Indice
1.
Introducción
2. Las fuerzas armadas
3. La relación entre civiles y
militares
4. Epilogo
5. Esfuerzos y
actividades
6.
Bibliografía
"Formar parte de la sociedad es un
fastidio, pero estar excluido de ella es una tragedia."
Oscar Wilde
Hay dos ejes principales en la historia americana en los
siguientes trescientos años al Descubrimiento: el de la
cruz y el de la espada. Con esto queremos decir que tanto la
actividad religiosa como la función
militar resultaron fundamentales para que América, sajona o latina, sea hoy lo que
es. En este aspecto tampoco la historia de la Argentina fue una
excepción. Sostienen Floria y García Belsunce: "El
papel de los
militares en la sociedad argentina, o, si
se quiere, las relaciones entre la sociedad civil y
la sociedad militar no son comprensibles si no se examinan los
antecedentes históricos del tema y los distintos momentos
de esa relación."
Siguiendo este razonamiento, conviene empezar ratificando que
fue, entre otros, un problema externo el que puso la piedra
fundamental al poder militar
local. A la Reconquista y a la Defensa contra el invasor inglés
entre 1806 y 1807 le sucedió la creación de las
milicias locales. Poco más tarde varios militares
integraron la Primera Junta de gobierno y fue
justamente ella la que promovió luego la
reorganización de los primitivos cuerpos militares. Fueron
expediciones militares al Paraguay y al
Alto Perú las que llevaron la llama emancipadora. Fueron
nuestros militares los que protegieron de los realistas el norte
y marinos los que frenaron a los godos en el Río de la
Plata, permitiendo que otros militares reprodujeran la
campaña de Aníbal dos mil años más
tarde. También fueron militares los que prestaron su
espada a los caudillos durante las guerras
civiles, contra el imperio del Brasil luego y
enfrentando a la coalición anglo-francesa al promediar el
siglo XIX. La consolidación de un estado
argentino unificado en 1862 estuvo acompañada por la
formación de fuerzas armadas nacionales primero y
paulatinamente profesionalizadas después. Terminadas las
nuevas rebeliones interiores y la guerra contra
el Paraguay, el
siguiente mojón fue la conquista del desierto hacia 1870,
que tuvo su esfuerzo marítimo en la expedición a
Santa Cruz por parte del Comodoro Py en 1874.
Hasta aquí la formación militar quedaba supeditada
a lo que aconteciera en los campos de batalla. Pocos, San
Martín el más prominente de ellos, habían
recibido adiestramiento en
escuelas o institutos militares. Se terminaron los tiempos
heroicos y al mismo tiempo se fue
produciendo paulatinamente la separación de la
institución militar de las otras que formaban la sociedad.
Hasta entonces cualquier ciudadano se vestía de uniforme
para pelear donde hiciera falta y luego regresaba a la vida civil
llana o a la política, como en la
Grecia de
Tucídides. La antigüedad tenía un valor
incidental, enfrentada con lo verdaderamente significativo: la
experiencia, las cicatrices y la sangre derramada
en campos sin cuenta. Quedaba atrás la época de
generales de poco más de treinta años, con sus
galones ganados en campaña.
Esta participación militar se debió a un devenir
enhebrado en las diversas dicotomías que marcaron nuestra
historia: monopolio y
librecambio, interior y capital,
centralismo y
federalismo,
liberalismo y
tradicionalismo, civilización y barbarie, etc. Esta
percepción ya es materia de
estudio para María Esther de Miguel: "Nuestro país
viene del caos de la colonización, que es un conglomerado
de errores con algunos aciertos. Ya desde el momento en que se
creyó que venían a descubrir América…cuando América ya
existía. Y de las dicotomías históricas que
aún existen. Federales contra unitarios, Boinas Coloradas
contra Boinas Blancas, Peronistas contra Radicales. Y así
seguimos…"
Luego de la consolidación de la nación
en el ´80, nuestro más largo período de
vigencia constitucional finalizó abruptamente en setiembre
de 1930. Cuando se analiza esta revolución, se destaca que ese fue el
comienzo de la decadencia argentina y la primera
interrupción de la legalidad constitucional. Lo que no se
menciona es que "El golpe tuvo tres causas principales: las
deficiencias del sistema
democrático, el ascenso del militarismo y el estallido de
la depresión
económica mundial".
Posteriormente las asonadas militares, alternadas con los
gobiernos civiles se fueron acelerando en forma tan gradual como
inexorable: del '30 al '43 transcurrieron trece años, del
'43 al '55, doce, del '55 al '66, tan sólo once. Del '66
al '76 habría sólo diez. Dicen Floria y
García Belsunce "Examinar la historia de una cultura de la
violencia, de
un ámbito perverso, que capturó a la sociedad
argentina, dividida por elitismos militares, civiles y militantes
de signos encontrados…" "…es tarea polémica y
difícil para el historiador, pero también para el
científico social de toda disciplina, y
para la gente".
No está a nuestro alcance esclarecer el origen de algunos
vicios de nuestra historia, pero sí exponerlos. Uno es el
acartonamiento, plagado de héroes de mármol y
bronce que hablaban mediante sentencias y juicios
poéticos. Otro es el del destino de grandeza que tiene
preparada nuestra Argentina, por el simple hecho de merecerlo. Un
tercero es el de cierta visión maniquea o
interpretación bipolar, de buenos y malos, negros y
blancos, sin matices. En ese orden, si Urquiza es un patriota, a
Rosas no le queda
más que ser un tirano. Pero si el patriota es Rosas, Urquiza es
un traidor. Esa lógica
binaria y esa falta de equilibrio
conspiraron netamente contra la tolerancia, la
empatía, el altruismo y la negociación. ¿Puede extrañar
a alguien que aquellos que fueron educados así no sean
más propensos a la violencia y al
autoritarismo que otras sociedades?
Dice Rosendo Fraga: "Nuestra vivencia política era
distinta, era vida o muerte,
conservadores y radicales, peronismo y
antiperonismo." La historia
argentina, también, es rica en ejemplos de
simplificaciones. Se trata de encuadrar casi todo en dos
dimensiones, a pesar de que la realidad siempre es más
intrincada y profunda. Este recurso ayuda a no pensar y
contribuye a la alineación automática, como en el
fútbol o en el tenis. Las escalas de grises y los
caracteres complejos obligan a una reflexión o análisis del que casi siempre se huye.
Sería necio, y hasta cobarde, avanzar en este análisis eludiendo la década del
setenta. ¿Cómo mencionarla de una manera
aséptica y neutra? Una forma podría ser
estableciendo que la Argentina no era una isla y que el mundo se
hallaba dividido en ideologías antagónicas que
pugnaban por prevalecer, y que si bien ellas evitaron una
conflagración a escala
planetaria, se habían multiplicado los conflictos
regionales en los que las guerras de
liberación ocupaban el centro de la escena. Afuera, y
también adentro, existía una gran
movilización y participación política,
especialmente por parte de los jóvenes y de los
intelectuales.
Entre nosotros la conjunción de una etapa de gran
efervescencia ideológica y la existencia de un gobierno de facto
fue fatal, habida cuenta de una historia reciente plagada de
desencuentros. Un comentario editorial de La Nación
detalla respecto del terrorismo
urbano en el Cono Sur: "Su expansión y grado de violencia
llevó a poner en riesgo las
estructuras
del Estado y
superó a las fuerzas convencionales. Las fuerzas armadas
tomaron en sus manos la represión motu proprio o
convocados por el poder civil".
