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Contradicciones de la "iglesia católica" (página 13)



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mujeres del padre o hermanas por parte de padre o de madre, según se dice en otro momento, por lo que era lícito tenerlas con cualquier otra mujer, pues parece que lo más importante en estas relaciones era que no implicasen un atentado contra los derechos de su propietario. Recordemos que en el último mandamiento de Moisés, el noveno, pues no hay décimo, a pesar de que el Catecismo Católico diga que son diez, es no codiciar los bienes ajenos, entre los que se encuentran sus mujeres como una pertenencia más. Y, sin embar- go, junto a esta permisividad sexual se da la prohibición de mantener rela- ciones sexuales durante el periodo de la menstruación de la mujer: "No ten- drás relaciones sexuales con una mujer durante su menstruación" (Levítico, 18:19). Curiosamente en la actualidad la Secta Católica autoriza estas rela- ciones sexuales como un método anticonceptivo natural, despreciando sacrí- legamente la prohibición del Antiguo Testamento. Tiene interés observar que, en línea con el machismo bíblico, las diversas normas sexuales van dirigidas al varón, pero ninguna a la mujer, la cual es una propiedad que pasa de su padre a su marido -o que se convierte legalmente en concubina o en puta-. Finalmente conviene observar también que, al igual que en muchas otras ocasiones, en este terreno y según la apreciación de la Biblia, es la mujer la que actúa con engaños, como sucede con la suegra de Judá, que se hizo pasar por puta para acostarse con su yerno para quedar embarazada de él. Y así, Judá dijo a su suegra: "-Deja que me acueste contigo". Pues no sabía que era su suegra. Ella le preguntó: "-¿Qué me vas a dar por acostarme contigo?" Él respondió: "-Te enviaré un cabrito del rebaño" (Génesis, 38:16-17). Y su sue- gra quedó embarazada, que es lo que quería. En este pasaje tiene interés ob- servar que no se da ninguna importancia al hecho de que uno se acueste con una puta, ni al oficio de puta, y que tampoco se da importancia ninguna a las relaciones se-xuales entre suegra y yerno, ni a la mentira como medio para lograr tal obje-tivo por parte de la suegra. Igualmente en Génesis se cuenta con la mayor naturalidad y sin asomo alguno de crítica cómo las dos hijas de Lot embo-rracharon a su padre para follar con él y así tener descendencia: "La mayor le dijo a la menor: "-Nuestro padre se va haciendo viejo y no que- da ya varón en la región que pueda unirse a nosotras, como hace todo el mun- do. Ven, vamos a emborrachar a nuestro padre y nos acostaremos con él; así tendremos descendientes de nuestro padre". Aquella misma noche emborra- charon a su padre y la mayor se acostó con él, sin que él se diera cuenta ni al acostarse ni al levantarse ella. Al día siguiente dijo la mayor a la menor: "-A- noche dormí yo con mi padre; vamos a emborracharlo también esta noche y te acuestas tú con él; así tendremos descendencia de nuestro padre". Aquella noche emborracharon también a su padre y la menor se acostó con él, sin que se diera cuenta ni al acostarse ni al levantarse ella. Así las dos hijas de Lot hecho de que María hubiese mantenido relaciones sexuales con José la habría hecho menos digna y menos santa, y en cuanto implica igualmente que el hecho de ser "virgen" debía suponer un mérito especial frente al hecho de vivir de acuerdo con la satisfacción de su natural instinto sexual, consustancial a la naturaleza humana.

Por otra parte, en el pasaje de Lucas resulta llamativa la actitud del dios cristiano, pues, aunque comunica a María mediante el ángel Gabriel que va a tener un hijo suyo, no tiene la delicadeza de consultarle previamente si acepta tal honor, ni tiene miramientos con José a la hora de consultarle o comuni-

