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Tiempos de drogas, hijos en riesgo (página 2)



Partes: 1, 2, 3

2.1.- La Escuela

Hoy, a diferencia de pocos años atrás y a pesar de tantos esfuerzos, la escuela es un lugar donde se socializa la droga. Desgraciadamente, y a pesar de parecer lo contrario, muchos formadores se ven superados por tantas exigencias y tienen que ingeniárselas para responder cada día a desafíos nuevos. La gran mayoría no puede alcanzar la capacitación suficiente que permita transformarlos en agentes de salud y de prevención de las adicciones. A esto hay que agregar que los maestros y los profesores se presentan cada vez menos como modelos a imitar por los jóvenes.

Hay otro problema: se hacen esfuerzos de tiempo y dinero en el ámbito de la computación, los idiomas y la formación que capacite para el trabajo. Pero todavía no se ha logrado implantar en las escuelas con éxito planes de prevención de adicciones que superen la mera información y el miedo como mensaje. La escuela, pública o privada, forma cada vez más en lo científico-técnico. Más allá de los discursos, se relega o desaparece la formación en los valores. Incluso son muy pocos los que reparan en la formación humana más elemental como es la educación de los sentidos: ¿a quién de nosotros se nos enseñó la diferencia entre oír y escuchar, gustar y paladear, mirar y contemplar, tocar y acariciar? ¿A quién le enseñaron a disfrutar del silencio, a saber dialogar, a compartir los propios sentimientos, a descubrir los propios dones? Es posible que nuestros hijos se encuentren en peor situación que la nuestra. Tampoco se enseña mucho acerca de la autoestima personal y el autocontrol. ¿Quién enseña a reconocerse como persona, con dones a descubrir y a explotar, con un universo interior a conocer y a revelar? Una vez más nuestros hijos no suelen estar mejor educados que nosotros. ¿Y respecto de la solidaridad? ¿Quién la enseña para asumirla como un estilo de vida, no sólo por el bien de los demás sino como modo de plenitud personal y familiar? En esto podemos discutir quién ha sido y es peor formado.

2.2.- El grupo de pares

Con la adolescencia de sus hijos, ustedes padres, empiezan a sufrir una feroz competencia: su hijo o hija se reúne con sus amigos, está interminables horas con ellos, a veces sin hacer aparentemente nada. Así como la Familia es la primera organización a la que pertenecemos y en ella realizamos nuestros primeros aprendizajes –valores, actitudes, ubicación y modo de responder a la realidad- así también en la etapa de la adolescencia el grupo más allegado de amistades pasa a ser más importante que el entorno familiar. Seguramente ustedes ya saben esto; sintetizamos los motivos:

En primer lugar el grupo de pertenencia o grupo de pares proporciona a su hijo o hija adolescente una plataforma distinta para ver el mundo. Le ofrece un lugar relativamente estable que, por ser adolescente, le es difícil encontrar en su familia.

En segundo lugar encuentra en su grupo de pares una situación de igualdad con aquellos que tienen sus mismos problemas, preocupaciones, deseos y gustos.

En tercer lugar en su grupo de pares su hijo o hija se continúa formando en dos aspectos fundamentales: su identidad y su pertenencia. Allí aprende a establecer relaciones sociales, puede encontrar apoyo para afrontar sus conflictos y elementos para construir su identidad. Para establecer esta valoración sus hijos buscan referencias para comparar. El espejo donde se miran habitualmente es en los grupos en que por lo general está: su familia, los vecinos, los compañeros, los amigos. Ahí encuentran personas que se diferencian o se le parecen, personas a quienes pueden imitar u oponerse.

En cuarto lugar el grupo es una importante fuente de información. Estas informaciones amplían el campo de interés y promueven el espíritu de aventura de su hijo o hija. Así pueden consumir drogas por simple curiosidad y habituarse a ella porque es habitual su consumo en el grupo de pertenencia.

La influencia del grupo de pares es diversa según su hijo o hija haya crecido sostenido en vínculos adecuados a sus necesidades o en cambio haya vivido una historia de desamparos que dejaron en él marcas de fragilidad o vulnerabilidad.

Algunas áreas de la vida de sus hijos están especialmente en relación a su grupo de pares: el tiempo libre, la ropa, su ideología, etc.

Junto a tantos beneficios que el grupo ofrece también éste ejerce presión sobre sus miembros, especialmente sobre los que desean pertenecer a él reclamando la adhesión a algunos patrones de conducta. Muchos grupos poseen verdaderos ritos de iniciación. Son acciones que se tienen que llevar a cabo para poder pertenecer como miembro con pleno derecho. A través de estos ritos el adolescente accede a una nueva etapa pero también implica un abandono de actividades o relaciones importantes hasta ese momento. En este contexto el consumo de drogas puede verse como una especie de rito, en el que la sustancia no es más que un medio para entrar a cierto grupo, como garantía de no quedar afuera de un lugar en el que se quiere estar.

Nuestra experiencia nos ha permitido constatar una constante: en la adolescencia el consumo de drogas no constituye una conducta solitaria sino una actividad en grupo. Se trata de conductas grupales que responden a ciertas expectativas o experiencias que el joven comparte con sus pares. El inicio del consumo de drogas a nuestro parecer nunca es por la droga misma o por su efecto placentero sino que en primer lugar y antes que nada es consecuencia de un reclamo afectivo para pertenecer y permanecer en un grupo. La repetición de estos actos provoca la adicción. Por ello es tan necesario que quien quiere recuperarse no solo deje de consumir droga sino que debe tomar distancia de este grupo de pertenencia y buscar otras alternativas sanas. Es esto lo más difícil de vencer en la lucha contra las adicciones.

2.3.- La Familia

Dejamos este aspecto para el final porque es desde donde estamos intentando focalizar el tratamiento de las adicciones. Es aquí donde queremos entablar un diálogo más directo en el que se sientan protagonistas. Les proponemos que disciernan si algunos de los comportamientos que vamos a mencionar se dan en su familia. Conversen. Dialoguen acerca de ellos con otros.

En este punto queremos señalar algunas conductas familiares que pueden generar comportamientos adictivos en los jóvenes y disponer a los niños de una familia para su futuro consumo. También es importante ser conscientes de ellos en la tarea de prevención y recuperación de cualquier adicción.

El "clima" familiar es decisivo a la hora de configurar la personalidad de los niños y adolescentes. Además, la influencia de los MCS como la del entorno más cercano, pasa normalmente por el tamiz de los padres, ampliando o disminuyendo sus efectos positivos o negativos.

La familia, su propia familia, es por largos años el primer lugar de referencia de cualquiera de sus hijos. Esto es crucial para la formación de los niños y adolescentes. Ustedes padres, además de cuidar, alimentar y promover el crecimiento de sus hijos, actúan como modelos de comportamiento. Lo que es más obvio: si ustedes fuman, beben alcohol, se drogan, están enseñando a sus niños pautas de conducta para el futuro y favorecerán que cualquiera de ellos adopte el mismo comportamiento. El consumo habitual de alcohol por parte de los padres es uno de los factores presentes en el historial de más de la mitad de los adictos. En algunos casos son ustedes mismos o familiares los que inducen directamente a los hijos a consumir alcohol en las celebraciones, o simplemente ven con buenos ojos que los niños lo hagan por sí mismos. En otras drogas el consumo es habitualmente vetado por ustedes.

Todos los estudios ponen de manifiesto que una buena relación con los padres es la más poderosa protección ante el consumo de drogas. Una buena comunicación entre padres e hijos es necesaria para crear un clima propicio para la comprensión, la satisfacción percibida por el joven, el desarrollo de la autoestima y el autocontrol. Todo ello facilita la progresiva y adecuada maduración personal y familiar. Pero digámoslo rápidamente: no necesariamente en una casa donde "está todo bien" donde "nos llevamos bárbaro" es un lugar inmune. Hay que tener una actitud crítica valiente y trascender las apariencias porque es imposible que siempre y en todas las circunstancias las cosas estén bien. En una familia en la que los miembros se mantienen "informados" de lo que hacen esto no quiere decir que estén comunicados. Analizaremos con mucho detenimiento en las próximas páginas los elementos para una adecuada comunicación familiar.

Toda familia, ¡también la de ustedes!, ofrece a sus miembros un estilo educativo, un "clima". Es lo que se respira. Para ello confluyen no sólo sus mensajes a través de la palabra sino otros aún más sutiles como la valoración, las expectativas, los deseos depositados de ustedes sobre sus hijos, todo aquello que mueve los resortes de la aprobación o desaprobación y con ello la estima y valoración de cada uno.

Un modo concreto a través del que se expresa este clima es la disciplina, en su doble aspecto de apoyo y control. El apoyo es la conducta que ustedes manifiestan a sus hijos confirmándoles que son básicamente aceptados, estimados y respetados lo que hace que se sientan queridos e integrados a la familia. Pareciera que esto es obvio y realizado por todos. Pero ustedes deben analizar con cuidado si la estima, respeto o aceptación de sus hijos no está de algún modo condicionado. Porque es más frecuente de lo que se imaginan que los padres que "valoran y estiman" a sus hijos lo hacen siempre y cuando realicen tal o cual expectativa, se comporten de esta manera o de esta otra. ¿Qué creen? ¿Es esto así o no? ¿Cuáles son las expectativas que ustedes depositan en sus hijos? El niño y el adolescente necesitan ser amado incondicionalmente. Si esto no es verdad en realidad mentimos a nuestros hijos. La gran mayoría de los adictos mienten con frecuencia. La causa principal se debe a que temen perder el afecto de sus vínculos más cercanos. Habrá que discernir con cuidado cuál es el afecto que tenemos con nuestros hijos. Si de algún modo les mentimos, ellos nos mentirán a nosotros.

