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"Mini manual de falacias argentinas"




Enviado por robertohalvarez



    1. A manera de
      prólogo
    2. ¡No le va a dar el
      cuero!
    3. Argentina
      potencia
    4. Los argentinos somos derechos y
      humanos
    5. El que apueste al dólar,
      pierde
    6. Estamos ganando
    7. Con la democracia se come, se cura,
      se educa…
    8. 30.000
    9. La casa esta en
      orden
    10. Solamente en este
      pais
    11. Voy a ser el
      medico…
    12. Hay que cambiar el
      modelo
    13. Que sea lo que dios
      quiera

     

    A MANERA
    DE PRÓLOGO

    Al borde del medio siglo de edad un argentino medio
    puede descubrir que ha vivido tanto en este emocionante
    país, que probablemente equivalga a más de una vida
    en algún aburrido paraje europeo. Que esta bendita
    república es apasionante no es solamente un sentimiento
    subjetivo. Lo es también el de muchos compatriotas que
    emigran hoy detrás de un futuro mejor hacia diversos
    lugares incluidos, aquellos que a la sazón se encuentran
    inmersos en una escalada de violencia
    mayúscula.

    Este marco temporal le habrá permitido conocer
    gobiernos de toda laya, a saber:

    • Ilegítimos de acceso, pero legítimos de
      fines.
    • Legítimos de acceso, pero ineptos de
      ejercicio.
    • Ilegítimos de acceso, ineptos de ejercicio y
      carecientes de fines (o más bien, de fines
      patéticos).
    • Legítimos de acceso, ineptos de ejercicio y
      fines concebidos luego de abandonar el poder.
    • Legítimos de acceso, improvisados de
      ejercicio, renuentes a dejar el poder y en
      eterno retorno.
    • Legítimos de acceso, siesteros de ejercicio y
      con ruidoso y cacerolesco fin.
    • Improvisados de acceso, imprevisibles y
      contradictorios de ejercicio y fines aún en
      elaboración.

    La lista puede ser interminable habida cuenta de que el
    color partidario
    individual puede adjetivarlos como a cada uno se le
    antoje.

    Ese supuesto argentino medio habrá leído
    de joven los diarios El Mundo, La Prensa, La
    Razón (la 5º vespertina que no se regalaba como
    ahora), La Nación
    y Clarín. También aquellas colecciones inolvidables
    como Billiken, Robin Hood y, más tardíamente,
    Irídium. Demás está decir que la
    televisión era en blanco y negro y que recién
    empezaba al mediodía con los Tres Chiflados. Que el cable
    sólo llevaba electricidad y
    las computadoras
    ocupaban toda una habitación sólo para hacer las
    operaciones
    más elementales. El "jueguito" era con la pelota y
    "programa" era
    salir con una chica. La compañera del domingo era la Spica
    (en cueros) y la voz de José María Muñoz
    relataba cómo River salía segundo otra vez. A esta
    altura hay que rendir un sentido homenaje a Fontanarrosa que en
    paz descanse (aunque esté vivo ya que está en todo
    su derecho a descansar) porque escribe de estas cosas mucho mejor
    que yo.

    Hablando de homenajes resulta también un deber
    intelectual reconocer en los trazos que siguen el sello impreso
    por "El Manual de
    zonceras argentinas" de Arturo Jauretche, "La Argentina como
    sentimiento" de Víctor Massuh y "El atroz encanto de ser
    argentino" de Marcos Aguinis. Sus pensamientos son de
    aplicación directa en las líneas de trama
    sociológica que se intenta describir. Hay otras deudas
    intelectuales menos directas pero se debería recurrir a la
    ayuda del FMI porque la
    lista sería interminable.

    ¿Por qué Jauretche, Massuh y Aguinis
    pueden participar, sólo en calidad de
    testigos de esta especie de asociación ilícita con
    forma de ensayo? Porque
    los tres se atrevieron en los ´60, ´80 y ´90 a
    realizar una crítica descarnada de nuestra manera de
    vernos y de interpretar la realidad que nos rodea. Dentro de
    tanta mediocridad en la que se escriben libros y
    guiones para la coyuntura y para aprovechar las cada vez
    más efímeras modas y campañas políticas,
    los autores citados analizaron nuestro comportamiento
    individual y colectivo, separando la paja del trigo y llamando a
    las cosas por su nombre. Conviene recordar también que
    Jauretche invita a sus lectores, mediante la inserción de
    hojas en blanco al final de la obra de referencia, a continuar
    con la identificación y explicación de las
    "zonceras" que han conducido y formado nuestra cultura.

    ¿Por qué lo de las falacias?. Porque las
    falacias son según la "Introducción a la lógica"
    de Irving Copi "razonamientos incorrectos que parecen correctos y
    son psicológicamente persuasivos". Cuando se los analiza
    cuidadosamente se descubre el engaño. Si bien no hay
    ninguna clasificación universalmente aceptada, podemos
    decir a grandes rasgos que se dividen en formales y en no
    formales. Las "formales" constituyen una parte medular del
    estudio de la lógica
    proposicional, ya que su constitución rígidamente moldeada
    durante la Edad Media
    permite un encaminamiento gradual para su comprensión. En
    cambio las "no
    formales" son más difíciles de estructurar y mucho
    más arduo aún de detectar habida cuenta de su
    diseminación en el lenguaje
    cotidiano. Ellas apelan a la fuerza, a la
    ofensa, a las circunstancias, a la ignorancia, a la misericordia,
    a la demagogia, a la autoridad, al
    accidente, a la generalización, a los principios, a las
    causas falsas o a las conclusiones in atinentes. Otras veces a la
    ambigüedad, al equívoco, al énfasis, a la
    división (tomar la parte por el todo) o a la
    composición (tomar el todo por la parte). Como
    podrá apreciar el lector, desgraciadamente el lenguaje de
    algunos políticos y algunos periodistas ha hecho uso y
    abuso de estas herramientas.

    Lo que sigue es pues una humilde colaboración que
    montada sobre el esquema de falacias intenta actualizar los hitos
    de nuestro eterno problema: no somos como creemos que somos y por
    eso nos va como nos va.

    NI VENCEDORES NI
    VENCIDOS

    Esta curiosa frase fue pronunciada luego de producida la
    Revolución
    Libertadora en septiembre de 1955. Curiosa en sí misma y
    notable por el contexto.

    En sí misma, porque recuerda las críticas
    de Arturo Jauretche con aquello de que "La victoria no da
    derechos".
    ¿Es posible una contienda en la que ninguno gane?
    Más allá de un "tablas" en el ajedrez o un
    empate en el fútbol por mencionar sólo algunos
    deportes en los
    que la ausencia de vencedores no sea novedad, resulta
    paradójico que en una lucha fratricida a dos bandos y con
    fusilamientos y bombardeos incluidos, no existan vencedores ni
    vencidos. Vale recordar que el empate en los deportes es un resultado no
    querido de dos contendientes que desean ganar. ¿Acaso
    alguien, persona, grupo o
    facción, emprende la lucha armada arriesgando su vida para
    luego al acceder a la victoria exprese una generosidad digna de
    Gandhi? Si existiera probablemente ni siquiera hubiera emprendido
    tal guerra y
    hubiera empleado otros medios como lo
    hizo el gran pacifista indio.

    Entiendo que no hay grupo de
    poder, y los antiperonistas del ´55 no eran la
    excepción, que al triunfar no ocupen todos los estamentos
    gubernamentales desplazando a los opositores. No los hay tampoco,
    así accedan al poder con o sin legitimidad, que no
    apliquen su propio programa de
    gobierno el que,
    necesariamente es otro, caso contrario no se hubiera producido el
    golpe o no hubieran ganado por el voto popular de gente que
    quería un cambio. En
    todos los casos se apeló a "la herencia
    recibida" como facilismo para descargar todo el inventario de
    males, reales o ficticios, que permitieran a la nueva gestión
    iniciar desde cero, como si recién llegaran a esta
    tierra en
    paracaídas sin ser arte o parte de
    los sucesos anteriores.

    Es pues esta una paradoja obviamente irrealizable, una
    nueva expresión de ingenuos deseos o, simplemente, una
    maquiavélica maniobra de desinformación. Pruebas al
    canto, el ex presidente debió huir y se
    acuñó la frase "el tirano prófugo" por parte
    de aquellos que ni siquiera querían pronunciar su nombre.
    Confiscación de bienes, causas
    judiciales, tribunales de honor y privación del grado y
    uso del uniforme fueron algunos jalones de un vencido sin
    vencedores. Su partido estuvo proscrito durante dieciocho
    años (1955 – 1973) pero al regresar a la arena
    electoral, como un resorte comprimido que se expande,
    arrolló a la oposición con una fuerza
    incontenible un 11 de marzo. Cabe comentar para aquellos lectores
    jóvenes que el partido vencido fue árbitro en las
    elecciones de 1958 y 1963, que elevaron a la primera magistratura
    a Frondizi y a Illia.

    Más modernamente, Alfonsín con el Proceso y
    Menem con
    Alfonsín demostraron que en democracia
    también hay vencedores y vencidos.

    En definitiva y para no abrumar con detalles, que no es
    la idea de estas líneas, de la famosa frase no queda nada
    cuando es crudamente contrastada con los hechos de la
    realidad.

    NO LE VA A
    DAR EL CUERO

    "¡No le va a dar el cuero!" inauguró una
    serie de bravatas desatinadas en boca de altas jerarquías
    militares. A ella se sumarán luego otras de Arguindeguy
    ("Las urnas están bien guardadas") y Menéndez
    ("Pasarán sobre mi cadáver"), entre las de otros
    iluminados. Esta que se comenta pertenece al Lanusse presidente,
    en 1972.

    Este general ya había estado
    detrás del poder con Onganía, y fue el mentor de
    Levingston en el sillón presidencial cuando decidió
    relevar a aquél al percibir que pretendía
    eternizarse en el gobierno.
    Persuadido Lanusse de la imposibilidad de mantener un gobierno
    ilegítimo, decidió realizar elecciones.
    Transcurría la época de las pre candidaturas, se
    debatía si Perón
    volvería a ser candidato y Lanusse empezó a poner
    trabas para que, efectivamente, no pudiese candidatearse. La
    obligación de residir en el país desde seis meses
    antes fue una de ellas. Luego inventó el ballotagge
    criollo, por si la elección se presentaba muy
    reñida. Finalmente, promocionó a un brigadier para
    el partido militar, el que filmó avisos televisivos con el
    cantito "el presidente joven", como atributo diferenciador del
    mismo Perón, de
    Balbín y de Allende.

