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La nueva normalidad: economía desigual, pobreza, exclusión social y marginalidad (página 7)




Enviado por Ricardo Lomoro



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Pero todo esto depende de la capacidad de los gobernadores de bancos centrales de mantener precios muy altos de los activos en ausencia de tasas de crecimiento elevadas y continuas. Aquí se puede uno fijar en Japón. Durante veinte años, los precios de la renta variable y las propiedades japonesas registraron una trayectoria bajista pese a las ingentes cantidades de estímulo fiscal y monetario. Está claro que hubo frecuentes y relativamente prolongados repuntes en esos años, pero la tendencia general fue a la baja.

Antes de la crisis, los gobernadores de bancos centrales se llenaban la boca al hablar de la creación de la Gran Moderación, un período económico de inflación estable y baja y de crecimiento sólido. Resultó que se equivocaban. ¿Se equivocarán igualmente al pensar que pueden generar efectos en la economía real creando precios de los activos ilusorios?

– El impactante discurso de Larry Summers: ¿y si sólo podemos crecer creando burbujas? (Vozpópuli – 24/11/13)

¿Qué pasaría si la crisis simplemente se hubiese acabado y en realidad nos estuviésemos enfrentando a un nuevo escenario en el que el escaso crecimiento es lo normal, una especie de estancamiento secular?, planteó el exsecretario del Tesoro estadounidense y asesor de Obama ante una selecta audiencia en un foro del FMI.

(Por Antonio Maqueda)

Delante de una distinguida audiencia durante una conferencia en el FMI, con personajes de la talla de Ben Bernanke o Martin Feldstein entre los oyentes, el exsecretario del Tesoro estadounidense, excandidato a presidir la Fed y exasesor de Obama, Larry Summers, pronunció hace unos días un discurso que conmocionó a la comunidad de académicos y analistas por radical a la par que convincente y estremecedor: ¿y si la economía estadounidense y por extensión la occidental no es capaz de crecer y crear empleo?, ¿y si sólo puede hacerlo a fuerza de crear burbujas con los consiguientes riesgos? (Puede ver aquí la elocución de 16 minutos en inglés).

Summers explicó que las autoridades lo hicieron muy bien a la hora de atajar el pánico del 2008-2009. La rapidez con la que suministraron la liquidez consiguió alejar el fantasma de una Gran Depresión y estabilizar las condiciones financieras. Sin embargo, cuatro años más tarde la proporción de gente trabajando no mejora y el crecimiento del PIB en EEUU sigue siendo anémico. Y semejante fenómeno no sólo ocurre en Estados Unidos, también sucede por ejemplo en Japón. ¿Qué pasaría si la crisis simplemente se hubiese acabado y en realidad nos estuviésemos enfrentando a un nuevo escenario en el que el escaso crecimiento es lo normal, una especie de estancamiento secular?, planteó Summers.

El exsecretario del Tesoro con Bill Clinton, a veces criticado por su papel en la liberalización de los servicios financieros, relató cómo una crisis de origen bancario no es igual que las demás: si por ejemplo ocurre un desastre y se recorta de un día para otro el 80 por ciento de la producción eléctrica, entonces la economía se colapsaría igual que con una crisis financiera y el Producto Interior Bruto se desmoronaría. Sin embargo, a los pocos meses se empezaría a crecer de nuevo. En cambio, la normalización de una crisis bancaria no funciona así. Después de una restricción crediticia o credit crunch, se tarda mucho más en reactivar los canales financieros.

Y para explicar por qué Summers se remonta a la década anterior a la crisis y se pregunta: ¿cómo pudo ser que en los años previos a la debacle hubiese tanta imprudencia financiera, tanto dinero fácil, y aun así todos esos excesos no se tradujesen en un aumento espectacular de la demanda, mayor empleo, un sobrecalentamiento de la economía y, al final, una oleada de inflación rampante? Es decir, incluso con una gran burbuja y todos esos estímulos artificiales, la demanda no se disparó sin control. Supongamos, dice Summers, que los tipos de interés reales descontando la inflación ya fuesen antes negativos, y que ni siquiera así se logró el pleno empleo. ¿Acaso no será entonces que ya antes de la crisis no se podía crecer pero la actividad se mantuvo a fuerza de burbujas?

Según Summers, cuando los tipos de interés están en positivo éstos se pueden bajar y fomentar la demanda. Incluso con unos tipos a cero, se puede soportar la demanda inyectando dinero e inflando así algunos precios de activos. Pero una vez los tipos de interés, descontada la inflación, caen por debajo de cero la capacidad de maniobra se limita: aunque se pueden mantener los tipos muy bajos para siempre, resulta mucho más difícil tomar medidas extraordinarias que fomenten la demanda durante mucho tiempo o incluso para siempre. Sin embargo, lamentablemente, "el problema de fondo puede estar ahí para siempre", afirmó Summers.

Y de ser correcta esta visión, prosiguió Summers, dado que cuatro años más tarde no hay evidencia de que se haya restaurado el crecimiento, habría que preocuparse en el caso de que la política monetaria reduzca su actividad, se haga menos expansiva y brinde menos estímulos y, en consecuencia, conceda menos crédito. "Podríamos necesitar que en los próximos años se piense sobre cómo se gestiona una economía donde el tipo de interés nominal cero es un inhibidor crónico y sistémico de la actividad económica, manteniendo nuestra economía por debajo de su potencial", remató Summers.

¿Y qué significa lo dicho por Summers? Esta intervención se entiende como un aval para las políticas de estímulos justo ahora que la Reserva Federal estudia si debe rebajar sus inyecciones monetarias y que el BCE baraja si tomar o no nuevas medidas para alejar la amenaza de unas inflaciones muy bajas y, por consiguiente, unos crecimientos muy bajos. Si la teoría de Summers se cumple, se trata de escoger entre el riesgo de sufrir la inflación y nuevas burbujas o el de padecer muchos años con altas tasas de desempleo.

¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?

Occidente pudo crecer hasta mediados de los 80 gracias a los "baby boomers" y la incorporación de la mujer al trabajo. A partir de ahí, salvo por algunos momentos en los que se aprovechó la globalización y las nuevas tecnologías, el motor del crecimiento ha sido la deuda y, por ende, las burbujas: la puntocom, la inmobiliaria y la del crédito.

Y este proceso comenzó a agudizarse desde la crisis del 98 en los emergentes. Estos países consideran que tuvieron que sufrir la terapia del FMI porque no disponían de reservas con las que responder, y desde entonces empezaron a acumular divisas, sobre todo dólares. Y ello supuso que el precio del dólar se revalorizó y fulminó buena parte de la competitividad estadounidense, lo que a su vez se tradujo en que EEUU alcanzó un déficit comercial del orden del 10 por ciento del PIB. Y para financiar ese déficit todos los años tuvo que entrar en la economía un 10 por ciento del PIB prestado de fuera. Unos fondos que no se destinaron a inversiones productivas, sino a los mercados financieros e inmobiliarios, creando burbujas.

China, Alemania y Japón, los países más volcados con las exportaciones, se convirtieron en los principales suministradores mundiales de crédito, en concreto y sobre todo de Estados Unidos, Reino Unido y la periferia europea. Y ese mar de liquidez provocó que los tipos de interés se mantuviesen artificialmente bajos. La oferta de dinero fue tanta que éste se abarata. Una vez se resta la inflación, los tipos de interés en la práctica eran negativos y había que ser tontos para no endeudarse. Se podía tomar prestado cuanto se quisiera, ya que se podría devolver porque la actividad brindaba réditos mayores.

Hasta que ocurre el desastre. En una crisis típica, en cuanto se bajan los tipos se reanima la inversión y el empleo. Pero esta vez hay un exceso de capacidad y unos tipos de interés en el entorno de cero que sencillamente no facilitan el crecimiento por varias razones: por un lado, con los tipos tan bajos no se incentiva a la banca a dar crédito, y en lugar de concederlo al sector privado prefiere darlo al público que se califica de más seguro, o simplemente dedicarlo a la especulación financiera.

Por otro, se anima la toma de riesgos y la inversión concentrada en mercados con expectativas de grandes crecimientos, esto es, en burbujas, distorsionando y finalmente destruyendo el crecimiento. En definitiva, mediante el uso de la deuda se adelanta tanta demanda traída del futuro que llega un momento en el que con un crecimiento extenuado las empresas y familias ya no pueden seguir endeudándose más, consumiendo más y a la vez amortizando sus plazos.

De modo que los problemas se acumulan: al tiempo que la austeridad restringe la demanda, todos los países se lanzan a la vez a ganar cuota de mercado exportadora. La población occidental envejece y mengua el crecimiento. Las reformas que mejoran la productividad son lentas y tienen un coste político alto. Y la globalización y la tecnología están causando una redistribución de la riqueza en detrimento de la clase media de los países occidentales y a favor de las naciones más pobres, las multinacionales y las grandes fortunas. Por si fuera poco, las inyecciones monetarias de los bancos centrales también acaban reportando pingües beneficios sobre todo a los más ricos.

Así las cosas, ¿y si ni siquiera una burbuja es capaz de contrarrestar los cambios estructurales que están ocurriendo?, ¿y si se han terminado los ciclos económicos y sólo podemos crear empleo a fuerza de burbujas financieras o estímulos masivos que siempre suelen acabar muy mal?, ¿cómo vamos a poder reanimar la inversión productiva si ahogados por la deuda no tenemos unas perspectivas de consumo que garanticen los retornos?