El otro aspecto es el control. No existe verdadero proceso madurativo sin apoyo y sin control. En toda familia, tanto en la de ustedes como en la nuestra, es imprescindible el uso adecuado de la autoridad para que nuestros niños y adolescentes vayan reconociendo sus límites. Cualquiera de ellos distinguen muy bien cuándo se impone un límite porque sí y cuando los límites son una manifestación de la atención, cuidado y acompañamiento por parte nuestra. Nuestra experiencia nos ha permitido constatar una y otra vez que los adolescentes sí quieren que los padres les pongan límites y que muchas veces se rebelan contra ellos para ver si efectivamente se ocupan de ellos o no. Muchas veces el poner límites explicando los motivos puede ser la mayor prueba de amor y atención sobre la vida de nuestros hijos quienes pueden aceptarlos como parte de un proceso gradual en la medida en que van adquiriendo mayor responsabilidad.

Poner límites implica también para los padres ponerse los propios. En muchos hogares, por ejemplo, los padres son alcohólicos y esto provoca en niños y adolescentes inseguridad, abandono y vergüenza.

Dependiendo del nivel de control que ejerzan sobre los hijos, se pueden formar distintos estilos educativos: democráticos, autoritarios, pasivos.

Existen una serie de patrones de conducta que favorecen que los niños y adolescentes primero y los niños después, consuman droga. Estos comportamientos son condicionantes y nunca determinantes porque como lo hemos señalado ya varias veces siempre intervienen otros factores. Por lo general son: madre sobreprotectora, sobre indulgente y manipuladora y un padre con un papel más subordinado, percibido como débil, pasivo y poco preocupado e incapaz de sintonizar con los problemas del joven. Un padre distante y poco afectuoso y una madre excesivamente protectora. En relación con las drogadependencias se ha observado que a mayor apoyo de los padres existe menos frecuencia de conductas no aceptadas socialmente: agresión y consumo de drogas. Y en sentido inverso: cuanto mayor es la coerción, mayor es la frecuencia de conductas transgresoras.

Para concluir este apartado hacemos esta afirmación clave: Se sabe con mayor certeza que el uso frecuente de drogas depende más de la calidad de las relaciones entre padres e hijos que de cualquier otro factor.

Así y todo, para completar una mirada global, debemos ahora analizar algunos de los factores individuales que favorecen que algunos adolescentes sean más proclives al consumo de drogas que otros.

3.- Factores individuales

3.1.- Características de la personalidad

Todos sabemos que cada vez son más numerosos los jóvenes que consumen alcohol durante los bailes y encuentros de fin de semana. ¿Les han preguntado alguna vez a sus hijos cuánto alcohol consumen en esas ocasiones? Esa suele ser la oportunidad para el primer consumo de drogas más nocivas como es la marihuana y la cocaína o la mezcla de pastillas con alcohol. No es grave si es un consumo esporádico, ocasionado sobre todo por la curiosidad. Lo verdaderamente preocupante son aquellos casos en los que se convierte es el primer peldaño hacia un consumo abusivo.

Posiblemente alguno de sus hijos vive la etapa de la adolescencia. Es un momento de la vida en que se reestructura la identidad y las relaciones con el mundo social, se comienza a definir el propio proyecto de vida y los valores que regirán la propia existencia.

Sea como sean su hijo o hija, ellos viven una serie de cambios que requieren atención para su propio autoconocimiento y para el acompañamiento por parte de ustedes y otros referentes. Desconocer y no prestar atención a algunos de estos cambios y sus consecuencias inmediatas, no darles cauce o no ofrecer acompañamiento adecuado, puede suscitar conductas adictivas. Señalamos los fundamentales:

-Desconcierto ante los cambios físicos y psicológicos.

-Búsqueda de experiencias placenteras, sin tener en cuenta los riesgos.

-Atracción por la aventura y el intento de transgresiones.

-Alejamiento del control paterno y mayor influencia de los pares.

-Necesidad de ser aceptado por el grupo.

-Necesidad de conformar una identidad personal.

-Mayor grado de autonomía e independencia personal.

Estos aspectos muchas veces se conjugan con estados de ánimo cambiantes. No es raro que nuestros hijos vivan momentos de depresión en los que es muy baja la autoestima. Suelen producirse fracasos escolares o desilusiones fuertes en las primeras experiencias de amistad o amorosas, influencia nociva de compañeros, etc. Todo ello hace que nuestros hijos vivan situaciones y momentos de mayor vulnerabilidad. De allí la necesidad de ayudarlos a dotarse de una serie de habilidades y hábitos como son la comunicación efectiva, el autocontrol y la autoestima positiva que les permitan afrontar con éxito las situaciones de riesgo. Y estos recursos hay que ofrecerlos antes del inicio de la pubertad y adolescencia porque ellos tienen que estar capacitados desde el comienzo para afrontar los cambios. Así mismo está comprobado que cuanto menor es la edad de inicio en el consumo de drogas existe mayor peligro de desarrollar trastornos físicos y psicológicos y una mayor probabilidad de desencadenar comportamientos de abuso de drogas.

Todo lo dicho hasta aquí lo vive cualquiera de nuestros hijos en la adolescencia. Pero hay algo más. Es posible que alguno de ellos posea un tipo de personalidad que lo haga más vulnerable que otros. Les presentamos algunas de sus características más significativas sin que esto implique necesariamente que va a consumir drogas. Se los proponemos para que descubran si alguno de sus hijos posee alguna de estas características:

-Necesidad de gratificación inmediata y con dificultades de control

-Inestabilidad emocional con bruscas oscilaciones de ánimo.

-Motivaciones de huida de la realidad

-Irritabilidad.

-Depresión.

-Irreflexibidad.

-Impulsividad.

-Motivaciones centradas en sí mismo.

No se puede afirmar que exista una personalidad específica que desemboque en la drogadependencia. Necesitamos más y mejores estudios que revelen con mayor claridad hasta qué punto el consumo de drogas depende de un personalidad predisponente, o si la drogadependencia misma es la causa de la personalidad característica del adicto.

Sin embargo, al menos tres aspectos confluyen para conformar, muchas veces, una personalidad con tendencia a las adicciones: la falta de autoconocimiento y autoestima, dificultades en el autocontrol, incertidumbre y desorientación respecto del sentido de la propia vida. Diremos una palabra de cada uno. Los invitamos a no pasar de largo. Estas carencias, la mayoría de las veces, son producto del modo en que establecemos nuestra relación de padres respecto de nuestros hijos.

3.2.- Falta de autoconocimiento y autoestima

Sin el conocimiento de sí es imposible ir adquiriendo y sedimentando la propia identidad. Muchas veces el colegio no ayuda a que nuestros hijos se conozcan en sus dones, habilidades y dificultades. Es imposible cultivar lo que no se sabe que está allí, como semilla. La gran mayoría de los adolescentes que llegan a nosotros no son capaces de enumerar de sí mismos una lista de cinco dones y cinco dificultades. Y no es porque no las tengan, sino que no las conocen. La gran mayoría de los adictos son personas altamente sensibles, suelen poseer capacidades artísticas y son capaces de realizar actos solidarios que otras personas ni siquiera imaginan. El colegio no ayuda mucho para reconocer estos dones. ¿Ayudan los medios que le ofrecemos en la familia? ¿Cuáles son esos medios que ponemos a su disposición? Les proponemos una actividad: Sería muy interesante que pudieran preguntar en su misma casa cuáles son los diez dones y deficiencias de cada uno… ¡incluyendo la participación de los padres! Luego se puede completar el "juego" haciendo "la dinámica del espejo": en un ambiente de mucho respeto y valoración, cada uno dice diez dones y deficiencias de cada miembro de la familia…. ¿por qué no animarse a hacerlo?

El autoconocimiento que cada uno tiene de sí lleva al auto concepto. El auto concepto es la imagen que cada persona tiene de sí misma; es cómo cada uno se ve a sí mismo. Esta imagen se conforma tanto por lo que cada uno piensa de sí mismo como por lo que las personas que lo rodean piensan sobre él. Aunque el auto concepto o imagen de sí se halla en continuo cambio a lo largo de la vida, la niñez y la adolescencia son etapas decisivas para su formación y, por lo tanto, determinantes en la manera en que cada persona se verá a sí misma en posteriores etapas vitales.

Una palabra acerca de la autoestima y su "grado" o "nivel". Éste viene dado por la relación entre la imagen real que cada uno tiene de sí (cómo soy) y la imagen ideal (cómo me gustaría ser). Es casi imposible que exista un ajuste perfecto entre una y otra, pero los sentimientos de autoestima (quererse y valorarse a sí mismo) serán mayores cuanto mejor sea dicho ajuste.

En las personas que se inician en el consumo de drogas se aprecia un bajo nivel de autoestima y una baja tolerancia a la frustración. Algunos de nuestros hijos, al surgir problemas o situaciones de conflicto, se sienten incompetentes, inseguros y a la vez rechazan la eventual ayuda que se les ofrezca. En estos casos es frecuente que se sientan tentados a consumir drogas para manejar el estrés y la ansiedad que esto les genera. En cambio, un hijo o hija con alta autoestima podrá controlar de manera eficaz los cambios que se producen en esta edad.

3.3.- Dificultades en el autocontrol

Definimos al autocontrol como la capacidad del ser humano para dirigir y controlar su propia conducta y sus sentimientos. Se relaciona directamente con el autoconocimiento y autoestima. Una persona que tiene una idea de sí misma coherente con su verdadera forma de ser, manifestará unos sentimientos positivos hacia sí, conocerá sus propios límites y poseerá un nivel aceptable de control sobre lo que hace y las consecuencias que de ello se derivan.

Se tiende a confundirlo con la así llamada "fuerza de voluntad". De este modo se asume de manera simplista que la fuerza de voluntad se tiene o no se tiene. Sin embargo el autocontrol se puede aprender y como tal es un aspecto de la vida del niño y del adolescente que ayuda a prevenir el consumo de drogas.

