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El Cine en la Literatura




Enviado por Germán Cáceres



    1. Desarrollo
    2. Fuentes
      consultadas

     

    Desarrollo

    Se intentará señalar cómo el
    cine ha
    modificado la operatoria perceptiva del escritor, actitud que se
    manifiesta tanto en los aspectos formales como en la trama y en
    la temática de la narrativa escrita.

    El mismo proceso ha
    sido señalado por Jorge B. Rivera respecto a la historieta
    moderna, a la que ha dado en llamar neográfica porque
    incorpora primeros planos, encuadres, picados (o vistas de
    pájaro), personajes en escorzo, el montaje y otros
    procedimientos
    que evidencian la influencia del cine. El punto de partida lo dio
    el realizador David Wark Griffith con dos filmes
    emblemáticos del arte
    cinematográfico: El nacimiento de una nación
    (Birth of a Nation, 1914) e Intolerancia (Intolerance, 1916).
    Destaca, además, los aportes de la fotografía, que tanto tuvieron que ver en
    el desarrollo del
    periodismo.

    Este análisis aspira no sólo a mostrar el
    enriquecimiento obtenido por la literatura mediante la
    utilización de técnicas
    fílmicas, como se propuso John Dos Passos en su novela Manhattan
    Transfer (1925) o Dashiell Hammett en esos emblemas de la serie
    policial negra que fueron Cosecha roja (1929) y El halcón
    maltés (1930). El objetivo es
    demostrar que el cine se adentra en el corazón
    mismo de la literatura. Como pontifica
    nada menos que Jean-Luc Godard en la venerada "Cahiers du
    Cinéma": "Los escritores siempre tuvieron la
    ambición de hacer cine sobre la página en blanco:
    de disponer todos los elementos, y dejar que el pensamiento
    circule del uno al otro".

    Pero antes fue la literatura la que penetró en
    las entrañas de la pantalla grande, y ello sucedió
    durante la exaltada cinefilia de la década del sesenta, la
    de la nouvelle vague, que defendía el filme de autor y que
    encumbraba la labor del crítico
    cinematográfico.

    Edgardo Cozarinsky, después de citar la
    enfática declaración de Godard, estudió a
    fondo los ejemplos en que el cine europeo se hizo eco del
    pensamiento
    borgeano urdiendo un sistema de
    múltiples asociaciones.

    Todo estalló con Hace un año en Marienbad
    (L´Année Dernière à Marienbad, 1961),
    dirigida por Alain Resnais y con guión del escritor Alain
    Robbe-Grillet. Varios críticos franceses vieron en esta
    película la plasmación de La invención de
    Morel (1940), de Adolfo Bioy Casares, novela que puede
    considerarse tanto como un homenaje a la magia del cine, como una
    visión anticipatoria de los hologramas, o, en nuestros
    días, como una temprana prefiguración de la
    realidad
    virtual. Aquellos críticos rastrearon afinidades entre
    los inasibles y casi fantasmales personajes de ambas
    obras.

    De Bioy Casares los cineastas pasaron a Jorge Luis
    Borges, cuya obra encumbraron hasta una cima inalcanzable. Y
    así, en París nos pertenece (Paris nous
    appartient,1958), de Jacques Rivette, aparece sobre una mesa la
    edición francesa de Otras inquisiciones, y la
    crítica quiso interpretar en su historia sobre una confusa y
    extraña conspiración el desarrollo del
    "Tema del traidor y del héroe". El mismo cuento fue
    adaptado al cine por Bernardo Berlolucci en Strategia del ragno
    (1969-70).

    En otro importante filme, Alphaville(1965), de Godard,
    una poderosa computadora
    que domina la sociedad del
    futuro recita frases de la "Nueva refutación del tiempo". Y
    revistas como "Positif", la mencionada "Cahiers du Cinéma"
    y las inglesas "Sight and Sound", "Monthly Film Bulletin" y
    "Movie", convocan caprichosamente títulos y oraciones
    borgeanos al analizar películas de las más diversas
    nacionalidades y estilos.

    Te amo, te amo (Je t´aime, je t´aime,1968),
    de Resnais, trata sobre una máquina del tiempo y los
    personajes que trabajan en una editorial pronuncian palabras como
    Tlön y Evaristo Carriego, que pertenecen a célebres
    textos del escritor argentino.

    Performance (1968) es una película codirigida por
    Donald Cammell y Nicolas Roeg, en la cual se enuncian
    párrafos de "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", "El sur" y
    se muestran ejemplares de la Antología personal. Pero lo
    más curioso es que un personaje interpretado por la
    estrella de rock Mick Jagger
    recibe un balazo en la cara y a continuación surge el
    retrato de Borges.

