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De civiles y militares



Partes: 1, 2

     

    Indice
    1.
    Introducción

    2. Las fuerzas armadas
    3. La relación entre civiles y
    militares

    4. Epilogo
    5. Esfuerzos y
    actividades

    6.
    Bibliografía

    1.
    Introducción

    "Formar parte de la sociedad es un
    fastidio, pero estar excluido de ella es una tragedia."
    Oscar Wilde
    Hay dos ejes principales en la historia americana en los
    siguientes trescientos años al Descubrimiento: el de la
    cruz y el de la espada. Con esto queremos decir que tanto la
    actividad religiosa como la función
    militar resultaron fundamentales para que América, sajona o latina, sea hoy lo que
    es. En este aspecto tampoco la historia de la Argentina fue una
    excepción. Sostienen Floria y García Belsunce: "El
    papel de los
    militares en la sociedad argentina, o, si
    se quiere, las relaciones entre la sociedad civil y
    la sociedad militar no son comprensibles si no se examinan los
    antecedentes históricos del tema y los distintos momentos
    de esa relación."
    Siguiendo este razonamiento, conviene empezar ratificando que
    fue, entre otros, un problema externo el que puso la piedra
    fundamental al poder militar
    local. A la Reconquista y a la Defensa contra el invasor inglés
    entre 1806 y 1807 le sucedió la creación de las
    milicias locales. Poco más tarde varios militares
    integraron la Primera Junta de gobierno y fue
    justamente ella la que promovió luego la
    reorganización de los primitivos cuerpos militares. Fueron
    expediciones militares al Paraguay y al
    Alto Perú las que llevaron la llama emancipadora. Fueron
    nuestros militares los que protegieron de los realistas el norte
    y marinos los que frenaron a los godos en el Río de la
    Plata, permitiendo que otros militares reprodujeran la
    campaña de Aníbal dos mil años más
    tarde. También fueron militares los que prestaron su
    espada a los caudillos durante las guerras
    civiles, contra el imperio del Brasil luego y
    enfrentando a la coalición anglo-francesa al promediar el
    siglo XIX. La consolidación de un estado
    argentino unificado en 1862 estuvo acompañada por la
    formación de fuerzas armadas nacionales primero y
    paulatinamente profesionalizadas después. Terminadas las
    nuevas rebeliones interiores y la guerra contra
    el Paraguay, el
    siguiente mojón fue la conquista del desierto hacia 1870,
    que tuvo su esfuerzo marítimo en la expedición a
    Santa Cruz por parte del Comodoro Py en 1874.
    Hasta aquí la formación militar quedaba supeditada
    a lo que aconteciera en los campos de batalla. Pocos, San
    Martín el más prominente de ellos, habían
    recibido adiestramiento en
    escuelas o institutos militares. Se terminaron los tiempos
    heroicos y al mismo tiempo se fue
    produciendo paulatinamente la separación de la
    institución militar de las otras que formaban la sociedad.
    Hasta entonces cualquier ciudadano se vestía de uniforme
    para pelear donde hiciera falta y luego regresaba a la vida civil
    llana o a la política, como en la
    Grecia de
    Tucídides. La antigüedad tenía un valor
    incidental, enfrentada con lo verdaderamente significativo: la
    experiencia, las cicatrices y la sangre derramada
    en campos sin cuenta. Quedaba atrás la época de
    generales de poco más de treinta años, con sus
    galones ganados en campaña.
    Esta participación militar se debió a un devenir
    enhebrado en las diversas dicotomías que marcaron nuestra
    historia: monopolio y
    librecambio, interior y capital,
    centralismo y
    federalismo,
    liberalismo y
    tradicionalismo, civilización y barbarie, etc. Esta
    percepción ya es materia de
    estudio para María Esther de Miguel: "Nuestro país
    viene del caos de la colonización, que es un conglomerado
    de errores con algunos aciertos. Ya desde el momento en que se
    creyó que venían a descubrir América…cuando América ya
    existía. Y de las dicotomías históricas que
    aún existen. Federales contra unitarios, Boinas Coloradas
    contra Boinas Blancas, Peronistas contra Radicales. Y así
    seguimos…"

    Luego de la consolidación de la nación
    en el ´80, nuestro más largo período de
    vigencia constitucional finalizó abruptamente en setiembre
    de 1930. Cuando se analiza esta revolución, se destaca que ese fue el
    comienzo de la decadencia argentina y la primera
    interrupción de la legalidad constitucional. Lo que no se
    menciona es que "El golpe tuvo tres causas principales: las
    deficiencias del sistema
    democrático, el ascenso del militarismo y el estallido de
    la depresión
    económica mundial".
    Posteriormente las asonadas militares, alternadas con los
    gobiernos civiles se fueron acelerando en forma tan gradual como
    inexorable: del '30 al '43 transcurrieron trece años, del
    '43 al '55, doce, del '55 al '66, tan sólo once. Del '66
    al '76 habría sólo diez. Dicen Floria y
    García Belsunce "Examinar la historia de una cultura de la
    violencia, de
    un ámbito perverso, que capturó a la sociedad
    argentina, dividida por elitismos militares, civiles y militantes
    de signos encontrados…" "…es tarea polémica y
    difícil para el historiador, pero también para el
    científico social de toda disciplina, y
    para la gente".
    No está a nuestro alcance esclarecer el origen de algunos
    vicios de nuestra historia, pero sí exponerlos. Uno es el
    acartonamiento, plagado de héroes de mármol y
    bronce que hablaban mediante sentencias y juicios
    poéticos. Otro es el del destino de grandeza que tiene
    preparada nuestra Argentina, por el simple hecho de merecerlo. Un
    tercero es el de cierta visión maniquea o
    interpretación bipolar, de buenos y malos, negros y
    blancos, sin matices. En ese orden, si Urquiza es un patriota, a
    Rosas no le queda
    más que ser un tirano. Pero si el patriota es Rosas, Urquiza es
    un traidor. Esa lógica
    binaria y esa falta de equilibrio
    conspiraron netamente contra la tolerancia, la
    empatía, el altruismo y la negociación. ¿Puede extrañar
    a alguien que aquellos que fueron educados así no sean
    más propensos a la violencia y al
    autoritarismo que otras sociedades?
    Dice Rosendo Fraga: "Nuestra vivencia política era
    distinta, era vida o muerte,
    conservadores y radicales, peronismo y
    antiperonismo." La historia
    argentina, también, es rica en ejemplos de
    simplificaciones. Se trata de encuadrar casi todo en dos
    dimensiones, a pesar de que la realidad siempre es más
    intrincada y profunda. Este recurso ayuda a no pensar y
    contribuye a la alineación automática, como en el
    fútbol o en el tenis. Las escalas de grises y los
    caracteres complejos obligan a una reflexión o análisis del que casi siempre se huye.
    Sería necio, y hasta cobarde, avanzar en este análisis eludiendo la década del
    setenta. ¿Cómo mencionarla de una manera
    aséptica y neutra? Una forma podría ser
    estableciendo que la Argentina no era una isla y que el mundo se
    hallaba dividido en ideologías antagónicas que
    pugnaban por prevalecer, y que si bien ellas evitaron una
    conflagración a escala
    planetaria, se habían multiplicado los conflictos
    regionales en los que las guerras de
    liberación ocupaban el centro de la escena. Afuera, y
    también adentro, existía una gran
    movilización y participación política,
    especialmente por parte de los jóvenes y de los
    intelectuales.
    Entre nosotros la conjunción de una etapa de gran
    efervescencia ideológica y la existencia de un gobierno de facto
    fue fatal, habida cuenta de una historia reciente plagada de
    desencuentros. Un comentario editorial de La Nación
    detalla respecto del terrorismo
    urbano en el Cono Sur: "Su expansión y grado de violencia
    llevó a poner en riesgo las
    estructuras
    del Estado y
    superó a las fuerzas convencionales. Las fuerzas armadas
    tomaron en sus manos la represión motu proprio o
    convocados por el poder civil".
    Sostiene José Luis Romero: "¿Qué
    distinguió a la guerrilla argentina de sus
    congéneres latinoamericanos? No fue su duración, ni
    tampoco su eficacia militar,
    sino su peculiar manera de insertarse en una sociedad
    intensamente movilizada, captar su tono profundo e imprimirle una
    orientación precisa y catastrófica. Porque es
    imposible entender a nuestras organizaciones
    guerrilleras ajenas al ámbito de esa primavera de los
    pueblos de fines de los sesenta, cuando la sociedad entera
    entró en estado de revolución: imaginó una
    utopía y se convenció de que bastaba la voluntad
    para realizarla." Pero en el caso argentino, el conflicto
    ético generado por el terrorismo y
    la represión produjo consecuencias sociales más
    profundas que en otras sociedades
    más acostumbradas a convivir cotidianamente con la
    violencia y menos identificadas con los valores
    del mundo desarrollado. La Argentina hizo frente a un
    fenómeno de violencia de tipo latinoamericano, siendo una
    sociedad con valores
    culturales europeos.