El autocontrol lo referimos al ámbito de las emociones y comportamientos sociales. Esto implica ser capaz de rechazar aquellos comportamientos que a pesar de tener consecuencias inmediatas positivas, repercuten negativamente a mediano plazo. También implica planificar y ejecutar acciones para alcanzar un objetivo final gratificante. Por último implica perseverar en la realización de una tarea durante el tiempo necesario, hasta alcanzar el objetivo planteado.

Muchos que consumen droga argumentan que no son adictos porque ellos mantienen el autocontrol y pueden desprenderse de ella cuando quieran. No negamos que esto sea posible en algún caso pero la argumentación es peligrosa y frecuentemente falaz por lo siguiente:

1.- El consumo de drogas lleva en su misma dinámica a perder el autocontrol. Por la dependencia física que provoca consumir determinadas sustancias que alteran distintas funciones del organismo; por la dependencia psíquica debido a su pertenencia en el grupo de pares, etc.

2.- Siempre el consumo de drogas implica llegar al placer de manera artificial. Dependo, para vivirlo, del consumo de tal o cual sustancia. Si la droga me ayuda a expresarme, desinhibirme, sacar afuera lo que siento y quiero ¿por qué no animarse a hacerlo naturalmente y no tener que depender de una sustancia externa para ello? ¿Qué pasa cuando esta sustancia pierde su efecto y me devuelve a la realidad? ¿Qué es lo que la droga me ayudó de verdad a cambiar? ¿Por qué no aprender a vivir de tal manera que pueda verdaderamente expresarme cuanto quiera y como quiera en el momento que quiera?

3.- ¿Quién de los que consumen droga puede afirmar que no le traerá consecuencias negativas a mediano plazo?

3.4.- Incertidumbre y desorientación respecto del sentido de la vida

En la adolescencia de nuestros hijos no sólo les es necesario adquirir el autoconocimiento y la autoestima, su propia identidad con sus dones y deficiencias. Todo ello es importante, como punto de partida, pero no es suficiente. También lo es que puedan ir construyendo su propio proyecto para dar respuesta al sentido de su vida. Deben hacer esfuerzos para adecuarse a las grandes exigencias sociales que son cada vez más altas en lo que hace a conseguir trabajo y conservarlo.

Muchos de nuestros hijos, cuando se preguntan por su futuro, muy rápidamente intentan responder a través de las diversas competencias profesionales. De esta forma una pregunta que involucra toda la vida se responde desde una parcela de ella. No es fácil animarse a preguntarse bien hondo por el misterio de la propia vida. Tendemos a huir, por miedo e incertidumbre, a las grandes preguntas. Es la peor manera porque así nunca podemos alcanzar las grandes respuestas y da lugar, con tanta frecuencia, al vacío existencial, al tedio y terminar haciendo todo lo que el mundo hace, sin animarnos a recorrer el propio camino.

Este es el momento clave para entablar largas conversaciones con sus hijos acerca del sentido de la vida. Suele ser el momento en que ellos pasan por crisis en sus prácticas religiosas si la han vivenciado antes o se preguntan por ello, si hasta el momento no las han tenido. También es el momento para hacer buenos test vocacionales (y no solo profesionales) que ayuden a los adolescentes a un mayor autoconocimiento y a dar un cauce creativo a su vida a partir de sus dones.

Lo que acabamos de decir vale tanto para sus hijos…..como para ustedes. ¿Cuál es el grado de conocimiento de sí y de autoestima personal que cada uno de ustedes tiene? ¿Qué pueden decir al respecto de su pareja? ¿Cuál es el grado de autocontrol en sus palabras, gestos y acciones? Por último: ¿tienen resuelto el sentido de la vida? Vale la pena responder todas estas preguntas y compartirlas entre ustedes y con sus hijos.

Como conclusión digamos que normalmente cuando los adolescentes logran conjugar un buen autoconocimiento, una adecuada autoestima y autocontrol y van configurando creativamente su propio proyecto de vida, estos son los jóvenes que se mantienen con menores probabilidades de consumir drogas ocasionalmente y mucho menos en ser adictos habituales.

En todos estos elementos juega un papel decisivo la comunicación con los padres y lo que ellos positivamente, a través del "clima" familiar, han sido capaces de transmitir a sus hijos. Si esto es como efectivamente lo sostenemos, pues entonces queremos ofrecerles algunas pistas que les ayuden a mejorar la comunicación con sus hijos, empezando desde la niñez, porque no nos cansaremos de insistir que si debe existir un clima en la familia que cualquiera pueda respirar, ese es el de la comunicación

CAP III:

¿QUÉ HACER PARA QUE TU HIJO O HIJA ESTÉN BAJO MENOR RIESGO?: ESTAR COMUNICADOS

1.- Causas de la adicción de Martin

Martin fue avanzando en su tratamiento. Al despegarse de la droga se sintió liberado. Pero pronto aparecieron las culpas. Recordó algunos hechos en los que había dañado a otras personas. También tomó contacto con las heridas que se había provocado a él mismo.

Sumergiéndose en su interior y en su historia se animó a ver más hondo las causas que lo llevaron a la droga. Las "fallas" en la comunicación con sus padres y su familia habían sido verdaderos cortocircuitos que, más allá de las apariencias, lo habían desconectado del afecto.

Lentamente fue reconociendo algunas heridas en su sexualidad, en su relación con sus vínculos más cercanos y en las pérdidas nunca del todo habladas.

Con un dolor que venía desde ese vacío que siempre lo había acompañado fue reconociendo las razones de su soledad y pudo empezar a poner nombre a tantos sentimientos que no se había animado a compartir. Sus padres lo habían dejado hacer siempre lo que quería y lo que estaba revestido de un manto de libertad se había convertido en una excusa para desatenderlo. Se sentía abandonado. A pesar de vivir experiencias opuestas no le resultaba difícil saberse igualmente herido como otros adictos que tenían padres autoritarios o sobreprotectores. Los extremos se tocan

Martin se fue animando a reconocer cómo había sido el vínculo con sus padres. Le dolió lo que descubrió pero no se quedó allí. Todo esto, ahora, tenía la posibilidad de conversarlo. Era el momento para darles a sus padres y a él mismo una nueva oportunidad.

La primera conversación con sus padres fue difícil. Pero el hielo de años se había roto. Habían hablado, habían compartido sentimientos. Un camino nuevo se habría para todos ¿Cómo sanar las heridas que mutuamente se habían provocado? ¿De qué manera cultivar la comunicación? ¿Qué hacer para profundizar en el diálogo y en la experiencia del mutuo amor?

El título de nuestro Capítulo comienza con una pregunta y una respuesta rotunda.

La comunicación……la comunicación, esa es la cuestión. Martín, como la gran mayoría de los adictos, ha tenido problemas al respecto. Para asumir a conciencia una tarea de prevención que evite cualquier adicción hablamos de "menor riesgo" y no de "ningún riesgo", por las siguientes razones:

1.- Quien vive de verdad el diálogo, la comunicación profunda de la existencia, muy pronto se da cuenta que la libertad es un presupuesto ineludible en nuestra vida y en la vida de nuestros semejantes. Siempre será posible elegir y, por lo tanto, errar. Pero si sucediera que alguno de sus hijos probó droga, usted, su hijo o hija y su familia, a través de una verdadera comunicación, podrá enfrentar y encauzar este hecho nuevo.

2.- Hablar de "comunicación" implica aspectos que, a pesar de las apariencias, no son tan comunes de encontrar en las familias. Si ustedes pueden cultivar los elementos que les vamos a presentar, entonces ayudarán a que sus hijos nunca se droguen, a ser buenas personas y los harán capaces de vivir adecuadamente los fracasos y el sufrimiento como los gozos y las alegrías.

3.- Si como afirmamos, la comunicación es clave para la prevención de cualquier adicción, necesitamos formarnos en ello. Esto involucra a los padres, a los hijos y a toda la familia como tal, lo cual implica ejercitación, perseverancia, hasta animarse a crear los propios códigos, el propio lenguaje familiar.

2.- Algunas tipologías familiares frecuentes

Ya hemos dicho que toda familia posee un estilo educativo particular. Es el "clima" a través del cual se trasmite el universo de valores, las pautas sociales, los modelos de conducta que van conformando la personalidad y el estilo de vida de los miembros de una familia.

El "estilo educativo familiar" de su propia familia depende de la forma en que ustedes han sido educados. Sus experiencias vividas son las que colaboran en la creación del estilo educativo familiar. Es el ambiente en que se desarrolla la educación de los miembros más pequeños y jóvenes de su familia. Seguramente entre todos los factores el más importante es la personalidad que poseen ustedes mismos. Esto determinará el tipo de vínculo de la pareja, el de ustedes como pareja respecto de los hijos y de cada uno de ustedes individualmente en relación con cada uno de los hijos. Con otras palabras: los niños y adolescentes de su familia reciben el modelo de padre, madre y la esponsalidad a través de ustedes. Horacio Z., un joven en recuperación, nos dijo que se empezó a drogar para llamar la atención de su padre que estaba anulado totalmente, absorbido por la presencia de la madre. Quería que su papá reaccionara como padre. Mabel L., en un momento del tratamiento se pudo dar cuenta que comenzó a drogarse para intentar que sus padres, separados, se encontraran y, al menos, resolvieran su situación. Esto es más frecuente de lo que los padres suponen. Muchos tratan de tapar con la droga el hondo malestar que les provocan los conflictos no resueltos de los padres, el abandono de roles por el padre o la madre, o estos mismos roles transferidos a otros familiares.

Ustedes, padres, educan sobre todo a través del ejemplo, es decir, lo hacen fundamentalmente, no a través de las palabras sino, a través de ese estilo que se manifiesta en los pequeños gestos silenciosos de cada día y de todos los días.