Sostiene José Luis Romero: "¿Qué
distinguió a la guerrilla argentina de sus
congéneres latinoamericanos? No fue su duración, ni
tampoco su eficacia militar,
sino su peculiar manera de insertarse en una sociedad
intensamente movilizada, captar su tono profundo e imprimirle una
orientación precisa y catastrófica. Porque es
imposible entender a nuestras organizaciones
guerrilleras ajenas al ámbito de esa primavera de los
pueblos de fines de los sesenta, cuando la sociedad entera
entró en estado de revolución: imaginó una
utopía y se convenció de que bastaba la voluntad
para realizarla." Pero en el caso argentino, el conflicto
ético generado por el terrorismo y
la represión produjo consecuencias sociales más
profundas que en otras sociedades
más acostumbradas a convivir cotidianamente con la
violencia y menos identificadas con los valores
del mundo desarrollado. La Argentina hizo frente a un
fenómeno de violencia de tipo latinoamericano, siendo una
sociedad con valores
culturales europeos.
Al promediar la década, la respuesta militar a lo que se
percibió como un caos generalizado no se hizo esperar.
"Hacia 1975 el golpismo no era tema exclusivo de la derecha o la
izquierda. Era tema aceptado por la derecha, el centro y la
izquierda, con argumentos objetivos y
diversos, y anunciado por el periodismo .
La sociedad civil
estaba con las defensas bajas." Afirma Torcuato Di Tella: "Al
iniciarse el nuevo régimen militar la mayor parte de la
opinión conservadora, de los círculos empresarios y
aún de la clase media del país dieron su apoyo, al
menos pasivo. En general consideraban que el terrorismo de Estado
era necesario para evitar una alternativa revolucionaria que
hubiera tomado, de llegar al poder, medidas radicalmente
expropiatorias." Hasta autores como Rouquié que
sólo desean una América
Latina "revolucionaria o épica" debieron admitir que
en marzo de 1976 "…el vacío de poder, la
descomposición del peronismo oficial
y el caos económico conforman un marco de violencia
política ante la cual el ejército no podía
permanecer indiferente."
Se ingresó decididamente en una de las etapas
históricas que merecen un análisis agudo y
descarnado para que, aceptadas por la sociedad sus propias
limitaciones, se convierta en un verdadero punto de
inflexión. Nuevamente Floria y García Belsunce
afirman: "Los argentinos entraron en una situación
circular y perversa en la que la violencia se justificaba si era
de los amigos o aliados, y se escarnecía si era de los
enemigos o de los adversarios. Actores privilegiados de
más de una década, militares y guerrilleros fueron
marginando a la Argentina institucional…"
No es ocioso señalar que se juzga ahora, a la luz del cuerpo
legal emanado de las Convenciones de Ginebra, sus Protocolos
Adicionales y del Pacto de San José de Costa Rica , la
ética y
humanidad de esta guerra
fratricida. Dicha legislación, que se consolidó
entre 1977 y 1978, lo hizo en el marco de la lucha armada interna
y generalizada en varios países iberoamericanos. En ella
intervinieron sus fuerzas armadas en completa inconsciencia de su
propia ignorancia, especialmente por parte de sus cuadros
más jóvenes e inexpertos. Antonio Gramsci dice al
respecto: "Creer que se puede contraponer a la actividad ilegal
privada otra actividad similar, es decir, combatir el escuadrismo
con el escuadrismo es una necedad…", aunque agrega más
adelante: "La verdad es que no se puede escoger la forma de
guerra que se quiere…" El comentario editorial ya citado
describe también que "Los excesos ocurridos en la lucha
antisubversiva suelen ser vistos como contravalores morales
enraizados previamente en las fuerzas armadas, pero no en todos
los casos fue así. A veces obedecieron a las dificultades
que surgen cuando se combate a un enemigo numeroso pero no
uniformado, con organización celular y clandestina, que se
infiltra, secuestra y hasta asesina rápidamente. Por
supuesto nadie puede justificar los crímenes perpetrados
como parte de la acción represiva contra las organizaciones
extremistas, pero no todos los sectores de la institución
militar fueron responsables de esos extravíos".
Cuando el peligro pasó la sociedad lo eliminó de
la memoria
colectiva: "Como el proyecto
subversivo fracasó y se hundió en un baño de
sangre , es
muy común, aún entre quienes en el momento
simpatizaron con él, considerar la posibilidad que no
existió, que fue una locura embarcarse en él."
Finalmente, la rueda de la Historia había dado una nueva
vuelta y el gobierno militar abandonó el poder siete
años más tarde casi por las mismas causas por las
cuales lo había tomado: desgobierno, desprestigio y
crisis
económica.
Devuelto el poder al pueblo en 1983 llegó para los
militares el momento de rendir cuentas respecto
de esta etapa, cuando la pasión por los acontecimientos
vividos aún aceleraba los corazones. Así fue que
entre juicios, alzamientos e indultos se llegó al fin del
milenio. Bartolomé de Vedia comenta: "…en la Argentina
las amnistías, formales o solapadas, sirvieron para muy
poco. Tuvimos amnistías declaradas, como la de mayo de
1973, y amnistías encubiertas, como las de punto final y
obediencia debida. Ni unas ni otras trajeron paz a los
espíritus."
A modo de resumen parcial, podemos afirmar que:
- Los militares son fundacionales en la sociedad
argentina precediéndola, inclusive, en el caso
particular del Ejército. - Durante un largo período, no hubo gran
diferenciación entre ser civil y ser militar. Era
sólo una cuestión de oportunidad o de necesidad.
Tampoco había dos esferas separadas una civil y otra
militar; ya que nada se hacía sin los militares ni en su
contra. - Fue una actividad prestigiosa en la que el
único capital
acumulado, luego de una vida de sacrificios y sinsabores,
estaba fundado en la fama adquirida y la consideración
social. - Con el desarrollo
de la vida política el factor militar
desempeñó diversos roles entre los que se
destacan los de grupo de
interés y grupo de
presión;
y finalmente, según Rouquié, como partido
militar. - Su influencia sociocultural ha sido tal que puede
sostenerse sin dudas la existencia de una tradición
militar. Fueron socios, a veces difíciles, de los
sectores sociales que estaban ora en el poder ora en la
oposición. - Se tiene la percepción de que la sociedad argentina
promueve aquellos elementos que la dividen más que
aquellos que le sirven de unión, y es muy permeable a la
polarización. Esa preferencia argentina por las
dicotomías fue ganando en dramatismo con peronistas y
antiperonistas, azules y colorados, para coronarse finalmente
con civiles y militares. - Durante el medio siglo transcurrido entre 1930 y 1976
se sucedieron seis golpes militares debido a que la Argentina
no tuvo un sistema
institucional estable y las fuerzas políticas no siempre se mostraron capaces
de combinar representación popular con capacidad de
gobierno. - Hubo diferentes formas de intervención
militar: presiones, planteos, rebeliones y golpes ante la
apreciación de distintos incentivos:
dictaduras, corrupción, ineficacia civil, caos, etc.