    Fue durante uno de los tantos discursos pre
    electorales que lanzó el famoso desafío desde la
    tribuna que le brindó el Colegio Militar. Y perdió.
    Y con él, perdimos todos. Perón volvió hacia
    noviembre de ese año, bajo una lluvia torrencial,
    protegido por el paraguas de un conspicuo líder
    sindical. Bendijo la fórmula Cámpora – Solano
    Lima, que popularmente se conoció como "Cámpora al
    gobierno, Perón al poder". Y se fue de nuevo.

    La crónica periodística marca que en
    marzo de 1973 finalmente hubo elecciones, abriéndose
    nuevamente el juego
    político, y el peronismo
    arrasó. Que el día de la asunción la Plaza
    de Mayo y el Congreso fueron una hecatombe de enardecidos
    manifestantes de todas las ramas del peronismo, de
    ultra derecha a ultra izquierda, como sólo un grande y
    difuso movimiento
    podía cobijar.

    Que Perón volvió otra vez en un
    avión atiborrado de oportunistas, ahora bajo una lluvia de
    balas, para asumir el gobierno por renuncia de su dentista porque
    los cincuenta días de Cámpora habían sido
    mucho menos gloriosos que los cien de Napoleón y las variadas y violentas
    corrientes internas de un partido que ya no contenía,
    hicieron eclosión provocando su renuncia. Que
    habiéndose hecho cargo de la presidencia los conflictos
    internos fueron sucediéndose entre las diferentes
    fracciones del peronismo en una lucha por espacios de poder que
    no reconocía límites.
    Que tuvo que echar de la Plaza a la "gloriosa JP", eufemismo por
    Montoneros (a los que llamó estúpidos e imberbes),
    ya que ahora era "un león herbívoro" y no alentaba
    más a las "formaciones especiales", que regresaron a la
    clandestinidad.

    Y luego, la muerte del
    líder,
    el desgobierno de su viuda, y los decretos de aniquilamiento de
    la guerrilla que ahora nadie quiere recordar, y finalmente,
    marchita, comunicado y nuevo golpe.

    Le dio el cuero para aceptar el convite. Había
    que ser muy vivo, y Lanusse no lo era, para desafiar a
    Perón y ganarle. Pero no le dio el cuero para venir y
    gobernar un país desbocado por las pasiones y la violencia. El
    mito se tuvo
    que hacer cargo de su destino y el Perón verdadero estuvo
    muy por debajo del Perón leyenda.

    ARGENTINA POTENCIA

    Es el nuestro un país en eterno proyecto. Siempre
    mirando hacia el pasado ("la deuda recibida") o hacia un futuro
    lejano y preñado de grandezas ("somos un país
    condenado al éxito"). Es un país de presente
    ausente aunque parezca un juego de
    palabras. Nuestro origen se remonta al tardío Virreinato
    del Río de la Plata, aquel nacido de una
    gobernación lejana, pobre y contrabandista en tiempos de
    los Augsburgo y que renació con los Borbones sólo
    por treinta y cuatro años. Ese es el lapso que separa su
    fundación en 1776 y el grito libertario de 1810. El mismo
    transcurrido entre Onganía y De la Rúa, para
    ponerlo en términos manejables para nuestra época.
    Venimos, de la periferia del Nuevo Mundo, si recordamos que las
    perlas de la corona eran los virreinatos de Nueva España y
    del Perú. Luego de dicho esto surge la primera
    conclusión: desde nuestro origen como nación
    el poder estaba en otro lado.

    Posteriormente, los Estados Unidos se
    articulaban como país con la conquista (y compra) de su
    oeste; y Gran Bretaña, Alemania,
    Francia e
    Italia se
    disputaban el mundo en lo que se llamó la etapa del
    imperialismo.
    Nosotros en cambio nos desmembramos en luchas fratricidas que
    recién finalizaron hacia 1870, para recomenzar en 1890 por
    diferentes causas. Como segunda conclusión, durante el
    siglo XIX las potencias seguían en otro lado y se
    dedicaban a otra cosa. Sin pretender dar clases de historia, es bueno
    señalar que estos países tuvieron sus luchas
    intestinas y sus guerras
    exteriores pero, supieron manejarlas en sus alcances,
    derivaciones y secuelas, sin afectar sus intereses nacionales.
    Aquí fue una sucesión infinita en la que las
    consecuencias de una confrontación se convertían en
    causas de la siguiente, sin solución de
    continuidad.

    Durante el siglo que apenas pasó surgió la
    actual potencia
    hegemónica, heredera de Gran Bretaña, la que
    pasó a un sobrio y próspero segundo plano. Las
    otras naciones citadas transitaron por las vicisitudes de dos
    guerras
    mundiales y sobrevivieron. Lejanas colonias como fuimos nosotros,
    Canadá, Australia y Nueva Zelanda, se consolidaron como
    países con destino. Japón
    se repuso del genocidio y de una rendición incondicional,
    y España,
    que resurgió de una cruenta guerra civil,
    se modernizó. Corea es una realidad y China se
    asoma. ¿Y nosotros? Nosotros seguimos con las luchas
    internas y la puja de sectores, en la que se prefiere que todos
    pierdan antes de que alguno gane más que los demás.
    La dirigencia juega a la conspiración facciosa, y ha
    trasladado la lucha partidaria de comité al nivel de
    Estado,
    consagrando las internas abiertas como gran reforma política.

    Como conclusión general. A lo largo y a lo ancho
    de la historia del
    mundo siempre hubo alguna potencia que
    ocupaba el centro de la escena. El imperio Meiji, el Carolingio o
    los Estados Unidos lo
    fueron y lo son. Y dejarán de serlo a menos que hayamos
    llegado al tan mentado fin de la Historia. Lo que no siempre se
    registra es que junto a la potencia principal coexistieron
    sociedades con
    excelentes desempeños. ¿No estaban los hititas
    cerca de los egipcios? ¿No progresó Holanda durante
    el apogeo de Gran Bretaña en el siglo XIX? Es decir, ser
    potencia es un sueño infantil cuando se arranca de tan
    atrás. Años después de esta frase, en los
    ´90, quisimos pasar del Tercer Mundo al primero. De terapia
    intensiva a las olimpíadas, sin escalas. Fue una etapa de
    crecimiento pero no de desarrollo,
    que es algo más profundo y durable. Argentina
    Potencia fue del Proceso y no
    funcionó. La del primer mundo fue de Menem y tampoco
    anduvo. ¿No será mejor perseguir fines más
    modestos, pero alcanzables? ¿Por qué aspirar a
    cóndor, cuando un pato vive bien? El pato que aspira a
    cóndor ¿no termina siendo un ganso? Sé que
    estarán pensando muchos que es de mediocres fijarse metas
    de segundo nivel. Pero habrá también otros que
    recordarán el viejo refrán que rezaba "lo ideal es
    enemigo de lo bueno". Pensemos en metas menores que se puedan
    alcanzar. Luego sigamos con otras y, después de cierto
    tiempo, veinte
    o treinta años, nos habremos desarrollado sin darnos
    cuenta. Lo anterior, períodos de empobrecimiento y de
    crecimiento alternados sólo trajeron amarguras y
    desigualdades. Gracias a esos espasmos tuvimos comidas
    rápidas y teléfonos celulares, pero en pocos
    kilómetros cuadrados convivían la villa y el
    country, Africa y Palm
    Beach. Tuvimos los pálidos reflejos del primer mundo, como
    sombras en la caverna de Platón.

    Propongo que en vez de "Argentina Potencia"
    acuñemos la frase y nos propongamos como meta: "Argentina
    Decencia". Tal vez a través de la decencia pública
    y privada, lleguemos a ser potencia algún
    día.

    LOS ARGENTINOS SOMOS DERECHOS Y
    HUMANOS

    Es lindo verse bien en el espejo. Frecuentemente ponemos
    nuestro mejor perfil. De la misma manera, cuando decimos que
    somos derechos y
    humanos falseamos nuestra imagen.
    ¿Fuimos derechos y humanos cuando la Primera Junta
    fusiló a un ex virrey y héroe de las Invasiones
    Inglesas? ¿Lo fuimos durante las guerras civiles, a punta
    de lanza y degüello? Estos hechos, que parecen
    extraídos del pasado lejano y sin actualidad tienen
    continuidad con la realidad de las cárceles del pueblo,
    hoy olvidadas, y los centros clandestinos de los ’70.
    Cuando solo el quince por ciento de la recaudación
    destinada a paliar la pobreza y el
    hambre llega a la gente; cuando un legislador gana mensualmente
    lo que cien jubilados o con una corrupción
    sofocante no podemos considerarnos derechos y humanos.

    No fuimos ni somos derechos y humanos. Hoy están
    en juego derechos humanos
    elementales como la alimentación,
    la
    educación, la salud y el abrigo. Una vez
    más la ceguera o la mala intención no
    permitió ver que se parcializaban políticamente los
    derechos
    humanos.

    Dice una canción: "…en la subasta se llevaron
    todo…se repartieron hasta lo imposible…nos han robado hasta
    la primavera…", y no es una canción de protesta sino de
    folklore.

    Podemos serlo de proponérnoslo, con una educación ciudadana
    elemental. Ser derecho y humano puede manifestarse respetando los
    semáforos en rojo, los límites de
    velocidad y
    frenando cuando se cruza un peatón. Es la vida del
    prójimo lo que está en juego.

    Podemos serlo pagando los impuestos los
    contribuyentes y gastando bien los gobernantes.
    ¿Quién alguna vez no pidió o aceptó
    evadir el IVA?
    Gobernantes que piden para los pobres y reparten para los ricos,
    como modernos Robin Hood pero al revés.
    ¿Quién no ha escuchado que se venden los famosos
    planes Trabajar? De esta manera, tendrían remedios los
    hospitales, tizas las escuelas y nuestros hijos harían, al
    menos, dos comidas diarias.

