- A manera de
prólogo - ¡No le va a dar el
cuero! - Argentina
potencia - Los argentinos somos derechos y
humanos - El que apueste al dólar,
pierde - Estamos ganando
- Con la democracia se come, se cura,
se educa… - 30.000
- La casa esta en
orden - Solamente en este
pais - Voy a ser el
medico… - Hay que cambiar el
modelo - Que sea lo que dios
quiera
Al borde del medio siglo de edad un argentino medio
puede descubrir que ha vivido tanto en este emocionante
país, que probablemente equivalga a más de una vida
en algún aburrido paraje europeo. Que esta bendita
república es apasionante no es solamente un sentimiento
subjetivo. Lo es también el de muchos compatriotas que
emigran hoy detrás de un futuro mejor hacia diversos
lugares incluidos, aquellos que a la sazón se encuentran
inmersos en una escalada de violencia
mayúscula.
Este marco temporal le habrá permitido conocer
gobiernos de toda laya, a saber:
- Ilegítimos de acceso, pero legítimos de
fines. - Legítimos de acceso, pero ineptos de
ejercicio. - Ilegítimos de acceso, ineptos de ejercicio y
carecientes de fines (o más bien, de fines
patéticos). - Legítimos de acceso, ineptos de ejercicio y
fines concebidos luego de abandonar el poder. - Legítimos de acceso, improvisados de
ejercicio, renuentes a dejar el poder y en
eterno retorno. - Legítimos de acceso, siesteros de ejercicio y
con ruidoso y cacerolesco fin. - Improvisados de acceso, imprevisibles y
contradictorios de ejercicio y fines aún en
elaboración.
La lista puede ser interminable habida cuenta de que el
color partidario
individual puede adjetivarlos como a cada uno se le
antoje.
Ese supuesto argentino medio habrá leído
de joven los diarios El Mundo, La Prensa, La
Razón (la 5º vespertina que no se regalaba como
ahora), La Nación
y Clarín. También aquellas colecciones inolvidables
como Billiken, Robin Hood y, más tardíamente,
Irídium. Demás está decir que la
televisión era en blanco y negro y que recién
empezaba al mediodía con los Tres Chiflados. Que el cable
sólo llevaba electricidad y
las computadoras
ocupaban toda una habitación sólo para hacer las
operaciones
más elementales. El "jueguito" era con la pelota y
"programa" era
salir con una chica. La compañera del domingo era la Spica
(en cueros) y la voz de José María Muñoz
relataba cómo River salía segundo otra vez. A esta
altura hay que rendir un sentido homenaje a Fontanarrosa que en
paz descanse (aunque esté vivo ya que está en todo
su derecho a descansar) porque escribe de estas cosas mucho mejor
que yo.
Hablando de homenajes resulta también un deber
intelectual reconocer en los trazos que siguen el sello impreso
por "El Manual de
zonceras argentinas" de Arturo Jauretche, "La Argentina como
sentimiento" de Víctor Massuh y "El atroz encanto de ser
argentino" de Marcos Aguinis. Sus pensamientos son de
aplicación directa en las líneas de trama
sociológica que se intenta describir. Hay otras deudas
intelectuales menos directas pero se debería recurrir a la
ayuda del FMI porque la
lista sería interminable.
¿Por qué Jauretche, Massuh y Aguinis
pueden participar, sólo en calidad de
testigos de esta especie de asociación ilícita con
forma de ensayo? Porque
los tres se atrevieron en los ´60, ´80 y ´90 a
realizar una crítica descarnada de nuestra manera de
vernos y de interpretar la realidad que nos rodea. Dentro de
tanta mediocridad en la que se escriben libros y
guiones para la coyuntura y para aprovechar las cada vez
más efímeras modas y campañas políticas,
los autores citados analizaron nuestro comportamiento
individual y colectivo, separando la paja del trigo y llamando a
las cosas por su nombre. Conviene recordar también que
Jauretche invita a sus lectores, mediante la inserción de
hojas en blanco al final de la obra de referencia, a continuar
con la identificación y explicación de las
"zonceras" que han conducido y formado nuestra cultura.
¿Por qué lo de las falacias?. Porque las
falacias son según la "Introducción a la lógica"
de Irving Copi "razonamientos incorrectos que parecen correctos y
son psicológicamente persuasivos". Cuando se los analiza
cuidadosamente se descubre el engaño. Si bien no hay
ninguna clasificación universalmente aceptada, podemos
decir a grandes rasgos que se dividen en formales y en no
formales. Las "formales" constituyen una parte medular del
estudio de la lógica
proposicional, ya que su constitución rígidamente moldeada
durante la Edad Media
permite un encaminamiento gradual para su comprensión. En
cambio las "no
formales" son más difíciles de estructurar y mucho
más arduo aún de detectar habida cuenta de su
diseminación en el lenguaje
cotidiano. Ellas apelan a la fuerza, a la
ofensa, a las circunstancias, a la ignorancia, a la misericordia,
a la demagogia, a la autoridad, al
accidente, a la generalización, a los principios, a las
causas falsas o a las conclusiones in atinentes. Otras veces a la
ambigüedad, al equívoco, al énfasis, a la
división (tomar la parte por el todo) o a la
composición (tomar el todo por la parte). Como
podrá apreciar el lector, desgraciadamente el lenguaje de
algunos políticos y algunos periodistas ha hecho uso y
abuso de estas herramientas.
Lo que sigue es pues una humilde colaboración que
montada sobre el esquema de falacias intenta actualizar los hitos
de nuestro eterno problema: no somos como creemos que somos y por
eso nos va como nos va.
Esta curiosa frase fue pronunciada luego de producida la
Revolución
Libertadora en septiembre de 1955. Curiosa en sí misma y
notable por el contexto.
En sí misma, porque recuerda las críticas
de Arturo Jauretche con aquello de que "La victoria no da
derechos".
¿Es posible una contienda en la que ninguno gane?
Más allá de un "tablas" en el ajedrez o un
empate en el fútbol por mencionar sólo algunos
deportes en los
que la ausencia de vencedores no sea novedad, resulta
paradójico que en una lucha fratricida a dos bandos y con
fusilamientos y bombardeos incluidos, no existan vencedores ni
vencidos. Vale recordar que el empate en los deportes es un resultado no
querido de dos contendientes que desean ganar. ¿Acaso
alguien, persona, grupo o
facción, emprende la lucha armada arriesgando su vida para
luego al acceder a la victoria exprese una generosidad digna de
Gandhi? Si existiera probablemente ni siquiera hubiera emprendido
tal guerra y
hubiera empleado otros medios como lo
hizo el gran pacifista indio.
Entiendo que no hay grupo de
poder, y los antiperonistas del ´55 no eran la
excepción, que al triunfar no ocupen todos los estamentos
gubernamentales desplazando a los opositores. No los hay tampoco,
así accedan al poder con o sin legitimidad, que no
apliquen su propio programa de
gobierno el que,
necesariamente es otro, caso contrario no se hubiera producido el
golpe o no hubieran ganado por el voto popular de gente que
quería un cambio. En
todos los casos se apeló a "la herencia
recibida" como facilismo para descargar todo el inventario de
males, reales o ficticios, que permitieran a la nueva gestión
iniciar desde cero, como si recién llegaran a esta
tierra en
paracaídas sin ser arte o parte de
los sucesos anteriores.
Es pues esta una paradoja obviamente irrealizable, una
nueva expresión de ingenuos deseos o, simplemente, una
maquiavélica maniobra de desinformación. Pruebas al
canto, el ex presidente debió huir y se
acuñó la frase "el tirano prófugo" por parte
de aquellos que ni siquiera querían pronunciar su nombre.
Confiscación de bienes, causas
judiciales, tribunales de honor y privación del grado y
uso del uniforme fueron algunos jalones de un vencido sin
vencedores. Su partido estuvo proscrito durante dieciocho
años (1955 – 1973) pero al regresar a la arena
electoral, como un resorte comprimido que se expande,
arrolló a la oposición con una fuerza
incontenible un 11 de marzo. Cabe comentar para aquellos lectores
jóvenes que el partido vencido fue árbitro en las
elecciones de 1958 y 1963, que elevaron a la primera magistratura
a Frondizi y a Illia.
Más modernamente, Alfonsín con el Proceso y
Menem con
Alfonsín demostraron que en democracia
también hay vencedores y vencidos.
En definitiva y para no abrumar con detalles, que no es
la idea de estas líneas, de la famosa frase no queda nada
cuando es crudamente contrastada con los hechos de la
realidad.
"¡No le va a dar el cuero!" inauguró una
serie de bravatas desatinadas en boca de altas jerarquías
militares. A ella se sumarán luego otras de Arguindeguy
("Las urnas están bien guardadas") y Menéndez
("Pasarán sobre mi cadáver"), entre las de otros
iluminados. Esta que se comenta pertenece al Lanusse presidente,
en 1972.
Este general ya había estado
detrás del poder con Onganía, y fue el mentor de
Levingston en el sillón presidencial cuando decidió
relevar a aquél al percibir que pretendía
eternizarse en el gobierno.
Persuadido Lanusse de la imposibilidad de mantener un gobierno
ilegítimo, decidió realizar elecciones.
Transcurría la época de las pre candidaturas, se
debatía si Perón
volvería a ser candidato y Lanusse empezó a poner
trabas para que, efectivamente, no pudiese candidatearse. La
obligación de residir en el país desde seis meses
antes fue una de ellas. Luego inventó el ballotagge
criollo, por si la elección se presentaba muy
reñida. Finalmente, promocionó a un brigadier para
el partido militar, el que filmó avisos televisivos con el
cantito "el presidente joven", como atributo diferenciador del
mismo Perón, de
Balbín y de Allende.