Esto dio lugar, luego, a la atribución de diferentes
tipos de legitimidades; en especial las de ejercicio y de
fines; que de todas maneras no justifican las recurrentes
violaciones a la Constitución. - Desde el punto de vista económico se acepta ya
que sus intervenciones modificaron el sentido de las
transferencias entre sectores, con la función
de revertir las corrientes dando cierto equilibrio
al sistema en el largo plazo. - En la práctica, ningún gobierno
depuesto fue defendido por el pueblo con vehemencia y
pasión, permitiendo que las asonadas se produjeran la
mayoría de las veces más con demostraciones de
fuerza que
con derramamiento de sangre. - Estudiar el pensamiento
ideológico y político de los grupos
guerrilleros y terroristas resulta muy complejo debido al
empleo de
razonamientos fuertemente reduccionistas, frecuentemente
simplificados de lecturas incompletas y finalmente por la
tendencia a justificar con principios
hechos que se realizaron por fines meramente prácticos.
En parte por ello es que Floria y García Belsunce
sostienen: "El pensamiento
guerrillero no es de fácil
explicación". - Esta síntesis
de los principales acontecimientos entre 1970 y 2000 puede
parecer mezquina desde el punto de vista temático pero
nadie está en posición de negar que las
denominadas "guerra contra la subversión" y "guerra
sucia" son en gran medida las responsables de que la
relación entre civiles y militares carezca de
armonía. Profetiza Morales Solá: "La tragedia de
los años setenta está destinada a surgir y
resurgir con formas distintas y conflictos
diferentes, durante la próxima
década."
Aunque parezca una verdad de perogrullo, las fuerzas
armadas son una organización formada fundamentalmente por
militares. Se caracterizan por un ordenamiento jerárquico
estricto, una gran cohesión, un alto acatamiento a las
normas y la
sujeción a mecanismos coercitivos. Estos últimos
pueden ser negativos (penas y sanciones) y positivos (ascensos,
cargos prestigiosos). No hay otra organización con tal
diversidad de conocimientos, complejidad funcional y capacidad de
control
individual. "Para que la profesión lleve a cabo su
función cada uno de sus niveles debe poder ordenar la
obediencia leal e inmediata de los niveles subordinados. La
profesión militar es imposible sin estas relaciones. En
consecuencia, la lealtad y la obediencia son las más altas
virtudes militares." Justamente la obediencia ha sido uno de los
atributos más controvertidos en la relación entre
civiles y militares, pero no sólo en la Argentina. En su
obra más difundida Samuel Huntington sostiene, en
referencia a las fuerzas armadas norteamericanas:
"¿Qué debe hacer el oficial militar si el estadista
le ordena cometer genocidio, exterminar a la población de un territorio ocupado? Para el
oficial esto conduce a una elección entre su propia
conciencia por un
lado, y el bien del Estado más la virtud profesional de la
obediencia por el otro. Como soldado, debe obediencia, como
hombre debe
desobediencia. Excepto en los ejemplos más extremos, es de
esperar que se adhiera a la ética
profesional y obedezca. Sólo en raras ocasiones
estará el militar justificado para seguir los dictados de
su propia conciencia contra
la doble exigencia del bien del Estado y la obediencia
militar."
Pero por otro lado los militares son, también, integrantes
de la sociedad civil. Para el investigador social
brasileño Mario César Flores: "De hecho: los
militares son al mismo tiempo miembros
de las fuerzas y de la sociedad, con deseos, valores,
angustias, dificultades, preferencias y satisfacciones similares
a los de todos los ciudadanos." Lo son pese a que ellos
eligieron, libremente, sacrificar parte de sus derechos civiles para
brindar un servicio de
reglas particulares, y por ello se les concede un fuero especial.
Su actividad se legitima mediante normas y valores,
que consideran superiores y trascendentes, más
explícitos que los en boga en el ámbito civil.
Históricamente, nuestros militares nacieron con la patria
misma. Al decir de Morris Janowitz las fuerzas armadas pueden ser
residuos de tropas coloniales, ejércitos de
liberación nacional o fuerzas formadas después de
la independencia.
Nuestro caso es, sin lugar a dudas, el citado en segundo
término. Tal vez debido a ello que las palabras estirpe,
abolengo, prosapia, alcurnia, suenan agradables a los
oídos de aquellos militares que gustan solazarse en
remotos linajes. Esto guardó coherencia con la realidad
mientras se trataba de la época heroica de la
formación de la argentinidad. Más tarde, con el
decisivo aporte inmigratorio aluvial en el fin del siglo XIX y en
la era de las fuerzas armadas modernas la pertenencia a alguna de
las dos fuerzas significaba un importante mecanismo de ascenso
social para las clases medias y medias bajas. Tal como lo
demuestra José Luis de Imaz en Los que mandan, la
extracción de los oficiales superiores en la primera mitad
del siglo actual, no provenía mayoritariamente a las
llamadas familias tradicionales. Los grupos más
numerosos eran de la clase media dependiente, hijos de italianos
o españoles o descendientes de militares. El devenir
económico argentino, errático y en descenso por
muchos años, no hace pensar que esto haya llevado a una
procedencia mejor, en lo que respecta a estratos
socioeconómicos solamente, ya que este juicio no pone en
duda otras calidades o virtudes.
En lo que hace al papel
histórico-político de las fuerzas armadas
sudamericanas, y por ende las argentinas, ha sido considerado de
varias formas. La explicación cultural, que subraya la
norma autoritaria de los sistemas
políticos latinoamericanos, encuentra importante la
tradición ibérica en las instituciones
militares. Un enfoque más histórico estipula que la
influencia militar se remontaría a las guerras civiles del
siglo XIX, liberadoras de las fuerzas centrífugas del
caudillismo.
Más actuales, algunas vinculan el grado de predominio
militar con el subdesarrollo,
a veces; y otras con el papel de gendarme necesario en la
sumisión a la égida norteamericana. Si bien
establecer si la verdad es una o participa en parte de todas
excede el alcance de este trabajo, no podían dejar de
mencionarse las teorías
sustentadas con mayor frecuencia.
Desde el punto de vista de su organización interna
nuestras Fuerzas Armadas adoptaron el modelo
institucional, muy extendido en el resto de América del
Sur, como consecuencia misma del transcurrir de la historia. Este
modelo tiene
una base espiritual-vocacional que prevalece por sobre lo
material y necesita para que funcione adecuadamente, y en forma
estable, un alto grado de valoración social. Si estas
condiciones no se dan y predomina la indiferencia o directamente
la hostilidad, se corre el riesgo de pasar a
un modelo falsamente ocupacional en el que la variable de
sujeción es la remuneración o los beneficios
sociales. Según la visión de David Bradford: "La
mayoría de las fuerzas armadas del Teatro Sur
cuentan con oficiales y suboficiales inteligentes y dedicados a
su profesión, que son técnicamente diestros, y que
trabajan largas horas voluntariamente en condiciones
difíciles; desean vehementemente el reconocimiento y
sienten que están mal remunerados". Conviene destacar que
el modelo ocupacional es el adoptado por los países
democráticos con mayor nivel de desarrollo.
Naturalmente, para los militares, la violencia es una herramienta
más entre las varias con que cuentan para el cumplimiento
de su misión.