    Al promediar la década, la respuesta militar a lo que se
    percibió como un caos generalizado no se hizo esperar.
    "Hacia 1975 el golpismo no era tema exclusivo de la derecha o la
    izquierda. Era tema aceptado por la derecha, el centro y la
    izquierda, con argumentos objetivos y
    diversos, y anunciado por el periodismo .
    La sociedad civil
    estaba con las defensas bajas." Afirma Torcuato Di Tella: "Al
    iniciarse el nuevo régimen militar la mayor parte de la
    opinión conservadora, de los círculos empresarios y
    aún de la clase media del país dieron su apoyo, al
    menos pasivo. En general consideraban que el terrorismo de Estado
    era necesario para evitar una alternativa revolucionaria que
    hubiera tomado, de llegar al poder, medidas radicalmente
    expropiatorias." Hasta autores como Rouquié que
    sólo desean una América
    Latina "revolucionaria o épica" debieron admitir que
    en marzo de 1976 "…el vacío de poder, la
    descomposición del peronismo oficial
    y el caos económico conforman un marco de violencia
    política ante la cual el ejército no podía
    permanecer indiferente."
    Se ingresó decididamente en una de las etapas
    históricas que merecen un análisis agudo y
    descarnado para que, aceptadas por la sociedad sus propias
    limitaciones, se convierta en un verdadero punto de
    inflexión. Nuevamente Floria y García Belsunce
    afirman: "Los argentinos entraron en una situación
    circular y perversa en la que la violencia se justificaba si era
    de los amigos o aliados, y se escarnecía si era de los
    enemigos o de los adversarios. Actores privilegiados de
    más de una década, militares y guerrilleros fueron
    marginando a la Argentina institucional…"
    No es ocioso señalar que se juzga ahora, a la luz del cuerpo
    legal emanado de las Convenciones de Ginebra, sus Protocolos
    Adicionales y del Pacto de San José de Costa Rica , la
    ética y
    humanidad de esta guerra
    fratricida. Dicha legislación, que se consolidó
    entre 1977 y 1978, lo hizo en el marco de la lucha armada interna
    y generalizada en varios países iberoamericanos. En ella
    intervinieron sus fuerzas armadas en completa inconsciencia de su
    propia ignorancia, especialmente por parte de sus cuadros
    más jóvenes e inexpertos. Antonio Gramsci dice al
    respecto: "Creer que se puede contraponer a la actividad ilegal
    privada otra actividad similar, es decir, combatir el escuadrismo
    con el escuadrismo es una necedad…", aunque agrega más
    adelante: "La verdad es que no se puede escoger la forma de
    guerra que se quiere…" El comentario editorial ya citado
    describe también que "Los excesos ocurridos en la lucha
    antisubversiva suelen ser vistos como contravalores morales
    enraizados previamente en las fuerzas armadas, pero no en todos
    los casos fue así. A veces obedecieron a las dificultades
    que surgen cuando se combate a un enemigo numeroso pero no
    uniformado, con organización celular y clandestina, que se
    infiltra, secuestra y hasta asesina rápidamente. Por
    supuesto nadie puede justificar los crímenes perpetrados
    como parte de la acción represiva contra las organizaciones
    extremistas, pero no todos los sectores de la institución
    militar fueron responsables de esos extravíos".
    Cuando el peligro pasó la sociedad lo eliminó de
    la memoria
    colectiva: "Como el proyecto
    subversivo fracasó y se hundió en un baño de
    sangre , es
    muy común, aún entre quienes en el momento
    simpatizaron con él, considerar la posibilidad que no
    existió, que fue una locura embarcarse en él."
    Finalmente, la rueda de la Historia había dado una nueva
    vuelta y el gobierno militar abandonó el poder siete
    años más tarde casi por las mismas causas por las
    cuales lo había tomado: desgobierno, desprestigio y
    crisis
    económica.
    Devuelto el poder al pueblo en 1983 llegó para los
    militares el momento de rendir cuentas respecto
    de esta etapa, cuando la pasión por los acontecimientos
    vividos aún aceleraba los corazones. Así fue que
    entre juicios, alzamientos e indultos se llegó al fin del
    milenio. Bartolomé de Vedia comenta: "…en la Argentina
    las amnistías, formales o solapadas, sirvieron para muy
    poco. Tuvimos amnistías declaradas, como la de mayo de
    1973, y amnistías encubiertas, como las de punto final y
    obediencia debida. Ni unas ni otras trajeron paz a los
    espíritus."
    A modo de resumen parcial, podemos afirmar que:

    • Los militares son fundacionales en la sociedad
      argentina precediéndola, inclusive, en el caso
      particular del Ejército.
    • Durante un largo período, no hubo gran
      diferenciación entre ser civil y ser militar. Era
      sólo una cuestión de oportunidad o de necesidad.
      Tampoco había dos esferas separadas una civil y otra
      militar; ya que nada se hacía sin los militares ni en su
      contra.
    • Fue una actividad prestigiosa en la que el
      único capital
      acumulado, luego de una vida de sacrificios y sinsabores,
      estaba fundado en la fama adquirida y la consideración
      social.
    • Con el desarrollo
      de la vida política el factor militar
      desempeñó diversos roles entre los que se
      destacan los de grupo de
      interés y grupo de
      presión;
      y finalmente, según Rouquié, como partido
      militar.
    • Su influencia sociocultural ha sido tal que puede
      sostenerse sin dudas la existencia de una tradición
      militar. Fueron socios, a veces difíciles, de los
      sectores sociales que estaban ora en el poder ora en la
      oposición.
    • Se tiene la percepción de que la sociedad argentina
      promueve aquellos elementos que la dividen más que
      aquellos que le sirven de unión, y es muy permeable a la
      polarización. Esa preferencia argentina por las
      dicotomías fue ganando en dramatismo con peronistas y
      antiperonistas, azules y colorados, para coronarse finalmente
      con civiles y militares.
    • Durante el medio siglo transcurrido entre 1930 y 1976
      se sucedieron seis golpes militares debido a que la Argentina
      no tuvo un sistema
      institucional estable y las fuerzas políticas no siempre se mostraron capaces
      de combinar representación popular con capacidad de
      gobierno.
    • Hubo diferentes formas de intervención
      militar: presiones, planteos, rebeliones y golpes ante la
      apreciación de distintos incentivos:
      dictaduras, corrupción, ineficacia civil, caos, etc.
      Esto dio lugar, luego, a la atribución de diferentes
      tipos de legitimidades; en especial las de ejercicio y de
      fines; que de todas maneras no justifican las recurrentes
      violaciones a la Constitución.
    • Desde el punto de vista económico se acepta ya
      que sus intervenciones modificaron el sentido de las
      transferencias entre sectores, con la función
      de revertir las corrientes dando cierto equilibrio
      al sistema en el largo plazo.
    • En la práctica, ningún gobierno
      depuesto fue defendido por el pueblo con vehemencia y
      pasión, permitiendo que las asonadas se produjeran la
      mayoría de las veces más con demostraciones de
      fuerza que
      con derramamiento de sangre.
    • Estudiar el pensamiento
      ideológico y político de los grupos
      guerrilleros y terroristas resulta muy complejo debido al
      empleo de
      razonamientos fuertemente reduccionistas, frecuentemente
      simplificados de lecturas incompletas y finalmente por la
      tendencia a justificar con principios
      hechos que se realizaron por fines meramente prácticos.
      En parte por ello es que Floria y García Belsunce
      sostienen: "El pensamiento
      guerrillero no es de fácil
      explicación".
    • Esta síntesis
      de los principales acontecimientos entre 1970 y 2000 puede
      parecer mezquina desde el punto de vista temático pero
      nadie está en posición de negar que las
      denominadas "guerra contra la subversión" y "guerra
      sucia" son en gran medida las responsables de que la
      relación entre civiles y militares carezca de
      armonía. Profetiza Morales Solá: "La tragedia de
      los años setenta está destinada a surgir y
      resurgir con formas distintas y conflictos
      diferentes, durante la próxima
      década."

