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La sociedad y los deberes morales en la posmodernidad. La visión de G. Lipovetsky




Enviado por W. Daros



Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Introducción
  3. ¿Sociedad decepcionante?
  4. La sociedad y el otro: la solidaridad
  5. Humor: que sea divertido
  6. La sociedad familiar como reconstrucción permanente
  7. El amor manifiesto sin mentiras ni mediocridad
  8. Conclusión sobre el valor epistemológico de las ciencias sociales
  9. Bibliografía

Resumen

En este artículo el autor se propone el problema de si la sociedad posmoderna que vivimos es una sociedad esencialmente individualista y decepcionante, desde el punto de vista de la solidaridad social. Se presenta primeramente, entonces, el problema de los deseos y de su satis- facción o decepción en la interpretación posmoderna de G. Lipovetsky. Este autor hace la hipóte- sis interpretativa de que se ha iniciado, en el siglo XX, la existencia de una sociedad individualis- ta, aunque no indiferente, e implica deseos y decisiones personales, no fácilmente compartibles, en una sociedad con normas sociales democráticas, aunque no estrictas ni uniformes. Hoy este pro- ceso continúa con nuevos matices. El filósofo y sociólogo francés da pruebas describiendo la nue- va moralidad posmoderna. Si bien en parte, la decepción se une a la violencia, no obstante, hoy el individualismo no es incompatible con la responsabilidad y los imperativos éticos flexibles. Se da un altruismo indoloro compatible con la primacía del ego. La misma sociedad familiar está en constante reconstrucción, en el contexto de la responsabilidad y de los deberes morales flexibles. Si bien se desvaloriza el ideal de la abnegación, las personas se centran más en la idea del derecho individual a la libertad, al placer sin vergüenza. Se finaliza indicándose los límites que poseen epistemológicamente las hipótesis en el ámbito social.

Palabras claves: sociedad posmoderna – primacía del ego – decepción – imperativos éticos – responsabilidad

ABSTRACT: In this article, the author proposes the question whether the postmodern society we live in, is an essentially individualistic society and disappointing from the point of view of social solidarity. The problem of desires, and their satisfaction or disappointment according to the post- modern interpretation of G. Lipovetsky, is presented. This author makes the interpretive hypothe- sis that has started, in the twentieth century, the existence of an individualist society; but this soci- ety is not indifferent, and involves desires not easily shareable, with personal decisions in a demo- cratic society with social norms. Today this process continues with new shades. The French phi- losopher and sociologist gives evidence describing the new postmodern morality. While partly disappointment joins the violence, however, today individualism is not incompatible with the re- sponsibility and flexible ethical imperatives. Compatible painless altruism is given to the primacy of the ego. The same family is a constantly rebuilding society in the context of responsibility and flexible moral duties. While the ideal of selflessness is devalued, people focus more on the idea of individual rights to freedom and pleasure without shame. It ends giving the limits that have epis- temological assumptions in the social field.

Keywords: postmodern society – primacy of ego – disappointment – ethical imperatives – responsibility

Introducción

1.- El filosofar está, en buena parte, dedicado a reflexionar sobre aquello que nos pasa. Desde Sócrates, un hombre urbano, dedicamos tiempo a buscar el sentido de la vida en el mundo que nos toca vivir.

La sociedad implica una interacción necesaria entre los socios y, en ella, surge el pro- blema de la vida justa y de los deberes que contraemos para con los demás y de los demás para con nosotros.

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1 El autor agradece el otorgamiento de una beca a la Universidad Adventista del Plata (UAP – Entre Ríos, Argentina), que hizo posible este trabajo, el cual se encuadra en el texto mayor de un libro de próxima edición. En este libro, se hallan explicitadas algunas afirmaciones y conclusiones sólo enunciadas aquí, dados los límites que impone un artículo. Amenábar 1238 – 2000 (Rosario – Argentina). E- mail: da- roswr@yahoo.es

Cada sociedad, con sus tradiciones y leyes, va codificando las formas de ser, de vivir y de convivir. Es notable constatar cómo siempre las personas mayores hacen referencias al tiempo pasado, comparándolo con el presente y proyectando temores o esperanzas en el futu- ro.

2.- El juzgar una cultura o una época resulta ser filosóficamente ardua tarea, pues requiere un marco de referencia que no puede ser transtemporal, por lo que nuestros juicios se vuelven inevitablemente relativos a los criterios que asumimos al juzgar.

La tarea de la filosofía de la historia y de la sociología se vuelve compleja y difícil de validar con un criterio universal, pues nuestras apreciaciones surgen de las experiencias loca- les, respondiendo a situaciones propias de la existencia de las personas y pueblos.

En este contexto, se constatan estimaciones que suelen ser maniqueamente dualistas: o bien optimistas o bien pesimistas. ¿Cómo es nuestra época, y más concretamente nuestra so- ciedad?

