En esta monografía
me refiero a las diferentes actitudes con
respecto al idioma, que tuvieron los inmigrantes que llegaron a
la Argentina entre
1870 y 1950. Algunos nunca quisieron aprender la nueva lengua; otros
sí, y relatan cómo fue el aprendizaje.
En obras literarias argentinas y testimonios sobre la
cuestión, se observan las diferentes
reacciones.
Para algunos inmigrantes –los españoles- y
para quienes lo habían aprendido antes de emigrar, el
idioma no era un obstáculo más entre tantos que se
les presentaban. Para otros, en cambio, era un
problema ante el que reaccionaban de distinta manera: intentando
hablarlo o negándose deliberadamente a la
incorporación del mismo.
Hubo diferentes formas de aprender castellano. Nos
ocuparemos de ellas. Y también de quienes no quisieron
aprenderlo.
En " Buenos Aires
Siglo XX/ Los conventillos: Un sistema que
reproducía a la sociedad en
miniatura", Francis Korn se refiere a los conventillos como uno
de los lugares en que se daba el aprendizaje: "El
idioma de esta comunidad
aleatoria era un castellano con
miles de variaciones que, a pesar de todo sus defectos, forzaba a
los recién llegados a aprender a comunicarse por su
intermedio" (1).
En Aventuras de Edmund Ziller, novela de Pedro
Orgambide que obtuvo una Mención en el Premio de Novela México, se
evoca el habla de los inmigrantes nucleados en los conventillos.
Así los ve un peculiar extranjero: "Ellos no sólo
hablaban infinidad de idiomas en sus aldeas (que llamaban
conventillos) sino que honraban a sus brujos llevándolos a
la gran casa de la Palabra: el Congreso" (2). Recordaría
el narrador, si lo hubiera conocido, el babélico Hotel de
Inmigrantes que evoca Luis León en su cuento
"Chacarita, Vísperas de Pésaj" (3).
Conocer un idioma no es sólo aprender a
expresarse en él, sino que entraña también
una visión del mundo. Refiriéndose a quienes
debían actuar como inmigrantes, dijo la actriz
María Rosa Fugazot, en un reportaje: "Me crié entre
actores capaces de hacer un italiano perfecto, un gallego, un
turco, un judío perfecto. Actores que no imitaban un
acento; sabían penetrar una psicología. Los
personajes del sainete eran simples en apariencia, pero con
nostalgia por su tierra y un
gran amor al lugar
que los había acogido. Eran seres complejos, que
había que saber observar" (4). Mariano Saba, integrante
del grupo de
teatro del
Colegio Nacional Buenos Aires
señala que, para componer un personaje: "Primero
analizamos la obra y luego estudiamos la llegada del inmigrante a
la Argentina. Cada
uno tenía que bucear en su árbol genealógico
y rescatar fotos y
recuerdos. Más tardes entrevistamos y grabamos para
estudiar sus tonos y encontrarnos con su nostalgia y su tristeza"
(5).
Carolina de Grinbaum narra en La isla se expande, la
forma en la que una niña aprende otra lengua. En un
conventillo recalaron una mujer italiana y
sus dos hijas, apenadas aún por una desgracia familiar:
"Tenemos instalada en una habitación próxima a la
gentil señora que llega al caserón un día, a
acomodar su viudez ya las dos hijas casi adolescentes a
un nuevo ambiente,
lejos de sus tristezas que permanecían adheridas al duelo
paternal. Llenaban las jóvenes sus horas y lúgubres
espacios, con cantos entonados en la dulce lengua de su lugar de
origen: ‘la alta Italia’. La
más grata variedad de composiciones que hasta entonces
había tenido Mariana la oportunidad de conocer, vibraban a
diario, todas ellas deleitaban sus oídos. No
disponía siquiera de un modesto aparato de radio, cuya
adquisición en esos momentos en especial, resultaba
inaccesible a su padre. En un acompañamiento desafinado
pero voluntarioso, hizo Mariana un aprendizaje veloz
de las letras y las melodías con las que pudo acceder al
conocimiento
de un nuevo idioma, canto y música, al mismo
tiempo. De esa
manera lo entendía cuando intervenía con su voz,
haciendo coro" (6).
Laura Pariani, escritora italiana que visita a su abuelo
establecido en la Argentina, cuenta: "Mi abuelo vivía a
varios kilómetros de Zapala. El hablaba cocoliche; su
mujer, mapuche;
sus hijos, castellano; yo, italiano" (7).. Aunque no tan
diversificada, así sería la
comunicación hogareña de los
inmigrantes.