Fue durante uno de los tantos discursos pre
electorales que lanzó el famoso desafío desde la
tribuna que le brindó el Colegio Militar. Y perdió.
Y con él, perdimos todos. Perón volvió hacia
noviembre de ese año, bajo una lluvia torrencial,
protegido por el paraguas de un conspicuo líder
sindical. Bendijo la fórmula Cámpora – Solano
Lima, que popularmente se conoció como "Cámpora al
gobierno, Perón al poder". Y se fue de nuevo.
La crónica periodística marca que en
marzo de 1973 finalmente hubo elecciones, abriéndose
nuevamente el juego
político, y el peronismo
arrasó. Que el día de la asunción la Plaza
de Mayo y el Congreso fueron una hecatombe de enardecidos
manifestantes de todas las ramas del peronismo, de
ultra derecha a ultra izquierda, como sólo un grande y
difuso movimiento
podía cobijar.
Que Perón volvió otra vez en un
avión atiborrado de oportunistas, ahora bajo una lluvia de
balas, para asumir el gobierno por renuncia de su dentista porque
los cincuenta días de Cámpora habían sido
mucho menos gloriosos que los cien de Napoleón y las variadas y violentas
corrientes internas de un partido que ya no contenía,
hicieron eclosión provocando su renuncia. Que
habiéndose hecho cargo de la presidencia los conflictos
internos fueron sucediéndose entre las diferentes
fracciones del peronismo en una lucha por espacios de poder que
no reconocía límites.
Que tuvo que echar de la Plaza a la "gloriosa JP", eufemismo por
Montoneros (a los que llamó estúpidos e imberbes),
ya que ahora era "un león herbívoro" y no alentaba
más a las "formaciones especiales", que regresaron a la
clandestinidad.
Y luego, la muerte del
líder,
el desgobierno de su viuda, y los decretos de aniquilamiento de
la guerrilla que ahora nadie quiere recordar, y finalmente,
marchita, comunicado y nuevo golpe.
Le dio el cuero para aceptar el convite. Había
que ser muy vivo, y Lanusse no lo era, para desafiar a
Perón y ganarle. Pero no le dio el cuero para venir y
gobernar un país desbocado por las pasiones y la violencia. El
mito se tuvo
que hacer cargo de su destino y el Perón verdadero estuvo
muy por debajo del Perón leyenda.
Es el nuestro un país en eterno proyecto. Siempre
mirando hacia el pasado ("la deuda recibida") o hacia un futuro
lejano y preñado de grandezas ("somos un país
condenado al éxito"). Es un país de presente
ausente aunque parezca un juego de
palabras. Nuestro origen se remonta al tardío Virreinato
del Río de la Plata, aquel nacido de una
gobernación lejana, pobre y contrabandista en tiempos de
los Augsburgo y que renació con los Borbones sólo
por treinta y cuatro años. Ese es el lapso que separa su
fundación en 1776 y el grito libertario de 1810. El mismo
transcurrido entre Onganía y De la Rúa, para
ponerlo en términos manejables para nuestra época.
Venimos, de la periferia del Nuevo Mundo, si recordamos que las
perlas de la corona eran los virreinatos de Nueva España y
del Perú. Luego de dicho esto surge la primera
conclusión: desde nuestro origen como nación
el poder estaba en otro lado.
Posteriormente, los Estados Unidos se
articulaban como país con la conquista (y compra) de su
oeste; y Gran Bretaña, Alemania,
Francia e
Italia se
disputaban el mundo en lo que se llamó la etapa del
imperialismo.
Nosotros en cambio nos desmembramos en luchas fratricidas que
recién finalizaron hacia 1870, para recomenzar en 1890 por
diferentes causas. Como segunda conclusión, durante el
siglo XIX las potencias seguían en otro lado y se
dedicaban a otra cosa. Sin pretender dar clases de historia, es bueno
señalar que estos países tuvieron sus luchas
intestinas y sus guerras
exteriores pero, supieron manejarlas en sus alcances,
derivaciones y secuelas, sin afectar sus intereses nacionales.
Aquí fue una sucesión infinita en la que las
consecuencias de una confrontación se convertían en
causas de la siguiente, sin solución de
continuidad.
Durante el siglo que apenas pasó surgió la
actual potencia
hegemónica, heredera de Gran Bretaña, la que
pasó a un sobrio y próspero segundo plano. Las
otras naciones citadas transitaron por las vicisitudes de dos
guerras
mundiales y sobrevivieron. Lejanas colonias como fuimos nosotros,
Canadá, Australia y Nueva Zelanda, se consolidaron como
países con destino. Japón
se repuso del genocidio y de una rendición incondicional,
y España,
que resurgió de una cruenta guerra civil,
se modernizó. Corea es una realidad y China se
asoma. ¿Y nosotros? Nosotros seguimos con las luchas
internas y la puja de sectores, en la que se prefiere que todos
pierdan antes de que alguno gane más que los demás.
La dirigencia juega a la conspiración facciosa, y ha
trasladado la lucha partidaria de comité al nivel de
Estado,
consagrando las internas abiertas como gran reforma política.
Como conclusión general. A lo largo y a lo ancho
de la historia del
mundo siempre hubo alguna potencia que
ocupaba el centro de la escena. El imperio Meiji, el Carolingio o
los Estados Unidos lo
fueron y lo son. Y dejarán de serlo a menos que hayamos
llegado al tan mentado fin de la Historia. Lo que no siempre se
registra es que junto a la potencia principal coexistieron
sociedades con
excelentes desempeños. ¿No estaban los hititas
cerca de los egipcios? ¿No progresó Holanda durante
el apogeo de Gran Bretaña en el siglo XIX? Es decir, ser
potencia es un sueño infantil cuando se arranca de tan
atrás. Años después de esta frase, en los
´90, quisimos pasar del Tercer Mundo al primero. De terapia
intensiva a las olimpíadas, sin escalas. Fue una etapa de
crecimiento pero no de desarrollo,
que es algo más profundo y durable. Argentina
Potencia fue del Proceso y no
funcionó. La del primer mundo fue de Menem y tampoco
anduvo. ¿No será mejor perseguir fines más
modestos, pero alcanzables? ¿Por qué aspirar a
cóndor, cuando un pato vive bien? El pato que aspira a
cóndor ¿no termina siendo un ganso? Sé que
estarán pensando muchos que es de mediocres fijarse metas
de segundo nivel. Pero habrá también otros que
recordarán el viejo refrán que rezaba "lo ideal es
enemigo de lo bueno". Pensemos en metas menores que se puedan
alcanzar. Luego sigamos con otras y, después de cierto
tiempo, veinte
o treinta años, nos habremos desarrollado sin darnos
cuenta. Lo anterior, períodos de empobrecimiento y de
crecimiento alternados sólo trajeron amarguras y
desigualdades. Gracias a esos espasmos tuvimos comidas
rápidas y teléfonos celulares, pero en pocos
kilómetros cuadrados convivían la villa y el
country, Africa y Palm
Beach. Tuvimos los pálidos reflejos del primer mundo, como
sombras en la caverna de Platón.
Propongo que en vez de "Argentina Potencia"
acuñemos la frase y nos propongamos como meta: "Argentina
Decencia". Tal vez a través de la decencia pública
y privada, lleguemos a ser potencia algún
día.
LOS ARGENTINOS SOMOS DERECHOS Y
HUMANOS
Es lindo verse bien en el espejo. Frecuentemente ponemos
nuestro mejor perfil. De la misma manera, cuando decimos que
somos derechos y
humanos falseamos nuestra imagen.
¿Fuimos derechos y humanos cuando la Primera Junta
fusiló a un ex virrey y héroe de las Invasiones
Inglesas? ¿Lo fuimos durante las guerras civiles, a punta
de lanza y degüello? Estos hechos, que parecen
extraídos del pasado lejano y sin actualidad tienen
continuidad con la realidad de las cárceles del pueblo,
hoy olvidadas, y los centros clandestinos de los ’70.
Cuando solo el quince por ciento de la recaudación
destinada a paliar la pobreza y el
hambre llega a la gente; cuando un legislador gana mensualmente
lo que cien jubilados o con una corrupción
sofocante no podemos considerarnos derechos y humanos.
No fuimos ni somos derechos y humanos. Hoy están
en juego derechos humanos
elementales como la alimentación,
la
educación, la salud y el abrigo. Una vez
más la ceguera o la mala intención no
permitió ver que se parcializaban políticamente los
derechos
humanos.
Dice una canción: "…en la subasta se llevaron
todo…se repartieron hasta lo imposible…nos han robado hasta
la primavera…", y no es una canción de protesta sino de
folklore.
Podemos serlo de proponérnoslo, con una educación ciudadana
elemental. Ser derecho y humano puede manifestarse respetando los
semáforos en rojo, los límites de
velocidad y
frenando cuando se cruza un peatón. Es la vida del
prójimo lo que está en juego.
Podemos serlo pagando los impuestos los
contribuyentes y gastando bien los gobernantes.
¿Quién alguna vez no pidió o aceptó
evadir el IVA?
Gobernantes que piden para los pobres y reparten para los ricos,
como modernos Robin Hood pero al revés.
¿Quién no ha escuchado que se venden los famosos
planes Trabajar? De esta manera, tendrían remedios los
hospitales, tizas las escuelas y nuestros hijos harían, al
menos, dos comidas diarias.
