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Contradicciones de la "iglesia católica" (segunda parte) (página 6)



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¿Acaso hay algo de pecaminoso en la sexualidad en sí mis- ma o ligada al matrimonio? La secta católica parece haber llega- do a esta conclusión, aunque también es posible que el motivo principal de su actitud sea, por una parte, del tipo económico ya citado, pero, por otra, represente una continuación de su machis- mo, el cual le lleva a ver a la mujer, si no como "la maldad", sí como un obstáculo que podría impedir que los sacerdotes siguie- ran siendo ciegos seguidores de sus jefes, mientras que su situa- ción actual repercute en que la dependencia personal de los curas no sólo económica sino incluso afectiva respecto a las altas jerarquías –una especie de síndrome de Estocolmo- adquie- ra una importancia desmesurada, ya que su estatus personal como simples vicarios o párrocos de una parroquia menor o mayor, y su posible traslado a otra parroquia mejor o peor desde el punto de vista económico depende de sus respectivos obispos, mientras que, si estuvieran casados, tal situación implicaría para ellos una mayor seguridad y una mayor fuerza para defender su condición "laboral" de forma que ésta no dependiera demasiado del capricho de su "amado" obispo.

Acerca del divorcio

La secta católica dice rechazar el divorcio basándose en unas palabras de Jesús según las cuales "lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre", palabras que están en contradic- ción con la aceptación del divorcio o del repudio a lo largo de todo el Antiguo Testamento y que contradice la propia secta católica cuando reconoce que los "ministros" del sacramento del matrimonio son los propios contrayentes y no el "Dios" católico. Además, en la práctica la iglesia católica acepta el divorcio cambiando su nombre por el de "nulidad matrimonial" y extrayendo importantes beneficios de las "unlidades matrimo- niales" declaradas por los tribunales eclesiásticos. En principio, la doctrina de la secta católica acerca del divorcio debería coincidir con la que se defiende en el Antiguo Testamento en la misma medida en que, como la jerarquía católica pretende, la Biblia fuera la palabra de su Dios. Por ello, a continuación se expondrá:

  • a) el punto de vista del Antiguo Testamento acerca del di- vorcio,

  • b) el punto de vista del Nuevo Testamento,

  • c) el punto de vista de la secta católica, y

  • d) un análisis crítico por el que se ponen de manifiesto las contradicciones de los dirigentes de la secta católica respecto a esta cuestión.

a) El punto de vista del Antiguo Testamento:

En el Antiguo Testamento más que hablarse divorcio, hay que hablar del repudio, es decir, del derecho del varón al aban- dono de la mujer desde el momento en que ésta haya dejado de gustarle. El repudio está reglamentado, aunque de manera muy primitiva, tal como puede constatarse en el siguiente pasaje de Deuteronomio:

"Si un hombre se casa con una mujer, pero luego encuentra en ella algo indecente y deja de agradarle, le entregará por escrito un acta de divorcio y la echará de casa. Si después de salir de su casa ella se casa con otro, y también el segun- do marido deja de amarla, le entrega por escrito el acta de divorcio y la echa de casa…"251.

Tiene especial interés observar que el tipo de "divorcio" de los israelitas tal como se describe en el anterior pasaje, a dife- rencia de los tipos de divorcio de los países europeos actuales y de muchas otras partes del mundo, es realmente degradante e injusto para la mujer, pues, desde el momento en que ésta no tiene derechos y es más bien un objeto de compra y de venta, el "divorcio" –al igual que el matrimonio- no depende para nada de su voluntad, de manera que ella no goza de libertad para divorciarse sino que es la voluntad exclusiva del varón la única que cuenta, hasta el punto de que si la mujer no le sigue gustan- do, "la echará de casa", sin obligación de darle una compensa- ción económica ni de ningún otro tipo. Por ello, en el caso del pasaje anterior, a pesar de que se haga mención del "divorcio", en realidad la única institución (?) existente sería la del repudio, que no es, ni mucho menos, equiparable al divorcio, tal como se entiende este término en la actualidad.

En definitiva, en el Antiguo Testamento no existió el divor- cio propiamente dicho sino sólo el repudio; y las condiciones legales en que podía producirse fueron absolutamente injustas

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251 Deuteronomio, 24:1-3.

para la mujer como consecuencia del machismo radical existente en la sociedad israelita.

El "repudio" tenía su contexto explicativo en otra ley de carácter más general de acuerdo con la cual la mujer era consi- derada como un simple objeto de compra-venta, de manera que en aquellos tiempos el matrimonio no era otra cosa que un con- trato entre el padre-dueño de la mujer y el comprador de la mujer, quien a cambio de ella pagaba a su vendedor el precio establecido, pasando la mujer a partir de ese momento a ser propiedad del comprador. Ya en otro momento se ha visto un ejemplo de este tipo de contrato en Génesis, cuando Jacob trata con su tío Labán de la compra de sus hijas Raquel y Lía252.

Igualmente era coherente con lo anterior que el "matrimo- nio" fuera indisoluble por lo que se refiere a la "cosa" compra- da, y así, la mujer no era libre para romper el vínculo matrimo- nial puesto que era una simple posesión del marido, y, por ello, lo único que podía darse era el "repudio", entendido como rechazo de la mujer por parte del marido en cuanto éste encon- trase en ella "defectos" con los que no había contado o en cuan- to simplemente la mujer hubiese dejado de gustarle, tal como dice el texto citado de Deuteronomio. El "repudio" israelita llegó al extremo de la arbitrariedad y del desprecio más absoluto a la mujer cuando los sacerdotes exi- gieron a un numeroso grupo de israelitas, que se había casado con mujeres extranjeras, que las abandonasen, a ellas y a los hijos que hubieran tenido con ellas, pues los sacerdotes estaban preocupados porque, al ser éstas extranjeras, podían influir negativamente en la fidelidad del pueblo de Israel a Yahvé si caía en la tentación de adorar a sus dioses. De manera que en

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252 Génesis, 29:16-30.

este caso el repudio no sólo estuvo permitido sino que se impuso como una obligación. Según se cuenta en este pasaje, el sacer- dote Esdras se mostraba apesadumbrado y rezaba ante Yahvé pidiéndole perdón –o hacía la comedia correspondiente- por el hecho de que muchos israelitas habían desobedecido la prohi- bición de casarse con mujeres extranjeras. Y así, ante tal situa- ción, Secanías dijo a Esdras:

"-Nosotros hemos traicionado a nuestro Dios, casándonos con mujeres extranjeras […] Nos comprometemos solem- nemente ante nuestro Dios a echar a todas estas mujeres extranjeras y a los hijos nacidos de ellas"253.

A su vez Esdras le pidió que cumplieran su palabra, y ellos, efectivamente, obedecieron despidiendo a las mujeres extranje- ras y a los hijos que habían nacido de su unión con ellas.

En este punto resulta fácil comprender que esta acción, exi- gida por un sacerdote de Israel, es mucho más grave de lo que pudiera ser un simple divorcio, pues en el pasaje citado aquel grupo de israelitas tuvo que abandonar a sus mujeres y a sus hijos no como consecuencia de una decisión voluntaria sino por cumplir una ley religiosa que era racista de hecho, aunque su intención fuera la de impedir el posible cambio de religión de quienes se habían casado con tales mujeres, lo cual habría deter- minado que los sacerdotes de Israel perdiesen autoridad ante ellos. La obligación de tener que abandonar a sus mujeres y a sus hijos era realmente dramática, pero ni siquiera este problema tan grave frenó a Esdras a la hora de exigir la ruptura fulminante de los israelitas con sus mujeres extranjeras y con sus propios hijos. Y así, si el divorcio podía representar un problema, mucho más grave era esa absurda ruptura como consecuencia de una

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253 Esdras, 10:2-3.

supuesta orden divina, que en realidad no era otra cosa que una orden de los sacerdotes, sustentada en sus habituales mentiras relacionadas con supuestos comunicados de Yahvé mediante los que en realidad se buscaba preservar los intereses políticos y económicos de esos sacerdotes como dirigentes del pueblo, mos- trando un desprecio absoluto por estas mujeres y por sus hijos.

Por otra parte, el divorcio –o, más exactamente, el repudio- era una institución tan arraigada y natural en el pueblo de Israel que de forma asombrosa se da el caso de que ¡¡el propio Yahvé se divorció de su pueblo!! por las constantes traiciones de éste adorando a otros dioses. En este sentido se dice en Jeremías:

"El Señor me dijo en tiempos del rey Josías:

-¿Has visto lo que ha hecho Israel, la apóstata? Ha ido a todos los altozanos y se ha prostituido bajo cualquier árbol frondoso […] Su hermana, Judá, la pérfida, lo vio; y vio también que yo repudié a Israel, la apóstata, por todos sus adulterios, dándole su acta de divorcio"254.

Evidentemente, no fue Yahvé quien "se divorció" de su pueblo –pues para eso hubiera necesitado al menos existir- sino que nuevamente fueron los sacerdotes de Israel –y en especial quien escribió este pasajequienes inventaron esta comedia para provocar sentimientos de culpa en el pueblo de Israel y de este modo lograr que no se dejasen llevar por la tentación de adorar a otros dioses. De este modo los sacerdotes seguirían teniendo bien controlado al pueblo en todos los terrenos, ya que el poder religioso iba unido en aquel momento al control sobre el pueblo en cualquier aspecto de la vida.