    2. Las fuerzas
    armadas

    Aunque parezca una verdad de perogrullo, las fuerzas
    armadas son una organización formada fundamentalmente por
    militares. Se caracterizan por un ordenamiento jerárquico
    estricto, una gran cohesión, un alto acatamiento a las
    normas y la
    sujeción a mecanismos coercitivos. Estos últimos
    pueden ser negativos (penas y sanciones) y positivos (ascensos,
    cargos prestigiosos). No hay otra organización con tal
    diversidad de conocimientos, complejidad funcional y capacidad de
    control
    individual. "Para que la profesión lleve a cabo su
    función cada uno de sus niveles debe poder ordenar la
    obediencia leal e inmediata de los niveles subordinados. La
    profesión militar es imposible sin estas relaciones. En
    consecuencia, la lealtad y la obediencia son las más altas
    virtudes militares." Justamente la obediencia ha sido uno de los
    atributos más controvertidos en la relación entre
    civiles y militares, pero no sólo en la Argentina. En su
    obra más difundida Samuel Huntington sostiene, en
    referencia a las fuerzas armadas norteamericanas:
    "¿Qué debe hacer el oficial militar si el estadista
    le ordena cometer genocidio, exterminar a la población de un territorio ocupado? Para el
    oficial esto conduce a una elección entre su propia
    conciencia por un
    lado, y el bien del Estado más la virtud profesional de la
    obediencia por el otro. Como soldado, debe obediencia, como
    hombre debe
    desobediencia. Excepto en los ejemplos más extremos, es de
    esperar que se adhiera a la ética
    profesional y obedezca. Sólo en raras ocasiones
    estará el militar justificado para seguir los dictados de
    su propia conciencia contra
    la doble exigencia del bien del Estado y la obediencia
    militar."
    Pero por otro lado los militares son, también, integrantes
    de la sociedad civil. Para el investigador social
    brasileño Mario César Flores: "De hecho: los
    militares son al mismo tiempo miembros
    de las fuerzas y de la sociedad, con deseos, valores,
    angustias, dificultades, preferencias y satisfacciones similares
    a los de todos los ciudadanos." Lo son pese a que ellos
    eligieron, libremente, sacrificar parte de sus derechos civiles para
    brindar un servicio de
    reglas particulares, y por ello se les concede un fuero especial.
    Su actividad se legitima mediante normas y valores,
    que consideran superiores y trascendentes, más
    explícitos que los en boga en el ámbito civil.
    Históricamente, nuestros militares nacieron con la patria
    misma. Al decir de Morris Janowitz las fuerzas armadas pueden ser
    residuos de tropas coloniales, ejércitos de
    liberación nacional o fuerzas formadas después de
    la independencia.
    Nuestro caso es, sin lugar a dudas, el citado en segundo
    término. Tal vez debido a ello que las palabras estirpe,
    abolengo, prosapia, alcurnia, suenan agradables a los
    oídos de aquellos militares que gustan solazarse en
    remotos linajes. Esto guardó coherencia con la realidad
    mientras se trataba de la época heroica de la
    formación de la argentinidad. Más tarde, con el
    decisivo aporte inmigratorio aluvial en el fin del siglo XIX y en
    la era de las fuerzas armadas modernas la pertenencia a alguna de
    las dos fuerzas significaba un importante mecanismo de ascenso
    social para las clases medias y medias bajas. Tal como lo
    demuestra José Luis de Imaz en Los que mandan, la
    extracción de los oficiales superiores en la primera mitad
    del siglo actual, no provenía mayoritariamente a las
    llamadas familias tradicionales. Los grupos más
    numerosos eran de la clase media dependiente, hijos de italianos
    o españoles o descendientes de militares. El devenir
    económico argentino, errático y en descenso por
    muchos años, no hace pensar que esto haya llevado a una
    procedencia mejor, en lo que respecta a estratos
    socioeconómicos solamente, ya que este juicio no pone en
    duda otras calidades o virtudes.
    En lo que hace al papel
    histórico-político de las fuerzas armadas
    sudamericanas, y por ende las argentinas, ha sido considerado de
    varias formas. La explicación cultural, que subraya la
    norma autoritaria de los sistemas
    políticos latinoamericanos, encuentra importante la
    tradición ibérica en las instituciones
    militares. Un enfoque más histórico estipula que la
    influencia militar se remontaría a las guerras civiles del
    siglo XIX, liberadoras de las fuerzas centrífugas del
    caudillismo.
    Más actuales, algunas vinculan el grado de predominio
    militar con el subdesarrollo,
    a veces; y otras con el papel de gendarme necesario en la
    sumisión a la égida norteamericana. Si bien
    establecer si la verdad es una o participa en parte de todas
    excede el alcance de este trabajo, no podían dejar de
    mencionarse las teorías
    sustentadas con mayor frecuencia.
    Desde el punto de vista de su organización interna
    nuestras Fuerzas Armadas adoptaron el modelo
    institucional, muy extendido en el resto de América del
    Sur, como consecuencia misma del transcurrir de la historia. Este
    modelo tiene
    una base espiritual-vocacional que prevalece por sobre lo
    material y necesita para que funcione adecuadamente, y en forma
    estable, un alto grado de valoración social. Si estas
    condiciones no se dan y predomina la indiferencia o directamente
    la hostilidad, se corre el riesgo de pasar a
    un modelo falsamente ocupacional en el que la variable de
    sujeción es la remuneración o los beneficios
    sociales. Según la visión de David Bradford: "La
    mayoría de las fuerzas armadas del Teatro Sur
    cuentan con oficiales y suboficiales inteligentes y dedicados a
    su profesión, que son técnicamente diestros, y que
    trabajan largas horas voluntariamente en condiciones
    difíciles; desean vehementemente el reconocimiento y
    sienten que están mal remunerados". Conviene destacar que
    el modelo ocupacional es el adoptado por los países
    democráticos con mayor nivel de desarrollo.
    Naturalmente, para los militares, la violencia es una herramienta
    más entre las varias con que cuentan para el cumplimiento
    de su misión.
    ¿Cómo poseer el monopolio
    legal del uso de la fuerza y, al
    mismo tiempo, no considerar su empleo como un
    camino válido? "Y se debe en gran parte al sistema de
    socialización de las armas, que toma
    al muchacho muy joven, le inculca una formación
    específica y le transmite la creencia de que el servicio de
    las armas, al
    identificar al individuo con el más elevado grado de
    patriotismo, lo convierte en depositario de los valores
    nacionales."
    Mientras mantenga vigencia el
    estado-nación, en los países más
    avanzados la función primordial de las fuerzas armadas
    será la defensa. Para aquellos en vías de
    desarrollo o directamente subdesarrollados es probable que,
    además de la defensa, sigan vigentes: la
    modernización de la sociedad, la integración social y el control
    interno. Opina José Luis de Imaz: "…en muchas
    sociedades subdesarrolladas, sólo las fuerzas armadas
    alcanzan a ser verdaderas instituciones
    modernas y con estructura
    racional. Lo cierto es que tanto en uno como en otros
    países, los roles militares exceden los límites
    fijados por las constituciones y reglamentos. La
    intervención de los militares, pues, en la
    conducción y en los negocios