La estadísticas y la realidad, que no siempre
son lo mismo, indican que no somos derechos y humanos con quince
millones de pobres, prostitución
infantil, delincuentes sueltos y vecinos honestos tras las
rejas de sus propias casas. El desarrollo
humano verdadero no pasa por los shoppings, pasa por la
satisfacción de las necesidades esenciales primero, y la
promesa de un futuro mejor, después. Decía Hegel que
sólo se pueden tener pensamientos abstractos si
están satisfechas las necesidades
básicas.
Esta consigna del Proceso está emparentada con
otra de la democracia que
se repite machaconamente para que se fije como una verdad: "los
argentinos son solidarios". Gente que da mal los vueltos, pasa
monedas falsas o dona "generosamente" polenta o fideos para los
inundados, no puede ser tachada de solidaria. ¿Es posible
que un pingüino lleno de petróleo
despierte más compasión que un chico descalzo? Ser
solidario no es dar lo que sobra sino compartir lo que se tiene,
sea objetos, dinero o
tiempo.
Podríamos serlo con algún trabajo comunitario, o
con una limosna mayor a la de aquellas monedas que nos molestan
en los bolsillos.
Sé perfectamente que hay cientos de ciudadanos
anónimos que son verdaderamente solidarios al emprender
obras de caridad dignas de la Madre Teresa, pero quiero llamar la
atención sobre los otros, verdaderos
fariseos sociales que se compadecen de palabra pero cierran su
corazón. Para progresar esos cientos tienen
que ser miles.
No hay que llamarse a error. Hay que buscar la santidad,
cualquiera sea la religión que se
profese ya que Jehová, Dios y Alá son primos; pero
como mínimo busquemos ser seres humanos decentes y
preocupados por nuestros semejantes. Pensemos en el otro al obrar
o al omitir. Considerar que hay prójimos puede ser un buen
comienzo para llegar a ser como ya creemos que somos.
EL QUE APUESTE AL DÓLAR,
PIERDE
La profecía de Adolfo Sigaut no solo no se
cumplió sino que también hizo recordar al
desafío dolarístico de Perón treinta
años antes. La Argentina de hoy es un país
dolarizado de igual manera que antes nuestros abuelos depositaban
su confianza en el oro.
Cuando en la década del ´30 se
abandonó el patrón oro y se creó el Banco Central se
inauguró la inflación y se enterró la moneda
en un mismo acto. El 1991 con la ley de
convertibilidad se hizo lo contrario, es decir, se volvió
a un esquema de respaldo monetario fuerte y el Banco Central
redujo sus funciones a las
de simple supervisión de las entidades financieras.
Fue un mal defensor de la moneda y también un mal
supervisor de las instituciones
financieras.
Tanto con el oro antes como con el dólar
después la gente siempre buscó una fuente de
valor
constante y ajena a los manejos de la dirigencia
vernácula. Cabe recordar que la moneda cumple con las
funciones,
entre otras, de unidad de cuenta y común denominador de
las transacciones (desterró a la sal y al trueque), y de
acumulador de valor (es
impensable depositar una vaca a interés).
Para ambos casos la gente necesita una moneda estable que se
convierta luego en un verdadero símbolo nacional, a la
altura del escudo o de la bandera.
Cuando en estos nefastos días se habla de
recuperar la política
monetaria se enmascara la idea de emitir descontroladamente
para tapar con papeles pintados los baches de un presupuesto con
más gastos que
ingresos. La
cosa es tan clara que parece mentira que no nos avivemos de una
vez por todas. Va de vuelta y en blanco y negro. Cuando hubo
respaldo fuerte, en oro o en dólares, no hubo
inflación. Cuando hubo independencia
monetaria fuimos líderes mundiales en inflación,
riesgo
país y deuda
externa.
La gente común, la famosa doña Rosa de
Bernardo, compra dólares pesito a pesito porque su sentido
común le indica que los gringos se visten ridículo
y mascan chicle pero administran su país mucho mejor que
nuestros doctores que hablan tan lindo, a este.
Miles de personas son capaces de pasar noches en vela y
de hacer largas colas para conseguir cambiar sus pesos por la
verde divisa. Es una ley de la
economía
que la gente se deshace y hace circular con mayor velocidad la
mala moneda. La pésima administración nacional y provincial no ha
hecho más que empeorar la cosa emitiendo bonos de todos
los colores y
nombres, en el plano local y en el internacional. Entre los lujos
que nos dimos está también el de haber emitido
dólares. Ese milagro se produjo al proliferar las
colocaciones a plazo fijo y a tasas siderales en dicha moneda,
sin un respaldo de riqueza, industrialización o exportaciones.
Ese instrumento se llama moneda notarial o actuarial y todos los
economistas lo saben. Esa situación sumada a la depresión
provocó lo que un juez llamó a fines de 2001 el
robo más grande de la historia: "el corralito".
Resulta harto evidente que hemos hecho las cosas tan mal
que, así como tenemos los gobiernos que nos merecemos, de
facto o de jure, tenemos la economía que nos
merecemos. Todos nuestros records, dignos del Libro Guiness,
han sido negativos y han servido para hacernos sobresalir ante el
mundo como un país de adolescentes
que sin la debida tutela paterna nos entregamos a los excesos
más increíbles. Ahora estamos aconsejados por una
dirigencia política populista al
son de que "un poquito de inflación no hace mal", se
olvidó que nos condujo a dos hiper. Con la ayuda de mucho
empleo
público improductivo y gran cantidad de ñoquis un
Estado que se achicaba en funciones y responsabilidades
crecía como carga pública, aumentando
irresponsablemente la deuda externa.
Finalmente tuvieron que ser las calificadoras de riesgo
internacionales las que nos hicieron tomar conciencia de una
realidad que la ceguera y el egoísmo de nuestros
gobernantes no dejaba ver. La gente no es zonza. No lo es a tal
punto que un ciudadano anónimo levantaba días
pasados un cartel durante una manifestación, en el que
rezaba: "no nos presten más plata".
Con este panorama, para el argentino medio el que
apueste al dólar, gana.
Justo cuando escribo estas líneas se están
por cumplir veinte años de la invasión argentina a
las Malvinas.
Mucho se ha escrito sobre el tema, libros,
crónicas, testimonios, reportajes; y hay una cantidad de
bibliografía editada
que me releva de relatar hechos concretos. Con el afán de
cimentar la democracia una coalición de fuerzas e
intereses hizo especial hincapié en los errores cometidos
por el gobierno militar en este tema. Ese gobierno podía
haber cometido yerros varios en una multiplicidad de aspectos,
pero uno de los peores fue justamente en su área
específica. Un militar no tiene por qué saber de
economía, si sabe mejor, pero ineludiblemente no puede
ignorar de estrategia y de
táctica. Años en funciones ajenas a las propias, al
frente de gremios o canales de televisión
habían hecho estragos entre las filas de los oficiales
más veteranos.
Se ha discutido hasta el cansancio si las causas del
conflicto
fueron internas, propias de un gobierno que se caía y
prefirió huir hacia delante; o por el contrario fueron
unos patriotas que decidieron tomar el toro por las astas antes
de que se cumpliera el siglo y medio de
ocupación.
Pasadas ya dos décadas aún las pasiones
siguen encendidas. Una pléyade de harapientos ex
combatientes conscriptos pide limosna en los trenes, en tanto los
que pertenecen a las FFAA luchan en el anonimato contra el exilio
interno y externo.
En todo este fárrago nuestros jóvenes se
debaten en el dilema de ¿cómo apoyar la
reivindicación de la gesta sin por ello apoyar a quienes
la llevaron a cabo? La política antimilitar emprendida con
tesón convirtió a los militares, por derecho o por
la fuerza, en socios de plomo. En estos mismos jóvenes
provocó desolación y desconsuelo el
desengaño producido por la mendaz campaña
comunicacional del Proceso. El "estamos ganando" repetido hasta
el mismísimo día final ocultó la miseria de
una derrota anunciada. El "estamos ganando" provocó el
apoyo de una ciudadanía criada bajo el lema de "las
Malvinas son
argentinas". Luego vino la desilusión y las esperanzas
defraudadas.
A un 13 de junio alentado por el "estamos ganando"
siguió un 14 de junio con soldados con cabezas gachas y
parvas de fusiles a su lado, custodiados por orgullosos soldados
británicos salidos de las películas de
acción de los domingos a la tarde. Un general con el
uniforme sucio y la cara marcada por el cansancio, el
británico, le extendía su mano a otro de uniforme
impecable y pelo engominado, el argentino. No fue el saludo de un
soldado a otro. Fue el patético contraste entre militares
de verdad y militares de desfile. Entre militares dedicados a la
defensa de su nación y militares entregados a la
política interna. Entre militares profesionales y
militares amateurs. Esa imagen se
fijó en las retinas de la gente que luego se enteró
que los chocolates y las cartas que
enviaba a sus soldados jamás llegaban.
Pero, como cualquier generalización, esta
también esconde los casos individuales de heroísmo
y sacrificio. Aquellos de gran valor bajo el fuego enemigo. Los
barcos que se hundieron antes de rendir el pabellón. Los
aviones que enfrentaron medios
sofisticados provocando un daño sorprendente y
desproporcionado. Los soldados que en el frío y la
oscuridad defendieron cada centímetro y cada piedra frente
a tropas mejor entrenadas y equipadas. Pocas situaciones provocan
sentimientos tan encontrados como sucede con la guerra de
Malvinas.