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concibieron de su padre" (Génesis, 19:31-36). Lo más increíble de este caso de incesto es que se diga que su padre "no se diera cuenta ni al acostarse ni al levantarse ella". Estas palabras parecen motivadas por el deseo de eximir al padre de responsabilidad por haberse acostado con sus hijas, de manera que, al haberlas dejado embarazadas, se montó la historia de que todo había sido consecuencia de una iniciativa de las hijas y que el padre ni siquiera llegó a enterarse de lo sucedido. Otro caso curioso es el del propio Abraham, que se acostó con su esclava Agar porque su mujer Saray le invitó [?]a que tuviera relaciones sexuales con su esclava, ya que ella no podía tener hijos: "Saray, la mujer de Abrán, no le había dado hijos; pero tenía una esclava egipcia, llamada Agar. Y Saray dijo a Abrán: "-Mira, el Señor me ha hecho estéril; así que acuéstate con mi esclava, a ver si por medio de ella puedo tener hijos". A Abrán le pareció bien la propuesta. […] Saray tomó a Agar, su esclava egip- cia, y se la dio por mujer a su marido Abrán. Él se acostó con Agar, y ella concibió" (Génesis, 16:1-4). Y del mismo modo sucede en el caso de Jacob en sus relaciones con sus mujeres Raquel y Lía, las cuales dieron a Jacob sus respectivas esclavas para que las dejase embarazadas, considerando luego a los hijos de las esclavas como propios. En efecto, se dice en la Biblia que Raquel, no pudiendo tener hijos, dijo a Jacob: "-Ahí tienes a mi criada Balá; únete a ella. Ella dará a luz sobre mis rodillas y así yo también tendré hijos por medio de ella" (Génesis, 30:3). Y Balá tuvo dos hijos de Jacob. Pero, a pesar de tener ya descendencia, lo mismo le sucedió a Jacob con Lía, su otra mujer, que le dio a su criada Zilpá para que tuviera un hijo con ella (Génesis, 30:9-13). Más adelante Lía exclamó: "-Dios me ha recompensado por haber dado mi criada a mi marido" (Génesis, 30:18).

carle este mismo propósito a fin de que él decida si, en tales condiciones, seguirá deseando casarse con María o no.

Teniendo en cuenta el tratamiento bíblico de la sexualidad, la doctrina de la "virginidad" de María es absurda y contradic- toria además con la defensa que en otras ocasiones hacen los dirigentes católicos de lo natural, "lo que está de acuerdo con la naturaleza", y es también una forma de antropomorfismo en cuanto se considera que, para que Jesús pudiera ser considerado hijo de Dios, no podía ser hijo de un padre y de una madre humanos, de manera que el mismo Dios debía ser padre de Jesús, aunque su madre fuera humana.

Por otra parte, quienes escribieron los evangelios no tuvie- ron el menor reparo en contradecirse cuando, al tratar de demos- trar la filiación divina de Jesús, lo hicieron remontándose en su genealogía por la línea paterna, es decir, aceptando que José fue el auténtico padre de Jesús, hasta llegar a Dios, lo cual implica- ba una valoración natural y nada negativa de las relaciones sexuales entre María y José, es decir, de la sexualidad en gene- ral. Pero, si con el fin de lograr que el linaje de Jesús fuera exclusivamente divino y no un híbrido se llegó a considerar que el padre humano sobraba, en tal caso habrían podido darse cuen- ta de que tampoco era necesaria la figura de una madre humana, y de que "Dios", creador del hombre, hubiera podido encarnarse directamente en un ser humano, habiendo nacido simplemente de sí mismo, pues su omnipotencia, que le había permitido crear a Adán, podía igualmente haberle permitido encarnarse directa- mente en un hombre. Sin embargo, parece que la mentalidad de aquella época, como consecuencia de su antropomorfismo, no alcanzó a imaginar esta posibilidad –a pesar de que Adán, sien- do humano, no era hijo de padres humanos sino creación directa del propio "Dios"- y por ello se consideró que "Dios", para hacerse humano, debía nacer de un ser humano, una mujer, pero además "virgen".

Otra posibilidad quizá más verosímil es que los primeros cristianos elaborasen la idea de que Jesús era hijo de Dios, pero, como tenía padre, madre y diversos hermanos, tuvieron que am- pliar la historia, aceptando a María como madre de Jesús, pero introduciendo la doctrina de que el padre de Jesús no era José sino el "Espíritu Santo". De este modo la interpretación que defendió la divinidad de Jesús, considerando que era hijo de una "virgen" y del propio Dios, no implicaba una valoración espe- cialmente negativa de la sexualidad sino sólo el deseo de presen- tar a esa "virgen" como ligada exclusivamente con la divinidad y no "contaminada" por haber tenido relaciones sexuales con otro ser humano.

