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Contradicciones de la "iglesia católica" (segunda parte) (página 9)



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Como ya se ha dicho, los verdaderos intereses de los diri- gentes de la secta católica no son otros que el dinero y el poder. Y las actividades con que disfrazan como pueden estos intereses no tienen mucho que ver con ningún mensaje de salvación ni con una misión especial de dirigir a sus fieles corderos por la senda del bien sino que, a excepción de cuando tienen que largar sus teatrales y rutinarios sermones acerca del bien y del mal, del Cielo o del Infierno y patrañas similares, se relacionan con asun- tos tan triviales como su participación en las fiestas del pueblo, en las procesiones, entierros, comuniones, bodas y bautizos, en las diversas ceremonias que han ido inventando a lo largo de los siglos para embrutecer a su fiel rebaño, en las constantes peticio- nes de limosnas y de herencias, y de privilegios a las autoridades políticas, pero desentendiéndose de problemas tan auténticos como el de la explotación a los trabajadores, la miseria en el tercer mundo –y también en éste- y las muertes que se producen en ese tercer mundo como consecuencia de la rapiña del prime- ro, dentro del cual se encuentran, sin duda, muy bien instalados. Su despreocupación por la solidaridad va en aumento en cuanto comprenden lo difícil que resulta predicar cuando el ejemplo de lo que hacen es precisamente el de lo contrario de lo que tienen la desvergüenza de predicar, pues no se dignan desprenderse siquiera de una pequeña parte de "sus" incalculables riquezas a fin de luchar por una sociedad solidaria.

En resumidas cuentas, ¿hemos encontrado a lo largo de estas páginas algo de lo que los dirigentes de la secta católica pretenden decir cuando hablan de una "moral absoluta"? Pres- cindiendo de aquel "imperativo categórico" kantiano, ya criti- cado, ¿sabe alguien siquiera que podría significar esa "moral absoluta"? Sería algo así como una "obediencia ciega" a sus palabras, supuestamente inspiradas por su "Dios", en el que en general ni ellos mismos creen a no ser como la mentira más larga de la historia a la vez que la más productiva para sus inte- reses, tan materiales como los de los demás mortales.

El punto de vista de algunos pensadores modernos acerca de

La religión

La religiosidad en general es un fenómeno ligado a la natu- raleza humana o, más concretamente, a la fantasía humana, tal como se muestra a lo largo de miles de años en los que, de un modo o de otro, en todas las agrupaciones humanas ha surgido una serie de creencias míticas, mediante las cuales el ser huma- no ha tratado de ponerse en contacto con supuestos seres pode- rosos e invisibles, cuya voluntad se suponía que podía influir para bien o para mal en el devenir de los acontecimientos natu- rales y, de manera especial, en la vida misma de los seres huma- nos.

El estudio de la religiosidad desde diversas perspectivas, como la antropológica, la psicológica o la sociológica, ha dado frutos realmente decisivos para comprender el valor simplemen- te humano de este tipo de fenómenos, que, sin duda, habría que clasificar como aspectos de la tendencia humana a la supersti- ción en general hasta el punto de poder decir que el hombre es un ser religioso por lo mismo que es un ser supersticioso, y que las religiones actuales sólo son un conjunto de supersticiones algo más sistematizadas que las antiguas y mucho mejor apoya- das en la utilización de mecanismos psicológicos para provocar la histeria colectiva y la aceptación y propagación de tales doc- trinas evidentemente irracionales, aunque satisfactorias para las necesidades humanas de seguridad, de protección y de un senti- do trascendente para su vida. En relación con las creencias reli- giosas se ha montado el mayor negocio de la historia, que ha servido para el progresivo enriquecimiento de los dirigentes de las diversas religiones y, entre ellas y de manera especial, el de la secta católica o "Iglesia Católica", según la llaman sus diri- gentes, carentes de escrúpulos para delinquir contra la infancia y contra la juventud en complicidad con toda clase de gobiernos, y para aprovecharse de la ingenuidad de la gente sencilla.

Podría establecerse un paralelismo entre las grandes tiendas y los pequeños puestos de un mercado de pueblo con las grandes religiones y las de los telepredicadores USA, que paulatinamen- te consiguen llevar adelante su pequeño negocio religioso si tie- nen constancia, y dirigentes con capacidad para ofrecer a la gen- te sencilla los bienes "espirituales" que, aunque sea de manera imaginaria, les alivian de sus frustraciones, de su soledad y de otras necesidades.

Por lo que se refiere a las creencias religiosas en los últimos siglos y especialmente en los países más adelantados cultural- mente se ha ido avanzando en la comprensión de la falta de valor de sus contenidos y, en especial, el que se refiere a la exis- tencia de misteriosos seres supuestamente trascendentes, como lo serían su dios o sus dioses y sus diversos seres angelicales, buenos o malos, que poblarían su incorpóreo mundo celestial o infernal.

A partir de los siglos XVIII y XIX nos encontramos con planteamientos que, además de rechazar la existencia de Dios desde el punto de vista de la mera especulación racional, mues- tran una actitud especialmente crítica contra la religión por con- siderar que es una de las causas principales de la degradación de la dignidad humana, porque a través de la creencia en los diver- sos dioses el hombre se aliena respecto a su esencia y la proyec- ta en esos seres imaginarios hacia los que dirige sus sentimien- tos, en lugar de hacerlo hacia sus semejantes, en quienes existe realmente dicha esencia384. Éste es el caso de puntos de vista como los de L. Feuerbach, M. Hess y K. Marx. Se llega a afir- mar que "la religión es el opio del pueblo" (M. Hess, K. Marx) en el sentido de que, por la esperanza en una vida ultraterrena los hombres esclavizados por las clases dominantes quedan adormecidos y dejan de luchar para salir de la opresión en que viven como consecuencia de la ambición de los "señores" de la sociedad feudal y de los "explotadores" de la sociedad capita- lista, ayudada por la actitud de los dirigentes políticos y religio- sos, que impulsaron su crecimiento económico recibiendo una sustancial comisión en riquezas y en poder político por parte de aquéllos a cambio de su constante labor de adormecimiento del proletariado explotado, mediante sus mensajes en favor de la obediencia, de la resignación y del respeto a sus patronos385, depositando su esperanza en otra vida mejor, en la que serán compensados por los sufrimientos y miserias de ésta.