– Estancamiento secular (Expansión 6/12/13)

(Por Federico Steinberg)

En una intervención de tan sólo 16 minutos en Washington, Larry Summers (uno de los economistas estadounidenses más brillantes e incisivos) ha puesto patas arriba el modo que teníamos de explicar la resaca de la Gran Recesión.

Es evidente que la recuperación económica en los países avanzados está siendo mucho más débil y lenta que en ocasiones anteriores. En Estados Unidos, que ha reaccionado mucho más rápido y con mucha mayor eficacia a la crisis, tanto limpiando sus bancos como poniendo en práctica políticas expansivas de demanda de forma continuada, la economía tardó más de cuatro años en recuperar el nivel de producción que tenía antes de la crisis. En Europa, sólo Alemania se encuentra ya por encima del nivel de PIB que tenía hace cinco años. Francia aún no lo ha conseguido y, en los países de la periferia, la situación es apocalíptica: con un nivel del PIB 9 puntos por debajo hoy que en 2008 en Italia y España, y 25 puntos menos en Grecia.

Para explicar este crecimiento tan débil (y que además no crea empleo) Summers avanzaba la hipótesis de lo que llamaba Secular Stagnation, que tiene mala traducción al español, pero que sería algo así como "estancamiento permanente". Su análisis se centraba en la economía de Estados Unidos, pero es aplicable a otros países avanzados. Hablaba de que tal vez la economía de Estados Unidos haya llegado a un punto en el que su potencial de crecimiento sea demasiado bajo como para poder sostener crecimientos del PIB per cápita sin políticas monetarias permanentemente expansivas; es decir, que sólo podría mantener un crecimiento medianamente decente creando burbujas. Y, aun así, que ese nivel de crecimiento no sería demasiado elevado.

Justificaba su observación diciendo que durante los años de bonanza que van desde el pinchazo de la burbuja .com a principio de los 2000 y el comienzo de la crisis subprime en 2007, la economía, aun teniendo unos tipos de interés muy bajos (que en términos reales eran negativos) y generando una burbuja en los mercados de activos de enormes proporciones, no experimentó presiones inflacionistas, no logró bajar la tasa de desempleo sustancialmente por debajo de la media histórica y tampoco logró crecimientos significativamente por encima de la tendencia. Y hoy, con los tipos de interés en cero y con políticas monetarias heterodoxas (que acompañan a políticas fiscales aún expansivas), la economía estadounidense apenas consigue alcanzar crecimientos en el entorno del 2% y no logra reducir su tasa de desempleo, lo que es, cuando menos, sorprendente (y también preocupante).

Desde el punto de vista teórico lo que habría ocurrido es que el tipo de interés de equilibrio en la economía habría bajado tanto que las políticas monetarias ultra expansivas no serían suficientes para estimular la demanda. Y la implicación a largo plazo sería que se habría entrado en una dinámica en la que el crecimiento sólo se podría conseguir generando burbujas que, como posteriormente estallan, dejan a la economía maltrecha. Así, se habrían acabado los felices años de la Gran Moderación macroeconómica (baja volatilidad en el crecimiento) de los años 1980/1990 y las economías avanzadas se enfrentarían a una situación de mucha mayor incertidumbre, donde además la política monetaria debería ser permanentemente expansiva si se quiere sostener el crecimiento, algo que espanta a quienes sostienen que tarde o temprano imprimir tanto dinero terminará reflejándose en inflación.

La hipótesis de Summers, que no está ni mucho menos contrastada, conecta bien con la polémica idea que el historiador Robert Gordon planteó el año pasado, según la cual será mucho más difícil que los países avanzados crezcan vigorosamente en el futuro porque los avances tecnológicos actuales son menos significativos (en términos de aumento de la productividad) que los que tuvieron lugar durante la segunda revolución industrial de finales del siglo XIX, que son los que habrían servido para impulsar el crecimiento económico durante casi 100 años, y que ahora se estarían agotando. Y las ideas de declive demográfico de los países ricos, más serio en Japón y en Europa que en Estados Unidos, servirían también para apoyar esta idea.

Gestionar un crecimiento potencial más bajo no sería demasiado grave si los países avanzados no estuvieran tan endeudados. Sólo hay tres formas de afrontar la deuda: crecer, generar inflación o hacer impagos. La primera opción no parece fácil a menos que se aborden ambiciosas reformas estructurales (y aun así, dado lo argumentado arriba, el crecimiento no estaría asegurado). La tercera, el default, es algo que todos los países quieren evitar, y que aquellos con moneda fuerte y propia (Estados Unidos, Japón y el Reino Unido) siempre pueden lograr imprimiendo dinero. Y eso nos deja con la segunda, la inflación. Si la hipótesis de Summers es correcta será difícil generar presiones inflacionistas, pero lo que sí es probable es que los países avanzados (y en particular Estados Unidos) mantengan tipos de interés muy bajos durante mucho tiempo para intentar generarla. El problema es que, al luchar contra la deflación, en lugar de inflación podrían generar burbujas en los mercados de activos (financieros e inmobiliarios), que además tienen efectos redistributivos perversos porque favorecen desproporcionadamente a los individuos más ricos de la sociedad, que son quienes tiene una mayor parte de su riqueza en activos financieros.

– Burbumanía (El Confidencial – 9/12/13)

Vivimos en un mundo condicionado por una intervención monetaria sin precedentes en tamaño y forma: la Reserva Federal multiplicó por 4 su balance hasta los 4 billones de dólares, y el BCE por su parte lo multiplicó por 3 superando los 3 billones de euros en su punto álgido. Vivimos en un mundo que ha pasado por una crisis de gravedad similar a la del año 1929, e incluso peor si hacemos caso a los datos mencionados en el famoso discurso de Larry Summers. No solo eso, vivimos en un mundo en donde se desconocen los límites y la verdadera estabilidad del sistema financiero creado tras Bretton Woods.

Tanto es así que dos de los Premios Nobel de Economía de este año, Eugene Fama y Robert Shiller, a pesar de sus discrepancias intelectuales, parecen ponerse de acuerdo en una cosa: existen motivos para preocuparse. El primero, defensor de la Hipótesis de los Mercados Eficientes y por tanto contrario al concepto de "burbuja", cree que existe riesgo de que los mercados financieros digan "no" a la financiación de los déficits públicos, lo que provocaría una recesión global en 2014. El segundo, conocido defensor del concepto "burbuja", dice estar muy preocupado por el boom vivido por las acciones estadounidenses y por el Real Estate en algunos países.

Es solo un ejemplo del fenómeno "burbumanía" que estamos empezando a vivir. Podemos leer artículos sobre la burbuja del bitcoin, sobre la burbuja inmobiliaria de diversos países, sobre las malas perspectivas de algunas economías, sobre las acciones, bonos, o sobre prácticamente cualquier cosa. Y no lo digo como algo despectivo sino todo lo contrario, pues hoy más que nunca existen fragilidades en el sistema que justifican dicho análisis. La pregunta crucial es si esta "burbumanía" es algo "real" y estallará de un momento a otro, o si por la contra es un fenómeno psicológico derivado del shock de la Gran Recesión.

Al igual que fenómenos extremos como un accidente o una gran pérdida pueden causarnos un efecto postraumático, la presente crisis puede condicionar nuestros pensamientos y nuestra forma de actuar. Tras el shock de la Gran Recesión una persona común será más reacia a endeudarse y valorará más el ahorro, se verá menos tentada por la inversión, y en general será más prudente y tendrá una mayor aversión al riesgo. Es normal que desconfiemos de las subidas bursátiles y que valoremos escenarios que antes pasábamos por alto, si bien es muy posible que los riesgos que vemos ya estuviesen antes ahí e incluso puede que fuesen mayores. Antes no los veíamos, ahora sí.

Así es como un PER 17 en el S&P500 hoy nos parece "burbujeante" cuando antes nos parecía "en la media", como nos preguntamos si una prima de riesgo de 200 puntos es adecuada para España cuando antes éramos casi una segunda Alemania, o que nuestra reacción al ver una gráfica con una subida demasiado pronunciada sea, ¡cuánto más alto más grande será la caída! No hablo de pronósticos correctos o incorrectos sino de que necesitamos encontrar un término medio entre la excesiva asunción de riesgo anterior y la mentalidad condicionada actual. ¿Y eso por qué?

Pues simplemente porque la economía necesita asunción de riesgo para avanzar. ¿Cómo? ¿Qué? Pues sí, algo tan sencillo como eso. Solemos pensar en la asunción de riesgo como algo negativo y ligado a la "especulación", pero la asunción de riesgo es mucho más que eso. Asunción de riesgo es ese comerciante que se aprovisiona de mercaderías con la esperanza de vendérselas a sus clientes, es ese empresario que contrata a trabajadores ante un eventual aumento de la producción, alguien que decide ampliar sus instalaciones, ese emprendedor que monta su propia compañía, o… ¡todo lo que nos rodea!

Y es que si ahora mismo tenemos una pantalla y un ordenador en el que leer este artículo es porque alguien asumió el riesgo de llevar a cabo un negocio, si ahora vamos vestidos de una determinada manera es porque pudimos comprarlo en una tienda cuya apertura fue fruto de la asunción de riesgo. Es más, si tenemos trabajo será por lo mismo, e incluso si cobramos el paro será porque existen miles de trabajadores pagando su parte fruto de la asunción de riesgo de alguien. Si las personas no nos arriesgásemos de vez en cuando seguiríamos viviendo en las cavernas, ¡para qué intentar algo nuevo!

