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La sociedad y los deberes morales en la posmodernidad. La visión de G. Lipovetsky (página 2)




Enviado por W. Daros



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25.- Hasta la Modernidad, el deber tenía una explicación y justificación ontológica y nece- saria. El deber exigía una correspondencia con el ser fuerte, esencial, idéntico a sí mismo, ca- paz de causar consecuencias imperativas. El efecto se corresponde, física y moralmente, con la causa que lo produce; y contrae, sin desearlo, un deber moral para con la causa que le da vida. Por otra parte, si una causa libre no desea un efecto, no debe producirlo; pues, al produ- cirlo ella, es la responsable de la existencia del efecto.

En la Modernidad, se creía en el deber, en las utopías y en el juicio ante la historia, en leyes mecanicistas o dialécticas del devenir histórico. La Posmodernidad no cree en ninguna ley determinista del progreso, ni en ninguna intervención milagrosa o solución global. Ella no vincula la felicidad con un desarrollo de las ciencias y técnicas.

26.- El bienestar futuro pasa, pues, por la responsabilidad moral, y tendrá un carácter inde- terminado, creado y paradójico: cuanto más se querrá estar informados en libertad, más deberá autocontrolarse la misma; cuando más será el perfeccionamiento tecnológico, mayor será la responsabilidad en la construcción humana. La buena voluntad y la generosidad son virtudes privadas e insuficientes para la organización de la vida colectiva; se requerirá, además, un inteligente conocimiento de las condiciones concretas, una correcta evaluación entre fines y medios; de lo contrario, la sociedad se convertirá en un infierno con un camino empedrado de buenas intenciones.

En la mentalidad posmoderna, en la cual el ser es siempre débil, se habla más de res- ponsabilidad y generosidad afectiva que de deber. Este lenguaje lleva implícita una apelación seductiva -y no autoritaria- al deber.

Al generar libremente la existencia de un efecto-hijo, por ejemplo, el efecto encadena a la causa, al sacrificio del placer de su ego, en pro de su hijo. Un hijo es un freno afectivo a la inflación individualista de los padres.

"…El deber ya no está en el corazón de nuestra cultura, lo hemos reemplazado por las solicitaciones del deseo, los consejos de la psicología, las promesas de felicidad aquí y ahora"22.

27.- Cada vez más la sociedad, ilustrándose, fue prefiriendo reglas justas y equilibradas, apelaciones razonables a la responsabilidad; y no la renuncia a sí mismo y a la búsqueda de los propios fines; no sermones, sino responsabilidad, libremente asumida, intentos de conci- liación entre los derechos individuales y las presiones de la vida social, económica y científi- ca23.

La libertad, al convertirse en el derecho natural fundamental, ha quitado fuerza al de- ber, entendido como imperativo categórico. Parecería no haber deber más que para aquello que el hombre libre se propone, y decide porque desea seguir siendo coherente con lo que se ha propuesto y no por una exigencia externa a su deseo. Pero la voluntad libre es justamente la capacidad de romper con lo que la razón estima lógico: la libertad es árbitro y puede ser arbitraria, esto es, no decidir solamente por razones objetivas, sino por su propia cuenta y de- seo.

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22 Lipovetsky, G. El crepúsculo del deber… Op. Cit., p. 46.

23 Lipovetsky, Gilles. Metamorfosis de la cultura liberal. Op. Cit., p. 40.

28.- En este contexto, hasta el cuidado de la propia vida es algo que el ser humano debe decidir. El individuo, en la Posmodernidad, se pertenece a sí mismo, sin ningún otro principio que esté sobre él, incluso para disponer de su propia vida. Por ello, el suicidio deja de ser un pecado, para convertirse -en la Modernidad- en un desentenderse de las obligaciones sociales; y, en la Posmodernidad, se quiere su legitimación social24. La llamada muerte dulce se justifi- ca como el ejercicio de un derecho a una muerte digna, por parte de un paciente en determina- das condiciones (por ejemplo, en caso de una enfermedad incurable, con creciente deterioro de su calidad de vida). Lipovetsky ve en todo ello no un final nihilista, sino un mayor respeto del hombre.

"No hay que desesperar del liberalismo posmoralista: la demanda de reconocimiento de los derechos subjetivos, concernientes a la propia muerte, se orienta en el sentido de una ética que tiene como finalidad suprema el respeto del hombre"25.

29.- Nada parece superior al individuo y a los derechos subjetivos (libertad, placer, felici- dad); y ésta es la tendencia dominante de la moral indolora en la Posmodernidad; pero, con ella, perviven otros valores antinómicos que se manifiestan en las luchas contra el aborto y la pornografía, por ejemplo.