  • b) Por su parte y desde otra perspectiva desligada de la pro- blemática social, F. Nietzsche (1844 – 1900) considera que la religión en general y el cristianismo en particular son formas de

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384 Como pequeño ejemplo de esto, pensemos en la serie de personas que acuden a las iglesias a rezar el rosario o a decirle a su dios lo mucho que le quieren… La mayoría de estas personas al salir de la iglesia pasarán junto a mendigos que malviven sin apenas comida o un techo donde protegerse del frío, pero permanecerán insensibles ante ellos, como si la religión consistiera en ir a la iglesia para "hacer una visita al Altísimo" –y, si acaso, también al cura-, quedando confortados y satisfechos por haber cumplido con sus obli- gaciones religiosas y por contar con el favor divino y humano, pero olvidan- do la situación de estos seres humanos a quienes hubieran podido ayudar.

385 Recordemos en este sentido las palabras de Pablo de Tarso a favor de la esclavitud y de la obediencia fiel a las autoridades, pues toda autoridad viene de Dios, por lo que cualquier intento de rebelión sería una ofensa al propio Dios.

nihilismo, por cuanto, al poner todo el valor de la vida en otra supuesta vida ulterior, degrada por completo el valor de ésta, lle- gando incluso a descalificar los placeres vitales y a exaltar posi- tivamente el valor del sufrimiento.

Advierte, sin embargo, que la "muerte de Dios" –el adveni- miento del ateísmo- podría implicar inicialmente un cataclismo espiritual, por cuanto el sistema de valores de la civilización occidental de los últimos dos mil años se ha fundamentado en la creencia en el dios cristiano. La "muerte de Dios", la toma de conciencia de que no existe ningún dios, podría significar una caída todavía más profunda en el nihilismo en cuanto, a pesar de todo, el valor de la vida se sustentaba en la creencia en ese dios y en "otra vida mejor"386. Nietzsche expresa la recaída en el nihilismo a raíz de la "muerte de Dios" en un pasaje especial- mente conocido de su obra La gaya ciencia, donde escribe:

"¿No habéis oído hablar de aquel hombre loco que en pleno día encendió una linterna, fue corriendo a la plaza y gritó sin cesar: „¡Ando buscando a Dios! ¡Ando buscando a Dios!?. Como en aquellos momentos había en la plaza mu- chos de los que no creían en Dios, provocó un gran regoci- jo. „¿Es que se ha perdido?? dijo uno de los circunstantes.

„¿Es que se ha extraviado como cualquier criatura?? excla- mó otro […] El hombre loco se precipitó por entre ellos y los fulminó con la mirada. „¿Preguntáis qué ha sido de Dios?? gritó. „¡Os lo voy a decir! ¡Le hemos matado, voso- tros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? […] ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su aliento? ¿No sentimos frío? ¿No veis de continuo acer-

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386 De hecho, escribe Nietzsche: "El mayor pecado contra esta vida es la cre- encia en otra vida mejor".

carse la noche, cada vez más cerrada? ¿Necesitamos encen- der las linternas antes del mediodía? ¿No oís el rumor de los sepultureros que entierran a Dios? […] ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros le dimos muerte! […]Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo […] Jamás hubo una acción más grandiosa, y los que nazcan después de nosotros pertenecerán, a causa de ella, a una historia más elevada que lo fue nunca historia alguna?. Al llegar a este punto, calló el loco y volvió a mirar a sus oyentes; también ellos callaron, mirándole con asombro"387.

El nihilismo representado por la conciencia del vacío que deja "la muerte del dios cristiano" sólo podrá ser superado cuan- do el hombre se decida a convertirse en su propio dios y a valo- rar la vida por ella misma en lugar de despreciarla en espera de "otra vida mejor". El sentimiento de la unidad de todas las mani- festaciones vitales, la aceptación de la vida desde el prisma del arte y del juego, y la doctrina del Eterno Retorno fueron consi- derados por Nietzsche como puntos de apoyo esenciales para la total superación del nihilismo, es decir, de la vivencia equivo- cada de que nada tenía sentido.

  • c) Por otra parte y desde una perspectiva como la de carác- ter psicológico –aunque no es la que aquí se ha tratado de modo especial- tiene interés reflejar el punto de vista de Sigmund Freud (1856-1939), fundador del Psicoanálisis, que ha tenido una repercusión científica y social especialmente importante a lo largo del siglo XX y en la actualidad.

Freud considera que la religión representa una "transforma- ción delirante de la realidad", "un infantilismo psíquico", "un

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387 La gaya ciencia, III, 125.

delirio colectivo", "una neurosis obsesiva universal" o una serie de "ideas delirantes" que gran parte de la humanidad utiliza como mecanismos para protegerse contra el dolor y las miserias de la vida, y para evitar la caída en una "neurosis individual".

Presento a continuación un conjunto de textos especialmen- te significativos en relación con los anteriores calificativos con que el creador del Psicoanálisis se ha referido a la religión:

  • "…numerosos individuos emprenden juntos la tentativa de procurarse un seguro de felicidad y una protección con- tra el dolor por medio de una transformación delirante de la realidad. También las religiones de la humanidad deben ser consideradas como semejantes delirios colectivos"388.

  • "[La técnica de la religión] consiste en reducir el valor de la vida y en deformar delirantemente la imagen del mundo real, medidas que tienen por condición previa la intimida- ción de la inteligencia. A este precio, imponiendo por la fuerza al hombre la fijación a un infantilismo psíquico y haciéndolo participar en un delirio colectivo, la religión logra evitar a muchos seres la caída en la neurosis indivi- dual. Pero no alcanza más […] Tampoco la religión puede cumplir sus promesas, pues el creyente, obligado a invocar en última instancia los "inescrutables designios" de Dios, confiesa con ello que en el sufrimiento sólo le queda la sumisión incondicional como último consuelo y fuente de

goce"389.