Esta forma de "divorcio" encajaba bien en una sociedad con derechos tan desiguales entre el varón y la mujer, pues, tal como

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254 Jeremías, 3:6-8. La cursiva es mía.

se ha visto en otro capítulo, la antigua sociedad israelita estaba muy lejos de ser igualitaria por lo que refiere a estas relaciones. El varón tenía todos los derechos y la mujer apenas si tenía algu- no; por ello, el repudio implicaba un rechazo de la mujer, que quedaba libre respecto al marido, pero sin protección o compen- sación económica de ninguna clase.

  • b) El punto de vista del Nuevo Testamento.

En el Nuevo Testamento, en el evangelio atribuido a Mateo, Jesús trata esta misma cuestión, argumentando en contra de la solución favorable al divorcio-repudio, propia del Antiguo Tes- tamento, pero con un argumento que seguiría dejando la puerta abierta al divorcio, por lo menos en los casos de "unión ilegí- tima", aunque el Jesús evangélico no llega a explicar el alcance exacto de sus palabras.

En efecto, se dice en Mateo que unos fariseos preguntaron a Jesús:

"-Entonces, ¿por qué mandó Moisés que el marido diera un acta de divorcio a su mujer para separarse de ella? Jesús les dijo:

– Moisés os permitió separaros de vuestras mujeres por vuestra incapacidad para entender, pero al principio no era así. Ahora yo os digo: El que se separa de su mujer, excepto en casos de unión ilegítima, y se casa con otra, comete adulterio"255.

Sin embargo, estas palabras de Jesús son claramente contra- dictorias con las leyes del Antiguo Testamento, tal como se ha podido ver antes, tanto en Deuteronomio, donde de manera ine- quívoca Moisés establece el divorcio con total normalidad, su- puestamente inspirado por Yahvé y no porque hubiera cedido

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255 Mateo, 19:7-9. La cursiva es mía.

ante su pueblo por el motivo alegado por Jesús, como también en Isaías, donde se dice que ¡el mismo Yahvé entregó su acta de divorcio al pueblo de Israel!256.

Por otra parte, en el evangelio de Marcos Jesús rechaza el divorcio proclamando "lo que Dios unió, que no lo separe el hombre"257.

Y Pablo de Tarso añade en su primera carta a los Corintios que el rechazo del divorcio procede de una supuesta "orden del Señor", diciendo en este sentido:

"A los casados les mando, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido […] Y tampoco que el mari- do se divorcie de su mujer"258.

Sin embargo, tal doctrina no se justifica por ninguna clase de argumentación racional y, además, en estos planteamientos se defiende un punto de vista contradictorio con el del Antiguo Tes- tamento, tan "palabra de Dios" como el nuevo.

Por ello, en este punto es evidente la existencia de una nue- va contradicción en la Biblia, pues lo que defiende Jesús está en contradicción con la ley existente en el Antiguo Testamento, supuestamente inspirado por el propio dios judeo-cristiano. Y así, cuando Jesús dice a los fariseos que "el que se separa de su mujer […] y se casa con otra, comete adulterio", al margen de que ya en su tiempo la institución familiar hubiese ido evolucio- nando desde la poligamia a la monogamia y al margen de los motivos por los que Moisés hubiese podido defender el divorcio, lo que está claro es que esta institución estaba perfectamente

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256 Jeremías, 3:6-8.

257 Marcos, 10:9.

258 I Corintios, 7, 10-11.

legislada y aceptada. Conviene recordar a este respecto cómo el autor del pasaje bíblico en el que se habla de las setecientas mujeres y trescientas concubinas de Salomón no pone ningún reparo a esta situación ni se le ocurre objetar que Salomón cometiera adulterio por acostarse con cualquiera de sus mujeres o concubinas sino sólo que, como sus mujeres pertenecían a diversos pueblos que tenían otros dioses, existía el peligro de que pudieran alejar a Salomón del culto a Yahvé, cosa que en efecto sucedió, según estos mismos relatos.

En consecuencia la defensa y el rechazo simultáneo del divorcio, que aparecen en un libro supuestamente inspirado por el "Espíritu Santo", representan una nueva contradicción.

Además, y en relación con las palabras de Jesús antes cita- das, hay que señalar otra contradicción, aunque en este caso se encuentra entre las palabras atribuidas a Jesús y la doctrina del Catecismo Católico respecto al matrimonio, pues referirse a "lo que Dios ha unido", tal como hace Jesús, está en contradicción con el Catecismo Católico en el que se dice que los "ministros" –o sujetos- de ese sacramento son los propios contrayentes del matrimonio, quienes libremente deciden su unión matrimonial, de manera que no es el dios cristiano quien los une sino sólo quien bendeciría su unión mediante la ceremonia religiosa correspondiente. Por ese motivo precisamente, cuando se con- vierte al catolicismo una pareja ya casada anteriormente, la Igle- sia Católica acepta como válido aquel matrimonio anterior, lo cual sería absurdo en el caso de que la unión matrimonial sur- giera por una decisión divina, pues en tal caso habría que supo- ner que el dios de los católicos había intervenido en aquella ceremonia anterior de la religión a que antes había pertenecido la pareja que ahora se convertía a la auténtica; pero eso signifi- caría que al dios cristiano no le importaba que el matrimo-nio se celebrase en una iglesia cristiana o en una de cualquier otra reli- gión, lo cual llevaría a sospechar que, por lo mismo, tampoco le importaban las diferencias entre las distintas religiones con tal de que, a su manera, todas le adorasen. Pero los dirigentes cató- licos y la misma Biblia rechazan esta idea y consideran que dios es único y, más concretamente, que dios sólo lo es de verdad el de la secta católica y que, al igual que en el Antiguo Testamen- to, no acepta otros dioses que él mismo, con quien Abraham había pactado una alianza.

Por otra parte, la frase atribuida a Jesús, "lo que Dios unió, que no lo separé el hombre", hace referencia a un compromiso de convivencia, el matrimonio, basado en la existencia de deter- minados sentimientos entre quienes firman el contrato matrimo- nial, sin tener en cuenta que los sentimientos varían al margen de la propia voluntad: Hoy sentimos de una manera determina- da, pero dentro de diez meses o de diez años podemos sentir de un modo radicalmente distinto. Ahora bien, ¿qué justificación podría tener la continuidad de la unión matrimonial en tales casos? Es cierto que en el momento en que se produce el con- trato matrimonial la compenetración y el sentimiento de amor y de unión entre los cónyuges pueden ser tan fuertes que quienes se casan estén convencidos de que su amor será eterno. Y, por eso, en tal situación es comprensible que ambas partes prometan o juren amarse hasta que la muerte les separe. Sin embargo, en cuanto nadie puede programar la duración de sus sentimientos, ¿qué justificación podría haber en tales casos para que una pare- ja se mantuviera unida, "odiándose hasta que la muerte les sepa- rase"? Ni siquiera resulta concebible que a un dios, supuesta- mente bueno, se le ocurriera ordenar a esa pareja que se man- tuviera unida, siendo sus sentimientos o su respectiva personali- dad radicalmente incompatibles con los de la otra persona.

Además, si la misma secta católica acepta la doctrina de que un matrimonio puede ser nulo por la existencia de una incompatibi- lidad de caracteres entre los cónyuges, sólo tendría que avanzar un poco para comprender que tal incompatibilidad, aunque podría no existir al principio, podría surgir al cabo de un tiempo, pues por la propia naturaleza de la vida todos cambiamos de un modo o de otro, y, como consecuencia de estos cambios, la con- vivencia entre dos personas259 puede evolucionar hacia una mayor comprensión y afinidad o, por el contrario, hacia una mayor incomprensión. Y, por tal motivo, no tiene sentido conde- nar a dos personas, que a partir de un momento dado hayan deja- do de ser compatibles, a tener que seguir conviviendo cuando tal convivencia representa un martirio continuo para uno de ellos o para ambos. Es evidente que, por tal motivo, la ley que permite el divorcio ha adquirido un carácter muy generalizado en el mundo, al margen de que desde religiones como la católica se siga defendiendo que la unión matrimonial tiene carácter sagra- do e indisoluble.

En cualquier caso, es evidente igualmente la contradicción existente entre lo que se defiende en el Antiguo Testamento y lo que Jesús defiende en los evangelios de Mateo y de Marcos260. El olvido de Jesús de que el propio Yahvé había entregado a

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259 Digo "dos personas", pero igual podrían ser algunas más, según qué tipos de matrimonio se instituyeran, pues no puede afirmarse a priori que el matri- monio deba estar formado por una pareja en exclusiva –como, según la Bi- blia, no lo estaba en el caso del rey Salomón y en otros muchos-, aunque la cultura occidental sea en general y en estos momentos monogámica. Tén- gase en cuenta, además, que el islam acepta la poligamía y que además tam- bién han existido sociedades poliándricas y no sólo "poligínicas".