El deber absoluto, impuesto sin consideración a las personas y a las circunstancias, aparece como un fundamentalismo. La renuncia y la austeridad que exige el cumplimiento del deber, han sido remplazadas por la satisfacción del deseo y de la realización íntima, en un contexto social.

En la Modernidad, uno de los primeros deberes ha sido el del trabajo. El ocioso era considerado como moralmente vicioso. En la Posmodernidad, y en los países de primer mun- do, el trabajo se considera en términos de autonomía, de cooperación, de participación y redis- tribución, con flexibilidad y competencia. La competencia hace ver las habilidades individua- les, libremente ejercidas. Mas, en el tercer mundo, el problema se halla en el peligro de no te- ner trabajo, en parte, por la falta de profesionalización. La globalización de las modas es rápi- da y atraviesa velozmente los continentes; pero la globalización de los beneficios económicos no la acompaña26.

30.- El placer, desligado de las normas morales, el bienestar y la felicidad, se pone en la cumbre de los valores; pero esto no implica necesariamente una anarquía. Persiste el deseo de orden y moderación, por lo que no todo está permitido. Se busca el hedonismo pero ordena- damente, el placer y la autonomía, pero sin excesos.

Se dan, pues, dos tendencias antagónicas con relación al placer: a) una cuya búsqueda es inmediata y lleva a la explosión del crédito, de las deudas, de lo porno, y descalifica el va- lor del trabajo, y lleva a marginar más a las minorías: se trata de un hedonismo trasgresor y desenfrenado; b) otra que acentúa la opción por el placer en la excelencia, en la salud, en la higiene: se trata de un hedonismo prudente e integrador, para minorías silenciosas.

31.- Ambas tienen en común el principio de que el placer es profundamente legítimo. Al buscar el placer no nos sentimos culpables.

Mas en esta tónica posmoderna -donde se percibe, al parecer, un eclipse total del deber-, aparece, sin embargo, la aureola luminosa del deber bajo el ropaje de la responsabilidad para con los hijos. Desde tiempos inmemoriales, se ha acentuado el deber que tienen los hijos para con los padres. En la Posmodernidad, se cambia el peso de la responsabilidad. En efecto, pocas obligaciones parecen poner límites al derecho prioritario y al placer individual, como la obligación del sentimiento de apoyo que los padres debieran reservar para con los hijos.

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24 Lipovetsky, Gilles. Metamorfosis de la cultura liberal. Op. Cit., p. 39.

25 Lipovetsky, G. El crepúsculo del deber… Op. Cit., p. 92.

26 Cfr. Lipovetsky, G. La pantalla global: cultura mediática y cine en la era hipermoderna Barcelona, Anagrama, 2005, p. 86.

"Ninguna otra obligación moral „positiva? se beneficia sin duda de la legitimidad tan fuerte: la era posmoralista debilita globalmente los deberes, pero amplía el espíritu de responsabilidad hacia los hijos"27.

32.- Las fallas de los padres (que desean descargar su responsabilidad en los docentes) se hacen manifiestas como faltas de límites razonables y de llamados persuasivos a que los hijos asuman sus respectivas responsabilidades, según sus edades.

En lugar de la lógica del deber que conmina, aparece la persuasión en pro de la respon- sabilidad, el diálogo y la disuasión, que apelan al individuo mismo y a motivarlo por un me- canismo de seducción, de convencimiento de que es él quien libremente decide. Por ello, pa- radójicamente puede comprenderse la utilización de las drogas y del tabaco que destruyen seduciendo, pero atentando contra el propio cuerpo. Mas reaparece su prohibición para estos placeres cuando se los advierte como una amenaza a las libertades de los otros.

La búsqueda de placer y autonomía rompe conductas tradicionales, pero organiza otras nuevas para reinscribirse en un orden social de creciente libertad. "Se trata de un desorden organizador"28.

La búsqueda de bienestar y valores del futuro

33.- La época moral posmoderna invita a la comodidad. No obramos ni queremos obrar por obligación, sino por seducción; y la publicidad es su profeta. Para ello, la publicidad propone olvidarse de las miserias, para poder ser feliz sin vergüenzas29.

No es suficiente estar en el mundo; se requiere, además, bien-estar, la felicidad al es- tar30. Esta felicidad, en las sociedades democráticas modernas, pasa por la búsqueda del inte- rés privado. Es cierto que este interés no se propone grandes fines; pero es eficaz para comba- tir el exceso de individualismo cuando entra en interacción.

No obstante, el bienestar futuro implicará una responsabilidad mayor al interés privado e incluirá la biósfera. El bienestar implicará la responsabilidad social de mantener la supervi- vencia indefinida de la humanidad en la Tierra.

