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VIA CRUCIS




Enviado por Jaime Gonzalez



Partes: 1, 2

     

    Indice
    1.
    Introducción

    2. La condena.
    3. La Cruz
    4. La Caída
    5. El Encuentro con
    María.

    6. La Ayuda.
    7. Un Consuelo
    8. Caer de
    nuevo

    9. Lagrimas
    10.
    Desaliento

    11.
    Desnudez

    12.
    Crucifixión.

    13. El
    Testamento

    14. Los Amigos del
    Final.

    15. Los
    Decepcionados

    16.
    Jesús

    1.
    Introducción

    Comentador:
    Jesucristo, camino del calvario, camino hacia la muerte, es
    el Señor de la vida. El calvario es el lugar de la
    misericordia, del perdón y de la vida. Ese camino de dolor
    es la garantía de nuestro gozo, el camino de la vuelta a
    la casa paterna.
    El camino de la muerte es el
    camino de la vida, el camino que nos conduce al Padre, fuente de
    la Vida. Es el signo sangriento del amor
    misericordioso. Cargando la cruz de nuestra miseria y de nuestro
    pecado, caminemos concientes de aquello en que hemos fallado, del
    peso que el Señor cargó por nuestras culpas
    personales.
    Vamos a escucharlo y contemplarlo cargando el madero de la cruz y
    muriendo en ella por nosotros; vamos a apreciar el inmenso
    amor con que
    se ofrece por nosotros y con el que nos llama a seguirle y nos
    guía hacia el Padre y Señor de la vida.
    Si sabemos escuchar la voz de la cruz, la voz del Calvario, la
    voz del sufrimiento redentor, si somos capaces de contemplar este
    drama con admiración y afecto, entonces aprenderemos a
    descubrir el misterio enorme del amor de Dios, Padre de
    misericordia que nos ha reconciliado en su Hijo Jesucristo quien
    nos ha dado la Vida con su muerte.
    Necesitamos encontrarnos con Jesús, en cada hombre que
    sufre; necesitamos caminar con Jesús para volver al Padre;
    necesitamos descubrirlo, a cada momento, cargando con su cruz,
    camino del Calvario, el enorme Calvario del mundo en el que todos
    vamos con el peso de nuestra propia cruz.
    Descubrir el lenguaje de
    la cruz es descubrir que muchos de nuestros caminos no van por el
    de Jesucristo, quien, a pesar de su derrota, es el camino de
    vida.
    El dolor, el sufrimiento, la cruz y la muerte se
    presentan en todos nuestros caminos, en todos los caminos del
    hombre.
    "Jesús no inventó la cruz", se la impusimos
    nosotros, le salimos con ella a su paso. Y seguimos saliendo al
    paso de nuestro hermano el hombre,
    para obligarle a cargar el peso del sufrimiento. Continuamos sin
    respeto ni
    aprecio suficiente a la vida
    El Calvario no tiene sentido para quien no quiere darle lugar al
    lenguaje del
    amor, de un amor que se entrega así: sin medida.
    Este día, estamos frente a la cruz en el Calvario. Esa
    cruz nos invita a la amistad y a la
    vida, a amar y a vivir. Jesucristo siempre se presentó y
    actuó como amigo entregado y fiel, hasta dar la vida por
    nosotros, conforme a su propia enseñanza, a su propio compromiso.
    Jesús:
    Mi mandamiento es éste: Que se amen unos a otros como yo
    los he amado. (Sean amigos como yo he sido amigo de ustedes). No
    hay amor más grande que dar la vida por los amigos. (Dense
    unos a otros, unos por otros, como yo doy mi vida por ustedes)
    Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los
    llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
    Señor. A ustedes les llamo amigos porque todo lo que
    oí de mi padre se lo he manifestado (Jn 15, 12 – 15) A
    ustedes les he manifestado los misterios del Reino (Mt 13,
    11)
    Comentador:
    Jesucristo nos llama a amar como Él. En su amor evaluemos
    hoy nuestro amor. Él es el rostro humano del amor del
    Padre. Vamos, pues a contemplar el sufrimiento de Jesús, y
    los sufrimientos de todos los hombres. En Él vamos a ver
    nuestros propios sufrimientos, pero con una visión
    especial: El camino de la cruz es el camino del hijo
    pródigo cuando vuelve al Padre. Sí, Jesús
    "se convierte en el hijo pródigo" para nuestra
    salvación. Abandonó la casa del Padre celestial, se
    vino a un país lejano, derrochó dada día,
    misericordiosamente, todo lo que tenía. Y volvió
    con su cruz, de regreso hacia el Padre.
    Ese es nuestro camino, el camino que hemos de recorrer todos
    nosotros, en nuestro regreso al Padre misericordioso.
    Narrador:
    "Era ya de día cuando los soldados de la guardia de los
    sacerdotes sacaron a Jesús del calabozo en que
    había pasado las últimas horas. A empujones lo
    echaron de nuevo al patio de la casa de Caifás, donde le
    esperaba un buen grupo de los
    sanedritas, de aquellos que por la noche le habían
    juzgado. Los discípulos no se habían movido y
    así se les habían esfumado a los jefes del pueblo,
    quienes, de hecho, experimentaban un gran temor en su interior,
    por lo que pudieran hacer los seguidores de Jesús. De
    cualquier manera le sacaron atado. Jesús respira el
    aire libre del
    ambiente muy
    distinto al de aquella asfixiante prisión.
    Una multitud de curiosos, entre ellos muchos de los que
    indudablemente le aclamaron apenas unos días antes y le
    aclamaron como Rey, ahora se agolpan a la puerta del palacio de
    Caifás. De ahí partieron a la Torre Antonia, para
    encontrarse con Pilato.
    Hombre:
    Señor, déjame caminar hoy contigo. Yo soy quien
    merece esta cruz. Yo soy quien he pecado. Dame tu luz para
    contemplar el misterio de tu amor, el que nos quieres revelar
    hoy, camino del Calvario.
    Permíteme asumir mi propia responsabilidad en tu humillación y en tu
    tortura, la que sufriste allí en Jerusalén y la que
    sigues sufriendo en la historia de todos los
    hombres. Abre mis oídos, mis ojos y mi corazón,
    para atender el llamado que me haces, a reconocerme hijo
    pródigo, necesitado de volver al Padre, a descubrirte en
    el hermano y a seguirte con mi cruz, con tu cruz, con la cruz que
    cargaste por todos los hombres.
    Todos:
    Señor Jesús, permítenos caminar, hoy,
    contigo; danos oportunidad de encontrarte en esta pasión
    tuya, en la pasión de todos los hombres y mujeres que
    padecen en el mundo. Déjanos valorar en nuestro corazón la
    magnitud de tu amor y la triste realidad de nuestro pecado. Haz
    que te descubramos entre nosotros en las pruebas de la
    vida y que, por ellas, participemos en tu pasión
    redentora. A M E N