Dicho esto volvamos al momento actual. Hemos pasado de la locura al miedo colectivo, y también de una política monetaria "convencional" (que igualmente puede ser demasiado laxa) a una "heterodoxa". En un primer momento las políticas aplicadas se entienden para evitar un colapso similar al del año 1929, pero Bernanke va más allá, ¿por qué? Todo parece indicar que los bancos centrales se han agenciado un nuevo rol, más allá del tradicional control de la inflación y otros objetivos como el desempleo. Los bancos centrales han pasado de fijar los tipos de interés a fijar nuestras expectativas, ya no se trata del precio del dinero y tampoco se limita al "forward guidance", se trata de modificar nuestra asunción de riesgo.

 Podemos pensar que eso es también lo que hacían antes, al fin y al cabo rebajando o aumentando el tipo de interés al que la economía puede endeudarse se provoca un cambio en el comportamiento, si bien existe un cambio sustancial. Si antes se limitaban a lo financiero, ahora van más allá y quieren llegar hasta la psicología colectiva. Ya no nos tientan a endeudarnos; nos proyectan el futuro, nos animan cuando estamos tristes y nos desincentivan cuando creen que estamos eufóricos sin mover ningún tipo de interés, solo con la palabra, solo con sus acciones y credibilidad. Es el juego con el kit más completo nunca visto.

Lo recuerdo como si fuese ayer. Cuando era pequeño tenía una bicicleta con rondines, de esos que se ponen a ambos lados de la rueda trasera para que no existan problemas de estabilidad. Un día mi padre decidió que era momento de dar el paso y pedalear como un chico mayor, aguantando el equilibrio. Estaba asustado, pero acepté porque dijo que él me agarraría, y así fue… hasta que me soltó.  Comencé a pedalear y casi sin darme cuenta ya iba circulando como los chicos mayores, ¡aguantando el equilibrio! En este caso el empujón a la asunción de riesgo exógena sí funcionó.

Con esto no quiero decir que los banqueros centrales sean tan sabios como mi padre, algo que me costaría creer, pero sí es lo que pretenden. Nos están empujando a asumir los riesgos que ellos creen convenientes y normales para que la economía siga girando y avanzando, algo que es necesario pero en su justa medida. Es lógico que si nos empujan a ir más allá de lo que nuestra prudencia sugiere veamos burbujas aquí y allá, a pesar de que las burbujas suelen explotar cuando no se habla demasiado de ellas. Por tanto en mi opinión la "burbumanía" es algo humana y psicológicamente esperable teniendo en cuenta los antecedentes descritos, si bien eso no quiere decir que el ciudadano prudente y adverso al riesgo tenga menos razón que el banquero central que lo empuja. Eso solo el tiempo lo dirá.

– Estancamiento diseñado deliberadamente (Project Syndicate – 5/2/14)

(Por Joseph E. Stiglitz)

Nueva York.- Poco después de que estallara la crisis financiera mundial en el año 2008, advertí sobre que a menos que se adopten políticas adecuadas, se podía asentar un malestar al estilo japonés – es decir, un crecimiento lento e ingresos casi estancados durante muchos años. Si bien los líderes a ambos lados del Atlántico afirmaron que habían aprendido las lecciones de Japón, rápidamente procedieron a repetir algunos de los mismos errores. Ahora, incluso un ex funcionario clave de Estados Unidos, el economista Larry Summers, realiza advertencias sobre el estancamiento secular.

El punto básico que planteé hace media década fue que, en un sentido fundamental, la economía de EEUU se encontraba enferma, incluso antes de la crisis: fue sólo una burbuja de precios de los activos, creada a través de regulaciones laxas y tasas de interés bajas, la que hizo que la economía aparentara estar robusta. Debajo de la superficie, numerosos problemas supuraban: una creciente desigualdad; una insatisfecha necesidad de reforma estructural (la necesidad de un desplazamiento desde una economía que se basa en la manufactura a una que se base en los servicios y que se adapte a las cambiantes ventajas comparativas a nivel mundial); persistentes desequilibrios a nivel mundial; y, un sistema financiero que está más en sintonía con la especulación que con la realización de inversiones que crearían puestos de trabajo, aumentarían la productividad, y redistribuirían los superávits con el objetivo de maximizar la rentabilidad social.

La respuesta a la crisis de los formuladores de políticas no abordó estos problemas; peor aún, agravó algunos de ellos y creó otros nuevos – y no sólo en EEUU. El resultado ha sido un aumento del endeudamiento en muchos países, debido a que el colapso del PIB socavó los ingresos de los gobiernos. Además, la falta de inversión, tanto en el sector público como en el privado, ha creado una generación de jóvenes que han vivido durante años en un estado de inactividad y que se tornan cada vez más hostiles, en una etapa de sus vidas en la que ellos deberían estar perfeccionando sus destrezas y aumentando su productividad.

A ambos lados del Atlántico, es probable que este año el PIB crezca mucho más rápido en comparación con el crecimiento del año 2013. No obstante, antes de que los líderes que adoptaron las políticas de austeridad descorchen botellas de champán y brinden felicitándose a sí mismos, ellos deberían examinar la posición en la que nos encontramos y deberían considerar el daño casi irreparable causado por dichas políticas.

Cada desaceleración en algún momento llega a su fin. La característica que distingue a una buena política es que ella logre que la desaceleración sea más corta y menos profunda de lo que hubiese sido si dicha política no se hubiese implementado. La característica que distingue a las políticas de austeridad que muchos gobiernos adoptaron es que ellas hicieron que la desaceleración sea mucho más profunda y más larga de lo necesario, causando además consecuencias de larga duración.

El PIB real per cápita (ajustado por la inflación) es más bajo en la mayoría de los países del Atlántico del Norte en comparación a su nivel en el año 2007; en Grecia, el tamaño de la economía se ha reducido en aproximadamente un 23%. Alemania, el país europeo con mejor desempeño, ha registrado un mísero crecimiento anual promedio del 0,7 % durante los últimos seis años. La economía de EEUU continúa teniendo un tamaño 15% menor al que hubiese tenido si su crecimiento hubiese continuado, aún en caso de que dicho crecimiento se hubiese mantenido en la trayectoria moderada que registraba antes de la crisis.

Pero incluso estas cifras no relatan la historia completa sobre cuán mal están las cosas, debido a que el PIB no es una buena medida del éxito. Mucho más relevante es lo que está sucediendo con los ingresos de los hogares. La mediana del ingreso real en EEUU se encuentra por debajo del nivel en el que se encontraba en el año 1989, es decir hace un cuarto de siglo atrás; la mediana del ingreso para los trabajadores varones que trabajan a tiempo completo en la actualidad es más baja en comparación a la de se registró hace más de 40 años atrás.

Algunos analistas, como por ejemplo el economista Robert Gordon, han sugerido que deberíamos adaptarnos a una nueva realidad en la que el crecimiento a largo plazo de la productividad estará muy por debajo del nivel en el que se ubicó durante el último siglo. Dado el pobrísimo historial que tienen los economistas -mismo que se refleja en lo ocurrido durante el período previo a la crisis- en cuanto a la exactitud de sus predicciones, aún en el caso de predicciones para períodos de tres años, nadie debería tener mucha confianza en una bola de cristal que realiza predicciones para las futuras décadas. No obstante, una cosa parece estar clara: a menos que las políticas de los gobiernos cambien, tenemos por delante un largo período de decepciones.

Los mercados no se autocorrigen. Los problemas fundamentales subyacentes que he descrito anteriormente podrían agravarse – y muchos de ellos se están agravando. El aumento de la desigualdad debilita aún más la demanda; y, en la mayoría de los países, incluyéndose entre ellos a EEUU, la crisis sólo ha agravado la desigualdad.

Los superávits de las balanzas comerciales de los países del norte de Europa han aumentado, incluso mientras el superávit de China se ha moderado. Lo más importante es que los mercados nunca han sido muy buenos en cuanto a lograr por su propia cuenta transformaciones estructurales de forma rápida; la transición de la agricultura a la manufactura, por ejemplo, no fue de ninguna forma suave y calmada; al contrario, estuvo acompañada por una importante desarticulación social y por la Gran Depresión.

Esta vez no ocurre algo distinto, pero en algunos aspectos la situación podría ser más grave: los sectores que deberían estar creciendo, reflejando las necesidades y deseos de los ciudadanos, son los sectores de servicios, como por ejemplo los sectores de salud y educación, que tradicionalmente se financian con fondos públicos, porque existen buenas razones para que se financien de esa manera. Pero, en lugar de que los gobiernos faciliten la transición, la austeridad la está inhibiendo.

Un malestar general es mejor que una recesión y una recesión es mejor que una depresión. Pero las dificultades que enfrentamos ahora no son el resultado de las leyes inexorables de la economía, a las cuales nosotros simplemente nos debemos adaptar, como lo haríamos en el caso de ocurriese un desastre natural, como ser un terremoto o un tsunami. Las dificultades que enfrentamos no son ni siquiera una especie de penitencia que tenemos que pagar por los pecados cometidos en el pasado – aunque, sin duda, las políticas neoliberales que han prevalecido durante las últimas tres décadas tienen mucho que ver con los trances que actualmente enfrentamos.