Lo importante a tener en cuenta es que, aun cuando ustedes padres, crean que no hacen nada especial para educar a sus hijos, educan igual. Es posible que algunos acontecimientos les revelen que la comunicación con sus hijos no era tan buena como creían. Nunca hay que desanimarse. Porque justamente el estilo educativo familiar es lo que se puede cambiar. Cuanto más conscientes seamos de la necesidad de estar comunicados más se profundizarán distintas actitudes y acciones que podrán incluir hasta pequeños gestos que aseguren niveles cada vez más hondos de comunicación. Aprender a relacionarse con los demás miembros de la familia es un proceso lento que se consigue poco a poco y que requiere práctica y perseverancia. A pesar de que este aprendizaje suponga tropiezos y dificultades vale la pena intentarlo. Valdría entonces preguntarles para que dialoguen entre ustedes:

¿Cómo describirían la forma que tienen de comportarse con sus hijos?

Hemos dicho que cada familia tiene su propio estilo y sería imposible consignar todas las particularidades que cada familia tiene ¡es lo que tienen que descubrir y hacer consciente ustedes! Pero a grandes trazos se pueden presentar algunos estilos familiares que, en su generalidad, se dan con cierta frecuencia. No es raro que varias características de estos estilos se den en una misma familia. Una de las dificultades más graves que nos encontramos en el trabajo para ayudar en su recuperación a los adictos, no es tanto que muchos padres sean sobreprotectores, permisivos, autoritarios, sino que no lo saben y no lo quieren saber. Al no ser conscientes de ello no pueden hacer nada por cambiar.

Aquí les presentamos los más comunes.

2.1.- Padres sobreprotectores

Este tipo de padres suele tratar a sus hijos como desvalidos, incapaces de valerse por sí mismos, tengan la edad que tengan. Normalmente esta conducta es fruto de miedos e inseguridades personales que se imponen por sobre la necesidad de que cada miembro de la familia vaya adquiriendo una progresiva independencia. Este comportamiento lleva a intentar sujetarlos y poseerlos indebidamente haciendo muy difícil su crecimiento. Un estilo así puede provocar trastornos serios en la personalidad que no se manifiesten de inmediato, ya que un niño necesita, al principio, ser protegido y, normalmente, lo elige hasta tanto los padres no vayan expresando actitudes de desprendimiento. Es común que se produzcan reacciones violentas en la adolescencia. Con el correr del tiempo, si no hay cambios de conducta, puede provocarse una asfixia sobre el niño y el adolescente que conduzcan a que el vínculo entre padres e hijos se convierta en una relación simbiótica, sobre todo con la madre. Gerardo A., un drogadependiente, sentía que la sobreprotección de sus padres le producía desvalorización porque no podía hacer nada por sí mismo. Experimentaba inseguridad y miedo de hacer algo solo y equivocarse. En un momento del tratamiento pudo dar un paso importante cuando hizo saber a su madre -que siempre lo llamaba "su bebote" y lo trataba como tal- que era ya hora de que maduraran los dos. Otros, como German C., eligieron drogarse para poder decidir sobre algo y como una forma de despegarse y de liberarse de los padres.

En muchos casos ustedes piensan que están para satisfacer las necesidades que ustedes creen que tienen sus hijos sin detenerse a preguntarse acerca de lo que sus hijos desean. Los padres sobreprotectores suelen organizar la vida de sus hijos hasta el mínimo detalle pero sin tener en cuenta sus preferencias. Se trata de padres que les cuesta mucho pensar realmente en sus hijos; más bien tienden a pensar en ellos y quieren verse reflejados en sus hijos. Muchas veces, en lugar de ayudarlos a comprender las dificultades del mundo al que se tienen que enfrentar y darles elementos para ello, los protegen de estas amenazas, realizando por ellos lo máximo posible. De esta manera no dejan que sus hijos desarrollen su propia capacidad de resistir las frustraciones. Los padres sobreprotectores se equivocan desde muy temprana edad. Cuando a un niño pequeño satisfacemos todos sus reclamos y llantos no lo hacemos por verdadero amor. Simplemente tapamos con golosinas u otros regalos nuestra incapacidad de decir que no. Es mucho más fácil implementar esto desde el principio, cuando el bebé tiene meses, que intentarlo de adolescente.

No es raro que un joven que se abre a un mundo complejo y, muchas veces hostil, elija superar sus dificultades refugiándose en el placer momentáneo de la droga. Los padres sobreprotectores favorecen que se generen en sus hijos conductas que en la adolescencia los hacen huir de la realidad.

Nosotros como padres, debemos estar atentos y discernir permanentemente cuáles son los "mandatos familiares" que intentamos por muy diversos modos "bajar" a nuestros hijos. Podemos decirles de muy diversas maneras si deseamos fervientemente que sea médico, militar, ingeniero o sacerdote. Lo hacemos a través de aprobaciones o desaprobaciones. En los ámbitos más decisivos como son la vocación y la elección de la pareja hay que dejar siempre el mayor margen posible para que las decisiones sean de verdad personales.

2.2.- Padres autoritarios

En este tipo de comportamiento los padres hablan a sus hijos en un tono constante de órdenes y demandas, normalmente sin dar demasiadas explicaciones, es decir, dando la impresión de que estas demandas pueden ser a veces razonables pero muchas otras no. Se deben hacer las cosas de tal manera "porque yo lo digo". El criterio definitivo no es la razonabilidad sino la autoridad en sí misma. Pedir o dar explicaciones es considerado como un agravio a esta autoridad que no puede ser cuestionada. No sienten la necesidad ni la obligación de justificar o explicar su postura. Al menos en nuestro ambiente cultural este comportamiento está representado sobre todo por los varones y secundado por la mujer a través de su silencio pasivo.

Si en nuestras familias se da este comportamiento, nuestros hijos se sienten juzgados. Experimentan que siempre deben rendir cuentas. Estos padres suelen minimizar o no valorar lo logros personales de sus hijos.

Aquí el modo de entender la autoridad es rígido e inflexible; las normas que se exigen son detalladas y precisas. Estos padres suelen decidir lo que sus hijos necesitan sin tener en cuenta sus deseos. En estas familias son más frecuentes los castigos, no necesariamente corporales pero sí la amplia gama de violencia psicológica posible en estos casos. Cuando en nuestra Comunidad "Vida Nueva" ayudamos a los padres a revisar sus conductas respecto de sus hijos, muchos caen en la cuenta de la cantidad de veces que, sin ser totalmente conscientes, ejercen violencia sobre ellos.

La mayoría de las veces estos padres dan mayor importancia a los roles familiares que a una buena relación con los hijos. Están muy comprometidos con el papel de formadores y con el cumplimiento de las reglas preestablecidas. La comunicación, si podemos llamarla así, es ineficaz y cerrada. Si es este nuestro tipo familiar preponderante, el diálogo es raro y es más raro aún expresar sentimientos. Nos vemos incapacitados unos y otros para compartir las dimensiones más hondas de la existencia. ¡Cuántas veces el consumo de drogas no es más que un canal equivocado para sentir! ¡Cuántas veces no es otra cosa que experimentar de algún modo que se pertenece a algo! ¡Cuántas veces no es más que una búsqueda de comunicación!

En no pocas ocasiones nuestros hijos pueden sentirse culpables por no poder cumplir con todas las normas y expectativas que depositamos en ellos. El resultado puede ser el de hijos agresivos con ellos mismos o con otros más débiles que ellos. Suelen convertirse en huraños, se infravaloran y poseen poca creatividad e iniciativa. Es común que ellos mismos se vuelvan autoritarios en sus relaciones con los demás. Muchos jóvenes, como Carlos, han podido reconocer que comenzaron a drogarse para ocupar un lugar en su casa, para ser tenidos en cuenta por algo.

2.3.- Padres Permisivos

Este tipo de padres se da cada vez con mayor frecuencia. Para esto influyen varios factores: mucho tiempo fuera de la casa por necesidades laborales; permisividad por supuestas elecciones libres en el futuro, desatención, interés en el proyecto personal, etc.

Muchos padres que hemos ayudado se han dado cuenta que, si prima este comportamiento, es porque normalmente no suelen valorar el hecho de serlo. No orientamos a nuestros hijos y los dejamos que hagan según su parecer provocando en ellos no una mayor libertad sino que los exponemos a que vayan a la deriva. Sobreestimamos la capacidad "innata" de niños y adolescentes para ser responsables y con capacidad para responder a las normas siempre de la mejor manera sin necesidad de nuestra injerencia.

Entre otras cosas, estos padres desconocen el proceso evolutivo en el cual es necesario para cualquier ser humano tener como encuadre una serie de normas. Además, hace que sus hijos no se beneficien con su experiencia exponiéndolos a cometer errores elementales.

Los padres permisivos suelen tener niños y adolescentes con conductas caprichosas, capaces de realizar transgresiones por la transgresión misma y se multiplican los riesgos por la falta de conciencia en los límites. También los riesgos se potencian porque una vez transpuestos alguno de estos no existe el autocontrol necesario para volver a cauces sanos.

El estilo de estos padres puede estar basado en un "permisivismo ideológico" o en la negligencia. Normalmente se asume de manera teórica el primero para justificar un estilo de vida basado en uno de los climas más graves de cualquier familia: la desatención.

En estos casos los padres no exigen ningún tipo de responsabilidad de sus hijos, no afirman su autoridad ni ponen restricciones ni castigos, son tolerantes con los impulsos espontáneos de sus hijos (por ejemplo lleva a consentir cualquier conducta sexual y de adicciones los fines de semana).