En este contexto, nos proponemos el problema de si la sociedad posmoderna que vivi- mos es una sociedad esencialmente individualista y decepcionante, desde el punto de vista de la solidaridad social. La interpretación hipotética, sostenida por Lipovetsky, es más bien opti- mista teniéndose, no obstante su aparente revolución individualista, motivos para tener espe- ranza en nuevos valores.

¿Sociedad decepcionante?

3.- G. Lipovetsky2 se pregunta que la sociedad en la que vivimos, la posmoderna, es la sociedad de la decepción. Ya Alexis Tocqueville hizo una descripción de la sociedad norte- americana (La democracia en América), como una sociedad democrática individualista. Hoy este proceso continúa con nuevos matices: el individuo se libera de la sociedad desde el punto de vista de las costumbres, de la sexualidad, de los compromisos ideológicos; y lleva una vida

a la carta3.

Según este sociólogo francés, la decepción es una experiencia universal. Donde hay deseos hay posibilidad de decepción: es una parte de la condición humana.

La edad moderna ha sido la edad de la clase burguesa y ha decepcionado a las clases medias. Mientras se anuncian placeres en cada esquina, la vida cotidiana solía ser una dura prueba para ellas. Cuanto más se aumentan las exigencias de mayor bienestar, más se ensan- chan las arterias de la decepción.

4.- En nuestra sociedad hipermoderna o posmoderna, las superofertas, los ríos de informa- ción, hacen a los individuos más reflexivos y exigentes, pero también más propensos a sufrir decepciones4.

Se han debilitado los dispositivos de socialización religiosa. Aunque la fe no desapa- rezca, no posee ya la fuerza consoladora que la acompañaba antes. Hoy, cada cual ha de bus– car su propia tabla de salvación.

Sin el consuelo religioso, las sociedades hipermodernas llevan a los individuos a anes- tesiarse con el consumo, el goce, el cambio5. El deseo de liberación de las clases sociales tra- bajadoras, desde el inicio de la Modernidad, fomentó el deseo individual de elevarse en su condición, a partir de la adquisición incesante de bienes materiales, reputación y poder, con lo que se han multiplicado las envidias y las heridas por las desigualdades.

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2 Gilles Lipovetsky nació en París, en el 1944. Es un filósofo, francés, profesor agregado de filosofía, profesor de la Universidad de Grenoble y miembro del Consejo de Análisis de la Sociedad y consultor de la asociación Progrès du Management.

En sus principales obras hace un análisis de lo que se ha considerado la sociedad posmoderna, con temas recurrentes como el consumo, el hiperindividualismo contemporáneo, la hiperModernidad, la cultura de masas, la globalización, el hedonismo, la moda y lo efímero, los Mass media, el culto al ocio, la cultura como mercancía, el ecologismo como disfraz y pose social, entre otros.

3 Lipovetsky, Gilles. La sociedad de la decepción. Barcelona, Anagrama, 2003, p. 17.

4 Lipovetsky, Gilles. La sociedad de la decepción. Op. Cit., p. 21.

5 Lipovetsky, G. Los tiempos hipermodernos. Barcelona, Anagrama, 2004, p. 78.

"Los goces materiales son numerosos, pero más lo son los sentimientos de desdichas que producen"6.

En las sociedades antiguas, las personas no deseaban más de lo que tenían; ni tenían más de lo que deseaban, por lo que las decepciones no superaban ciertos límites, dentro de los cuales podían sentir felices, "contentas" (contenidas). Ellas ofrecían pequeños placeres tran- quilos y permitidos.

5.- En las sociedades modernas, las normas sociales no son tan estrictas, y se sueña con lo imposible; las personas no se resignan con su suerte; se ha diluido el límite entre lo posible y lo imposible. Todos buscan sensaciones renovadas, que dejan tras de sí la sensación de can- sancio y desencanto.

La filosofía de vida en la Modernidad, afincada en la ciencia y en la técnica, apostaba al progreso creciente (Condorcet, Hegel, Spencer, etc.); pero las guerras del siglo XX, los nuevos peligros tecnológicos y el conocimiento de la fragilidad del planeta, han frenado la idea del crecimiento creciente y automático.

Las crisis económicas y financieras han generado un paro crónico de masas y de des- empleo. El Estado ha reducido la protección social a fines del siglo XX, pero ha tenido que intervenir ya en la primera década del siglo XXI, dado el aumento de la desigualdad, movili- dad social y nuevas formas de marginación. Por otro lado, el aumento del consumo de drogas y su despenalización ha desresponsabilizado a los jóvenes, respecto de las obligaciones socia- les y los ha autoabsorbido en su adición.

6.- En Europa, la juventud tiene la impresión de que las ilusiones de la Modernidad no se han cumplido y perciben la lógica del "cada vez menos"7, de descontento y decepción. Ante las crisis financieras en algunos países de la Unión Europea, como también en EE. UU., se ha dejado la teoría liberal de la no-intervención del Estado en la Economía (predicada y sostenida por el FMI, el Club de París, etc.); y, pragmáticamente, no se ha dudado en solicitar el subsi- dio a los bancos y en exigir ajustes que afectan a la clase media. Para algunos pensadores, la globalización negativa (esto es, de las crisis) es una fase necesaria y cíclica del imperialismo financiero.