    La estadísticas y la realidad, que no siempre
    son lo mismo, indican que no somos derechos y humanos con quince
    millones de pobres, prostitución
    infantil
    , delincuentes sueltos y vecinos honestos tras las
    rejas de sus propias casas. El desarrollo
    humano verdadero no pasa por los shoppings, pasa por la
    satisfacción de las necesidades esenciales primero, y la
    promesa de un futuro mejor, después. Decía Hegel que
    sólo se pueden tener pensamientos abstractos si
    están satisfechas las necesidades
    básicas.

    Esta consigna del Proceso está emparentada con
    otra de la democracia que
    se repite machaconamente para que se fije como una verdad: "los
    argentinos son solidarios". Gente que da mal los vueltos, pasa
    monedas falsas o dona "generosamente" polenta o fideos para los
    inundados, no puede ser tachada de solidaria. ¿Es posible
    que un pingüino lleno de petróleo
    despierte más compasión que un chico descalzo? Ser
    solidario no es dar lo que sobra sino compartir lo que se tiene,
    sea objetos, dinero o
    tiempo.
    Podríamos serlo con algún trabajo comunitario, o
    con una limosna mayor a la de aquellas monedas que nos molestan
    en los bolsillos.

    Sé perfectamente que hay cientos de ciudadanos
    anónimos que son verdaderamente solidarios al emprender
    obras de caridad dignas de la Madre Teresa, pero quiero llamar la
    atención sobre los otros, verdaderos
    fariseos sociales que se compadecen de palabra pero cierran su
    corazón. Para progresar esos cientos tienen
    que ser miles.

    No hay que llamarse a error. Hay que buscar la santidad,
    cualquiera sea la religión que se
    profese ya que Jehová, Dios y Alá son primos; pero
    como mínimo busquemos ser seres humanos decentes y
    preocupados por nuestros semejantes. Pensemos en el otro al obrar
    o al omitir. Considerar que hay prójimos puede ser un buen
    comienzo para llegar a ser como ya creemos que somos.

    EL QUE APUESTE AL DÓLAR,
    PIERDE

    La profecía de Adolfo Sigaut no solo no se
    cumplió sino que también hizo recordar al
    desafío dolarístico de Perón treinta
    años antes. La Argentina de hoy es un país
    dolarizado de igual manera que antes nuestros abuelos depositaban
    su confianza en el oro.

    Cuando en la década del ´30 se
    abandonó el patrón oro y se creó el Banco Central se
    inauguró la inflación y se enterró la moneda
    en un mismo acto. El 1991 con la ley de
    convertibilidad se hizo lo contrario, es decir, se volvió
    a un esquema de respaldo monetario fuerte y el Banco Central
    redujo sus funciones a las
    de simple supervisión de las entidades financieras.
    Fue un mal defensor de la moneda y también un mal
    supervisor de las instituciones
    financieras.

    Tanto con el oro antes como con el dólar
    después la gente siempre buscó una fuente de
    valor
    constante y ajena a los manejos de la dirigencia
    vernácula. Cabe recordar que la moneda cumple con las
    funciones,
    entre otras, de unidad de cuenta y común denominador de
    las transacciones (desterró a la sal y al trueque), y de
    acumulador de valor (es
    impensable depositar una vaca a interés).
    Para ambos casos la gente necesita una moneda estable que se
    convierta luego en un verdadero símbolo nacional, a la
    altura del escudo o de la bandera.

    Cuando en estos nefastos días se habla de
    recuperar la política
    monetaria se enmascara la idea de emitir descontroladamente
    para tapar con papeles pintados los baches de un presupuesto con
    más gastos que
    ingresos. La
    cosa es tan clara que parece mentira que no nos avivemos de una
    vez por todas. Va de vuelta y en blanco y negro. Cuando hubo
    respaldo fuerte, en oro o en dólares, no hubo
    inflación. Cuando hubo independencia
    monetaria fuimos líderes mundiales en inflación,
    riesgo
    país y deuda
    externa.

    La gente común, la famosa doña Rosa de
    Bernardo, compra dólares pesito a pesito porque su sentido
    común le indica que los gringos se visten ridículo
    y mascan chicle pero administran su país mucho mejor que
    nuestros doctores que hablan tan lindo, a este.

    Miles de personas son capaces de pasar noches en vela y
    de hacer largas colas para conseguir cambiar sus pesos por la
    verde divisa. Es una ley de la
    economía
    que la gente se deshace y hace circular con mayor velocidad la
    mala moneda. La pésima administración nacional y provincial no ha
    hecho más que empeorar la cosa emitiendo bonos de todos
    los colores y
    nombres, en el plano local y en el internacional. Entre los lujos
    que nos dimos está también el de haber emitido
    dólares. Ese milagro se produjo al proliferar las
    colocaciones a plazo fijo y a tasas siderales en dicha moneda,
    sin un respaldo de riqueza, industrialización o exportaciones.
    Ese instrumento se llama moneda notarial o actuarial y todos los
    economistas lo saben. Esa situación sumada a la depresión
    provocó lo que un juez llamó a fines de 2001 el
    robo más grande de la historia: "el corralito".

    Resulta harto evidente que hemos hecho las cosas tan mal
    que, así como tenemos los gobiernos que nos merecemos, de
    facto o de jure, tenemos la economía que nos
    merecemos. Todos nuestros records, dignos del Libro Guiness,
    han sido negativos y han servido para hacernos sobresalir ante el
    mundo como un país de adolescentes
    que sin la debida tutela paterna nos entregamos a los excesos
    más increíbles. Ahora estamos aconsejados por una
    dirigencia política populista al
    son de que "un poquito de inflación no hace mal", se
    olvidó que nos condujo a dos hiper. Con la ayuda de mucho
    empleo
    público improductivo y gran cantidad de ñoquis un
    Estado que se achicaba en funciones y responsabilidades
    crecía como carga pública, aumentando
    irresponsablemente la deuda externa.
    Finalmente tuvieron que ser las calificadoras de riesgo
    internacionales las que nos hicieron tomar conciencia de una
    realidad que la ceguera y el egoísmo de nuestros
    gobernantes no dejaba ver. La gente no es zonza. No lo es a tal
    punto que un ciudadano anónimo levantaba días
    pasados un cartel durante una manifestación, en el que
    rezaba: "no nos presten más plata".

    Con este panorama, para el argentino medio el que
    apueste al dólar, gana.

    ESTAMOS GANANDO

    Justo cuando escribo estas líneas se están
    por cumplir veinte años de la invasión argentina a
    las Malvinas.

    Mucho se ha escrito sobre el tema, libros,
    crónicas, testimonios, reportajes; y hay una cantidad de
    bibliografía editada
    que me releva de relatar hechos concretos. Con el afán de
    cimentar la democracia una coalición de fuerzas e
    intereses hizo especial hincapié en los errores cometidos
    por el gobierno militar en este tema. Ese gobierno podía
    haber cometido yerros varios en una multiplicidad de aspectos,
    pero uno de los peores fue justamente en su área
    específica. Un militar no tiene por qué saber de
    economía, si sabe mejor, pero ineludiblemente no puede
    ignorar de estrategia y de
    táctica. Años en funciones ajenas a las propias, al
    frente de gremios o canales de televisión
    habían hecho estragos entre las filas de los oficiales
    más veteranos.

    Se ha discutido hasta el cansancio si las causas del
    conflicto
    fueron internas, propias de un gobierno que se caía y
    prefirió huir hacia delante; o por el contrario fueron
    unos patriotas que decidieron tomar el toro por las astas antes
    de que se cumpliera el siglo y medio de
    ocupación.

    Pasadas ya dos décadas aún las pasiones
    siguen encendidas. Una pléyade de harapientos ex
    combatientes conscriptos pide limosna en los trenes, en tanto los
    que pertenecen a las FFAA luchan en el anonimato contra el exilio
    interno y externo.

    En todo este fárrago nuestros jóvenes se
    debaten en el dilema de ¿cómo apoyar la
    reivindicación de la gesta sin por ello apoyar a quienes
    la llevaron a cabo? La política antimilitar emprendida con
    tesón convirtió a los militares, por derecho o por
    la fuerza, en socios de plomo. En estos mismos jóvenes
    provocó desolación y desconsuelo el
    desengaño producido por la mendaz campaña
    comunicacional del Proceso. El "estamos ganando" repetido hasta
    el mismísimo día final ocultó la miseria de
    una derrota anunciada. El "estamos ganando" provocó el
    apoyo de una ciudadanía criada bajo el lema de "las
    Malvinas son
    argentinas". Luego vino la desilusión y las esperanzas
    defraudadas.

    A un 13 de junio alentado por el "estamos ganando"
    siguió un 14 de junio con soldados con cabezas gachas y
    parvas de fusiles a su lado, custodiados por orgullosos soldados
    británicos salidos de las películas de
    acción de los domingos a la tarde. Un general con el
    uniforme sucio y la cara marcada por el cansancio, el
    británico, le extendía su mano a otro de uniforme
    impecable y pelo engominado, el argentino. No fue el saludo de un
    soldado a otro. Fue el patético contraste entre militares
    de verdad y militares de desfile. Entre militares dedicados a la
    defensa de su nación y militares entregados a la
    política interna. Entre militares profesionales y
    militares amateurs. Esa imagen se
    fijó en las retinas de la gente que luego se enteró
    que los chocolates y las cartas que
    enviaba a sus soldados jamás llegaban.

    Pero, como cualquier generalización, esta
    también esconde los casos individuales de heroísmo
    y sacrificio. Aquellos de gran valor bajo el fuego enemigo. Los
    barcos que se hundieron antes de rendir el pabellón. Los
    aviones que enfrentaron medios
    sofisticados provocando un daño sorprendente y
    desproporcionado. Los soldados que en el frío y la
    oscuridad defendieron cada centímetro y cada piedra frente
    a tropas mejor entrenadas y equipadas. Pocas situaciones provocan
    sentimientos tan encontrados como sucede con la guerra de
    Malvinas.