De hecho, la idea de introducir a una "virgen" como madre de Dios no era nueva, sino que desde hacía ya siglos había sido introducida en diversas religiones anteriores al cristianismo. Así sucede con Met-em-ua, que, según el mito, dio a luz a un faraón egipcio –que para los egipcios eran casi divinidades-; la virgen Neith dio a luz a Ra, dios del Sol; Isis dio a luz a Horus; la vir- gen Nana dio a luz al dios Attis.

Sin embargo y volviendo al tema de la virginidad de María, parece que los autores de los evangelios no fueron suficiente- mente astutos, pues, a pesar del pasaje en el que se habla de Ma- ría siendo visitada por el arcángel Gabriel para comunicarle que concebiría por otra del "Espíritu Santo", posteriormente no su- pieron sacar partido a este portentoso acontecimiento, ya que, cuando escribieron acerca de las relaciones de María con Jesús, en lugar de seguir presentando a María como un ser excepcional, apenas le concedieron relevancia, quizá porque en realidad tam- poco la tuvo en la vida real del Jesús adulto, hasta el punto de que, entre los escasos pasajes evangélicos en que se la nombra, hay algunos especialmente llamativos por la indiferencia afecti- va de Jesús respecto a María. Así, en uno de ellos, correspon- diente al evangelio de Mateo, Jesús muestra un comportamiento frío y despectivo hacia su madre cuando responde a quien le avisa de que fuera de la casa están su madre y sus hermanos:

"-¿Quién es mi madre, y quienes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo:

-Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi her- mano, mi hermana y mi madre"435.

Cuando el autor de este pasaje escribe "señalando", presen- ta una clara contraposición entre sus discípulos y su madre, co- mo si Jesús quisiera decir que sus discípulos sí cumplían la vo- luntad de su padre, mientras que de su madre o bien prefería no decir nada o bien estaba negando de manera implícita que cum- pliera la voluntad de su padre.

Otro pasaje que se encuentra en una línea similar al anterior es el siguiente:

"Cuando [Jesús] estaba diciendo esto, una mujer de entre la multitud dijo en voz alta:

-Dichoso el seno que te llevo y los pechos que te ama- mantaron.

Pero Jesús dijo:

-Más bien, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica"436.

El comentario a este pasaje sería similar al del anterior: Son quienes escuchan y ponen en práctica la palabra de Dios quienes son o serán dichosos, más que quien le llevó en su seno o le dio

En otros momentos, en pasajes de Mateo, Marcos y Lucas, puede observarse que, cuando Jesús está ya crucificado, apare- cen en la escena varios personajes con quienes había tenido cier- ta relación, pero resulta sorprendente que ¡ninguno de ellos fue- se su madre! En efecto, se dice en Mateo:

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436 Lucas, 11:27-28 de mamar. Por lo tanto, de nuevo nos encontramos con unos comentarios que se parecen más a una crítica a su madre y a sus hermanos que a una alabanza.

435 Mateo, 12:48-50. La cursiva es mía.

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"Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo"437.

Igualmente en Marcos se dice:

"También había algunas mujeres mirando de lejos, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé"438.

Y finalmente, en Lucas se dice:

"Pero todos sus conocidos, y las mujeres que le habían seguido desde Galilea, estaban lejos mirando estas cosas"439.

Resulta ciertamente significativo que en ninguno de los lla- mados evangelios sinópticos se nombre a la propia madre de Je- sús. Es asombroso y sospechoso porque, si esas otras mujeres sí estuvieron con él hasta el último momento, resulta incompren- sible que su madre le hubiese dejado de lado, y más teniendo en cuenta que ella había sido la protagonista de aquella aparición en la que el ángel Gabriel le comunicaba que iba a tener el enor-

me privilegio de ser la madre del dios encarnado. ¿Cómo era posible que en estos momentos se despreocupase de la crucifi- xión y muerte de su divino hijo? Es cierto, por otra parte, aunque extraño teniendo en cuenta la omisión de los otros evangelios, que en el evangelio de Juan sí se hace referencia a esta presencia de María y así se dice en él:

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438 Marcos, 15:40.

437 Mateo, 27:55-56.

439 Lucas, 23:49.

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"Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena"440.

Sin embargo hay que tener en cuenta que el evangelio de Juan se escribió hacia el año 100, por lo que su autor, en referencia a este pasaje, pudo haberse inspirado más en lo que le pareció lógico que en los datos que a través de la tradición pudieron haber llegado hasta él. Y así, a pesar de que en los anteriores evangelios no se mencionaba la presencia de María, la madre de Jesús, a Juan pudo parecerle inaceptable esta ausencia y la inclu- yó –así como las palabras que Jesús dirige a su madre y al após- tol Juan- como una manera más verosímil de presentar este pasaje tan especial, a pesar de que la ausencia de María en un momento como éste no resultaba tan incongruente con el resto de pasajes de los evangelios en los que la presencia de María es anecdótica y dando la impresión de que se había borrado de su memoria todo lo referente a aquella trascendental visita del ángel Gabriel.