En Asia, la globalización se recibe aún con confianza en el futuro. África casi no existe y el Medio Oriente se cierra en sus propios fanatismos pero con movimientos de protestas antes no vistos. En Norteamérica, las clases altas y medias se atrincheran en sus privilegios de consumo de su primer mundo; pero percibiendo que se las están observando: el 99% protesta públicamente ante el 1% superrico. El resto de América es un mosaico que en parte intenta asemejarse al primer mundo (Chile, Brasil) y, en parte, está sometida al arbitrio de nuevas formas de corrupción o dominio, bajo un velo aparentemente democrático.

Parte de las grandes mayorías educadas en el mundo consumista, debe solicitar ayudas sociales, economizar hasta lo esencial, vivir con la angustia de no llegar a fin de mes con dine- ro, lo que hace sentir el peso de la decepción de esa parte de la sociedad, humillada, frustrada en sus deseos crecientes, indignada con su situación y exclusión. La decepción se une, en ellos, a la vergüenza para consigo mismo con la droga y para con el resto de la sociedad me- diante la violencia, convertida en atracos, asaltos y homicidios ante la menor resistencia de la clase media acorralada entre la indecisión del Estado y la alevosía de las pandillas.

Si bien la civilización del bienestar ha hecho desaparecer la pobreza absoluta, perma- nece una clase social de indigentes y ha aumentado la pobreza interior, la sensación de sub-

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6 Lipovetsky, Gilles. La sociedad de la decepción. Op. Cit., p. 24.

7 Lipovetsky, Gilles. La sociedad de la decepción. Op. Cit., p. 28.

existir por debajo de la fiesta consumista prometida a todos8.

7.- Las personas mayores de 50 años se decepcionan dado que, en gran número, entran en un desempleo permanente, con la mirada puesta en una jubilación o pensión mínima a los 65 años, sintiéndose usados y tirados como inservibles. Esta decepción alcanza ahora el nivel de los directivos, estresados, que la empresa mira con indiferencia.

Los jóvenes, por su parte, no llegan a ganarse su propia estima, inactivos por años, o con miniempleos, en cursillos de capacitación constantes.

Además, hoy las personas con trabajo ya no se satisfacen con ganarse la vida: desean realizar un trabajo que les guste, con buenos contactos, y buen ambiente. Pero perciben tam- bién que cada vez es menos segura la relación entre el título obtenido y el empleo solicitado. Al terminar la primera década del siglo XXI, los jóvenes norteamericanos y europeos ven, azorados y decepcionados, que, aun teniendo un título universitario no logran conseguir em- pleo.

En las decisiones de las políticas, hay aún un amplio margen de irracionalidad entre las promesas puestas en la educación superior y los resultados que los ciudadanos logran.

8.- ¿Para qué estudiar una carrera si el estudio y el título no permiten obtener un empleo con buen salario?

Las instituciones educativas -que antes eran un peldaño en un proyecto de igualdad y promoción social- hoy es poco lo que pueden hacer. Difícilmente un niño de capas populares podrá terminar sus estudios, y menos aún llegará a ser directivo. La decepción se acrecienta.

El consumo da satisfacciones cotidianas, pero las decepciones más frecuentes se vuel- ven hacia cosas banales, como los embotellamientos, las playas atestadas, la falta de pasajes, la invasión de los turistas, el hacinamiento en los transportes públicos, el ruido de los vecinos, la incomodidad pública y la comodidad privada de los demás. Además, en estos tiempos más que antes, con los grandes medios masivos de comunicación, se hacen manifiestas las posibi- lidades frustradas para una gran mayoría, que ve pasar ante sus ojos lo que no podrán conse- guir.

La decepción se da en varios ámbitos: no sólo por la caída de las grandes utopías y por la lentitud para gozar del consumo; no sólo en los estudios y en la soledad afectiva. En este contexto, las religiones tradicionales son sentidas como "frías", o integradas al universo de la racionalidad de la Modernidad. Ante ellas se halla el deseo de compartir sentimientos y vibra- ciones interiores, en medio de un déficit de sentido colectivo y de integración comunitaria. Los movimientos religiones que sobreviven apelan a cubrir esta necesidad y satisfacer esos sentimientos, suprimiendo momentáneamente el sentido de frustración y abandono.

9.- Los gustos tradicionales eran uniformes. En la actualidad, los gustos se diversifican, se singularizan y precarizan: se da una inflación de novedades y una reducción de los tiempos y de la uniformidad de los gustos.

La decepción alcanza también a la vida de la clase política, y los electores reiterada- mente manifiestan el deseo de que "se vayan todos" los políticos, en la ingenua creencia de que podrían venir algunos mejores; sin que, por esto mismo, entre en crisis el sistema demo- crático.