El bienestar individual y social va a conllevar el derecho a la calidad de vida: vivir mejor y por más tiempo. Esto hará relevantes tres valores: el respeto a los derechos del indivi- duo, el progreso en la ciencia y tecnología, y el interés por la colectividad.

La propuesta moral en la Posmodernidad

34.- En gran parte del siglo XX, la preocupación dominante, la bandera y la utopía, ha sido la liberación política, la cual justificó a los ojos de los políticos tanto las guerras como las re- presiones.

En el siglo XXI, la perspectiva de la Posmodernidad se centra en desenmascarar la hipocresía de esa moral que, en su nombre justificó esas guerras y represiones. La Posmodernidad no es amoral o inmoral; por el contrario, ha implantado la bandera de una moral social light, en su presentación, pero generalizada globalmente.

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27 Lipovetsky, G. El crepúsculo del deber… Op. Cit., p. 165.

28 Lipovetsky, G. El crepúsculo del deber… Op. Cit., p. 50.

29 Cfr. Lipovetsky, G. El lujo eterno: De la era de lo sagrado al tiempo de las marcas. Barcelona, Anagrama, 2006.

30 Cfr. Lipovetsky, G. La felicidad paradójica… Op. Cit., p. 54.

"Bioética, caridad mediática, acciones humanitarias,
salvaguarda del entorno, moralización del entorno, moralización
de los negocios, de la política y de los medios de co- municación,
debates sobre el aborto y el acoso sexual, correos rosa y códigos de
lenguaje correcto, cruzadas contra la droga y lucha antitabaco, por todas partes
se esgrime la revitalización de los valores y el espíritu de responsabilidad
como el imperativo número uno de la época"31.

Pero, desde el punto de vista de la Modernidad, no pocos perciben una decadencia de la moral en esta época Posmoderna, cuyos indicadores son el aumento de la delincuencia, ba- rrios y reductos de violencia y de droga, una nueva gran pobreza de sectores marginados, co- rrupción estructural, y delitos financieros que ponen en jaque la estabilidad económica de na- ciones enteras.

35.- La interpretación de la vida posmoderna actual no resulta fácil. Parece requerir una hermenéutica compleja y de difícil conciliación entre a) una manifiesta época de una cultura de la autoabsorción individualista, basada en derecho a la propia libertad; y b) los manifiestos en pro de la rectitud social, la solidaridad y los llamados a la responsabilidad ecológica.

Posiblemente debemos ver el presente fenómeno moral desde una mayor complejidad. Las personas posmodernas no parecen interesarse en restablecer la "antigua buena moral" -y por moral entendemos la forma que toman las costumbres y la valoración de les atribuyen-; tampoco inventan algo totalmente nuevo; ni se remiten a una moral burguesa o moderna, lai- ca, rigurosa y categórica, que reinó desde el 1700 hasta mediados del siglo XX, creyente en un más allá, pero sin los miedos medievales a premios o castigos.

36.- Las democracias individualistas de la Modernidad habían acentuado los deberes del hombre y del ciudadano, seguidas de pautas austeras en la vida individual, inculcando el espí- ritu de organización y el dominio de uno mismo. Si era necesario, los ciudadanos debían sacri- ficarse por la familia, la patria o la historia. Los deberes para con Dios, propio de las morales religiosas, se secularizaron y transfirieron a la esfera profana, quedando sólo un tenue sentido de la responsabilidad para con lo que se eligió autoseduciéndose. Esta época parece cerrarse.

La oral Moderna era una moral favorable a la capitalización, en la cual cada ciudadano debía cumplir con su deber, sin implicarse en planteamientos políticos o de masas. La ausen- cia de control social y político (que se prologará también en la posmodernidad) explica cómo el nazismo pudo matar a millones de ciudadanos (judíos, católicos, homosexuales, gitanos, etc.) impunemente. Dado que cada alemán se ocupaba de su trabajo con responsabilidad, pero no se interesaba por los fines últimos (sociales) de sus pequeñas acciones. Uno convocaba a los judíos, otro los hacía subir a los trenes, otro (Eichmann) hacía que los trenes se movieran con puntualidad, otro bajaba a los condenados sin condena, otro los metía y cerraba las duchas (cámaras de exterminio); pero nadie sabía o quería saber acerca la finalidad y responsabilidad en toda esta serie de acciones sociales implicadas y generada por cada individuo en particular32.

La cultura moral posmoderna desvaloriza el ideal de la abnegación y se centra más bien en la idea del derecho individual a la libertad, al placer sin vergüenza en los deseos inmediatos, la pasión del ego, la felicidad intimista y materialista. Esta moral no se rige por los imperativos o deberes; sino por el bienestar y por la primacía de los derechos subjetivos. Las personas no se sienten unidas a algo o alguien que le impone deberes u obligaciones.