La ausencia de los padres o la continua desatención es el estilo familiar que más consecuencias negativas conlleva. Los hijos con esta tipología paterna tendrán mayor probabilidad de presentar una baja autoestima, desarrollarán en menor medida sus capacidades cognoscitivas, su autonomía personal se verá dificultada y tenderán a ser más agresivos. Esto es lo que Luis, un joven en tratamiento le dijo a su madre: "Te ibas a jugar y me dejabas solo, encerrado. Una vez tuve que salir por la ventana. No te quedabas a jugar conmigo. No estabas. No compartías conmigo. Nunca me dijiste lo que tenía que hacer. Siempre me sentí solo. En la droga encuentro acompañamiento. Se van todos los miedos. Ya no estaba solo. Voy a la droga para que me des afecto". Alguien ha dicho que lo adictos no son tanto hijos de padres separados como hijos de padres "distraídos", que no prestan atención. Esta permisividad y desatención también es porque los padres eligen preocuparse por otras cuestiones que a veces no tienen solución y no escuchan o atienden lo que sí es importante atender como es la vida de sus hijos.

2.4.- El estilo comunicativo

Aquí presentamos algunas generalidades que configuran un "clima" familiar comunicativo. Más adelante, estudiaremos algunas de sus características.

Para comenzar es importante señalar que este tipo no se presenta como un modelo. Los padres que intentan vivirlo conscientemente son los primeros en hacer saber a los hijos que este estilo se va haciendo sobre la marcha y que el fin de un estilo familiar comunicativo es el medio que se utiliza, es decir, se va realizando la finalidad de la familia en la medida y sólo en la medida en que todos sus miembros están comunicados. Aplicamos aquí uno de los principios de la publicidad que postula: "el medio es el mensaje". Llegar a ser una familia comunicativa es, sencillamente, serlo. Aquí y ahora.

Este estilo está caracterizado por el hecho de que los padres ejercen de manera habitual su autoridad pero estando siempre abiertos al diálogo. Su autoridad es firme, consistente y razonada. Intentan potenciar el autocontrol de sus hijos utilizando para ello gratificaciones o premios en vez de castigos. Es decir, hasta de lo no placentero, lo arduo, incluso lo que se experimenta como negativo, se aprende a ver y a descubrir el sentido. Es una búsqueda infatigable por buscar y exponer la razonabilidad de las cosas. ¡Esto que nos resulta tan difícil a todos! El autocontrol es necesario no para fastidiar y ahogar sino para alcanzar un bien mayor que puede aspirarse frente a la búsqueda de poseer un bien ya y de cualquier modo. La manera en que se hacen cumplir las normas es por la convicción que emana de ellas y a la vez estas son claras, lógicas y se establecen de mutuo acuerdo.

Los padres que siguen este estilo estimulan la independencia creciente de sus hijos dándoles responsabilidades adecuadas a su edad, reconocen sus derechos y los respetan como personas. En este estilo lo importante es la relación misma en búsqueda permanente de hacerla cada vez más trasparente, honda y no tanto el papel que desempeña cada uno. La comunicación es el "aire familiar" en donde se respira la confianza, la escucha garantizada y se tiene en cuenta todo lo que acontece. Nuestra experiencia nos dice que muchos jóvenes se drogan porque quieren, de cualquier modo, tener algún tipo de comunicación con sus padres. Es un pedido de auxilio sin gritos, haciendo algo que los destruye pero que lleva un mensaje: el anhelo de estar conectado con sus padres.

Señalamos ahora algunas características fundamentales para que ustedes mismos puedan autoevaluarse en lo personal y como pareja. Estamos seguros que también viven ustedes algunas de ellas. ¿Cuáles de estas se dan entre ustedes con mayor claridad? ¿Cuáles deben potenciar? Puede servir para hacer un primer diagnóstico acerca de la comunicación familiar. Les proponemos que se pongan una nota de 1 a 10.

1.- Aceptan a sus hijos incondicionalmente

2.- Los comprenden y los apoyan en sus iniciativas.

3.- Hacen ver a sus hijos que son dignos de su confianza

4.- Razonan las normas establecidas y dan a conocer las razones de las decisiones.

5.- No imponen el poder; están abiertos a la negociación

6.- Utilizan más tiempo para compartir actividades con sus hijos

7.- No evitan sus responsabilidades.

8.- Se relacionan cálidamente con ellos

9.- Expresan alabanzas con frecuencia; sus críticas son constructivas.

10.- Delegan responsabilidades en sus hijos adecuadas a la edad y se las hacen cumplir

11.- Respetan la intimidad de sus hijos

12.- Reconocen sus propios errores y aceptan su parte de culpa en los problemas.

13.- Se preocupan de estar al día en los temas que les inquietan o son de interés de sus hijos.

14.-Participan del ámbito escolar y otros lugares para ocupar el tiempo libre junto con sus hijos.

15.- Enseñan a través del ejemplo.

3.- La comunicación familiar

Ha llegado el momento de abordar el tema central de este capítulo y del libro. Una adecuada comunicación entre los miembros de una familia no sólo es la acción preventiva más adecuada sino que inaugura posibilidades sorprendentes para llevar adelante, tanto para ustedes como para sus hijos, una vida madura y feliz.

Etimológicamente "comunicación" proviene del latín "communis": al comunicarme intento establecer una "comunidad" con alguien, compartir una idea, un sentimiento, una actitud.

Son muchas las familias que pasan por la experiencia de ir dejando de lado, paulatinamente, la comunicación.

La comunicación facilita la madurez y la seguridad, a la vez que sirve para acercar a los miembros de una familia ya que se comparte la vida interior, se discuten y escuchan diferentes puntos de vista que enriquecen a todos y se vive el desafío de revelar, cada vez más, de modo gratuito, los espacios más hondos de cada existencia.

Entre personas que conviven en un mismo hogar, la comunicación unas veces será relajada; en horas de descanso tras una jornada intensa se dialoga para pasar el rato. Otras veces la comunicación es solo información, comentar lo que nos ha sucedido a lo largo del día, experiencias, sucesos, anécdotas con otros y de otros. De muy diversas maneras la familia va encontrando su peculiar modo de entender la vida: opiniones de unos y otros, gustos, formas de ser y sus contrastes, conducen a un modo original de convivencia y de solucionar sus problemas.

Para empezar a profundizar veamos primero en qué consiste la comunicación y qué dimensiones involucra.

3.1.- Participantes de la comunicación (personas y modos)

Estamos hablando de la comunicación en el contexto de la familia. Por lo tanto tendremos siempre:

1.- Un emisor/es: el o los que dicen algo y envían el mensaje

2.- Un receptor/es: el o los que reciben el mensaje y lo interpretan

3.- Código: signos y reglas a través de los cuales se envía y se interpreta el mensaje.

4.- Mensaje: lo que se quiere decir y cómo se lo dice

5.- Canal: el medio por el cual se trasmite

6.- Contexto e interferencias: lugar de la comunicación y factores internos y externos que favorecen la comunicación o la dificultan.

Para simplificar asumimos como más frecuente que el emisor y el receptor son personas individualmente consideradas, aunque ustedes mismos podrán cerciorarse que, mientras la mayoría de las veces para una buena comunicación el emisor es uno, muchas veces el receptor pueden ser, y de hecho, son varios.

Una de las claves de cualquier comunicación es que se establezca una auténtica reciprocidad. Un clima familiar es problemático o distendido según sean las relaciones de reciprocidad.

Cuando la comunicación es ágil y habitual en una familia puede ser que tenga incluso sus propios códigos y que éstos se revelen en algunas circunstancias. Es una regla que cuanto mayor número de códigos existen en una familia, mayor es su nivel de identidad e integración familiar.

El mensaje es siempre el corazón de la comunicación. Como tal no basta con expresar un contenido determinado (lo que se dice) sino también la manera en que se dice (el cómo se dice). Aquí es donde se da normalmente el mayor equívoco: una familia puede estar muy "informada", todos los miembros hacen saber a los otros lo que han hecho cada día, pero lo expresan justamente como un informativo. Allí hay contenido pero es un diálogo con un nivel de comunicación muy bajo y muy vago en donde no se comparten sentimientos….y si esto acontece, la comunicación permanece en la periferia de nosotros mismos. La mayoría de los padres que vienen a nosotros manifiestan su constante preocupación porque sus hijos no les dicen nada, no se comunican cuando ellos les preguntan. Suele suceder que los padres buscan información. Esta es la base de cualquier comunicación pero no es suficiente. Un niño o un hijo adolescente necesitarán niveles de comunicación mucho más profundos.

Los canales suelen ser muy variados y en la comunicación familiar hay que tenerlos en cuenta a todos: hablar, escribir, gestos, silencios, miradas, posturas, etc. Todo "habla" a través de su lenguaje propio.

3.2.- Lo que involucra la comunicación

Les proponemos un criterio muy sencillo que sirve para evaluar el nivel y profundidad de la comunicación familiar existente entre ustedes: cuántas más dimensiones de la persona están presentes en el momento del diálogo mayor es la comunicación.

Nos explicamos: en la comunicación es tan importante el contenido verbal como el no verbal. Si cualquiera de ustedes en su familia se dedica a observar un momento de conversación, sin oír lo que se está diciendo, muy fácilmente podrá saber si están discutiendo, negociando, ordenando, regañando o simplemente manteniendo una conversación donde se intercambian opiniones. Según como se relacione una familia se favorecerán unas expresiones más que otras: más sonrisas, más caricias, más proximidad al hablar….todos estos rasgos y gestos se aprenden; cada uno aprende a mostrar o a encubrir sus emociones y sentimientos.

La comunicación no verbal consta de muchos elementos. Decimos los más importantes. Al hacerlos conscientes, podemos asegurar una buena comunicación:

1.- La mirada: Es una de las señales más importantes. Todos necesitamos que se nos mire a la cara. El no cruzar las miradas puede indicar falta de atención, vergüenza, recelo. No mirar a otro puede significar también indiferencia, no considerarlo como otro, distinto, lo suficientemente igual y valioso como para ser tenido en cuenta. Uno de los mayores problemas actuales es la poca gente que mira a los ojos revelando atención, ternura, cuidado. Los jóvenes, hasta hace muy poco, utilizaban una expresión contundente: "me cortaste el rostro". Es decir, te resulté indiferente, no me consideraste como un igual, valioso, como persona. Volveremos sobre esto al final del libro.