    2. La
    condena.

    Narrador: En aquel tiempo,
    Jesús compareció ante el Procurador, quien le
    preguntó: "¿Eres tú el rey de los
    Judíos?" Jesús le respondió: "Tú lo
    has dicho". Pero nada respondió a las acusaciones que
    hacían los pontífices y los ancianos.
    Entonces dijo Pilato: "¿No oyes todo lo que dicen contra
    ti?" Pero él, a nada respondió, hasta el punto que
    el Procurador se quedó muy admirado. Con ocasión de
    la Fiesta, el Procurador solía conceder la libertad del
    preso que la multitud quisiera. Tenían entonces un preso
    famoso, llamado Barrabás. Dijo pues Pilato a los
    allí reunidos: "¿A quién quieren que deje en
    libertad, a
    Barrabás o a Jesús, que se dice el Mesías?",
    pues sabía que lo habían entregado por envidia.
    Estando él sentado en el Tribunal, su mujer
    envió a decirle: "No te metas con ese justo, porque hoy he
    sufrido mucho en sueños por causa de Él".
    Mientras tanto, los pontífices y los ancianos convencieron
    a la muchedumbre de que pidiese la libertad de Barrabás y
    la muerte de Jesús, y así, cuando el Procurador les
    preguntó: "¿A cuál de los dos quieren que
    les suelte?". Ellos respondieron: "¡A Barrabás!"
    Pilato les dijo: "y ¿qué voy a hacer con
    Jesús, que se dice el Mesías?"; respondieron todos:
    "¡Crucifícalo!" Entonces Pilato, viendo que nada
    conseguía y cómo crecía el tumulto,
    pidió agua y se
    lavó las manos ante el pueblo, diciendo: "¡Inocente
    soy de la sangre de este
    justo! ¡Allá ustedes!"; y todo el pueblo
    respondió: "¡Que su sangre caiga
    sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" Entonces Pilato puso en
    libertad a Barrabás y a Jesús se lo entregó,
    después de haberlo hecho azotar, para que lo
    crucificaran".
    Comentarista: A algunos, Pilato les parece violento, cruel y
    sádico, indeciso, que intenta aplicar la justicia y que
    está lleno de turbaciones. Sin embargo, siempre es
    señalado como un gran responsable de la muerte de Cristo.
    Pero, antes de que él se lavara las manos y dejara a la
    libre voluntad de la chusma la decisión sobre la vida de
    Cristo, ya Jesús había sido juzgado y condenado por
    aquel amigo que le vendió y le entregó, por
    aquellos que se durmieron y no pudieron velar una hora con
    Él. Fue juzgado desde antes, por el abandono cobarde y la
    apostasía de los más queridos…
    Sin embargo, por amor a nosotros, Dios entrega a su Hijo a la
    muerte. Ciertamente no lo entrega como lo hizo Judas o aquellos
    que le llevaron a la condena, sacerdotes y ancianos del pueblo;
    eso significaría una negación absoluta de su amor
    de Padre. Dios entrega a su Hijo, por amor, desde el momento que
    llega al mundo para salvarnos.
    Desde entonces la existencia de Jesús se realizó
    plenamente conforme a su dignidad filial. Los hombres empujamos a
    Jesucristo a la muerte para conducirlo a la nada. El Padre lo
    recibe en el abrazo eterno de la intimidad divina. Jesús
    vive eternamente filial en su condición de Dios y de
    hombre. "En la muerte de Jesús acontece el Nacimiento
    eterno del Hijo en este mundo, y se manifiesta el misterio de la
    paternidad de Dios a quien Jesús no pudo llegar más
    que muriendo".
    Jesús: Tanto amó Dios al mundo que le
    entregó a su Hijo único, para que todo el que crea
    en El no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha
    enviado a su Hijo al mundo para condenar, sino para que el mundo
    se salve por Él. Salí de Padre y vine al mundo. De
    nuevo dejo el mundo y vuelvo al Padre.
    Comentarista: No es fácil aceptar a Jesucristo, el regalo
    del Padre, el Hijo entregado para que no perezcamos. Intentamos
    más fácilmente el camino opuesto, el camino de
    Pilatos. Estamos, tal vez, entre esos muchos Pilatos que hay en
    el mundo, que condenan de una u otra manera, que traicionan su
    papel y no les
    importa meterse en injusticias. Estamos entre esos Pilatos que
    traicionan la verdad, la fidelidad y la amistad, el amor
    matrimonial y la vida de familia, porque
    no sabemos o no queremos comprometernos en el amor.
    Hay Pilatos y hay condenados hoy en el mundo. Muchos que se
    sienten irremisiblemente condenados. Algunos porque han perdido
    la esperanza ante el problema que les ha surgido. Aquellos que
    son despedidos del trabajo y no tienen esperanza de encontrar
    otro. Aquellos que en la plenitud de su vida y de su apego a
    ella, en plena juventud,
    cuando tienen un futuro esperanzador y hasta exitoso, reciben del
    médico el anuncio de la muerte en un diagnóstico fatal.
    No hemos aprendido a descubrir a Jesucristo en aquel a quien
    condenamos. ¿A cuántos conocemos cargando una
    injusta condena? ¿A cuántos hemos condenado
    injustamente? Ese es el hoy de la Pasión de Cristo
    (Pausa para reflexionar)
    Hombre:
    Jesús, es cierto que el amor inmenso del Padre te ha
    llevado a pagar nuestra salvación a precio de
    sangre, la "sangre derramada" que tú entregaste a tus
    discípulos en el cáliz de la cena pascual. Te
    hiciste ofrenda por nosotros. Quisiste redimirnos amorosamente, a
    través de toda tu vida, de tu pasión y de tu
    muerte. Y consumaste tu entrega de amor en la cruz. El precio de
    nuestro pecado eres Tú mismo, por eso nadie puede pagarlo
    sino Tú. Por eso tu condena es el signo más pleno
    del amor.
    Con todo, nosotros seguimos el camino opuesto, por eso, hoy
    siguen las condenas a muerte. Entre nosotros sigue imperando la
    calumnia, la crítica, la difamación, la injusticia,
    el olvido de los derechos
    humanos.
    Dentro de nosotros hay cobardías y hay miedos que nos
    impiden salir a defender la verdad y la justicia; que
    nos impiden sostener nuestras convicciones y mantenernos fieles a
    nuestra responsabilidad.
    Yo también Señor me descubro condenándote en
    mis hermanos cuando tengo miedo de decir la verdad; cuando me
    resisto a correr el riesgo de perder
    una amistad, si digo la verdad. Yo también he condenado
    por debilidad, por cobardía, por malicia o por crueldad. A
    veces te he tenido las buenas intenciones de salvarte, pero te he
    condenado.
    Jesús:
    No juzguen y no serán juzgados. No condenen y no
    serán condenados. Amen a sus enemigos, hagan el bien a los
    que los odian. Hagan con los demás lo que quieren que
    hagan con ustedes.
    Todos:
    Perdónanos, Señor, el no haber entendido que toda
    tu vida, tu pasión y tu muerte, tu condena y tu
    crucifixión, son precio de
    nuestro pecado, son un pago de amor por nosotros. Perdona que no
    haya comprendido tan inmenso amor y te siga condenado
    injustamente. Perdónanos tantas veces que te hemos
    condenado en nuestro hermano el
    hombre.