260 Suponiendo que lo que se dice en tales evangelios se corresponda con lo que pudiera haber defendido Jesús.

Israel un acta de divorcio261, no por ninguna ilegalidad de la alianza previamente establecida sino por las infidelidades de Israel, sólo se entiende a partir del supuesto de que Jesús no tuviera nada que ver con Yahvé, es decir, con el Dios judeo- cristiano, pues sólo así se evita una contradicción tan flagrante, o a partir de que los autores de estos evangelios fueran algo ignorantes respecto al contenido del Antiguo Testamento en rela- ción con el divorcio, o por ambos motivos a la vez.

Por ello, está claro que en el Nuevo Testamento se rechaza el divorcio incurriendo en una evidente contradicción respecto a la doctrina del antiguo, lo cual es realmente grave si se tiene en cuenta que, según la jerarquía de la secta católica, tanto el anti- guo como el Nuevo Testamento, es decir, el conjunto de la Biblia, estarían inspirados por el "Espíritu Santo".

  • c) El punto de vista de la jerarquía católica.

Por su parte, los dirigentes de la secta católica, de acuerdo con la tesis del Nuevo Testamento, rechazan el divorcio desde la consideración de que el matrimonio se produce como conse- cuencia de un vínculo entre los contrayentes del matrimonio establecido por el propio Dios, de acuerdo con las palabras cita- das del evangelio de Marcos, o también como consecuencia de unas palabras de Jesús en las que critica la anterior ley del divorcio existente en los tiempos del Antiguo Testamento:

"También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele la carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella

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261 "…yo [Yahvé] repudié a Israel, la apóstata, por todos sus adulterios, dán- dole su acta de divorcio" (Jeremías, 3:6-8).

adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulte- rio"262.

o también por aquella supuesta "orden del Señor", según interpreta Pablo de Tarso en su primera carta a los Corintios.

Sin embargo, tal doctrina no se justifica por ninguna clase de argumentación racional y, además, en estos planteamientos se defiende un punto de vista contradictorio con el del Antiguo Tes- tamento, tan "palabra de Dios" como el nuevo. Además, estas palabras –especialmente las de Jesús en el evangelio de Marcos– son igualmente contradictorias con la forma de entender el matrimonio por la propia secta católica, forma según la cual, como ya he indicado antes, no es su dios quien une a la pareja, sino que los ministros o sujetos del matrimonio son las personas que se casan, en cuanto realizan un acto que deriva de su exclu- siva voluntad. El Catecismo católico proclama en este sentido:

"los esposos, como ministros de la gracia de Cristo, […] se confieren mutuamente el sacramento del matrimonio"263.

Junto a estas incongruencias se encuentra además el hecho incomprensible de que durante muchos siglos la jerarquía cató- lica occidental aceptó el divorcio, de manera que, a pesar de las palabras condenatorias de Jesús, sólo a partir del Concilio de Trento, en 1563, se estableció el carácter indisoluble del matri- monio. Y así, si la prohibición del divorcio se hubiera debido a una supuesta ley de origen divino, su vigencia a lo largo de tantos siglos en la religión de Israel y en la secta católica no hubiera tenido sentido y habría estado en contradicción con la

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262 Mateo, 5:31.

263 Catecismo católico, nº 1623.

actual prohibición, pues, según los dirigentes de la secta, las leyes de origen divino tienen carácter eterno.

A pesar de todo, la secta católica, contradiciéndose al igual que en tantas otras ocasiones, rechaza el divorcio, al menos en teoría… En la práctica, sin embargo, lo acepta en numerosos casos relacionados primordialmente con aquellas personas que dispongan del suficiente dinero para pagar a los "tribunales ecle- siásticos", que son quienes deciden si conceden o no la "nulidad matrimonial", entendiendo por ella no una ruptura del matrimo- nio sino la declaración de que en realidad no hubo matrimonio, incluso después de una convivencia de años y después incluso de que el "falso matrimonio" haya tenido varios hijos.

Mediante este sorprendente recurso, la jerarquía católica no sólo ha encontrado de hecho una forma de aceptar el divorcio sino especialmente la de diversificar las fuentes de sus ingresos económicos al darse cuenta del interesante negocio que se le iba de las manos y aprendiendo al tiempo a ser más prudente en estos asuntos para así evitar situaciones como la producida cuan- do Enrique VIII de Inglaterra pidió el divorcio y el papa se lo negó, lo cual tuvo como consecuencia la secesión de la iglesia de Inglaterra y la correspondiente creación de la "iglesia angli- cana", con la consiguiente pérdida de poder político y económi- co de la secta católica.

  • d) Incoherencias de los dirigentes de la secta católica res- pecto al divorcio.

Teniendo en cuenta el carácter voluntario del matrimonio, se puede entender más claramente el mismo carácter natural del divorcio, pues de la misma manera que de modo natural puede surgir en una pareja el deseo de contraer matrimonio, posterior- mente puede surgir igualmente el deseo de disolverlo en cuanto las condiciones en que lo contrajeron hayan variado de forma que hayan dejado de tener valor, como sucede en tantas ocasio- nes, tanto por motivos externos de carácter económico como por motivos internos, relacionados con los sentimientos de amor, de afinidad o de comprensión entre la pareja.

Lo que no tendría sentido es considerar que por el hecho de que una pareja hubiera firmado un contrato matrimonial en un momento dado, el vínculo contraído debiera mantenerse indefi- nidamente por encima de la voluntad de cualquiera de los con- trayentes.

Y, en cuanto el matrimonio sea un contrato basado en una promesa, el derecho al divorcio se comprende más fácilmente mediante algún ejemplo:

  • Uno podría prometer donar mil euros anuales a determi- nada organización, supuestamente dedicada a la lucha contra el hambre en el mundo. Sin embargo, si al cabo de cierto tiempo descubre que dicha organización se dedicaba al tráfico de armas,

¿debería ser fiel a su promesa?

  • Alguien podría firmar un contrato por el cual se compro- metía a asesinar a un desconocido a cambio de una suma con- siderable de dinero. Sin embargo, después de reflexionar acerca del compromiso contraído, siente que la idea de matar a un semejante le repugna, ¿seguiría teniendo la obligación de cum- plir su compromiso?

  • Se dice que Aníbal juró odio eterno a los romanos. Pero, si a lo largo de su vida hubiese llegado a comprender que los romanos eran personas tan normales como él, ¿tendría la obli- gación de cumplir su juramento?

Del mismo modo, hay matrimonios en los que cualquiera de sus miembros, después de un tiempo de convivencia, ha visto que sus sentimientos respecto al otro habían cambiado hasta el punto de vivir en un ambiente insoportable o hasta el punto incluso de desear la muerte de la pareja. ¿No tendría derecho a disolver su contrato matrimonial? Parece evidente que en los ejemplos expuestos se tendría pleno derecho a incumplir el juramento o contrato pactado en cuanto la manera de pensar o sentir en un momento dado no tiene por qué determinar necesariamente la conducta futura de nadie, pues lo lógico es que en cada momento se actúe de acuer- do con el criterio de ese momento y no con el que se haya tenido en cualquier otro. Por ello mismo, en cuanto la unión matrimo- nial se produce como un contrato libre, en ningún caso tiene por qué tener un carácter indisoluble sino que sólo debe contemplar- se como un compromiso subordinado en todo momento a la voluntad sostenida de ambas partes de mantenerlo en vigor, al margen de que en el mismo contrato haya cláusulas que sirvan para compensar a cualquiera de las partes por el perjuicio que su rescisión pudiera causar a una de ellas.

En consecuencia, en tales contratos deja de tener sentido la referencia a una fidelidad "hasta que la muerte nos separe", y, en consecuencia, no tienen por qué incluir ninguna cláusula de indisolubilidad, ni referencia a una supuesta orden divina, sino sólo a la voluntad actual de quienes lo firman del mismo modo que se haría en la disolución de cualquier otro tipo de contrato.

Dicho de otro modo, el derecho al divorcio se fundamenta, en primer lugar, en el hecho de que el ser humano, en cuanto goza de racionalidad, delibera en cada momento acerca de sus distintas posibilidades de actuación, y decide en consecuencia. Y, por ello, la libertad por la que decide establecer un contrato matrimonial es la misma que debería seguir presidiendo sus actos, tanto si decide mantenerlo como si decide rescindirlo, de modo tan natural como la libertad que debe tener un pueblo tanto para crear como para cambiar su propia constitución, aun- que en ella figurase un artículo que le prohibiera cambiarla, pues, incluso en el caso de una situación tan absurda, el propio pueblo no tendría por qué perder su libertad para replantearse y decidir acerca del valor de aquella ley que ellos o sus antepasa- dos pudieron haber establecido, ya que sería absurdo considerar sagrada e indiscutible cualquier decisión del pasado en cuanto implicaría asumir que en el pasado se estaba en posesión de una clarividencia absoluta respecto al futuro y que, por ello, a partir de aquel momento el pueblo debía olvidar su libertad y someter- se a aquella decisión primera, aceptando la desapareción de su derecho a replantearse el carácter inmutable de aquella primera constitución.