    civiles es uno de los tantos fenómenos sociales
    contemporáneos."
    Uno de los aspectos menos divulgados, y frecuentemente encubierto
    bajo el manto de supuestos privilegios (régimen de
    retiros, pensiones militares, etc.), es el de la desigualdad
    jurídica de los militares con respecto a otros ciudadanos
    y sectores sociales. La Ley 19.101,
    específica para las Fuerzas Armadas, estipula en su art.
    5º que el militar lo es no por vestir uniforme, como lo
    dicen peyorativamente algunos, sino por tener un ordenamiento
    legal especial, derivado de la particularidad de su objeto. A
    modo de síntesis
    se puede citar que el Código
    de Justicia
    Militar presenta como agravantes durante la comisión de
    delitos aspectos
    no considerados en la legislación civil: efectuarlos
    embriagado (art. 517º), durante actos del servicio, frente a
    público, siendo superior, faltando a la palabra, o por
    temor (519º). En su art. 528º establece la pena de muerte
    y en el art. 476º que debe ejecutarse al reo mediante
    fusilamiento. Tal vez no esté de más recordar que
    el Código
    Penal de la Nación no contempla la pena de
    muerte, incluida para unos pocos delitos durante
    el gobierno militar de 1976-1983 pero derogada por la ley Nº
    21.338. En el ámbito de los derechos electorales, impide
    la actividad política partidaria y coarta el derecho de
    ser elegido, por el art. 700º.
    Pese a lo prescrito en el art. 14º de la Constitución Nacional (1853-1994) no se les
    permite sin expresa autorización superior: trabajar y
    ejercer toda industria
    lícita, peticionar ante las autoridades, transitar y salir
    del territorio argentino y publicar sus ideas por la prensa sin
    censura previa. Además de la privación de esos
    derechos elementales, consagrados para cualquier ciudadano, los
    militares también están excluidos de la posibilidad
    de agremiarse y de realizar reclamos mediante huelgas (art.
    14º bis). La Ley 19.101 ya citada establece también
    en el art. 7º que el personal militar
    en actividad tiene cercenados sus derechos políticos
    activos (ser
    elegido). Más modernamente, ya que algunos de los
    artículos citados son centenarios, la mayor flexibilidad
    otorgada a los afiliados a las obras sociales y la
    implantación de las jubilaciones por capitalización
    deja también afuera al sector militar.
    Finalmente y aunque la comparación pueda resultar
    irritante, es un lugar común escuchar que el asesinato de
    un periodista es un atentado contra la libertad de
    prensa.
    Así también, que el de miembros de ciertas
    comunidades religiosas constituye un crimen contra la Humanidad.
    Luego, no se entiende por qué cuando muere un militar se
    dice simplemente que "cumplía con su deber". El sentido
    común indica que el deber es servir a la patria, y morir
    es una contingencia posible pero no necesariamente inherente,
    aunque se esté preparado para ella y se perciba una
    retribución por la actividad desempeñada.
    Afirma Huntington: "El militar tiende a verse como la
    víctima eterna de los mercaderes civiles de la guerra.
    Quienes comienzan las guerras son los pueblos, los
    políticos, la opinión
    pública y los gobiernos. El militar es quien tiene que
    ir a luchar. Las fuerzas militares, como tales, no originan las
    guerras."
    Resulta así de una claridad meridiana que civiles y
    militares son distintos. Observa Huntington en su país un
    fenómeno que no nos es ajeno: "En nuestra sociedad
    el hombre de
    negocios puede
    disponer de más poder, pero el profesional se hace
    acreedor a más respeto. Sin
    embargo los especialistas de profesiones técnicas o
    científicas y la opinión
    pública en general difícilmente consideren al
    oficial de la misma forma en que consideran al abogado o al
    médico y no le acuerdan al oficial la deferencia que le
    conceden a las profesiones civiles." El escritor paraguayo
    Augusto Roa Bastos, ganador del premio Cervantes, resalta
    similitudes que no siempre tienen correlato con la realidad: "La
    carrera de las armas no hace diferentes al ciudadano-soldado y al
    ciudadano-civil, salvo en el campo de sus respectivas funciones y de la
    práctica de sus profesiones. La carrera de las armas
    tampoco crea barreras de clase, no se atribuye privilegios
    morales ni materiales,
    por lo que es erróneo hablar de clase militar".
    Atendiendo ahora a los esquemas mentales, sostiene Pablo
    Giussani: "La diferencia entre una comunidad militar
    y una comunidad
    política radica en que la primera vive en función
    de un solo fin estratégico, que por su singularidad no
    está sujeto a discusión, mientras que la segunda
    tiene delante un amplio abanico de fines posibles que por su
    pluralidad son en cambio
    discutibles, opinables, susceptibles de ser encarados como
    objetos de una elección." La explicación de este
    perfil puede encontrarse en que: "Los escritores civiles y
    militares parecen estar generalmente de acuerdo en que la
    mentalidad militar es disciplinada, rígida, lógica
    y científica; y que no es flexible, tolerante, intuitiva
    ni emocional. Se piensa también que se opone a la democracia y
    que desea organizar a la sociedad sobre la base de la cadena de
    mando."
    Desde la reinstalación del libre juego
    político en 1983 las Fuerzas Armadas se han visto acosadas
    por varias razones. Los hechos del pasado cercano se convirtieron
    en un lastre difícil de sobrellevar, en particular para
    los integrantes más jóvenes que no participaron en
    la lucha contra el terrorismo ni tuvieron funciones de
    gobierno. Se pensó que al debilitar el factor militar se
    fortalecía la democracia,
    sin apreciar que la nación en conjunto se hacía
    más frágil ante ojos foráneos. En forma
    simultánea, la crisis
    económica endémica redujo paulatina pero
    constantemente su presupuesto y
    salarios,
    limitando su capacidad funcional, degradando el material,
    decayendo el factor moral y
    disminuyendo el número de efectivos de sus cuadros.
    Partidas cada vez menores desequilibran la proporción
    deseable entre gastos
    administrativos y gastos
    operativos; y sumado a ello las privatizaciones masivas en el
    sector
    público producen la falsa percepción de que las
    Fuerzas Armadas son descomunales, comparadas con el Estado
    residual. En el vocabulario coloquial militar el vocablo
    "reestructuración" adquirió el significado de
    "achicamiento".
    Durante los tres períodos de gobierno civil anteriores,
    las Fuerzas Armadas han regresado plenamente a la actividad
    profesional y han mejorado y ajustado su manera de invertir el
    presupuesto
    asignado, acomodándose incluso a recortes imprevistos.
    Además han ido modificando paulatinamente los esquemas
    culturales tradicionales mediante la actualización de los
    programas de
    estudios en todos sus niveles de formación, la
    incorporación de nuevas pautas de selección,
    la apertura al medio civil, la concentración de escuelas,
    etc.
    Durante el gobierno anterior se hizo realidad su empleo como
    brazo armado de la política exterior, en especial con la
    participación generalizada en misiones de paz bajo el
    mandato de las Naciones Unidas,
    utilizándolas de manera provechosa para el país y
    para ellas mismas.
    De acuerdo con lo detallado, las conclusiones que pueden
    extraerse son las siguientes:

    • "Los militares siempre han ejercido influencia
      política más allá del espacio, nunca
      totalmente demarcado en ninguna época de ningún
      lugar del mundo, que les correspondería según la
      perspectiva del profesionalismo clásico; pero, por otro
      lado, la actuación militar siempre estuvo influida por
      la cultura y el
      temperamento nacionales, y por la inspiración recibida
      del pueblo, de las instituciones del Estado y de las diferentes
      organizaciones sociales."
    • Los civiles y los militares son y serán
      distintos, merced a la necesidad de cumplir estos
      últimos, requisitos particulares para el mejor
      desenvolvimiento de su actividad.
    • Las Fuerzas Armadas argentinas de hoy no se parecen
      en casi nada a lo que eran hace escasamente década y
      media, pero ello no ha bastado para evitar la condena social
      cuasi permanente.
    • Pese a lo mencionado en el punto anterior los
      aciertos y errores de la década anterior, según
      quien lo analice, impiden que la imagen de neto
      corte profesional acorde a su papel real tenga
      aceptación y reconocimiento.
    • Los acontecimientos públicos, en particular
      desde la fecha del decreto de los indultos hasta ahora,
      pusieron en tela de juicio ante la opinión
      pública, no sólo el funcionamiento de las Fuerzas
      Armadas sino directamente su supervivencia como uno de los
      pilares del Estado.
    • Los militares están acostumbrados a una vida
      de sacrificios, pero sólo si ella se encuentra enmarcada
      en un ámbito de igualdad;
      haciendo que el balance de derechos y responsabilidades y de
      premios y castigos, sea equitativo para toda la
      sociedad.
    • Durante muchos años, tal vez sin merecerlo,
      los militares transitaron por las páginas sociales de
      los diarios. El prolongado lapso que llevan en las de
      policiales produce, especialmente entre los cuadros más
      jóvenes, incertidumbre, desasosiego y
      preocupación.

    3. La relación entre
    civiles y militares

    La Argentina tuvo una historia de constante
    inestabilidad política durante las cuatro décadas
    que fueron desde el golpe del treinta hasta comienzos de la
    década del setenta. Si bien el fenómeno se debe a
    diversas causas coincide, en lo que respecta a las relaciones
    entre civiles y militares, con la mutación del poder
    militar de grupo de influencia a partido militar. Pero, esa
    discontinuidad fue por irrupciones transitorias y no un procedimiento de
    acción política, como lo fue hacia fines de la
    década citada.
    Los hechos que tuvieron lugar en la Argentina a finales de los
    ‘70, tanto la guerrilla y el terrorismo como la respuesta
    militar, no fueron manifestaciones aisladas, sino que se
    inscribieron en un ámbito global, que en mayor o en menor
    medida afectó a países de Latinoamérica y Europa. Estos
    antecedentes son los que llevan a concluir que "Las relaciones
    vico – militares han sido erosionadas en el pasado en
    tal magnitud, que hoy día las democracias sudamericanas
    carecen de experiencia en problemas de
    defensa, considerando a los militares solamente en su posible
    capacidad para interrumpir el juego
    democrático y no en su capacidad profesional; y han
    aislado a las fuerzas armadas de sus procesos de
    toma de
    decisiones."
    Durante esos cuarenta años se produjo un divorcio
    paulatino y gradual de los militares con la sociedad. Sus caminos
    se volvieron divergentes. Dice Víctor Massuh: "Su
    profesionalismo las encerró en sí mismas, las
    alejó de la civilidad. Cuando intervienen en la vida civil
    no es para confundirse con la población sino para superponerse a ella,
    como planos que no se tocan: uno encima del otro. Intervienen en
    la vida política para abortar procesos que
    estaban en curso eventual de descomposición: justo cuando
    el organismo social había creado sus anticuerpos." Las
    causas de su intromisión en cada oportunidad fueron tal
    vez diferentes. Pero lo que se constituyó en una constante
    fue la idea, propia o inducida, de su papel providencial en la
    vida nacional. Complementa luego: "En un sistema republicano que
    no tiene previsto un mecanismo de preservación de
    sí mismo en la eventualidad del caos y la
    disolución interna, las Fuerzas Armadas constituyen la
    ultima ratio, el supremo recurso de la
    salvación. En este rasgo de su grandeza reside,
    también, la amenaza de su extravío."
    Es evidente que aquella responsabilidad desbordó largamente la
    esfera castrense e implicó a un amplio espectro de la
    sociedad argentina, incluida una buena parte de quienes ahora
    condenan retroactivamente una violencia que, de un modo u otro,
    ellos también permitieron. Esa multitud de seres
    anónimos que respiró, aliviada y feliz, cuando se
    instaló la junta militar, no fue ajena al horror que en
    estos días despierta asombro e indignación entre
    los jóvenes, y recuerdos que se pretenden olvidar entre
    sus padres. Ahora ese pasado es objeto de examen público
    gracias a que hay en el país un régimen de libertad y
    legalidad, y Fuerzas Armadas dispuestas a reintegrarse a la
    sociedad.
    Comenta Vargas Llosa: "Esta guerra (N. del A.: los
    enfrentamientos de la década del ´70), recordemos,
    fue desatada no contra una dictadura
    militar, sino contra un régimen civil, nacido de
    elecciones, y que, con todos los defectos que tenía – eran
    innumerables ya lo sé -, preservaba un cierto pluralismo y
    permitía un amplio margen de acción a sus
    opositores de derecha y de izquierda, lo que significa que
    hubiera podido ser reemplazado pacíficamente, mediante un
    proceso
    electoral. Su estrategia tuvo
    éxito y
    los militares, aclamados por una buena parte de los civiles a
    quienes el terrorismo tenía aturdidos y aterrados,
    salieron de los cuarteles a librar la guerra a la que eran
    convocados."
    Esa lucha tuvo dos planos que debieron tratarse en forma
    separada. El militar, y el político, para el que las armas
    no resultaban adecuadas. Sarmiento ya había dicho que "las
    ideas no se matan". Además de que ya había alguna
    literatura
    nacional sobre el asunto. Fue una victoria pírrica en la
    que no hubo racionalidad entre los fines perseguidos y los
    medios
    empleados. "El resultado militar de la contienda, que tuvo un
    principio y un fin en el tiempo, correspondió a las
    Fuerzas Armadas. Inversamente, el resultado político
    favoreció a sus adversarios. Fenómeno éste,
    que los vencedores terminaran haciendo el papel de vencidos y los
    perdedores ganasen la batalla política después de
    muertos, nunca antes visto, cuando menos en el mundo moderno." A
    medida que pase el tiempo y las pasiones se moderen, se
    podrá analizar con mayor equilibrio el grado de influencia
    de las acciones u
    omisiones de las Fuerzas Armadas en la afirmación de los
    valores que hoy imperan en la sociedad: derechos humanos,
    democracia, mercado, etc.
    Con las secuelas del marco descrito se desenvuelven hoy las
    relaciones entre civiles y militares. Resulta conveniente
    analizar también esta relación en el nivel
    individual y personal debido a
    que la
    educación del civil y la del militar son muy
    distintas. Dice Augusto Roa Bastos: "La formación del
    ciudadano civil tiende al cultivo de su individualidad, en lo que
    concierne a su identidad
    personal, basada en el derecho a la diferencia, en el disfrute de
    la libertad y de sus prerrogativas humanas y sociales". En
    cambio, cuando
    habla de los militares establece que: "La formación
    cultural del soldado profesional es disciplinada, verticalista,
    uniformizada en el escalafón de las jerarquías…"
    y "El concepto de la
    libertad se transforma aquí en la norma de la obediencia
    debida al cumplimiento de los objetivos
    inherentes a la institución militar: rol orgánico
    como institución y neutralidad política."
    Hace unos noventa años Mahan ya se había preocupado
    por las características de la mentalidad militar:
    "El primero (el Estado Militar) encarna las virtudes militares
    del poder ordenado institucionalmente: disciplina,
    jerarquía, sometimiento y disponibilidad. El principio de
    la obediencia es simplemente la expresión de la virtud
    militar sobre la que descansan todas las demás." Samuel
    Huntington, a su vez, reconoce en las primeras páginas de
    "El soldado y el Estado" tres virtudes o características a los militares:
    experiencia, responsabilidad y espíritu de cuerpo.
    Por ello, cuando militar durante sus gestiones de gobierno quiso
    instruir al civil lo hizo con los parámetros
    extraídos de su propia formación: disciplina,
    jerarquía, valores nacionales y organización;
    obteniendo un rotundo fracaso. Al mismo tiempo, en los
    períodos de supremacía de la legalidad gubernativa,
    el civil quiso educar al militar en: disenso, horizontalidad,
    valores democráticos y tolerancia;
    situación que tiene hoy un final abierto.

