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Andando por ciertas lecturas



  1. El infinito rumor del agua
  2. Evocación
  3. La visita de la Infanta
  4. La novela de mi vida
  5. Las nubes en el agua
  6. La lengua impregnada
  7. Ritual del necio
  8. La catedral de los negros
  9. Allá ellos
  10. Una pica en Flandes

El infinito rumor del agua

(2007), de Amaury Pérez Vidal

Querida amiga María Antonieta.

Ahí te va el libro que te prometí, de Jorge Fornet, por concepto de "préstamo". Es un texto de consulta, por eso está todo marcado. En los últimos días he recurrido a él con frecuencia. Con ese ensayo se puede entrar al siglo XXI; constituye un resumen para que te actualices a plenitud en lo que estamos viviendo ya. (1)

Tus dudas sobre el realismo sucio (que se inserta también en la literatura del desencanto) las puedes eliminar en la última parte del libro, pero te recomiendo que lo leas y estudies completo: es un texto muy bien argumentado y como especialista te servirá. Espero que me lo devuelvas tan pronto lo termines de leer.

En cuanto al libro que me prestaste, El infinito rumor del agua (2007), de Amaury Pérez, ¿qué te puedo decir?… Primero, la historia que narra, de amistad y amor, es agradable; te atrapa de inmediato y, para ti, debe tener un valor singular: siempre se siente cierto cariño por los autógrafos. Segundo: si la extrapoláramos a una pintura sobre lienzo o al óleo, disfrutaríamos de una obra bien proporcionada, cuyo equilibrio se enfatiza en el espejo del agua. Diría más: hay un trabajo magnífico con los pinceles en determinadas zonas. Las líneas estructurales son tan evidentes que determinan un sistema de fondo simple y figura compleja. El problema opera en las líneas expresivas… Pero retornemos al discurso literario, donde esas líneas expresivas figuran en tanto soporte del enunciado, o como el instrumento que emplea Amaury para expresarse, lo cual deviene al final en estilo "personal". Una firme historia articulada con un instrumental impropio que, por supuesto, yo supongo involuntariamente empleado.

Te explico. La novela se percibe seductora, con un contenido interesante. Te saca de la moda del discurso literario universal: la droga, la violencia, el sexo, el suspenso; te saca de Padura, de Chavarría, de la llamada novela-rio. Es un texto sencillo, digerible para un consumidor poco exigente, ameno y lineal, sin artilugios, ni recovecos, ni metatranca como decimos los cubanos de cierta "hiperespecialización" del lenguaje (ciertas mañas de la erudición) o vanidad. Te saca también de la literatura del desencanto, donde se articula el realismo sucio o escatológico de fines del siglo XX (tú que investigas sobre ese fenómeno aún reciente).

Amaury inserta bien la estrofa poética en el texto en prosa, aunque (siempre hay un aunque) esas dos primeras cuartetas (p. 51) son de Carilda Oliver Labra: se parecen más al "Me desordeno, amor, me desordeno…", de Carilda, que al "Acuérdate de abril, recuerda…" del propio Amaury, por encima de la clasificación norteamericana que le señala Marilyn Bobes. Mayor acierto logra el soneto "A Wolfgang, que sabe demasiado", cuya intencionalidad alcanza un meridiano nivel. Claro, ambos "subtextos" poéticos operan en sincronía con la temporalidad del relato.

Lo cierto es que El infinito rumor… se digiere con un marcado sabor al macondonismo del postboom latinoamericano y esto sería largo de explicar. Ojo: no confundir con el McOndo que aparece en el libro que te envío, ni con el Crack; efímeros movimientos literarios de cronotopo cero, expresiones del neoliberalismo.