Por ello, la existencia de contratos que contengan cláusulas como la de la negación de la libertad de los firmantes para res- cindirlo es absurda, pues implicarían la supresión de su libertad futura respecto a ese aspecto de sus vidas, al tener que someter sus decisiones futuras al condicionante de aquel contrato del pasado, aunque las partes contratantes estuvieran de acuerdo en que el contrato era perjudicial para cualquiera de ellos y que, por ello, convenía disolverlo. Es decir lo absurdo es la existencia de contratos que impliquen la anulación de la propia libertad de los firmantes para disolverlos264, como sucede en el caso del

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264 Para evitar un posible equívoco en relación con esta cuestión conviene distinguir entre las distintas clases de contratos, pues no es lo mismo un con- trato como el del matrimonio católico y un contrato como el de la compra de una casa, pues en este caso sería absurdo que al cabo de diez años el com- prador se presentase ante el vendedor para decirle que quería rescindir el con- trato, devolverle la casa y recuperar su dinero. El comprador podrá estar arre- pentido de haber comprado, pero, a no ser que en la venta hubiera habido alguna estafa, o que el vendedor estuviera de acuerdo en recuperar la casa y "matrimonio indisoluble", o en el del contrato de "esclavitud personal" o en el de los "votos perpetuos" de diversas compa- ñías religiosas, en cuanto en realidad sólo tienen sentido mien- tras quienes estén comprometidos sigan pensando igual que cuando se comprometieron, por lo que en el mejor de los casos serían innecesarios, ya que en realidad a lo único a lo que uno se comprometería en esos casos es a comportarse de un modo determinado mientras lo considerase oportuno –para lo cual no haría falta compromiso alguno-.

Si alguien pusiera como objeción al divorcio el problema que su disolución podría implicar para los hijos, se le podría res- ponder que, aunque en principio fuera mejor que éstos se críasen con ambos padres, también es verdad que es peor que se críen con unos padres que se odian o desprecian en lugar de estar con cada uno de ellos por separado, y que, además, los padres tienen derecho a rehacer sus vidas sin dejar de buscar como mejor pue- dan el bien de los hijos, sin necesidad de hacer ante ellos una comedia constante acerca de un amor que ya no exista. Por ello, lo que en verdad es un error en los contratos matrimoniales de la secta católica es la referencia a su indisolubilidad, pues, aunque estos contratos se hagan con la intención de cumplirlos, eso no justifica que deban durar más allá de la voluntad de cualquiera de los firmantes.

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devolver el dinero al comprador, éste no tendrá ningún derecho a exigir la anulación de aquél contrato. La forma natural de proteger el valor de este tipo de contratos consiste en realizarlos mediante documentos firmados ante testi- gos o ante notario, con la ayuda de una legislación que los avale y de un poder ejecutivo que vele por su cumplimiento.

Acerca del aborto

Los dirigentes de la secta católica condenan el aborto a pesar de que en el Antiguo Testamento son muchos los momen- tos en que Yahvé no duda en ordenar la muerte de mujeres, de niños e incluso de mujeres embarazadas, a pesar de que ni el cigoto ni el embrión son todavía seres humanos, y a pesar de que, en el caso de que lo fueran, el aborto sería la garantía de que tales seres humanos [?] fueran a unirse eternamente con su dios [?] sin poner en riesgo su "eterna salvación" como conse- cuencia de la posibilidad de morir en pecado mortal [?], lo cual implicaría su "eterna condenación". La reproducción de la vida humana se realiza a partir del momento en que las células sexuales masculina y femenina se unen formando una sola célula llamada cigoto. A partir de dicha unión, el cigoto comienza un proceso de multiplicación y de diferenciación celular de acuerdo con las instrucciones genéticas existentes en él, proceso que, si transcurre de forma normal, culminará con el nacimiento de un nuevo ser humano.

El aborto hace referencia a la interrupción natural o provo- cada del embarazo antes de concluido el plazo a partir del cual nacería un nuevo ser humano, apto para vivir de manera autó- noma aunque con la ayuda de otros seres humanos que le pro- porcionen alimento, protección, afecto y unas condiciones ambientales adecuadas.

En cuanto el aborto puede ser involuntario o voluntario, en relación con este último se ha planteado la cuestión de si es moralmente aceptable y, en el caso de que así se considere, en qué supuestos. Se suele considerar que la respuesta a esta cues- tión depende de cuándo se considere que se está ante un ser humano y cuándo no, entendiendo algunos que el aborto volun- tario sólo sería moralmente aceptable en el caso en que el orga- nismo vivo cuyo proceso de desarrollo se interrumpiera no fuera todavía un ser humano, sino sólo una agrupación celular dife- rente.

10.1. Moralidad o inmoralidad del aborto

Entre las perspectivas relacionadas con la licitud o ilicitud moral del aborto haré una breve introducción al punto de vista científico acerca de la gestación de un nuevo ser humano, pero lo que trataré de manera crítica es el punto de vista de los diri- gentes de la secta católica.

Las diversas culturas en los distintos momentos de la histo- ria han mantenido puntos de vista muy diferentes acerca del momento de la gestación en el que puede hablarse ya de la exis- tencia de un auténtico "ser humano" como resultado de las transformaciones que se van produciendo a partir de la unión de las células sexuales. En relación con esta cuestión y después de muchos años de discusión infructuosa, todavía en la actualidad sigue habiendo una controversia que lo único que demuestra, si acaso, es lo absurdo de pretender fijar un momento mágico en el que se produciría dicha transformación en lugar de aceptar que esa cuestión en el fondo tiene carácter convencional, pues, al margen de doctrinas religiosas, es evidente que entre el momen- to en que se produce la unión de un espermatozoide y un óvulo, y el momento en que esa unión celular alcanza un cierto desarro- llo a partir del cual puede decirse que nos encontramos ante un ser humano, existe un tiempo en el que afirmar o negar que nos encontremos ante tal ser humano dependerá del concepto que se tenga de ser humano, al margen de que los dirigentes de la secta católica defiendan ahora –que no siempre- que el simple cigoto ya lo es. Frente a este punto de vista hay que tener en cuenta que, del mismo modo que las células sexuales por separado no constituyen un ser humano, no parece que tenga sentido consi- derar que su simple unión lo sea, como si de pronto la supuesta divinidad de los católicos hubiera insuflado a dicha unión celu- lar un "alma espiritual" a la que de forma más o menos encu- bierta se refiriese la jerarquía de la secta cuando proclama que nos encontramos ante un "ser humano", ni tampoco que una estructura formada por cuatro, ocho o dieciséis células lo sean. Ese simple hecho demuestra la imposibilidad de señalar un momento exacto a partir del cual pueda afirmarse que se está en presencia de tal ser humano. Esto mismo puede comprenderse igualmente si la cuestión se plantease desde una perspectiva simplemente aritmética y alguien dijera de forma categórica: "La unión de x número de células todavía no es un ser humano, pero la de x + 1 células ya lo es". Tal afirmación resultaría al menos desconcertante en cuanto no se diera una explicación acerca del cambio que haya podio producirse en dicha unión celular para llegar a tal conclusión.

En relación con esta cuestión los científicos han diferencia- do diversas fases de desarrollo del cigoto, como las de preem- brión, embrión, feto y neonato, por nombrar sólo las más repre- sentativas. El desarrollo natural del cigoto dará lugar en último término al alumbramiento del neonato, y será después de su alumbramiento, cuando éste será legalmente reconocido como persona. Pero, por lo que se refiere al momento de la gestación a partir del cual puede decirse que nos encontramos ante un nuevo ser humano, la jerarquía católica ha defendido al menos dos teo- rías contradictorias: El concilio de Vienne (1311-1312), presi- dido por Clemente V, consideró que este cambio esencial se pro- ducía al final del tercer mes después del embarazo mientras que en 1869 Pío IX consideró que la vida humana comenzaba a par- tir de la formación del cigoto y, en consecuencia, proclamó que el concepto de aborto era aplicable a cualquier momento de la interrupción del embarazo265.

A pesar de estos contradictorios puntos de vista, la jerar- quía católica actual considera, de acuerdo con el punto de vista de Pío IX, pero en contra de la correspondiente resolución del concilio de Vienne de 1312, que el cigoto es ya un ser humano y que, por ello mismo, el aborto voluntario en cualquier fase del embarazo es un asesinato, una de las manifestaciones de la "cul- tura de la muerte", según expresión utilizada por el papa Juan Pablo II.

Sin embargo, en relación con los planteamientos de la jerar- quía católica y al margen de la contradicción en que incurre con- sigo misma, tiene interés considerar dos cuestiones:

En primer lugar, la reflexión acerca del problema que plan– tea el aborto de un supuesto ser humano cuando se tiene en cuenta que, según las propias doctrinas de la secta católica, cual- quier ser humano muerto antes de tener uso de razón va direc- tamente al Cielo, sin excepción alguna desde que el papa Juan

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265 Antes de seguir adelante en el análisis de esta cuestión conviene atender al hecho de que esta contradicción de opiniones entre Clemente V (Concilio de Vienne en el siglo XIV) y Pío IX (siglo XIX), pone en evidencia –una vez más- el carácter absurdo del dogma de la infalibilidad del papa: En efecto, si tal dogma fue declarado por el concilio Vaticano I en el año 1870, presidido por el papa Pío IX, y resulta que ese mismo papa niega el valor a la doctrina aprobada en el concilio de Vienne, el propio Pío IX se contradice a sí mismo cuando, a la vez que defiende la infalibilidad de los papas, niega que el papa que presidió el concilio de Vienne fuera infalible cuando defendió su parti- cular doctrina acerca del momento de la aparición de un nuevo ser humano.