En cambio, nuestras dificultades actuales son el resultado de políticas erróneas. Existen alternativas. Pero no las vamos a encontrar en la complacencia autosatisfecha de las élites, cuyos ingresos y carteras de acciones una vez más se disparan al alza. Aparentemente, sólo algunas personas deberán ajustarse a un estándar de vida más bajo de forma permanente. Desafortunadamente, lo que ocurre es que dichas personas conforman la gran mayoría de la población.

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank. His most recent book is The Price of Inequality: How …)

– El crecimiento futuro es un enigma (Project Syndicate – 27/2/14)

(Por Jean Pisani-Ferry)

París.- Para la mayoría de los gobiernos, saber qué tasa de crecimiento económico puede esperarse en años futuros es una pregunta clave. Y al menos para las economías avanzadas, se ha vuelto particularmente difícil de responder.

Si el pasado es buen predictor del futuro, el panorama es sombrío. A partir de 2008, el crecimiento económico estuvo siempre por debajo de las previsiones. De los países más afectados por la crisis financiera, sólo unos pocos (Estados Unidos, Alemania y Suecia) pudieron retomar una senda de crecimiento sostenido, e incluso en esos casos, el PIB de 2013 fue mucho menor a lo que se proyectaba antes de la crisis.

La opinión de consenso entre economistas y políticos es que la crisis financiera y la crisis del euro dañaron la demanda y la oferta, pero que ya comenzó un proceso gradual de recuperación.

Por el lado de la demanda, dice este argumento, la demanda interna todavía padece los efectos del endeudamiento privado de antes de la crisis y del endeudamiento público que se generó como consecuencia de la crisis, y es probable que esto siga así varios años más, hasta que el peso de las deudas empiece a reducirse en forma sostenida. Entonces los consumidores comenzarán gradualmente a gastar e invertir otra vez (como ya comienza a ocurrir en Estados Unidos) y la política fiscal volverá a ser neutral (como ya sucede en Alemania).

Por el lado de la oferta, la crisis redujo el crecimiento potencial de la producción porque (al menos en Europa) las empresas invirtieron menos y eso impidió la adopción de nuevas tecnologías. Además, en algunos casos (por ejemplo el Reino Unido) la caída de los salarios y la flexibilidad de las normas de despido alentaron a las empresas a sustituir capital por mano de obra, con lo que se redujo el nivel de producción por empleado. La saturación de los mercados de capitales y la resistencia al malestar social también demoraron el reemplazo de empresas viejas por otras nuevas más eficientes. El resultado agregado fue una productividad menor a la prevista: en el Reino Unido, se necesitaron más horas-hombre por unidad de producto en 2013 que en 2007. Es probable que el efecto de la crisis sobre la oferta también se mantenga hasta que las empresas inviertan en nuevos equipos, se acelere la innovación y se reanude el proceso de rotación en los mercados de trabajo.

Pero la tesis de que las economías avanzadas se recuperarán gradualmente ha sido blanco de críticas en sus dos partes. Por el lado de la demanda, hace poco Larry Summers (economista de Harvard y alto funcionario estadounidense durante las presidencias de Bill Clinton y Barack Obama) indicó que es posible que los problemas de las economías avanzadas sean producto del estancamiento secular.

Summers considera que el endeudamiento anterior a la crisis no fue una anomalía exógena, sino la consecuencia de una insuficiente demanda global. La distribución global del ingreso se había modificado, con transferencia de ingresos de las clases medias de los países avanzados hacia los ricos y hacia las economías emergentes, lo que dio lugar a un exceso de ahorro a escala mundial. El único modo de evitar el estancamiento era que la clase media se endeudara cada vez más, con la ayuda de bajos tipos de interés y grandes facilidades para el crédito.

Dicho de otro modo, la sobreabundancia de ahorro (como la denominó el ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke) ya existía antes de la crisis y puede seguir afectando la demanda global, a menos que las clases medias de los países emergentes se conviertan en el nuevo consumidor de última instancia de la economía global. Aunque es probable que eso suceda en algún momento, los esfuerzos de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional en el contexto del G-20 para lograr dicho proceso de redistribución de la demanda todavía no han sido suficientes.

Por el lado de la oferta, las dudas surgen de una nueva disputa entre los economistas y los expertos en tecnología en relación con el ritmo del avance tecnológico. Para Robert Gordon, de la Universidad Northwestern, las tecnologías de la información y las comunicaciones ya dieron la mayor parte del aumento de productividad que podía esperarse de ellas, y no hay a la vista una nueva gran ola de innovación que pueda compensar la desaceleración del crecimiento potencial. Los países rezagados todavía podrán cosechar los dividendos de la modernización, pero los países que ya están en la frontera tecnológica deberán aceptar que a partir de ahora, un crecimiento anual per cápita muy bajo, apenas superior al 1%, será lo normal.

En cambio, dos investigadores del MIT, Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, aseguran que todavía está por producirse una "segunda era de las máquinas". Afirman que el crecimiento incesante del poder computacional, la conectividad internacional y el potencial casi infinito para generar innovaciones nuevas a partir de la recombinación de procesos existentes producirán grandes transformaciones en la producción y en el consumo, así como la máquina de vapor transformó el mundo en el siglo XIX. Esto permitiría esperar una aceleración del crecimiento, al menos si se lo mide correctamente.

Combinar los cuestionamientos a la idea de recuperación de las economías avanzadas citados por Gordon y Summers es desalentador. Si la tesis de Gordon sobre un bajo crecimiento de la productividad es correcta, la herencia de deuda de la crisis y los problemas con las finanzas públicas durarán mucho más de lo previsto. Si además, Summers tiene razón en que la demanda seguirá siendo insuficiente, es probable que la combinación de problemas financieros y desempleo masivo persistente aliente a los gobiernos a adoptar soluciones radicales: impago de deudas, inflación o proteccionismo financiero.

Si por el contrario la razón la tienen Brynjolfsson y McAfee, el crecimiento será mucho más firme y el endeudamiento dejará de ser problema antes de lo esperado. En este caso, la cuestión será cómo lidiar con los efectos que las nuevas tecnologías tendrán en cuanto a reducción de la necesidad de mano de obra y aumento de la desigualdad de los ingresos.

Esto vale especialmente si estas transformaciones se dan en el contexto de desempleo masivo persistente descrito por Summers. El riesgo está en que se produzcan problemas sociales inmanejables, conforme los avances tecnológicos comiencen a ser vistos como beneficio para los ricos y causa de más padecimiento para las masas. En semejante escenario, los gobiernos necesitarán encontrar respuestas innovadoras.

Tal vez estas hipótesis parezcan descabelladas. Pero aunque sean preguntas ciertamente difíciles de responder, no son en absoluto irrelevantes.

(Jean Pisani-Ferry teaches at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General for Policy Planning in Paris. He is a former director of Bruegel, the Brussels-based economic think tank)

– Larry Summers: la amenaza del estancamiento secular (miguelnavascues.com – 7/4/14)

¿Por qué aferrarse a esquemas trasnochados que lo único que dicen es que después de la lluvia viene el bien tiempo? Eso es lo que prometen los modelos al uso que, aparentemente, funcionaban bien hasta 2007. Pero esos modelos hacían abstracción de las complejidades financieras, de la caída a plomo de la confianza, de la zona del tipo de interés cero con inflación cero… ¿Cuáles son las consecuencias de cinco años de crisis con tipos de interés cero si la inflación en vez de remontar cae, e incluso el niveles de precios empieza a caer? Las consecuencias son que en el próximo tropiezo, todo severa mucho más complicado salir del bache.

Porque la economía mejore un poquito no significa que estemos ante una recuperación permanente.

Larry Summers, en (http://www.ft.com/cms/s/2/a1a5b550-bb53-11e3-8d4a-00144feabdc0.html#ixzz2yDu34Bij) vuelve a insistir en su pesimismo sobre la economía mundial, que califica de un escenario de "Secular Stagnation"; es decir, un escenario de bajo crecimiento de PIB y precios, a muy bajos tipos de interés, lo que representa un riesgos de que cualquier adversidad sea inmanejable, por imposibilidad de bajar aún más los tipos de interés.

Cinco años de crisis y depresión, a pesar de la política expansiva de algunos bancos centrales, nos han traído a estas playas aparentemente habitables, con unos tipos de interés nominales más bajos que nunca; un PIB estancado; unos precios cada vez más bajos; una tasa de paro más alta un nunca, aunque haya mostrado leves mejoras recientemente… (Más de uno se regocija de esto a pesar de que refuta sus teorías: todo ello ha advenido con políticas contrarias a las que preconizan. En efecto, la inflación ha caído a cero, no se ha elevado incesantemente, como pronosticaban).

¿Cuál es la amenaza de esta situación? La amenaza es que cualquiera contratiempo de la economía (mundial, porque no se trata sólo de España y Europa, aunque el riesgo es mayor), se va a encontrar con una política monetaria ya impotente, después de 5 años de reducir los tipos al límite cero; unos precios más inclinados a la baja, lo que elevaría los tipos de interés reales; y unas deudas todavía a un nivel precario: la caída del PIB y precios elevaría inevitablemente la ratio Deuda/PIB.

El último informe WEO del FMI se ha hecho eco de esta tesis de Larry Summers, y ha intentado diseccionarla (http://www.imf.org/external/pubs/ft/weo/2014/01/pdf/text.pdf) desde el punto de vista financiero: por qué, pese a los tipos de interés tan bajos -y no sólo por las políticas monetarias, sino también por otros factores aparecidos Durante los años noventa- la economía ha languidecido como si el "mal japonés" se extendiera al mundo entero.