Pienso que la influencia que transpira Amaury de García Márquez es involuntaria y por ello, honesta. La descripción inicial del pueblo posee un sabor tan fuerte al macondonismo del postboom, que me parece estar leyendo a un García Márquez retorcido o a la Isabel Allende de La casa de los espíritus, retorcida también. Toda esa zona del relato trasunta aquella vertiente del pasado siglo. Se visibiliza, por ejemplo, en los nombres de los personajes secundarios Fredesbindo, Rosaura; en las tabernas del gallego Urbino Aguas y del mulato Gervasio Caracol; los nombres de las calles Verano de Gaviota, Virgen de las Mareas, Prolongación del Coral. Todo ello transpira aquel pueblo perdido en Cien años de soledad. Cuando escribe: "El pueblo de Horacio estaba a tantas leguas del mar que muchos de sus habitantes nacían y morían sin haberlo visto nunca", me parece un enunciado tan manido en el discurso literario latinoamericano que debió haberse evitado. Ese pueblo imaginario, perdido en la lejanía (esta vez en el Caribe), o en la soledad, constituye también otro recurso tan viejo como el mismo pueblo. Las frases la Capital o la Ciudad (p. 47), aludiendo a una urbe latina cualquiera, me parecen arcaicas y demasiado manoseadas. Asombra por su futilidad la oración simple, en la segunda carta de Gretel, "nuestro pueblo es lindo y pintoresco". Sí, "grotesca" y "sombría" fue la preparación y despedida de mamá Ofelia con aquella ceremonia premeditada; escena que alimenta más el macondonismo a que aludo (me refiero a la imitación subversiva de los recursos del realismo mágico garciamarquiano, a la imitación desacertada, no al macondonismo de algunos epígonos que lo esgrimieron, entre otros, como rasgo identitario). También la autoincineración de Manolo, el frutero, (p.94) quiere alimentar la vieja corriente.

Por supuesto, las influencias son inevitables (sobre todo en las primeras obras) y a pesar de ello Amaury logra un relato coherente. Por eso estoy de acuerdo con Marilyn Bobes cuando califica la lectura de la novela, en la Obertura, como asistir a "el incipiente nacimiento de un autor".

Ya se convertirá en un autor de verdaderos relatos cubanos con estilo propio, María Antonieta.

Podríamos desarrollar un libro-debate; lástima que la novela tenga esos fallos y destile tan poca cubanía. Nuestro realismo mágico, de raíces bien autóctonas, no se parece en nada al macondonismo, se apega al realismo maravilloso carpenteriano, sustentado en aquellas "maravillas" martianas de siglos atrás, o a la magia de las investigaciones de Feijoo en los campos cubanos.

También sé que mi opinión no coincide con la tuya, pero podemos conciliarnos en numerosos puntos.

Cuídate mucho para que puedas continuar tus magníficos estudios… Dale suave al "amor".

Te aprecia y respeta con cariño

Henry.

Nota:

(1).-Me refiero, en esa carta a mi amiga María Antonieta, a Los
nuevos paradigmas (2006) de Jorge Fornet;

Evocación

(2007), de Aleida March de la Torre.

Más que un testimonio de momentos cruciales de la historia de Cuba, es precisamente la evocación por Aleida March de un hombre extraordinario, su compañero de lucha y en la vida. La evocación del Che en toda su dimensión humana. Aquí se visibiliza a Ernesto Guevara de la Serna tal y como ella lo conoció y amó, como guerrillero, como conductor, jefe, hombre, esposo, padre e hijo. Aquí está el poeta sensible, el hombre niño y el recio jefe. Solo ella podía escribir un libro así sobre el Che; fusión de testimonio, (auto) biografía y peculiar narrativa. Nada de recursos gastados: libre de pretensiones literarias, pero escrito primero en su propio ser.

A pesar del ritmo lento de la escritura —transfigurado en serenidad y confianza—, nos atrapa hasta su última página por dos razones esenciales: por la figura legendaria que se evoca y por el amor y desenfado (acaso desinterés literario) de quien lo escribe. Luego uno de los aspectos más importantes del texto es la capacidad de darse, de voluntad y fuerza, para graficar también su propia individualidad junto a la imagen del Che: cuando se termina de leer el texto, queda en el lector la viva impresión de que junto a un hombre singular y único estuvo también una cubana de cualidades especiales, de un carácter y una fortaleza forjados en la lucha. De modo que hasta en eso fue sabio el Che, en saber escoger a su compañera de la vida.

La visita de la Infanta

(Premio "Alejo Carpentier de Novela 2005), de Reinaldo Montero.

¿Novela río? Nada tiene que ver con ello; ¿de aventuras?, tampoco. ¿Novela testimonio? Ni hablar. Se resiste a determinada clasificación, determinado encasillamiento, se equilibra sobre diversas cuerdas. Es mejor, simplemente novela o discurso narrativo de ficción. Sin embargo, pertenece a la literatura de la Revolución Cubana, con una cubanía que se aprehende, sobre todo, en su estilo barroco. Se trata sin lugar a dudas de un texto barroco; de un barroquismo cubano que se revela en cada palabra, en cada engarce, en cada idea. En él se podrá leer la tradición literaria de los siglos XVIII y XIX, incluso, aquellas "maravillas" americanas de nuestras primeras letras.