Pablo II "suprimió" el Limbo. Ahora bien, teniendo en cuenta que, según la doctrina católica, el ser humano incurre en "sen- tencia de eterna condenación" como consecuencia de morir en "pecado mortal", en el caso de que uno creyese firmemente tal doctrina, ¿no sería un acto de auténtica caridad cristiana tratar de evitar a los niños el gravísimo peligro de morir en pecado mortal y de ser castigados al fuego eterno, enviándolos cuanto antes a gozar de la Vida Eterna? Al fin y al cabo, ¿qué valor puede tener la vida terrena en comparación con dicha vida eterna? Cierta- mente ninguno, por muy feliz que uno pudiera llegar a ser en esta vida terrena, que nada significaría en comparación con la supuesta felicidad eterna de la vida celestial. Además, si se tiene en cuenta que, según dijo Jesús, "muchos son los llamados, pero pocos los escogidos", ¿para qué asumir el riesgo de vivir esta vida después de la cual uno podría ser finalmente condenado al fuego eterno? ¿No sería incomparablemente más seguro morir lo antes posible, siendo ya un "ser humano", para gozar inmediata y eternamente de la vida eterna? Parece efectivamente que, si la doctrina actual de la jerarquía católica fuera correcta al conside- rar que un cigoto fuera ya un ser humano, no tendría ningún sentido su preocupación por su vida "en este valle de lágrimas", ya que, además, su aparente muerte no sería otra cosa que un tránsito directo a la vida eterna para unirse definitivamente con su "Dios", vida en la que dicen creer los dirigentes católicos. Sin embargo, la realidad de lo que sucede es muy contraria a estas consideraciones, de manera que los dirigentes católicos suelen hablar escandalizados acerca del aborto e incluso, cuando ofician un funeral de algún niño, no manifiestan alegría alguna porque el niño "haya pasado a mejor vida" sino que suelen expresar con sus palabras y sus gestos unos sentimientos de aflicción que no parecen nada congruentes con su teórica creen- cia en la vida eterna de que va a gozar ese niño a partir del momento de su "muerte aparente".

En definitiva, asumiendo que la doctrina de la jerarquía católica fuera verdadera y que, después de la muerte terrenal, cigotos, embriones, fetos y niños fueran al "Cielo", en tal caso no habría justificación alguna para la crítica del aborto, pues la supuesta muerte de tales seres no sería una muerte real sino sólo el "tránsito" desde su vida terrena, llena de padecimientos y peligros, a la vida eterna celestial de que hablan los dirigentes católicos. Por ello, con su crítica al aborto parece que la jerar- quía católica sea tan escéptica acerca de la existencia de esa vida eterna como el más escéptico de los ateos.

Estos razonamientos podrán parecer extravagantes y pro- pios de un demente, pero ¿acaso son absurdos? Por lo menos no deberían parecerlo a todo aquél que de verdad creyese en esa supuesta vida eterna acompañada de eterna felicidad y en el alternativo castigo eterno del Infierno266.

Y, en segundo lugar, teniendo en cuenta el trato a los niños que los dirigentes de la secta católica dicen defender en la actua-

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266 Estos razonamientos parecen tan irrefutables que sus conclusiones serían aplicables no sólo a los embriones y a los fetos sino incluso a los niños que todavía no tuvieran uso de razón, y que, en consecuencia, no tendrían capaci- dad de pecar: De acuerdo con las doctrinas de la secta católica, la muerte de estos niños sería la única garantía de que iban a gozar de una felicidad eterna, mientras que el permitirles seguir viviendo equivaldría a lanzarlos a una aventura peligrosa que podría culminar en su eterna condenación, pues al hacerse mayores podrían pecar y morir en pecado mortal. Por ello, parece que o bien es el egoísmo de los padres, que quieren gozar de la compañía de sus hijos, o bien su falta de fe en tales dogmas lo que lleva a los teóricos creyen- tes a preservar la vida terrena de estos niños en lugar de enviarlos directa- mente a gozar de la vida celesial en compañía de su dios. Desde una perspec- tiva atea, es una suerte para los niños que la fe de sus padres no llegue a tal extremo.

lidad, es una contradicción que en el Antiguo Testamento el pro- pio Yahvé no tuviese inconveniente en matar cruelmente a cien- tos de miles de niños, sin que diera la menor importancia a esas muertes, lo cual, sin embargo, sí era especialmente grave, teniendo en cuenta que en aquellos tiempos los escritores bíbli- cos no creían en la resurrección de los muertos267, por lo que la muerte aparecía en muchos casos como un final realmente trá- gico en cuanto se concediese valor a la vida terrena a pesar de sus limitaciones y padecimientos.

En relación con esta cuestión, tiene interés presentar algu- nos pasajes de aquella "palabra de Dios", en donde se muestra ese trato según el cual, si la vida terrenal fuera sagrada, sería una contradicción que Yahvé hubiera ordenado los múltiples asesi- natos, que aparecen en el Antiguo Testamento, cometidos por él, tal como puede comprobarse en pasajes como los siguientes:

  • a) "Samaría tendrá su castigo, por haberse rebelado contra su Dios. Serán pasados a filo de espada; sus niños serán estrellados y reventadas sus mujeres encinta"268.

En este pasaje se expresa la brutalidad de Yahvé en su di- mensión más cruel, refiriéndose al asesinato de niños y de fetos. Y, si a Yahvé le parecieron bien tales asesinatos, tan incalifica- bles, ¿cómo se atreven los dirigentes católicos a criticar el abor-

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267 Más adelante trataré esta cuestión con más detalle, pero puedo presentar ya dos citas muy claras en relación con la creencia de esta consideración de la vida humana como de una realidad con carácter limitado. Así, se dice en Eclesiásico: "[Yahvé cubrió la tierra] con toda clase de vivientes, y todos volverán a ella. Formó el Señor al hombre de la tierra, y allá lo hará volver de nuevo. Asignó a los hombres días y tiempo limitado" (Eclesiástico, 17:1; la cursiva es mía); igualmente se dice en Job: "…el hombre que yace muerto no se levantará jamás […] no volverá a levantarse de su sueño" (Job, 14:12).

268 Oseas, 14:1.

to de un embrión y a la vez asumir como una acción sagrada la realizada por Yahvé contra la vida de esos niños y de esos fetos –así como la de sus madres- de un modo tan absurdo? ¿Qué argumento podrían presentar para justificar la atrocidad de Yah- vé y para criticar a la vez la actitud de quienes simplemente deciden interrumpir un embarazo durante las primeras semanas de gestación?

  • b) "[Moisés les dijo] Matad, pues, a todos los niños varo- nes y a todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún hombre"269.

Aquí es Moisés, en nombre de Yahvé, su dios, quien ordena la muerte de niños inocentes y de mujeres. De nuevo, como en tan- tas ocasiones, lo único que les importa a Moisés y a los poste- riores sacerdotes de Israel es mantener al pueblo "incontamina- do", no mezclado con otros pueblos cuyos dioses pudieran representar un serio problema para su autoridad –la de sus sacer- dotes- sobre su propio pueblo, y, por ello, consideran preferible matar a niños y a mujeres inocentes, y no sienten piedad alguna por ellos. La vida de quienes no siguen a Yahvé no tiene ningu- na importancia en cuanto puede ser un obstáculo para que el pueblo de Israel se mantenga fiel a su dios.

Pero los dirigentes de la secta católica consideran un crimen monstruoso la interrupción del embarazo en cualquier momento, al margen de que su continuidad ponga en serio peligro la vida de la madre y al margen de que el concilio de Vienne proclama- se que hasta cumplido el tercer mes de embarazo no hay vida humana en el ser que se está gestando. Y, si califican como un crimen monstruoso la interrupción de un embarazo durante esos

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269 Números, 31:17. La cursiva es mía.

primeros meses, ¿cómo deberían calificar los brutales crímenes de su dios?

  • c) "Y pude oír lo que [el Dios de Israel] dijo a los otros: – Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos"270.

  • d) "Entonces la asamblea envió doce mil hombres de los más valientes, con esta orden:

-Id y pasad a cuchillo a todos los habitantes de Yabés de Galaad, incluidas mujeres y niños"271.

De nuevo, más matanzas, pero remarcando que había que matar a todos, incluidos mujeres y niños. ¡Ése es "el dios del amor", al que adora la secta católica! Resulta curioso que en ningún acto de la liturgia católica se mencionen esas admirables hazañas del pueblo de Israel y de su dios. Y claro está, ¡lo que Yahvé ordena es sagrado, aunque se trate de asesinatos! ¡Lo realmente grave es el aborto de un ser al que en el peor de los casos se le estaría enviando a gozar de la vida eterna! Al menos eso dicen los dirigentes de la secta católica.