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31 Lipovetsky, G. El crepúsculo del deber… Op. Cit., p. 9.

32 Cfr. Bauman, Z. – Donskis, Leonidas. Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Buenos Aires, Paidós, 2015.

Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. Barcelona, Lumen, 2003, p. 83: "Tal como dijo (Eich- mann) una y otra vez a la policía y al tribunal, él cumplía con su deber; no solo obedecía órdenes, sino que también obedecía la ley". Algo parecido sucede hoy, tragicómicamente, cuando un familiar le pregunta al cirujano por el paciente después de la operación quirúrgica: ¿cómo salió? Y el cirujano le responde: "De aquí salió enterito, ahora de la morgue no sé cómo saldrá".

37.- La moral, tanto como teoría de las costumbres como conducta, implica una explícita idea de bien. En la Modernidad, el bien moral era objetivo; ciertas acciones eran moralmente malas en sí mismas, independientemente de la persona que las realizara. En la Posmodernidad, el moral se halla en el ejercicio de la libertad. En consecuencia, el ejercicio de la libertad, en todas sus formas, no es malo hasta tanto no perjudique a otro, o implique un sometimiento. Hasta la prostitución es tolerada siempre que no conlleve una degradación o violencia para las personas que la ejercen. La prostitución es rechazada socialmente no ya como un vicio, sino más bien como un sometimiento de la mujer, debido principalmente a causas económicas.

Las sociedades posmodernas se irán convirtiendo en sociedades posmorales, o diver- samente morales: sin deberes austeros, preocupadas por los derechos individuales a la auto- nomía, al deseo con lo que se lograría la felicidad. Pero, según Lipovetsky, las sociedades posmodernas de ninguna manera son sociedades amorales o inmorales (aunque los modernos puedan pensar lo contrario, por no poder juzgar fuera de sus propios presupuestos). Por el con- trario, la mayoría de las cuestiones son tratadas con un referente moral: se reactivan los dere- chos del hombre, se organizan charity shows para apaliar el hambre en el Tercer Mundo, o en zonas de catástrofes, se hacen campañas para proteger el planeta, se levantan instancias mora- les guardianas y controladoras de los avances de la tecnociencia, se crean comités de ética para la medicina, para el periodismo (sin moral el periodismo solo tiene el objetivo de que se hable de ellos y puedan vender sus mercancías, sin tener en cuenta la verificación de los he- chos que informa); para la práctica de los negocios, para detectar y calibrar los grados políti- cos de corrupción. Es verdad que se han acallado las exhortaciones al deber; pero surgen los himnos a la responsabilidad.

"… al mismo tiempo, los impulsos de solidaridad hacia los desheredados, las subven- ciones pagadas a favor de las víctimas de enfermedades o catástrofes alcanzan su más al- ta cima,… ¿cómo explicar la multiplicación de las asociaciones benéficas? Todos estos fenómenos, al igual que otros, indican que la sociedad del hiperconsumo no consiguió disolver parte de los principios morales (…) La sociedad hiperindividualista no se redu- ce al culto obsesivo del placer privado, sino que también es el lugar donde el individuo determina qué reglas debe de darse para su propia conducta"33.

38.- Dicotómica y paradojalmente, cuanto más se valora la autonomía del ego, más se im- pone el respeto al entorno.

La autonomía, que antes debía entenderse como autodeterminación, va tomando un matiz más vigoroso, y tiende a identificarse con el crear las propias normas, dentro de una complejidad creciente.

Se tiende, en materia moral, a sociedades minimalistas, con normas indoloras, sin he- roísmo, sin sacrificios o desprendimientos de sí mismos. No obstante, no son sociedades con total tolerancia o permisividad. Más bien tienden a ampliar los derechos individuales, sin que dejen de convivir luchas masivas y antagónicas sobre el aborto, la droga o la censura.

Se da una manera antitética de remitirnos a los valores, en democracias que favorecen la búsqueda de soluciones de compromisos. De ello resultan lógicas binarias: por un lado, dialogadas, liberales, pragmáticas; y, por otro, exigencias preocupadas por el rigor, más doc- trinales que realistas, con intentos de regulaciones drásticas que apelan a una mayor seguridad, mayor protección en el ámbito de la salud y de las personas en situaciones de debilidad (niños, mujeres).