Hay una pacificación política de las decepciones, expresión de falta de interés y sensa- ción de impotencia. No hay sistemas portadores de esperanza colectiva ni grandes relatos. Los políticos sólo se animan a proponer un mal menor, modernizar la sociedad, gestionar las deu- das externas, impotentes para planificar el futuro y para generar confianza. La sensación de corrupción generalizada invade el imaginario. Cabe el desinterés por la política y enfocar la

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8 Lipovetsky, Gilles. La sociedad de la decepción. Op. Cit., pp. 29-30.

dedicación a las alegrías privadas, también escasas.

Finalmente, las personas posmodernas se habitúan a vivir con las situaciones decep- cionantes, como suele ser la televisión diariamente mirada y habitualmente decepcionante. Se convive en el cóctel de incontables satisfacciones materiales fantaseadas y decepciones cultu- rales frecuentes.

Las decepciones terminan, algunas veces, en depresiones. En países europeos hasta un 12% de las personas manifiesta haber sufrido episodios depresivos o ansiedad general.

No obstante, el consumo ha conseguido que se prolongue la sensación de eterna ju- ventud, ya que se puede renovar constantemente la satisfacción personal del propio consumo. El hiperconsumo es el encargado de rejuvenecer, en el individuo, constantemente la experien- cia de vivir, dándole la posibilidad de conseguir un presente en continua renovación, llegando a proporcionarle el sueño de una eterna juventud, de un nuevo comienzo9.

10.- En una cultura donde la infelicidad es indicador de fracaso personal, a la sociedad de la decepción le cuesta admitir su situación. Se prefiere dar envidia a recibir compasión10.

No obstante la decepción y la depresión, nuestras sociedades occidentales manifiestan un activismo generalizado; y las personas necesitan expresar su autoconstrucción voluntarista, informarse, viajar, hacer ejercicios, etc.

En este contexto, los medios masivos de información tienen un importante papel de influencia. Ellos son capaces de destruir costumbres locales, inculcar normas de consumo, de comodidades antes no pensadas, de proponer novedades y un estilo de vida joven -la clase social más numerosa- a quien se desea inyectar deseos para vender y hacer consumir al máxi- mo.

Solo acatando sus pautas, esta información promete una felicidad conforme a su cam- biante código. Indudablemente ella posee un poderoso medio de uniformalización -dentro de una nueva cultura individualista- de los sentimientos, comportamientos, gustos y seductoras modas11. Paradojalmente, el imperio del consumo y de la comunicación de masas ha desem-

bocado en un individuo narcisista, autoseducido y autoabsorvido por las opciones, que rei- vindica el derecho a autogobernarse, sentado ante la pantalla chica, y erosionando los tradi- cionales y masivos cines y bares.

11.- Estos medios masivos de información han tomado a su cargo gran parte de la tarea educativa; pero ellos no están allí con el fin de educar, sino de distraer y tener audiencia, lo que no es económicamente indiferente. Numerosas polémicas le atribuyen la acción de infanti- lizar al público, de atrofiar las facultades intelectuales, con su caudal de imágenes superficia- les, fragmentarias, que impiden toda verdadera reflexión; para desposeer finalmente a los in- dividuos de su autonomía. No obstante, la presencia de los medios masivos es más compleja. Ellos también pueden ampliar los horizontes masivamente, ofrecer diversos enfoques en mate- ria política y cultural; liberar las mentes de visiones tradicionales y cerradas, multiplicando los valores de referencia.

En ese cóctel de valores que es la Posmodernidad, los medios masivos generaron: a) una independencia del medio tradicional, una mayor capacidad de autonomía y justificación ludista y hedonista de la vida; pero también b) aislamiento social, c) miedo a la soledad, d) más conciencia de los riesgos sociales, y e) una nueva dependencia hacia ellos. Si, por un la- do, generan pasividad ante ellos, por otro, mueven masivamente a reclamos y controles so- ciales. Sin embargo, la influencia de los medios no es mecánica ni uniforme: parecen no afec-

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9 «L`hyperconsommation, elle, a charge de "rajeunir" sans cesse le vécu par l`animation de soi et des expériences nouvelles: c`est un hédo- nisme des commencements perpétuels qui alimente la frénésie des achats … il est plus juste de dire qu`elle est habitée par le rêve d`une jeunesse éternelle, d`un present toujours recomencé, toujours revivifié». Lipovetsky, G. Le Bonheur paradoxal, Op. cit., p. 64.

10 Cfr. Lipovetsky, G. La Cultura-Mundo: Respuesta a una Sociedad Desorientada. Barcelona, Anagrama, 1999.

11 Cfr. Lipovetsky, G. La felicidad paradójica: Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo. Barcelona, Anagrama, 2006, p.43.

tar a los televidentes, por ejemplo, los avisos sobre los daños del tabaco, y sobre los accidentes de tránsito. Paradojalmente también, si por un lado la televisión lleva a ver y no a hablar mien- tras se la ve, es ella la que ofrece los temas más frecuentes de conversación posterior, entre amigos y familiares.