  • e) "Así dice el Señor todopoderoso: He resuelto castigar a Amalec por lo que hizo a Israel, cerrándole el paso cuando subía de Egipto. Así que vete, castiga a Amalec y consagra al exterminio todas sus pertenencias sin piedad; mata hom- bres, mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ove-

jas, camellos y asnos"272.

¡Y siguen las matanzas en masa, como las de los nazis, pero adelantándose a ellos en más de dos mil quinientos años! ¡De

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270 Ezequiel, 9:5-6.

271 Jueces, 21:10. La cursiva es mía.

272 1 Samuel, 15:2-3. La cursiva es mía.

nuevo la venganza como origen de una decisión así de criminal y sangrienta! ¡De nuevo la muerte de hombres, mujeres, mucha- chos y niños de pecho! ¡Y también la de simples animales domésticos! ¡Y es el propio Yahvé quien lo manda! Pero no hay que escandalizarse: Si lo manda Yahvé, él sabrá por qué lo hace. Hay que obedecer sus sagradas órdenes. Dios lo quiere y basta. Lo que no quiere son los abortos que él no haya ordenado. Y lo que él ordena lo hace a través de los sacerdotes de Israel. Pero todos los asesinatos cometidos por Yahvé son sagrados, pues él está por encima de toda norma, más allá del bien y del mal. Ahora bien, ¿es posible amar a ese dios tan déspota? ¿Por qué habría que amar a un dios tan cruel y sanguinario? Por suerte, Yahvé y su brutalidad eran sólo la mentira urdida por los sacer- dotes de Israel para atemorizar al pueblo y conseguir así su obe- diencia ciega. Por ello, la actitud de los dirigentes actuales, tan comprensivos con los asesinatos de Yahvé cometidos contra hombres, mujeres, ancianos y niños, pero escandalizados ante el aborto de seres a quienes, en el caso de que fueran humanos, no se les privaría de la vida sino que se les enviaría a gozar de la felicidad eterna, es una simple comedia llena de hipocresía.

  • f) "Por eso, así dice el Señor […] Yo los castigaré: sus jóvenes morirán a espada, sus hijos y sus hijas morirán de hambre"273.

Y sigue igual: Nuevos asesinatos guiados en el mejor de los casos por la ley del Talión, pero extendida a los hijos e hijas de aquéllos a quienes Yahvé odia de manera especial. ¡Ése es el "Dios del amor"! Pero ni los israelitas ni los cristianos pueden descalificar esos asesinatos, pues es su dios quien los ordena. Lo

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273 Jeremías, 11:21-22. La cursiva es mía.

sacrílego es el aborto de un ser que, según el parecer de la secta católica en otros momentos, ni siquiera sería humano.

  • g) "Por eso, así dice el Señor: […] Por tus prácticas idolá- tricas haré contigo lo que jamás he hecho ni volveré a hacer: Los padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres. Ejecutaré mi sentencia contra ti y esparciré a todos los vientos lo que quede de ti [= de Jerusalén]"274.

Más brutalidades del Dios de Israel. Ya no se conforma con matar sanguinariamente. Ahora quiere disfrutar de un espec- táculo caníbal especialmente refinado, pues se trata del caniba- lismo practicado por padres comiéndose a sus hijos y éstos a sus padres.¡Qué paradójico resulta que los dirigentes católicos no pongan ningún reparo a las acciones de su Dios y, sin embargo, manifiesten un horror extremo ante el aborto de una agrupación celular respecto a la cual otros dirigentes cristianos proclamaron en el siglo XIV que todavía no podía considerarse humana! Pero la verdad es que a estos dirigentes el aborto en sí, aunque fuera de un ser humano, no les importa lo más mínimo. La prueba está en que ellos mismos se han ocupado a lo largo de muchos siglos de perseguir y de matar a todo aquel que no estaba de acuerdo con sus ideas mediante su "Santa Inquisición". Lo que les importaba era la defensa del monopolio de su "sagrado nego- cio", de manera que, si había herejes que podían ser un peligro, intervenían o hacían intervenir a los gobiernos cómplices para hacer callar por las buenas o por las malas a tales elementos subversivos, quemándolos en una hoguera si consideraban que el peligro para su organización podía ser grave. Las vidas de esas personas no tenían ninguna importancia. Había que enviar-

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274 Ezequiel, 5:8-10. La cursiva es mía. Otro pasaje de canibalismo algo simi- lar a este se encuentra en Jeremías, 19:1-9.

las a Dios para que él las juzgase cuanto antes. Ahora, si conde- na el aborto, no es por otro motivo que el de servirse de tal con- dena como arma ideológica para lanzarla contra los gobernantes que no se sometan a sus exigencias de nuevos privilegios y de más poder dentro de la sociedad.

  • h) "Oráculo contra Babilonia que Isaías, hijo de Amós, reci- bió en esta visión: […] Haré que los cielos se estremezcan y la tierra se mueva de su sitio […] Al que encuentren lo atra- vesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a sus hijos, saquearan sus casas y violarán a sus mujeres. Pues yo incito contra ellos a los medos […] sus arcos abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto

de las entrañas ni se compadecerán de sus hijos"275.

En este último pasaje Isaías nos presenta a su Dios ordenando matanzas y violaciones. La absurda crueldad de Yahvé no se conforma con la simple muerte, sino que exige una muerte llena de brutalidad: "estrellarán a sus hijos […] y violarán a sus muje- res". Y, cuando el inspirado autor dice que el Señor incitará a los medos de forma que "no se apiadarán del fruto de las entra- ñas", está llevando a tal extremo la absurda crueldad divina y su absoluta amoralidad que ni siquiera se compadece de los recién nacidos ni de los fetos [= "el fruto de las entrañas"276]. De nuevo la compasión es una debilidad que sobra. ¡Qué hipócrita y ridí- culo resulta ahora, en comparación con la bestialidad del dios católico -cuando sólo era el dios de Israel-, que los dirigentes de esta secta aparenten escandalizarse por los abortos de esos

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275 Isaías, 13:1-18. La cursiva es mía.

276 Cuando el traductor habla del "fruto de las entrañas" es evidente que se re- fiere al feto, pues una expresión similar es la que utiliza el ángel Gabriel cuando anuncia a María que concebirá a Jesús y le dice "bendito sea el fruto de tu vientre".

embriones que todavía están lejos de poseer vida humana, mien- tras que, al mismo tiempo, procuran ocultar las crueles barbari- dades en las que se distraía su dios! Tiene interés insistir en el carácter brutal, arbitrario, sangui- nario y cruel de estas órdenes divinas277 en cuanto en muchas de ellas no sólo se ordena la muerte de mujeres y de niños sino que los inspirados autores de estos escritos se recrean en la descrip- ción de la crueldad divina cuando Yahvé exige pasar a cuchillo a todos los habitantes de una ciudad, incluyendo "mujeres y niños" sin dejar a nadie con vida; en cuanto se ordena matar a "hombres, mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ove- jas, camellos y asnos", donde ese amor divino sólo resulta reco- nocible si se lo identifica con el odio más extremo; en cuanto se dice "les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros", poniendo de manifiesto un goce pato- lógico en la barbarie ordenada, pero también en su descripción; en cuanto se dice: "los padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres", con un sadismo y una crueldad increíbles, vinien- do de un Dios del que posteriormente se dirá, ¡vaya sarcasmo!, que es "amor infinito".

A través de la lectura de estos pasajes se muestra un contra- dictorio contraste entre la actuación de Yahvé, tan cruel y caren- te de compasión hacia aquellas gentes a las que ordena asesinar sin piedad, en aquellos tiempos en los que el pueblo de Israel no creía en la existencia de otra vida, y la actitud de la jerarquía católica, que, pretendiendo ser portavoz de la voluntad de ese

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277 Como se ha indicado en otro momento, es absurdo suponer que pudiera existir un Dios tan sanguinario y vengativo como el Dios de Israel. Sin embargo, el afán de los sacerdotes judíos por dominar a su pueblo mediante el terror debío de ser el motivo que les llevó a crear a un Yahvé tan despótico y cruel.

mismo Dios, dice escandalizarse ante la idea de un aborto, como si creyera que la muerte de un cigoto o de un embrión, conside- rados como "seres humanos" sin base científica de ningún tipo, representase una pérdida definitiva, como si no tuviera fe en su "vida eterna" en el caso de que tuvieran vida humana.

La forma de actuar de los dirigentes católicos transmite la impresión de que en realidad son ellos quienes no creen en esa "vida eterna" de la que tanto hablan, como, de hecho, tampoco creían los autores de la mayor parte de libros del Antiguo Testa- mento, y que, por ello, parecen considerar de una gravedad extrema la interrupción de la vida terrena de esos seres humanos en formación, como si estuvieran convencidos de que no iban a tener otra, a pesar de que, en el caso de que esos embriones todavía no fueran humanos, eso no les plantearía ningún proble- ma de conciencia, y a pesar de que, en el caso de que lo fueran, se les estaría enviando a disfrutar de la vida celestial sin necesi- dad de pasar por los sufrimientos de "este valle de lágrimas" ni por los peligros de caminar hacia su eterna condenación en el Infierno.