Complementariamente pero igualmente significativo resulta que los cuatro evangelios narren la presencia de algunas mujeres en la tumba de Jesús el día de su resurrección y ¡que ninguna de aquellas fuera, en ninguno de los evangelios, la de su propia madre! Así, se dice en Mateo:

"Al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro"441; igualmente, se dice en Marcos:

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440 Juan, 19:25.

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"María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especies aromáticas para ir a ungirle"442; también, en Lucas, se cuenta:

"El primer día de la semana […] vinieron al sepulcro [las mujeres que habían venido con él desde Galilea], trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas"443; y, finalmente, en el evangelio de Juan se omite también cual- quier referencia a la presencia de María, la madre de Jesús, en una ocasión como ésta, en la que sólo menciona la presencia de María Magdalena:

"El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro"444.

Estas últimas referencias, tanto al momento de la crucifi- xión de Jesús como al de su supuesta resurrección, representan una confirmación de la escasa importancia que a lo largo de los evangelios se concede a María, la madre de Jesús. Por otra parte, de nuevo se confirma, comparando las contradicciones existen- tes entre unos y otros evangelios, la falsedad de la supuesta ins- piración de estos escritos por el "Espíritu Santo", no sólo por la inexistencia de ese supuesto espíritu sino por el carácter contra- dictorio de sus supuestos mensajes.

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444 Juan, 20:1.

442 Marcos, 16:1.

441 Mateo, 28:1.

443 Lucas, 24:1.

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En definitiva, el dogma de la virginidad de María, procla- mado en el Concilio de Letrán, en el año 649, no tiene nada que ver con la mentalidad ni con la intención de quienes escribieron los evangelios y, como en tantas otras ocasiones, se observa cómo los dirigentes católicos han realizado sus propias aporta- ciones e interpretaciones, no teniendo escrúpulos a la hora de corregir y contradecir en muchas ocasiones los textos indicados según cuáles fueran sus intereses en los diversos momentos de la historia, los que les llevaron a ignorar o a interpretar como les dio la gana la serie de ocasiones en que los evangelios hacen referencia a los hermanos y hermanas de Jesús.

  • Los dogmas de la "inmaculada concepción" y de la "asunción de María"

Según los dirigentes de la secta católica, la infinita bondad divina habría determinado que María naciera sin pecado y que después de su muerte fuera llevada al cielo en cuerpo y alma, pero no fue lo "suficientemente infinita" como para que esas mismas gracias alcanzasen al resto de los mortales. En efecto, después de más de dieciocho siglos de cristianis- mo, en el año 1.854 el papa Pío IX, jefe supremo de la secta católica, "se enteró" y en consecuencia declaró como dogma de fe la doctrina según la cual María, madre de Jesús, nació sin "pecado original", pecado con el que, según los dirigentes cató- licos, nacemos el resto de los mortales. Y, por lo que se refiere al dogma de la "asunción de María" al cielo en cuerpo y alma, se trata de una doctrina todavía más reciente que la anterior, pues sólo desde el año 1.950 la jerarquía católica ha llegado a enterarse –no sabemos cómo- de este "dogma", según lo pro- clamó Pío XII, jefe de la secta católica, en aquel año, ¡después de casi dos mil años de cristianismo!

  • El dogma de la "inmaculada concepción"

En relación con el dogma de la "inmaculada concepción" hay que decir que se trata de una doctrina ingenuamente absur- da, pues, si nacer con dicho pecado es un mal, si el amor de Dios a toda la humanidad es infinito y si su omnipotencia le permitió conceder a María nacer libre de tal pecado, esa misma omnipo- tencia y amor infinito debieron haberle bastado para conceder la misma gracia a toda la humanidad –al margen del absurdo in- trínseco que representa el hecho de "nacer en pecado"-, en lugar de sacrificar en la cruz a su "Hijo" hecho hombre para conceder su perdón, como si no hubiese podido –o querido- conceder ese perdón sin necesidad de sacrificio alguno.