12.- Indudablemente estos medios -unidos a los correos, chats y redes sociales- hicieron bajar las tasas de lectura, reduciéndose la venta de libros proporcionalmente a los índices del siglo XIX. Prosperan algunos libros, no los que fomentan la pasión por el pensamiento; sino aquello que se refieren sobre todo a un mayor bienestar subjetivo y a un uso utilitario o profe- sional (cómo dormir mejor, cómo envejecer mejor, comer mejor). Más que los libros que ayu- dan a pensar mejor, se prefieren los que hacen disfrutar de una mayor felicidad de inmediato, los que hacen sufrir menos, los que resuelven sin esfuerzo sus problemas. No se busca la inte- ligibilidad del mundo, cuanto una terapéutica del hombre posmoderno obsesionado con sus

problemas íntimos y su malestar12.

La sociedad y el otro: la solidaridad

13.- El individualismo no es sinónimo de indiferencia generalizada respecto de los proble- mas del otro. Un quinto de las asociaciones europeas funcionan como voluntariados, lo que manifiesta, en las personas, la necesidad de encontrar lazos de sociabilidad y nuevas formas personalizadas de pertenencia social.

Hoy el individualismo no es incompatible con la responsabilidad y los imperativos éticos flexibles. La solidaridad es, frecuentemente, asistencia a otros y autoayuda, y se combi- na con la pasión narcisista de expresión, de autoformación. La ayuda a los otros es también una búsqueda de uno mismo: una manera de hacer algo con la propia vida13.

Hay protestas y nuevas radicalidades: cortes de calles, organizar días sin compras, pa- rodiar logotipos, etc. Ellas no son una fuerza subversiva, sino protestas con amplia cobertura mediática. Rebeliones confortables, protestas-entretenimientos que contribuyen con creativi- dad a generar una nueva mercadotecnia.

La ayuda a los demás se rige por una ética mínima. Se da seis veces menos de lo que se gasta en juegos. En 1985, de los 85 millones recogidos del conjunto de las obras de caridad norteamericanas, sólo dos se dedicaron a los países del Tercer Mundo. El lejano casi no existe y la gente no se esfuerza por llegar a él, a no ser que la beneficencia mediática nos lo acerque. El cercano puede ser ayudado siempre que no moleste con su pedido insistente.

14.- Existe verdaderamente un deseo de ayudar al prójimo, pero no se desea vivir para el prójimo, lo que es incompatible con la primacía del ego. Se da un altruismo indoloro, una ayuda en lo posible en forma de donativo por medios virtuales, tras incitación mediática.

Según Lipovetsky, el individualismo no es sinónimo de egoísmo: se pretende que cada uno se haga responsable de su vida. Se tiende a gozar el derecho individualista de vivir sin sufrir el acoso de los sermones sobre los desheredados del mundo. Hasta la vida moral debe ser una fiesta en el gozo personal de vivir. Apagada la severidad de la obligación moral, se hacen gestos generosos, como juegos de artificio que matizan el espectáculo de vivir.

Es manifiesta la donación y generosidad circunstancial, en ocasión de las grandes ca- tástrofes humanas. La beneficencia mediática funciona dentro de la modalidad epidérmica de consumo masivo, sin ilusión ni esfuerzo, puntual e indolora; más impactante con el semejante distante que con el cercano al que vemos casi cotidianamente.

En la lógica del consumo, los medios masivos son una potencia movilizadora, afectiva, para la solidaridad, pero efímera. Se trata de una generosidad desinteresada, sin contrapartida, libre aunque movida por el sentimiento, acorde con la moral individualista. Es parte de la pa- radoja posmoderna: cuanto menos sacrificios se piden, se da más capacidad para recoger fon- dos; cuanto más se exalta la autonomía del sentimiento, más se genera la programación hete- rónoma de la solidaridad.

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12 Lipovetsky, Gilles. Metamorfosis de la cultura liberal: Ética, medios de comunicación, empresa. Barcelona, Anagrama, 2007, p. 110.

13 Lipovetsky, G. El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos. Barcelona, Anagrama, 1994, p. 145.

15.- En la base de la solidaridad posmoderna, se halla el hecho de que las sociedades se habituaron a vivir sin grandes sufrimientos, por lo que cuando éstos son mediáticamente exhi- bidos, se vuelve insoportable verlos y, entonces, la solidaridad exculpa del egoísmo. Por otra parte, es propio de las democracias preocuparse poco por los demás, pero sentir compasión por todo el género humano, en lo cual nos igualamos.

"La glorificación del ego no agota la intención de servir"14.

Humor: que sea divertido

16.- La ausencia de fe posmoderna y su neonihilismo se vuelven humorísticos.

El humor tiende a disolver las distinciones tajantes, dogmáticas, entre lo serio y lo no serio, entre el Estado y la religión.

Lo humorístico, la parodia, lo grosero, ligados primero a las fiestas, pasan luego, en el Iluminismo, a ser adoptados como crítica (sátira, fábula, vodevil). Tocan ahora, atenuados como absurdidad gratuita, todas las esferas de la vida. Son ahora lo que seduce y acerca a los individuos.