Monografias.com

Creo que el ejercicio vale la pena porque hay un punto que para mí es clave: el tipos de interés de los bonos públicos a largo plazo ha bajado enormemente, sobre todo desde que el "efecto Draghi" de 2012 extendió ese movimiento a los países periféricos de Europa.

Pero el tipo de interés decisivo para la inversión privada, y por ende para el empleo, no es el tipo de los bonos públicos, sino el coste real de la inversión real en comparación con los beneficios futuros. Y éste he mostrado una resistencia q porque baja, con lo que ha subido en términos reales desde que la inflación se ha desplomado.

Es claro, como demuestra el FMI, que se ha asistido a un aumento de la prima de riesgo sobre la inversión privada, porque ha habido un cambio de preferencia en la distribución de las carteras hacia el bono público (lo que destrozado totalmente la tesis austérica de que íbamos a asistir a una gran inflación y subida de tipos de interés) frente a las acciones y títulos de financiación de la inversión privada. En el siguiente gráfico se ve cómo, en EEUU, el tipo de interés real de los bonos Baa privado están subiendo otra vez después de una caída casi continúa desde lo peor de la crisis.

Monografias.com

Por lo tanto, la caída del rendimiento de la deuda pública es un falso indicio de facilidad de inversión; al contrario, eso no ha hecho más que abrir la brecha con la rentabilidad de los títulos privados, lo que explica a su vez el "punto de eficiencia marginal decreciente" de la política monetaria en su intento de doblegar los tipos. La política monetaria no ha podido con la aversión al riesgo que ya se atisbaba antes de la crisis y se ha acentuado con ella.

Como advierte Larry Summers, no es que esa política monetaria no fuera necesaria: lo era, y podemos suponer con certeza que ha evitado una depresión como la de 1929, años terribles en que se propugnó una política de liquidacionismo.

Pero debemos cuestionarnos si ha sido suficiente. Es evidente que no lo ha sido para elevar la confianza en los inversores y prestamistas de fondos, que prefieren seguir manteniendo bonos públicos en vez de títulos rentables y arriesgados. Hay dinero, pero ese dinero va a la compra de deuda del Tesoro, pese a la gran diferencia de rentabilidad con los bonos privados y las acciones.

Ciertamente, si la expectativa es la que anuncia Summers, de "Secular Stagnation", el panorama no es tranquilizador, porque es un anuncio casi seguro de una crisis igual o peor que la de 2007 a la vuelta de la esquina: una crisis de confianza sobrevenida sobre una crisis de confianza anterior, pero con menos recursos de política económica para hacerle frente.

El exceso de crecimiento se paga, peor la ausencia de crecimiento también. Por eso no es tranquilizadora la expectativa de una deflación o inflación cero en Europa, porque es un preaviso de algo peor. Un preaviso de impotencia para levantar la economía, de empeoramiento del paro, y de una deuda/PIB creciente. Véase Japón.

Europa, lo digo por enésima vez, es un caso especialmente grave, porque los responsables no son conscientes de la amenaza. Se siente justificados con gestos como el de Draghi el jueves pasado, cuando no es sólo un problema acuciante de política monetaria -que también- sino de dislocación de las estructuras financieras. A esto respecto, cito las palabras de Larry Summers sobre Europa (subrayados míos):

"Europe has moved back from the brink, with defaults or devaluations now remote as possibilities. But no strategy for durable growth is yet in place and the slide towards deflation continues. Strong actions to restore the banking system so that it can be a conduit for a robust flow of credit, as well as measures to promote demand in the countries of the periphery where competitiveness challenges remain, are imperative".

Desgraciadamente el gobierno, con su metáfora de "haber pasado el Cabo de Hornos", se equivoca y confunde a la ciudadanía. Las sombras son mucho más extensas que las luces, por mucho que sólo a ponga el foco en éstas.

– ¿Estancamiento secular en el siglo XXI? (El País – 4/1/15)

Los datos estadísticos y demográficos muestran que se crecerá menos y con más problemas

(Por Guillermo de la Dehesa)

Existe hoy "Estancamiento Secular" (ES) en EEUU y en el área Euro, porque, tras el estallido de la gran burbuja financiera en 2009, el ahorro y la inversión sólo consiguen igualarse a tipos de interés, nominales o reales, cero o negativos. Igual ocurrió en Japón al estallar su burbuja inmobiliaria en 1991. Para Lawrence Summers (2013) esta situación fuerza a la política económica a elegir entre crecimiento mínimo o burbujas y para Robert Solow (2014) en los últimos 20 años sólo las burbujas han producido algo de prosperidad. Richard Koo (2014) muestra que, cuando una burbuja es financiada con deuda, como en Japón y España, al intentar hogares y empresas repagarla, producen recesiones. Para Paul Krugman (2014), hace falta más demanda. El ahorro privado no consigue la rentabilidad necesaria para financiar la inversión privada, que es clave para crecer y las empresas privadas han pasado de ser prestatarias netas a ser prestamistas netas. Asimismo, con tipos cero o negativos, deja de funcionar la política monetaria convencional, que es la más flexible, rápida y potente y además tipos tan bajos incentivan la inestabilidad financiera y la toma de riesgo. La solución extrema, según Willem Buiter (2014), es que el BCE cree dinero comprando deuda pública a perpetuidad o sin tipo de interés.

Otro aspecto muy importante del ES consiste en saber por qué, hasta hoy, las nuevas y potentes tecnologías de la información y de la digitalización del siglo XXI, no aumentan la productividad total de los factores de producción (PTF) tanto como lo hicieron las nuevas tecnologías manufactureras del siglo XX (combustión interna, electricidad, automoción, aviación, telefonía, televisión, laser, internet y telefonía móvil. Robert Gordon (2014) muestra que en EEUU el gran aumento de la PTF se produjo entre 1920 y 1970 y no se ha repetido después. Los que él mismo llama "tecno-optimistas" como Joel Mokyr (2014) o Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee (2013) piensan que la inteligencia artificial, los datos masivos, los nano-robots, las novísimas medicinas y los coches y camiones sin conductor, aumentarán la productividad, pero, según Gordon, se conseguirá probablemente a costa de eliminar millones de empleos.

Los llamados "tecno-optimistas" creen que el PIB actual es irreal al no incluir la masiva información gratuita en internet, como Google u otras tecnologías como gmail o los teléfonos inteligentes, pero están funcionando más de una década sin aumentar el PIB. Además, para que el PIB crezca tiene que aumentar la población que, en el siglo XXI, está creciendo a un ritmo muy inferior al del siglo XX y envejeciendo muy rápidamente.

¿Qué es lo que ya sabemos al comparar ambos siglos? Angus Maddison (2001) dedicó su trabajo en la OCDE a calcular el PIB mundial por habitante, desde el año 1 de nuestra era cristiana hasta el año 2000, mostrando cómo el PIB por habitante solo empezó a progresar con la llegada de la Revolución Industrial en 1820, que desencadenó un período de casi dos siglos de elevado crecimiento del PIB por habitante, desconocido hasta entonces. Maddison demostró que, entre el año 1 y el año 1.000, la población mundial se multiplicó por seis veces y el PIB sólo por 5,9 veces, cayendo así el PIB por habitante. Entre 1000 y 1820, más de ocho siglos, la población se multiplicó por cuatro y el PIB por 4,5 veces, aumentando el PIB por habitante sólo un 50% en 820 años. Tras la primera Revolución Industrial de 1820, surgieron otros grandes descubrimientos tecnológicos, con lo que, entre 1820 y 2000, en 180 años, la población se multiplicó por seis veces y el PIB por 14,5 veces, aumentando el PIB por habitante 8,5 veces, ocho veces más que en los 18 siglos anteriores juntos.

Asimismo, Bradford de Long en Cornucopia (2000) calculó el crecimiento del PIB por habitante del último milenio, entre los años 1000 y 2000 mostrando cómo el siglo XX ha sido el más extraordinario en la historia en nuevos desarrollos tecnológicos que han permitido que, aunque la población se haya multiplicado por 3,7 veces, pasando de 1.600 millones en 1900, a 6.100 millones en el 2000, el PIB se ha multiplicado por 12,2 veces, logrando que el PIB por habitante en el siglo XX haya aumentado 8,5 veces más que en el siglo XIX y dos veces más que en los nueve siglos precedentes.

Sin embargo, el siglo XXI ha comenzado con unas expectativas de crecimiento tanto de la población como del PIB mundiales muy inferiores a las del siglo XX, así como con un crecimiento tendencial del envejecimiento de la población mundial muy superior al del siglo XX. En 1938, Alvin Hansen pronunció por primera vez la palabra "Secular Stagnation" en su discurso como Presidente de la American Economic Association (AEA) con el título Progreso económico y declive del crecimiento de la población. Hoy vuelve a estar de moda ya que, de acuerdo con las estimaciones recientes del Banco Mundial (2013), la población mundial ha pasado de 6.100 millones en el año 2000 a 7.100 millones en 2012 y se espera que alcance 9.600 millones en 2050 y 10.900 millones en 2100. Es decir, en el siglo XXI, la población mundial se multiplicaría sólo por 1,78 veces frente a las 3,7 veces del siglo XX, es decir, 1,92 veces menos.