    3. La Cruz

    Narrador:
    Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y
    reunieron toda la guardia alrededor de él. Entonces lo
    desvistieron y le pusieron un manto rojo; luego, tejiendo una
    corona de espinas, la colocaron sobre su cabeza, pusieron una
    caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de
    él, se burlaban diciendo: "Salve, Rey de los
    Judíos". Y, escupiéndolo, le quitaban la
    caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de
    haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron
    de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.
    Temblaba Jesús que por primera vez sentía la
    vergüenza de la desnudez. Su cuerpo era el de un hombre. Su
    miedo el de un hombre. Su soledad, en medio de aquella
    jauría, era la soledad del hombre.
    Saltó la primera sangre cuando una correa mal dirigida
    cruzó por primera vez su cara. Los golpes siguieron sobre
    sus espaldas. Eran las espaldas de un hombre. Apretó los
    dientes y aferró sus manos a la argolla a la que le
    habían atado. Oía las risas y los jadeos de los que
    le golpeaban. Su espalda era ya un campo arado, rajado como por
    cuchillos, y la sangre se mezclaba con largos surcos azules y
    morados. Era un dolor tan ancho, que comenzaba a no sentir los
    golpes en la espalda. Su mirada borrosa no podía ver la
    sangre que resbalaba ya hasta sus pies.
    Cuando lo desataron, era como un cordero apaleado y cayó
    desfallecido como un bulto sobre el suelo.
    Alguien propuso la idea de divertirse con él,
    coronándolo de espinas como rey de los judíos. Otro
    más tuvo la idea de poner sobre su espalda malherida un
    manto de púrpura, signo de realeza. Con aquel vestido
    Jesús comenzaba a tener un aspecto verdaderamente
    ridículo. Lo coronaron con un haz de ramas de espino que
    plantaron como un casco sobre su cabeza. Y le saludaron
    golpeándole sobre la corona con una caña que luego
    ponían en sus manos como un cetro. Le gritaban con burla:
    "Salve rey de los judíos".
    Pilato había ordenado flagelar al prisionero pero no
    imaginó ni el número de golpes, ni el
    espectáculo de aquel rey de burla. Pensó que con
    este castigo todo terminaría. Se volvió a los
    sacerdotes y exclamó a voz en grito: "Vean; lo traigo
    aquí fuera para que conozcan que no hallo en él
    delito alguno".
    Hizo que Jesús se presentará en el balcón
    sobre la plaza y gritó nuevamente: "He aquí al
    hombre". No sabía Pilato que sus palabras iban a cruzar la
    historia como una
    profecía, Jesús era verdaderamente el hombre, el
    primer brote de la humanidad nueva que sólo Él
    podía hacer nueva.
    Comentarista: La cruz es el patrimonio de
    todos los hombres; está expresada en el mismo cuerpo humano.
    Llena y abraza a cada uno de nosotros y nos confía la
    misma misión de
    Jesucristo con su cruz: redimir, salvar. Nos encarga esa misión en
    el ámbito de nuestra vida personal, en el
    de nuestra familia, entre
    nuestras amistades.
    Hay tantas familias resquebrajadas, heridas, divididas,
    desintegradas o disueltas; tantas familias golpeadas por la
    enfermedad que está amenazando a muerte y no lo pueden
    aceptar; tantas familias heridas y bloqueadas en el
    corazón por los problemas no
    resueltos, por resentimientos amargos, por odios, por torturas
    interiores. Todo esto es cruz.
    Cada una de esas cruces, suben y bajan por nuestras calles en el
    campo y en la ciudad, en los caminos y en las carreteras y se
    apretujan ocultas en el corazón de cada uno de los que
    sufren. Frecuentemente, son cruces maldecidas o solamente
    toleradas; son cruces sin nombre y sin esperanza; llevan a la
    desesperación o a la resignación; pero muy pocas
    sirven para redención. !Y todas son la cruz de
    Cristo!.
    En la cruz de Jesucristo Dios se deja ver como Padre "rico en
    misericordia" (Ef. 2, 4) Jesús encarna y personifica esa
    misericordia sin límites;
    es la epifanía, la manifestación personal de la
    misericordia divina; Él mismo es todo misericordia, la
    misericordia de Dios. Su misericordia es la señal de que
    es el enviado de Dios.
    La misericordia de Dios quiso manifestarse por su
    participación en la experiencia dolorosa de la vida de los
    hombres; Jesús le ha dado a la misericordia divina una
    nueva dimensión, haciéndola humana y revelando
    así claramente la humanidad de Dios.
    (Pausa para reflexionar)
    Hombre:
    Jesús, bendito seas por tu misericordia divina, esa
    misericordia infinita a la que has dado expresión humana.
    Bendito seas por esa cruz en que nos dejas el signo de tu
    misericordia, de la misericordia infinita del Padre. Dame esa
    valentía tuya para abrazar mi cruz, la cruz de cada
    día, la cruz que llevo sobre mis hombros y que me duele
    más cuando la ponen sobre mí aquellos que
    más amo, aquellos de quienes debiera esperar ayuda y
    consuelo Ayúdame a conocer en mi propia experiencia tu
    misericordia para ofrecerla al menos al menos a aquellos a
    quienes amo y quiero liberar del peso de la cruz.
    Gracias, por invitarnos hoy, a cada uno de nosotros a poner todas
    nuestras cruces en relación con la tuya, para entender y
    vivir la misericordia del Padre.
    Gracias, porque nos pides, que entendamos el lenguaje
    preciso de tu cruz, ese lenguaje que
    nos invita a sembrar con tu cruz y nuestra cruz el germen del
    amor, la misericordia y la esperanza.
    Jesús:
    "El que pone la mano en el arado y vuelve la mirada atrás
    no es digno de mí. Sean misericordiosos como su Padre del
    cielo es misericordioso. Amen a los que los odian. Hagan el bien
    a los que los maldicen. Ofrezcan la mejilla izquierda a quienes
    les abofetean en la derecha. Perdonen no sólo siete veces,
    sino setenta veces siete. Bienaventurados los perseguidos por
    la
    justicia. Bienaventurados serán ustedes cuando los
    maldigan por mi causa. Tomen su cruz de cada día y
    síganme".
    Todos:
    Perdónanos, Señor, por no haber aceptado que tu
    Cruz enorme es el camino de la misericordia del Padre.
    Perdónanos por la Cruz que no hemos sabido cargar con
    valentía.
    Perdónanos por esa Cruz que cargamos sobre los hombros
    cansados de los demás, sin apiadarnos de ellos.
    Perdónanos y dales tu amor y misericordia.