¿Cómo poseer el monopolio
legal del uso de la fuerza y, al
mismo tiempo, no considerar su empleo como un
camino válido? "Y se debe en gran parte al sistema de
socialización de las armas, que toma
al muchacho muy joven, le inculca una formación
específica y le transmite la creencia de que el servicio de
las armas, al
identificar al individuo con el más elevado grado de
patriotismo, lo convierte en depositario de los valores
nacionales."
Mientras mantenga vigencia el
estado-nación, en los países más
avanzados la función primordial de las fuerzas armadas
será la defensa. Para aquellos en vías de
desarrollo o directamente subdesarrollados es probable que,
además de la defensa, sigan vigentes: la
modernización de la sociedad, la integración social y el control
interno. Opina José Luis de Imaz: "…en muchas
sociedades subdesarrolladas, sólo las fuerzas armadas
alcanzan a ser verdaderas instituciones
modernas y con estructura
racional. Lo cierto es que tanto en uno como en otros
países, los roles militares exceden los límites
fijados por las constituciones y reglamentos. La
intervención de los militares, pues, en la
conducción y en los negocios
civiles es uno de los tantos fenómenos sociales
contemporáneos."
Uno de los aspectos menos divulgados, y frecuentemente encubierto
bajo el manto de supuestos privilegios (régimen de
retiros, pensiones militares, etc.), es el de la desigualdad
jurídica de los militares con respecto a otros ciudadanos
y sectores sociales. La Ley 19.101,
específica para las Fuerzas Armadas, estipula en su art.
5º que el militar lo es no por vestir uniforme, como lo
dicen peyorativamente algunos, sino por tener un ordenamiento
legal especial, derivado de la particularidad de su objeto. A
modo de síntesis
se puede citar que el Código
de Justicia
Militar presenta como agravantes durante la comisión de
delitos aspectos
no considerados en la legislación civil: efectuarlos
embriagado (art. 517º), durante actos del servicio, frente a
público, siendo superior, faltando a la palabra, o por
temor (519º). En su art. 528º establece la pena de muerte
y en el art. 476º que debe ejecutarse al reo mediante
fusilamiento. Tal vez no esté de más recordar que
el Código
Penal de la Nación no contempla la pena de
muerte, incluida para unos pocos delitos durante
el gobierno militar de 1976-1983 pero derogada por la ley Nº
21.338. En el ámbito de los derechos electorales, impide
la actividad política partidaria y coarta el derecho de
ser elegido, por el art. 700º.
Pese a lo prescrito en el art. 14º de la Constitución Nacional (1853-1994) no se les
permite sin expresa autorización superior: trabajar y
ejercer toda industria
lícita, peticionar ante las autoridades, transitar y salir
del territorio argentino y publicar sus ideas por la prensa sin
censura previa. Además de la privación de esos
derechos elementales, consagrados para cualquier ciudadano, los
militares también están excluidos de la posibilidad
de agremiarse y de realizar reclamos mediante huelgas (art.
14º bis). La Ley 19.101 ya citada establece también
en el art. 7º que el personal militar
en actividad tiene cercenados sus derechos políticos
activos (ser
elegido). Más modernamente, ya que algunos de los
artículos citados son centenarios, la mayor flexibilidad
otorgada a los afiliados a las obras sociales y la
implantación de las jubilaciones por capitalización
deja también afuera al sector militar.
Finalmente y aunque la comparación pueda resultar
irritante, es un lugar común escuchar que el asesinato de
un periodista es un atentado contra la libertad de
prensa.
Así también, que el de miembros de ciertas
comunidades religiosas constituye un crimen contra la Humanidad.
Luego, no se entiende por qué cuando muere un militar se
dice simplemente que "cumplía con su deber". El sentido
común indica que el deber es servir a la patria, y morir
es una contingencia posible pero no necesariamente inherente,
aunque se esté preparado para ella y se perciba una
retribución por la actividad desempeñada.
Afirma Huntington: "El militar tiende a verse como la
víctima eterna de los mercaderes civiles de la guerra.
Quienes comienzan las guerras son los pueblos, los
políticos, la opinión
pública y los gobiernos. El militar es quien tiene que
ir a luchar. Las fuerzas militares, como tales, no originan las
guerras."
Resulta así de una claridad meridiana que civiles y
militares son distintos. Observa Huntington en su país un
fenómeno que no nos es ajeno: "En nuestra sociedad
el hombre de
negocios puede
disponer de más poder, pero el profesional se hace
acreedor a más respeto. Sin
embargo los especialistas de profesiones técnicas o
científicas y la opinión
pública en general difícilmente consideren al
oficial de la misma forma en que consideran al abogado o al
médico y no le acuerdan al oficial la deferencia que le
conceden a las profesiones civiles." El escritor paraguayo
Augusto Roa Bastos, ganador del premio Cervantes, resalta
similitudes que no siempre tienen correlato con la realidad: "La
carrera de las armas no hace diferentes al ciudadano-soldado y al
ciudadano-civil, salvo en el campo de sus respectivas funciones y de la
práctica de sus profesiones. La carrera de las armas
tampoco crea barreras de clase, no se atribuye privilegios
morales ni materiales,
por lo que es erróneo hablar de clase militar".
Atendiendo ahora a los esquemas mentales, sostiene Pablo
Giussani: "La diferencia entre una comunidad militar
y una comunidad
política radica en que la primera vive en función
de un solo fin estratégico, que por su singularidad no
está sujeto a discusión, mientras que la segunda
tiene delante un amplio abanico de fines posibles que por su
pluralidad son en cambio
discutibles, opinables, susceptibles de ser encarados como
objetos de una elección." La explicación de este
perfil puede encontrarse en que: "Los escritores civiles y
militares parecen estar generalmente de acuerdo en que la
mentalidad militar es disciplinada, rígida, lógica
y científica; y que no es flexible, tolerante, intuitiva
ni emocional. Se piensa también que se opone a la democracia y
que desea organizar a la sociedad sobre la base de la cadena de
mando."
Desde la reinstalación del libre juego
político en 1983 las Fuerzas Armadas se han visto acosadas
por varias razones. Los hechos del pasado cercano se convirtieron
en un lastre difícil de sobrellevar, en particular para
los integrantes más jóvenes que no participaron en
la lucha contra el terrorismo ni tuvieron funciones de
gobierno. Se pensó que al debilitar el factor militar se
fortalecía la democracia,
sin apreciar que la nación en conjunto se hacía
más frágil ante ojos foráneos. En forma
simultánea, la crisis
económica endémica redujo paulatina pero
constantemente su presupuesto y
salarios,
limitando su capacidad funcional, degradando el material,
decayendo el factor moral y
disminuyendo el número de efectivos de sus cuadros.
Partidas cada vez menores desequilibran la proporción
deseable entre gastos
administrativos y gastos
operativos; y sumado a ello las privatizaciones masivas en el
sector
público producen la falsa percepción de que las
Fuerzas Armadas son descomunales, comparadas con el Estado
residual. En el vocabulario coloquial militar el vocablo
"reestructuración" adquirió el significado de
"achicamiento".
Durante los tres períodos de gobierno civil anteriores,
las Fuerzas Armadas han regresado plenamente a la actividad
profesional y han mejorado y ajustado su manera de invertir el
presupuesto
asignado, acomodándose incluso a recortes imprevistos.
Además han ido modificando paulatinamente los esquemas
culturales tradicionales mediante la actualización de los
programas de
estudios en todos sus niveles de formación, la
incorporación de nuevas pautas de selección,
la apertura al medio civil, la concentración de escuelas,
etc.