2.- La expresión de la cara: muchas veces la expresión de la cara no coincide con la verbal. Aquí surgen los malos entendidos y las confusiones en la interpretación de los mensajes. La expresión de la cara reafirma el contenido de un mensaje.

Hay personas que pueden llegar a ser muy cínicas e incluso perturbadoras. El rostro puede expresar algo que en realidad no sentimos o vivimos. Puede ser una careta, intercambiable cada vez según lo reclamen las apariencias.

3.- El tono de voz: Hablar de modo monótono, aburrido, irritado, hará que lo que se diga, por muy interesante que sea, pase desapercibido. Es importante aprender a controlarlo y modularlo ya que suele variar mucho según el estado de ánimo en que uno se encuentra. ¿Se pusieron a pensar alguna vez cuál es el tono de voz que usan con más frecuencia y por qué? ¡Pregúntenles a sus hijos! Valdría la pena preguntar acerca de cada una de estas expresiones no verbales. Puede ser una buena ocasión para entablar un diálogo….y reírse unos de otros.

4.-Gesticulación: Normalmente los gestos acompañan el mensaje que hacemos llegar a través de nuestras palabras. Es bueno que no sean agresivos ni abrumadores, ni tampoco monótonos y mejor que indiquen tranquilidad, calma y calidez en el diálogo. La mayoría de nosotros somos latinos y se nos reconoce porque "hablamos con las manos", nos movemos mucho. Esto puede implicar una gran riqueza expresiva y favorecer la comunicación.

5.- La postura: Puede indicar relajación, tensión, deseos de aproximación, timidez, inseguridad, deseos de huida.

El hecho de no hablar no significa que no hay comunicación. Muchas veces un signo de comunicación profunda consiste apenas en mirarse largamente en silencio, actitud de gran belleza, frecuente entre las personas que se aman. Además, la interpretación adecuada del mensaje depende muchas veces del contenido no verbal.

Cuando hablamos tendemos a transmitir los contenidos informativos. En cambio la comunicación no verbal trasmite los sentimientos y las emociones. Una de las dificultades mayores en la comunicación entre padres e hijos es aprender a comunicarse mutuamente sentimientos. La gran mayoría de las familias no tienen experiencia en esto y no saben cómo hacerlo. Más adelante les daremos algunas pautas para ejercitarse. Pero así y todo, compartir los sentimientos, aunque ya es bastante, no es suficiente para alcanzar altos grados de madurez en la comunicación: también es necesario aprender a hablar, hacer palabra esos sentimientos. También les daremos indicaciones para ayudarles en este difícil pero maravilloso aprendizaje de comunicar lo que vivimos, lo que sentimos.

Ahora es importante presentar las barreras más comunes que hacen fracasar los mejores intentos de comunicación. Una vez más, les sugerimos estar atentos para evaluar si ustedes se reconocen en algunas de estas dificultades para luego ver el modo de corregirlas.

4.- Barreras en la comunicación

Existen algunas actitudes que minan la capacidad para dialogar y comunicarse. Son estas las más comunes:

1.- Expresión desconectada: estar haciendo "dos cosas a la vez" cuando dialogamos entre la pareja o con nuestros hijos. Esto hace sentir a cualquiera de ellos en inferioridad de condiciones respecto de la "otra cosa" que absorbe nuestra atención. Puede suceder esto cuando estamos apurados, nos estamos vistiendo o arreglando papeles de último momento. Si esto es inevitable conviene posponer la conversación. Si no es posible o conveniente hay que hacer muy dinámico el diálogo a través de preguntas de tal modo que quien habla con nosotros sienta que recibe nuestra atención.

2.- Adivinar el pensamiento: Muchas veces suponemos lo que nos vienen a decir. ¡Y además lo decimos! Es bueno que quien nos viene a dar su mensaje lo pueda hacer y reciba de nosotros nuestra atención. Cualquier padre, simplemente por su edad, sabe mucho más que sus hijos. Pero no sucederá lo mismo en la adolescencia. Sus hijos no recurren a ustedes por la información que tengan para darles sino por el amor que les expresan, la atención que son capaces de ofrecerles.

3.- Hablar negativamente: Es cuando expresamos comentarios o utilizamos expresiones negativas de los demás. Es frecuente que cuando no hay nada importante para comunicarse rápidamente apelamos a hablar de otras cosas o de otras personas. Un modo de evaluar el contenido de nuestra comunicación es verificar cuánto de lo que hablamos lo hacemos de nosotros mismos. No es raro que al hablar siempre de los otros se caiga en prejuzgar, dejarse llevar por las apariencias y cuándo no, en la murmuración y hasta en la difamación. Esto es aún más grave cuando de quien hablamos es otro miembro de la familia con quien podríamos comunicarnos directamente. ¿Cuánto hablan de ustedes mismos? ¿Cuánto de ello con sus hijos?

4.- Evitar temas de conversación: muchas veces nosotros, los padres, evitamos algunos temas por miedo, inseguridad o por falso escrúpulo de violar la intimidad propia o la de los hijos. Actitudes así son cómodas, huyen del conflicto, evitan que el otro se revele. No hacen más que posponer y agravar los problemas de comunicación.

5.- No dar nunca la razón al otro: supone que la comunicación no es de "ida y vuelta" sino unidireccional porque la verdad mana desde uno de los participantes. Los padres que van al diálogo con esta actitud evitan comunicarse y no dan posibilidad a los hijos de aportar su cuota de verdad.

6.- Desviar el tema: Muchos padres, por miedo e inseguridad, introducen otros temas de conversación que impiden profundizar en el que se está tratando. No es raro que, si la conversación se enciende, intervengan factores del pasado que dificulten aún más la comunicación. Cuando quedan temas pendientes que no se han solucionado adecuadamente, es común que ante una ocasión cualquiera, suelen reaparecer con otros que no tienen que ver con lo que se está tratando. ¿Son conscientes de "las facturas" que a veces se pasan en la pareja o le pasan a sus hijos?

7.- Afirmaciones dogmáticas o radicales: Cuando utilizamos expresiones como "siempre" o "nunca", "todo o nada" "blanco o negro" estamos negándole a alguno de nuestros hijos la posibilidad de que ofrezcan todos los matices de los grises que suele tener la vida.

8.- Responder de modo insuficiente: No responder a todo lo que se pregunta; responder con monosílabos dificultando la conversación.

9.- Interrumpir: intervenir cuando el otro está hablando sin respetar su turno de palabra. Esto es una de las cosas más comunes y nocivas de lo que llamamos comunicación. Cuando esto ocurre con frecuencia damos señales de que no escuchamos al otro. La intervención del otro no es ocasión para recibirlo realmente y dejarnos afectar por él sino sólo para hacer una pausa en la propia argumentación.

10.- Hablar menos de lo razonable: Muchas veces, padres e hijos, permanecen pasivos en las conversaciones sin opinar, ni preguntar, disertar o asentir. Algunos de nosotros solemos resguardarnos en que somos así temperamentalmente. Si así es debemos trabajar para superarlo. Los demás sabrán distinguir siempre una personalidad que le cuesta expresarse, pero que lo intenta de verdad, a aquella otra que se esconde detrás de su supuesta impotencia.

11.- Déficit en el lenguaje positivo: Con mucha frecuencia omitimos alabanzas o no decimos cosas agradables sobre lo que nuestros hijos dicen o hacen. Sin caer en la adulación es bueno acostumbrarse a saber reconocer sus esfuerzos y sus luchas. Es el modo más sencillo de que nuestros hijos se sientan afianzados y valorados por nosotros. La gran mayoría de los jóvenes que hemos ayudado en su recuperación han vivido este déficit y eso ha contribuido a sentirse desvalorizados.

Ahora vamos a presentarles una serie de características fundamentales que debiera tener el diálogo y la comunicación con nuestros hijos. Una vez más los invitamos a ver cuáles de ellas ya se dan entre ustedes, cómo poder mejorarlas y cuáles aún no se dan.

5.- Pautas para una buena comunicación con sus hijos.

1.- Conecten con su hijo

Un primer obstáculo que hay que tratar de sortear es que nos ganen los temores o los prejuicios ante cualquier diálogo. Lo primero y principal es tener la intención, hacer el esfuerzo de estar conectados con nuestros hijos, en lo que dicen, en lo que verdaderamente quieren decirnos más allá de sus palabras, en lo que siente, en lo que están necesitando de nosotros, en lo que sufren y buscan. Cuanto más pongamos por delante lo que sentimos positivamente por nuestros hijos tanto mayor será nuestra disposición para recibir y hará que la comunicación se convierta en un gratificante ida y vuelta.

No siempre es atinado ante una consulta, un problema, una situación de conflicto, ir directamente a la búsqueda de soluciones o dar consejos. Nunca insistiremos lo suficiente: lo primero que un hijo o hija busca en nosotros es que lo comprendamos y nos dejemos afectar por sus sentimientos.

Hay que ser sensibles ante cualquier señal. Siempre es conveniente ser delicado ya que intentar conocer sus necesidades nunca es una tarea fácil. A veces lo padres suelen estar demasiado ocupados o preocupados con sus problemas y no consiguen reconocer los deseos y las necesidades de sus hijos, no suelen prestar o, mejor dicho, ofrecer el tiempo suficiente para escuchar y observar qué es lo que sus hijos reclaman. Los padres de Matías trabajaban en el negocio todo el día. Pasaban días enteros en que no se veían. "Yo no necesitaba la plata. Los necesitaba al lado mío. Quería que estuvieran conmigo". Matías pudo decírselos un día. Él sentía que casi nunca habían tenido en cuenta lo que realmente necesitaba.