    4. La
    Caída

    Narrador:
    "Ha caído tu mano sobre mí: nada queda intacto en
    mi carne por tu furia. Nada sano en mis huesos, debido a
    mi pecado. Mis culpas sobrepasan mi cabeza, como un peso harto
    grande para mí; mis llagas son hedor y putridez debido a
    mi locura; encorvado, abatido totalmente, sombrío ando
    todo el día. Me late el corazón, las fuerzas me
    abandonan, y la luz misma de mis
    ojos me falta. Estoy apunto de caer. No me abandones, oh
    Yahvéh, Dios mío, no estés lejos de
    mí" (Sal 37).
    "Él soportó el castigo que nos trae la paz y con
    sus llagas hemos sido curados" (Is. 53, 5).
    "Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la
    boca. Como un cordero que es llevado al matadero, y como oveja
    que ante los que la trasquilan está muda, tampoco
    él abrió la boca" (I.s 53, 7).
    Comentarista: Jesús camina por las calles de
    Jerusalén, jadeante y casi asfixiado por el peso del
    madero que le aplasta y le doblega, por la debilidad que
    arrastra, a causa de la sangre derramada, de las heridas y los
    golpes. Ante sus ojos las paredes de las casas se mueven y se
    agigantan; y tiemblan en su mirada los rostros de aquella
    multitud que aúlla enfurecida. Todo le parecía
    terriblemente lejano. Ante él sólo se presentaba el
    horizonte de la muerte que le aterraba como a cualquier ser
    humano.
    Le gustaba vivir. Se sentía bien en esta tierra que
    Él había credo muy hermosa, como habitación
    para los hombres sus hermanos. Amaba cuanto le rodeaba: el sol, el agua, las
    estrellas, los árboles, los crepúsculos, los
    corderos y el hombre. Sin embargo, todo estaba llegando al final.
    Le hubiera gustado de otro modo; pero sabía bien que no
    había otro. El pecado del mundo había cerrado todas
    las otras salidas. Se hizo hombre para esto; lo sabía y,
    con todo, hubiera deseado que al menos alguien le
    acompañara con amor entre la jauría que le acosaba
    y que quería derribarle. Se sentía desoladoramente
    solo. Tenía miedo de que tanto dolor no sirviera para
    nada. Y esta soledad era la más amarga de las gotas del
    cáliz que bebía. Bien dice el refrán:
    "Llórate pobre, pero no te llores solo".
    Comenzó a temer que perdería el
    conocimiento. Tenía la sensación de que sus
    pies flotaban. No encontraba el suelo para dar un
    paso. Oyó el grito del centurión que le mandaba
    seguir adelante, mientras iba viendo el suelo que se precipitaba
    sobre su rostro. El madero le golpeó contra la tierra que
    Él había creado. Sintió como una quemadura
    en las rodillas; cayó…
    Jesús: Si el grano de trigo no cae en tierra y
    muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama
    su vida la pierde; el que pierde su vida para este mundo, la
    guarda para la vida eterna.
    (Pausa para reflexionar)
    Hombre:
    Has caído Señor, por la debilidad y la fatiga.
    Saboreas el cáliz de la amargura hasta las últimas
    gotas. Así has querido aceptar
    totalmente nuestra condición humana. Tú eres Dios
    verdadero que has querido ser hombre verdadero y éste es
    el precio: conocer la derrota, la fatiga, la debilidad del
    cuerpo, la limitación de las propias fuerzas. Tú el
    Dios poderoso, aceptaste ser humillado, aceptaste la burla y
    aprendiste a caer.
    Yo sé que no has caído por el peso de tu pecado,
    sino porque has querido, porque has aceptado ser como nosotros,
    ser hermano de todos nosotros, hacerte solidario con nosotros,
    para purificarnos y conseguirnos la misericordia y el amor del
    Padre.
    El sufrimiento pasa, pero no el sentido y la experiencia de haber
    sufrido. Nuestro sufrimiento, si descubrimos su sentido y lo
    unimos al tuyo, nos purifica, nos lleva a la rectitud, nos hace
    madurar. Un hombre que no ha sufrido corre el riesgo de
    permanecer inmaduro toda su vida.
    Para que entendamos eso te hiciste nuestro ejemplo. El Padre no
    te ahorró el paso por la dureza de la vida, tu paso, tu
    Pascua, para la maduración de tu ser como Redentor que
    culmina en tu ser resucitado.
    Porque tu caída me enseña el valor del
    sufrimiento, el valor de la
    dureza de la vida, porque débil me enseñas a
    levantarme por
    la fuerza del
    Padre, te ruego me perdones el miedo al sufrimiento de la
    caída. Perdóname porque te he visto caer en muchos,
    y no me he atrevido a detenerte. Perdóname, Señor,
    por haber caído. Enséñame a levantarme.
    Jesús: Feliz el que cuida del débil y del
    pobre,:
    Todos:
    Perdónanos, Jesús, nuestras debilidades, nuestros
    pecados, nuestras caídas. Enséñanos a
    levantarnos con valentía y esperanza;
    enséñanos a continuar nuestro camino con humildad.
    Ayúdanos siempre a levantarnos, acompáñanos
    hasta llegar al final.