La cita anterior podría matizarse señalando que no es la religión la que "logra evitar a muchos seres la caída en la neuro- sis individual", pues la religión no es ningún agente que tenga interés especial en nada: Son quienes viven del negocio de la

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388 El malestar en la cultura, p. 25. Al. Ed., Madrid, 1973. La cursiva es mía.

389 O. c., p. 28-29. La cursiva es mía.

religión los encargados de mantener a la gente en la ignorancia haciéndoles creer en esas fantasías inconsistentes y valiéndose de ellas para así enriquecerse y aumentar su poder político y social a través de las personas a quienes adoctrinaron de modo especial durante su infancia, aunque también es verdad que para que surjan los diversos hechiceros o dirigentes religiosos hace falta que de algún modo exista en el ser humano una predisposi- ción innata a aceptar ese sistema de ideas fantásticas que dan sentido a su vida y que su racionalidad no esté sufcientemente desarrollada como para que su sistema de ideas acerca de la realidad pueda fundamentarse en ella.

  • "Sin conocer aún otras relaciones más profundas, califi- qué a la neurosis obsesiva de religión privada desfigurada, y a la religión, de neurosis obsesiva universal"390.

  • "Pero ¿cómo se defiende [el individuo] de los poderes prepotentes de la Naturaleza, de la amenaza del Destino? […] El primer paso es ya una importante conquista. Consis- te en humanizar la Naturaleza. A las fuerzas impersonales, al Destino, es imposible aproximarse; permanecen eterna- mente desconocidos. Pero si en los elementos rugen las mismas pasiones que en el alma del hombre, si la muerte misma no es algo espontáneo, sino el crimen de una volun- tad perversa; si la Naturaleza está poblada de seres como aquellos con los que convivimos, respiraremos aliviados, nos sentiremos más tranquilos en medio de lo inquietante y podremos elaborar psíquicamente nuestra angustia. Conti- nuamos acaso inermes, pero ya no nos sentimos, además, paralizados; podemos, por lo menos, reaccionar, e incluso nuestra indefensión no es quizá ya tan absoluta, pues pode- mos emplear contra estos poderosos superhombres que nos

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390 Autobiografía, p. 92. Al. Ed., Madrid, 1970. El subrayado es mío.

acechan fuera los mismos medios de que nos servimos den- tro de nuestro círculo social; podemos intentar conjurarlos, apaciguarlos y sobornarlos, despojándoles así de una parte de su poderío […] Obrando de un modo análogo, el hombre no transforma sencillamente las fuerzas de la Naturaleza en seres humanos, a los que puede tratar de igual a igual –cosa que no corresponde a la impresión de superioridad que tales fuerzas le producen-, sino que las reviste de un carácter paternal y las convierte en dioses, conforme a un prototipo infantil"391.

  • "Hay algunos [dogmas religiosos] tan inverosímiles y tan opuestos a todo lo que trabajosamente hemos llegado a ave- riguar sobre la realidad del mundo, que, salvando las dife- rencias psicológicas, podemos compararlos a las ideas deli- rantes"392.

A continuación Freud plantea a la religión algunas críticas de carácter simplemente racional, relacionadas con los argumen- tos con los que se ha pretendido defender el valor objetivo de las creencias correspondientes, argumentos como el de que "debe- mos aceptarlas porque ya nuestros antepasados las creyeron ciertas" o como el de que existen "pruebas que nos han sido transmitidas por tales generaciones anteriores" o, finalmente, que "está prohibido plantear interrogación alguna sobre la credi- bilidad de tales principios":

  • "[Por lo que se refiere a los principios religiosos,] si pre- guntamos en qué se funda su aspiración a ser aceptados como ciertos, recibiremos tres respuestas singularmente desacordes. Se nos dirá primeramente que debemos acep- tarlos porque ya nuestros antepasados los creyeron ciertos;

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391 El porvenir de una ilusión, p. 153-155. Al Ed., Madrid, 1978.

392 O.c., p. 169. Al Ed., Madrid, 1978. La cursiva es mía.

en segundo lugar, se nos aducirá la existencia de pruebas que nos han sido transmitidas por tales generaciones ante- riores y, por último, se nos hará saber que está prohibido plantear interrogación alguna sobre la credibilidad de tales principios […] Esta última respuesta ha de parecernos sin- gularmente sospechosa. El motivo de semejante prohibición no puede ser sino que la misma sociedad conoce muy bien el escaso fundamento de las exigencias que plantea con res- pecto a sus teorías religiosas […] Debemos creer porque nuestros antepasados creyeron. Pero estos antepasados nuestros eran mucho más ignorantes que nosotros.

Creyeron cosas que nos es imposible aceptar. Es, por tanto, muy posible que suceda lo mismo con las doctrinas religiosas […] De poco sirve que se atribuya a su texto lite- ral o solamente a su contenido la categoría de revelación divina, pues tal afirmación es ya por sí misma una parte de aquellas doctrinas cuya credibilidad se trata de investigar, y ningún principio puede demostrarse a sí mismo"393.