¿Tiene sentido considerar que el dios cristiano amaba a su madre de un modo "más infinito" que al resto de la humanidad, de forma que sólo pudo concederle a ella la "gracia" de nacer sin pecado? Pero, si la concesión de tal "gracia" era consecuen- cia del amor infinito del dios cristiano a María, madre de su Hijo, si el amor de ese dios al resto de la humanidad era también infinito y pudo librar a la María de nacer en pecado, entonces su poder y su amor hubieran podido extenderse al conjunto de la humanidad, permitiendo que ¡todos naciéramos sin pecado! Alguien podría replicar a este argumento diciendo que el amor del dios cristiano a María era muy especial por tratarse de su madre. Pero, por muy especial que fuera ese amor, ¿tiene sen- tido la simple idea de que pueda haber un infinito mayor que otro por lo que se refiere al grado del supuesto amor divino a la humanidad? Y, suponiendo que lo tuviera, ¿acaso el infinito amor divino referido a la humanidad tendría un carácter tal que fuera insuficiente para conseguir el perdón del pecado original o el de cualquier otro? Conviene tener en cuenta además que ese dogma, ¡declarado hace menos de 200 años!, convierte todavía en más absurda la doctrina de "la Redención", según la cual el dios de los cristianos tuvo que hacerse hombre, padecer y morir en una cruz para conseguir el perdón para la humanidad de aquel supuesto "pecado original" con el que, en cualquier caso, nada tuvimos que ver.

Por ello y ante esta incoherente doctrina o ante el absurdo de que el dios cristiano sólo tuviese poder para efectuar una úni- ca excepción respecto a la herencia de tal pecado, surge la pre- gunta de ¿por qué durante casi dos mil años de existencia del cristianismo a nadie se le ocurrió considerar que María hubiera nacido con tal gracia especial? Y, si la noticia tenía tanto interés, ¿cómo fue que ni siquiera al propio dios católico se le ocurrió comunicarla a los millones de católicos que han vivido a lo largo de esos casi dos mil años desconociéndola? La respuesta a esta pregunta se obtiene si se comprende, en primer lugar, que en realidad el supuesto pecado original nunca existió, por lo que no hacía falta ninguna exención por parte del dios cristiano, ni a la supuesta madre de su "Hijo", ni al resto de la humanidad. Y, en segundo lugar, puede comprenderse que los dirigentes católicos, cuando consideran que su negocio religioso flojea, tienen que inventar nuevos argumentos y actos más o menos folklóricos para enfervorizar a su redil de fieles despertándole de su somno- lencia religiosa. Y así, de vez en cuando proclaman algún dog- ma, realizando la correspondiente juerga mística con la que entusiasmar a sus dóciles corderos. ¡Gracias, dios de los cristia- nos, por haber concedido esta gracia a tu madre que también es la nuestra! Y el redil recupera por un tiempo su fervor religioso y va más a la iglesia dejando más limosnas para el clero, aunque digan que es para María, que no sabemos para qué lo querría.

En definitiva, como ya se ha indicado en otro momento, la existencia de toda una serie de "dogmas" que los dirigentes de la secta católica van promulgando cada cierto tiempo es sólo una muestra del interés de estos jefes por seguir manipulando sus doctrinas según lo consideren conveniente para sus intereses, es- pecialmente cuando advierten que "la llama de la fe" va apagán- dose entre sus fieles corderos, pues resulta incomprensible que, en el supuesto de que el dios de los católicos existiera y hubiera juzgado conveniente enviar algún mensaje especial a la huma- nidad, no lo hubiese hecho cuando su supuesto hijo vino al mun- do, sino que hubiese estado enviando sus dogmas y misterios a cuentagotas, de manera que la humanidad existente en los die- ciocho primeros siglos de cristianismo ¡no tuvo la dicha de conocer que María había nacido sin pecado ni de conocer que fue llevada al Cielo en cuerpo y alma! hasta el punto de que sólo quienes hemos vivido a partir de la segunda mitad del siglo XX hemos tenido el inmenso privilegio de enterarnos de la existen- cia de éste último dogma. Además, si en el caso de Jesús, para declarar el dogma de su "ascensión" a los cielos, los dirigentes cristianos se basaron en los evangelios, donde se dice que "fue llevado" y no que ascendiera por sí mismo, aunque en Hechos de los apóstoles, se dice que algunos discípulos "lo vieron ele- varse, hasta que una nube lo ocultó de su vista"445, en el caso de María ni siquiera se habla de su muerte, por lo que no existe ningún indicio en favor de que fuera llevada al cielo, suceso, por cierto, igualmente antropomórfico en cuanto es absurdo pensar en un viaje espacial en el que se transporte un cuerpo material hasta llegar a un cielo supuestamente inmaterial que

estaría más allá del universo físico. Pero, como siempre, los dirigentes católicos –al igual que antes los sacerdotes de Israel– nos dirán que su dios ha hablado con ellos –o al menos con el papa- para comunicarles tales extraordinarios sucesos y para que ellos nos los trasmitan al resto de los mortales.