    5. El Encuentro con
    María.

    Narrador:
    "Ustedes todos los que van por el camino, deténganse y
    vean si hay dolor semejante a mi dolor, al dolor con el que soy
    atormentada, con el que Yahvéh me ha herido el día
    de su ardiente cólera" (Lam 1, 12).
    "¿A quién te compararé, hija de
    Jerusalén?
    Grande como el mar es tu dolor ¿Quién te
    consolará?"
    "Su madre conservaba todas las cosas en su corazón" (Lc 2,
    15)
    "Hijo, ¿por qué has hecho esto con nosotros?" (Lc
    2, 48).
    Comentador: No hay duda que María salió al paso del
    hijo en el camino del Calvario. Una madre no puede permanecer
    lejos del hijo que sufre. Los evangelistas nada nos dicen sobre
    dónde estuvo María al paso de Jesucristo con la
    Cruz, aquel Viernes Santo; pero no podemos dudar que ella
    tenía necesidad de estar junto a Jesús,
    ¡día tremendo para el corazón de una
    madre!.
    Había llegado la realidad que había temido por
    más de treinta años. Simeón le había
    dicho, que una espada le atravesaría el alma; pero no
    había entendido el dramático destino del
    pequeño que ahora, pasados los años, iba cargando
    esa cruz. No acababa de entender bien las cosas, pero está
    ahora aquí, frente al dolor y la soledad.
    María compartió con Jesús estás horas
    de redención; pero sólo pudo hacerlo,
    acompañándolo en su soledad, experimentando el
    desamparo del Padre que también a ella le había
    abandonado: "Le pondrás por nombre Jesús, porque
    él salvará a su pueblo de sus pecados".
    Era otra vez la terrible soledad de los días en que
    José desconfiaba de ella, una soledad multiplicada
    atrozmente en su corazón ahora que era la madre de un
    condenado a muerte.
    Nadie sabía mejor que ella, que si su hijo se decía
    Hijo de Dios, es porque lo era de verdad.
    Sólo una madre que haya visto morir al hijo que
    brotó de sus entrañas, puede entender el dolor de
    María. Sólo quien haya luchado contra la muerte en
    el lecho donde el hijo se agita convulsionado por la fiebre, o
    mejor, sólo la madre de un hijo condenado injustamente a
    la muerte, podrá entender el dolor de María.
    ¿Dónde esta la paz de Nazaret, de los días
    alegres cuando Jesús era niño?. Llevaba treinta
    años preparándose para este momento pero,
    aún así, no podía entenderlo. Miró al
    hijo. También él la miró, aunque hubiera
    querido esconderse a su mirada. Si tuviera las manos sueltas se
    habría limpiado el rostro y alisado el cabello para que no
    lo viera como estaba. Hace un esfuerzo para enderezarse. Es como
    si, ante el dolor de ella, todos sus propios dolores hubieran
    desaparecido. Se miran. En la mirada se abrazan sus almas, y el
    dolor de los dos disminuye al saberse acompañados, pero
    crece y crece al saber y mirar que el otro sufre. Luego los dos
    se olvidan de sus dolores, para unirse en una misma
    aceptación: "Hágase en mí según tu
    palabra".
    María:
    Yo le acepté en mis entrañas y le llevé en
    ellas, nueve meses. Nueve meses mi sangre sostuvo la vida de
    Dios.
    Yo le llevé en mi seno, como llevan todas las madres a sus
    hijos, fruto de su vida y de su amor.
    Nació una noche fría de invierno, y lo
    recosté en un pesebre; allí derramó sus
    primeras lágrimas.
    Yo lo llevé en mis brazos al destierro, con el
    corazón angustiado a cada instante, pero con el deseo de
    protegerle y de liberarle.
    ¡Hay tantas cosas que pueden matar a un niño!
    Yo le eduqué entre las risas y lágrimas, en
    el trabajo, la
    oración, la alegría, el amor y la vida.
    Yo estuve con él, observando siempre, en su mirada, lo
    grande de su misión; descubriendo en sus juegos de
    niño y en sus estudios de joven, y en su trabajo
    después, cómo juega, y estudia, y trabaja el mismo
    Dios en la tierra.
    Yo siempre vi en Él al Hijo de Dios, a mi hijo.
    Un día se fue a cumplir la última tarea. Era ya
    todo un hombre, había hecho su trabajo de hijo y de
    carpintero, de amigo y de vecino, de joven alegre y de muchacho
    optimista, su papel de
    hombre y de Dios.
    Pero le faltaba todavía predicar el Reino, enseñar
    la verdad, mostrar el camino, entregar la Vida, y se fue.
    Yo guardé en mi corazón sus palabras y sus
    milagros; yo, que había aprendido a leer sus pensamientos,