Acerca de la homosexualidad

Los dirigentes de la secta católica consideran, de acuerdo con la Biblia, que la homosexualidad es antinatural, y niegan así la omnisciencia y la omnipotencia de su dios en cuanto con- sideran que hay cualidades en la naturaleza humana que no se corresponden con la intención de su dios cuando la creó. Aunque diversos dirigentes de la secta católica aceptan la existencia en el ser humano de una tendencia natural de carácter homosexual, muchos consideran que en el fondo se trata de una desviación de la Naturaleza y que, por ello, los homosexuales deben resignarse a vivir reprimiendo las tendencias de tal "natu- raleza desviada", en cuanto dejarse llevar por ellas implica ceder a un comportamiento "antinatural" y, por ello, intrínsecamente malo. En consecuencia, condenan la conducta homosexual, negando a los homosexuales el derecho a vivir de acuerdo con su modo de sentir la sexualidad, y el derecho a contraer una unión jurídica y social como la del matrimonio tradicional, con el mismo valor que esta institución tiene entre parejas heterose- xuales. Además y a pesar de reconocer que las tendencias homo- sexuales pueden ser consecuencia de causas naturales, el señor Ratzinger, anterior jefe de la secta católica, no sólo prohibió la ordenación de religiosos y religiosas que se comportasen de acuerdo con tales tendencias sino también la de quienes simple- mente las sintiesen.

A pesar de que en otro tipo de valoraciones morales la jerarquía católica se ha alejado de las doctrinas del Antiguo Tes- tamento, como sucede con el actual rechazo de la poligamia, en el tema de la homosexualidad se ha mantenido fiel a aquella doctrina primitiva en la que el comportamiento homosexual era juzgado de un modo especialmente duro, aunque sin explicar las causas de tal valoración. Dice el Antiguo Testamento en este sentido:

"No te acostarás con un hombre como se hace con una mujer; es algo horrible"278; El interés de esta afirmación se encuentra mucho más en lo que calla que en lo que dice, pues la simple condena de la homo- sexualidad sin argumento de ninguna clase sólo puede servir como prueba de que quien escribió tales palabras no tenía más argumento para condenar la homosexualidad que la simple pro- clamación dogmática de tal condena. ¿Por qué era "algo horri- ble"? Porque, de acuerdo con los gustos de quien escribió esta frase, así lo sentía él y muy posiblemente una parte considerable de quienes vivieron en aquella cultura. Pero eso, desde luego, no representa ningún argumento moral ni de ninguna clase sino, todo lo más, un rechazo a quien es o siente de manera diferente a uno mismo.

Un poco más adelante se señala el castigo que corresponde a la "abominación" que conllevaría el comportamiento homose- xual:

"Si un hombre se acuesta con otro hombre, como se hace con una mujer, cometen abominación; se les castigará con la muerte. Ellos serán los responsables de su propia muer- te"279.

Igualmente en los comienzos del cristianismo Pablo de Tar- so, inspirado muy posiblemente en los textos del Antiguo Testa-

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278 Levítico, 18:22.

279 Levítico, 20:13.

mento, criticó la conducta homosexual y consideró igualmente que el correspondiente comportamiento era merecedor de la pena de muerte. Escribe en este sentido en su carta a los Roma- nos:

"Así pues, Dios los ha entregado a pasiones vergonzosas. Sus mujeres han cambiado las relaciones del sexo por usos antinaturales; e igualmente los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se han abrasado en deseos de unos por otros. Hombres con hombres cometen acciones ignominio- sas y reciben en su propio cuerpo el pago merecido por su extravío […] Conocen bien el decreto de Dios según el cual los que cometen tales acciones son dignos de muerte, pero no contentos con hacerlas, aplauden incluso a los que las cometen"280.

Parece que, a pesar de todo y frente a esta actitud tan absur- da en contra de la homosexualidad, algo se ha avanzado en la tolerancia respecto a los homosexuales, a quienes, al menos en Europa, ya no se condena a muerte, a pesar de que todavía sigan sufriendo diversas formas de discriminación y desprecio, y a pesar de que, por ello, una parte importante de este colectivo sigue manteniéndose en el anonimato.

Es posible que textos como los anteriores, en cuanto deben ser aceptados como expresión de la "palabra de Dios", hayan de- terminado que los dirigentes de la secta católica sigan condenan- do los comportamientos homosexuales, aunque comiencen a aceptar tímidamente que la homosexualidad pueda tener causas naturales y aunque entre el clero de su propia organización exis- ta una porción bastante considerable de homosexuales. Por suer- te, la sociedad civil avanza –como siempre- con mayor sentido común y por ello se dirige progresivamente hacia una aceptación

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280 Romanos, 1:26-32.

de la homosexualidad como una forma de ser tan respetable como cualquier otra, que ni es una enfermedad, ni un vicio, ni una conducta antinatural. Sin embargo, los dirigentes de la secta pueden estar preocupados en cuanto la aceptación de la homo- sexualidad implica el rechazo de los pasajes bíblicos antes cita- dos, es decir, de la "palabra de su Dios". El hecho de que la homosexualidad se castigue en el Antiguo Testamento con la pena de muerte, a pesar de que parezca una pena realmente gra- ve, puede verse como anecdótico si se tiene en cuenta que esta misma pena era la que se debía aplicar a los hijos rebeldes rein- cidentes, según se indica en Deuteronomio281, o la que debía aplicarse a quien trabajase en sábado.

Sin embargo, resulta algo chocante que la jerarquía cató- lica, a la hora de condenar la homosexualidad, haya pasado por alto un pasaje de la Biblia en el que el rey David, con ocasión de la muerte de su "amigo" Jonatán, hijo del rey Saúl, exprese de manera perfectamente clara su amor homosexual hacia él:

"¡Qué angustia me ahoga, hermano mío, Jonatán! ¡Cómo te quería! Tu amor era para mí más dulce que el amor de las mujeres"282.

Y no es que la jerarquía católica –o la israelita- tuviese algún motivo para condenar estas palabras de lamento o los sen-

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281 Deuteronomio, 21:18-21. Se dice en este pasaje: "Si uno tiene un hijo in- dócil y rebelde, que no hace caso a sus padres, y ni siquiera a fuerza de casti- gos obedece, su padre y su madre lo llevarán a los ancianos de la ciudad, a la plaza pública, y dirán a los ancianos de la ciudad: "Este hijo nuestro es indó- cil y desobediente, no nos hace caso; es un libertino y un borracho". Entonces todos los hombres de la ciudad lo apedrearán hasta que muera"

282 2 Samuel, 1:26. La cursiva es mía.

timientos que dejan traslucir, pues se trata de sentimientos vital- mente enriquecedores. Lo absurdo es que, cuando se trata de los sentimientos de un rey, el rey David, al que en otro momento se le califica como "hijo primogénito de Dios"283, la jerarquía cató- lica tenga el cuidado de presentarlos o de silenciarlos de modo enmascarado o hipócrita, mientras que luego condena el com- portamiento homosexual basándose en los textos que están en contra de dicho comportamiento sin otra argumentación que la simple y dogmática afirmación de que se trata de una conducta antinatural, pontificando acerca de qué es natural y qué es anti- natural y considerando además "lo supuestamente natural" como criterio de moralidad, cuando en realidad lo que deberían haber entendido es que, tanto desde la hipótesis de que su dios existie- ra como desde la contraria, todo lo real es natural y todo lo natu- ral es real, en cuanto todo lo real es manifestación de la Natura- leza y en cuanto las diversas manifestaciones de la Naturaleza no admiten valoración moral de ninguna clase. Pero, además, parece que no se han planteado la pregunta acerca de qué daño cometen las personas que actúan de acuerdo con su manera de sentir sin agredir la libertad de otras. ¿A quién le importa cómo sientan y vivan los homosexuales? Se trata de su vida, que tie- nen el derecho a realizarla como mejor consideren para su pro- pia felicidad.

Los ideólogos de la organización católica no parecen haber reparado en la contradicción consistente en afirmar que haya modos de ser "antinaturales", pues, desde el momento en que juzgan que su dios es perfecto y que es el creador de la Natura- leza, juzgan de modo implícito que dios se equivocó en algún momento al crearla y que, en consecuencia, algunos seres huma-

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283 "Y yo lo constituiré en primogénito mío" (Salmos, 89:28).

nos habrían nacido desviados [?] respecto al modelo que él pre- tendía establecer. Por ello, tal doctrina implica un insulto a la sabiduría y a la omnipotencia de su dios en cuanto la jerarquía católica olvida torpemente que, si su dios existiera y fuera el creador de la Naturaleza, ésta en ningún momento habría podido desviarse de los designios divinos, y que, por ello, es tan natural ser homosexual como heterosexual, ser diestro o ser zurdo, albi- no, rubio o moreno, blanco o negro, en el sentido de que hay causas naturales que determinan el modo de ser de cada persona, modos que por sí mismos no son ni mejores ni peores desde una perspectiva moral sino simplemente distintos.