    Son mundos distintos. El militar sobrevalora la eficacia y
    disfruta en el cumplimiento de los planes. Generalmente ve en
    blanco y negro. El civil, en cambio, posee un esquema de
    pensamiento no lineal, su organización no siempre es
    vertical y ve en una amplia gama de grises. Uno de los errores
    más comunes en la relación entre civiles y
    militares, por lo tanto, ha sido la práctica de cada uno
    de los grupos de proyectar sus propios valores al otro con una
    falta tal de proporción que al no encontrarlos convierte a
    lo que encuentra en un estereotipo que poco tiene que ver con la
    realidad. Así, como el militar no encuentra a un par en el
    civil, lo que ve es a un "civilaco". La inversa se da cuando el
    civil no encuentra a otro en el militar, lo que ve es un
    "milico". Es esta otra exteriorización de la desmesura
    criolla. Este fenómeno, que se amplifica debido a la
    ausencia de un idioma común, tiene también
    fundamento en que la profesión militar es más que
    un empleo, es una forma de vida. Por ello no son simplemente
    "uniformados", un militar lo es hasta su baja o hasta su muerte,
    momentos en que se agota su régimen jurídico.
    La falta de comprensión entre dos ciudadanos, uno de ellos
    militar en este caso, tiene raíz psicológica.
    Explica Jean Maisonneuve: "El automorfismo. Es una forma de
    ceguera hacia el otro que no proviene de una carencia afectiva,
    sino de una incapacidad para aprehenderlo en lo que tiene de
    diferente; encerrado en su subjetividad, el yo proyecta en el
    prójimo sus sentimientos y deseos. Es una regresión
    aberrante al estado inicial de confusión psíquica,
    una especie de identificación centrífuga."
    Unir ambos mundos resulta de una dificultad enorme, especialmente
    para aquellos funcionarios civiles y militares que combinan
    tareas políticas
    y de la más alta conducción militar. El riesgo
    concreto se
    circunscribe a ser mal interpretado por alguno de los
    ámbitos o, peor aún, por ambos. Refiriéndose
    a un ex Jefe de Estado Mayor del Ejército dice Rosendo
    Fraga: "Es – resalta – la imagen del
    militar que los civiles quieren ver…" Pero esto se presta a
    interpretarlo como lo expresa el abogado José María
    Salas en un diario: "Como reflexión sólo puedo
    decirle, señor general, que si el mundo de la
    política ejerce sobre usted una atracción mayor que
    su vocación militar, sea honesto, declárelo
    abiertamente y deje su lugar a otros, que sin sus
    condicionamientos políticos, logren quizá sacar a
    las Fuerzas Armadas de esta lamentable situación en la que
    se encuentran."
    Un punto insoslayable para analizar en las relaciones entre
    civiles y militares es el de las investigaciones
    por la desaparición de personas. La cuestión
    más importante radica en que la elección del objeto
    de la investigación determinó todo el
    proceso
    posterior. Si se investigan las muertes por botulismo, los
    sujetos de la investigación serán las empresas
    alimentarias. Si se trata de las muertes en accidentes de
    tránsito, lo serán los conductores de
    vehículos. En ambos casos quedarán exentos, entre
    otros muchos, los zapateros, los canillitas y, por qué no,
    los militares. Siguiendo este razonamiento, si se investiga la
    desaparición forzada de personas, delito
    sólo visto durante el último gobierno de facto,
    obligadamente el único grupo a investigar estará
    integrado por los miembros de las fuerzas armadas y fuerzas de
    seguridad. El
    sentimiento de iniquidad que anida entre los militares es
    resultante de la falta de intención por parte de los tres
    poderes del Estado democrático, de organizaciones no
    gubernamentales y de la sociedad en general, para investigar la
    violencia en la Argentina en todo el período comprendido
    entre 1970 y 1983. Dice La Nación "…seguramente no toma
    en cuenta la debilidad que exhibía nuestro sistema
    democrático frente al fenómeno del terrorismo,
    cuando – por ejemplo – se sancionó en 1973 la
    ley de amnistía o cuando se desmanteló el fuero
    judicial especial para el terrorismo. Hay pliegues y culpas
    distribuidas en la historia
    argentina de las que muchos sectores de la sociedad deben
    hacer examen de conciencia".
    Con posterioridad a la promulgación y derogación de
    las leyes de
    Obediencia Debida y Punto Final, que tuvieron el efecto, mientras
    estuvieron en vigor, de frenar los juicios contra las
    jerarquías militares intermedias; se modificó el
    objeto de la investigación, la desaparición de
    personas, por el de supresión de identidad que
    hoy resulta más viable en la Argentina. En la
    práctica, con este nuevo giro jurídico, es como si
    las leyes citadas
    hubieran sido declaradas nulas, ya que se está revisando
    nuevamente, y siempre sobre el mismo sector de la sociedad, todo
    lo ya juzgado.
    En esta nueva era, la era del perdón, se aprecia que
    algunas organizaciones o corporaciones o como se las quiera
    definir han pedido perdón por sus conductas de
    antaño, por presión de
    otras. Comenta Norberto Consani: "Vemos así nuevamente la
    vieja y desgraciada película protagonizada por los mismos
    personajes para los que, si la víctima es amiga, se
    están violando los derechos humanos
    y si en cambio se trata de un enemigo, todo está bien, se
    está haciendo justicia y no
    hay violación alguna."
    Algunos se arrepienten pero la cosecha es magra. Otros no se
    arrepienten y a pesar de ello no generan rechazo. Es decir que se
    sigue dando vueltas sobre lo mismo. Una vez más
    corresponde verificar si lo que acontece es una inquietud real de
    toda la sociedad, o es únicamente la de pequeños
    grupos con gran capacidad de movilización. Escribe la
    lectora de un matutino: "…no hay muertos de primera y de
    segunda, porque la historia contada unilateralmente es mentirosa
    y produce la fragmentación de la sociedad, porque los
    muertos no pueden ser utilizados política o
    ideológicamente sin caer en la indignidad… "Desempolvar
    una historia unilateral es poner en peligro la paz."
    Una visión monocular de los hechos es uno de los
    principales problemas que
    se presentan en la relación entre civiles y militares. No
    parece haber voluntad, por causas que no se pueden determinar con
    precisión, para clausurar esta etapa de la historia y
    comenzar a caminar hacia delante en búsqueda de un futuro
    compartido. Todo parece ser responsabilidad del último
    gobierno militar y que, en esos siete años según la
    percepción actual, el país quedó arrasado.
    Un análisis sincrónico comparativo de los
    últimos gobiernos de facto al otro lado de Los Andes y en
    la otra orilla del Plata, demostraría que no hubo
    relación directa entre su duración y las soluciones
    políticas utilizadas a posteriori. Una causa podría
    encontrarse en lo que explica David Bradford sobre el papel de
    las fuerzas armadas norteamericanas en cumplimiento de funciones
    no específicas: "…y es que aumenta el prestigio de las
    fuerzas armadas, algo que no quieren muchos civiles. He
    aquí la dicotomía de las relaciones cívico –
    militares. Ciertas acciones que
    los militares pueden realizar para ayudar a su nación,
    incluso pueden mermar el prestigio de las agencias civiles
    gubernamentales a menos que los militares formen parte del
    esfuerzo de ese gobierno".
    Dado que los militares tienen en casi todos los países dos
    tipos de relaciones con los civiles: una con el gobierno de
    turno, y otra con la opinión pública, la forma en
    que un área considera a los militares tiende a reflejarse
    en la otra. Es decir, la manera en que el gobierno considera a
    sus militares influirá en la opinión
    pública; y la forma en que los ciudadanos ven a sus
    militares populares, impopulares, necesarios, aislados,
    tendrá también su influencia sobre los que toman
    decisiones en un país democrático. Si se fija la
    imagen del "enemigo del pueblo" encarnada en sus militares,
    difícilmente los gobernantes promuevan políticas de
    integración, renovación del material
    obsoleto y, mucho menos, aumento del presupuesto. "Esta
    última consideración ha originado en la
    opinión pública una pobre imagen de los militares;
    se tiene la tendencia a considerarlos más bien como
    "enemigos políticos" antes que "sirvientes de la
    nación". Esta última opinión es
    retransmitida al gobierno por medio del Congreso y de los
    representantes de la Nación, los cuales tienden a reflejar
    los sentimientos comunes del pueblo. Una paradoja moderna de la
    política sudamericana es que, precisamente en momentos en
    que se hacen necesarias más medidas de seguridad frente
    a los problemas del narcotráfico y la subversión, las
    democracias nacientes sienten un temor paralizante en otorgar
    mayor poder o un liderazgo a
    los militares de sus propios países."
    No es la idea del presente trabajo realizar una apología
    de lo actuado por las Fuerzas Armadas, ni mucho menos, exculpar
    lo injustificable, pero sí la de dar cierta luz sobre
    aspectos tergiversados que provocaron la formación de una
    memoria
    unilateral que poco favor le hace a la Historia y deforma, por lo
    altamente subjetiva, el pensamiento de nuestros jóvenes.
    Sostiene el historiador José Carlos Chiaramonte respecto
    de las diferentes visiones sobre los años recientes: "Si
    estuviéramos hablando de historiadores sería una
    manifestación de parcialidad descalificante de la
    investigación. La reconstrucción de esos
    años tiene que tener en cuenta todo, el terrorismo de
    Estado y el de las organizaciones contestatarias." Al exclusivo
    objeto de las investigaciones
    del período democrático, y al arbitrario lapso
    elegido para particularizarlo, cabe agregar la frecuente
    utilización de dos argumentos: "único lugar en el
    mundo" y "crueldad nunca vista". Se suele sostener que
    debió seguirse aquí el ejemplo de Italia luego del
    brutal asesinato de Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas. Es
    probable que hubiera sido mejor, pero se omite detallar
    cómo combatieron y aún hoy reprimen la insurgencia
    y el terrorismo ciertos países europeos y de oriente
    medio. Así también, cuando de comparaciones se
    trata, se pretende hacer aparecer al drama argentino en peor
    situación que la vivida por la Unión
    Soviética en tiempos de Stalin, la Camboya de Pol Pot y
    últimamente a la altura del holocausto judío. Se
    reitera que no se defiende lo actuado sino que se pretende un
    mínimo de objetividad histórica.
    En esta situación las Fuerzas Armadas en general y la
    Armada en particular han realizado denodados esfuerzos durante
    los últimos años para revertir una imagen demasiado
    ligada a la lucha contra la subversión, dos décadas
    antes. Centraron su labor en lo profesional con una innumerable
    suma de tareas emprendidas con éxito.
    No ha servido. Ante el menor asomo del pasado se derrumba todo lo
    efectuado. Después de la promulgación de las leyes
    de Obediencia Debida y Punto Final y del decreto de los indultos,
    después también de la autocrítica de los
    jefes de estados mayores, los militares estaban convencidos de
    que habían ingresado a un escenario sin estridencias ni
    objeciones; pero las Fuerzas Armadas siguen hoy en las primeras
    planas de los diarios y ocupan horas de radio y televisión
    igual que hace quince años.