Se ha divulgado también la idea de "los chicos de
la guerra" en alusión a los soldados conscriptos enviados
a luchar. En este razonamiento subyacen varias ideas
superpuestas. Que eran muy jóvenes, que fueron obligados a
ir, que volvieron en el anonimato, que se murieron de hambre y
frío, etc. A decir verdad, algunas cosas son ciertas, pero
otras no y se cae nuevamente en la falacia de juzgar el todo por
la parte. Veamos. Eran muy jóvenes. Jóvenes ma non
tropo. A esa edad muchos de sus padres se habían casado. A
esa edad se podía y se puede beber alcohol,
manejar autos y
¡votar!. En Medio Oriente van a la guerra sin chistar.
Sí, fueron obligados a ir. Fueron obligados a cumplir con
una ley, la del servicio
militar obligatorio. Desde cuando está mal cumplir con una
ley. ¿Alguien pensó que los militares en actividad
también debieron obediencia a alguna ley o reglamento a
los que son tan afectos? ¿Qué hubiera pasado si
alguno no quería ir al frente? Lo fusilaban. Sí,
todos volvieron por la puerta de atrás, los chicos y los
grandes; los jóvenes y los viejos; los reclutas y los
generales. Y para todos estuvo mal. Sí, todos fueron mal
equipados. Y también estuvo mal. La diferencia que se ha
hecho entre unos y otros solo sirve para ahondar la brecha entre
civiles (los conscriptos bajo bandera) y los militares de
carrera, para que alguien gane a río revuelto. Tal vez ese
fuera el fin de ayer y tal vez también lo sea el de hoy,
en que la democracia temblequea. Se ha difundido una imagen de
superiores cobardes viviendo cómodamente en la
retaguardia, contrapuesta a la de sacrificados conscriptos
semidesnudos y hambrientos luchando en el frente. Como en otros
casos en que falta aún un riguroso y científico
análisis histórico, en este la
verdad transita por otros caminos. Baste como muestra que si se
estudian las bajas sufridas del lado argentino se verá que
la cantidad de oficiales y suboficiales muertos y heridos era
inusualmente alta comparada con la de soldados hasta que el
fortuito hundimiento del Belgrano puso los números en
los valores
normales.
Sobre la base de esa imagen distorsionada es que la
legislación nacional, provincial y municipal se
dedicó solamente a proteger a los soldados conscriptos
dejando de lado a los demás, creando así ciudadanos
de primera y de segunda cuando, frente al fuego del enemigo
británico, estaban en un pie de igualdad.
Un país digno y orgulloso los hubiera tratado a
todos como héroes. En cambio nosotros los consideramos
víctimas y mártires. Otros países tuvieron
soldados que perdieron guerras. ¿O los norteamericanos y
franceses ganaron en Vietnam? ¿Los soviéticos
triunfaron en Afganistán? ¿Cuántas veces se
rindieron los italianos? La verdad es que conozco muy pocas o
ninguna sociedad tan
antropofágica como la nuestra. En un país decente,
un presidente que eludió ir a una guerra cuando
tenía veinte años, lo esconde porque es una mancha
imperdonable, igual de obstruir una investigación judicial o hacer el amor con
una pasante en un despacho ovalado.
¿La guerra fue un error? ¿Quién lo
sabe? Sin duda alguna fue la gota que derramó el vaso y
causa directa para que el gobierno militar, que agonizaba,
pereciera definitivamente y de que los kelpers dejaran de serlo.
En las islas debiera haber un monumento a Galtieri (y en Buenos Aires uno
de la Tatcher, madre de nuestra democracia), como promotor del
ingreso de los isleños a la comunidad
británica. Sin duda también revalidamos la patente
de impredecibles. ¿Cómo fue que pasamos de aliados
con Estados Unidos en Nicaragua a enemigos en Malvinas? Una
política exterior no solo errática sino más
bien histérica lo pudo conseguir. Es prudente
señalar que ella no es patrimonio
exclusivo de los militares. ¿No fueron los radicales en
los ´80 los que firmaron los contratos
pesqueros con los países de la órbita
soviética? ¿No le hicieron también
préstamos a Cuba para
luego votar en contra en la ONU? ¿No
fueron los peronistas los que en los ´70 trajeron a
Dorticos y Allende, y en los ´90 mandaron buques a la
Guerra del Golfo?
No cabe la menor duda que en política exterior
hemos sido incoherentes, sin rumbo y sin intereses nacionales
claros. Luego, tal vez el camino para que las Malvinas vuelvan a
ser argentinas y los recalcitrantes isleños presten su
apoyo de una vez sea el siguiente:
- Profesemos nuestra fe democrática con la
alternancia civilizada entre partidos que propendan a la
creación de riqueza, unos, y a su distribución, los otros. - Adhiramos a la economía de mercado sin
tener por ello un Estado ausente en aquellas áreas que
le son de competencia
indelegable. - Tengamos verdadero respeto por
los DDHH de toda la sociedad,
castigando el delito en
todas sus formas y protegiendo a los débiles y a los
desamparados. - Tengamos una libertad de
prensa
irrestricta con verdadera independencia de los otros factores de
poder. - Apoyemos la salud, la
educación, y la seguridad
para que se produzca en la población un genuino desarrollo
humano. - Tengamos una justicia
autónoma que castigue, y rápido, al culpable y
absuelva al inocente sin importar su origen o
posición.
Si logramos todo esto, los testarudos kelpers nos van a
rogar anexarse a la Argentina.
CON LA DEMOCRACIA SE COME, SE CURA,
SE EDUCA…
Pocas Veces en la historia
argentina, y sólo recuerdo dos antecedentes, un
gobierno fue culpable de tantas cosas. Como el bote que se hunde
y sirve para declarar más pérdidas de las reales,
el denominado Proceso Militar cargó con más culpas
de las verdaderas. Ya antes había sucedido con Rosas y
Perón. Es entonces totalmente válido lo dicho con
la falacia "Ni vencedores ni vencidos", ya que la historia es
escrita por los triunfadores. Así sucedió,
así sucede y sucederá hasta el fin de la raza
humana.
En este contexto fue que Alfonsín
pronunció la célebre frase que encabeza estos
párrafos: "Con la democracia se come, con la democracia se
cura, con la democracia se educa, etc…", finalizando con las
estrofas del preámbulo magistralmente escenificado como un
ritual pagano. Es verdad que había que recrear la
democracia en un país castigado por el autoritarismo, cuyo
origen no necesariamente era militar. El enano fascista
está detrás de muchos argentinos. Si no es
así, ¿cómo es posible que muchos
políticos se indignen cuando los escrachan, "a ellos"? El
escrache, concebido por el virus
autoritario, data de antiguo y tiene sus raíces recientes
en el Ku Klux Klan norteamericano y en el nazismo
antijudío del siglo pasado. Importado a estas tierras fue
prolíficamente utilizado contra militares y
policías sospechados o acusados de ilícitos durante
el período ´76-´83, con la anuencia de
políticos y medios de
comunicación. Cual bumerang, empezó a ser usado
por la clase media contra la dirigencia política, que
empezó a considerarlo autoritario pero cuando era contra
otros lo juzgaron de medio de expresión
legítimo.
Volvamos a la democracia. Había que hacerla
resurgir y para ello era absolutamente necesario borrar de una
vez y para siempre de la escena política a los militares.
Pero, había dos formas diametralmente opuestas en sus
modos y efectos. Una, la utilizada, se basó en visiones
parciales e interpretaciones constitucionales politizadas. Se
permitió todo porque, ahora sí que el fin
justificaba los medios. Como sostuvo hace pocos días la
Corte Suprema en una sentencia sobre temas de economía "En
estos casos es posible el ejercicio del poder del Estado en forma
más enérgica que la admisible en períodos de
sosiego y normalidad, pues acontecimientos extraordinarios
justifican remedios extraordinarios". La otra, tal vez más
difícil de elaborar y con logros recién en el
mediano plazo era hacer que los militares dejaran de ser
necesarios como actores o árbitros en política. Voy
a poner un ejemplo burdo pero sumamente gráfico. Un
señor, poseedor de un perro desea tener su casa segura con
costos menores y
mayor independencia. La solución racional y por lo tanto
humana hubiera sido comprar una alarma y regalar al perro. Nunca
matar al perro. Y menos matar al perro y tampoco comprar la
alarma. ¡Ah, el perro le había mordido varias veces
la mano al dueño! Habría que analizar si la mano
fue a las fauces o las fauces a la mano.
Cabe recordar que ¡gracias al cielo! La sociedad
está entendiendo que los militares llegaban auspiciados
por algún sector económico que había tenido
pérdidas que se iban tornando insoportables. Creaban el
incendio y luego llamaban a los bomberos. La sociedad
sensibilizada los recibía con agrado, al principio, pero
luego de cierto tiempo llegaba el hartazgo. Nadie quiere que el
bombero se quede a vivir en casa con uno. Tal vez ese haya sido
un acierto de la Revolución
Libertadora.
Eliminados los militares como partícipes de la
cosa pública siguieron prestando igualmente una gran
servicio a la
democracia participativa alfonsinista. Cada tanto, y al menor
estornudo de un teniente coronel, se agitaba el fantasma de un
golpe. La mano de obra desocupada fue otro mito para
ocultar cómo la delincuencia
común recuperaba el espacio perdido al amparo de la
debacle del antiguo orden. Aparecía la famosa tesis de
"nosotros" (los políticos) o "ellos" (los militares).
Todos elegían obviamente e incluso los mismos militares
seguir con la democracia, sin importar su calidad cada vez
más baja. El otro gran servicio fue meter preso a
algún ex represor, siempre con una gran cobertura
mediática, cada vez que resultaba conveniente pasar a
segundo plano algún problema de la gestión
pública. Esto ahora se hace también con ex
funcionarios del gobierno anterior que deben cumplir con las
condiciones de ser de segunda o tercera línea o, en su
defecto, extrapartidarios sumados al gobierno. Los nombres saltan
solitos.