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445 Hechos, 1:22.

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De nuevo y por lo que se refiere al dogma de la "inmacula- da concepción de María" el antropomorfismo aparece como una cualidad esencial de esta doctrina, al presentar a Dios como un déspota que exige sacrificios humanos para poder perdonar y que caprichosamente perdona a María, su madre, pero que sólo perdona al resto de los humanos desde el previo cumplimiento del sacrificio de un hombre igualmente especial, un hombre que a la vez es "Hijo de Dios", de manera que ¡la misericordia divi- na, a pesar de ser infinita, era insuficiente para perdonar directa- mente a la humanidad en general! Y, además, tampoco bastó el sacrificio de un hombre cualquiera, pues el valor del hombre era tan insignificante que era necesario un sacrificio especial, el del "Hijo de Dios", cuyo valor sí era infinito en cuanto misteriosa- mente además se identificaba con el mismo dios de los cristia- nos. Pero, claro, esta perspectiva se basa en la ingenua contra- dicción de afirmar la misericordia divina infinita para luego negarla cuando debía haber quedado de manifiesto mediante el perdón incondicional de aquel supuesto pecado.

Una causa importante de este dogma puede haber consisti- do, como se ha sugerido antes, en la necesidad sentida por la jerarquía de esta organización de introducir algún nuevo ele- mento seductor en sus doctrinas, como la de la casi deificación de una mujer, ¡"la madre de Dios"!, que, bajo distintas advoca- ciones, ha conseguido inspirar tal devoción en los últimos siglos que ha dado lugar a la construcción de múltiples santuarios y centros de peregrinación en las diversas regiones del planeta para la obtención de milagros y gracias especiales en cuanto la jerarquía católica la presenta como "madre intercesora" por cuya mediación se concede a sus fieles aquellas peticiones y milagros para los que, al parecer, la infinita misericordia divina resulta contradictoriamente insuficiente. Y, en efecto, desde la declara- ción del dogma de la "inmaculada concepción" en 1854, parece como si María hubiese despertado de un largo sueño y hubiese comenzado a aparecerse en diversos lugares, como en Lourdes en 1858 –cuatro años después de que Pío IX declarase dicho dogma-, o en Fátima en 1917, en los que luego se edificaron santuarios para que los fieles acudiesen en espera de recibir de María la gracia de algún milagro.

Sorprendentemente esa generosidad milagrera de "la madre de Dios" se habría dado en regiones del "primer mundo", pero no en los lugares que más lo necesitan, como el "tercer mundo", donde las enfermedades y la miseria son tales que sus habitantes no sólo no tienen medios para ir a Lourdes a pedir algún milagro sino que ni siquiera los tienen para obtener el alimento de cada día. Así que en este punto la arrogancia de quienes cada año acuden a Lourdes es realmente inefable al considerar que "la madre de Dios" –si existiera-, iba a estar más pendiente de los problemas de quienes acudieran a tales centros de negocios tau- matúrgicos que de quienes cada día mueren en medio de la más absoluta miseria. De acuerdo con la mentalidad ignorante de quienes acuden a Lourdes o a Fátima en espera de un milagro, podría pensarse que la causa de que la miseria de África no desaparezca se relaciona con la falta de unos cuantos lugares estratégicamente situados en los que la gente pudiera implorar un milagro a la "Virgen", y no con la falta real de alimentos y de medios adecuados para remediar sus necesidades. Así, si todo ese montaje teatral sirviera para otros milagros distintos a los del propio enriquecimiento de la jerarquía católica y de los boyantes comercios, hoteles y restaurantes de estos lugares, si la acción milagrosa de María no pudiera ejercerse más que por medio de santuarios tipo Lourdes, la jerarquía católica, que tanto se pero- cupa de la liturgia teatral de estos lugares, haría bien en ocupar- se de construir los correspondientes santuarios a María en aque- llos lugares habitados por quienes viven y mueren en medio de la indigencia y el hambre a fin de que pudieran acercarse a tales santuarios para pedir a María la solución de sus problemas, pues no parece especialmente misericordioso que "la madre de Dios" sólo se acuerde de los ricos del "primer mundo" y se olvide de quienes cada día sufren y mueren por carecer de lo más básico para poder subsistir. Pero lo más probable es que María no sea responsable de nada de lo que pasa ni de lo que deja de pasar. Lo más probable es que, si los dirigentes de la secta católica no construyen santuarios milagreros en esos lugares de África, sea precisamente porque, al encontrarse una gran parte de ese conti- nente en la más absoluta indigencia, saben que, además de que los milagros son sólo un cuento, su inversión económica en tales lugares iba a ser catastrófica, pues esos pueblos difícilmente iban a tener dinero para gastarlo en la construcción de santuarios y en las consiguientes limosnas para los pobrecitos dirigentes católicos.