    supe entonces de sus tristezas, de sus gozos, de sus esperanzas y
    de su amor.
    Yo presentía que habría de llegar este momento de
    encontrarlo en el camino cargando la cruz.
    Al mirarlo empujado para continuar, la calle parece más
    pendiente, los edificios más altos y el calor se hace
    más sofocante. Frente a mí, pasa Jesús.
    Lo miré y me miró. Nos dimos cuenta de que era el
    final, el duro final: Entregar a la muerte al Hijo de Dios, a mi
    Hijo, para que puedan todos los hombres tener la vida.
    Comentarista: María es la mujer, la
    madre, la esposa, la hija, la novia, la amiga, la hermana.
    María es aquella mujer que mira
    cómo el hijo de meses se muere asfixiado y
    calenturiento.
    María es aquella madre que vela al hijo enfermo, y aquella
    que le toma la mano para dibujar las primeras letras, la que hace
    con los hijos la tarea y la que les sirve en la mesa el pan
    amasado con sudor y cariño. Es la madre que reprende al
    hijo aunque le duela. Es la madre que lee en los ojos la
    inocencia del niño, las inquietudes del adolescente y las
    luchas del joven. Es la madre que se entrega día con
    día a los hijos, y una mañana cualquiera los ve
    partir a la escuela, a la
    Universidad, al
    taller, al trabajo, al matrimonio, a la
    dura lucha de la vida, a cumplir su misión en un puesto
    público, en una profesión humanitaria, o en el
    sacerdocio, o los mira partir definitivamente con la muerte y se
    queda sola, otra vez, como al principio.
    Es la mujer que
    está en el cimiento de todas las obras del hombre y en el
    alma de sus acciones, en
    la fuerza de
    todas sus convicciones y en la grandeza de todos sus ideales. Es
    la mujer que está junto a todas las cruces del mundo.
    María, es la esposa que lucha y anima, la que sostiene al
    marido ante los duros golpes de la vida, la que le despide con un
    beso cuando se va al trabajo y lo recibe con una sonrisa a su
    regreso; la que le alienta en los problemas y le
    hace dulces los días amargos.
    María es aquella viuda, que lucha a brazo partido por
    sacar adelante a sus hijos; aquella que recibió a tres
    pequeños huérfanos y les entregó sus
    bienes, sus
    conocimientos, su amor y su vida; es aquella mujer que sirve de
    madre, de aliento y de sonrisa. Es aquella mujer abandonada que
    sufre y calla. Es… ¡Toda mujer que hace de su presencia
    en el mundo una manera de volverlo más agradable!
    María se expresa en todo corazón materno que se
    llena de misericordia. Dios es a la vez Padre y Madre por
    razón de su amor y unifica en su fuente divina el ser
    masculino, que se expresa en respeto, lealtad,
    fidelidad a sí mismo y al otro, con el ser femenino que se
    expresa en el acogimiento y la ternura.
    María sabe conocer y aceptar, intuir, esa suavidad materna
    de la misericordia divina y la expresa con su afectuosa solicitud
    de madre y de abnegada colaboradora de Dios. Ella participa en la
    revelación de la misericordia divina por el sacrificio de
    su corazón. Ella es quien conoce más a fondo el
    misterio del amor y la misericordia. En ella y por ella, el amor
    misericordioso del Padre no cesa de revelarse. Ella es la Madre
    de la Misericordia por ser Madre de Jesucristo, el amor
    misericordioso del Padre.
    (Pausa para meditar)
    Hombre:
    Gracias, Jesús, por María, tu Madre, presente en el
    amor limpio y generoso de todas las mujeres del mundo.
    Gracias por su amor y su ternura, por su entrega, su dolor, su
    sacrificio y su sonrisa.
    Gracias por todas las madres, y por todas las esposas, y por
    todas las novias que con su cariño y sufrimiento, hacen al
    hombre más útil, más fuerte, más
    grande, más fecundo, más feliz.
    Gracias, María, por todo, porque nos diste a tu hijo, y
    porque nos aceptaste como hijos. Bendita Seas.
    Todos:
    Bendita seas, María, porque has creído;
    ayúdanos siempre a encontrar a Jesús en el camino
    de la vida, a entender en la fe las circunstancias
    difíciles de nuestra existencia, y ven a alentarnos para
    poder llevar
    nuestra cruz con más valentía. Déjanos ver
    en un tu amor, en tu solicitud y ternura de Madre, la
    expresión de la misericordia divina.
    (Canto Dios te Salve María)