Los dirigentes católicos en general consideran que no es que su dios se haya equivocado sino que es el hombre quien en determinados casos elige libremente desviarse de su naturaleza y ser homosexual. Pero, suponiendo que se diera una situación como ésa, ¿qué habría de malo en tal elección, si quien se deci- diese por ella se encontrara así mejor realizado vitalmente? ¿Hay que obedecer las supuestas órdenes o "leyes naturales" porque sí o porque realmente nos sintamos beneficiados con ellas? Los dirigentes católicos podrían decir: "¡Debemos some- ternos a la voluntad de Dios!". Pero, ¿por qué habría de acatar dicha voluntad quien no comprendiera su valor? ¿cómo saben ellos que ésa es su voluntad? Ante esas preguntas simplemente responderían con afirmaciones dogmáticas, como "debe hacerse lo que Dios manda, y lo que va en contra de lo que Dios manda es malo". Y para ellos, además, lo que su dios manda tiene que ser aceptado por todos, incluso por quienes no crean en ese dios.

Por otra parte, hay una actitud soberbia en el dogmatismo de quienes pretenden establecer qué es lo natural y qué no lo es, a la vez que sacralizan lo supuestamente natural considerándolo como criterio de moralidad en cuanto su dios habría sido el cre- ador de la Naturaleza y, por ello, de "lo natural". Olvidan en estos casos que todo proviene de la Naturaleza, por lo que todo es natural, al margen de que nos beneficie o nos perjudique, olvidan también que no hay prueba alguna que demuestre que la Naturaleza y "lo natural" provenga de su dios, y olvidan igual- mente que tampoco existe ninguna consecuencia lógica entre la idea de un dios creador de todo y la obligación de que el hom- bre se someta a sus supuestas leyes. Por otra parte, el dogmatismo de la jerarquía católica llega hasta la exigencia de que la sociedad amolde sus leyes a los principios que ella considera "naturales", como si cada persona no tuviera derecho a vivir de acuerdo con su propia conciencia y sin que nadie tratase de imponerle nada en relación con su vida privada. Por ello, es hipócrita y ridículo que los dirigentes cató- licos, aceptando la existencia de tendencias homosexuales de carácter natural, pretendan que el homosexual se resigne a vivir aceptándolas pero reprimiéndolas y sin comportarse de acuerdo con ellas.

Cuando se pregunta a los dirigentes católicos por qué con- denan la homosexualidad, responden en otras ocasiones que la práctica de la homosexualidad es un comportamiento "desorde- nado" en cuanto el fin de la sexualidad debe ser la procreación.

Se trata de un argumento igual de absurdo que el que utili- zan para condenar el uso del preservativo, en cuanto afirman que es inmoral servirse de la sexualidad para la obtención de placer en lugar de servirse de ella para la procreación. Y es absurdo porque la condena del placer no tiene sentido y porque ellos no tienen autoridad para proclamar cuál sea o deba ser el fin de la sexualidad y ni siquiera que exista un fin al que deba encaminar- se por encima del que cada uno quiera darle.

Por ello, la crítica realizada a la condena del disfrute sexual es igualmente aplicable a la condena del comportamiento homo- sexual, en cuanto cualquier tendencia y forma de disfrute sexual es tan respetable como las demás, pues en cuanto el comporta- miento de acuerdo con las propias tendencias no perjudique a nadie, no tiene ningún sentido su represión sin otra justificación que la proclamación gratuita de la existencia de supuestas leyes divinas que así lo ordenen.

La doctrina de la jerarquía católica acerca de la homosexua- lidad representa un aspecto más del absurdo carácter represivo de sus doctrinas acerca de la sexualidad en general al rechazar el derecho de los homosexuales a vivir su sexualidad de acuerdo con su manera de sentirla, tanto si la entienden como algo natu- ral como si la ven como el resultado de una elección personal, la cual no dejaría de ser igualmente natural, pues entre lo natural y lo elegido no existe diferencia alguna, ya que uno elige de acuerdo con sus deseos, los cuales son la expresión de la propia individualidad, que a su vez no puede tener otro carácter que el de natural y en cuanto no tiene sentido considerar que exista alguna realidad "antinatural", ya que todo lo existente es mani- festación de la naturaleza.

Por lo que se refiere a las causas de la homosexualidad en ocasiones se oyen otras interpretaciones absurdas como la que afirma que no tiene una causa natural sino que se trata de un vicio, calificativo que implica ya una valoración moral negativa de lo que, si acaso, podría considerarse como un hábito adqui- rido. Pues bien, aceptando esta posibilidad, la pregunta que sur- giría a continuación sería: ¿Qué hay de moralmente perverso en una conducta que a nadie perjudica y que es enriquecedora de la vida de los homosexuales y de la de otras personas que tengan tendencias similares? A esa pregunta la jerarquía católica, ancla- da en doctrinas conservadoras, ni sabe ni se esfuerza en respon- der, conformándose con pretender imponer dogmas irracionales, en los que ni ella misma cree –al menos según parece indicar el alto porcentaje de curas y obispos con una sexualidad tan des- controlada que llega hasta la pederastia, conducta social y jurí- dicamente condenada por cuanto representa una violación sexual de la infancia.

Por ello, la condena de la homosexualidad es un absurdo más de los dirigentes de la secta católica, anclada en unos dog- mas irracionales que no reconsidera porque calcula que rectifi- car es una manera de aceptar la falsedad del dogma de la infa- libilidad de su jefe supremo, lo cual no conviene a sus intereses de dominio sobre sus fieles y sobre la sociedad en general. Sin embargo, puede llegar un momento, como en muchas otras oca- siones, en que vea menguar su clientela de manera alarmante, y será entonces cuando, a fin de conservarla, trate de amoldarse a puntos de vista más sensatos, aunque tenga que buscar alguna manera de reinterpretar o de hacer olvidar los textos bíblicos que condenan la homosexualidad.

Respecto a las causas de la homosexualidad en los últimos sesenta años se han realizado estudios serios, aunque todavía sin resultados definitivos. Sin embargo, lo que parece evidente es que nadie elige ser homosexual sino que todo lo más descubre que lo es, y lo descubre en general de un modo traumático como consecuencia en una importante medida de la cizaña introducida en nuestra cultura por los dirigentes católicos, al margen de que la causa de dicha homosexualidad sea genética o ambiental.

Por otra parte y desde una perspectiva científica, desde el pasado siglo se habla de la ambivalencia de la sexualidad huma- na en el sentido de considerar que en líneas generales el ser humano sentiría atracción sexual tanto por personas de su mis- mo sexo como por otras de sexo diferente. En este sentido y según los estudios de Alfred Kinsey, entre el 80 y el 90 por cien de las personas sería bisexual, mientras que sólo el resto tendría una heterosexualidad plenamente diferenciada.

Por otra parte y como dirían Freud o Marcuse en referencia a la motivación sexual en general, es cierto que para la existen- cia de la civilización es necesario cierto nivel de represión de los instintos, pero una cosa es comprender la conveniencia de tal represión en cuanto contribuya al mantenimiento del orden social, y otra muy distinta es considerar que haya tendencias sexuales o de cualquier otro tipo que, consideradas en sí mismas, deban ser valoradas como moralmente condenables por ser con- trarias a una supuesta y misteriosa "ley sagrada" que hubiera que respetar porque sí o porque así lo quisiera imponer cualquier agrupación, como la de los dirigentes de la secta católica.

En este punto así como en cualquier otro que se pretenda aplicar desde la perspectiva política, social o moral, los únicos criterios que habría que tener en cuenta son los del respeto al derecho de cada persona a vivir como mejor le parezca, con tal que el uso de su libertad no implique una violación de los dere- chos y libertades ajenas y, de manera especial, de los derechos de la infancia y de los menores en general. Y, en cualquier caso, esos mismos criterios son los que habría que aplicar tanto a homosexuales como a heterosexuales

El derecho a una "buena muerte" libremente elegida

Aunque en el Antiguo Testamento se habla con naturalidad y respeto de varios suicidios, los dirigentes católicos condenan el suicidio y la eutanasia argumentando que sólo su dios es due- ño de la vida humana y puede disponer de ella. La jerarquía católica defiende la doctrina según la cual es moralmente inaceptable que el ser humano decida acerca del momento de su muerte, hasta el punto de que ni siquiera acepta el uso de medidas paliativas contra el dolor en cuanto puedan adelantar la muerte unos días o unas horas. El argumento por el que defiende este punto de vista consiste en proclamar que la vida pertenece a su dios [?], y que el hombre debe aceptar su voluntad [?] y tratar de vivir hasta que él decida otra cosa, aun- que sea en medio de atroces sufrimientos que sólo sirven para prolongar una absurda agonía, pues sólo su dios tendría el dere- cho absoluto a disponer sobre el momento del cese de la vida.

Se trata de un argumento ridículo que puede ser criticado desde diversas perspectivas:

En primer lugar, habría que demostrar que efectivamente existiera ese supuesto ser al que llaman "dios", lo cual es impo- sible, tal como ya se ha explicado al comienzo de este trabajo.

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