Por lo que se refiere a este punto de las críticas freudianas tiene interés observar cómo el cristianismo se ha apoyado, espe- cialmente en sus comienzos aunque también en todo momento de su historia, en el absurdo fundamento de la fe. El motivo de la constante exigencia de fe y de su constante amenaza según la cual "sin la fe no hay salvación" parece claro que se impuso des- de los comienzos del cristianismo en cuanto los fundadores de esta secta tomaron conciencia de la enorme dificultad que supondría convencer al pueblo judío de la verdad de las doctri- nas que tuvieron la audacia de predicar, como en especial la de que Jesús, hijo de María y José, y con diversos hermanos y her- manas, en realidad ¡era hijo de Yahvé!, y la de que, después de

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393 El porvenir de una ilusión, p. 164. Al Ed., Madrid, 1978.

haber sido condenado a muerte y de haber muerto para redimir- nos de nuestros pecados, había resucitado: Sin embargo, ¡a lo largo de todo el Antiguo Testamento no se había hecho referen- cia alguna a ningún hijo de Yahvé! Pero a continuación, a partir de los "evangelios", escritos a lo largo del siglo primero de nuestra era, ¡se habla del "Hijo de Dios" como la cosa más natu- ral del mundo! Era, por ello, especialmente difícil que los isra- elitas pudieran aceptar la nueva religión, y de hecho no fueron muchos quienes la aceptaron. Por ello, el éxito de esta secta, sur- gida de la religión de Israel, vino de su lucha por abrirse paso en el Imperio Romano, empresa que consiguieron llevar a buen tér- mino gracias a la traición de Pablo de Tarso a doctrinas funda- mentales que los evangelios atribuyen a Jesús – como la doctri- na de que hay que someterse siempre a los gobernantes, que lo son por voluntad divina, hay que aceptar el derecho de los ricos a disfrutar de sus riquezas, hay que defender la esclavitud, hay que seguir defendiendo el sometimiento de la mujer al varón y hay que someterse en todo caso a los dirigentes políticos, ya que toda autoridad viene de Dios, doctrinas propias del ámbito cul- tural del imperio romano, que permitieron la rápida expansión del cristianismo, hacia el siglo IV, contando como armas funda- mentales para este fin el sometimiento y colaboración con las autoridades del imperio y el recurso a la fe –y no a la razón- a la hora de exponer –o de imponer- sus doctrinas. Pensemos que incluso en el caso de que hubiera habido algún testigo de sus absurdas doctrinas acerca de Jesús –como su filiación divina o como su supuesta resurrección, aceptando que Jesús hubiera existido, lo cual sigue siendo objeto de polémica-, el problema para el hipotético creyente sería el mismo: ¿Por qué tendría que creer en las palabras de quien pretendiera trasmitirle tales ense- ñanzas? ¿Por qué debía considerarse la fe en quienes predicaban tales doctrinas como una condición necesaria para la salvación? Como ya se ha analizado, no tiene sentido conceder un valor moral a la fe, ya que, incluso desde la misma moral cristiana, tendría un valor moral negativo, pues el octavo mandamiento de Moisés y, por ello mismo, del cristianismo ordena no mentir, mientras que la fe implica mentirse a uno mismo respecto a lo que sabe y a lo que ignora, en cuanto supone aceptar como ver- dad una serie de proposiciones en relación con las cuales no se dispone de ningún argumento, ni racional ni empírico, que con- cluya en la verdad de tales proposiciones, sino que sólo conta- mos con la palabra de una persona o de un grupo que defiende que tal doctrina les ha sido inspirada por un supuesto ser sobre- natural al que llaman "Dios". Y, teniendo en cuenta que otras personas y otras religiones y creencias defienden doctrinas con- tradictorias entre sí y que el hombre miente o se equivoca con mucha frecuencia acerca de lo que sabe y de lo que ignora, es evidente que, si se quiere ser veraz, hay que desechar la fe como medio de aproximación a la verdad o en el mejor de los casos como el resultado de una debilidad para vivir en medio de las incertidumbres en que transcurre nuestra vida.

Además, sigue indicando Freud:

  • "Nos decimos que sería muy bello que hubiera un dios creador del mundo y providencia bondadosa, un orden moral universal y una vida de ultratumba; pero encontra- mos harto singular que todo suceda así tan a medida de nuestros deseos. Y sería más extraño aún que nuestros pobres antepasados, ignorantes y faltos de libertad espiri- tual, hubiesen descubierto la solución de todos estos enig-

mas del mundo"394.

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394 O.c., p. 171. Al Ed., Madrid, 1978.

Por ello y en cuanto juzga que los auténticos motivos que llevan a aceptar las creencias religiosas no son precisamente ra- cionales sino que son una "neurosis obsesiva de la colectividad humana", opina de manera excesivamente optimista, desde un punto de vista que guarda cierta semejanza con la doctrina de Nietzsche acerca de "la muerte de Dios", que "el abandono de la religión se cumplirá con toda la inexorable fatalidad de un pro- ceso de crecimiento y que en la actualidad nos encontramos ya dentro de esta fase de la evolución":

  • "Sabemos que el hombre no puede cumplir su evolución hasta la cultura sin pasar por una fase más o menos definida de neurosis, fenómeno debido a que para el niño es imposi- ble yugular por medio de una labor mental racional las muchas exigencias instintivas que han de serle inútiles en su vida ulterior y tiene que dominarlas mediante actos de represión […] La mayoría de estas neurosis infantiles […] quedan vencidas espontáneamente en el curso del creci- miento, y el resto puede ser desvanecido más tarde por el tratamiento psicoanalítico. Pues bien: hemos de admitir que también la colectividad humana pasa, en su evolución secu- lar, por estados análogos a las neurosis y precisamente a consecuencia de idénticos motivos […] La religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana, y lo mismo que la del niño, provendría del complejo de Edipo, de la relación con el padre. Conforme a esta teoría hemos de suponer que el abandono de la religión se cumplirá con toda la inexorable fatalidad de un proceso de crecimiento y que en la actualidad nos encontramos ya dentro de esta fase de

la evolución"395.

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395 El porvenir de una ilusión, p. 181. Al Ed., Madrid, 1978. La cursiva es mía.