Roberto Raschella, autor de Si hubiéramos vivido
aquí, se refiere en un reportaje a la diferencia entre el
idioma que se hablaba en su casa y el que hablaba en la escuela. A
visitar a sus padres "Iban siempre paisanos emigrados, y ante la
mesa de trabajo se hablaba, en dialecto calabrés, de las
fiestas del santo del pueblo, de las comidas, de tantas familias
con sus apodos, a veces ofensivos. Quizás en esas tardes
larguísimas del verano empecé a descubrir la
belleza de un idioma que no era el que aprendía en la
escuela. Esa fue
mi verdadera lengua materna. No recuerdo que mis padres hablaran
nada parecido al cocoliche, y hasta diría que
habían adquirido una perfecta noción del
castellano, que hablaban con fluidez, pero mechando
términos del dialecto y del italiano" (8).
La escritora e investigadora Gladys Onega también
habla sobre la influencia de la instrucción pública
en los hijos de los inmigrantes: "A mí lo que más
me atrajo, y me metí en un trabajo muy arduo y
gratificante, fue el de la escritura
adulta que tiene que crear un narrador niño pero con una
escritura
adulta. Esta fue una gran tensión que se produjo en
mí con el lenguaje; y
además tratar de encontrar las voces que me rodeaban en
aquel momento, ya que tenía la de mi padre que hablaba en
gallego con sus parientes, pero no en mi casa porque mi madre era
criolla, y también la de todos los italianos que en ese
tiempo
hablaban realmente el italiano. Para mí era maravilloso
tener todos estos sonidos. Eran todas palabras misteriosas. Los
chicos que iban al colegio en el 35 y provenían del campo
hablaban en italiano, y en la escuela era donde verdaderamente se
nacionalizaban. Ese fue el gran factor unificador de la escuela
pública" (9).
Francis Korn coincide en esta afirmación: "Los
chicos (los mayores, de la misma nacionalidad que sus padres y
los menores, argentinos) concurrían a las escuelas
públicas o a las religiosas de alrededor y, eso sí,
entre ellos, el único idioma utilizado era el
porteño" (10). Pero no sólo aprendían o
mejoraban su castellano, sino que también –afirma
Luis Alberto Romero- "Gracias a la prosperidad y a la educación
pública, era común que los hijos ocuparan
posiciones mejores que los padres" (11).
González Lanuza recuerda los esfuerzos de su
maestra por borrarle la pronunciación española: "En
su bondadosa preocupación por su alumno me creó,
sin sospecharlo, un serio problema, a sus oídos habituados
a las dulzuras del decir criollo debieron molestarle las crudezas
de mis acentos hispánicos, acaso el entusiasmo
patriótico de aquellos años fervorosos del
centenario, le inspiraron la urgencia de adaptarme de inmediato a
lo argentino".
Así sucedió: "Ello fue que un cierto
día decidió dedicarse durante los recreos a luchar
con aquella, su suavidad, tan eficaz en mí, contra una
erizada prosodia santanderina, tajante de jotas, capaces de
degollar a quien las pronunciara, restallante bajo el doble
látigo de las elles, resbaladiza de zetas y ce, para
reemplazarla por la tierna indecisión de la ce argentina,
vacilante entre la ce y la ese, limar el filo despiadado de las
jotas y hacerme deslizar por las blanduras del
yeísmo".
El alumno aprendió rápidamente:
"Dócil a su reclamo, que además facilitaría
mi trato con los compañeros al eludir las pullas que mi
primitiva pronunciación provocaba, adelanté
raudamente en el proceso de
desintegración de la prosodia ibérica". Mas a los
padres no les satisfizo este avance del niño:
""¡Pero ay de mí! En mi casa, mis padres opinaban de
otra manera y las desacostumbradas inflexiones recién
adquiridas por mi voz, eran consideradas pecado mortal,
clarísimo índice de que a convertirme en un
descastado. De ahí mi temprana condición de
bilingüe que me hizo acomodar a modismos distintos,
según que tuviera que hablar en casa o en la escuela"
(12).
Otros descendientes de inmigrantes hablaban siempre
igual, ya fuera con su familia o en la
escuela. Cuando Jorge Luz fue a conocer
a su abuela asturiana, la anciana le dijo: "Nin… –que
quiere decir nene-. Nin, nenu, nenín, que guapín
eres al hablar… me dices de vos, como a los reyes"
(13).
La discriminación era frecuente en las
escuelas. Recuerda José Cameán Parcero: "Yo
también fui gallego de m… y también
colorado’, porque así es mi color de cabello.
Y más de una vez tuve que escuchar a mis compañeros
decir que me habían cambiado por un cuero. Pero no me
molestaba, quizás porque yo al venir a los cuatro
años me sentía uno más. No sabía mi
conciencia la
diferencia de ser gallego o argentino" (14).