    6. La
    Ayuda.

    Narrador:
    Cuando le llevaban a crucificar, obligaron a uno que pasaba, a
    Simón de Cirene que volvía del campo, a que le
    ayudara con la cruz.
    Jesús está a punto de caer; ha hecho un esfuerzo
    sobrehumano por aparecer entero ante su Madre y ahora todo se
    resquebraja en su interior. El centurión teme que se le
    muera en el camino; pero el reo debe llegar a la cruz y morir en
    ella, según lo escrito en la condena. Vuelve los ojos en
    derredor. Necesita que alguien cargue con la cruz y que alivie
    por unos momentos el peso que va cargando el reo; pero no logra
    encontrar ninguna actitud,
    ningunos ojos compasivos. Descubre aquel hombre que venía
    del campo y le obliga a llevar la cruz.
    ¿Qué sucedió en el corazón de
    Simón de Cirene? Seguramente, descubrió sus ojos
    llenos de mansedumbre y serenidad, que nada tenían que ver
    con un condenado a muerte. Sintió curiosidad, piedad e
    indudablemente, amor. Con este movimiento
    interior, aquel pobre campesino fue ampliamente recompensado y
    siguió a Jesús por el camino.
    Jesús: Si alguno quiere ser mi discípulo,
    niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
    Lo que hagan con uno de éstos más pequeños,
    conmigo lo hacen. Dichoso el que se apiada del desvalido.
    Comentarista: Hay muchos en la vida arrastrando la cruz. Todos
    tenemos oportunidad de tomar el papel de Simón de
    Cirene.
    ¡Qué difícilmente puede reconocerse cada uno
    de nosotros en este Simón!
    El hombre rehuye la cruz, no quisiera tener ni la más leve
    parte en el sufrimiento; no quiere probar las humillaciones,
    mucho menos compartir los dolores y las humillaciones ajenas. Por
    eso descuidamos tanto la ayuda al hermano que sufre.
    Jesús nos invita a ser misericordiosos como el Padre. Esto
    nos parece imposible, porque no cabe en nuestro limitado
    corazón el amor infinito del Padre. Su mensaje sobre la
    misericordia de Dios nos dice, no sólo lo que Dios es y lo
    que siente por los hombres, sino que nos muestra la
    exigencia de ser como Dios, siendo misericordiosos con los
    demás, como Dios es misericordiosos con nosotros. Si la
    fragilidad del hombre hace que inmediatamente surja en Dios una
    actitud de
    perdón, lo mismo ha de suceder en el corazón del
    hombre, creado a imagen y
    semejanza de Dios, Padre misericordioso.
    El Cirineo vivió intensamente la misericordia, su
    corazón se abrió a un hombre maltrecho, pero lleno
    de bondad y de amor, cuya debilidad llamaba a la misericordia.
    Simón de Cirene fue la criatura privilegiada que pudo dar
    su misericordia a su creador, que tuvo misericordia de Dios.
    Hoy, nosotros sabemos que el amor y la misericordia que damos a
    nuestro hermano, es amor y misericordia que mostramos al mismo
    Hijo de Dios.
    ¿Quién no ha visto a alguien con su cruz junto al
    camino? Es Jesús camino del Calvario. Se busca hoy
    también un Cirineo.
    ¿Quien quiere ayudarle?
    (Pausa para reflexionar)
    Hombre:
    Cirineo es el papel que yo debí haber hecho siempre,
    porque siempre lo tengo al alcance de la mano, porque siempre hay
    cruces que levantar y espaldas para quitarles su peso, porque
    siempre hay algo con qué alivianar su cruz.
    Es el papel que nos corresponde cumplir a todos los hombres,
    todos los días, hasta la muerte. Toda la vida
    debiéramos ser un Cirineo. Un resumen de nuestra vida
    podría ser éste: "Fue un Cirineo".
    Gracias, Señor, por todos los que ayudan a cargar la cruz
    sin presunciones ni egoísmos, en silencio, sinceramente,
    porque saben que cualquier cosa hecha en favor de los hombres, es
    también hecha a ti.
    Gracias, Jesús, por todos los Cirineos que hay en el
    mundo, tendiendo la mano al miserable, al ignorante, al
    huérfano, a la viuda, al estudiante pobre, al campesino
    ignorado, a la familia en
    promiscuidad, y al cargador enfermo. Gracias, Jesús, por
    todos los Cirineos. Gracias y perdón. Perdón por
    todos los egoístas, los que alzan sus hombros y pasan
    indiferentes, los que dejan en la cuenta de la vida a los hombres
    tirados con sus cruces; los que, a lo más, arrojan sus
    limosnas a la salida de sus fiestas; los que alquilan hombres
    para caminar ellos más desenvueltos. Por ellos y por los
    Cirineos de presunción, los que hacen teatro de su
    misericordia y, compran el cielo con el dinero que
    les sobra.
    Por mí, Señor, con mi atroz egoísmo y mi
    apariencia de bondad, por tanta farsa, Señor,
    ¡Perdón!
    Jesús:
    El rey les dirá: "Vengan benditos de mi Padre, reciban la
    herencia del
    Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo.
    Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de
    beber; era forastero y me hospedaron; estaba desnudo y me
    vistieron; enfermo y me visitaron, en la cárcel y vinieron
    a verme. En verdad les digo, que cuanto hicieron a uno de estos
    hermanos míos más pequeños a mí me lo
    hicieron" (Mt 25, 31). "Felices los que saben hacerse
    prójimo del miserable y del abatido, de los que saben
    ayudar, comprender y alentar al hermano en los días
    amargos… "
    Todos:
    Perdónanos, Jesús, por la cruz que sólo
    tomamos por obligación o por paga, pero sin amor.
    Perdónanos, Señor, por la cruz que hemos visto y
    hemos dejado con indiferencia en hombros de los demás.
    Perdónanos por tantos que caminan por la vida sin
    misericordia, por tantos que caminan sin un Cirineo.
    Enséñanos a llevar tu cruz, la cruz de todos los
    hombres que sufren y que tú pones en nuestro camino porque
    es también tu cruz.