Durante el gobierno anterior se hizo realidad su empleo como
brazo armado de la política exterior, en especial con la
participación generalizada en misiones de paz bajo el
mandato de las Naciones Unidas,
utilizándolas de manera provechosa para el país y
para ellas mismas.
De acuerdo con lo detallado, las conclusiones que pueden
extraerse son las siguientes:
- "Los militares siempre han ejercido influencia
política más allá del espacio, nunca
totalmente demarcado en ninguna época de ningún
lugar del mundo, que les correspondería según la
perspectiva del profesionalismo clásico; pero, por otro
lado, la actuación militar siempre estuvo influida por
la cultura y el
temperamento nacionales, y por la inspiración recibida
del pueblo, de las instituciones del Estado y de las diferentes
organizaciones sociales." - Los civiles y los militares son y serán
distintos, merced a la necesidad de cumplir estos
últimos, requisitos particulares para el mejor
desenvolvimiento de su actividad. - Las Fuerzas Armadas argentinas de hoy no se parecen
en casi nada a lo que eran hace escasamente década y
media, pero ello no ha bastado para evitar la condena social
cuasi permanente. - Pese a lo mencionado en el punto anterior los
aciertos y errores de la década anterior, según
quien lo analice, impiden que la imagen de neto
corte profesional acorde a su papel real tenga
aceptación y reconocimiento. - Los acontecimientos públicos, en particular
desde la fecha del decreto de los indultos hasta ahora,
pusieron en tela de juicio ante la opinión
pública, no sólo el funcionamiento de las Fuerzas
Armadas sino directamente su supervivencia como uno de los
pilares del Estado. - Los militares están acostumbrados a una vida
de sacrificios, pero sólo si ella se encuentra enmarcada
en un ámbito de igualdad;
haciendo que el balance de derechos y responsabilidades y de
premios y castigos, sea equitativo para toda la
sociedad. - Durante muchos años, tal vez sin merecerlo,
los militares transitaron por las páginas sociales de
los diarios. El prolongado lapso que llevan en las de
policiales produce, especialmente entre los cuadros más
jóvenes, incertidumbre, desasosiego y
preocupación.
3. La relación entre
civiles y militares
La Argentina tuvo una historia de constante
inestabilidad política durante las cuatro décadas
que fueron desde el golpe del treinta hasta comienzos de la
década del setenta. Si bien el fenómeno se debe a
diversas causas coincide, en lo que respecta a las relaciones
entre civiles y militares, con la mutación del poder
militar de grupo de influencia a partido militar. Pero, esa
discontinuidad fue por irrupciones transitorias y no un procedimiento de
acción política, como lo fue hacia fines de la
década citada.
Los hechos que tuvieron lugar en la Argentina a finales de los
‘70, tanto la guerrilla y el terrorismo como la respuesta
militar, no fueron manifestaciones aisladas, sino que se
inscribieron en un ámbito global, que en mayor o en menor
medida afectó a países de Latinoamérica y Europa. Estos
antecedentes son los que llevan a concluir que "Las relaciones
cívico – militares han sido erosionadas en el pasado en
tal magnitud, que hoy día las democracias sudamericanas
carecen de experiencia en problemas de
defensa, considerando a los militares solamente en su posible
capacidad para interrumpir el juego
democrático y no en su capacidad profesional; y han
aislado a las fuerzas armadas de sus procesos de
toma de
decisiones."
Durante esos cuarenta años se produjo un divorcio
paulatino y gradual de los militares con la sociedad. Sus caminos
se volvieron divergentes. Dice Víctor Massuh: "Su
profesionalismo las encerró en sí mismas, las
alejó de la civilidad. Cuando intervienen en la vida civil
no es para confundirse con la población sino para superponerse a ella,
como planos que no se tocan: uno encima del otro. Intervienen en
la vida política para abortar procesos que
estaban en curso eventual de descomposición: justo cuando
el organismo social había creado sus anticuerpos." Las
causas de su intromisión en cada oportunidad fueron tal
vez diferentes. Pero lo que se constituyó en una constante
fue la idea, propia o inducida, de su papel providencial en la
vida nacional. Complementa luego: "En un sistema republicano que
no tiene previsto un mecanismo de preservación de
sí mismo en la eventualidad del caos y la
disolución interna, las Fuerzas Armadas constituyen la
ultima ratio, el supremo recurso de la
salvación. En este rasgo de su grandeza reside,
también, la amenaza de su extravío."
Es evidente que aquella responsabilidad desbordó largamente la
esfera castrense e implicó a un amplio espectro de la
sociedad argentina, incluida una buena parte de quienes ahora
condenan retroactivamente una violencia que, de un modo u otro,
ellos también permitieron. Esa multitud de seres
anónimos que respiró, aliviada y feliz, cuando se
instaló la junta militar, no fue ajena al horror que en
estos días despierta asombro e indignación entre
los jóvenes, y recuerdos que se pretenden olvidar entre
sus padres. Ahora ese pasado es objeto de examen público
gracias a que hay en el país un régimen de libertad y
legalidad, y Fuerzas Armadas dispuestas a reintegrarse a la
sociedad.
Comenta Vargas Llosa: "Esta guerra (N. del A.: los
enfrentamientos de la década del ´70), recordemos,
fue desatada no contra una dictadura
militar, sino contra un régimen civil, nacido de
elecciones, y que, con todos los defectos que tenía – eran
innumerables ya lo sé -, preservaba un cierto pluralismo y
permitía un amplio margen de acción a sus
opositores de derecha y de izquierda, lo que significa que
hubiera podido ser reemplazado pacíficamente, mediante un
proceso
electoral. Su estrategia tuvo
éxito y
los militares, aclamados por una buena parte de los civiles a
quienes el terrorismo tenía aturdidos y aterrados,
salieron de los cuarteles a librar la guerra a la que eran
convocados."
Esa lucha tuvo dos planos que debieron tratarse en forma
separada. El militar, y el político, para el que las armas
no resultaban adecuadas. Sarmiento ya había dicho que "las
ideas no se matan". Además de que ya había alguna
literatura
nacional sobre el asunto. Fue una victoria pírrica en la
que no hubo racionalidad entre los fines perseguidos y los
medios
empleados. "El resultado militar de la contienda, que tuvo un
principio y un fin en el tiempo, correspondió a las
Fuerzas Armadas. Inversamente, el resultado político
favoreció a sus adversarios. Fenómeno éste,
que los vencedores terminaran haciendo el papel de vencidos y los
perdedores ganasen la batalla política después de
muertos, nunca antes visto, cuando menos en el mundo moderno." A
medida que pase el tiempo y las pasiones se moderen, se
podrá analizar con mayor equilibrio el grado de influencia
de las acciones u
omisiones de las Fuerzas Armadas en la afirmación de los
valores que hoy imperan en la sociedad: derechos humanos,
democracia, mercado, etc.
Con las secuelas del marco descrito se desenvuelven hoy las
relaciones entre civiles y militares. Resulta conveniente
analizar también esta relación en el nivel
individual y personal debido a
que la
educación del civil y la del militar son muy
distintas. Dice Augusto Roa Bastos: "La formación del
ciudadano civil tiende al cultivo de su individualidad, en lo que
concierne a su identidad
personal, basada en el derecho a la diferencia, en el disfrute de
la libertad y de sus prerrogativas humanas y sociales". En
cambio, cuando
habla de los militares establece que: "La formación
cultural del soldado profesional es disciplinada, verticalista,
uniformizada en el escalafón de las jerarquías…"
y "El concepto de la
libertad se transforma aquí en la norma de la obediencia
debida al cumplimiento de los objetivos
inherentes a la institución militar: rol orgánico
como institución y neutralidad política."