En estas últimas considerciones el punto de vista de Freud no parece muy acertado, pues no está ni mucho menos claro que las creencias religiosas representen una fase natural de una neu- rosis infantil que se supere con el tiempo, sino que, como ya se ha comentado, son más bien es el resultado de un proceso del adoctrinamiento que el niño recibe de sus padres y de las perso- nas mayores que gozan de cierta autoridad y prestigio ante el niño. Las diversas opiniones y creencias de tales personas deter- minarán la amplia diversidad de creencias que aceptará el niño a lo largo de su infancia y de su juventud en cuanto instintivamen- te tiende a confiar en la verdad de lo que le enseñan sus mayo- res. Por ello mismo, afirmar que "la religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana" es una afirmación matiza- ble, dependiendo su valor del significado que se dé al término "neurosis". Quizá por ello podía ser más acertado decir que, en líneas generales, aunque el hombre sea un "animal racional" es también un "animal fantasioso", que crea sus fantasías y a con- tinuación llega a creérselas, de manera que sólo quienes han desarrollado firmemente su capacidad racional por encima de su fantasía, superarán las doctrinas religiosas o de cualquier otro tipo que no estén fundadas en la razón o en la experiencia rigu- rosa. Por suerte o por desgracia, parece que la fuerza de la fantasía es muy grande en un porcentaje muy elevado de perso- nas y, por ello, la optimista opinión freudiana de que "el aban- dono de la religión se cumplirá con toda la inexorable fatalidad de un proceso de crecimiento y que en la actualidad nos encon- tramos ya dentro de esta fase de la evolución" parece más un deseo que una hipótesis bien fundada, pues, además de lo dicho, Freud no tiene en cuenta los enormes intereses políticos y eco- nómicos que tienen las diversas sectas religiosas en mantener al pueblo en la ignorancia o en la ciega credulidad acerca de esas absurdas fantasías y, por ello, se esforzará en continuar su prose- litismo tratando de seguir adoctrinando al mayor número posible de ingenuos niños inocentes para que pasen a engrosar fielmente su manso redil obediente.

Al igual que sucede con los planteamientos de Freud, exis- ten desde el siglo XIX -especialmente en los campos de la Psi- cología, de la Antropología y de la Sociología– una serie de pun- tos de vista que, desde una perspectiva racionalista, denuncian la serie de mentiras embaucadoras e interesadas que han utilizado organizaciones como la de la secta católica para montar sus ren- tables negocios basados en las supercherías religiosas.

Por su parte, desde su perspectiva panteísta, Einstein (1879- 1955) considera que en el panorama de las diversas religiones pueden diferenciarse dos modalidades fundamentales a las que respectivamente denomina:

-religión del miedo, y -religión moral. A continuación habla de una tercera forma a la que no llega a llamar "religión", sino -sentimiento religioso cósmico para remarcar así su carácter emotivo frente al carácter supuesta- mente descriptivo de las otras dos.

La religión del miedo domina especialmente en el hombre primitivo, y, como su nombre ya indica, viene propiciada por los diversos temores del hombre:

"En el hombre primitivo, es sobre todo el miedo el que pro- duce ideas religiosas: miedo al hambre, a los animales sal- vajes, a la enfermedad, a la muerte. Como en esta etapa de la existencia suele estar escasamente desarrollada la com- prensión de las conexiones causales, el pensamiento huma- no crea seres ilusorios más o menos análogos a sí mismo de cuya voluntad y acciones dependen esos acontecimientos sobrecogedores. Así, uno intenta asegurarse el favor de tales seres ejecutando actos y ofreciendo sacrificios que, según la tradición transmitida a través de generaciones, les hacen mostrarse propicios y bien dispuestos hacia los mor- tales"396.

La religión moral toma su origen en los impulsos sociales del hombre:

"El deseo de guía, de amor y de apoyo empuja a los hom- bres a crear el concepto social o moral de Dios. Este es el Dios de la Providencia, que protege, dispone, recompensa y castiga; el Dios que, según las limitaciones de enfoque del creyente, ama y protege la vida de la tribu o de la especie humana e incluso la misma vida; es el que consuela de la aflicción y del anhelo insatisfecho; el que custodia las almas de los muertos"397.

Ambas formas de religión tendrían en común "el carácter antropomórfico de su concepción de Dios"398.

Finalmente, el sentimiento religiosos cósmico se caracteriza por la superación del antropomorfismo y por un sentimiento de unión íntima con la naturaleza que viene propiciado por el arte y por la ciencia. A través de este sentimiento, "el individuo siente la inutilidad de los deseos y los objeti- vos humanos y el orden sublime y maravilloso que revela la

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396 A. Einstein: Sobre la teoría de la relatividad y otras aportaciones cientí- ficas, p. 224. Madrid, SARPE, 1983.

397 Op. cit., p. 225.

398 Ibidem.

naturaleza y el mundo de las ideas. La existencia individual le parece una cárcel y desea experimentar el universo como un todo único y significativo… Los genios religiosos de todas las épocas se han distinguido por este sentimiento religioso especial, que no conoce dogmas ni un Dios conce- bido a imagen del hombre; no puede haber, en consecuen- cia, iglesia cuyas doctrinas básicas se apoyen en él. Por tan- to, es precisamente entre los herejes de todas las épocas donde encontramos hombres imbuidos de este tipo superior de sentimiento religioso, hombres considerados en muchos casos ateos por sus contemporáneos…"399.

Teniendo en cuenta estos planteamientos realmente intere- santes para todo aquel que quiera profundizar en el conocimien- to del fenómeno religioso y de sus causas, a lo largo de estas páginas me he centrado en el estudio crítico de diversas doctri- nas del cristianismo, presentando un análisis del fenómeno reli- gioso por el que he tratado de mostrar la índole contradictoria de muchas de las doctrinas relacionadas con el dios cristiano –e indirectamente con la de todos los que pueda crear la fantasía humana- y con muchas otras ideas creadas por los dirigentes de la secta católica, contradicciones que han defendido refugián- dose en conceptos igualmente absurdos, como los de "misterio", "dogma" o "doctrina de fe", y proclamando finalmente que la verdad de tales doctrinas está más allá y por encima de toda razón. Tales "dogmas" y "misterios" son simples contradic- ciones, o, en el mejor de los casos, afirmaciones carentes de sentido o de fundamento racional o empírico. ¿Por qué la jerar- quía católica presenta como "misterio" aquello que desde el punto de vista lógico cualquiera puede comprobar que se trata de una contradicción? Por la sencilla razón de que la acumula-