Lo humorístico, si es agresivo, pierde su capacidad para hacer reír. Lo cómico hace reír sin dejar de analizarse. El ego se ha convertido en objeto de humor y no las situaciones del otro o los vicios ajenos.

El incremento de vacío existencial, trae una disminución de la risa estrepitosa. Lo que se busca ahora no es lo que haga reír estrepitosamente, sino lo que sea divertido.

Se está tan ávido de novedades que nada de la moda se rechaza15. Hasta lo nuevo pue- de -o, a veces, debe- parecer usado. Lo que importa es cambiar.

La sociedad familiar como reconstrucción permanente

17.- El valor de la sociedad familia sigue presente en la época posmoderna. Mas como esta época está centrada en la libertad individual, su valor ha cambiado de foco.

La familia se encuentra en los primeros puestos de aspiraciones de los individuos16. Se desea tener más tiempo para dedicarlo a los suyos, para equilibrar la vida profesional.

De hecho, ella es fuente de un alto nivel de satisfacción, incluso entre los adolescentes, los cuales desean llevarse bien con sus padres. Desean una familia no autoritaria, sino afecti- va, y que dé seguridad.

No obstante, las familias pasan por desacuerdos, conflictos, divorcios, malos tratos, necesidad de ayuda psicológica, porque la familia posmoderna se construye y reconstruye libremente, durante el tiempo que se quiera y como se quiera.

18.- Hoy aumentan las esperanzas de felicidad y vida privada, pero también las decepcio- nes, pues ya no se valora a la familia en sí misma, como una institución primeramente jurídi- ca; sino como un instrumento de realización de las personas: se ha convertido en una institu- ción emocional y flexible17.

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14 Lipovetsky, G. El crepúsculo del deber… Op. Cit., p. 142.

15 Cfr. Lipovetsky, G. El imperio de lo efímero: La moda y su destino en las sociedades modernas. Barcelona, Anagrama, 2007, p. 56.

16 Cfr. Tavella, Ana M. – Daros, W. Valores Modernos y Posmodernos en las Expectativas de Vida de los Jóvenes. Rosario, UCEL, 2002

17 Cfr. Lipovetsky, G. La felicidad paradójica: Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo. Barcelona, Anagrama, 2006.

La familia cumple la función de ser un lugar de protección y solidaridad: una instancia consoladora, refugio de un exterior que hiere y angustia. Pero si la sociedad familiar no existe de hecho, cada uno busca refugio para sí mismo en el exterior del yo de un mundo imprevisi- ble y hedonista.

La familia posmoderna no rechaza los hijos; sino que se planifican cuántos y cuándo se desean tenerlos. No se trata de sacrificar la vida íntima o profesional con numerosos hijos, pero tampoco se desea privarse de la alegría de tener hijos, lo cual es parte de realizar una vida. No obstante, las relaciones familiares se vuelven frágiles por falta de esfuerzo y por pér- dida del valor del sacrificio como medio de construcción personal. Se tiende a pensar, más bien, que el responsable es siempre el otro.

Hoy no se quiere renunciar a nada y el hijo forma parte de la calidad de la vida huma- na, pero no debe entorpecer la vida placentera. La Posmodernidad, -que para una mentalidad moderna sería sinónimo de deseos individualistas liberados a sí mismos-, termina siendo un caos organizador, y funciona como un desorden homeostático, capaz de asegurar la renova- ción de la población, al margen de las normas morales. La Posmodernidad termina en una

hipermodernidad18, caracterizada por la velocidad, por lo efímero, por la ausencia de futuro seguro, por la necesidad de reciclado, por la mundialización liberal de la información. En las últimas décadas, ha cambiado la imagen del espacio y del tiempo, comprimiéndose en el pre- sente; y se lo ha encauzado hacia lógicas de tiempos cortos.

Esta sociedad se mueve sostenida por una lógica de los extremos que forma parte de su idiosincrasia donde se trata de modernizar a la misma Modernidad destruyendo los arcaísmos y las rutinas burocráticas:

"Todo pasa como si hubiéramos pasado de la era post a la era híper. Una nueva so- ciedad de la Modernidad comienza. Ya no se trata de salir del mundo de la tradición para acceder a la racionalidad moderna sino de modernizar la misma Modernidad, ra- cionalizar la racionalización. Destruir los arcaísmos y las rutinas burocráticas, hacer

estruendo con las rigideces institucionales y con los obstáculos proteccionistas, des- localizar, privatizar, afilar la competencia"19.

En la hipermodernidad, el nuevo individualismo ya no toma como referencia al pasado para superarlo, al igual que sucedía en la misma Posmodernidad. En la era de la hipermoder- nidad, el sujeto se fija exclusivamente en el momento presente en el que vive, se desliga del pasado como objetivo de recuperación o de superación para pasar a vivir plenamente el mo- mento presente. De este modo, la categoría del individualismo que se expande en la sociedad hipermoderna, se ve completamente reforzada desde el momento en el que sólo fija sus objeti- vos en el momento presente, sin necesidad de mirar roles o estereotipos sociales de antaño,

vigorizando así su carácter de singularidad20.