    Se ha divulgado también la idea de "los chicos de
    la guerra" en alusión a los soldados conscriptos enviados
    a luchar. En este razonamiento subyacen varias ideas
    superpuestas. Que eran muy jóvenes, que fueron obligados a
    ir, que volvieron en el anonimato, que se murieron de hambre y
    frío, etc. A decir verdad, algunas cosas son ciertas, pero
    otras no y se cae nuevamente en la falacia de juzgar el todo por
    la parte. Veamos. Eran muy jóvenes. Jóvenes ma non
    tropo. A esa edad muchos de sus padres se habían casado. A
    esa edad se podía y se puede beber alcohol,
    manejar autos y
    ¡votar!. En Medio Oriente van a la guerra sin chistar.
    Sí, fueron obligados a ir. Fueron obligados a cumplir con
    una ley, la del servicio
    militar obligatorio. Desde cuando está mal cumplir con una
    ley. ¿Alguien pensó que los militares en actividad
    también debieron obediencia a alguna ley o reglamento a
    los que son tan afectos? ¿Qué hubiera pasado si
    alguno no quería ir al frente? Lo fusilaban. Sí,
    todos volvieron por la puerta de atrás, los chicos y los
    grandes; los jóvenes y los viejos; los reclutas y los
    generales. Y para todos estuvo mal. Sí, todos fueron mal
    equipados. Y también estuvo mal. La diferencia que se ha
    hecho entre unos y otros solo sirve para ahondar la brecha entre
    civiles (los conscriptos bajo bandera) y los militares de
    carrera, para que alguien gane a río revuelto. Tal vez ese
    fuera el fin de ayer y tal vez también lo sea el de hoy,
    en que la democracia temblequea. Se ha difundido una imagen de
    superiores cobardes viviendo cómodamente en la
    retaguardia, contrapuesta a la de sacrificados conscriptos
    semidesnudos y hambrientos luchando en el frente. Como en otros
    casos en que falta aún un riguroso y científico
    análisis histórico, en este la
    verdad transita por otros caminos. Baste como muestra que si se
    estudian las bajas sufridas del lado argentino se verá que
    la cantidad de oficiales y suboficiales muertos y heridos era
    inusualmente alta comparada con la de soldados hasta que el
    fortuito hundimiento del Belgrano puso los números en
    los valores
    normales.

    Sobre la base de esa imagen distorsionada es que la
    legislación nacional, provincial y municipal se
    dedicó solamente a proteger a los soldados conscriptos
    dejando de lado a los demás, creando así ciudadanos
    de primera y de segunda cuando, frente al fuego del enemigo
    británico, estaban en un pie de igualdad.

    Un país digno y orgulloso los hubiera tratado a
    todos como héroes. En cambio nosotros los consideramos
    víctimas y mártires. Otros países tuvieron
    soldados que perdieron guerras. ¿O los norteamericanos y
    franceses ganaron en Vietnam? ¿Los soviéticos
    triunfaron en Afganistán? ¿Cuántas veces se
    rindieron los italianos? La verdad es que conozco muy pocas o
    ninguna sociedad tan
    antropofágica como la nuestra. En un país decente,
    un presidente que eludió ir a una guerra cuando
    tenía veinte años, lo esconde porque es una mancha
    imperdonable, igual de obstruir una investigación judicial o hacer el amor con
    una pasante en un despacho ovalado.

    ¿La guerra fue un error? ¿Quién lo
    sabe? Sin duda alguna fue la gota que derramó el vaso y
    causa directa para que el gobierno militar, que agonizaba,
    pereciera definitivamente y de que los kelpers dejaran de serlo.
    En las islas debiera haber un monumento a Galtieri (y en Buenos Aires uno
    de la Tatcher, madre de nuestra democracia), como promotor del
    ingreso de los isleños a la comunidad
    británica. Sin duda también revalidamos la patente
    de impredecibles. ¿Cómo fue que pasamos de aliados
    con Estados Unidos en Nicaragua a enemigos en Malvinas? Una
    política exterior no solo errática sino más
    bien histérica lo pudo conseguir. Es prudente
    señalar que ella no es patrimonio
    exclusivo de los militares. ¿No fueron los radicales en
    los ´80 los que firmaron los contratos
    pesqueros con los países de la órbita
    soviética? ¿No le hicieron también
    préstamos a Cuba para
    luego votar en contra en la ONU? ¿No
    fueron los peronistas los que en los ´70 trajeron a
    Dorticos y Allende, y en los ´90 mandaron buques a la
    Guerra del Golfo?

    No cabe la menor duda que en política exterior
    hemos sido incoherentes, sin rumbo y sin intereses nacionales
    claros. Luego, tal vez el camino para que las Malvinas vuelvan a
    ser argentinas y los recalcitrantes isleños presten su
    apoyo de una vez sea el siguiente:

    1. Profesemos nuestra fe democrática con la
      alternancia civilizada entre partidos que propendan a la
      creación de riqueza, unos, y a su distribución, los otros.
    2. Adhiramos a la economía de mercado sin
      tener por ello un Estado ausente en aquellas áreas que
      le son de competencia
      indelegable.
    3. Tengamos verdadero respeto por
      los DDHH de toda la sociedad,
      castigando el delito en
      todas sus formas y protegiendo a los débiles y a los
      desamparados.
    4. Tengamos una libertad de
      prensa
      irrestricta con verdadera independencia de los otros factores de
      poder.
    5. Apoyemos la salud, la
      educación, y la seguridad
      para que se produzca en la población un genuino desarrollo
      humano.
    6. Tengamos una justicia
      autónoma que castigue, y rápido, al culpable y
      absuelva al inocente sin importar su origen o
      posición.

    Si logramos todo esto, los testarudos kelpers nos van a
    rogar anexarse a la Argentina.

    CON LA DEMOCRACIA SE COME, SE CURA,
    SE EDUCA…

    Pocas Veces en la historia
    argentina, y sólo recuerdo dos antecedentes, un
    gobierno fue culpable de tantas cosas. Como el bote que se hunde
    y sirve para declarar más pérdidas de las reales,
    el denominado Proceso Militar cargó con más culpas
    de las verdaderas. Ya antes había sucedido con Rosas y
    Perón. Es entonces totalmente válido lo dicho con
    la falacia "Ni vencedores ni vencidos", ya que la historia es
    escrita por los triunfadores. Así sucedió,
    así sucede y sucederá hasta el fin de la raza
    humana.

    En este contexto fue que Alfonsín
    pronunció la célebre frase que encabeza estos
    párrafos: "Con la democracia se come, con la democracia se
    cura, con la democracia se educa, etc…", finalizando con las
    estrofas del preámbulo magistralmente escenificado como un
    ritual pagano. Es verdad que había que recrear la
    democracia en un país castigado por el autoritarismo, cuyo
    origen no necesariamente era militar. El enano fascista
    está detrás de muchos argentinos. Si no es
    así, ¿cómo es posible que muchos
    políticos se indignen cuando los escrachan, "a ellos"? El
    escrache, concebido por el virus
    autoritario, data de antiguo y tiene sus raíces recientes
    en el Ku Klux Klan norteamericano y en el nazismo
    antijudío del siglo pasado. Importado a estas tierras fue
    prolíficamente utilizado contra militares y
    policías sospechados o acusados de ilícitos durante
    el período ´76-´83, con la anuencia de
    políticos y medios de
    comunicación. Cual bumerang, empezó a ser usado
    por la clase media contra la dirigencia política, que
    empezó a considerarlo autoritario pero cuando era contra
    otros lo juzgaron de medio de expresión
    legítimo.

    Volvamos a la democracia. Había que hacerla
    resurgir y para ello era absolutamente necesario borrar de una
    vez y para siempre de la escena política a los militares.
    Pero, había dos formas diametralmente opuestas en sus
    modos y efectos. Una, la utilizada, se basó en visiones
    parciales e interpretaciones constitucionales politizadas. Se
    permitió todo porque, ahora sí que el fin
    justificaba los medios. Como sostuvo hace pocos días la
    Corte Suprema en una sentencia sobre temas de economía "En
    estos casos es posible el ejercicio del poder del Estado en forma
    más enérgica que la admisible en períodos de
    sosiego y normalidad, pues acontecimientos extraordinarios
    justifican remedios extraordinarios". La otra, tal vez más
    difícil de elaborar y con logros recién en el
    mediano plazo era hacer que los militares dejaran de ser
    necesarios como actores o árbitros en política. Voy
    a poner un ejemplo burdo pero sumamente gráfico. Un
    señor, poseedor de un perro desea tener su casa segura con
    costos menores y
    mayor independencia. La solución racional y por lo tanto
    humana hubiera sido comprar una alarma y regalar al perro. Nunca
    matar al perro. Y menos matar al perro y tampoco comprar la
    alarma. ¡Ah, el perro le había mordido varias veces
    la mano al dueño! Habría que analizar si la mano
    fue a las fauces o las fauces a la mano.

    Cabe recordar que ¡gracias al cielo! La sociedad
    está entendiendo que los militares llegaban auspiciados
    por algún sector económico que había tenido
    pérdidas que se iban tornando insoportables. Creaban el
    incendio y luego llamaban a los bomberos. La sociedad
    sensibilizada los recibía con agrado, al principio, pero
    luego de cierto tiempo llegaba el hartazgo. Nadie quiere que el
    bombero se quede a vivir en casa con uno. Tal vez ese haya sido
    un acierto de la Revolución
    Libertadora.

    Eliminados los militares como partícipes de la
    cosa pública siguieron prestando igualmente una gran
    servicio a la
    democracia participativa alfonsinista. Cada tanto, y al menor
    estornudo de un teniente coronel, se agitaba el fantasma de un
    golpe. La mano de obra desocupada fue otro mito para
    ocultar cómo la delincuencia
    común recuperaba el espacio perdido al amparo de la
    debacle del antiguo orden. Aparecía la famosa tesis de
    "nosotros" (los políticos) o "ellos" (los militares).
    Todos elegían obviamente e incluso los mismos militares
    seguir con la democracia, sin importar su calidad cada vez
    más baja. El otro gran servicio fue meter preso a
    algún ex represor, siempre con una gran cobertura
    mediática, cada vez que resultaba conveniente pasar a
    segundo plano algún problema de la gestión
    pública. Esto ahora se hace también con ex
    funcionarios del gobierno anterior que deben cumplir con las
    condiciones de ser de segunda o tercera línea o, en su
    defecto, extrapartidarios sumados al gobierno. Los nombres saltan
    solitos.