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399 Op. cit., p. 225-226.

ción de sus doctrinas a lo largo de los siglos ha determinado que cada una de ellas se estableciese sin haber considerado adecua- damente si era coherente o no con otras anteriormente estable- cidas; además, en cuanto la jerarquía católica ha pretendido mostrarse como sabia hasta el punto de presentarse como "infa- lible en materia de fe y costumbres", en lugar de reconocer y corregir sus constantes errores, ha considerado más conveniente para sus intereses que "sus fieles" siguieran aceptándolos como misterios y como verdades indiscutibles mediante una serie de "actos de fe". Esto no le ha sido especialmente difícil de conse- guir, dada la escasa racionalidad del ser humano, que tiende a considerar que quienes le dirigen desde la perspectiva religiosa, vistiéndose con ampulosos ropajes de hechiceros, como las de los obispos y cardenales, con sus capas y demás vestimenta lujo- sa, colorista y ostentosa, se encuentran por encima de él a la hora de pontificar acerca de qué es verdad y qué es falso, qué es bueno y qué es malo, qué es lo que manda su dios –"el único Dios"- y qué es lo que prohíbe, hasta el punto de que si un obis- po le dijera a uno de sus fieles que 3 es igual a 1, el fiel, humilde y sumiso, dejando de lado su propia racionalidad, sería capaz de llegar a sugestionarse de que lo que le dice el obispo va a misa, por muy alejado de la verdad que esta doctrina pueda encontrar- se. De hecho, esto es lo que hace la jerarquía católica cuando pretende que se crea en un dogma como el de la "Trinidad", según el cual "el Padre", "el Hijo" y "el Espíritu Santo", siendo distintos entre sí, cada uno de ellos es Dios, aunque a continua- ción digan también que hay un solo Dios. Y así, este dogma está en contradicción con el principio lógico según el cual dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí, de manera que si A es igual a B, y B es igual a C, entonces A será igual a C. Del mis- mo modo y aplicando este principio a la "Teología Cristiana", si el Padre se identifica con Dios, y el Hijo se identifica con Dios, entonces el Padre será igual al Hijo. Y lo mismo si se trata del supuesto "Espíritu Santo". Sin embargo, los seres humanos en general, no aplican su racionalidad a todos los ámbitos de la vida, y por este motivo hay personas que aprovechan tal situa- ción para erigirse en mensajeros de los dioses y, en definitiva, en ejercer ese papel social que la gente demanda o al menos acepta.

Por ello, si a un niño de ocho años se le ocurriera decirle al "catequista":

-No entiendo eso, ¿podría explicarlo un poco más? Éste, después de algún intento de razonarle lo que ni él mismo entiende, le respondería:

-¡Pues claro, niño! ¿Cómo vas a entenderlo? ¡Se trata de un misterio! ¡Y no hay que preguntar la explicación de los misterios sino sólo creer en ellos! ¡La fe es lo más impor- tante! ¡Pues, si todas las doctrinas se pudieran razonar, ¿qué mérito habría en creer en ellas?! Otro ejemplo de estas absurdas contradicciones ya analiza- das –en las que lo más lamentable y más digno de estudio es que haya quien las crea- es la afirmación de la infinita misericordia y amor divino junto con la afirmación simultánea de la existencia de un castigo eterno al que Dios enviará a la mayor parte de los hombres a quienes, según dicen, ¡tanto ama! Muchas de estas contradicciones se han analizado con deta- lle a lo largo de este trabajo, aunque su número es tan elevado que aquí sólo se ha hecho referencia a algunas de las más llamativas, de manera que desde estos planteamientos se han estudiado esas fantasías religiosas y se ha demostrado su incon- sistencia y falsedad, a pesar de que siga habiendo intereses eco- nómicos en los dirigentes de las diversas agrupaciones religiosas que les llevan a seguir presentándolas como verdades indiscuti- bles.

Por otra parte, a pesar de que en la tradición filosófica se puede observar la evolución desde planteamientos claramente religiosos, que resultan dominantes desde tiempos inmemoriales hasta el siglo XVIII, ya en ese mismo siglo e incluso en el anterior surgieron interpretaciones panteístas (Spinoza), ateas (Hume) o simplemente deístas (Ilustración).

El ateísmo llegó a ser el pensamiento dominante en la Filo- sofía, aunque no a nivel popular, en los siglos XIX y XX, tal como sucede con los puntos de vista de filósofos y científicos importantes como A. Schopenhauer, L. Feuerbach, K. Marx, F. Nietzsche, S. Freud, A. Einstein, B. Russell, J. P. Sartre, R. Dawkins…, aunque sus ideas filosóficas, al igual que las cientí- ficas, han trascendido escasamente a nivel popular, mientras que las creencias religiosas tradicionales han seguido manteniendo un índice de aceptación todavía importante, mucho más por el número de quienes dicen creer en ellas que por el de quienes conocen las doctrinas en que deberían creer para ser fieles segui- dores de la religión a que pertenecen o porque posean argumen- tos en los que fundamentar las doctrinas de su religión.