Una forma de ejercitarse en la "conexión" con su hijo o hija es empatizar con ellos: se trata de ponerse en el lugar del otro. Implica preguntarse ¿qué es lo que siente? ¿Por qué? ¿Qué circunstancias le están provocando esto…etc.? Esto les permitirá entender gestos y actitudes de sus hijos que, sin la adecuada información, pueden dar lugar a equívocos y a interpretaciones erróneas.

Muchos padres se sorprenden de los buenos resultados que trae el ejercitar la empatía en la comunicación y descubren lo comprensivo que puede llegar a ser un adolescente cuando sabe que su comunicación no va a caer en saco roto.

2.- Den señales de escucha

Saber escuchar es tan importante como hablar. En realidad según nuestra experiencia las personas suelen tener dificultades para expresarse pero más las tienen para escuchar. En la actualidad el mayor déficit en la comunicación es justamente saber escuchar. Para saberlo hay que aprenderlo y esto se hace ejercitándose. Una de las actividades que les hacemos realizar a los padres e hijos que se acercan a nosotros en una fase del tratamiento consiste justamente en ayudarles a estar atentos mutuamente. Los ayudamos a que se ejerciten en la escucha mutua, a saber recibir lo que el otro dice, piensa y siente.

Un padre, una madre que escuchan es la mejor garantía para una buena comunicación. Quienes escuchan se animan a dejarse afectar por los mensajes y los sentimientos y las emociones que ese mensaje contienen. Son aquellos que van aprendiendo a dar lugar al otro, lo dejan ser, permiten que se exprese. Encontrarse con alguien que escucha nos hace sentir verdaderamente valiosos, nos hace ser personas. Quien se siente escuchado es como que puede prolongar en otro los secretos de su corazón: secretos que pueden implicar alaridos de dolor, de miedo e inseguridad, o ruidos que nos sumergen en la incertidumbre. Al sentirnos escuchados podemos encontrar con quien expresar nuestra angustia y que nos ayude a interpretar lo que nos pasa. Eso es lo que necesitan sobre todo nuestros hijos adolescentes: encontrar quien los escuche más que quien les diga lo qué tienen que hacer y cómo hacerlo.

Para dar señales de escucha hay algunas técnicas que pueden ayudar:

2.1.- La clarificación: Es preguntar sobre lo dicho, no tanto para buscar precisión como para revelar nuestra atención. Son preguntas enunciadas como ¿Querés decir que…? ¿Estás diciendo que…?

2.2.- Repetición del mensaje: en medio de una conversación, sobre todo en las que interviene el miedo y la vergüenza muchas veces el mensaje queda perdido en medio de estas emociones. Viene bien en estos casos decir por ejemplo: "Dejame ver si te sigo: estás queriendo pedir que….." Muchas veces utilizamos estas expresiones con ironía y mofa preanunciando no solo nuestra negativa sino también buscando descolocar al otro considerando lo que dice, piensa o pide, como ridículo. Obviamente no lo proponemos en este sentido.

2.3.- Reflejo: se refiere a expresar el mismo mensaje o los mismos sentimientos de quien nos está hablando. Esto refuerza el momento comunicativo. Por ejemplo cuando un padre le dice a su hijo: "entiendo que esta situación te da miedo. En tu caso me pasaría igual". En esta situación no sólo su hija o hijo saben que usted recibió el mensaje sino que se apropió y compartió sus sentimientos. Por ejemplo para Omar, iniciarse en la droga era una forma de sentirse escuchado y comprendido por otros. El sentía que sus padres nunca se habían puesto en su lugar. Con la droga trataba de llenar el vacío de no tenerlos.

3.- No interrumpan a su hijo mientras está hablando

Ya hemos dicho que es una de las actitudes más frecuentes y de las más nocivas para la comunicación. Ni siquiera solemos siquiera darnos cuenta de ello y, cuando nos lo hacen notar o caemos en la cuenta, nos escudamos en que así es nuestra manera de ser. También lo decíamos más arriba: el medio es el mensaje. Si no nos vamos a autocontrolar no podemos exigirles a nuestros hijos que lo hagan. Ellos a diario toman examen sobre estos aspectos y llegada la adolescencia somos probados adrede en nuestra capacidad de escucha, autocontrol, etc.

Es conveniente no expresar sus ideas mientras su hijo no haya dejado de hablar. Piensen primero en lo que éste les ha dicho. Eviten decir lo primero que les venga a la cabeza. Además, cuando escuchen, den respuestas no verbales que manifiesten que siguen su discurso y que intentan entenderlo y no que están preparando su próxima intervención. Por ejemplo Santiago siempre sintió que en su familia todas las conversaciones terminaban porque él tenía que callarse la boca. Pasó mucho tiempo y mucho dolor hasta que pudo dialogar verdaderamente con sus padres y decirles esto que siempre había sentido.

4.- Anímense a preguntar pero no interroguen.

Muchas veces nuestros hijos dicen apenas una parte de todo lo que realmente quisieran o necesitarían trasmitirnos. Ellos desearían que nos animemos a preguntarles para que ellos mismos puedan proseguir con mayor confianza. Es como ir tanteando. ¡Cualquiera de nosotros hace lo mismo cuando tiene que comunicar algo difícil! Una pregunta delicada puede tener un efecto muy positivo. Sin embargo, una pregunta mal planteada puede parecer el comienzo de una indagación que, en lugar de dar protagonismo a quien nos habla, sea ocasión para que aparezcan nuestros miedos y prejuicios. Todas aquellas cosas que pueden parecer el comienzo de un interrogatorio suelen provocar que se interrumpa la comunicación. Cuando nos sentimos interrogados puede que experimentemos que se pone en tela de juicio nuestra honestidad, capacidad, etc.

Apliquemos esta cuestión respecto del consumo de drogas. Posiblemente alguno de ustedes dude acerca de si su hijo o hija está consumiendo. Es deseable que pregunten directamente a sus hijos. Pero si lo van a vivir como un interrogatorio lo que podía ser la ocasión para dialogar a fondo, e incluso para revelar cosas importantes, se convierte en un fracaso que puede tener consecuencias más graves para el futuro. Algunos adolescentes experimentan muchas veces que las preguntas son para escudriñar en la propia intimidad.

Pero, si después de un interrogatorio acerca del eventual consumo de drogas quedan ustedes insatisfechos, entonces hay que actuar con decisión. Cuando está en juego un valor importante o la vida de nuestros hijos, los padres deben ejercer su autoridad y tomar cartas en el asunto. Deben buscar señales que revelen si su hijo o hija consumen o no. Habrá que registrar la ropa, sus libros, su cama. No lean sus cosas personales. Remítanse sólo a la búsqueda de droga. Si la hallan dialoguen cuanto antes con él o con ella. Sucede con mucha frecuencia que por miedo, comodidad, huida del conflicto y hasta negación los padres eviten saber la verdad y pierden días y hasta meses preciosos para detener y encauzar la adicción de sus hijos. Muchos padres, incluso, dejan la droga en el mismo lugar que la encontraron como si nada hubiera pasado. Lucía P. nos contó, como muchos otros, que ella deseaba en el fondo de su corazón que sus padres se dieran cuenta que estaba consumiendo droga.

5.- Sean siempre respetuosos

Aquí, una vez más, es necesario tener en cuenta la empatía, es decir, aprender a ponerse en el lugar del otro. No todas las personas tienen la misma sensibilidad y lo que a ustedes no les molesta puede irritar a alguno de sus hijos. Así como normalmente la mayoría de las personas tiene un trato respetuoso con aquellas otras que les resultan desconocidas, así también suele darse con cierta frecuencia que los padres se comportan con sus hijos con poca delicadeza. Muchas veces el trato diario con las personas más cercanas les hace olvidar las normas de cortesía más elementales.

Además, en la etapa de la adolescencia de sus hijos, tendrán que ejercitarse en la práctica de respetar sus opiniones y puntos de vista aunque entren en conflicto con los suyos. Jerónimo F., fue muchas veces duramente maltratado, incluso físicamente. En un momento del tratamiento pudo decirnos que estaba tan acostumbrado a que no lo respeten, a que lo lastimen, que le daba igual castigarse con la droga. Al menos al principio le daba placer y se podía olvidar de todo. Con la droga trataba de anestesiar la impotencia, la vergüenza, el miedo y la soledad que sentía.

6.- Traten de elegir el lugar y momento oportuno

Muchas veces no se da importancia al tiempo y al espacio para llevar adelante un buen diálogo. Querer dialogar en un lugar o en un momento inoportuno no sólo puede hacer muy difícil la comunicación sino provocar roces y desinteligencias allí donde no tiene por qué haberlas.

Si quiere comunicar a su hijo que le agradaría que termine la tarea encomendada no espere a decírselo cuando está por salir; tampoco es adecuado hacer una reprimenda delante de otros hermanos y mucho menos delante de sus amigos. Si no elige el momento oportuno no sólo no logrará ser escuchado sino que tampoco alcanzará el objetivo propuesto. Lo más probable es que agregue interferencia a la comunicación.

Estén atentos a discernir cuál es el momento oportuno y el lugar adecuado: esperen a terminar la tarea, aprovechen cualquier charla habitual para introducir sus peticiones. Si no hay posibilidad de hacerlo de modo habitual o no se ve con claridad cómo y cuándo dialogar hay que comentar el deseo de comunicación diciendo por ejemplo: "María cuando termines con eso me gustaría comentarte un par de cosas".

Si alguno de sus hijos les pide hablar y ustedes no pueden atenderle correctamente en ese instante, expliquen el motivo y concreten otro momento para hacerlo.

Es importante buscar la manera de charlar diariamente aunque parezcan muchas veces cuestiones triviales. El hábito de la comunicación no reclama hacerlo todo el tiempo desde lo más profundo. Cien pequeños momentos triviales preparan un encuentro profundo. La ausencia de cien de ellos lo hace casi imposible.

Traten de que su hijo o hija hable todo lo que necesite. También es importante que durante el diálogo no conviertan la conversación en un monólogo.