19.- Otra opción consiste en no formar familia; pero la soledad y el elevado número de sui- cidios, especialmente de jóvenes, ponen de manifiesto la fragilidad del individuo hipermoderno e interiormente solo.

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18 «Loin qu`il y ait décès de la modernité, on assiste à son parachèvement, se concrétisant dans le libéralisme mondialisé, la commercialisa- tion quasi générale des modes de vie, l`explotation a mort de la raison instrumentale, une individualisation galopant. Jusqu`alors la modernité fonctionnait encadrée ou entravée par tout un ensemble de contrepoids, contre-modèles et contre-valeurs. L`esprit de tradition perdurait dans divers groupes sociaux; la répartition des rôles sexuels restait structurellement inégalitaire; l`Eglise conservait une forte emprise sur les conscientes, les partis révolutionnaires promettaient une société autre, libérée du capitalisme et de la lutte de classes; l`idéal de la Nation legitimait le sacrifice suprime des individus; l`État administratif de nombreuses activités de la vie économique. Nous n`en sommes plus la ». Lipovetsky, G. Les temps hypermodernes. París, Grasset, 2004, pp.51-52.

19 «Tout se passe comme si l`on était passé de l`ère post à l`ère hyper. Une nouvelle société de modernité voit le jour. Il ne s`agit plus de surtir du monde de la tradition pour accéder à la rationalité moderne mais de moderniser la modernité elle-même, rationaliser la rationalisa-

tion, c`est-à-dire, de fait. Détruire les archaïsmes et les routines bureaucratiques, mettre din aux rigidités institutionnelles et aux entraves protectionnistes, délocaliser, privatiser, aiguiser la concurrence». Lipovetsky, G. Le temps hypermodes, Op. cit. p.55.

20 Ruiz Sánchez, José Carlos. Tesis doctoral.: De Guy Debord a Gilles Lipovetsky: el tránsito de la categoría de lo social hacia la categoría de lo individual. Córdoba, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba. 2010, p.372. www.uco.es/publicaciones

Una evasión a la soledad se halla en la búsqueda de mascotas, o animales de compañía, como protección de la decepción en el trato con los humanos.

Otra evasión de la soledad es, algunas veces, el jugar a ser siempre niños: se ven adul- tos jugando con patinetas o con ositos de peluche: una guardería universal, una puerilidad ge- neralizada. No se trata, sin embargo, de una regresión psicológica, sino de una evasión pasaje- ra, algo propio de una sociedad lúdico-hedonista.

El sentido de la moral y del deber en la modernidad y en la posmodernidad a.- El enfoque moral en la Modernidad

20.- Los modernos han rechazado el hacer depender la moral de la religión. Los procesos inquisitoriales y las guerras de religión no la hacían aceptables a la razón humana ilustrada.

La moral de la Modernidad, sin negar el más allá celestial, pero preocupándose por el más acá terrenal, se centró en el ideal de la soberanía individual y en la idea de igualdad civil. La idea de justicia y de derecho natural eran evidentes en sí mismas; encarnaban los nuevos valores absolutos de los tempos modernos, centrados en el individuo humano -pero con pre- tensión de ser un código universal-; y tuvieron tanta fuerza que ninguna ley humana podía abrogarlos. De los derechos inviolables, se seguían también los correspondientes deberes; pero el hecho moral absoluto era un derecho y no un deber. No obstante, los modernos magnifica- ron la obediencia incondicional a los deberes, los cuales hacían superar el círculo de los in- tereses individuales.

Si se vivía en forma acorde a los derechos objetivos y naturales; surgían los derechos subjetivos: el derecho a la libertad, a la igualdad y a la felicidad. Al desecharse el dogma reli- gioso del pecado original, y al rehabilitarse el concepto de naturaleza humana, la felicidad y sus placeres adquirían derechos de ciudadanía.

Mas la felicidad humana requiere de la riqueza material lograda libremente con el tra- bajo: el pensamiento económico liberal valida las pasiones individuales en pos de la compe- tencia y la prosperidad, y de los vicios siempre que permanezcan en el ámbito privado.

Precisamente porque el derecho a la acción individual tomaba auge, los pensadores y filósofos modernos indicaban la importancia de equilibrarlo con el deber, con el vivir para los demás. Según Rousseau, los intereses individuales y personales debían someterse a la volun- tad general, generándose un contrato social, sin el cual no se podía construir sociedad pacífica alguna. La patria se constituyó en la finalidad de la vida moral civil y de la educación: formar al hombre era formar al ciudadano. Los deberes del hombre eran los deberes del ciudadano.

21.- Tanto liberales como socialistas, los materialistas como los irracionalistas, subordina- ron a los individuos a la sociedad. Luego los subordinarán a los códigos de los partidos, a las leyes de la historia o al ideal científico de una sociedad sin clases, etc.