Hace unos noventa años Mahan ya se había preocupado
por las características de la mentalidad militar:
"El primero (el Estado Militar) encarna las virtudes militares
del poder ordenado institucionalmente: disciplina,
jerarquía, sometimiento y disponibilidad. El principio de
la obediencia es simplemente la expresión de la virtud
militar sobre la que descansan todas las demás." Samuel
Huntington, a su vez, reconoce en las primeras páginas de
"El soldado y el Estado" tres virtudes o características a los militares:
experiencia, responsabilidad y espíritu de cuerpo.
Por ello, cuando militar durante sus gestiones de gobierno quiso
instruir al civil lo hizo con los parámetros
extraídos de su propia formación: disciplina,
jerarquía, valores nacionales y organización;
obteniendo un rotundo fracaso. Al mismo tiempo, en los
períodos de supremacía de la legalidad gubernativa,
el civil quiso educar al militar en: disenso, horizontalidad,
valores democráticos y tolerancia;
situación que tiene hoy un final abierto.
Son mundos distintos. El militar sobrevalora la eficacia y
disfruta en el cumplimiento de los planes. Generalmente ve en
blanco y negro. El civil, en cambio, posee un esquema de
pensamiento no lineal, su organización no siempre es
vertical y ve en una amplia gama de grises. Uno de los errores
más comunes en la relación entre civiles y
militares, por lo tanto, ha sido la práctica de cada uno
de los grupos de proyectar sus propios valores al otro con una
falta tal de proporción que al no encontrarlos convierte a
lo que encuentra en un estereotipo que poco tiene que ver con la
realidad. Así, como el militar no encuentra a un par en el
civil, lo que ve es a un "civilaco". La inversa se da cuando el
civil no encuentra a otro en el militar, lo que ve es un
"milico". Es esta otra exteriorización de la desmesura
criolla. Este fenómeno, que se amplifica debido a la
ausencia de un idioma común, tiene también
fundamento en que la profesión militar es más que
un empleo, es una forma de vida. Por ello no son simplemente
"uniformados", un militar lo es hasta su baja o hasta su muerte,
momentos en que se agota su régimen jurídico.
La falta de comprensión entre dos ciudadanos, uno de ellos
militar en este caso, tiene raíz psicológica.
Explica Jean Maisonneuve: "El automorfismo. Es una forma de
ceguera hacia el otro que no proviene de una carencia afectiva,
sino de una incapacidad para aprehenderlo en lo que tiene de
diferente; encerrado en su subjetividad, el yo proyecta en el
prójimo sus sentimientos y deseos. Es una regresión
aberrante al estado inicial de confusión psíquica,
una especie de identificación centrífuga."
Unir ambos mundos resulta de una dificultad enorme, especialmente
para aquellos funcionarios civiles y militares que combinan
tareas políticas
y de la más alta conducción militar. El riesgo
concreto se
circunscribe a ser mal interpretado por alguno de los
ámbitos o, peor aún, por ambos. Refiriéndose
a un ex Jefe de Estado Mayor del Ejército dice Rosendo
Fraga: "Es – resalta – la imagen del
militar que los civiles quieren ver…" Pero esto se presta a
interpretarlo como lo expresa el abogado José María
Salas en un diario: "Como reflexión sólo puedo
decirle, señor general, que si el mundo de la
política ejerce sobre usted una atracción mayor que
su vocación militar, sea honesto, declárelo
abiertamente y deje su lugar a otros, que sin sus
condicionamientos políticos, logren quizá sacar a
las Fuerzas Armadas de esta lamentable situación en la que
se encuentran."
Un punto insoslayable para analizar en las relaciones entre
civiles y militares es el de las investigaciones
por la desaparición de personas. La cuestión
más importante radica en que la elección del objeto
de la investigación determinó todo el
proceso
posterior. Si se investigan las muertes por botulismo, los
sujetos de la investigación serán las empresas
alimentarias. Si se trata de las muertes en accidentes de
tránsito, lo serán los conductores de
vehículos. En ambos casos quedarán exentos, entre
otros muchos, los zapateros, los canillitas y, por qué no,
los militares. Siguiendo este razonamiento, si se investiga la
desaparición forzada de personas, delito
sólo visto durante el último gobierno de facto,
obligadamente el único grupo a investigar estará
integrado por los miembros de las fuerzas armadas y fuerzas de
seguridad. El
sentimiento de iniquidad que anida entre los militares es
resultante de la falta de intención por parte de los tres
poderes del Estado democrático, de organizaciones no
gubernamentales y de la sociedad en general, para investigar la
violencia en la Argentina en todo el período comprendido
entre 1970 y 1983. Dice La Nación "…seguramente no toma
en cuenta la debilidad que exhibía nuestro sistema
democrático frente al fenómeno del terrorismo,
cuando – por ejemplo – se sancionó en 1973 la
ley de amnistía o cuando se desmanteló el fuero
judicial especial para el terrorismo. Hay pliegues y culpas
distribuidas en la historia
argentina de las que muchos sectores de la sociedad deben
hacer examen de conciencia".
Con posterioridad a la promulgación y derogación de
las leyes de
Obediencia Debida y Punto Final, que tuvieron el efecto, mientras
estuvieron en vigor, de frenar los juicios contra las
jerarquías militares intermedias; se modificó el
objeto de la investigación, la desaparición de
personas, por el de supresión de identidad que
hoy resulta más viable en la Argentina. En la
práctica, con este nuevo giro jurídico, es como si
las leyes citadas
hubieran sido declaradas nulas, ya que se está revisando
nuevamente, y siempre sobre el mismo sector de la sociedad, todo
lo ya juzgado.
En esta nueva era, la era del perdón, se aprecia que
algunas organizaciones o corporaciones o como se las quiera
definir han pedido perdón por sus conductas de
antaño, por presión de
otras. Comenta Norberto Consani: "Vemos así nuevamente la
vieja y desgraciada película protagonizada por los mismos
personajes para los que, si la víctima es amiga, se
están violando los derechos humanos
y si en cambio se trata de un enemigo, todo está bien, se
está haciendo justicia y no
hay violación alguna."
Algunos se arrepienten pero la cosecha es magra. Otros no se
arrepienten y a pesar de ello no generan rechazo. Es decir que se
sigue dando vueltas sobre lo mismo. Una vez más
corresponde verificar si lo que acontece es una inquietud real de
toda la sociedad, o es únicamente la de pequeños
grupos con gran capacidad de movilización. Escribe la
lectora de un matutino: "…no hay muertos de primera y de
segunda, porque la historia contada unilateralmente es mentirosa
y produce la fragmentación de la sociedad, porque los
muertos no pueden ser utilizados política o
ideológicamente sin caer en la indignidad… "Desempolvar
una historia unilateral es poner en peligro la paz."