7.- Expresen sus sentimientos

Uno de los aspectos que resulta más difícil comunicar es el universo de nuestros sentimientos. La cultura contemporánea nos induce más bien a ocultarlos. Hay decenas de dichos en nuestra lengua que revelan que expresar lo que sentimos no está culturalmente aceptado. Esto va en grave desmedro de una auténtica comunicación. Frases como "los hombres no lloran" "eres un sentimental"…nos inhiben de expresar dimensiones profundas de lo que vivimos.

Muchas personas consideran que hay que esconder los sentimientos. El mero hecho de que alguien quiera saber qué es lo que sentimos, asusta. Si es esta la actitud de ustedes no es raro que cualquiera de sus hijos piense que sentirse mal y reflejarlo es algo que no conviene hacer ya que provoca miedos, incertidumbre y no es socialmente aceptable. Los sentimientos no son ni buenos ni malos, hay que aprender a aceptarlos como tales. Sí es problemático cuando decidimos encerrarlos con doble llave en lo profundo del corazón y rehusamos darlos a conocer. Los sentimientos que no somos capaces de decirnos a nosotros mismos y que decidimos no exponer de ningún modo a los demás, erosionan nuestro corazón y lo llenan de miedos. De esta manera no hacemos otra cosa que dejarnos influir desmesuradamente por ellos.

Una forma fácil de empezar a expresar los sentimientos, si es que todavía no lo hacen, es cambiar el "yo pienso, opino, creo" por el "yo siento".

No se trata por tanto de reprimir los sentimientos, sino de aprender a expresarlos de la forma más productiva posible y a manifestarlos.

Junto con lo anterior es formidable aprender a volver sobre ellos y conversar sobre ellos. No basta con tomar contacto con lo que sentimos y decirlo. También es necesario poder expresar lo que nos suscita y provoca.

Por ello, para cualquier comunicación que se precie de serlo, aprendan y enseñen a expresar los sentimientos de una manera adecuada y animen al resto de la familia a hacer lo mismo.

Una de las finalidades de la comunicación es ciertamente la satisfacción mutua en las relaciones personales. La declaración de los deseos es la vía más sencilla para conseguirlo. Cuando nuestro diálogo se vuelve informativo nos alejamos de lo que acontece en el interior de nuestro corazón; cuando nuestra comunicación se limita a dar cuenta de lo que hicimos, todo ello no involucra nuestra interioridad y esta pude permanecer por largo tiempo sin revelarse. Incluso existe una graduación en la que nos vamos animando a desnudar cada vez más y haciendo el diálogo más profundo y a la vez más gratuito, propio de los amigos o de los que se aman.

8.- Sean sinceros

Es cierto que expresar los sentimientos no puede hacerse de cualquier manera. Dependerá mucho de la edad de nuestros hijos como para que ustedes mismos se arriesguen a compartirlos. Incluso el hecho de expresar lo que se piensa y siente sin restricciones y sin pensar en las consecuencias, puede ser contraproducente y generador de nuevos conflictos.

Pero si ustedes quieren que sean sinceros con ustedes deben serlo primero. Y hay que correr algunos riesgos. Incluso si desean o creen que su hijo está necesitando confiarle algo difícil o doloroso es posible que lo haga si ustedes se animan a contarle alguna confidencia acorde a su edad y circunstancias. Lo que le dijo Juan H., a su padre: "Te quiero conocer. Necesito saber de vos. Necesito aprender muchas cosas de vos. Que me cuentes algo tuyo. Hoy es el día en que podemos empezar a hacerlo".

9.- Establezcan reglas de común acuerdo

Una de las situaciones que más altera la relación entre padres e hijos es sin duda la de tener que marcar reglas para la buena marcha de toda la familia.

Es especialmente en la etapa de la adolescencia de nuestros hijos cuando la definición de reglas adquiere una significación especial. Hay que comprender que ellos quieren y deben empezar a tomar sus propias decisiones. Debemos tener paciencia y comprender que su oposición y sus errores forman parte del proceso de maduración hacia la adquisición de la autonomía plena.

La autoridad y la disciplina deben estar basadas siempre en la fuerza de la razón. Cuando se toma una decisión, sobre todo si está en el marco de lo acordado, hay que saberla mantener y ser coherente. No exijan a su hijo más de lo que sea capaz de hacer. Entiendan siempre que, lo quieran o no, son su modelo. Aquí tenemos otras de las constantes con la que nos encontramos en el trabajo con jóvenes adictos y sus padres: muchos no han llegado a niveles de comunicación en el que pudieran ponerse de acuerdo en pautas comunes que sean respetadas por unos y otros.

Hagan que sus hijos participen en el proceso de toma de decisiones; si él o ella se siente implicado, quizá consiga que cumpla lo que antes no hacía. No intenten conseguirlo todo en un día. Que nada los lleve a darse por vencidos.

Recuerden que sus hijos se encuentran en una etapa muy importante de su desarrollo y es aquí cuando más les va a hacer falta su afecto y apoyo. Sus hijos necesitan sentirse amados, ser aceptados en el momento que están viviendo, saberse protagonistas. Cada uno debe percibir que él es importante para la familia y que necesita sentirse a gusto e integrado.

10.- Promuevan sus capacidades

La comunicación que ustedes vayan teniendo con sus hijos debe servir también para que descubran en ellos cuáles son sus dones y capacidades. Ustedes son los primeros pedagogos de sus hijos. Desde los primeros meses tienen que estar atentos a las características de su personalidad y a las habilidades que van revelando. Si descubren una importante, promuévanla con la adecuada capacitación. Pero no se queden con una sola. Su hijo o hija tiene muchos dones para cultivar. Un adolescente que se conecta con sus capacidades y vive la satisfacción de poder desarrollarlas, difícilmente recurra al consumo de drogas.

El ejercicio de cualquier deporte es clave. Deberíamos escribir un capítulo entero para señalar su importancia en la prevención de cualquier adicción. Pocas cosas son tan sanas como la actividad física. Desde niños todos debiéramos desarrollar alguna destreza que nos vincule de modo sano con nuestro cuerpo, con el buen uso del tiempo libre, con la creación y con otros niños y adolescentes que desarrollan la misma actividad. Una vez más es importante decir que es muy bueno que los padres participen, de algún modo, en las actividades recreativas de sus hijos.

11.- hablen con sus hijos de las drogas.

Les sugerimos que hablen sobre el consumo de drogas. Pero deben hablar con ellos de todo lo que puede ser una amenaza para su salud y su proceso de maduración.

Muchos padres temen no saber afrontar correctamente la nueva independencia de sus hijos ya que les asusta perder el control de sus hijos y que estos se rebelen. Ante estos temores pueden tomarse medidas muy restrictivas que no harán sino ahogar los intentos de autoafirmación de sus hijos.

Por ello les ofrecemos esta serie de pautas para abordar el difícil tema del consumo de las drogas:

1.- Eviten sentirse que "están abriendo un paraguas antes de que llueva". Como en muchos otros temas es mejor prevenir que curar.

2.- Bajo cualquier circunstancia no eviten ustedes el tema. Si necesitan tiempo para sentirse más seguros o recabar mayor información, pospongan la conversación, pero no por mucho tiempo.

3.- Hablen de este tema como de cualquier otro importante para la educación de su hijo. No esperen a la adolescencia para hacerlo. Se comienza con el consumo de drogas a edades cada vez más tempranas. Nunca digan que "este es un tema para hablar cuando seas grande"…..ni siquiera a un hijo de cinco años.

4.- No se olviden que las drogas estarán siempre allí y ustedes han de hacer todo lo posible para que sus hijos aprendan a convivir con ellas de manera saludable.

5.- Estén informados acerca de las drogas y sus consecuencias (tipos de drogas, factores de riesgo, efectos a corto y mediano plazo… ¡Ojalá este libro les esté sirviendo para esto!). En este sentido es clave adelantarse a la información que van a recibir sus hijos a través del grupo de pares. No se trata sólo de sensibilizar; hay que saber dar respuesta a las curiosidades, preguntas, inquietudes y necesidades que sus hijos pueden plantear.

6.- Eviten dar como mensaje de prevención el miedo. El miedo es algo que invita a ser superado. Muchos adolescentes tienden a plasmar su espíritu de aventura y a realizar transgresiones propias de la edad. Su mensaje siempre tiene que llevar a razonar, a ayudar a ejercer la libertad con responsabilidad, a educar para la vida sana y feliz.

7.- No se olviden de escuchar a sus hijos sin hacer juicios sobre sus comentarios, sin interrumpir. Si ellos ofrecen argumentos respondan con otros. Traten de no aplicar la autoridad porque ella alcanza hasta que sus hijos salen de su casa.

8.- Contextúen el hablar de las drogas en un marco más amplio que busque potenciar las actitudes, los valores y los estilos de vida saludables, actuando como modelo de los mismos.

9.- Den un ejemplo claro de autocontrol a sus hijos. Si alguno de ustedes fuma o bebe alcohol reconózcalo como una deficiencia y llame la atención sobre las dificultades para transformar una conducta adictiva que se lamenta tener.

12.- Estén alertas

Todo lo dicho hasta aquí es importante. Pero no suficiente. Ya lo hemos dicho y volveremos sobre ello en las páginas que siguen: hay que estar atentos.

Hay momentos de la adolescencia que son difíciles. Ya dijimos también que la adicción a las drogas es una enfermedad absolutamente predecible. Si ustedes ven en alguno de sus hijos alguno de estos comportamientos, redoblen la atención:

– bajo rendimiento escolar

– aislamiento y encierro

– cambios en los hábitos de sueño

– hiperactividad e irritación

– disminución en la alimentación sin motivo

-cambios de conducta: mentiras recurrentes, desatención en las responsabilidades asumidas, dispersión significativa, ausencias inesperadas.

Partes: 1, 2, 3
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