Luego de casi veinte años la gente se ha cansado
y se ha desencantado de los políticos. Han comprobado que
con esta democracia comen y se educan unos pocos. Estos son los
ñoquis, los funcionarios perpetuos para los que siempre
hay un puestito, los empresarios prebendarios, los clientes del
gobierno, los punteros barriales, los sindicalistas pseudo
opositores, los medios cómplices, etc. Hoy la mitad del
país está sin clases y hay quince millones de
pobres en un territorio bendecido por la naturaleza.
La autodefensa corporativa de los políticos los
lleva a decir ahora: "de la crisis se sale
con más democracia, no con menos". Error. La
cantidad de democracia que tenemos es más que
suficiente. El problema es su deficiente calidad. Salta a
la vista, hasta para el observador más ingenuo, que el
camino que se sigue: ausencia de liderazgo,
protección de intereses sectoriales, perpetuación
de funcionarios ineptos, divorcio entre
las necesidades y derechos del pueblo y las leyes y decretos
que se emiten, marca claramente
el fracaso de los políticos profesionales que nos
gobiernan desde hace años y pone en peligro la democracia
que tanto dolor costó conseguir. Es necesaria una
democracia eficiente en la consecución de sus fines y
transparente en la utilización de sus medios. Hace
más de un lustro que la gente común pide cambios en
la manera de hacer política pero han hecho oídos
sordos pensando que se podía continuar. Hoy mismo esperan
que un indio del FMI firme un
cheque en
blanco, mientras la reforma política está bien
guardada, como las urnas para cierto general. Las reformas
políticas se proponen siempre a futuro en
tanto que las confiscaciones salariales o de ahorros se producen
en tiempo presente. Mientras hubo financiamiento
interno y externo funcionó pero al cerrarse la
válvula del respirador artificial con el que
vivíamos, la crisis
apareció en toda su extensa y cruel magnitud. La culpa es
del modelo, sin
dudas. ¡Pero del modelo
político, no del económico! ¿Cómo se
sale de esto? No es motivo de este trabajo, pero tampoco es
cuestión soslayar aunque sea de dar una mínima idea
general.
Primero deberían reconocer todos los sectores su
responsabilidad durante los últimos cien
años. La famosa autocrítica que unos pocos
hicieron. No hay sector, organización o persona libre de
alguna carga, ya sea por comisión u
omisión.
En segunda instancia, habría que decidir hacia
dónde queremos ir, y luego estar dispuestos a afrontar las
consecuencias. Es infantil pretender lo mejor de cada sistema. No se
puede vivir permanentemente alabando las bondades y criticando
los defectos de cada uno de ellos porque conduce al inmovilismo y
la parálisis. El alto nivel de vida norteamericano convive
con una enorme penetración de la droga, y el de
Suecia con la tasa mundial más alta en suicidios, y los
logros médicos de Cuba, con la
dictadura y la
pobreza.
Seamos adultos de una vez por todas y elijamos el camino que nos
parezca mejor. Los países más avanzados, el G-7 y
otros, poseen sistemas
bipartidistas o casi; en el que unos presentan cierta
inclinación hacia las políticas distributivas y los
otros hacia las generadoras de riqueza. Son matices y sutilezas
que conforman a los electores sin cambiar el rumbo general. No se
acusan entre sí de zurditos o de fachos. Dos guerras
mundiales con millones de muertos no pasaron en vano para ellos.
Y si queremos un ejemplo latinoamericano porque pensamos que esto
es para los anglosajones solamente, miremos a nuestros vecinos
trasandinos.
Finalmente, trabajemos honestamente y respetemos la ley.
Los países que lideran el mundo tienen a la ley como un
bien supremo a la que están subordinados todos. Dos
presidentes norteamericanos pusieron sus administraciones en
peligro por infringir la ley, uno de los cuales debió
renunciar. En cuanto al trabajo honesto, creo que no requiere
mayores explicaciones. Dicen jocosamente que la Argentina crece
de día si se deja de robar de noche.
Fue, en definitiva un movimiento
hacia adentro de su propia fuerza, el de Rico. En vez de sacar
los tanques a la calle como en tantas ocasiones anteriores, se
auto acuarteló. Esto constituyó en sí misma
una novedad. Pero, también hubo otra tan llamativa como
esta. El movimiento estaba encabezado por un teniente coronel,
partiendo horizontalmente en dos al ejército, otrora
dividido en líneas internas verticalistas.
Durante ese otoño de 1987 el desfile de militares
de baja graduación, y por ello de responsabilidades muy
acotadas, había tensado hasta el límite la
frágil relación entre civiles y militares.
Entiéndase por civiles a funcionarios radicales que
lideraban un gobierno golpeado por dos planes económicos
fracasados. Entiéndase por civiles a políticos de
izquierda y organizaciones de
derechos humanos que buscaban que prevaleciera su parcial
visión de la historia reciente. Y, entiéndase por
militares, a jóvenes oficiales que cumplieron
órdenes y una cúpula en la conducción de las
FF.AA. que durante los sangrientos setenta había
conseguido no comprometerse. En esta extraña puja,
absolutamente única en Latinoamérica, el pueblo estaba otra vez
como espectador, anonadado entre la incredulidad de unos y el
cinismo de otros. Resulta difícil de creer que ante la
magnitud de los crímenes que se imputaban, la
ciudadanía estuviera en la más completa ignorancia.
¿Panza llena, corazón
contento?
Aquellos que percibieron en este asunto un nuevo
"tejerazo" estaban viendo otra película. Al desfile de
militares por los estrados judiciales se contrapuso otro de ex
detenidos liberados que lo hacían por los canales de
televisión, en revistas, diarios o
directamente publicaban su libro. Muchos
de ellos eran también funcionarios o legisladores. Una
visión menos fugaz de la situación habría
permitido concluir que si eran tantos y tan conspicuos los
liberados, ni evadidos ni fugados, el sistema aplicado
no había sido tan cruel. Cuando se enfríen las
pasiones, y la clase política tiene en esto una gran
responsabilidad, habrá que analizar
nuevamente todo este período.
Durante esa Semana Santa la democracia jamás
estuvo en peligro. Los militares se habían retirado a los
cuarteles debido a los rotundos fracasos obtenidos en
política y economía, ciencias que
eran ajenas a su competencia, y en
la guerra; su verdadera razón de existir. Los militares
sublevados sólo querían justicia. Una
justicia que no estuviera constituida por comisiones especiales
ni con legislación retroactiva. Retroactividad de las
leyes que se
rechaza si es para suprimir las jubilaciones de privilegio. Una
justicia que juzgara a los "dos demonios" de Alfonsín. Una
justicia que castigara de acuerdo con las responsabilidades de
cada sujeto. El resto de los militares, que no los apoyaron ni
los combatieron, querían un lugar bajo el sol de la
República, situación que les fue y es, aún
vedada.
Una monumental campaña mediática con
periodistas llorando en cámaras puso en juego valores que no
lo estaban y por ello la solución adoptada por la
dirigencia, como un parche mal pegado, no contribuyó a la
paz social. Resulta una pieza maestra de vodevil verificar como
existe una treintena de legisladores que votaron la ley de
liberación de terroristas en 1973, las famosas de
obediencia debida y punto final ese año, y recientemente
abolieron estas últimas. La coherencia, de luto, y el
oportunismo, de fiesta.
La obcecación no les permitió ver que no
se estaba en el camino correcto y a "Semana Santa" le
siguió "Monte Caseros" y a este, "Villa Martelli";
formando un extraño calendario castrense de cada vez
más confusas reivindicaciones.
El gobierno siguió sin acertar con medidas
económicas eficientes, se empezaron a paralizar los
servicios
públicos, el establishment le restó apoyo, los
precios se
fueron a las nubes y la Iglesia
esperó con paciencia oriental el inevitable derrumbe de un
gobierno que solo supo acumular enemigos.
Las elecciones de ese año dieron la pista de lo
que vendría. Ellas demostraron que la gente quería
democracia y bienestar económico, juntos. Se hizo
así evidente que la casa no estaba en orden.
Duro el tema si los hay. Si empezó aquí
la lectura del
trabajo (cosa muy probable) le ruego que comience desde el
principio porque probablemente se forje una idea errónea
sobre el autor.
Por las dudas de que deje de lado la sugerencia, hago
una declaración de parte que no creí necesaria en
el prefacio. El autor adhiere a la democracia y a la libertad
económica, que son absolutamente correspondientes aunque
algunos lo nieguen. Las prefiere a cualquier otro sistema.
Adhiere a los derechos humanos y al imperio de la ley, sin
restricciones ni condicionamientos. En este marco, lo que digo y
sostengo va a doler lo mismo, pero me voy a sentir más
tranquilo.
No fueron treinta mil, cifra aparentemente surgida de un
discurso de
Videla. No fueron 20.000, ni 10.000 ni siquiera los 8.700 que
aparecen en el "Nunca Más" de la CONADEP. Basta revisar
uno por uno en los anexos del libro para verificar la fragilidad
de algunos de los casos citados allí. Mucho menos los
cincuenta mil que ahora reivindica un Serrat que no termina de
condenar a la ETA.
¿Pero, cuántos fueron? La primera pregunta
debería ser: ¿qué necesita esclarecer la
sociedad? No hablo de los partidos ni de los políticos.
Hablo de la sociedad, lisa, llana. Nadie se lo preguntó.
Alfonsín la interpretó, cual pitonisa, como tantas
otras veces y puso sus intereses por delante de los de la gente.