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33 « …en même temps les élans de solidarité envers les déshérités, les dons versés en aveur des victimes de maladies ou de catastrophes atteignent des sommets…. ¿Comment expliquer la multiplication des associations et des bénévoles? Tous ces phénomènes, comme bien d`autres, indiquent que la société d`hyperconsommation n`a pas réussi à dissoudre de part en part la valeur es principes moraux (…) La société hyperindividualiste ne se réduit pas au culte obsessionel des plaisir privés, elle est aussi celle où il revient à l`individu de se détermi- ner sur ce qu`il doit daire en inventant les règles de sa prope conduite ». Lipovetsky, G. Le bonheur paradoxal. Paris, Gallimard, Mesnilsur- l?Estrée, 2007, pp. 326-327.

39.- Dos tendencias morales, pues, en el cóctel posmoderno: atención a la complejidad so- cial e individual; y, por otra parte, tendencias a un nuevo dogmatismo moral y jurídico. La primera tendencia mueve y exige cambios; la segunda funciona como freno ordenador y hace evidente la necesidad de intervenciones políticas en vistas a un bien común idealizado, sombra de la Modernidad.

Si bien el crecimiento demográfico y la complejidad de la vida social posmoderna lle- gan, por un lado, a disolver las formas de enmascaramiento; promueven, por otro, la for- mación de guetos, o grupos recluidos donde se multiplican las familias sin padres estables, los retrocesos en la higiene de vida, la violencia juvenil, las violaciones, los asesinatos, las mafias de corrupción.

El posdeber -la disolución del deber- lleva a generar dualidades donde las instancias tradicionales del control normalizador (las iglesias, los sindicatos, las familias, las escuelas), conviven con la anomia, la exclusión y la trivialización de la delincuencia. En el contexto de las dualidades: por una parte, crece el número de robos, crímenes, especuladores y defrauda- dores; por otra, se habla de un futuro planetario, con creciente organización profesional y con- trol virtualizado. Si bien aumenta la fiebre competitiva, también crecen las donaciones filan- trópicas. Si bien se advierte el superendeudamiento de las parejas y las hipotecas impagas, los políticos deben generar también planes de socorro para las masas.

40.- Las democracias, en el clima posmoderno, no solo generan pluralidad de vidas mora- les. Paradójicamente generan dos lógicas contrapuestas dentro del ámbito individualista: un individualismo responsable y un individualismo irresponsable que, de triunfar, marcaría el final de las democracias.

No es suficiente reforzar el sentido humanista de la vida, pues ello deja sin resolver los problemas del subdesarrollo. Parece necesario organizar políticas y organizaciones morales inteligentes (ni dogmáticas ni fetichistas), para formar a todos para la adaptación y aceleración en los cambios. Una moral inteligente se basa en los intereses individuales; pero los modera y, sin exigir heroísmos, busca compromisos razonables. Ni la moral económica del dejar hacer, ni la ceguera de los moralismos o fundamentalismos.

"Si el moralismo es intolerable por su insensibilidad hacia lo individual y social, el neoliberalismo económico fractura la comunidad, crea una sociedad de dos velocidades, asegura la ley del más rico y compromete el futuro"34.

Dado que la idea del deber no tiene credibilidad social y la justicia social ha perdido eficacia, la moral posmoderna desea crear una moral dialogada de la responsabilidad, que equilibre tanto la eficacia como la equidad, tanto la libertad como la solidaridad, el respeto del individuo y el bien colectivo.

La moral individual

41.- La Modernidad acentuó la idea de que el hombre tiene un valor absoluto, esto es, inde- pendiente de todo. Este valor se halla en su libertad; y el poder obrar libremente es el primer derecho individual y natural.

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34 Lipovetsky, G. El crepúsculo del deber… Op. Cit., p. 18.

La persona es el derecho subsistente: le es intrínseco el poder hacer, obrar, sin ser im- pedido por los demás. La libertad no implica un deber hacia los demás, sino un derecho a obrar. Por ello, la idea de deber se eclipsa. Una persona no se debe nada a sí misma: ella sim- plemente decide qué hacer o no hacer. No debe justificar sus prácticas ante sí misma.

Ello no significa que el individuo pueda hacer socialmente lo que quiera. Existen nor- mas colectivas que deberá respetar si desea vivir en una sociedad. El control social heteróno- mo no desaparece.

El amor manifiesto sin mentiras ni mediocridad

42.- Siguiendo con la exposición de lo que nos ha sucedido en la Modernidad, según Lipo- vetsky, en pocas décadas, el sexo ha dejado de ser asociado al mal. El sexo-pecado ha sido remplazado por el sexo-placer. El derecho al placer reemplaza las normas represivas y legiti- ma lo que antes era ignominioso. La castidad y la virginidad ya no son obligaciones morales, sino opcionales. No parecen existir deberes en materia de sexualidad, aunque queden restos de ellos en algunas legislaciones y culturas, como la islámica.