Menores tasas medias de crecimiento de la población suponen menores tasas medias de crecimiento del PIB en el futuro, mostrando una amplia dispersión. Por un lado, entre 2013 y 2100, la población de los 35 países menos desarrollados se multiplicará por tres y en los países africanos Burundi, Malawi, Níger, Nigeria, Somalia, Uganda, Tanzania y Zambia, se multiplicará por cinco. Por otro, la mitad del crecimiento de la población mundial, entre 2013 y 2100, va a concentrarse en los siguientes países, ordenados por su contribución al crecimiento de la población mundial: Nigeria, India, Tanzania, República del Congo, Níger, Uganda, Etiopía y Estados Unidos. Por el contrario, la población de 43 países caerá hasta 2050 y en 40 de ellos seguirá cayendo hasta 2100. Dicha caída superará el 15% de la población total en Bielorrusia, Bulgaria, Croacia, Cuba, Georgia, Letonia, Lituania, Moldavia, Rumanía, Rusia, Serbia y Ucrania.

Además, la tasa de fertilidad global caerá en este siglo desde 2,53 hijos por mujer fértil en 2005-2010 a 2,24 en el período 2045-2050 y a 1,99 entre 2050 y 2100, por debajo de los 2,1 hijos que es la tasa de reposición de la población. En los países desarrollados la tasa de fertilidad va a aumentar desde los 1,66 hijos actuales hasta 1,93 hijos en 2100, por debajo de su tasa de reposición, mientras que, en los países menos desarrollados, caerá desde 4,53 actuales a 2,11 en 2100 y, en el resto de los en desarrollo caerá desde 2,4 hoy a 2,09 en 2050 y a 1,93 en 2100, convergiendo con los desarrollados.

La tasa global de longevidad crecerá, incrementando el envejecimiento. La esperanza de vida al nacer pasará de 69 años en 2010, a 76 en 2050 y a 82 años en 2100. En los países desarrollados alcanzará 89 años, en los en desarrollo 81 años y en los menos desarrollados 78 años. La tasa mortalidad de los menores de 5 años caerá del 21% la población mundial en 1950 a sólo 59 por mil, en 2010. En los países desarrollados con bajas tasas de fertilidad, el número de fallecimientos será mayor que el de nacimientos, lo que sólo podrá compensarse con inmigración neta. Entre 2010 y 2050, se estima que los mayores receptores anuales netos de emigrantes serán: Estados Unidos (un millón), Canadá (205.000), Reino Unido (172.500), Australia (150.000), Italia (131.250), la Federación Rusa (127.500), Francia (106.250) y España (102.500).

Además, la población mundial envejece a un ritmo creciente. El número de personas de 60 años o más se triplicará entre 2000 y 2100 pasando de 841 millones en 2013, a 2.000 millones en 2050 y a 3.000 millones en 2100, alcanzando el 27,5% de la población mundial. Las personas con 80 o más años se septuplicará, entre 2013 y 2100, desde 120 millones en 2013, a 830 millones en 2100. En 2013, el 66% de los mayores de 60 años vivían en países en desarrollo y, en 2100, alcanzarán el 85% del total, alcanzando el 86% del total los mayores de 80 años.

El Banco Mundial (2013) estima que, en 2050, los mayores de 60 años pasarán de 841 millones en 2013 a 2.000 millones en 2050 y que 8 de cada 10 personas mayores vivirá en los menos desarrollados. El número de personas mayores de 80 años pasará del 14% de la población mundial en 2013 al 19% en 2050, alcanzando 392 millones de personas y llegando a 800 millones a finales del siglo XXI. Europa envejece a mayor velocidad que la media mundial. La tasa de fertilidad en la UE es ya hoy del 1.5 hijos y seguirá cayendo y la población de la UE en edad de trabajar (15-64) en 2060, caerá en 35 millones, de 300 millones hoy, a 265 millones. Efectivamente, hoy por hoy, los datos muestran que el siglo XXI crecerá menos y con mayores problemas que el siglo XX.

(Guillermo de la Dehesa es Presidente del Centre for Economic Policy Research CEPR)

– Riesgo de un estancamiento secular (El Economista – 25/1/15)

(Por Ramón Casilda Béjar)

Corresponde a las tecnológicas de la información librar al crecimiento del atasco que presenta.

E l pasado 13 de diciembre publicaba en estas mismas páginas el artículo: América Latina ante el 2015, donde sostenía que es una estrella en ascenso dentro de la economía global a pesar de que los expertos y los organismos internacionales han revisado a la baja sus previsiones de crecimiento, debido a que sufre una suave pero persistente desaceleración, lo que hace posible que se encuentre en la llamada: trampa del ingreso medio.

Pues bien, también la economía mundial, puede que se encuentre en la trampa llamada estancamiento secular, que confiere unas perspectivas no demasiado despejadas. Las perspectivas de la economía mundial según el FMI (octubre), no se encuentran demasiado despejadas, y por tanto, puede que avancemos sin saberlo hacia el estancamiento secular. El estancamiento secular no es una idea nueva. Fue presentada por Alvin Hansen (discípulo de Keynes), en la dura década de 1930. Hansen pensaba que una desaceleración del crecimiento de la población y del progreso tecnológico reduciría las oportunidades de inversión. Los ahorros entonces se acumularían sin consumir y el crecimiento se desplomaría a menos que los Gobiernos estimularan la demanda. Pero tras el auge económico del período de oro del capitalismo (1945-1973), el interés por la idea disminuyó. Ahora ha resurgido debido en gran parte a Larry Summers y su impactante discurso en el foro económico del FMI (14-11-2013), donde sugirió que el mundo rico podría estar sufriendo de estancamiento secular. A pesar de que las burbujas de activos se inflaron antes de la crisis financiera, el crecimiento de las economías ricas fue poco vertiginoso, lo que sugiere una falta de oportunidades de inversión productiva. Y hay una serie de razones para pensar que desde entonces se ha vuelto más difícil vigorizar el crecimiento. Cinco años después del gran pánico financiero del 2008 y a pesar de que ha desaparecido y los mercados financieros se han restablecido, no existe evidencia de una recuperación sólida del crecimiento en Occidente, dice Summers.

Si nadie lo remedia, pronto nos encontraremos al filo de la deflación y con probabilidad de que se instale entre nosotros el estancamiento secular de la economía a nivel mundial. Avanzamos hacia una década perdida durante la cual el crecimiento no vendrá impulsado por la fortaleza de la productividad, ni de la innovación (muchos economistas norteamericanos hablan incluso de la muerte de la innovación) ni de la economía real, sino por estímulos monetarios artificiales inducidos por políticas extremadamente laxas que alimentarían nuevas burbujas en los mercados de activos financieros y reales. Delante de una distinguida audiencia, con personas de la talla de Ben Bernanke o Martin Feldstein, sus ideas fueron recogidas con gran interés por la comunidad de académicos y analistas, así como por el premio Nobel Paul Krugman, quien, desde hacía algún tiempo presentaba una tesis muy similar desde su blog en el New York Times.

El estancamiento secular o bajo crecimiento en el largo plazo en EEUU y en Europa especialmente dentro de la zona euro, se produce porque desde el estallido de la gran burbuja financiera en 2008, el ahorro y la inversión sólo consiguen igualarse a tipos de interés, nominales o reales, cero o negativos. Summers y Krugman llegan a estas conclusiones. El punto de partida del argumento de Summers es pragmático. "Dado que los flujos financieros representan ahora las interconexiones esenciales para el funcionamiento del sistema económico mundial, el colapso de las finanzas en 2008 ha llevado a una parálisis sustancial del sistema. Es un poco como si, en un sistema urbano repentinamente desapareciera el 80 por ciento de la corriente eléctrica y todas las actividades quedaran paralizadas. Sin embargo, cuando regresa se podría esperar una recuperación de la actividad económica a niveles iguales o superiores a los anteriores a la crisis. Pero esta recuperación no se produjo".

¿Cómo se explica esta decepcionante reacción? Según Summers y Krugman, las transformaciones estructurales del sistema han llevado a la tasa natural de interés, es decir, la tasa que mantiene en equilibrio los mercados financieros y asegura condiciones cercanas al pleno empleo, a ser permanentemente negativa.

Así que, ¿cómo conciliar burbujas financieras con una economía que no muestra signos de presiones inflacionarias? La respuesta de Summers, es que nos encontramos en una economía que necesita las burbujas para conseguir acercarse al pleno empleo, y que en ausencia de éstas, la economía tiene una tasa natural negativa de interés y por tanto se aleja del pleno empleo. A los efectos, nos dice que, para convencer a las empresas que inviertan lo suficiente como para garantizar el pleno empleo, no sólo deben obtener dinero a costo cero, sino también asegurarse de que pueden obtener menores riesgos respecto a los financiamientos proporcionados. En definitiva propone elegir entre crecimiento mínimo o burbujas.

Si descartamos las burbujas, entonces, cómo se produce el crecimiento si las empresas no cuentan con los incentivos económicos ajustados al riesgo y la rentabilidad necesaria para invertir y crear pleno empleo. Les corresponde a las tecnologías de la información y comunicación resolver el atasco del crecimiento elevando la productividad total de los factores de producción. Lo cierto es, que las medidas adoptadas hasta el momento para salir de la crisis, encierran soluciones inconexas, incompletas e imperfectas. Como lo expresado por Darwin respecto al gradualismo de la teoría del equilibrio puntuado de Stephen Jay Gould y Niles Eldredge: es como un libro que sólo le quedan escasas páginas, pocas líneas por página, pocas palabras por línea y pocas letras por palabra.