    Tal vez el filme más borgeano, y de una belleza
    perturbadora, sea Más allá del amor (Alice ou
    la dernière fugue, 1976), de Claude Chabrol, que fue
    estudiado profundamente por la ensayista Teresa Alfieri. La
    protagonista se llama Alice Carrol, en directa referencia a
    Alicia en el país de las maravillas y a su autor, Lewis
    Carroll, tan elogiado por Borges. Alice
    sufre un accidente automovilístico fatal, pero en su
    muerte se
    produce un intervalo, una suspensión del tiempo a la
    manera de "El milagro secreto", que ella aprovecha para recorrer
    un laberinto sin salida como el de "La casa de Asterión",
    y por si esas sugerencias no fueran suficientes, en una escena
    lee Ficciones.

    Si bien el cine originó cambios en las pautas de
    escritura,
    siempre la literatura miró las artes plásticas como
    un modelo de
    representación de la realidad. En este sentido, los
    avances técnicos alcanzados por la perspectiva
    científica en la pintura
    durante el Renacimiento
    obtuvieron una rotunda repercusión. No sólo se
    medía la profundidad y el espacio existente entre los
    objetos, sino también entre la escena registrada y el
    observador del cuadro. Ello motivó asimismo grandes
    búsquedas renovadoras en la escenografía teatral,
    donde se aplicaron esos principios
    pictóricos en función de
    la ubicación de la audiencia.

    A partir del siglo XVI los escritores realzaron las
    artes plásticas como una herramienta ideal para mostrar
    una imagen del mundo.
    Autores de la talla de Smollett, George Eliot, Flaubert y
    Trollopelle hablaban de lienzo, de perspectiva, de imágenes
    en expansión, de retratos. Recordemos que en pleno siglo
    XX, Hemingway confesó que había aprendido a
    escribir en el Louvre, porque admiraba la capacidad de síntesis
    de la pintura al
    referir una historia con sus personajes
    dentro de los límites de
    un cuadro.

    Dickens fue más allá vinculando la
    literatura con el teatro. Conrad
    mencionaba grandes escenas narrativas que se grababan
    indeleblemente como una ilustración en el ojo de la mente, y que el
    lector podía recordar con mayor precisión que las
    palabras escritas o los propios comentarios del autor.

    David Bordwell puntualiza que Henry James
    enfatizó este rasgo plástico
    de la literatura en su doctrina del punto de vista, expuesta en
    sus ensayos sobre
    la novela. Su
    tesis se
    fundamenta en la visión, en una noción
    escenográfica que destaca las posibilidades ópticas
    de un espectador que observa la acción desde una ventana.
    Es necesario precisar que el pensamiento de James no constituye
    una simple adhesión a los principios de la
    perspectiva: en Las alas de la paloma, los puntos de vista de los
    personajes corresponden a diferentes aprehensiones conceptuales
    de la realidad, que revelan la imposibilidad de juzgar el
    comportamiento
    ético del ser humano.

    Percy Lubbock, un crítico que elogiaba a James,
    articuló con mayor rigor este enfoque pictórico de
    la literatura, al que agregó una orientación
    teatral. Y llegó a hablar de método
    escénico, que tiene en cuenta el punto de vista del
    personaje, al que se opone el panorámico, que es aquel que
    transparenta un conocimiento
    superior de los acontecimientos por parte del autor.

    Cuando surgió el cine como forma
    artística, ya cierta teoría
    empezó a comparar la narración literaria con un
    filme.

    Se aclara que los mismos conceptos que se vierten sobre
    cine, también son aplicables a la TV y al video. Por
    ejemplo, la reciente película Traffic (2000), de Steven
    Sorderbergh, presenta un montaje alterno con títulos que
    indican el lugar donde se desarrolla una acción ya
    comenzada, la que se interrumpe en un momento culminante para
    pasar a otra, en un estilo que tiene puntos de contacto con la
    célebre serie televisiva Los Expedientes Secretos X,
    creada por Chris Carter en 1993.

    Para el cineasta soviético V. I. Pudovkin, el
    cine se relaciona con el teatro, y es un
    espectáculo donde un ojo de la cámara invisible
    actúa como si fuera un testigo implícito y a la vez
    omnipresente en el espacio y en el tiempo. Esa lente ubicua era
    el vehículo de expresión del director, su brazo
    ejecutor. Sergio Eisenstein, que tantos y agudos trabajos
    teóricos dejara sobre el contrapunto audio-visual,
    consideraba que el cine era una expansión del
    teatro.

    El escritor ha incorporado esta visión
    cinematográfica y ello se revela en sus textos. No como
    propósito u objetivo
    estilístico, sino como expresión espontánea
    porque forma parte de la percepción
    del hombre
    contemporáneo.