    Luego de casi veinte años la gente se ha cansado
    y se ha desencantado de los políticos. Han comprobado que
    con esta democracia comen y se educan unos pocos. Estos son los
    ñoquis, los funcionarios perpetuos para los que siempre
    hay un puestito, los empresarios prebendarios, los clientes del
    gobierno, los punteros barriales, los sindicalistas pseudo
    opositores, los medios cómplices, etc. Hoy la mitad del
    país está sin clases y hay quince millones de
    pobres en un territorio bendecido por la naturaleza.

    La autodefensa corporativa de los políticos los
    lleva a decir ahora: "de la crisis se sale
    con más democracia, no con menos". Error. La
    cantidad de democracia que tenemos es más que
    suficiente. El problema es su deficiente calidad. Salta a
    la vista, hasta para el observador más ingenuo, que el
    camino que se sigue: ausencia de liderazgo,
    protección de intereses sectoriales, perpetuación
    de funcionarios ineptos, divorcio entre
    las necesidades y derechos del pueblo y las leyes y decretos
    que se emiten, marca claramente
    el fracaso de los políticos profesionales que nos
    gobiernan desde hace años y pone en peligro la democracia
    que tanto dolor costó conseguir. Es necesaria una
    democracia eficiente en la consecución de sus fines y
    transparente en la utilización de sus medios. Hace
    más de un lustro que la gente común pide cambios en
    la manera de hacer política pero han hecho oídos
    sordos pensando que se podía continuar. Hoy mismo esperan
    que un indio del FMI firme un
    cheque en
    blanco, mientras la reforma política está bien
    guardada, como las urnas para cierto general. Las reformas
    políticas se proponen siempre a futuro en
    tanto que las confiscaciones salariales o de ahorros se producen
    en tiempo presente. Mientras hubo financiamiento
    interno y externo funcionó pero al cerrarse la
    válvula del respirador artificial con el que
    vivíamos, la crisis
    apareció en toda su extensa y cruel magnitud. La culpa es
    del modelo, sin
    dudas. ¡Pero del modelo
    político, no del económico! ¿Cómo se
    sale de esto? No es motivo de este trabajo, pero tampoco es
    cuestión soslayar aunque sea de dar una mínima idea
    general.

    Primero deberían reconocer todos los sectores su
    responsabilidad durante los últimos cien
    años. La famosa autocrítica que unos pocos
    hicieron. No hay sector, organización o persona libre de
    alguna carga, ya sea por comisión u
    omisión.

    En segunda instancia, habría que decidir hacia
    dónde queremos ir, y luego estar dispuestos a afrontar las
    consecuencias. Es infantil pretender lo mejor de cada sistema. No se
    puede vivir permanentemente alabando las bondades y criticando
    los defectos de cada uno de ellos porque conduce al inmovilismo y
    la parálisis. El alto nivel de vida norteamericano convive
    con una enorme penetración de la droga, y el de
    Suecia con la tasa mundial más alta en suicidios, y los
    logros médicos de Cuba, con la
    dictadura y la
    pobreza.
    Seamos adultos de una vez por todas y elijamos el camino que nos
    parezca mejor. Los países más avanzados, el G-7 y
    otros, poseen sistemas
    bipartidistas o casi; en el que unos presentan cierta
    inclinación hacia las políticas distributivas y los
    otros hacia las generadoras de riqueza. Son matices y sutilezas
    que conforman a los electores sin cambiar el rumbo general. No se
    acusan entre sí de zurditos o de fachos. Dos guerras
    mundiales con millones de muertos no pasaron en vano para ellos.
    Y si queremos un ejemplo latinoamericano porque pensamos que esto
    es para los anglosajones solamente, miremos a nuestros vecinos
    trasandinos.

    Finalmente, trabajemos honestamente y respetemos la ley.
    Los países que lideran el mundo tienen a la ley como un
    bien supremo a la que están subordinados todos. Dos
    presidentes norteamericanos pusieron sus administraciones en
    peligro por infringir la ley, uno de los cuales debió
    renunciar. En cuanto al trabajo honesto, creo que no requiere
    mayores explicaciones. Dicen jocosamente que la Argentina crece
    de día si se deja de robar de noche.

    LA CASA ESTA EN
    ORDEN

    Fue, en definitiva un movimiento
    hacia adentro de su propia fuerza, el de Rico. En vez de sacar
    los tanques a la calle como en tantas ocasiones anteriores, se
    auto acuarteló. Esto constituyó en sí misma
    una novedad. Pero, también hubo otra tan llamativa como
    esta. El movimiento estaba encabezado por un teniente coronel,
    partiendo horizontalmente en dos al ejército, otrora
    dividido en líneas internas verticalistas.

    Durante ese otoño de 1987 el desfile de militares
    de baja graduación, y por ello de responsabilidades muy
    acotadas, había tensado hasta el límite la
    frágil relación entre civiles y militares.
    Entiéndase por civiles a funcionarios radicales que
    lideraban un gobierno golpeado por dos planes económicos
    fracasados. Entiéndase por civiles a políticos de
    izquierda y organizaciones de
    derechos humanos que buscaban que prevaleciera su parcial
    visión de la historia reciente. Y, entiéndase por
    militares, a jóvenes oficiales que cumplieron
    órdenes y una cúpula en la conducción de las
    FF.AA. que durante los sangrientos setenta había
    conseguido no comprometerse. En esta extraña puja,
    absolutamente única en Latinoamérica, el pueblo estaba otra vez
    como espectador, anonadado entre la incredulidad de unos y el
    cinismo de otros. Resulta difícil de creer que ante la
    magnitud de los crímenes que se imputaban, la
    ciudadanía estuviera en la más completa ignorancia.
    ¿Panza llena, corazón
    contento?

    Aquellos que percibieron en este asunto un nuevo
    "tejerazo" estaban viendo otra película. Al desfile de
    militares por los estrados judiciales se contrapuso otro de ex
    detenidos liberados que lo hacían por los canales de
    televisión, en revistas, diarios o
    directamente publicaban su libro. Muchos
    de ellos eran también funcionarios o legisladores. Una
    visión menos fugaz de la situación habría
    permitido concluir que si eran tantos y tan conspicuos los
    liberados, ni evadidos ni fugados, el sistema aplicado
    no había sido tan cruel. Cuando se enfríen las
    pasiones, y la clase política tiene en esto una gran
    responsabilidad, habrá que analizar
    nuevamente todo este período.

    Durante esa Semana Santa la democracia jamás
    estuvo en peligro. Los militares se habían retirado a los
    cuarteles debido a los rotundos fracasos obtenidos en
    política y economía, ciencias que
    eran ajenas a su competencia, y en
    la guerra; su verdadera razón de existir. Los militares
    sublevados sólo querían justicia. Una
    justicia que no estuviera constituida por comisiones especiales
    ni con legislación retroactiva. Retroactividad de las
    leyes que se
    rechaza si es para suprimir las jubilaciones de privilegio. Una
    justicia que juzgara a los "dos demonios" de Alfonsín. Una
    justicia que castigara de acuerdo con las responsabilidades de
    cada sujeto. El resto de los militares, que no los apoyaron ni
    los combatieron, querían un lugar bajo el sol de la
    República, situación que les fue y es, aún
    vedada.

    Una monumental campaña mediática con
    periodistas llorando en cámaras puso en juego valores que no
    lo estaban y por ello la solución adoptada por la
    dirigencia, como un parche mal pegado, no contribuyó a la
    paz social. Resulta una pieza maestra de vodevil verificar como
    existe una treintena de legisladores que votaron la ley de
    liberación de terroristas en 1973, las famosas de
    obediencia debida y punto final ese año, y recientemente
    abolieron estas últimas. La coherencia, de luto, y el
    oportunismo, de fiesta.

    La obcecación no les permitió ver que no
    se estaba en el camino correcto y a "Semana Santa" le
    siguió "Monte Caseros" y a este, "Villa Martelli";
    formando un extraño calendario castrense de cada vez
    más confusas reivindicaciones.

    El gobierno siguió sin acertar con medidas
    económicas eficientes, se empezaron a paralizar los
    servicios
    públicos, el establishment le restó apoyo, los
    precios se
    fueron a las nubes y la Iglesia
    esperó con paciencia oriental el inevitable derrumbe de un
    gobierno que solo supo acumular enemigos.

    Las elecciones de ese año dieron la pista de lo
    que vendría. Ellas demostraron que la gente quería
    democracia y bienestar económico, juntos. Se hizo
    así evidente que la casa no estaba en orden.

    30.000

    Duro el tema si los hay. Si empezó aquí
    la lectura del
    trabajo (cosa muy probable) le ruego que comience desde el
    principio porque probablemente se forje una idea errónea
    sobre el autor.

    Por las dudas de que deje de lado la sugerencia, hago
    una declaración de parte que no creí necesaria en
    el prefacio. El autor adhiere a la democracia y a la libertad
    económica, que son absolutamente correspondientes aunque
    algunos lo nieguen. Las prefiere a cualquier otro sistema.
    Adhiere a los derechos humanos y al imperio de la ley, sin
    restricciones ni condicionamientos. En este marco, lo que digo y
    sostengo va a doler lo mismo, pero me voy a sentir más
    tranquilo.

    No fueron treinta mil, cifra aparentemente surgida de un
    discurso de
    Videla. No fueron 20.000, ni 10.000 ni siquiera los 8.700 que
    aparecen en el "Nunca Más" de la CONADEP. Basta revisar
    uno por uno en los anexos del libro para verificar la fragilidad
    de algunos de los casos citados allí. Mucho menos los
    cincuenta mil que ahora reivindica un Serrat que no termina de
    condenar a la ETA.