En cualquier caso las jerarquías de los diversos negocios religiosos -especialmente a partir de la crisis de la Metafísica, propiciada de manera especial por Hume y por Kant– han inten- sificado su tendencia a justificar el valor de la religión utilizando la vía de la fe, como ya sucedió en los comienzos del cristianis- mo, y como ha sucedido últimamente con el punto de vista de K. Wojtyla –alias Juan Pablo II-, especialmente puesta de manifies- to en su encíclica Fides et Ratio, y como ha sucedido también con la de su sucesor J. Ratzinger –alias Benedicto XVI-, con su tendencia a recuperar tácticas del pasado, como el intento de revitalizar el uso del latín en la misa y diversas ceremonias reli- giosas, lo cual representa, en primer lugar, una forma de reco- brar para la religión su carácter de realidad misteriosa que debe provocar en los fieles un sentimiento de admiración, de temor y de asombro irracional, en cuanto el latín es una lengua del pasa- do que resulta para los "fieles" católicos tan familiar como los cauces de inspiración del oráculo de Delfos, situación que les empuja a tener que aceptar las doctrinas religiosas por un acto de fe y mediante una renuncia a una comprensión mínima de sus contenidos… porque, entre otras cosas, primero deberían cono- cer el latín, esa lengua misteriosa de hace más de dos mil años. En segúndo lugar, otra forma de tratar de inculcar la sumisa aceptación de las doctrinas religiosas es la consistente en procla- mar que su comprensión está reservada exclusivamente –y de manera especialmente limitada- a determinados miembros esco- gidos de la jerarquía religiosa, particularmente inspirados por el "Espíritu Santo". Y, en tercer lugar, otra forma de intentar evitar que los "fieles" se preocupen por comprender las diversas ense- ñanzas en las que se supone que deben creer consiste en procla- mar con insistencia su doctrina según la cual "¡sin la fe no hay salvación!".

Aunque el título de este trabajo se refiera a la "Iglesia Cató- lica" y no a los "dirigentes de la secta católica", en realidad las críticas van dirigidas contra estos últimos por la sencilla razón de que no ha sido el conjunto de miembros de la "Iglesia Cató- lica" el que ha fijado sus doctrinas a lo largo del tiempo sino que han sido especialmente sus dirigentes quienes han protagonizado la tarea de establecerlas, la de perfeccionar las estructuras de funcionamiento interno de la organización y la de acrecentar por su mediación su poder político, económico y social a lo largo de los siglos.

La larga historia de la secta católica ha propiciado una pro- gresiva estructuración de sus órganos de poder interno en la que existe una clara y tajante diferenciación entre el colectivo de sus altos mandos -el papa, los cardenales, los obispos y las altas jerarquías en general-, y el conjunto de curas y de fieles integra- dos pasivamente en esa organización.

Por lo que se refiere a las abismales diferencias jerárquicas entre el alto y el bajo clero, guardo un recuerdo de mi infancia, cuando estuve unos años en el Seminario de Valencia. En algu- nas ocasiones recibíamos la visita de algún obispo o de algún cardenal. A los pequeños que formábamos parte de la escolanía del seminario se nos preparaba para recibirles enseñándonos un pequeño canto en latín -que decía algo así como: "Eminen- tissimo Caietano [el nombre del correspondiente obispo o cardenal], Ecclesiae Romanae principi, vita et victoria"- para cantarlo al "príncipe"400 de la iglesia que en esos momentos se presentaba ante nosotros como si fuera una aparición venida del Cielo, adornado, como nos parecía normal, con la ampulosa ves- timenta púrpura con que suele ir disfrazada la alta jerarquía de la secta. A continuación le cantábamos nuestro saludo de bienveni- da y por su parte él solía obsequiar a los seminaristas con uno, dos o tres días de vacaciones respecto a nuestras actividades escolares. Pero lo que recuerdo de aquellas visitas con cierto asombro es la visión de los curas del seminario revoloteando de manera nerviosa en torno a esos obispos y cardenales para aten- derles en cualquier mínimo detalle, de manera que se sintieran lo

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400 No recuerdo en absoluto que hubiera "príncipes" entre los apóstoles y discípulos del Jesús evangélico.

mejor posible y como si fueran faraones del antiguo Egipto. ¿A qué venía un comportamiento tan solícito y rastrero como ése? ¿A qué ese comportamiento, como si el propio dios cristiano hubiera vuelto a encarnarse en aquellos obispillos? Recordando aquellas visitas he llegado a sentir cierta repugnancia, tanto por la soberbia y la vanidad de aquella variedad de pavos reales, exageradamente cebados, como por el servilismo de los curas que parecían simples alfombras anhelando ser pisadas por sus altas jerarquías.

Sin embargo, en estos momentos me parece haber encon- trado la explicación de aquella conducta tan extraña: Desde que la alta jerarquía no depende para nada ni de los simples curas ni de los fieles, a la vez que el "trabajo" y el destino de los simples curas sí depende de las decisiones de sus altas jerarquías, éstas se han ido llenando de soberbia y vanidad al tiempo que los sim- ples curas se han ido acostumbrando a asumir el papel de la hu- milde sumisión, de la deslumbrada admiración y de la ciega obe- diencia a los caprichos que sus autoridades les sugieran, pues su puesto de trabajo, su ascenso a un puesto más alto o su degrada- ción depende de sus respectivos obispos a quienes llegan a vene- rar temblando en su presencia como si sufrieran en grado extre- mo cierta variedad del síndrome de Estocolmo o algo similar.

Y por lo que se refiere a la relación entre la jerarquía de la secta y los simples fieles, la misma jerarquía utiliza acertada- mente los nombres de "pastores" y "rebaño" para referirse a esta diferencia, aunque procurando dar un sentido particular a estos términos. Así, mientras las altas jerarquías gozan de lujos faraó- nicos y de un inmenso poder, tejiendo y destejiendo todo lo que se les ocurre a nivel doctrinal y a nivel de estrategias para man- tener o aumentar su poder en sus diversas áreas de influencia política, económica y social, los simples creyentes ni disfrutan de los beneficios económicos de su iglesia ni participan como elementos activos que puedan influir de algún modo en la polí- tica y en las decisiones de su organización, ni en la reflexión y discusión de sus doctrinas, ni en la deliberación acerca de los objetivos que la organización católica debería perseguir de acuerdo con su ideología –si es que tiene alguna, además de la relacionada con el dinero, en la que sí cree-, ni en el nombra- miento de sus jerarquías. Tal situación implica, como era de esperar, un distanciamiento radical entre la jerarquía católica -los "pastores"- y los fieles -el "rebaño"-, que no pintan nada ni en la elección de su jefe supremo ni en la de los obispos y carde- nales, lo cual implica un absoluto desprecio hacia la democracia por parte de los dirigentes de esta organización con el pretexto de que defienden un sistema de gobierno "teocrático" (?), según el cual sería el propio Dios quien habría inspirado a los cardena- les en su elección de cada nuevo papa, y a éste en la elección de los obispos y de los cardenales, a pesar de que tal elección se haya realizado de múltiples maneras a lo largo de los siglos, incluso mediante la simple compra de los cargos.