Emulando al matemático Andrew Wiles, quien después de 358 años resolvió el enigmático teorema de Fermat, necesitamos un economista que resuelva definitivamente el teorema de las crisis de La Gran Recesión.

– Estancamiento secular (El Mundo – 10/5/15)

(Por Lorenzo B. de Quirós)

Desde que Lawrence Summers introdujo en el debate económico la idea de que el mundo entraba en una fase de estancamiento secular han corrido ríos de tinta sobre la materia sin que el debate pueda considerarse cerrado. La hipótesis planteada por el ilustre académico keynesiano se formula en los siguientes términos: la economía global se enfrenta a un escenario de bajo crecimiento y de reducción del PIB per cápita a causa de una crónica insuficiencia de la demanda global. La manifestación visible de ese fenómeno es la tendencia a la baja de las tasas de interés, reflejo de una propensión al ahorro mayor que a la inversión, lo que se traduce de manera inevitable en una pérdida de dinamismo de la economía. El térmico secular que acompaña a la descripción de esa situación implica un proceso de duración indefinida o, al menos, muy largo de estagnación.

De entrada, la existencia de tasas reales de interés bajas e incluso negativas no reflejan sólo ni principalmente la debilidad de la demanda. Por un lado, el elevado ahorro de los países emergentes, sobre todo de China y el resto de las economías asiáticas después de la crisis de 1997, explican en parte la trayectoria bajista del precio del dinero derivada de un aumento de la oferta de fondos prestables a escala global. Por otro, la masiva expansión de los balances de los bancos centrales en la mayoría de las economías desarrolladas a raíz de la Gran Recesión junto a la realización de operaciones de esterilización en las emergentes ha tenido una influencia decisiva sobre la caída de las tasas de interés. Por último, el paulatino descenso de éstas desde los años 80 del siglo pasado es también una reversión del panorama previo definido por la mix alta inflación-altos tipos.

Otra explicación del estancamiento secular sería que el menor aumento de la población tanto en los estados avanzados como en los emergentes significa que, en el margen, el capital tendrá menos trabajo adicional al que incorporarse, lo que reduce la tasa de retorno de la inversión y, por tanto, el volumen total de la misma. Este enfoque, realizado por el padre del keynesianismo norteamericano, Alvin Hansen, en 1938, olvida que un menor incremento de la población y una mayor esperanza de vida implican también menos ahorro. En este contexto, obviamente, los tipos de interés no tenderán a caer si no a subir. De igual modo, los datos históricos no muestran la existencia de una clara correlación entre tasas de crecimiento de la población y del PIB. En cualquier caso, la experiencia del siglo XX sugiere que, en el medio-largo plazo esa variable puede fluctuar de una manera imprevisible (ver Eichengreen B., Secular Stagnation: The Long View, momeo, January, 2015).

El tercer argumento a favor del estancamiento secular es la caída de la Productividad Total de los Factores originada por una parálisis de la innovación tecnológica y/o porque las nuevas tecnologías no tienen un impacto económico tan grande como las del pasado. Este planteamiento es voluntarista e ignora un elemento esencial: la aplicación y la adaptación de los inventos e innovaciones a la actividad productiva lleva tiempo. Por ejemplo, el motor de explosión y la electricidad descubiertos a finales del siglo XIX no tuvieron efecto alguno sobre el aumento de la productividad hasta bien entrada la década de los veinte de la anterior centuria. De igual modo, las nuevas tecnologías de la información y el conocimiento están todavía infrautilizadas en gran medida pero van a tener una incidencia brutal sobre sectores como el sanitario, el educativo, el hostelero, el bancario, la investigación industrial. Cuando éstos terminen por adaptar sus estructuras de producción y de gestión a las exigencias del cambio tecnológico, la productividad crecerá. En cualquier caso, la inteligencia humana es siempre el último recurso y es impensable que se seque para siempre.

Si el estancamiento secular profetizado por Summers es una profecía refutada una y otra vez, el recurso a ella para describir el porvenir de la economía mundial resulta a todas luces exagerado. Entonces, la pregunta es por qué la recuperación de la post-crisis financiera es tan débil o, mejor, tiene una intensidad inferior a las de los ciclos recesivos experimentados desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La razón es sencilla. En su libro This Time is Different, Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart demuestran que una crisis financiera como la desatada en 2007 provoca siempre y en todas partes una caída del crecimiento y del PIB per cápita superiores a las de las recesiones convencionales y una reactivación más lenta y, en sus fases iniciales, menos intensa. Este perfil se suaviza o se agrava en función de la dimensión de la burbuja de activos previa a su desinflamiento y de los niveles de deuda privada y pública acumulados con anterioridad y con posterioridad a la crisis.

En este escenario, la velocidad del desapalancamiento es clave y determina el ritmo del retorno a una senda de crecimiento sólida y vigorosa. Esto implica que la recuperación de la Gran Recesión no es ni tiene que ser ni va a ser simétrica. Así, los EEUU y Gran Bretaña parecen haber finalizado o estar cerca de hacerlo su ciclo de desendeudamiento privado, mientras Europa ha avanzado muy poco en esa dirección y China se enfrenta a la necesidad de recortar la abultada deuda en la que ha incurrido como respuesta a la crisis que se originó en el Occidente a partir del verano de 2007. Desde esta óptica, la coyuntura económica global parece explicarse mejor por las secuelas de un ciclo de sobreendeudamiento que por la hipótesis del estancamiento secular. En suma, un mal diagnóstico de los orígenes de la crisis, conduce a una errónea interpretación de su posterior evolución.

El capitalismo es una increíble máquina para generar riqueza y bienestar para todos. No existen límites al crecimiento, a las revoluciones tecnológicas, a la creatividad de los individuos si el marco institucional y las políticas económicas crean los incentivos adecuados. Esa es la lección más importante desde la Revolución Industrial y ha sido el factor determinante de que el estancamiento secular que sí existía en la historia de la Humanidad antes de la revolución capitalista pasase al baúl de los recuerdos.

Welcome to reality!: desde la tierra de la fantasía… antes Disneyland y ahora Appleland

Monografias.com

Cuando faltan apenas dos pasitos para que los "países avanzados" (ahora, "en vías de subdesarrollo") se precipiten definitivamente por el abismo del "estancamiento secular", todo se fía, de nuevo, a la política monetaria. Se piensa que el "gas de la risa monetario" (como dice Daniel Lacalle) va a compensar las zancadillas constantes al consumo y al empleo. Y luego, no pasa. Ni se alcanzan las cifras mágicas que alucinan los "cerebros prematuros" ni se promueve el crecimiento.

¿Avanzar retrocediendo? No nos hagamos ilusiones: financierización y lógica, especulación y sentido común, son términos antitéticos. Entre tanta inmoralidad y sin razón, esperar que el crecimiento y el bienestar alcancen a un alto porcentaje de la población de Europa o EEUU, es un puro pensamiento ilusorio (wishful thinking).

No hace falta ser adivino: dentro de cuatro o cinco años, volveremos a lo mismo. Pero como sube la bolsa, no pasa nada.

"Otra victoria como ésta y seremos destruidos". (Pirro, el rey de Epiro)

– "Y mira que se lo dijimos"… (antes, durante y después, del "lamento" de Larry)

El "despabilador": viejas y queridas causas perdidas, o la amargura de la victoria

Del Paper – Egalité, fraternité y… "globalité" (17/4/2006)

(Contrato de Precariedad Eterna – La teoría de la "flexiseguridad")

Éste es un "Paper de barricada". Sin anestesia, pero con preaviso. Ese que no se quiere dar a los jóvenes.

Con espíritu "sesenta y ochista". Aunque dé pena recordar que entonces se gritaba: "la imaginación al poder" y ahora -apenas- se mendiga: "un puesto de trabajo".

La riqueza no alcanza para todos. Prosperidad y pobreza de fondo.

La generación de la precariedad. La "cláusula" del país más precario.

De la banlieue a la Sorbona. De la indignación a la rebelión. Que de eso se trata.

Los males se veían venir. Un prolongado "vía crucis" hacia el precipicio social…

El 21 de septiembre de 2005 el Gobierno de Dominique de Villepin proponía retirar el subsidio de desempleo a los parados que rechacen tres veces un empleo. Los parados que rechacen el primer trabajo que se les ofrezca podrán ser penalizados con una rebaja del 20% del subsidio de desempleo y perder definitivamente el 100% de la prestación al tercer rechazo consecutivo…

El 20 de diciembre de 2005 tomaba "estado público" una movilización sin precedentes, cuyo nombre escogido como bandera lo decía todo: "Generación Precaria". En apenas tres meses, y a partir de Internet, habían logrado organizar una movilización sin precedentes de los becarios franceses, un colectivo atomizado y al margen de la lógica sindical que nunca hasta entonces había levantado la voz. Su objetivo, acabar con la situación de explotación laboral a la que se enfrentan muchos de los 800.000 estudiantes franceses que realizan prácticas en empresas.

La plataforma reivindicativa se resume en cuatro demandas: la aprobación de un estatuto legal, el establecimiento de una remuneración mínima, un seguimiento pedagógico de los "stages" y la limitación de la duración de las prácticas.