¿Cuáles eran los intereses en juego? Cimentar una
democracia incipiente luego de siete años de dictadura y
cincuenta años de inestabilidad política. Sin duda
había que sacar a los militares de la arena
política pero no, tal vez, al precio de
falsear la historia. El filósofo Julián
Marías, que no en vano es un intelectual, lo
advirtió al toque en un artículo publicado en
1983.
Si se falsifica la historia el triunfo se vuelve
pírrico pues se pierde más de lo que se gana,
considerando un marco de tiempo mayor al de una breve presidencia
inconclusa. Tergiversar el pasado impide ver con claridad el
presente y concebir el futuro. Si no sabemos de dónde
venimos, no sabremos a dónde ir. Y, como decía
Séneca, "cuando el navegante no sabe adonde ir, todos los
vientos son malos".
Por otro lado, ocultar el pasado verdadero ¿no
constituye una monstruosa supresión de identidad?
Expertos y conspicuos historiadores extranjeros, a contrapelo de
opinadores locales, han investigado sobre el efectivo real de los
grupos armados
autodenominados Montoneros y ERP, los
mayoritarios, y han llegado a la conclusión que no
superaron los veinte mil en todas las jerarquías y
funciones. Por otro lado, los ingentes esfuerzos de una
seguidilla de titulares de la Secretaría de Derechos
Humanos no se plasmaron en nuevas denuncias que permitieran
ampliar las originales, legitimadas a través de una
comisión especial. Esta Secretaría ha llegado a la
conclusión de que hay más desaparecidos pero que no
lo puede comprobar. Poco científico.
¿Todos los desaparecidos continúan
desaparecidos? No. Muchos han sido declarados judicialmente
muertos a fin de destrabar sucesiones y
¡cobrar pensiones! Hechos que no impiden que sus deudos
sigan reclamándolos en todas las manifestaciones, con los
pañuelos blancos como símbolo.
¿Fue un genocidio? Técnicamente no, ya que
no hubo de por medio cuestiones religiosas o raciales. Pero esto
de ninguna manera legitima las acciones de la
cruenta respuesta estatal.
¿Eran víctimas inocentes? En su
mayoría no, pero la naturaleza y
esencia del conflicto
permitió que hubiera errores, y por qué no,
delitos
comunes por parte de las fuerzas del gobierno. A pesar de lo que
se cuenta ahora respecto de lo que fue aquella época hay
que recordar que siguió habiendo espectáculos
públicos masivos, la gente entraba y salía del
país cuando quería y las universidades y el Partido
Comunista Argentino siguieron funcionando. Es decir, el ciudadano
común que trabajaba, estudiaba, viajaba o se
divertía, no vio coartados sus derechos civiles ni
sociales. Sí, por supuesto, sus derechos
políticos.
Conviene resaltar también, ya que han pasado
más de veinte años y cuesta entenderlo, que no
había aún legislación internacional
humanitaria para los conflictos
intraestatales. Los Protocolos
Aclaratorios de la Convención de Ginebra datan de 1978, y
aún así habría que analizar detenidamente si
se pueden aplicar al caso argentino. El paradigma
represivo en boga no era muy distinto al que permitió la
liberalidad con que se manejó la Legión Extranjera
francesa en Argelia.
Note el lector que no he mencionado palabras como
delincuentes, subversivos, víctimas, terrorismo de
estado o fuerzas legales. Los he omitido adrede para disminuir el
nivel de subjetividad.
¿Se cometieron excesos? Tal vez. La respuesta
certera se podría dar si establecemos de qué tipo
de lucha hablamos. Si era un conflicto de nivel policial, hubo
excesos. Si no había conflicto y eran inocentes obreros y
estudiantes, tampoco hubo excesos, hubo crímenes atroces.
Si fue una guerra civil atenuada, no fue peor que la
española o la yugoslava. ¿Cómo la
describiríamos hoy a la luz del
recrudecimiento del conflicto en oriente medio? De paso,
¿por qué no hay una condena unánime,
nacional o internacional, a los países que efectúan
una aplicación sistemática de la tortura a sus
prisioneros? ¿Cómo llaman los norteamericanos a la
matanza de inocentes? Daños colaterales. Y encima hacen
una película.
¿Las fuerzas gubernamentales fueron
éticas? Rotundamente no. Si estaban seguros de sus
fines debieron utilizar medios abiertos para oponerse.
Jamás debieron igualarse a sus contendientes, realizando
una extraña parábola en la que se borraron las
diferencias entre las "cárceles del pueblo" y los "centros
clandestinos de detención". Ya decía Gramsci que el
escuadrismo no se puede combatir con el escuadrismo. Por otro
lado, las acciones
tampoco debieron servir para ocultar hechos de delincuencia
común.
¿Por qué hay tantos sobrevivientes si los
mecanismos usados eran aberrantes y crueles? ¿Por
qué quedaron vivos la mayoría de los líderes
de esas agrupaciones? El lector deberá buscar la respuesta
por sí mismo.
No hay voluntad por conocer la verdad y los prejuicios
predominan. En las entrevistas
periodísticas a los que fueron liberados no les hacen
preguntas que permitan ahondar en el asunto. No preguntan
¿a qué te dedicabas? ¿por qué te
apresaron? ¿por qué te soltaron? ¿por
qué no te mataron? Solamente se limitan a exponer los
sentimientos de la víctima y su visión del
cautiverio. Inflama sentimientos pero no ilumina la razón
del espectador. Con ejemplos como estos o con la presunta
aparición de los cuerpos de los hijos de una conspicua
madre de Plaza de Mayo, da la sensación de que lo que
pretenden algunos es que este tema, que divide a la sociedad, no
termine nunca de cicatrizar.
Cité precedentemente que hace pocos meses la
Corte Suprema publicó en una acordada sobre un tema
económico que sentenciaba: "acontecimientos
extraordinarios justifican remedios extraordinarios".
¿Sirve para todos los casos? ¿Significa que el fin
justifica los medios? Si así piensan los jueces de la
democracia no se pretenderá que los militares piensen como
monaguillos. En ambos casos si no es posible encontrar el bien
común ¿no es mejor buscar el mal menor?
El camino emprendido por Alfonsín, con una
investigación parcial de los hechos con
culpables "a priori", no podía arribar jamás a la
paz social declamada. Los argentinos merecemos una
indagación profunda y completa de nuestra historia
reciente, y ella no puede arrancar desde 1976 como si
recién se creara el mundo, y por lo menos debiera
remontarse a 1945. Sin una historia verdadera y madura en la que
toda la sociedad y todos sus sectores asuman sus
responsabilidades los desaparecidos no serán 30.000,
seremos treinta y seis millones.
"En ningún lugar del mundo" es la otra forma de
expresar esta falacia. Científicamente su
refutación es tan simple como burda su manufactura.
La única manera, y sólo la única, es que lo
que se quiere demostrar haya sido verificado en todos,
absolutamente en todos, los demás países de
la
tierra.
Mucho más mesurado es decir "en muchos
países" o "en los países de tal tipo", etc. Esta
falacia es sumamente utilizada por los políticos y muy
especialmente por un ex presidente. Un viejo amigo siempre me
decía "cuando quieras engañar a alguien,
apelá a "la irrefutabilidad de lo indemostrable". Como
anillo al dedo.
¿Quién va a desafiar a alguien que combina
esta forma de argumentar apoyado además en la autoridad
emanada del alto cargo que ostentó? Este recurso ha sido
profusamente utilizado para apoyar el statu quo en la reforma
política o para hacer prevalecer ciertos sectores sobre
otros en una economía dirigida.
Como se imaginará el lector, con casi doscientos
países como existen en el mundo, debe haber en todos los
campos al menos dos opiniones o prácticas diferentes. Sea
en economía con el mercado, en
política con la democracia, en derechos humanos con las
libertades o en ecología con la
contaminación.
Hay vivos en nuestra clase dirigente que apoyados en
esto de buscar ejemplos foráneos arman animales
mitológicos. Cierta vez en 1994 en una discusión un
estudiante muy politizado sostenía que había que
cambiar la constitución para reducir el poder
presidencial, acortando el mandato a cuatro años como en
Estados Unidos y poner un sistema parlamentario como en Francia. Sin
esmerarse mucho otro le contestó que el poder del
presidente podía aumentar si se prolongaba el mandato a
siete años como en Francia y se mantenía el sistema
presidencialista como en Estados Unidos. Como conclusión,
tomando pedacitos de cada lugar puede armarse un edén o un
infierno. No es posible; y mucho menos un signo de madurez; estar
buscando en el exterior ejemplos o bien de aplicación
directa para realidades distintas o, un conjunto de instrumentos
que unidos sin orden fatalmente van a desafinar.
Pensar que el pasto del vecino es más verde que
el nuestro o mejor, que la mujer del
vecino es más sensual que la propia, no es más que
una miopía o un complejo de inferioridad. Tampoco el otro
extremo, que tenemos las mejores carnes y las mejores mujeres del
mundo. Las dos formas de pensar son infantiles o en el mejor de
los casos, adolescentes.
Todos los seres humanos tenemos virtudes y defectos. ¿Por
qué no habría de pasar lo mismo con los
países? El
petróleo iraquí puede ser muy bueno a pesar de
que Saddam sea un pelandrún. Francia es el país que
más pruebas
atómicas ha realizado durante la Guerra
Fría, a pesar de la ecología y de sus
gobiernos socialistas; pero París es hermosa. Alemania le
vendió productos para
la guerra química al
régimen de Bagdad, pero al mismo tiempo recuperó a
la ex Alemania Oriental sin llevarle problemas
económicos al resto de Europa. Israel ha sido
líder en derechos humanos en el nivel mundial, excepto si
se trata de la Cisjordania y de los palestinos.