La pornografía ya no es considerada un peligro para el orden social.
La Cicciolina, vedette porno, fue elegida para formar parte del Parlamento italiano.
La reprobación social de la prostitución se ha debilitado, y las
prostitutas buscan su reconocimiento social y profesional.

En cuestiones de amor, se tiende a creer que nada está mal si es consentido por los amantes; y el amor juega un importante papel en el equilibrio y desarrollo íntimo de las perso- nas.

43.- En la Modernidad, había una jerarquía de valores con relación al amor: los goces del amor, si procedían del espíritu y del corazón, eran superiores a los goces eróticos, pobres, bre- ves y peligrosos para la salud y el espíritu.

En la Posmodernidad, casi todos los placeres han sido igualados y su diferencia es cuestión de gusto o preferencias subjetivas. No obstante, siguen siendo objeto de condena ge- neralizada el incesto y la perversión de menores. En el siglo XXI, los homosexuales van con- siguiendo los derechos legales a manifestarse como tales, a no ser considerados como enfer- mos y a no ser legalmente discriminados por motivos de sus opciones sexuales; se pide que las iglesias no opinen sobre esta cuestión para todos los ciudadanos, sino sólo para sus creyentes. No se pide ya tolerancia (aunque éste sea un valor cardinal), sino derecho y respeto a las dife- rencias. En donde la prioridad es el yo, cada uno puede pensar y actuar a su gusto si no daña a los demás, por lo que la admisión de las diferencias, resulta ser, más bien, una indiferencia hacia el otro y repugnancia a la violencia. Esto no significa que no existan focos de violencia racial, antisemita, de género o por resentimiento ante la riqueza de los pocos y la pobreza de los muchos, en los países del tercer mundo -aunque raramente es una violencia extrema-, en la época del apogeo de los derechos del hombre.

44.- La sociedad posmoderna consume violencia en los medios; pero la
condena en la realidad y tiene sentido de la indignación35.

Sin desaparecer la violencia sexual, el acoso sexual, antes silenciado,
se ha vuelto ahora intolerable y, después de un período de debate
público, exige ahora legislaciones más seve- ras.

Como en el caso de los fumadores, se trata de eliminar todas las situaciones ambiguas en la conducta y en las palabras, para higienizar la vida social y de trabajo. Paradójicamente, la Posmodernidad en su caos ordenador, cuanto más libertad sexual exhibe, más se condena, con rapidez global, en casi todos los países bajo el influjo de la cultura occidental, actos dis- criminatorios antes considerados leves.

El criterio del amor ya no es homogéneo; pero las democracias establecen también en el amor un cierto orden moderado y tranquilo, combinando la autonomía y dignidad de las personas con la convivencia social pacífica: un cierto medio entre el rigorismo puritano, que invalida hasta la vida íntima, y la exaltación pública y descontrolada de los goces sexuales.

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35 Cfr. Lipovetsky, G. La pantalla global… Opp. Cit., p. 87.

45.- Sin necesidad de la Inquisición o de leyes especiales, se está lejos tanto de la promis- cuidad como de la anarquía de sexual. Sin obligaciones ni prohibiciones específicas, el amor funciona como un desorden organizador, donde reina la libertad privada y el orden público. Este orden no suprime los derechos individuales, pero reglamenta pragmáticamente las horas y lugares para ejercerlo (por ejemplo, libertad para los adultos y protección para los menores).

Dado que no hay valor superior al individuo, las demandas de censuras sólo pueden tratar de asegurar la dignidad y seguridad del mismo. Ya no es indigna la obscenidad en sí misma, sino en cuanto las acciones obscenas desvalorizan a las personas.

La heterogeneidad de los gustos siempre subjetivos, el libre juego entre inclinaciones y aversiones de las personas, la preocupación por la relación y seguridad afectiva, crean una regulación social compleja, pero abierta, lejana del libertinaje y abierta a la demanda de res- peto por los derechos subjetivos.

46.- De hecho, la fidelidad sigue siendo esencial, como orden social, para la mayoría de los jóvenes, aunque se la practique poco. La fidelidad, durante todo el tiempo que se ama, entra más bien en el orden de la honestidad como manifestación de la presencia del amor, la cual se convierte en la principal virtud para una vida en pareja. El alto índice de divorcio indica que no se trata de una fidelidad burguesa para conservar la familia y los bienes de la misma; ni de un voluntarismo sin sentido donde no hay amor. En la concepción posmoderna, la fidelidad no es temor al sida; ella significa, ante todo, un amor manifiesto sin mentiras ni mediocridad, pues se busca un individualismo cualitativo de autenticidad en los afectos, de respeto y com- promiso, de estabilidad emocional en sociedades móviles y competitivas, aunque sea por un tiempo determinado y no para siempre. Se trata de una unión de idealismo (de creencia en el amor a pesar de todo y del desgaste por el tiempo); y de realismo, porque ya no se cree en el amor eterno. La fidelidad posmoderna, sin deber, es esperanza en lo permanente y conciencia clara de lo provisional del amor.