Una visión monocular de los hechos es uno de los
principales problemas que
se presentan en la relación entre civiles y militares. No
parece haber voluntad, por causas que no se pueden determinar con
precisión, para clausurar esta etapa de la historia y
comenzar a caminar hacia delante en búsqueda de un futuro
compartido. Todo parece ser responsabilidad del último
gobierno militar y que, en esos siete años según la
percepción actual, el país quedó arrasado.
Un análisis sincrónico comparativo de los
últimos gobiernos de facto al otro lado de Los Andes y en
la otra orilla del Plata, demostraría que no hubo
relación directa entre su duración y las soluciones
políticas utilizadas a posteriori. Una causa podría
encontrarse en lo que explica David Bradford sobre el papel de
las fuerzas armadas norteamericanas en cumplimiento de funciones
no específicas: "…y es que aumenta el prestigio de las
fuerzas armadas, algo que no quieren muchos civiles. He
aquí la dicotomía de las relaciones cívico –
militares. Ciertas acciones que
los militares pueden realizar para ayudar a su nación,
incluso pueden mermar el prestigio de las agencias civiles
gubernamentales a menos que los militares formen parte del
esfuerzo de ese gobierno".
Dado que los militares tienen en casi todos los países dos
tipos de relaciones con los civiles: una con el gobierno de
turno, y otra con la opinión pública, la forma en
que un área considera a los militares tiende a reflejarse
en la otra. Es decir, la manera en que el gobierno considera a
sus militares influirá en la opinión
pública; y la forma en que los ciudadanos ven a sus
militares populares, impopulares, necesarios, aislados,
tendrá también su influencia sobre los que toman
decisiones en un país democrático. Si se fija la
imagen del "enemigo del pueblo" encarnada en sus militares,
difícilmente los gobernantes promuevan políticas de
integración, renovación del material
obsoleto y, mucho menos, aumento del presupuesto. "Esta
última consideración ha originado en la
opinión pública una pobre imagen de los militares;
se tiene la tendencia a considerarlos más bien como
"enemigos políticos" antes que "sirvientes de la
nación". Esta última opinión es
retransmitida al gobierno por medio del Congreso y de los
representantes de la Nación, los cuales tienden a reflejar
los sentimientos comunes del pueblo. Una paradoja moderna de la
política sudamericana es que, precisamente en momentos en
que se hacen necesarias más medidas de seguridad frente
a los problemas del narcotráfico y la subversión, las
democracias nacientes sienten un temor paralizante en otorgar
mayor poder o un liderazgo a
los militares de sus propios países."
No es la idea del presente trabajo realizar una apología
de lo actuado por las Fuerzas Armadas, ni mucho menos, exculpar
lo injustificable, pero sí la de dar cierta luz sobre
aspectos tergiversados que provocaron la formación de una
memoria
unilateral que poco favor le hace a la Historia y deforma, por lo
altamente subjetiva, el pensamiento de nuestros jóvenes.
Sostiene el historiador José Carlos Chiaramonte respecto
de las diferentes visiones sobre los años recientes: "Si
estuviéramos hablando de historiadores sería una
manifestación de parcialidad descalificante de la
investigación. La reconstrucción de esos
años tiene que tener en cuenta todo, el terrorismo de
Estado y el de las organizaciones contestatarias." Al exclusivo
objeto de las investigaciones
del período democrático, y al arbitrario lapso
elegido para particularizarlo, cabe agregar la frecuente
utilización de dos argumentos: "único lugar en el
mundo" y "crueldad nunca vista". Se suele sostener que
debió seguirse aquí el ejemplo de Italia luego del
brutal asesinato de Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas. Es
probable que hubiera sido mejor, pero se omite detallar
cómo combatieron y aún hoy reprimen la insurgencia
y el terrorismo ciertos países europeos y de oriente
medio. Así también, cuando de comparaciones se
trata, se pretende hacer aparecer al drama argentino en peor
situación que la vivida por la Unión
Soviética en tiempos de Stalin, la Camboya de Pol Pot y
últimamente a la altura del holocausto judío. Se
reitera que no se defiende lo actuado sino que se pretende un
mínimo de objetividad histórica.
En esta situación las Fuerzas Armadas en general y la
Armada en particular han realizado denodados esfuerzos durante
los últimos años para revertir una imagen demasiado
ligada a la lucha contra la subversión, dos décadas
antes. Centraron su labor en lo profesional con una innumerable
suma de tareas emprendidas con éxito.
No ha servido. Ante el menor asomo del pasado se derrumba todo lo
efectuado. Después de la promulgación de las leyes
de Obediencia Debida y Punto Final y del decreto de los indultos,
después también de la autocrítica de los
jefes de estados mayores, los militares estaban convencidos de
que habían ingresado a un escenario sin estridencias ni
objeciones; pero las Fuerzas Armadas siguen hoy en las primeras
planas de los diarios y ocupan horas de radio y televisión
igual que hace quince años.
Las soluciones
posibles encuentran hoy algunos obstáculos que es
necesario sortear. Uno es de las creencias colectivas que se
forman por la existencia de necesidades comunes y sobre la base
de la uniformidad de la información compartida; las que con el paso
del tiempo devienen en prejuicios que, por su arraigo son de muy
difícil modificación. El caso argentino presentaba,
por un lado, la condición de mantener inerme al poder
militar hasta que el contrato social
entre los ciudadanos tuviera a la Constitución como
documento fundacional. Por el otro, una prédica
antimilitar, persistente y jamás desmentida que
probablemente haya producido efectos morales negativos para las
Fuerzas Armadas. Estos hechos generaron una memoria social
que ha tomado de la realidad selectivamente algunos recuerdos.
Jorge Gottling considera: "Ninguna civilización hubiera
sido posible si no hubieran funcionado el perdón y el
olvido, si no se hubiesen condonado los estragos del pasado."
Así debe ser ya que tanto la sociedad norteamericana del
siglo XIX como la española del actual han podido
sobrellevar las consecuencias de cruentas guerras civiles que
dejaron miles y cientos de miles de muertos.
Otra de las causas que conspira contra la mentada
reinserción de las Fuerzas Armadas en la sociedad es la
falta de percepción de una amenaza externa por parte de
ella. Actuaría como incentivo, cumpliría los
objetivos de garantizar su existencia, implícitamente
cuestionada, y serviría para aumentar la cohesión
social. Si el riesgo no está presente o no es palpable
para el común de la gente, el gasto en defensa se hace
difícil de fundar, más aún si otros sectores
se encuentran en dificultades. La sociedad en general no quiere
oír hablar de hipótesis de conflicto pese
a que en países hermanos en vías de
integración aún tienen plena vigencia, de la misma
manera según los hechos, que para la potencia que
ocupa las islas
Malvinas. A ello se suma que comunidad no se siente
identificada con los efectivos militares que se desempeñan
en el exterior defendiendo intereses que consideran ajenos. Con
esos límites,
¿para qué sirven las Fuerzas Armadas? Este es
aquí un debate
pendiente. Debate por el que transitaron otros países,
entre ellos Canadá y Estados Unidos.
Dice Samuel Huntington: "Previamente la cuestión principal
era: ¿cuál es el esquema de relaciones civil –
militar es más compatible con los valores
democráticos liberales norteamericanos? Ahora (N. del A.:
fines del '50) eso ha sido reemplazado por un problema más
importante: ¿qué modo de relación
cívico – militar conservará mejor la seguridad de
la nación norteamericana ?"