    Las soluciones
    posibles encuentran hoy algunos obstáculos que es
    necesario sortear. Uno es de las creencias colectivas que se
    forman por la existencia de necesidades comunes y sobre la base
    de la uniformidad de la información compartida; las que con el paso
    del tiempo devienen en prejuicios que, por su arraigo son de muy
    difícil modificación. El caso argentino presentaba,
    por un lado, la condición de mantener inerme al poder
    militar hasta que el contrato social
    entre los ciudadanos tuviera a la Constitución como
    documento fundacional. Por el otro, una prédica
    antimilitar, persistente y jamás desmentida que
    probablemente haya producido efectos morales negativos para las
    Fuerzas Armadas. Estos hechos generaron una memoria social
    que ha tomado de la realidad selectivamente algunos recuerdos.
    Jorge Gottling considera: "Ninguna civilización hubiera
    sido posible si no hubieran funcionado el perdón y el
    olvido, si no se hubiesen condonado los estragos del pasado."
    Así debe ser ya que tanto la sociedad norteamericana del
    siglo XIX como la española del actual han podido
    sobrellevar las consecuencias de cruentas guerras civiles que
    dejaron miles y cientos de miles de muertos.
    Otra de las causas que conspira contra la mentada
    reinserción de las Fuerzas Armadas en la sociedad es la
    falta de percepción de una amenaza externa por parte de
    ella. Actuaría como incentivo, cumpliría los
    objetivos de garantizar su existencia, implícitamente
    cuestionada, y serviría para aumentar la cohesión
    social. Si el riesgo no está presente o no es palpable
    para el común de la gente, el gasto en defensa se hace
    difícil de fundar, más aún si otros sectores
    se encuentran en dificultades. La sociedad en general no quiere
    oír hablar de hipótesis de conflicto pese
    a que en países hermanos en vías de
    integración aún tienen plena vigencia, de la misma
    manera según los hechos, que para la potencia que
    ocupa las islas
    Malvinas. A ello se suma que comunidad no se siente
    identificada con los efectivos militares que se desempeñan
    en el exterior defendiendo intereses que consideran ajenos. Con
    esos límites,
    ¿para qué sirven las Fuerzas Armadas? Este es
    aquí un debate
    pendiente. Debate por el que transitaron otros países,
    entre ellos Canadá y Estados Unidos.
    Dice Samuel Huntington: "Previamente la cuestión principal
    era: ¿cuál es el esquema de relaciones civil –
    militar es más compatible con los valores
    democráticos liberales norteamericanos? Ahora (N. del A.:
    fines del '50) eso ha sido reemplazado por un problema más
    importante: ¿qué modo de relación
    cívico – militar conservará mejor la seguridad de
    la nación norteamericana ?"
    Para ser creíbles como elemento disuasivo, es necesario
    que las Fuerzas Armadas estén modernamente equipadas, que
    sus cuadros se encuentren adecuadamente preparados y,
    fundamentalmente, cuenten con el respaldo y el apoyo de sus
    connacionales.
    Es en el área educación en la que
    se debe seguir trabajando, reconociéndose que se ha hecho
    ya mucho, y en la que se debe persistir a fin de romper la
    artificial contraposición civil – militar, polaridad que
    dificulta encontrar un camino de reconciliación.
    Además, y aquí la voluntad política vuelve a
    ser fundamental, cabría investigar qué programas y
    qué bibliografía hoy en uso tienen contenidos
    que se oponen al apaciguamiento de los espíritus y
    propenden a mantener un estado de latente beligerancia. Es decir,
    algo similar a lo que realiza hoy la Comisión Romero –
    Garretón respecto a los temas de la educación en
    Argentina y Chile, que
    dificultan su integración.
    Especialmente debe despolitizarse la educación la de los
    adolescentes.
    Ya tendrán tiempo de hacer política partidaria en
    etapas posteriores y, si está en la naturaleza humana
    adquirir prejuicios, que eso se produzca los más tarde
    posible. No seamos los adultos los transmisores de prejuicios.
    Resulta conveniente resaltar que: "Por un lado tenemos la
    historia pura y por el otro la utilización política
    de esa historia. Hay casi una necesidad de la política de
    nutrirse en una interpretación de la historia. El problema
    es que muchas veces esa interpretación se acomoda a los
    intereses políticos. Eso va en detrimento de la historia
    pura y muchas veces la deforma." Cuando una generación
    completa se haya formado en la idea de una represión
    salvaje e indiscriminada contra jóvenes idealistas e
    indefensos, el divorcio de la
    sociedad con las Fuerzas Armadas será total; ya que: "Las
    creencias son muy difíciles de erradicar o alterar. A
    menudo las personas prefieren mantener una creencia y no aceptar
    la evidencia de sus sentidos. El conflicto surge cuando un
    sistema de creencias cree que los valores que de él se
    desprenden deben ser aplicados en todas partes y adopta como
    misión
    hacer que esto suceda".
    Los arrepentimientos públicos de obispos y jefes militares
    son positivos, sin duda, pero ellos no garantizan un cambio
    general y profundo a menos que esas exhibiciones sean
    acompañadas por una forma de conciencia colectiva que
    indique que aquellos horrores que hoy día salen a la luz
    pública fueron un efecto, la inevitable consecuencia de
    una tragedia mayor: la desaparición del régimen
    civil y representativo, basado en la ley, en las reglas de juego
    civilizado de las elecciones y el equilibrio de poderes, y su
    sustitución por un régimen autoritario sustentado
    en la fuerza y que ello fue una responsabilidad de toda la
    sociedad. "La reconciliación de los argentinos sólo
    será posible si se acepta que existieron responsabilidades
    compartidas por los desgraciados sucesos que sumergieron al
    país en una despiadada lucha fratricida".
    Ya se ha dicho que falta una autocrítica generalizada.
    Solamente a partir del reconocimiento de los errores cometidos,
    por acción u omisión, se podrá avanzar como
    una sociedad integrada. Es en ese sentido en el que adquieren su
    real dimensión las palabras de un arzobispo: "Y aunque
    duela, la Junta Militar no obró sola, sino que
    contó con la complicidad de amplios sectores de la
    sociedad argentina. En ese clima, la
    sociedad argentina no tuvo agallas para oponerse a la
    represión".
    Los medios de
    comunicación deben entender que, aparte de ser el nexo
    entre la realidad y el público, pueden aumentar o
    disminuir la intensidad de sus efectos de modo tal que la
    preferencia del público se produzca por la calidad de su
    información y no por su sensacionalismo.
    Dice el historiador Eric Hobsbawm, citado por Osvaldo Tcherkaski:
    "…en los bordes del cientificismo: llama a no desatender la
    compleja relación entre la investigación
    histórica y la opinión pública, entre el
    juicio histórico y el político, entre la
    pasión y la neutralidad científica, si es que
    existe". Desgraciadamente, y no sólo con las Fuerzas
    Armadas, se ha fomentado la condena por certeza social,
    independientemente de lo que se tramite en las instancias
    judiciales correspondientes.
    En síntesis, se hace necesario desarmar, pieza por pieza,
    el tramado que no permite hoy un funcionamiento armónico.
    Es lo que Edward De Bono denomina con el neologismo
    "de-conflicción". Conflicción sería
    establecer, estimular y promover el conflicto. Y por ende la
    de-conflicción sería la disipación o
    eliminación de los fundamentos de los conflictos. "Si
    pensáramos en un sentido mas restringido de la
    noción de conflicto podríamos decir que conflicto
    es un choque de creencias o valores o intereses o direcciones. En
    este caso la conflicción estaría ligada a todo
    aquello que precede a ese choque pero no en una espontaneidad del
    mismo sino a un proceso deliberado en el que se construye el
    conflicto. La de-conflicción sería la tarea de
    desarticulación de los elementos precedentes (fundamentos
    incluidos) que generan el choque para derivarlos, ya no a una
    negociación o acuerdo o resolución,
    sino a un proyecto que
    trasciende hacia una alternativa o perspectiva nueva y diferente.
    Son precisamente los proyectos comunes
    la mejor manera de resolver los conflictos."
    Las conclusiones parciales que pueden extraerse son:

    • La sociedad no termina de asumir su responsabilidad
      en el pasado, probablemente porque no hubo una guerra civil
      generalizada sino una prolongada puja entre sectores matizada
      con chispazos de violencia.
    • Los esquemas mentales del civil y del militar son
      diferentes debido a su formación y ámbito de
      trabajo. Pese a ello deberían ser perfectamente
      complementarios tanto cuando trabajan en sus respectivas
      áreas como cuando por imperio de las circunstancias
      confluyen en tiempo y espacio para bien de la
      sociedad.
    • No se ha hecho todo lo posible para unir a la
      sociedad. La ancestral tendencia argentina al divisionismo
      encontró su apogeo en lo acontecido en las tres
      décadas precedentes. Son los representantes del pueblo
      los que deberán crear las condiciones para que el
      conflicto se reduzca, apelando al mal menor y en
      búsqueda del interés
      general.
    • Se reconoce en la década del '70 a la
      principal fuente de desacuerdos entre civiles y militares.
      Solamente un análisis desapasionado de lo sucedido, una
      autocrítica generalizada, una difusión veraz de
      los hechos y una férrea voluntad para clausurar una
      etapa nefasta, permitirá salir de la parálisis.
      Dice Félix Luna refiriéndose a los conflictos y
      armonías en la historia argentina que: "Y luego viene la
      otra serie (N. del A.: luego de acatar la voluntad del pueblo):
      la de los pactos, los acuerdos, las conciliaciones, las
      alianzas. Eso, que se instrumenta de diversas maneras, consiste
      básicamente en declinar un poco las posiciones propias,
      los compromisos propios, para arreglar situaciones que de otra
      forma podrían hacerse incontrolables."
    • La educación y las acciones y omisiones de los
      medios
      masivos de comunicación tienen gran importancia para
      desarmar el conflicto. "Quienes miran el pasado con un criterio
      unilateral o con espíritu sectario conspiran contra toda
      posibilidad de reconciliación e impiden que el
      país pueda cerrar las heridas abiertas por el odio
      fratricida y la violencia".
    • La sociedad llana y sus dirigentes deben decidir si
      quieren tener o no fuerzas armadas, como sí las tienen
      el 98 % de los países del mundo; y luego de ello,
      asignarle un papel y un presupuesto acorde a la misión
      que les fije.

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