Una vez reconocido el derecho a la sexualidad libre, y cuando se ha optado por él en pareja, se desea integrarlo en una vida profesional. El amor se integra, como una elección, en el individuo soberano, ocupado en lograr su calidad de vida. Si hay que sacrificar esta calidad de vida, no pocas personas prefieren vivir prescindiendo de la vida sexual, o disfrutando sólo de la ternura.

47.- En fin, el sexo no es algo absoluto para el amor; pero coexisten actualmente zonas ex- tremas en ambos sentidos: se da contemporáneamente el extremo moralizador contra "las des- viaciones" y el retorno a cierto rigorismo; y, por otra parte, la búsqueda de una moral light dialogada y a la carta, bajo la exigencia de una autonomía privada en un espacio público lim- pio y legalizado36. De este modo, se busca una moral posmoderna que no sea ni transgresiva, ni mojigata, sino correcta.

La temática de los valores, y de lo que es o puede ser el hombre, vuelve a escena.

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36 A los inicios de la década de los años noventa, en el Estado de Nueva York, no prosperó judicialmente la propuesta de condenar a mujeres artistas que practicaban el top less, porque el tribunal consideró que la distinción legal entre senos masculinos y senos femeninos era incom- patible con la igualdad de los ciudadanos garantizada por la Constitución Nacional.

Conclusión sobre el valor epistemológico de las ciencias sociales

48.- Hemos presentado el problema que se plantea G. Lipovetsky y la hipótesis
que sostiene este filósofo y sociólogo francés. Además
se ha indicado el método que este autor utiliza: la descripción,
frecuentemente sostenida con datos estadísticos, aplicados a interpretar
un cambio cultural. Ha generado, entonces, un relato integrado que parece tener
sentido y que relata y describe un cambio cultural: la posmodernidad con sus
propias características que hemos descrito.

No obstante, se trata de un cambio cultural más bien en el ceno del primer mundo, si bien está recibiendo una acelerada expansión en todo el mundo, con matices, gracias a la tec- nología comunicacional.

Al preguntarnos por la sustentabilidad de esta hipótesis cabe recordar que en un con- texto tan amplio, no todas las ciencias utilizan los mismos métodos y no todas pueden corro- borar sus hipótesis de la misma manera. Es sabido que existen ciencias formales y ciencias empíricas; saberes frutos de la inducción y generalización de descripciones y otros saberes deductivos y lógicamente corroborados. Se da, además, una variada combinación de estos métodos.

"…Hasta las leyes mejor fundadas de la física deben basarse en sólo un número finito de observaciones. Siempre es positivo hallar el día de mañana un contraejemplo. En ningún momento es posible llegar a una verificación completa de una ley. En realidad, no debemos hablar para nada de `verificación´ -si con esta palabra queremos significar el establecimiento definitivo de la verdad- sino solamente de confirmación"37.

"No puede probarse que ninguna teoría sea verdadera. Lo mis
que puede decirse en favor de una teoría es que está más
de acuerdo con los datos y es más coherente y de más extenso alcance
que las teoría alternativas disponibles por el momento. Bien puede ser
que existan otras teorías que en el futuro se encuentren con esos criterios
tam- bién o con otros mejores todavía. Todas las formulaciones
son tanteadoras y están su- jetas a revisión; la certeza no se
alcanza nunca… Por razones lógicas, puede uno decir que por lo menos
una hipótesis de un grupo es falsa sí del grupo se pueden
deducir conclusiones que están en desacuerdo con el experimento;
pero no se puede decir que son verdaderas si las conclusiones
deducidas están de acuerdo con el experimento, puesto que un
grupo distinto de hipótesis podría conducir a las mismas conclusio-
nes"38.

"Ninguna hipótesis puede "probarse" mediante experimentos. La manera correcta de expresarlo es decir que el experimento "confirma" una determinada hipótesis. Si una persona no encuentra la cartera en su bolsillo, esto confirma la hipótesis de que puede andar por allí un ladrón, pero no lo prueba. Tal vez la dejó olvidada en su casa. De manera que el hecho observado confirma la hipótesis de que puede haberla olvidado. Cualquier observación confirma muchas hipótesis. El problema es el grado de confir- mación que se requiere. La ciencia es como una novela policíaca. Todos los hechos confirman una determinada hipótesis pero al final, la correcta suele ser una completa-

mente diferente. No obstante, tenemos que decir que este es el único criterio que po- seemos de la verdad en la ciencia"39.