En efecto, anteriormente, hasta el siglo XI, los fieles habían participado al menos en el nombramiento del papa por aclama- ción de uno de los candidatos, pero finalmente, como conse- cuencia de un decreto o de una especie de "golpe de estado" del papa Nicolás II en el año 1059, el nombramiento de dicho cargo quedó desligado de los simples creyentes para pasar a ser objeto exclusivo de elección por la clase de los cardenales, de manera que desde aquel momento los fieles pasaron a adoptar un papel esencialmente pasivo y de sumisa obediencia.

La doctrina católica es el instrumento "ideológico" funda- mental de dominio de los "pastores" de la jerarquía católica sobre el "rebaño" de los simples creyentes, cuyo papel, como su propio nombre indica, es, por una parte, el de "creer" dócilmente la serie de doctrinas que les propongan los papas, los cardenales, los obispos y los párrocos de los lugares donde residen, y, por otra, el de obedecer las órdenes y consignas que de ellos reciban en orden a "su eterna salvación" (?). Tales doctrinas están for- madas en lo esencial por un conjunto de dogmas que, por ello mismo, se consideran "verdades indemostrables" para la razón humana, por lo que no se basan en la razón ni en la experiencia, y representan la continuidad de antiguas doctrinas míticas o la creación de algunas nuevas especialmente oportunistas, que en cualquier caso cierran los ojos al pensamiento racional o cientí- fico, llegando incluso a oponerse a él en diversas ocasiones, como sucedió con el heliocentrismo defendido por Galileo o con el evolucionismo defendido por Darwin.

Si se preguntase a los altos dirigentes de la secta católica cómo han llegado ellos a conocer la verdad de tales dogmas, podrían responder que el "Espíritu Santo" les había comunicado su verdad, pero, si se atreviesen a ser sinceros, reconocerían la falsedad de sus anteriores afirmaciones, pues, al igual que ya sucedía en la época en que se escribió el Antiguo Testamento, las doctrinas del cristianismo en general están tan plagadas de contradicciones que no hace falta investigar demasiado para saber que su origen no puede provenir de un ser supuestamente veraz y sapientísimo, como en teoría debería serlo el dios de esta secta. Pero, además, suponiendo en el mejor de los casos que los diversos dogmas católicos se hubieran llegado a conocer por inspiración del "Espíritu Santo", sólo quien hubiese tenido dicha "revelación" tendría motivos para aceptar la verdad de tales mis- terios. Pero en tal situación su aceptación de tal inspiración no vendría por un acto de fe sino por un conocimiento intuitivo directo. Sin embargo, quienes sólo conociésemos las palabras del inspirado personaje no tendríamos motivos para darle crédi- to, por mucho que él insistiera en que debíamos hacer un acto de fe y creer en ellas. Pues evidentemente no es lo mismo estar ins- pirado por el supuesto dios de la secta que estar inspirado por las palabras de un ser humano que dice estar inspirado por el dios de la secta: Tenemos abundantísimas experiencias de que, de manera voluntaria o por simple alucinación, los seres humanos somos poco escrupulosos a la hora de dar nuestro asentimiento a doctrinas cuyas garantías de ser verdaderas son asombrosamente pobres y escasas. Pero además tenemos conocimiento de la fal- sedad de muchas de estas doctrinas en cuanto son contradic- torias en sí mismas o en su relación con otras igualmente procla- madas como dogmas de fe.

A lo largo de este trabajo se han presentado diversas doctri- nas, contradictorias en la mayoría de los casos, mediante las que la jerarquía católica ha tenido adormecida a gran multitud de pueblos a lo largo de los siglos como consecuencia, entre otros motivos, de que hasta hace pocos años la cultura fue un bien muy alejado del pueblo. Tales doctrinas han sido inicialmente el instrumento esencial mediante el cual la jerarquía católica ha logrado una extraordinaria prosperidad económica y política, traicionando casi desde sus comienzos el ideal inicial de frater- nidad universal defendido y practicado -al menos según la narra- ción de Hechos de los apóstoles- por los primeros cristianos, para ocuparse muy pronto casi en exclusiva de su propio enri- quecimiento material y poder, aliándose con todo tipo de gobier- nos opresores y asesinando sin escrúpulos, en nombre de su dios y mediante el instrumento de su "Santa Inquisición", a quienes disentían -o así les parecía a los dirigentes cristianos- de alguna de sus doctrinas, especialmente cuando la disensión puramente teórica podía desembocar en una ruptura entre el poder central de la organización y el grupo disidente o "hereje" o, lo que es lo mismo, cuando podía repercutir en una desmembración del negocio puramente económico centralizado en Roma y el con- siguiente debilitamiento de su poder puramente terrenal.

Desde el punto de vista doctrinal la jerarquía de la secta católica incorpora en sus doctrinas toda una serie de mitos contradictorios -parte de los cuales se han expuesto en este trabajo- con una influencia perniciosa sobre la sociedad a lo largo de los siglos hasta el momento presente, en el que continúa sin escrúpulo alguno su labor destructiva contra la sociedad, contra los Derechos Humanos, contra la justicia y contra la libertad de las personas y de los pueblos, favoreciendo especial- mente a los gobiernos tiránicos o dictatoriales de los que han obtenido sus mayores beneficios, sin tener más escrúpulos que los que pudieran provenir de su temor a un grave daño de su imagen ante la sociedad.

Junio de 2016 Autor:

Antonio García Ninet

Doctor en Filosofía Junio de 2016 Cuarta edición corregida de la obra Contradicciones de la "Iglesia Católica", publicada en 2013 (ISBN: 978-84-941582-7-8)

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
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