    ¿Pero, cuántos fueron? La primera pregunta
    debería ser: ¿qué necesita esclarecer la
    sociedad? No hablo de los partidos ni de los políticos.
    Hablo de la sociedad, lisa, llana. Nadie se lo preguntó.
    Alfonsín la interpretó, cual pitonisa, como tantas
    otras veces y puso sus intereses por delante de los de la gente.
    ¿Cuáles eran los intereses en juego? Cimentar una
    democracia incipiente luego de siete años de dictadura y
    cincuenta años de inestabilidad política. Sin duda
    había que sacar a los militares de la arena
    política pero no, tal vez, al precio de
    falsear la historia. El filósofo Julián
    Marías, que no en vano es un intelectual, lo
    advirtió al toque en un artículo publicado en
    1983.

    Si se falsifica la historia el triunfo se vuelve
    pírrico pues se pierde más de lo que se gana,
    considerando un marco de tiempo mayor al de una breve presidencia
    inconclusa. Tergiversar el pasado impide ver con claridad el
    presente y concebir el futuro. Si no sabemos de dónde
    venimos, no sabremos a dónde ir. Y, como decía
    Séneca, "cuando el navegante no sabe adonde ir, todos los
    vientos son malos".

    Por otro lado, ocultar el pasado verdadero ¿no
    constituye una monstruosa supresión de identidad?
    Expertos y conspicuos historiadores extranjeros, a contrapelo de
    opinadores locales, han investigado sobre el efectivo real de los
    grupos armados
    autodenominados Montoneros y ERP, los
    mayoritarios, y han llegado a la conclusión que no
    superaron los veinte mil en todas las jerarquías y
    funciones. Por otro lado, los ingentes esfuerzos de una
    seguidilla de titulares de la Secretaría de Derechos
    Humanos no se plasmaron en nuevas denuncias que permitieran
    ampliar las originales, legitimadas a través de una
    comisión especial. Esta Secretaría ha llegado a la
    conclusión de que hay más desaparecidos pero que no
    lo puede comprobar. Poco científico.

    ¿Todos los desaparecidos continúan
    desaparecidos? No. Muchos han sido declarados judicialmente
    muertos a fin de destrabar sucesiones y
    ¡cobrar pensiones! Hechos que no impiden que sus deudos
    sigan reclamándolos en todas las manifestaciones, con los
    pañuelos blancos como símbolo.

    ¿Fue un genocidio? Técnicamente no, ya que
    no hubo de por medio cuestiones religiosas o raciales. Pero esto
    de ninguna manera legitima las acciones de la
    cruenta respuesta estatal.

    ¿Eran víctimas inocentes? En su
    mayoría no, pero la naturaleza y
    esencia del conflicto
    permitió que hubiera errores, y por qué no,
    delitos
    comunes por parte de las fuerzas del gobierno. A pesar de lo que
    se cuenta ahora respecto de lo que fue aquella época hay
    que recordar que siguió habiendo espectáculos
    públicos masivos, la gente entraba y salía del
    país cuando quería y las universidades y el Partido
    Comunista Argentino siguieron funcionando. Es decir, el ciudadano
    común que trabajaba, estudiaba, viajaba o se
    divertía, no vio coartados sus derechos civiles ni
    sociales. Sí, por supuesto, sus derechos
    políticos.

    Conviene resaltar también, ya que han pasado
    más de veinte años y cuesta entenderlo, que no
    había aún legislación internacional
    humanitaria para los conflictos
    intraestatales. Los Protocolos
    Aclaratorios de la Convención de Ginebra datan de 1978, y
    aún así habría que analizar detenidamente si
    se pueden aplicar al caso argentino. El paradigma
    represivo en boga no era muy distinto al que permitió la
    liberalidad con que se manejó la Legión Extranjera
    francesa en Argelia.

    Note el lector que no he mencionado palabras como
    delincuentes, subversivos, víctimas, terrorismo de
    estado o fuerzas legales. Los he omitido adrede para disminuir el
    nivel de subjetividad.

    ¿Se cometieron excesos? Tal vez. La respuesta
    certera se podría dar si establecemos de qué tipo
    de lucha hablamos. Si era un conflicto de nivel policial, hubo
    excesos. Si no había conflicto y eran inocentes obreros y
    estudiantes, tampoco hubo excesos, hubo crímenes atroces.
    Si fue una guerra civil atenuada, no fue peor que la
    española o la yugoslava. ¿Cómo la
    describiríamos hoy a la luz del
    recrudecimiento del conflicto en oriente medio? De paso,
    ¿por qué no hay una condena unánime,
    nacional o internacional, a los países que efectúan
    una aplicación sistemática de la tortura a sus
    prisioneros? ¿Cómo llaman los norteamericanos a la
    matanza de inocentes? Daños colaterales. Y encima hacen
    una película.

    ¿Las fuerzas gubernamentales fueron
    éticas? Rotundamente no. Si estaban seguros de sus
    fines debieron utilizar medios abiertos para oponerse.
    Jamás debieron igualarse a sus contendientes, realizando
    una extraña parábola en la que se borraron las
    diferencias entre las "cárceles del pueblo" y los "centros
    clandestinos de detención". Ya decía Gramsci que el
    escuadrismo no se puede combatir con el escuadrismo. Por otro
    lado, las acciones
    tampoco debieron servir para ocultar hechos de delincuencia
    común.

    ¿Por qué hay tantos sobrevivientes si los
    mecanismos usados eran aberrantes y crueles? ¿Por
    qué quedaron vivos la mayoría de los líderes
    de esas agrupaciones? El lector deberá buscar la respuesta
    por sí mismo.

    No hay voluntad por conocer la verdad y los prejuicios
    predominan. En las entrevistas
    periodísticas a los que fueron liberados no les hacen
    preguntas que permitan ahondar en el asunto. No preguntan
    ¿a qué te dedicabas? ¿por qué te
    apresaron? ¿por qué te soltaron? ¿por
    qué no te mataron? Solamente se limitan a exponer los
    sentimientos de la víctima y su visión del
    cautiverio. Inflama sentimientos pero no ilumina la razón
    del espectador. Con ejemplos como estos o con la presunta
    aparición de los cuerpos de los hijos de una conspicua
    madre de Plaza de Mayo, da la sensación de que lo que
    pretenden algunos es que este tema, que divide a la sociedad, no
    termine nunca de cicatrizar.

    Cité precedentemente que hace pocos meses la
    Corte Suprema publicó en una acordada sobre un tema
    económico que sentenciaba: "acontecimientos
    extraordinarios justifican remedios extraordinarios".
    ¿Sirve para todos los casos? ¿Significa que el fin
    justifica los medios? Si así piensan los jueces de la
    democracia no se pretenderá que los militares piensen como
    monaguillos. En ambos casos si no es posible encontrar el bien
    común ¿no es mejor buscar el mal menor?

    El camino emprendido por Alfonsín, con una
    investigación parcial de los hechos con
    culpables "a priori", no podía arribar jamás a la
    paz social declamada. Los argentinos merecemos una
    indagación profunda y completa de nuestra historia
    reciente, y ella no puede arrancar desde 1976 como si
    recién se creara el mundo, y por lo menos debiera
    remontarse a 1945. Sin una historia verdadera y madura en la que
    toda la sociedad y todos sus sectores asuman sus
    responsabilidades los desaparecidos no serán 30.000,
    seremos treinta y seis millones.

    SOLAMENTE EN ESTE
    PAIS

    "En ningún lugar del mundo" es la otra forma de
    expresar esta falacia. Científicamente su
    refutación es tan simple como burda su manufactura.
    La única manera, y sólo la única, es que lo
    que se quiere demostrar haya sido verificado en todos,
    absolutamente en todos, los demás países de
    la
    tierra.

    Mucho más mesurado es decir "en muchos
    países" o "en los países de tal tipo", etc. Esta
    falacia es sumamente utilizada por los políticos y muy
    especialmente por un ex presidente. Un viejo amigo siempre me
    decía "cuando quieras engañar a alguien,
    apelá a "la irrefutabilidad de lo indemostrable". Como
    anillo al dedo.

    ¿Quién va a desafiar a alguien que combina
    esta forma de argumentar apoyado además en la autoridad
    emanada del alto cargo que ostentó? Este recurso ha sido
    profusamente utilizado para apoyar el statu quo en la reforma
    política o para hacer prevalecer ciertos sectores sobre
    otros en una economía dirigida.

    Como se imaginará el lector, con casi doscientos
    países como existen en el mundo, debe haber en todos los
    campos al menos dos opiniones o prácticas diferentes. Sea
    en economía con el mercado, en
    política con la democracia, en derechos humanos con las
    libertades o en ecología con la
    contaminación.

    Hay vivos en nuestra clase dirigente que apoyados en
    esto de buscar ejemplos foráneos arman animales
    mitológicos. Cierta vez en 1994 en una discusión un
    estudiante muy politizado sostenía que había que
    cambiar la constitución para reducir el poder
    presidencial, acortando el mandato a cuatro años como en
    Estados Unidos y poner un sistema parlamentario como en Francia. Sin
    esmerarse mucho otro le contestó que el poder del
    presidente podía aumentar si se prolongaba el mandato a
    siete años como en Francia y se mantenía el sistema
    presidencialista como en Estados Unidos. Como conclusión,
    tomando pedacitos de cada lugar puede armarse un edén o un
    infierno. No es posible; y mucho menos un signo de madurez; estar
    buscando en el exterior ejemplos o bien de aplicación
    directa para realidades distintas o, un conjunto de instrumentos
    que unidos sin orden fatalmente van a desafinar.

    Pensar que el pasto del vecino es más verde que
    el nuestro o mejor, que la mujer del
    vecino es más sensual que la propia, no es más que
    una miopía o un complejo de inferioridad. Tampoco el otro
    extremo, que tenemos las mejores carnes y las mejores mujeres del
    mundo. Las dos formas de pensar son infantiles o en el mejor de
    los casos, adolescentes.
    Todos los seres humanos tenemos virtudes y defectos. ¿Por
    qué no habría de pasar lo mismo con los
    países? El
    petróleo iraquí puede ser muy bueno a pesar de
    que Saddam sea un pelandrún. Francia es el país que
    más pruebas
    atómicas ha realizado durante la Guerra
    Fría, a pesar de la ecología y de sus
    gobiernos socialistas; pero París es hermosa. Alemania le
    vendió productos para
    la guerra química al
    régimen de Bagdad, pero al mismo tiempo recuperó a
    la ex Alemania Oriental sin llevarle problemas
    económicos al resto de Europa. Israel ha sido
    líder en derechos humanos en el nivel mundial, excepto si
    se trata de la Cisjordania y de los palestinos.