También en "La noche de la cruz de plata", uno de
los cuentos por
los que Jorge Torres Zavaleta mereció el Premio Fortabat
en 1987, se alude a la conflictiva vinculación de los
ingleses con los nativos. Esta se evidencia al narrar que la
madre debía consolar al niño "cuando los
demás alumnos se reían de su mal castellano".
Años después, será el idioma el medio
elegido por el joven para mortificar a su madre: "prefería
tomarla en broma, imitar su tonada inglesa (hacía una
parodia, que deleitaba a sus amigos, de Miss Lucy tomando el
té en la embajada), abrazarla al ver que la
entristecía"(15). "Los británicos –afirma
Andrew Graham Yool- se negaron tenazmente a ser categorizados
como inmigrantes, lo que significaba un descenso en la clase
social" (16).
Para algunos, hablar más de un idioma, era
testimonio de su condición de inmigrantes. Para otro, en
cambio, era un
sello de clase. En La noche que me quieras, Torres Zavaleta
muestra
el
conocimiento de otras lenguas vinculado a un estamento
social: "Arturo era un muchacho educado, se vestía bien,
por supuesto, se la arreglaba con los idiomas. Algo te ha quedado
de tantas profesoras franchutas e inglesas de cuando eras
borrego" (17).
No sólo a hablar castellano se aprendía en
la escuela. "La Argentina en 1870 tenía 80 por ciento de
analfabetos –afirma Roberto Cortés Conde- y hacia
1919 ese índice se había reducido al 30 por ciento"
(18). El analfabetismo
era común entre los inmigrantes. Lo menciona Lucio V.
Mansilla, cuando dice de un personaje: "Este San Pío era
italiano, casado, muy bonachón y cariñoso. Sus
quesos de Goya, y particularmente sus chorizos, allí a la
vista, tenían fama (…) No sabía leer ni escribir,
ni hablaba italiano, ni español,
ni genovés, ni dialecto itálico alguno, sino una
media lengua suya propia" (19). Analfabetos eran los inmigrantes
que llegaban desde Filetto, en Santo Oficio de la Memoria, de
Mempo Giardinelli.: "Venían porque allá
había mucha hambre. Eran… Todos muy pobres, analfabetos.
Rústicos" (20).
Félix Luna afirma que los analfabetos eran
utilizados con fines políticos. En Soy Roca, relata lo
sucedido en 1909 en una mesa electoral, cuando se presenta como
austríaco un hombre al que
su aspecto y su modo de hablar "lo delataban como un bachicha
recién desembarcado". Roca le pregunta si es italiano; el
inmigrante le responde que sí, y que no sabe lo que dice
la libreta: "-Io non só niente…. ¡A mí me
la datto don Gaetano ! ‘Don Gaetano’, Cayetano Ganghi
era el árbitro de la elección, con sus roperos
llenos de libretas falsificadas y sus huestes de inmigrantes
analfabetos y de atorrantes dispuestos a votar cinco o seis veces
en diferentes mesas" (21).
En la escuela se transmitían asimismo los valores
que la clase dirigente quería inculcar. Miguel de Marco,
Presidente de la Academia Nacional de la Historia afirma: "en el
pasado, la generación de Sarmiento y Mitre quería
que el país se poblara con inmigrantes que integraran un
crisol de razas. Para formar y unificar a esa sociedad nueva y
aluvional se difundían las vidas de determinados
personajes, de bronce, que fueran verdaderos ejemplos. No se
dieron cuenta de que un San Martín que no duerme no es
creíble, lo mismo que un Sarmiento que nunca faltó
a la escuela. En las escuelas se mostró esta especie de
historia oficial
con personajes sin humanidad, quienes por tenerla no pierden
grandeza" (22).
Santó Efendi, un judío que cursó
paralelamente la escuela pública y la hebrea, dice:
"Habiendo tenido la suerte de nacer en la Argentina de finales de
la década del 20, y habiendo pasado por la primaria luego
de la crisis
económica de los años 30, solamente tengo recuerdos
gratos de mis maestros y de la calidad de la
enseñanza pública, regalo del gran
Sarmiento, quien organizó en el siglo anterior las bases
de las escuelas públicas del país" (23).
El padre del poeta Rodolfo Alonso, emigrante gallego,
cursó estudios primarios siendo ya adulto (24). Otros
gallegos –como Darío Lamazares, representante legal
del Instituto Santiago Apóstol, que llegó a la
Argentina a los catorce años-, no tuvieron acceso a ella:
"Fui un autodidacta, me formé en la calle, y como la
mayoría de mis compatriotas sufrí la falta de
instrucción. Este país nos dio todo, los mismos
derechos que sus
hijos, y la escuela es una forma de pagar esa deuda"
(25).