  • El dogma de la "asunción de María"

En relación con el dogma de la "asunción de María", hay que decir, en primer lugar, que implica una contradicción por lo que se refiere al supuesto amor infinito del dios cristiano al con- junto de la humanidad, pues, si la concesión de tal gracia a María era mejor que su resurrección futura –como dicen que nos sucederá al resto de los mortales-, en tal caso es incompatible con el amor infinito de su "dios" que no concediera esa misma gracia al resto de los humanos, ya que un amor infinito no admi- te grados y, por ello, sería absurdo considerar que el amor de Dios a María fuera más infinito [?] que su amor al resto de los mortales y que por eso le concedió una gracia que no pudo con- ceder a toda la humanidad.

Es incomprensible, por otra parte, que una doctrina tan extraordinaria como ésta haya permanecido desconocida para el conjunto de cristianos que murieron antes del año 1950, año en el que PíoXII la presentó a sus fieles, de manera que sólo quie- nes vivimos después de ese año, hemos tenido el "privilegio" de conocerla para nuestra satisfacción y júbilo espiritual. Pero resulta ciertamente sospechoso de simple oportunismo que hayan tenido que pasar alrededor de 1.900 años de cristianismo para que el "Espíritu Santo" se decidiera a comunicar a la jerar- quía católica -y, a través de ella, a los demás creyentes- una doc- trina de tal calibre, habiendo privado de este exultante y trascen- dental conocimiento a los millones de católicos que vivieron durante los primeros diecinueve siglos de cristianismo. Por otra parte, sin embargo, resulta comprensible que este "dogma" tar- dase tanto en ser proclamado si se tiene en cuenta además que en los evangelios no se hace referencia alguna a la muerte de María, pues, si ya son escasos los momentos en que se la nom- bra, nada en absoluto se dice de ella después de haberse hablado de la supuesta resurrección de su hijo y de su "asunción" o "as- censión" al cielo –dependiendo de si hacemos caso al Nuevo Testamento o a la dogmática católica-. Conviene tener en cuenta además que al menos en dos ocasiones el propio Jesús habla de su madre con una llamativa indiferencia que lleva a pensar que su relación con ella no fue especialmente afectuosa. Y, por ello, resulta explicable que los dirigentes católicos tardasen tanto tiempo en proclamar estos últimos dogmas para los que no tenían más apoyo que el de considerar que se trataba de María, la madre de Jesús, y que, por tal motivo, era lógico que Dios le hubiera concedido como gracia especial la de nacer sin el peca- do original y la de ser llevada al cielo en cuerpo y alma. Pero, como ya se ha dicho, si el amor divino a la humanidad hubiera sido infinito y su poder igualmente infinito, nada le habría cos- tado conceder esas mismas gracias al resto de la humanidad.

  • Los evangelios contradicen la virginidad de María

  • Los dogmas de la "inmaculada concepción" y de la "asunción de María"

  • El dogma de la "inmaculada concepción"

  • El dogma de la "asunción de María"

 

360 376 377 382 385

 

 

 

 

Autor:

Antonio García Ninet

Doctor en Filosofía 2016

ISBN: 978-1-326-09260-3

2013, 2014, 2015, 2016. Edición corregida y ampliada de la obra CONTRADICCIONES DE LA IGLESIA CATÓLICA, publicada en el año 2013 (ISBN: 978-84-941582-7-8)

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