    En fin, la lista es grande, tanto como países se
    quieran tomar de ejemplo. Del mismo modo, nosotros también
    tenemos virtudes superlativas y defectos horrorosos. No debemos
    ser prepotentes por las primeras ni auto denigrarnos por los
    segundos. Mejor, trabajemos para superarnos en ambos
    sentidos.

    VOY A SER EL
    MEDICO…

    El poder de los medios de
    comunicación es de tal magnitud que puede fabricar
    presidentes. Usted está pensando en De la Rúa y yo
    también, pero esta fue la conclusión a la que
    llegó Vance Packard, famoso gurú norteamericano de
    los ´50, en referencia a Eisenhower. Una vez más, no
    inventamos ni siquiera el dulce de leche.

    Cincuenta años separaron al Chupete de Ike, pero
    la política es la misma. Los que cambian son los hombres.
    Los medios en la política son más viejos que las
    "Vidas Paralelas" de Plutarco, cosa que sólo los
    ignorantes, frecuentemente candidatos y funcionarios,
    desconocen.

    En esa campaña del ´99 se gastaron decenas
    de millones de pesodólares, pese a la siempre incumplida
    promesa de achicar los gastos de la
    política y de transparentar los fondos de campaña.
    La propaganda fue
    sofocante y abrumadora. Meses plagados de afiches, spots y
    slogans. En castellano:
    carteles, avisos y consignas. Cualquier acto público se
    constituía en tribuna propicia para la causa. Sonrisas y
    abrazos. ¿Sonrisas de qué si la crisis
    económica y social golpeaba desde hacía
    años? ¿Abrazos entre quienes se dispararían
    con munición gruesa a la menor desavenencia?

    Abundaron, como siempre, las declaraciones de principios y de
    fines. Entre ellas las del triunfador, que da origen a estos
    párrafos. Lo que faltó, falta y faltará, si
    la clase política no mejora, es el cómo. Sabemos
    qué es lo que queremos, el problema estriba en los medios
    para conseguirlo. Es allí donde se dividen las aguas. El
    huevo y la gallina de la generación y distribución de la riqueza vuelven a
    aparecer. Ninguno leyó correctamente a Marx. Tampoco a
    Weber ni a
    tantos otros. ¿Habrán leído solamente el
    Patoruzú? Nuestra clase dirigente tiene el corazón
    en la izquierda y el estómago en la derecha. Idealiza a
    Cuba pero emigra a España. Insulta al Fondo y a Estados
    Unidos, pero veranea en Miami.

    Por otra parte no es posible dar el salto de la
    municipalidad a la Nación o del comité a la
    presidencia, así como así. No se puede pasar de
    habilitar pizzerías y tapar baches, a discutir la
    coparticipación federal o la paz en Medio Oriente. No fue
    un problema atribuible a De la Rúa. También le pasa
    a Duhalde. Le pasó a Alfonsín y al Menem de los
    primeros años. La actividad política también
    requiere preparación y aprendizaje, cosa
    que los partidos en su forma tradicional no hacen. No basta la
    ambición. Con la ambición se llega, pero con la
    idoneidad se permanece y con la grandeza se pasa a la
    Historia.

    Pero hoy, como todo da igual como en Cambalache,
    cualquiera tiene un busto o una calle. ¿Qué
    servicios a la
    Nación hacen que Balbín tenga una avenida? Se ve
    claramente que Carlos Pellegrini, que fue presidente, no hizo
    méritos suficientes y sólo ligó una calle.
    Si esto se pondera así propongo que Alfonsín, que
    no terminó su mandato, tenga una calle cortada. En este
    orden a Menem le corresponden una avenida y una calle por sus dos
    mandatos, a De la Rúa, una calle sin salida y a Duhalde,
    una rotonda.

    Volvamos al tema central. La mano derecha de un
    candidato no es un filósofo ni un reputado especialista en
    ciencias
    políticas. ¡Es un asesor de imagen¡ Si
    contrata una consultora casi se garantiza la presidencia. Si esta
    es internacional, norteamericana o brasileña, el triunfo
    está asegurado. Para eso hay plata. Los docentes que
    esperen, que una campaña cada dos años es mucho
    más importante que educar a las futuras generaciones de
    argentinos.

    Este es el contexto que rodea a la falacia de un
    candidato que promete pero no cumple. La agenda política y
    la agenda de la sociedad hace rato que van por caminos
    divergentes. Esto quedó en evidencia en el mensaje de las
    urnas de octubre de 2001, mensaje que se empeñaron en
    ignorar o malinterpretar. Ningún político
    acusó recibo sobre que el nivel de abstención,
    votos en blanco, impugnados o anulados superaba las marcas
    históricas por goleada. El reparto de puestos y de los
    fondos electorales, como botín de guerra, era la
    prioridad. La distribución de zapatillas firmadas
    también… ¿El fabricante habrá cobrado en
    patacones?

    Salta a la vista que necesitamos menos marketing
    (perdón, mercadeo)
    mediático y más debates serios. No esos como los
    que dejaron una silla vacía allá por 1989. Menos
    ingeniería política y mejor
    gestión. Menos préstamos internacionales y
    más inversiones
    internacionales. Se lo dijo Frondizi a Kennedy en Punta del Este
    en 1962. Sentir que es un soplo la vida y cuarenta años no
    es nada.

    No queremos ya un presidente que sea el maestro o el
    médico. Queremos un presidente que administre bien. Su
    nombre lo indica claramente: primer mandatario.

    HAY QUE
    CAMBIAR EL MODELO

    Entre las frases más gastadas de los
    últimos años está, sin lugar a dudas,
    aquella que dice "hay que cambiar el modelo". El uso de la
    palabra modelo, tiene hoy dos significados opuestos aunque desde
    el punto de vista semántico no haya
    diferencias.

    Uno, la identifica con aquellas señoritas con
    más huesos que carne,
    como diría Serrat y generalmente con más epidermis
    al aire que
    elegancia genuina. La cultura
    cholula, banal y fútil que nos ha extraviado las
    endiosó en el pequeño Olimpo televisivo, plagado de
    divinidades paganas de segunda. Frases hechas, muy pocas ideas,
    muchas prótesis, risa
    fácil y alegría artificial llenan su mundo de
    fantasía. El otro significado, el de aquella cosa para
    imitar debido a un cúmulo de virtudes, quedó en el
    altillo donde se guardan los objetos en desuso, obsoletos e
    inútiles.

    Pero esta palabra, y ella como otras tantas cosas, fue
    tomada por los políticos y entró de lleno en la
    vorágine verborrágica que desnaturaliza y quita la
    esencia de todo. Ellos, especialistas en frases ambiguas y sin
    contenido, llenas de sujetos tácitos, eufemismos y
    metáforas, la pusieron como eje de cualquier
    discusión. Mediante un doble discurso
    permanente quedó casi al tope seguida en los talones por
    su competidora "globalización", el otro mito del fin de
    siglo.

    "Hay que cambiar el modelo" repiqueteó como un
    martinete en radio,
    televisión y diarios, hasta que la misma sociedad la
    asimiló sin análisis. A modo de una consigna a repetir
    como un mantra hasta adormecer los sentidos
    fuimos conducidos a una elecciones en las que, obnubilados
    votamos lo mismo que rechazábamos. Caído ese nuevo
    gobierno sobrevino otro que a primera vista pareciera haberlo
    cambiado. Veremos que no es así, porque lo primero es
    establecer ¿de qué modelo hablamos?

    Hay un modelo ético. No ha cambiado. Somos los
    mismos charlatanes, gesticuladores, grandilocuentes, vivos y
    chantas de siempre.

    Hay un modelo social que ha sufrido varias mutaciones.
    La sociedad entera cambió, para mejor, en estos
    años. La tolerancia se
    transformó en un valor, dejando de discriminar al
    diferente; y la mujer obtuvo un
    protagonismo decidido quitándole espacio a los que la
    relegaban a un mezquino segundo plano. Pero si bien, por un lado,
    siguen existiendo los mismos sectores, ellos han cambiado en su
    importancia y ponderación social; y se han modificado sus
    relaciones. Está la Iglesia,
    acosada por las religiones menores y las
    sectas que le hace perder feligreses. Y luchando contra la pobreza con
    cada vez menores recursos.
    Están los militares, pagando pecados cometidos por
    integrantes que ya no están y subsistiendo con uno de los
    presupuestos
    más bajos del mundo. Está el sindicalismo,
    combativo o no según convenga, y con gremios que han
    perdido poder (metalúrgicos) y ganado poder (docentes).
    Está el periodismo,
    erigido en juez en una sociedad harta de inseguridad,
    impunidad e injusticia. No quiero cansar con más
    ejemplos.

    El modelo tradicional basado en una economía
    agropecuaria y semi industrial orientada a la producción de bienes y
    apoyado por la Iglesia y las FF.AA. falleció en los
    ’70. Fue suplantado por un cóctel, explosivo,
    compuesto por partidos
    políticos, organizaciones de
    derechos humanos y periodismo,
    sustentados por una economía orientada a la importación, la especulación
    financiera y la adquisición de deuda, con un crecimiento
    llamativos de las actividades terciariarias (servicios). Hay,
    entonces, un modelo económico que ha cambiado, y mucho.
    Complementando lo ya insinuado, al pleno empleo con
    hiperinflación alfonsinista le siguió el
    hiperdesempleo con deflación del menemismo.

    Fueron, luego, los antimenemistas de todos los partidos
    (peronismo incluido) los que se aglutinaron para llamar "modelo"
    a la economía de los ’90. Economía
    también fundada en la apertura económica con el
    exterior, sin salvaguardas; privatizaciones sin controles;
    convertibilidad con déficit y emisión de bonos sin
    respaldo.

    Una de las tragedias que lamentaremos por muchos
    años está constituida por el tríptico
    apertura económica, actividad privada y estabilidad
    monetaria que convirtió en potencias a Canadá,
    Australia y España, y aquí dejamos que
    fracasara.