Diario de una semana en la ciudad ("Cuaderno de Bitácora") —sobre la visita de Eulalia de Borbón a La Habana—, grafica cómo los cubanos (todavía en proceso de definición) recibieron y agasajaron a la Infanta.

Reinaldo Montero, oscilando entre la tradición confesional del siglo XVIII y la de los grandes viajeros del XIX, logra un magnífico ambiente epocal con un lenguaje, cuyos vocabulario y sintaxis enfatizan La Habana de entonces. Ofrece verdaderos disertaciones y puntos de vista (del protagonista, claro) sobre diversos temas: la inteligencia, el instinto, la razón, la intuición, la moral en su profunda complejidad. Describe La Habana colombina de las prostitutas y los chulos, los homosexuales, los chancros y la sífilis, las mamparas y la pobreza.

A contrapelo de la calidad del texto, que incita a una crítica positiva (pues mis reseñas son solo simples comentarios y no las considero críticas literarias) no me apetece un consumo de tanto barroquismo lento y monótono, de tanta baba barroca. También este tipo de discurso se puede considerar metatranca, a lo cubano.

La novela de mi vida

(Ediciones Unión, 2008), de Leonardo Padura Fuentes.

Jugosa historia novelada del 2001. Tres planos articula Padura para trenzar la vida de nuestro primer Poeta Nacional, José María Heredia, condimentados entre otros con las polémicas sobre el "hallazgo" de Espejo de paciencia (considerada la primera obra literaria cubana), la supuesta traición delmontina, la bajeza de Echevarría o la creación de una tradición literaria. El oficio del escritor y su investigación se confabulan para imbricar en el texto a célebres e históricas figuras con diversos subtramas y subtemas. Así operan descripción, narración y caracterización de los personajes. Heredia, Del Monte, Echevarría, Saco, Varela encabezan el desfile. La procelosa vida de Heredia queda magníficamente visible en una época también estupendamente revelada.

Sobre el personaje de Heredia anota Enrique Saínz en el prólogo del libro: "El personaje construido por Padura es tan posible como el que imaginamos en nuestras lecturas de sus poesías y cartas, en los elogios de Martí o en los acercamientos de estudiosos y críticos". (p. 13) Y mientras Heredia nos narra su vida, se desarrolla la investigación de Fernando Terry en la Cuba de finales del siglo XX, que como emigrado de los 80 —o Marielito—, víctima del extremismo político de los años 70, continúa la búsqueda del manuscrito de Heredia, dejado a su hijo y donde se supone que el poeta haya anotado verdades de importancia histórica. Es decir, la narración de Heredia, la novela de su vida —dejada para su hijo Esteban Junco—, constituye parte, si no todo, del manuscrito que busca Fernando, cuya argumentación abarca además todo el grupo de los Socarrones; despliegue de otra serie de personajes de su época de estudiante.

Ya en el tercer plano se explicita la suerte que corre el manuscrito de Heredia, alrededor de los años 30 del pasado siglo, con otra serie de personajes también adecuadamente descritos. Sin dudas, una novela ambiciosa y lograda.

Culmina el libro con el ensayo José María Heredia o la elección de la patria, donde Padura toca aspectos esenciales no tanto de la novela como del pensamiento del poeta.

Las nubes en el agua

(Ediciones Unión, 2010), de Alberto Garrandés.

Premio Italo Calvino, Las nubes en el agua no se ha de leer como un texto de anticipación, ni gnoseológico, ni lúdico, ni de revalorización. Acaso expresivo, se trata de un "raro" discurso ficcional articulado en varios códigos. Un pedazo de imaginación sin principio ni final situado en una cuerda diversa y ecléctica (en tanto cultura contemporánea, al decir de Frank Fernández). La elocuencia del gancho inicial atrapa de inmediato al lector: Flor de Cactus sentada con los pies levantados por "el calor" y Gato de Angora reprimiéndola con la frase lezamiana en el velorio de su esposo: "Tápate eso, cochina". Un caso que no se abre y que obsesiona durante todo el texto al detective Legumbre: ¿inconcluso? Permeado de situaciones eróticas, estilo y lenguaje remarcan esa fantasmagoría "tangible" que se visualiza en el texto y encumbra la rareza de la anfibología. Eso: un texto anfibológico.