En fin, la lista es grande, tanto como países se
quieran tomar de ejemplo. Del mismo modo, nosotros también
tenemos virtudes superlativas y defectos horrorosos. No debemos
ser prepotentes por las primeras ni auto denigrarnos por los
segundos. Mejor, trabajemos para superarnos en ambos
sentidos.
El poder de los medios de
comunicación es de tal magnitud que puede fabricar
presidentes. Usted está pensando en De la Rúa y yo
también, pero esta fue la conclusión a la que
llegó Vance Packard, famoso gurú norteamericano de
los ´50, en referencia a Eisenhower. Una vez más, no
inventamos ni siquiera el dulce de leche.
Cincuenta años separaron al Chupete de Ike, pero
la política es la misma. Los que cambian son los hombres.
Los medios en la política son más viejos que las
"Vidas Paralelas" de Plutarco, cosa que sólo los
ignorantes, frecuentemente candidatos y funcionarios,
desconocen.
En esa campaña del ´99 se gastaron decenas
de millones de pesodólares, pese a la siempre incumplida
promesa de achicar los gastos de la
política y de transparentar los fondos de campaña.
La propaganda fue
sofocante y abrumadora. Meses plagados de afiches, spots y
slogans. En castellano:
carteles, avisos y consignas. Cualquier acto público se
constituía en tribuna propicia para la causa. Sonrisas y
abrazos. ¿Sonrisas de qué si la crisis
económica y social golpeaba desde hacía
años? ¿Abrazos entre quienes se dispararían
con munición gruesa a la menor desavenencia?
Abundaron, como siempre, las declaraciones de principios y de
fines. Entre ellas las del triunfador, que da origen a estos
párrafos. Lo que faltó, falta y faltará, si
la clase política no mejora, es el cómo. Sabemos
qué es lo que queremos, el problema estriba en los medios
para conseguirlo. Es allí donde se dividen las aguas. El
huevo y la gallina de la generación y distribución de la riqueza vuelven a
aparecer. Ninguno leyó correctamente a Marx. Tampoco a
Weber ni a
tantos otros. ¿Habrán leído solamente el
Patoruzú? Nuestra clase dirigente tiene el corazón
en la izquierda y el estómago en la derecha. Idealiza a
Cuba pero emigra a España. Insulta al Fondo y a Estados
Unidos, pero veranea en Miami.
Por otra parte no es posible dar el salto de la
municipalidad a la Nación o del comité a la
presidencia, así como así. No se puede pasar de
habilitar pizzerías y tapar baches, a discutir la
coparticipación federal o la paz en Medio Oriente. No fue
un problema atribuible a De la Rúa. También le pasa
a Duhalde. Le pasó a Alfonsín y al Menem de los
primeros años. La actividad política también
requiere preparación y aprendizaje, cosa
que los partidos en su forma tradicional no hacen. No basta la
ambición. Con la ambición se llega, pero con la
idoneidad se permanece y con la grandeza se pasa a la
Historia.
Pero hoy, como todo da igual como en Cambalache,
cualquiera tiene un busto o una calle. ¿Qué
servicios a la
Nación hacen que Balbín tenga una avenida? Se ve
claramente que Carlos Pellegrini, que fue presidente, no hizo
méritos suficientes y sólo ligó una calle.
Si esto se pondera así propongo que Alfonsín, que
no terminó su mandato, tenga una calle cortada. En este
orden a Menem le corresponden una avenida y una calle por sus dos
mandatos, a De la Rúa, una calle sin salida y a Duhalde,
una rotonda.
Volvamos al tema central. La mano derecha de un
candidato no es un filósofo ni un reputado especialista en
ciencias
políticas. ¡Es un asesor de imagen¡ Si
contrata una consultora casi se garantiza la presidencia. Si esta
es internacional, norteamericana o brasileña, el triunfo
está asegurado. Para eso hay plata. Los docentes que
esperen, que una campaña cada dos años es mucho
más importante que educar a las futuras generaciones de
argentinos.
Este es el contexto que rodea a la falacia de un
candidato que promete pero no cumple. La agenda política y
la agenda de la sociedad hace rato que van por caminos
divergentes. Esto quedó en evidencia en el mensaje de las
urnas de octubre de 2001, mensaje que se empeñaron en
ignorar o malinterpretar. Ningún político
acusó recibo sobre que el nivel de abstención,
votos en blanco, impugnados o anulados superaba las marcas
históricas por goleada. El reparto de puestos y de los
fondos electorales, como botín de guerra, era la
prioridad. La distribución de zapatillas firmadas
también… ¿El fabricante habrá cobrado en
patacones?
Salta a la vista que necesitamos menos marketing
(perdón, mercadeo)
mediático y más debates serios. No esos como los
que dejaron una silla vacía allá por 1989. Menos
ingeniería política y mejor
gestión. Menos préstamos internacionales y
más inversiones
internacionales. Se lo dijo Frondizi a Kennedy en Punta del Este
en 1962. Sentir que es un soplo la vida y cuarenta años no
es nada.
No queremos ya un presidente que sea el maestro o el
médico. Queremos un presidente que administre bien. Su
nombre lo indica claramente: primer mandatario.
Entre las frases más gastadas de los
últimos años está, sin lugar a dudas,
aquella que dice "hay que cambiar el modelo". El uso de la
palabra modelo, tiene hoy dos significados opuestos aunque desde
el punto de vista semántico no haya
diferencias.
Uno, la identifica con aquellas señoritas con
más huesos que carne,
como diría Serrat y generalmente con más epidermis
al aire que
elegancia genuina. La cultura
cholula, banal y fútil que nos ha extraviado las
endiosó en el pequeño Olimpo televisivo, plagado de
divinidades paganas de segunda. Frases hechas, muy pocas ideas,
muchas prótesis, risa
fácil y alegría artificial llenan su mundo de
fantasía. El otro significado, el de aquella cosa para
imitar debido a un cúmulo de virtudes, quedó en el
altillo donde se guardan los objetos en desuso, obsoletos e
inútiles.
Pero esta palabra, y ella como otras tantas cosas, fue
tomada por los políticos y entró de lleno en la
vorágine verborrágica que desnaturaliza y quita la
esencia de todo. Ellos, especialistas en frases ambiguas y sin
contenido, llenas de sujetos tácitos, eufemismos y
metáforas, la pusieron como eje de cualquier
discusión. Mediante un doble discurso
permanente quedó casi al tope seguida en los talones por
su competidora "globalización", el otro mito del fin de
siglo.
"Hay que cambiar el modelo" repiqueteó como un
martinete en radio,
televisión y diarios, hasta que la misma sociedad la
asimiló sin análisis. A modo de una consigna a repetir
como un mantra hasta adormecer los sentidos
fuimos conducidos a una elecciones en las que, obnubilados
votamos lo mismo que rechazábamos. Caído ese nuevo
gobierno sobrevino otro que a primera vista pareciera haberlo
cambiado. Veremos que no es así, porque lo primero es
establecer ¿de qué modelo hablamos?
Hay un modelo ético. No ha cambiado. Somos los
mismos charlatanes, gesticuladores, grandilocuentes, vivos y
chantas de siempre.
Hay un modelo social que ha sufrido varias mutaciones.
La sociedad entera cambió, para mejor, en estos
años. La tolerancia se
transformó en un valor, dejando de discriminar al
diferente; y la mujer obtuvo un
protagonismo decidido quitándole espacio a los que la
relegaban a un mezquino segundo plano. Pero si bien, por un lado,
siguen existiendo los mismos sectores, ellos han cambiado en su
importancia y ponderación social; y se han modificado sus
relaciones. Está la Iglesia,
acosada por las religiones menores y las
sectas que le hace perder feligreses. Y luchando contra la pobreza con
cada vez menores recursos.
Están los militares, pagando pecados cometidos por
integrantes que ya no están y subsistiendo con uno de los
presupuestos
más bajos del mundo. Está el sindicalismo,
combativo o no según convenga, y con gremios que han
perdido poder (metalúrgicos) y ganado poder (docentes).
Está el periodismo,
erigido en juez en una sociedad harta de inseguridad,
impunidad e injusticia. No quiero cansar con más
ejemplos.
El modelo tradicional basado en una economía
agropecuaria y semi industrial orientada a la producción de bienes y
apoyado por la Iglesia y las FF.AA. falleció en los
’70. Fue suplantado por un cóctel, explosivo,
compuesto por partidos
políticos, organizaciones de
derechos humanos y periodismo,
sustentados por una economía orientada a la importación, la especulación
financiera y la adquisición de deuda, con un crecimiento
llamativos de las actividades terciariarias (servicios). Hay,
entonces, un modelo económico que ha cambiado, y mucho.
Complementando lo ya insinuado, al pleno empleo con
hiperinflación alfonsinista le siguió el
hiperdesempleo con deflación del menemismo.
Fueron, luego, los antimenemistas de todos los partidos
(peronismo incluido) los que se aglutinaron para llamar "modelo"
a la economía de los ’90. Economía
también fundada en la apertura económica con el
exterior, sin salvaguardas; privatizaciones sin controles;
convertibilidad con déficit y emisión de bonos sin
respaldo.
Una de las tragedias que lamentaremos por muchos
años está constituida por el tríptico
apertura económica, actividad privada y estabilidad
monetaria que convirtió en potencias a Canadá,
Australia y España, y aquí dejamos que
fracasara.
Como el lector entenderá, la Argentina
cambió y mucho en los últimos treinta años.