    Como el lector entenderá, la Argentina
    cambió y mucho en los últimos treinta años.
    Pero desde la restauración de la democracia
    ¿qué modelo no se modificó? El modelo
    político. Fue la Ley Sáenz Peña, la del voto
    universal, secreto y obligatorio; la que le permitió a los
    radicales dejar de golpear la puerta de los cuarteles y
    consagrarse legítimamente en las urnas. Fue el gobierno de
    Perón el que le dio acceso al sufragio a la otra mitad del
    país: las mujeres. De allí en adelante no hubo
    ninguna otra modernización del sistema político,
    pese a varias reformas constitucionales.

    Se podrá pensar que de 1955 en adelante poco y
    nada hubo de gobiernos civiles. Es verdad. Pero también
    habrá de reconocerse que como con cada revolución
    militar había sectores civiles que se beneficiaban, no era
    necesario cambiar nada si había alguien que a su paso
    volvía el juego a su punto de partida y se hacía
    cargo del inventario.

    Es notorio que sobrevive una democracia de partidos
    más que de la gente. Su ámbito sigue siendo la
    unidad básica o el comité, en vez de la calle. Las
    cúpulas y los punteros son los que elaboran los acuerdos,
    importando la opinión de los afiliados sólo a la
    hora de acreditar su personería o cuando es tiempo de
    elecciones internas. Es la dirigencia partidaria la que
    interpreta el sentir de los ciudadanos y, frecuentemente, se
    arroga el
    conocimiento de lo que ellos desean. Vivimos en una
    democracia semidirecta al votar, el hombre
    común, por aquellos que fueron elegidos previamente por un
    grupo reducido de afiliados o dirigentes,
    acuñándose en vocablo "ingeniería política".

    Desde 1983 se acabaron los golpes y el país
    gozó (¿gozó?) del período
    genuinamente democrático más prolongado de su
    historia. Resultado: enriquecimiento ilícito, prebendas,
    nepotismo, clientelismo y corrupción
    por parte de los partidos; desilusión, frustración
    y empobrecimiento por parte de la sociedad.

    Recientemente un intelectual peronista (si esta
    combinación existe) sostuvo que los políticos son
    analfabetos. Creo que no es así ya que hasta para
    malversar hay que tener algún grado de instrucción.
    Pero en lo que sí creo es en que no leen ni estudian
    historia. La historia no genera leyes, pero explica procesos. La
    historia no se repite, pero ayuda a interpretar causas y
    consecuencias del devenir de una sociedad y permite que los
    verdaderos estadistas no tropiecen dos veces con la misma piedra.
    Pero está a la vista que no leen más que las
    encuestas y no
    estudian más que el presupuesto
    anual, para beneficiarse. Si estudiaran, por ejemplo, la
    génesis de las revoluciones se darían cuenta que
    las más importantes de la Humanidad han sido la Inglesa,
    la Francesa y la Rusa. La primera comenzó por una crisis
    de autoridad entre el rey y el parlamento, auspiciada por las
    clases altas terratenientes. La segunda, empezó con una
    revolución impositiva de la clase media (burguesía)
    ya que sus derechos políticos no estaban a la altura de
    sus obligaciones
    fiscales. La última, estuvo motivada por grandes
    desigualdades sociales y fue liderada por las clases bajas (el
    proletariado). Ellas se cobraron la vida de dos reyes y un zar.
    En los tres casos siguió un período de guerra
    civil. A las tres les sobrevino luego una dictadura. Ni siquiera
    advierten que en estas pampas a la anarquía de 1820 le
    siguió la dictadura de Rosas. Nuestro
    líderes políticos, la mayoría abogados, han
    conseguido en estos años sumar las causas de tres
    revoluciones y no tienen ni idea del peligro en que han sumido al
    país. No auguro ni guerra civil ni dictadura pero no tengo
    la menor duda de que han hecho todo lo posible para sembrar sus
    causas.

    Pero hoy, luego de una seguidilla acelerada de
    presidentes transitorios se aprecia que la clase política
    no quiere cambiar el modelo, "su" modelo, aunque el país
    se hunda como el Titanic y ellos sean la orquesta.

    QUE SEA LO QUE DIOS
    QUIERA

    Como en un tren fuera de control en el que
    las estaciones pasan vertiginosamente, la historia se
    aceleró en la Argentina pos delarruista. Los presidentes y
    sus alter ego se fueron sucediendo de manera tal que el hombre de la
    calle no terminaba de conocer a uno y ya había sido
    suplantado por uno nuevo. ¿Nuevo? No ¡qué va!
    Los mismos de siempre, aunque algunos se disfrazaron de nueva
    generación. Con el mismo frenesí la verborrea
    política perdió el equilibrio y
    la vergüenza.

    Un sonriente puntano proclamó a voz en cuello,
    ovacionado por una Asamblea de pie, que la Argentina no
    pagaría su deuda externa. El argentino colectivo aplastaba
    al argentino individuo. Cientos de legisladores emocionados y con
    los ojos brillantes mostraban a las cámaras y al mundo que
    se sacaban un pesado lastre de encima. Bien habida o mal habida,
    la obligación fue contraída. Bien gastada o
    despilfarrada, la plata entró al país. Es bueno
    recordar que así como ahora nadie eligió a un De la
    Rúa que ganó con el sesenta por ciento de los
    votos, ningún legislador aplaudió aquella
    mañana de diciembre.

    Poco duró la alegría de ese
    hiperquinético presidente, per sé y por contraste
    con su predecesor, y fue prontamente descartado por sus propios
    pares. Nuevos cabildeos y con otra asamblea se parió un
    presidente cuya debilidad era su fortaleza. En efecto, puesto por
    la propia corporación política a dirigir la
    Nación, fue designado para realizar los menores cambios
    posibles en el sistema político, lograr la enésima
    dádiva externa y para ejercer un liderazgo lo
    suficientemente fuerte como para llegar al 2003 pero
    suficientemente opaco como para que ni se le ocurriera quedarse
    un solo minuto más.

    Frases como "el que depositó dólares,
    recibirá dólares", "el que compró
    dólares a 2,50 va a perder plata", "el 9 de julio
    festejaremos el fin de la recesión", "los combustibles no
    aumentarán". "si no fuera presidente sería
    piquetero" y "que sea lo que Dios quiera" formaron oraciones de
    un rosario verbal desquiciado y contradictorio. Vamos por
    partes.

    Meses escuchando que había que cambiar el modelo
    (Álvarez); que un poquito de inflación no
    hacía mal (Alfonsín); que había que devaluar
    (Moyano) para aumentar la competitividad
    y que había que recuperar la independencia monetaria
    confluyeron en una decisión histórica: devaluar y
    pesificar.

    Así se favorecieron los empresarios locales
    deudores del estado, a costa de miles de ahorristas que vieron
    desaparecer sus sueños y su futuro. Así se
    beneficiaron los productores de bienes primarios que aumentaron
    sus precios a
    nivel internacional porque ahora el trigo, aparte de un cereal,
    era un commodity. Las primeras consecuencias de esta cadena de
    desaciertos son manifestaciones en los bancos,
    ahorristas peleándose con los empleados bancarios,
    jubilados atrincherados para obtener sus dineros, góndolas
    de supermercados vacías y más miseria en las calles
    en una lucha de pobres contra pobres.

    El poquito de inflación pasó el ciento por
    ciento, el dólar trepó a 3,50 y la independencia
    monetaria sirvió para que circulara una veintena de cuasi
    monedas con menos respaldo que los billetes del El
    Estanciero.

    Algunos sostienen que no hay "Plan B" y otros
    que ni siquiera hay un plan. Pero lo
    real es que el decreto que se firma hoy con escasa
    predisposición dura menos que una voluta de humo en el
    viento. No hay seguridad
    física ni
    jurídica. Se legisla contra las cuerdas, tarde y mal, sin
    el menor convencimiento.

    Se golpea la puerta de los acreedores, luego de festejar
    la insolvencia y la rebeldía. Se dejaron de lado aspectos
    fundamentales en las relaciones
    internacionales y las humanas. Primero, los países se
    gobiernan por intereses y no por principios, aunque suene
    maquiavélico, y se negocia en un pie de igualdad. La
    fuerza de México
    para tratar con Estados Unidos reside un su vecindad. La de
    Brasil en su
    enormidad. La de Venezuela, en
    su petróleo.
    La de Turquía, en su dominio de un
    estrecho estratégico. La de Rusia, en un arsenal nuclear
    apenas controlado. ¿La nuestra? Ni siquiera en nuestro
    pobre y vergonzante voto anticastrista.

    Y en segunda instancia, entre personas y países
    se negocia en un marco de valores
    compartidos. Esto implica que alguien hará algo por
    nosotros si hay comprensión mutua. Si uno se reconoce en
    el otro. Si hay inseguridad
    jurídica generalizada y se pretende remover a toda la
    Corte Suprema de Justicia, no se puede tratar con quienes
    consideran a la justicia y a su Corte pilares del sistema.
    ¿Saben nuestros legisladores que en la Corte americana hay
    jueces que están desde la década del ’50?
    ¿Se puede tratar con quienes consideran al ahorro y a la
    propiedad
    privada como ejes de su economía, habiendo confiscado los
    depósitos a plazo fijo y puesto en un corralón las
    cuentas a la
    vista? Ciertamente que no. ¿Usted iría a comer a la
    casa de un caníbal? Tal vez jugaría al
    fútbol con él, pero seguramente sentiría
    aprehensión al sentarse a su mesa.

    Al "que sea lo que Dios quiera" de Duhalde, vergonzosa
    muestra de
    impotencia e ineptitud, debemos contraponer el "No basta pedirle
    a Dios" de ese inteligente y fino humorista fallecido, Aldo
    Cammarota.

    Queda poco hilo en el carretel y los políticos,
    sordos y ciegos a los reclamos ciudadanos, absorben toda la
    custodia policial que le niegan a los ciudadanos. No estamos en
    la lona, estamos tratando de subirnos a ella. Nos fuimos del
    mundo. La paciencia de los de afuera y de los de adentro se
    acaba. Tal como sucedió en el mal explicado proceso
    político de mayo de 1810, la soberanía debe volver al pueblo. El rey no
    está ausente, la que está ausente es la
    cordura.

     

    Roberto Alvarez

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