La tipología de los textos se viene consensuando en cada época y hasta por cada generación. Muchos desestiman esas clasificaciones y como si ello obrara en contra de los creadores, abogan por una "diversidad cualquiera". Disfruto de la diversidad y no espero leer un clásico cuando me acerco a una obra. Pero tampoco me pueden obligar a conformarme con que se publique lo que alguien, por famoso que sea, escribe en el baño de su casa. —Si la antigüedad reconoce la épica, la lírica y el drama, hoy, al cabo de siglos de sedimentación cultural, las tipologías operan de manera tan diversa, que se puede clasificar un texto como expresivo, o lúdico, o novela (por su función y forma), como informativo o de discurso narrativo (por su estilo y código respectivamente). Y hasta se puede visibilizar el espacio interdiscursivo de una novela (como Las nubes en el agua) donde dialogan el discurso literario y el pictórico, el musical o el cinematográfico.

Éste, ya lo anotamos, es un texto anfibológico (porque la teoría literaria no solo interpreta, sino también describe). El propio Garrandés habla del texto "zafado" de pretensiones literarias en La lengua impregnada (2011).

La lengua impregnada

(Letras Cubanas, 2011), de Alberto Garrandés.

Este ensayo constituye otro "espacio interdiscursivo" donde dialogan la literatura, la pintura, la fotografía, el audiovisual, sobre la sexualidad, lo obsceno, lo pornográfico, lo queer, a veces desde la narrativa, a veces desde la lingüística. Si bien el recorrido de Garrandés presume un inicio en el siglo XX hasta la actualidad, la visibilidad remarca la presunción (aludiendo a su Presunciones – 2005), pues desfilan por el texto esculturas, dibujos, fotografías, desde Tiziano (Venus de Urbino – 1538) o el Antínoo del Museo de Delfos, pasando por El sueño (1866) de Gustavo Courbet o Edipo y la Esfinge (1864) de Moreau, hasta las películas de Nagica Oshima El imperio de los sentidos (Japón/Francia, 1976) y Tabú (1999). Ellos van graficando una tradición que dialoga con el discurso narrativo cubano contemporáneo.

Por otro lado, se desdobla Garrandés con la ayuda de Emilia González;
un personaje (¿conceptual?) que lo espolea continuamente y le permite
reflexionar sobre asuntos lingüísticos y su relación con
la sexualidad, el lesbianismo, la pornografía; con un lenguaje muy propio
y especializado que intenta y logra revalorizar cuanto le precede en la literatura
cubana. Por ejemplo, si Paradiso (1965) sentó pautas bien visibles en
nuestra literatura, esta "lengua impregnada" de Garrandés,
acompaña el gesto lezamiano con dignidad para quienes se mecen en esta
cuerda.

Ritual del necio

(Premio Alejo Carpentier, 2011), de Roberto Méndez.

Acaso un barroquismo cubano donde se imbrican el surrealismo y lo real maravilloso. La erudición apuntala la escritura y en ella se articulan lo mismo asirios y babilonios que Rulfo, Carpentier, el hotel Nacional o Tennessee Williams. Así, con esa alusión a tantas presunciones, como diría Garrandés, el tema de Parsifal, que "suena entre nosotros más bien exótico", se presenta como una alegoría de cierta contemporaneidad insular. Más específicamente, se construye un paralelismo entre la realidad cubana de los 90 y el drama wagneriano sobre la inocencia, mediante el desbordante mundo del escritor con toda la indumentaria de su erudición. La resultante, entonces, cuaja un texto colmado de alusiones a otros discursos, temas y asuntos, a distintas épocas, géneros literarios, artistas, escritores, obras, personajes y tipos, enlazados por un lenguaje dúctil, apropiado circunstancialmente a la progresión textual. Aporías, canibalismos, intertextualidades; todo mezclado. Ritual del necio se alza como un texto complejo y casi completo: refundido en las preocupaciones de cualquier narrador actual. Alusiones, sugerencias, superposición de ideas, es el barroquismo de la imaginación. La insularidad barroca. Como bien se señala en la portada del libro, "ejemplo indiscutible de la buena y perdurable escritura", donde la transtextualidad se condensa en tanto archi/hiper/intertextualidad según Gérard Genette en su Palimpsesto (1982).

La catedral de los negros

(Letras Cubanas, 2012), de Marcial Cala.

Poco le aporta a la novela la breve nota "paraliteraria" escrita en la portada del texto, ni mueve tampoco a la lectura.