Para ser creíbles como elemento disuasivo, es necesario
que las Fuerzas Armadas estén modernamente equipadas, que
sus cuadros se encuentren adecuadamente preparados y,
fundamentalmente, cuenten con el respaldo y el apoyo de sus
connacionales.
Es en el área educación en la que
se debe seguir trabajando, reconociéndose que se ha hecho
ya mucho, y en la que se debe persistir a fin de romper la
artificial contraposición civil – militar, polaridad que
dificulta encontrar un camino de reconciliación.
Además, y aquí la voluntad política vuelve a
ser fundamental, cabría investigar qué programas y
qué bibliografía hoy en uso tienen contenidos
que se oponen al apaciguamiento de los espíritus y
propenden a mantener un estado de latente beligerancia. Es decir,
algo similar a lo que realiza hoy la Comisión Romero –
Garretón respecto a los temas de la educación en
Argentina y Chile, que
dificultan su integración.
Especialmente debe despolitizarse la educación la de los
adolescentes.
Ya tendrán tiempo de hacer política partidaria en
etapas posteriores y, si está en la naturaleza humana
adquirir prejuicios, que eso se produzca los más tarde
posible. No seamos los adultos los transmisores de prejuicios.
Resulta conveniente resaltar que: "Por un lado tenemos la
historia pura y por el otro la utilización política
de esa historia. Hay casi una necesidad de la política de
nutrirse en una interpretación de la historia. El problema
es que muchas veces esa interpretación se acomoda a los
intereses políticos. Eso va en detrimento de la historia
pura y muchas veces la deforma." Cuando una generación
completa se haya formado en la idea de una represión
salvaje e indiscriminada contra jóvenes idealistas e
indefensos, el divorcio de la
sociedad con las Fuerzas Armadas será total; ya que: "Las
creencias son muy difíciles de erradicar o alterar. A
menudo las personas prefieren mantener una creencia y no aceptar
la evidencia de sus sentidos. El conflicto surge cuando un
sistema de creencias cree que los valores que de él se
desprenden deben ser aplicados en todas partes y adopta como
misión
hacer que esto suceda".
Los arrepentimientos públicos de obispos y jefes militares
son positivos, sin duda, pero ellos no garantizan un cambio
general y profundo a menos que esas exhibiciones sean
acompañadas por una forma de conciencia colectiva que
indique que aquellos horrores que hoy día salen a la luz
pública fueron un efecto, la inevitable consecuencia de
una tragedia mayor: la desaparición del régimen
civil y representativo, basado en la ley, en las reglas de juego
civilizado de las elecciones y el equilibrio de poderes, y su
sustitución por un régimen autoritario sustentado
en la fuerza y que ello fue una responsabilidad de toda la
sociedad. "La reconciliación de los argentinos sólo
será posible si se acepta que existieron responsabilidades
compartidas por los desgraciados sucesos que sumergieron al
país en una despiadada lucha fratricida".
Ya se ha dicho que falta una autocrítica generalizada.
Solamente a partir del reconocimiento de los errores cometidos,
por acción u omisión, se podrá avanzar como
una sociedad integrada. Es en ese sentido en el que adquieren su
real dimensión las palabras de un arzobispo: "Y aunque
duela, la Junta Militar no obró sola, sino que
contó con la complicidad de amplios sectores de la
sociedad argentina. En ese clima, la
sociedad argentina no tuvo agallas para oponerse a la
represión".
Los medios de
comunicación deben entender que, aparte de ser el nexo
entre la realidad y el público, pueden aumentar o
disminuir la intensidad de sus efectos de modo tal que la
preferencia del público se produzca por la calidad de su
información y no por su sensacionalismo.
Dice el historiador Eric Hobsbawm, citado por Osvaldo Tcherkaski:
"…en los bordes del cientificismo: llama a no desatender la
compleja relación entre la investigación
histórica y la opinión pública, entre el
juicio histórico y el político, entre la
pasión y la neutralidad científica, si es que
existe". Desgraciadamente, y no sólo con las Fuerzas
Armadas, se ha fomentado la condena por certeza social,
independientemente de lo que se tramite en las instancias
judiciales correspondientes.
En síntesis, se hace necesario desarmar, pieza por pieza,
el tramado que no permite hoy un funcionamiento armónico.
Es lo que Edward De Bono denomina con el neologismo
"de-conflicción". Conflicción sería
establecer, estimular y promover el conflicto. Y por ende la
de-conflicción sería la disipación o
eliminación de los fundamentos de los conflictos. "Si
pensáramos en un sentido mas restringido de la
noción de conflicto podríamos decir que conflicto
es un choque de creencias o valores o intereses o direcciones. En
este caso la conflicción estaría ligada a todo
aquello que precede a ese choque pero no en una espontaneidad del
mismo sino a un proceso deliberado en el que se construye el
conflicto. La de-conflicción sería la tarea de
desarticulación de los elementos precedentes (fundamentos
incluidos) que generan el choque para derivarlos, ya no a una
negociación o acuerdo o resolución,
sino a un proyecto que
trasciende hacia una alternativa o perspectiva nueva y diferente.
Son precisamente los proyectos comunes
la mejor manera de resolver los conflictos."
Las conclusiones parciales que pueden extraerse son:
- La sociedad no termina de asumir su responsabilidad
en el pasado, probablemente porque no hubo una guerra civil
generalizada sino una prolongada puja entre sectores matizada
con chispazos de violencia. - Los esquemas mentales del civil y del militar son
diferentes debido a su formación y ámbito de
trabajo. Pese a ello deberían ser perfectamente
complementarios tanto cuando trabajan en sus respectivas
áreas como cuando por imperio de las circunstancias
confluyen en tiempo y espacio para bien de la
sociedad. - No se ha hecho todo lo posible para unir a la
sociedad. La ancestral tendencia argentina al divisionismo
encontró su apogeo en lo acontecido en las tres
décadas precedentes. Son los representantes del pueblo
los que deberán crear las condiciones para que el
conflicto se reduzca, apelando al mal menor y en
búsqueda del interés
general. - Se reconoce en la década del '70 a la
principal fuente de desacuerdos entre civiles y militares.
Solamente un análisis desapasionado de lo sucedido, una
autocrítica generalizada, una difusión veraz de
los hechos y una férrea voluntad para clausurar una
etapa nefasta, permitirá salir de la parálisis.
Dice Félix Luna refiriéndose a los conflictos y
armonías en la historia argentina que: "Y luego viene la
otra serie (N. del A.: luego de acatar la voluntad del pueblo):
la de los pactos, los acuerdos, las conciliaciones, las
alianzas. Eso, que se instrumenta de diversas maneras, consiste
básicamente en declinar un poco las posiciones propias,
los compromisos propios, para arreglar situaciones que de otra
forma podrían hacerse incontrolables." - La educación y las acciones y omisiones de los
medios
masivos de comunicación tienen gran importancia para
desarmar el conflicto. "Quienes miran el pasado con un criterio
unilateral o con espíritu sectario conspiran contra toda
posibilidad de reconciliación e impiden que el
país pueda cerrar las heridas abiertas por el odio
fratricida y la violencia". - La sociedad llana y sus dirigentes deben decidir si
quieren tener o no fuerzas armadas, como sí las tienen
el 98 % de los países del mundo; y luego de ello,
asignarle un papel y un presupuesto acorde a la misión
que les fije.
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