelectual y someterlo a una dirección exterior […].

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