La moda de la violencia, el sexo y la droga, queda en esta ocasión (y por encima de su clara presencia) relegada por la altura literaria (en el más amplio sentido de la frase) de un texto tan "a ras del suelo", tan cubano, que debiera tener otra promoción. Desde el lenguaje (¿marginal? popular – recuérdese a "Pingología cubana", de Yoss), directo y sin artilugios, hasta la crítica social más descarnada (como la testificación de la venta de promociones artísticas, en este caso a través de programas televisivos, p. 155) toda la cubanía de finales y principios de los siglos XX y XXI, respectivamente, se visualiza con tal facilidad que mueve a la sonrisa cómplice. La idiosincrasia, la insularidad, la magia, lo histórico social, están penetrados por ese humor que solo los privilegiados pueden esgrimir. ¿Humor negro?… No señor; humor cotidiano, de ese que solo una buena retina puede disfrutar en cada esquina de cualquier ciudad cubana. Incluso, el racismo se testifica aquí con encomiable fidelidad: agazapado, pero en todos los espacios. La ironía (a veces sarcástica), sabiamente dosificada, opera como uno de los pilares del texto.

Véase además, la diferencia literaria que existe entre este discurso popular en un contexto marginal y el empleado en aquellos "cuentos zafados" (según Garrandés) o "sobreactuados" (de acuerdo con nuestro criterio). Aquí opera la literariedad del texto, que se visibiliza en el diseño fiel del cronotopo con todas sus líneas y elementos. En aquellos cuentos "sobreactuados" de los 90 actúa la simplicidad de la banalidad y hasta el placer de la lectura se puede eclipsar, entre otros, por la repugnancia de la "hiperrealidad" escatológica o de la irracional aberración.

Marcial Cala utiliza (o recicla) la testificación por los personajes de un suceso execrable (literariamente justificado por el contexto y los personajes presentados a lo largo del relato): dos hijos asesinan al padre. Un asunto tan clásico como el método empleado, método utilizado también en el discurso cinematográfico. Pero se grafican el chantaje y el soborno, se grafican la prostitución y el proxenetismo, se grafican el autoritarismo, el consumo de drogas, la discriminación del "otro", el abuso, la estafa, el desamparo, el asesinato. Casi todas las miserias del ser humano con mano maestra diseñadas.

¿El final? Opera a la lujosa altura del texto: cuestiona con loable imaginación la historia (eurocentrista) hasta hoy conocida de la arqueología y de la cultura en general: las edades de piedra, bronce y hierro se perciben cuestionadas; las culturas micénica, egipcia, fenicia ¿llegaron a construir sus templos o quedaron algunos de aquellos como la catedral de los negros?

Allá ellos

(Premios Gijón y Dashiell Hammett, 1991 y 1992), de Daniel Chavarría.

Una novela "compleja, erudita, exótica" y aunque atrape menos que Viudas de sangre (Premio Carpentier de Novela 2004), su estructura y oficio en general no quedan por debajo en calidad y eficacia. En menos de veinte cuartillas se puede narrar perfectamente el meollo de la novela. El libro relata las acciones de la CIA para, paulatinamente, inocular la diabetes a un selecto grupo de cubanos, dirigentes, sujetos decisores en la sociedad y oficiales de las FAR y transformarlos de inconformes en disidentes, con ayuda de una droga obtenida de un árbol que crece en la selva amazónica.

Sin embargo el autor pone su oficio en marcha y aprovecha todas las posibilidades que le ofrece el asunto. Parte de la selva amazónica, con sus personajes y tipicidades, viaja por distintos países y solo en el último tercio del libro se introduce en Cuba. Todo un despliegue de maestría narrativa. En la selva emplea el recurso carpenteriano de "lo real maravilloso de América Latina". Cuando el doctor se lanza de la pequeña nave aérea en el medio de la selva sobre aquella tribu, se está lanzando en otro período histórico muy anterior a su contemporaneidad. La descripción del suceso se visibiliza tan diáfana, tan "maravillosa", que al lector avisado le viene de inmediato a la mente la concurrencia de dos períodos históricos diferentes. Luego lo agraciado es la naturalidad con que el autor articula el recurso carpenteriano en el texto literario.

¿Estamos en presencia de una novela policiaca, de aventuras, de espionaje, psicológica? Cualquiera de estos calificativos sería injusto aplicárselo al texto. Se habla de "novela río" teniendo en cuenta la confluencia de diversos códigos, engarces y facturas en el discurso. Tal vez sea esa la clasificación más exacta del relato de Chavarría.