49.- Las ciencias sociales están aún más expuestas a quedar en interpretaciones más o menos razonables, precisamente porque no podemos pedirles a todas las ciencias que prueben las cosas de la misma manera. No obstante, una adecuada descripción de lo que nos pasa en una sociedad, y una hipótesis razonable, no dejan de ser de gran ayuda.

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37 Carnap, R. Fundamentación lógica de la física. Bs. As., Sudamericana, 2009, p. 37

38 Barbour, I. Problemas de religión y ciencia. Santander, Sal Terrae, 2011, p. 180.

39 Frank, Ph. Filosofía de la ciencia. México, Herrero, 2005, p. 14.

"Una hipótesis es una proposición acerca de elementos fácticos y conceptuales y de sus relaciones, que se proyecta más allá de los hechos y experiencias conocidas, con el fin de lograr una mayor comprensión. Es una conjetura o la mejor suposición disponible, que implica la existencia de una situación aún no demostrada de hecho, pero que merece ser explorada"40.

50.- No es tarea fácil describir con objetividad lo que nos pasa, y menos aún, ser juez en la propia causa.

Lipovetsky desea darnos una lectura objetiva de la época que vivimos; pero está claro que no existe ninguna lectura neutra, sino que toda visión de la realidad conlleva una interpretación. Y este escritor no oculta sus interpretaciones. Entre el optimismo y el pesimismo, Lipovetsky cree -porque, en última instancia, se trata de una creencia o persuasión globalizadora sobre eso que nos ocurre- que se está dando un caos organizador, generado por un lado por el valor supremo dado a la libertad individual; y, por otro, por las exigencias que toda vida tiene en sus condicionantes, los cuales ayudan o entorpecen las realizaciones de los proyectos indi- viduales.

Los cambios no se harán solos: se requiere la participación de todos los socios. La sociedad humana se compone de socios, desde que nacemos. Las familias, las instituciones escolares, los Estados requieren la participación en las decisiones y en las consecuencias que de ellas se derivan. Todas instituciones implica establecer normas constitutivas consensuadas y el cumplimiento de las mismas. Por ello, no pueden faltas las sanciones: los premios (reconocimientos) y castigos (amonestaciones). Esto se aprende desde las familias y desde las aulas, laboratorios, talleres. Es utópico esperar el surgimiento de ciudadanos felices, respetuosos, eficientes si estas actitudes no son promovidas ya desde las familias y desde las instituciones educativas. Las sociedades no son sólo el lugar de una justa igualdad, también es el lugar de las respetables diferencias que permiten tener proyectos de vida y pensamientos propios, lo- grados con esfuerzos y colaboración que expulsan, con sanciones y amonestaciones, las discriminaciones injustificables; pero que también admiten el reconocimiento mutuo de las diferencias en la calidad de vida individual y social.

No obstante las dificultades para lograr todo esto, "no faltan razones para tener esperanzas" y entrever la posibilidad de que miles de millones salgan de la pobreza y del subdesarrollo mental, económico, moral y social.

"No hay ninguna razón para no tener esperanzas en las ciencias y técnicas. En los úl- timos decenios, la población ha ganado cada año tres meses de esperanza de vida. Una niña hoy tiene el 50% de probabilidades de vivir por lo menos cien años. Una vida más larga y con mejor salud"41.

No obstante, los problemas que nos afectan son problemas que requieren soluciones integrales. El proceso de educación implantado en nuestras sociedades suele ser notablemente fragmentario: se educa para el desarrollo de la inteligencia o de una técnica; y poco o nada para una convivencia social humana. No es suficiente solamente lograr que las personas no sean pobres o ignorantes, o que tengan salud; o que no sean corruptas o extraviadas en las rutas de las drogas destructivas que suprimen la libertad de los socios: se requiere aprender a ser personas íntegras y posibilitar su surgimiento también con el ejemplo.

Si bien son numerosas las insatisfacciones y decepciones que subyacen a la vida social contemporánea, también lo son las ocasiones para reoxigenarse y liberarse de ellas. Nos sen- timos culpables de no ser felices, pero queda la ilusión y la posibilidad de emprender cambios más frecuentemente.

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40 Brown, C. – Ghiselli, E. El método científico en psicología, Bs. As., Paidós, 2009., p. 175.

41 Lipovetsky, Gilles. La sociedad de la decepción. Op. Cit., p. 120.

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Autor:

W.R. Daros

UAP1

 

Partes: 1, 2
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