El único marco legal que regula la situación de los becarios en Francia es un decreto de 1978 donde se prevé la exoneración de cargas sociales a las empresas que acojan a estudiantes en prácticas y se fija la retribución máxima en el 30% del salario mínimo (SMIC), esto es, 365 euros al mes. Se entiende que no se trata de un sueldo, sino de una gratificación voluntaria.

La realidad, sin embargo, ha acabado pervirtiendo en muchos casos el sentido original de los "stages", convertidos en vía de infracontratación de jóvenes estudiantes, sometidos a rotación, para cubrir puestos de trabajo estructurales. "Un becario pagado a 365 euros al mes no es sólo más barato que un temporal, sino también incluso que un esclavo, al que hay que alimentar, alojar y vestir", sostenía irónicamente Catherine Lubochinsky, profesora de Economía de París III, en unas recientes declaraciones a la prensa…

Los "anuncios" no se han escuchado. ¿Una cuestión de percepción o simplemente -cínicamente- de indiferencia política?

El no de los franceses al proyecto de Constitución europea (29 de mayo de 2005) fue, ante todo, la expresión de un rechazo a una clase política enquistada y cada vez más alejada de los ciudadanos. Y el reflejo, también, de un miedo difuso a una Europa omnipotente (por ahora "impotente") y al nuevo mundo que está dibujando la globalización. Ni uno no otro sentimiento se han suavizado desde entonces, antes al contrario. El paro y la precariedad laboral han acabado atrapando a unas clases medias que atribuyen al exterior gran parte de sus problemas.

Ciertamente, la economía no pasa por un buen momento. El crecimiento económico lleva tiempo anclado en niveles muy modestos (sólo un 1,4% en el año 2005) y el déficit comercial alcanzó el año pasado un record (26.459 millones de euros, tres veces más que en el año 2004).

Mientras, el paro es uno de los más elevados de la OCDE (9,5%), especialmente entre los jóvenes (22,8%), y el crecimiento de la deuda pública (1,1 billones de euros), ha llevado al ministro de Economía, Thierry Breton, a afirmar que "Francia vive por encima de sus posibilidades".

Eso sí, las grandes multinacionales francesas han obtenido beneficios igualmente record el año pasado, como Total (12.000 millones) o France Telécom (5.700 millones).

Paro, deslocalizaciones, precariedad laboral, pérdida de poder adquisitivo…, el panorama tiene sumidos en un profundo desánimo a los franceses, haciéndoles perder el gusto por el porvenir.

El problema del día a día que más temen los franceses es que el dinero no llegue a fin de mes (92%), mientras de cara al futuro les preocupa tener garantizada una buena protección de salud, poder pagar la educación de los hijos, la jubilación, disponer de ahorros, la vivienda…

El tan defendido sistema de protección social francés, sin embargo, no llega a todo el mundo. Los funcionarios -uno de cada cuatro franceses que trabajan- y los empleados de grandes empresas están en una situación que poco tiene que ver con los trabajadores, fundamentalmente jóvenes, que están subempleados y con contratos en precario.

Si en los años sesenta, un 70% de los titulados de bachillerato podía encontrar trabajo, como cuadros o cargos intermedios, hoy sólo es un 25%. Muchos encuentran empleos por debajo de su categoría, con contratos temporales (del 70% al 80%) y salarios cada vez más alejados de los de sus padres. El ascensor social "no funciona", y muchos jóvenes -si pueden- van a buscarse la vida a Londres, Madrid o Nueva Cork, donde encuentran más oportunidades. Se calcula que un millón de ellos han abandonado el país, representando una preocupante pérdida de polos de excelencia, de cerebros y talentos.

Si el ascensor social no funciona entre generaciones, tampoco lo hace entre clases sociales. La violenta crisis de las "banlieues", que el pasado noviembre conmocionó a todo el país, puso dramáticamente en evidencia el grave problema de la exclusión social en las periferias urbanas, del que son víctimas los hijos de la inmigración, tratados en la práctica como franceses de segunda.

El sistema se ha quedado sin aliento. Hay un conjunto de problemas que son comunes a otros países europeos, como los vinculados a la globalización. Además en Francia hay una cultura del Estado muy acusada. Y la clase política no tiene un discurso movilizador. Se está ante el caso de un país que no tiene confianza en sus líderes, unos líderes que no muestran el camino. El declive acaba pesando en los espíritus… (males de Francia, males de Europa)…

Del Paper – La clase media y su proceso de movilidad social descendente (15/8/2007)

Parte I: De "clase media" a "nuevos pobres"

Dice un graffiti, a la entrada de una "villa miseria" (barrios marginales de las grandes ciudades) en Buenos Aires: "Bienvenida clase media"…

La realidad económica y la "proletarización" de la clase media

Últimamente se está hablando mucho de un informe de 91 páginas publicado en enero por el Ministerio británico que lleva por título "Global Strategic Trends Programme 2007-2036. Como su nombre sugiere, se trata de anticipar y combatir los riesgos para el desarrollo de nuestro mundo globalizado y la estabilidad del sistema internacional en los próximos 30 años, enfocando con luz concentrada la evolución probable de la economía y el comportamiento de los diversos grupos sociales.

El horizonte imaginado por los militares británicos es tremebundo. Vislumbran una terrible amenaza que se cierne sobre las clases medias occidentales, acosadas por un creciente desorden social en sus hábitats urbanos, casi destruidos por la violencia, la ausencia de servicios y poblado por unos residentes envejecidos y con pensiones cada vez más bajas. Sus hijos sólo encuentran empleos precarios, en una competencia feroz con inmigrantes asiáticos o africanos, mientras contemplan que el poder y las riquezas en la sociedad transnacional en la que viven son patrimonio de un elitista club de ricos del que -sin posibilidad alguna de movilización- han sido excluidos para siempre.

El contralmirante Chris Parry, coordinador del trabajo, considera probable que las clases medias abandonen su actual relativismo moral, que ya no les rendirá beneficios, y abracen sistemas de creencias más rígidos como el marxismo. Los burgueses se reencarnarían en una inédita "clase universal" capaz de transformar el orden social según sus necesidades, sustituyendo al extinto proletariado de las antiguas economías industriales.

La prospección de los militares británicos analiza el comportamiento de las clases medias como un nuevo poder insurgente estructurado a escala internacional y definido por su posición socioeconómica y su acceso a la sociedad del conocimiento. Podrían, de esta forma, movilizar a sus simpatizantes de manera espontánea e inesperada para las fuerzas del orden.

A la vez que impulsa el nacimiento de clases medias en las economías emergentes, la globalización las está socavando en los países industrializados. A escala global, según el estudio prospectivo impulsado por el Ministerio de Defensa británico, las clases medias se pueden ver distanciadas de un grupo reducido muy rico, y esas diferencias hacerse más explícitas "incluso para aquéllos que van a ser materialmente más prósperos que sus padres y abuelos". A más largo plazo, todas ellas pueden sentirse amenazadas, con lo que las clases medias podrían convertirse en revolucionarias, sustituyendo en ese papel al proletariado en la tradicional visión de Marx, concluye dicho estudio. No es descabellado.

Van a afrontar mayor desorden social y más violencia en un entorno urbano de menor bienestar social y sistemas de pensiones en crisis. La revolución del "proletariado de clase media", como lo llama el estudio, consistiría en que las clases medias del mundo se unirían, haciendo uso de su acceso al conocimiento y sus instrumentos, "para transformar los procesos transnacionales de acuerdo con sus propios intereses de clase", es decir, para construir "otra" globalización, aunque no esté aún definida.

Estamos ante una pleamar de las clases medias a nivel global y en esa revolución podrían participar las chinas, que se cuentan en decenas o centenares de millones de personas, a cuyos intereses ha respondido el régimen comunista introduciendo en la Constitución y desarrollando por ley la propiedad privada.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) observa por su parte el efecto de la globalización sobre el mercado laboral y los salarios. No es que estos hayan bajado en términos absolutos, ni estemos en un juego de suma cero en el que lo que unos ganan con la globalización lo pierden otros, porque como indica el estudio del Fondo, el tamaño de la tarta de la economía ha aumentado. Aunque las ganancias en productividad también han empujado el peso relativo de los salarios a la baja (un 8% desde 1980, la mayor parte desde 1990), casi todos han ganado, si bien ha crecido también la desigualdad.

Con la entrada de China, India y la otrora Europa del Este, Rusia incluida, en la economía global, se ha multiplicado por cuatro la oferta global de mano de obra efectiva. Es lo que Clyde Prestowitz, en un libro famoso llamó los "3.000 millones de nuevos capitalistas", que hacen que el poder se desplace hacia Oriente. Pero también éste y el Sur van a Occidente. El Fondo recuerda que los países desarrollados no sólo importan más productos y servicios de las economías emergentes, sino también mano de obra: la fuerza laboral de EEUU cuenta ahora con un 15% de inmigrantes, proporción comparable a la de importaciones en relación con el PIB.

Además, en las economías de los países desarrollados se ha producido una precarización del empleo, especialmente entre los más jóvenes y también entre los hijos de las clases medias con situaciones más fijas, además de entre los menos cualificados. Esta precarización es la que está detrás del aumento de algunos movimientos de extrema derecha en países europeos. Y es la que puede contribuir a que se cumpla el pronóstico del Ministerio de Defensa británico. Pues, aunque sus integrantes vivan mejor, los fundamentos de las clases medias occidentales -y de las bajas, claro- se están viendo demediados.

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