    7. Un
    Consuelo

    Narrador:
    Dice de ti mi corazón: "Busca su rostro".
    Sí, Señor, tu rostro busco, no me escondas tu
    rostro.
    (Pausa)
    Muchos quedaron espantados al verlo, pues, su cara estaba
    desfigurada, y ya no parecía un ser humano… Este hombre
    creció ante Dios como un retoño, como raíz
    en tierra seca.
    No tenía gracia ni belleza para que nos fijáramos
    en El, ni era agradable para que pudiéramos apreciarlo.
    Despreciado y tenido como basura de los
    hombres, varón de dolores, familiarizado con el
    sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la
    cara, estaba despreciado y no hemos hecho caso de él.
    Sin embargo, eran nuestras dolencias las que llevaba, eran
    nuestros dolores los que le pesaban; y nosotros lo
    creíamos azotado por Dios, castigado y humillado. Por sus
    llagas hemos sido curados.
    Comentarista: En esta estación recordamos un gesto
    amoroso, misericordioso, espontáneo y valiente de una
    mujer. De ella nada dicen los Evangelios. Pero es un personaje
    que expresa el deseo de la Iglesia esposa
    que, en su piedad y en su ternura, desea y necesita limpiar este
    rostro dolorido y ensangrentado. Porque es la esposa enamorada
    que desea ver siempre limpia y transparente la imagen del
    esposo, surgió esa figura, Verónica, cuyo nombre
    eso significa, verdadero Icono, verdadera Imagen.
    Ha sido un anhelo del hombre de todos los tiempos ver el rostro
    de Dios. Quizá con Felipe, el apóstol, supliquemos:
    Muéstranos al Padre! Nuestra súplica dice que
    queremos tener la satisfacción de contemplar el rostro
    divino: pero lo grandioso es que necesitamos aprender a descubrir
    el rostro de Dios en el rostro de cada uno de nuestros
    hermanos.
    Jesús: "Yo te doy gracias, Padre, Señor del cielo y
    de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
    entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí,
    Padre, porque así te ha parecido mejor. Todo me lo ha
    entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el
    Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el
    Hijo se lo quiera revelar. Hace tanto tiempo que estoy
    con ustedes y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a
    mí ha visto al Padre. Cómo dices tú:
    "Muéstranos al Padre"?. No crees que yo estoy en el Padre
    y el Padre está en mí?
    Comentarista: Sí, sólo el Hijo conoce al Padre. El,
    que "está en el seno del Padre", nos ha acercado este
    Padre, nos ha hablado de El, nos ha revelado su rostro, su
    corazón
    Pero El nos ha dicho también que hemos de descubrir ese
    rostro en cada ser humano. En los rostros que vemos a diario en
    nuestro caminar, y en los más cercanos, dentro de nuestro
    hogar.
    Hay muchos rostros golpeados y maltrechos que encontramos cada
    día a nuestro paso. Rostros que llevan el polvo del
    camino. Rostros llenos de cansancio, de sudor y fatiga, por
    el trabajo
    abrumador. Rostros marchitos por la vejez, la
    soledad, el peso de los años, las penas y la vida.
    Rostros de niños
    que empiezan a afearse por los ojos, porque en su corazón
    se anidó la ponzoña del rencor y la mentira.
    Rostros endurecidos en la crueldad, en el egoísmo, la
    vanidad o la envidia. Rostros dolidos, amargados, enfermos,
    heridos por la ingratitud, la indiferencia o el olvido. Rostros
    esqueléticos por el hambre y el descuido.
    Todo rostro que sufre está reclamando misericordia. El
    Evangelio recoge con amplitud los aspectos que, según
    Jesús, implica el amor hecho misericordia. Jesús
    nos propone la manera auténtica de ser misericordiosos:
    convertirnos en el Padre celestial, siendo misericordiosos como
    El.
    Ser como el Padre Dios, implica una misericordia que es
    comprensión, perdón, compasión, encuentro,
    aceptación, que implica también llorar con el
    hermano, sufrir por su pecado, compartir y sobrellevar con
    él su carga.
    ¿Cuántos rostros hemos visto en nuestra vida?
    ¿Qué es lo que en ellos descubrimos? Tal vez una
    súplica de ayuda, de comprensión, de apoyo, de
    misericordia… ¿Hemos adivinado alguna vez en esos
    rostros a Cristo? Quien quiera descubrir hoy el verdadero rostro
    de Cristo que haga el papel de Verónica y que lo descubra
    en el hermano que sufre. ¿Quién quiere dar apoyo,
    alegría, alivio y consuelo al Jesús que va junto a
    nosotros en el camino? (Pausa para reflexión)
    Hombre:
    Cuántas veces, Jesús, se me ha borrado tu rostro,
    en los rostros escupidos y golpeados de los que sufren en el
    corazón una tortura. No te he visto a mi paso por la
    calle, en todo aquel que sufre la humillación, el
    desprecio, la vergüenza y la injuria.
    Enséñanos tu rostro en los menos importantes, en
    los desvalidos, en los que sufren sin saber siquiera quién
    los golpea.
    Perdónanos y gracias Jesús. Gracias
    Verónica, porque en ti encontramos la abnegación y
    la ternura, la bondad y la comprensión de todo aquel que
    consuela o ayuda a un hermano. Gracias por la abnegación
    de la enfermera, la abnegación del médico, el
    arrojo del abogado que defiende a aquel hermano ignorante o
    inexperto, el cuidado del policía que da la mano al
    anciano para cruzar la calle, y la valentía del que lucha
    por cambiar el rostro de tantos pueblos oprimidos y hambrientos.
    Gracias, Jesús, por aquella hermanita de la caridad, por
    aquella religiosa que desde jovencita consagró su vida
    para hacer sonreír tu rostro en el rostro surcado de un
    anciano, o de un enfermo.
    Gracias, Jesús, por aquel sacerdote que lucha por cambiar
    tantos rostros entristecidos. Haz que encontremos tu rostro en
    todos los hombres y que lo grabemos en nuestros corazones.
    Jesús:
    Felices los misericordiosos, porque obtendrán
    misericordia. Felices los que derraman ternura y cariño,
    donde hay angustia y lágrimas. Felices porque desbordan
    comprensión amorosa donde hay ofensa y desprecio. Felices
    porque su misericordia es un signo de fe y hace presente el amor
    de Dios. Felices porque el extremo del amor es la misericordia,
    porque en la misericordia es en lo que el hombre se parece
    más a Dios.
    Todos:
    Gracias, Señor, por las manos benditas que saben dar
    socorro como una caricia. Gracias porque dejas que alivien tu
    fatiga.
    Gracias y perdón. Perdón por no haberte descubierto
    en los rostros dolidos. Perdón por no haberte transformado
    en los rostros deshechos y humillados.

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