Según Lipovetsky, el mal se convierte, ahora, en el enemigo del bien público y del pro- greso de las naciones. La moral ha logrado su autonomía sin necesidad de la religión, sin una obligación heterónoma, sino enraizada en la tierra profana de la vida humana y social. El de- ber de los hombres se explica con la razón del hombre como ser social. Pero en la medida en que se atenúe esta explicación y se acentúe el derecho a la felicidad individual, se irá debili- tando el deber que tiene un carácter fuertemente social21.

El moralismo sexual en la Modernidad

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21 Cfr. Lipovetsky, G. La felicidad paradójica: Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo. Op. Cit., p. 25.

22.- Desde el siglo XVI, la religión cristiana, médicos y docentes -en gran parte, integrados por sacerdotes y luego también las monjas-, han mostrado un marcado grado de hostilidad hacia la sexualidad. Se pautó lo que era un coito normal, las posturas legítimas que no provo- caban esterilidad o aborto. Todo lo opuesto (adulterio, masturbación, felación, coito anal, ho- mosexualidad, el ejercicio frecuente de la sexualidad después de los cincuenta años, etc.) fue prohibido, en nombre de la higiene y por ir contra la idea de lo natural en la sexualidad. Lo que era pecado antes, en la Edad Media, se convirtió luego, en la Modernidad, en enfermedad y monstruosidad.

Cada época, de acuerdo con sus conocimientos científicos, se hace una idea de lo que es la naturaleza y "lo natural". La mayoría de las cosas que son propias de una época quedan finalmente "naturalizadas", y es inmoral ir contra ellas y contra las finalidades que ellas tie- nen. La genitalidad era, por ejemplo, vista como una función natural siempre que llega a la procreación y era aberrante ir contra la naturaleza.

Aunque en Estado moderno se separó de la Iglesia, ésta siguió influyendo fuertemente en la concepción de la conducta moral, a través de sus creyentes que sostienen las ideas de sus iglesias.

23.- Por otra parte, si bien las democracias liberales propusieron una enseñanza laica, los médicos y docentes, siguieron ligados a la cultura sexual cristiana (particularmente católica, ligada a la base biológica de la sexualidad). Pero esta cultura no fue igualitaria: mientras se exigía severamente la virginidad en las jóvenes hasta el día del matrimonio, se toleraba, en los hombres, el frecuentar burdeles y el aprovechar los amores pasajeros.

La sexualidad siguió siendo un tema tabú en las escuelas y familias hasta fines del si- glo XX.

El papel de la familia como agente moralizador era fundamental. Se estimaba
que sin hogar no había familia posible; sin familia no era posible el
cultivo de la moral, y sin ésta no era posible ni la sociedad ni la patria.
Una sociedad que deseara perpetuarse debía, pues, reforzar las posibilidades
sociales de la familia: prohibir las aperturas de tabernas, regularizar las
uniones matrimoniales para reducir los matrimonios ilegítimos, separar
los sexos y las eda- des, en los lugares públicos e incluso en las iglesias.

Ante el lento pero creciente alejamiento de las iglesias por parte de
los hombres, éstas, apoyadas por filántropos victorianos, hacen
proliferar sociedades de caridad, para despertar el sentimiento moral, recorriendo
barrios pobres, amenazándolos con la condena eterna. Se consideraba legítima
la violencia moral ejercida sobre los pecadores mediante los interrogatorios,
la culpabilización, la intimidación

Las democracias modernas necesitaban ciudadanos con moralidad pública, ciudadanos ilustrados y responsables, por lo que terminaron disciplinando sistemáticamente a las masas en vistas a crear familias reproductivas, ahorrativas y trabajadoras. Mientras que, en Europa, se censaba un divorcio cada mil matrimonios en 1870; en 1920, se daba un divorcio cada 120 matrimonios.

24.- La consideración prioritaria de la existencia de la familia, sobre el placer de los indivi- duos, se iba debilitando. Por su propia lógica, la construcción de la ciudadanía, republicana y democrática, favoreció el lento pero progresivo mejoramiento de una clase media, haciendo más racional el antiguo principio de caridad, que terminaba alimentando una mendicidad cró- nica, una pereza improductiva y la astucia inmoral del débil. Se entendió que las ayudas de- bían dirigirse a pobres meritorios, esto es, responsables que adherían a los valores de la bur- guesía, como la higiene saludable, el respeto, el sentido del ahorro y la previsión. La caridad pasó a ser ahora previsión social institucionalizada y secularizada (escuelas para pobres, clases nocturnas, viviendas sociales, hogares para vagabundos y para jóvenes sin familia, reuniones de madres, etc.).

La idea religiosa de mal y de la degradación de las masas pasó a centrarse en la consi- deración de las condiciones económicas y sociales de las familias, viéndose la posibilidad del progreso moral en la prevención, en la educación y en el mejoramiento de esas condiciones, sin referencias explícitas a su relación con Dios.

El eclipse del deber

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