    En el capítulo 1 de su novela Amor
    perdurable (1997), Ian McEwan relata un accidente en globo, en
    una especie de plano-secuencia que recuerda los alardes de la
    estupenda escena inicial de Sed de mal (Touch of evil, 1958), de
    Orson Welles. "Lo veo desde cien metros de altura, con los ojos
    del aguilucho que habíamos observado antes ascender",
    refiere desde un plano picado o vista de pájaro.
    Más adelante comenta "presencié un montaje de
    más de cincuenta finales felices", y a la manera de una
    foto fija advierte: "permítanme que inmovilice la imagen -en la
    quietud hay seguridad– para
    describir el círculo que formábamos".

    Guillermo Cabrera Infante proclama en uno de sus
    brillantes juegos de
    palabras, que el mayor legado que nos ha brindado esa
    poética fábrica de sueños son los mitos
    plasmados a través de potentes y bellas metáforas
    visuales. Y afirma que esos mitos son los
    actores, y hace la siguiente enumeración: Gary Cooper,
    Charles Chaplin, Marlon Brando, Orson Welles, Henry Fonda, John
    Wayne, Robert Mitchum, Buster Keaton, Groucho Marx, Jacques
    Tati, James Dean, Paul Newman, Joseph Cotten, Greta Garbo, Jean
    Harlow, Marilyn Monroe, Jane Mansfield. En un libro
    recientemente reeditado, Nicolás Olivari comparte esa
    opinión y añade a la lista los nombres de Joan
    Crawford, Marlene Dietrich, Laurel y Hardy, Clark Gable, Maurice
    Chevalier, y al que considera un ídolo irremplazable:
    William Powell. Volviendo a Cabrera Infante, en su ensayo asegura
    que Welles definió el cine con esta ocurrencia: "…es el
    mejor tren eléctrico que ningún niño pueda
    recibir".

    El lenguaje
    cinematográfico y su impronta mítica es palpable en
    la obra de varios escritores argentinos, entre otros Manuel Puig
    con La traición de Rita Hayworth (1968) y The Buenos Aires
    Affair (1973), y Juan José Saer con Cicatrices (1969), por
    nombrar algunos de sus títulos.

    En Los crímenes de Van Gogh (1994), José
    Pablo Feinmann celebra la iconografía
    cinematográfica, y la presenta como inductora de la
    cultura de
    masas. La novela
    está poblada de innumerables guiños dirigidos al
    cinéfilo, en una especie de parodia de las abundantes
    escenas sanguinolentas que se ven en cierto tipo de
    películas.

    Manuel Puig es un caso particular de entrelazamiento
    entre literatura y cine. Tanto que a fines de la década
    del cincuenta realizó estudios en Roma, en el
    Centro Sperimentale di Cinematografía de Cinecittà.
    De allí muchas de sus valiosas reflexiones sobre ambas
    expresiones y sus particulares exigencias. "El cine requiere
    síntesis, y por lo tanto es el
    vehículo ideal de la alegoría, del
    sueño"(…)"La concentración que, en cambio,
    permite la página impresa, da margen al narrador a otro
    tipo de discurso,
    más complejo especialmente en lo conceptual."

    Para apreciar el amor de
    Puig por el cine, y su comprensión como cosmos donde
    fulguran las imágenes
    en movimiento en
    una suerte de fabulosa apoteosis visual, nada mejor que los
    pequeños relatos que escribió para la revista
    italiana "Chorus". Entre ellos está "Mi queridísima
    esfinge", donde pergeña una visita de Greta Garbo a un
    moribundo Max Ophüls, que se encuentra internado en un
    hospital. En ese jugoso diálogo
    puro que mantienen (no hay comentarios ni descripciones), el
    director de Lola Montes (1955) le confiesa a la ilustre diva:"Y
    clásicos son todos sus filmes, Greta. ¡Qué
    pena no tener un proyector en esta sala de clínica para
    verla de nuevo! Si voy al paraíso, espero encontrar un
    aparatito que me permita proyectarlos de adelante para
    atrás cuantas veces quiera".

    Fuentes
    consultadas:

    Alfieri, Teresa: Redes, alambiques y
    herencias. Buenos Aires,
    Editorial de Belgrano, 1981.

    Bordwell, David: La narración en el cine de
    ficción. Barcelona, Paidós, 1996.

    Cabrera Infante, Guillermo: Arcadia todas las noches.
    Madrid, Alfaguara, 1997.

    Cozarinsky, Edgardo: Borges en/y/sobre cine. Madrid,
    Editorial Fundamentos, 1981.

    Eisenstein, Sergio: La forma en el cine. Buenos Aires,
    Ediciones Losange, 1958.

    Olivari, Nicolás: El hombre de
    la baraja y la puñalada. Buenos Aires, Adriana Hidalgo,
    2000.

    Puig, Manuel: Los ojos de Greta Garbo. Buenos Aires,
    Seix Barral, 1993.

    Rivera, Jorge B.: Panorama de la historieta en la
    Argentina. Buenos
    Aires, Libros del
    Quirquincho/Coquena Grupo Editor,
    1992.

     

     

     

    Germán Cáceres

    Penelas Stigliano & Asoc.

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