En la contraportada del libro se anota la opinión del autor de Aníbal, Gisbert Haefs: "una novela de aventuras cuyo contenido y calidad formal superan por lejos la media de la llamada literatura seria". Creo, muy personalmente, que si bien se emplean algunos recursos de la novela de aventuras, ese subgénero todavía se visibiliza bien lejos de este libro. La compleja estructura, el chorro de información, la erudición, la rotura con la dialogicidad tradicional, dados solo a quienes poseen un elevado oficio narrativo (y véase que no empleo "un consolidado oficio"), superan con mucho la llamada novela de aventuras. Para Chavarría es fácil pasar de un informe de la CIA a una excelente descripción, o a una dialogicidad que se equilibra entre la de estilo directo, indirecto o indirecto libre (o la fusión de las tres); incluso, insertar sin dificultad una información del último acontecer de la ciencia. Todo lo cual resulta en una narración inusual, por encima de "la media de la llamada literatura seria". Evidentemente, escribe como quiere, pero detrás de cada frase operan sabiduría, oficio y respeto al lector.

Desde su primer Premio Casa (con Joy) viene tejiendo la complejidad de su narrativa. Un discurso que logra llevar al lector la ardua hibridación de placer y conocimiento. Así se leen El ojo Dindymenio (Premio Razón de Ser, 1987), Aquel año en Madrid (Premio Edgar Allán Poe, 2002), El rojo en la pluma del loro (Premio Casa, 2000), Una pica en Flandes (2004).

Una pica en Flandes

(Editorial Letras Cubanas, 2004), de Daniel Chavarría.

Según el propio autor, es la primera novela de una futura "tetralogía (o pentalogía, o hexalogía según se vaya demostrando sobre la marcha)".

En la contraportada se señala: "…es un thriller con ingredientes de picaresca, trama policial y comedia erótica… Quizá el mayor mérito de esta novela es que su clara condena a las campañas de mentira, terror de Estado y guerras petropiratas de los EE.UU. y sus aliados está engarzada en la amenidad del thriller y el humor de la picaresca, sin didactismos que afectarían el suspense".

Como otras del autor, densa y con un final imprevisible, además de los personajes caracterizados hasta el detalle, narra los mecanismos que utilizan algunas víctimas del terror de Estado (fundadores de Pro Veritate), los concursos para seleccionar a los depositarios de millones de dólares para que continúen la lucha por la verdad y la justicia.

Alguien me señaló, en ocasión de mis estudios sobre la identidad cultural, a la temática como un rasgo decisivo de lo cubano, a lo cual me opuse rotundamente, es decir a la "temática cubana". Esta novela ilustra mi oposición.

Si bien existen temas (y asuntos) que son puntualmente cubanos, que solo son conocidos y abordados por autores cubanos, no podemos por ello remarcar la dimensión decisiva de la temática. Ella, de hecho, constituye un rasgo o elemento de la cubanía, ciertamente; pero solo eso y puede no aparecer en una obra de la literatura de la Revolución Cubana (o sea la nacional), porque nuestro discurso se abre a toda la gama de temas posibles. La novela de Chavarría desborda la llamada temática cubana. "…las campañas de mentira, terror de Estado y guerras petropiratas de los EE.UU. y sus aliados"… no son temas exclusivamente cubanos y constituyen el motivo final de todo el ensamblaje del texto. El arqueólogo Oscar Abercromby, el tímido Gregorio Montijo y el mujeriego Manfredo Piroto nada tienen que ver con Cuba, ni siquiera Cecilia Fernández que desarrolla su lucha en Centroamérica, mucho menos Pro Veritate.

Luego ¿quién se atreve a despojar a Chavarría de su genealogía cubana como autor literario? Él mismo advierte: "Soy un ciudadano uruguayo, pero un autor cubano". Una pica en Flandes (2004) es tan cubana como cualquiera de sus otras novelas, pues posee casi los mismos ingredientes en materia de factura: el lenguaje, la escritura, la estricta manera de abordar el tiempo, la objetividad literaria como apostura del gran autor, en fin, el oficio y el respeto al lector. La intencionalidad en su caso se percibe casi expresiva.

Vale aclarar, antes de concluir con este autor, que el esmero de su obra permite muy diversas lecturas, pero generalmente, positivas, tanto de lectores avisados como de estudiosos de renombre.

 

 

Autor:

Ing. y Lic. Enrique Martínez Hernández.

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