Pero desde la restauración de la democracia
¿qué modelo no se modificó? El modelo
político. Fue la Ley Sáenz Peña, la del voto
universal, secreto y obligatorio; la que le permitió a los
radicales dejar de golpear la puerta de los cuarteles y
consagrarse legítimamente en las urnas. Fue el gobierno de
Perón el que le dio acceso al sufragio a la otra mitad del
país: las mujeres. De allí en adelante no hubo
ninguna otra modernización del sistema político,
pese a varias reformas constitucionales.
Se podrá pensar que de 1955 en adelante poco y
nada hubo de gobiernos civiles. Es verdad. Pero también
habrá de reconocerse que como con cada revolución
militar había sectores civiles que se beneficiaban, no era
necesario cambiar nada si había alguien que a su paso
volvía el juego a su punto de partida y se hacía
cargo del inventario.
Es notorio que sobrevive una democracia de partidos
más que de la gente. Su ámbito sigue siendo la
unidad básica o el comité, en vez de la calle. Las
cúpulas y los punteros son los que elaboran los acuerdos,
importando la opinión de los afiliados sólo a la
hora de acreditar su personería o cuando es tiempo de
elecciones internas. Es la dirigencia partidaria la que
interpreta el sentir de los ciudadanos y, frecuentemente, se
arroga el
conocimiento de lo que ellos desean. Vivimos en una
democracia semidirecta al votar, el hombre
común, por aquellos que fueron elegidos previamente por un
grupo reducido de afiliados o dirigentes,
acuñándose en vocablo "ingeniería política".
Desde 1983 se acabaron los golpes y el país
gozó (¿gozó?) del período
genuinamente democrático más prolongado de su
historia. Resultado: enriquecimiento ilícito, prebendas,
nepotismo, clientelismo y corrupción
por parte de los partidos; desilusión, frustración
y empobrecimiento por parte de la sociedad.
Recientemente un intelectual peronista (si esta
combinación existe) sostuvo que los políticos son
analfabetos. Creo que no es así ya que hasta para
malversar hay que tener algún grado de instrucción.
Pero en lo que sí creo es en que no leen ni estudian
historia. La historia no genera leyes, pero explica procesos. La
historia no se repite, pero ayuda a interpretar causas y
consecuencias del devenir de una sociedad y permite que los
verdaderos estadistas no tropiecen dos veces con la misma piedra.
Pero está a la vista que no leen más que las
encuestas y no
estudian más que el presupuesto
anual, para beneficiarse. Si estudiaran, por ejemplo, la
génesis de las revoluciones se darían cuenta que
las más importantes de la Humanidad han sido la Inglesa,
la Francesa y la Rusa. La primera comenzó por una crisis
de autoridad entre el rey y el parlamento, auspiciada por las
clases altas terratenientes. La segunda, empezó con una
revolución impositiva de la clase media (burguesía)
ya que sus derechos políticos no estaban a la altura de
sus obligaciones
fiscales. La última, estuvo motivada por grandes
desigualdades sociales y fue liderada por las clases bajas (el
proletariado). Ellas se cobraron la vida de dos reyes y un zar.
En los tres casos siguió un período de guerra
civil. A las tres les sobrevino luego una dictadura. Ni siquiera
advierten que en estas pampas a la anarquía de 1820 le
siguió la dictadura de Rosas. Nuestro
líderes políticos, la mayoría abogados, han
conseguido en estos años sumar las causas de tres
revoluciones y no tienen ni idea del peligro en que han sumido al
país. No auguro ni guerra civil ni dictadura pero no tengo
la menor duda de que han hecho todo lo posible para sembrar sus
causas.
Pero hoy, luego de una seguidilla acelerada de
presidentes transitorios se aprecia que la clase política
no quiere cambiar el modelo, "su" modelo, aunque el país
se hunda como el Titanic y ellos sean la orquesta.
Como en un tren fuera de control en el que
las estaciones pasan vertiginosamente, la historia se
aceleró en la Argentina pos delarruista. Los presidentes y
sus alter ego se fueron sucediendo de manera tal que el hombre de la
calle no terminaba de conocer a uno y ya había sido
suplantado por uno nuevo. ¿Nuevo? No ¡qué va!
Los mismos de siempre, aunque algunos se disfrazaron de nueva
generación. Con el mismo frenesí la verborrea
política perdió el equilibrio y
la vergüenza.
Un sonriente puntano proclamó a voz en cuello,
ovacionado por una Asamblea de pie, que la Argentina no
pagaría su deuda externa. El argentino colectivo aplastaba
al argentino individuo. Cientos de legisladores emocionados y con
los ojos brillantes mostraban a las cámaras y al mundo que
se sacaban un pesado lastre de encima. Bien habida o mal habida,
la obligación fue contraída. Bien gastada o
despilfarrada, la plata entró al país. Es bueno
recordar que así como ahora nadie eligió a un De la
Rúa que ganó con el sesenta por ciento de los
votos, ningún legislador aplaudió aquella
mañana de diciembre.
Poco duró la alegría de ese
hiperquinético presidente, per sé y por contraste
con su predecesor, y fue prontamente descartado por sus propios
pares. Nuevos cabildeos y con otra asamblea se parió un
presidente cuya debilidad era su fortaleza. En efecto, puesto por
la propia corporación política a dirigir la
Nación, fue designado para realizar los menores cambios
posibles en el sistema político, lograr la enésima
dádiva externa y para ejercer un liderazgo lo
suficientemente fuerte como para llegar al 2003 pero
suficientemente opaco como para que ni se le ocurriera quedarse
un solo minuto más.
Frases como "el que depositó dólares,
recibirá dólares", "el que compró
dólares a 2,50 va a perder plata", "el 9 de julio
festejaremos el fin de la recesión", "los combustibles no
aumentarán". "si no fuera presidente sería
piquetero" y "que sea lo que Dios quiera" formaron oraciones de
un rosario verbal desquiciado y contradictorio. Vamos por
partes.
Meses escuchando que había que cambiar el modelo
(Álvarez); que un poquito de inflación no
hacía mal (Alfonsín); que había que devaluar
(Moyano) para aumentar la competitividad
y que había que recuperar la independencia monetaria
confluyeron en una decisión histórica: devaluar y
pesificar.
Así se favorecieron los empresarios locales
deudores del estado, a costa de miles de ahorristas que vieron
desaparecer sus sueños y su futuro. Así se
beneficiaron los productores de bienes primarios que aumentaron
sus precios a
nivel internacional porque ahora el trigo, aparte de un cereal,
era un commodity. Las primeras consecuencias de esta cadena de
desaciertos son manifestaciones en los bancos,
ahorristas peleándose con los empleados bancarios,
jubilados atrincherados para obtener sus dineros, góndolas
de supermercados vacías y más miseria en las calles
en una lucha de pobres contra pobres.
El poquito de inflación pasó el ciento por
ciento, el dólar trepó a 3,50 y la independencia
monetaria sirvió para que circulara una veintena de cuasi
monedas con menos respaldo que los billetes del El
Estanciero.
Algunos sostienen que no hay "Plan B" y otros
que ni siquiera hay un plan. Pero lo
real es que el decreto que se firma hoy con escasa
predisposición dura menos que una voluta de humo en el
viento. No hay seguridad
física ni
jurídica. Se legisla contra las cuerdas, tarde y mal, sin
el menor convencimiento.
Se golpea la puerta de los acreedores, luego de festejar
la insolvencia y la rebeldía. Se dejaron de lado aspectos
fundamentales en las relaciones
internacionales y las humanas. Primero, los países se
gobiernan por intereses y no por principios, aunque suene
maquiavélico, y se negocia en un pie de igualdad. La
fuerza de México
para tratar con Estados Unidos reside un su vecindad. La de
Brasil en su
enormidad. La de Venezuela, en
su petróleo.
La de Turquía, en su dominio de un
estrecho estratégico. La de Rusia, en un arsenal nuclear
apenas controlado. ¿La nuestra? Ni siquiera en nuestro
pobre y vergonzante voto anticastrista.
Y en segunda instancia, entre personas y países
se negocia en un marco de valores
compartidos. Esto implica que alguien hará algo por
nosotros si hay comprensión mutua. Si uno se reconoce en
el otro. Si hay inseguridad
jurídica generalizada y se pretende remover a toda la
Corte Suprema de Justicia, no se puede tratar con quienes
consideran a la justicia y a su Corte pilares del sistema.
¿Saben nuestros legisladores que en la Corte americana hay
jueces que están desde la década del ’50?
¿Se puede tratar con quienes consideran al ahorro y a la
propiedad
privada como ejes de su economía, habiendo confiscado los
depósitos a plazo fijo y puesto en un corralón las
cuentas a la
vista? Ciertamente que no. ¿Usted iría a comer a la
casa de un caníbal? Tal vez jugaría al
fútbol con él, pero seguramente sentiría
aprehensión al sentarse a su mesa.
Al "que sea lo que Dios quiera" de Duhalde, vergonzosa
muestra de
impotencia e ineptitud, debemos contraponer el "No basta pedirle
a Dios" de ese inteligente y fino humorista fallecido, Aldo
Cammarota.
Queda poco hilo en el carretel y los políticos,
sordos y ciegos a los reclamos ciudadanos, absorben toda la
custodia policial que le niegan a los ciudadanos. No estamos en
la lona, estamos tratando de subirnos a ella. Nos fuimos del
mundo. La paciencia de los de afuera y de los de adentro se
acaba. Tal como sucedió en el mal explicado proceso
político de mayo de 1810, la soberanía debe volver al pueblo. El rey no
está ausente, la que está ausente es la
cordura.
Roberto Alvarez