No sólo en el conventillo o en la escuela se
aprendían otras lenguas. Gaetano, uno de los personajes de
Santo Oficio de la Memoria, lo hace
en su lugar de trabajo, el "tranguay", donde "La gente hablaba en
todos los idiomas. Yo aprendí algo de inglés,
de francés, de alemán. De polaco también y
de yídish. La mayoría de los pasajeros eran
inmigrantes. Uno tenía que saludarlos en sus lenguas.
Había veinte maneras de decir buen día. Y muchas
veces uno tenía que ayudarlos con el cambio, con las
monedas" (26).
Para Antonio Dal Masetto, la lectura fue
el medio para saber nuestro idioma. A los doce años
llegó a Salto, donde –afirma en una entrevista–
"Empezó el duro aprendizaje, la transculturación.
Cansado de que lo cargasen por su forma de hablar, decidió
esforzarse para aprender el castellano. Para eso recurrió
al arte. Su padre se
asoció con su tío en una carnicería. Dal
Masetto empezó a seleccionar las revistas que llegaban
para envolver y, entre los globitos y el dibujo de las
historietas, empezó a adentrarse en el idioma".
De los comics, pasará a los libros.
Así recuerda esa etapa: "Mi camino fue absolutamente
argentino. En casa hubo un esfuerzo inmediato por adaptarse.
Cuando empecé a aprender el idioma en el pueblo,
frecuentaba una biblioteca.
Buscaba libros.
Elegía al azar. Me los devoraba, junto con la revista
Leoplán, que traía novelas cortas
enteras. Me alimenté mucho de esa revista, y con
ella descubrí que había una literatura inmensa"
(27).
Casi todos aprendían el idioma por las suyas,
ayudándose algunos con el diccionario,
el cual "También es parte de la cultura
inmigrante. El diccionario
les solucionaba las crisis que
podían tener con su segunda lengua. Está muy
conectado con los autodidactas" (28).
Así como algunos aprendían castellano en
el tranvía, o leyendo, un personaje de Gabriel
Báñez tiene la ocurrencia de recurrir a la religión, aún
siendo judío, para dominar el nuevo idioma. Al ver mujeres
católicas que se confiesan, la pequeña Sara Divas,
en Virgen, "imaginó que la fe era un idioma en voz muy
baja y que esas mujeres aprendían las lecciones de
rodillas, murmurando y repitiendo. (…) Era una buena manera de
aprender el idioma que tanto atormentaba a su padre y, llegado el
caso, de hablar por él".
El sacerdote le da una estampita de la Virgen de
Luján, "a partir de ese entonces Sarita empezó a
comulgar con el castellano, porque lo aprendió a los rezos
y gracias a las oraciones que venían en el reverso de las
estampitas" (29).
Ya en el Martín Fierro encontramos referencias al
inmigrante que no habla castellano: "Era un gringo tan bozal/ que
nada se le entendía/ ¡quién sabe de ande
sería!/ Tal vez no juera cristiano:/ Pues lo único
que decía/ era que era papolitano" (30).
En Diario de ilusiones y naufragios, de María
Angélica Scotti, en cambio, el inmigrante intenta hacerse
entender: "Padrazo chapurreaba bastante el español;
lo venía practicando desde antes de embarcarse en
Génova" (31). Al parecer, saber italiano facilitaba
el aprendizaje
del castellano. En el libro de Chuny
Anzorreguy, el capitán Kovacic recuerda lo que se
planteó al llegar a la Argentina: "Primero debíamos
aprender el idioma. Habiendo ya aprendido más o menos el
italiano, la cosa se nos iba a hacer más fácil.
Así fue. En poco tiempo podía comunicarme en un
castellano bastante pasable" (32).
Trabajando en el campo entrerriano aprendió
castellano la abuela de Catalina Nasenson: "Estaban contentos,
conformes con el ambiente, a
tal punto que mi abuela, que no sabía una palabra de
castellano, terminó hablando como los peones"
(33).
No tuvo tanto inteligencia o
tanto empeño la irlandesa que evoca, en uno de los
cuentos de
Tréboles del sur, Juan José Delaney: El escritor
plantea la situación de una inmigrante que ve frustradas
sus ambiciones, principalmente por el obstáculo que es
para ella el desconocimiento del lenguaje,
aunque, en lo que respecta a lo material, se muestra
agradecida: "no puedo pasar por alto la buena acogida que los
irlandeses todos hemos tenido en este suelo;
difícilmente brazos deseosos de trabajar no encuentren
recompensa", dice la mujer
(34).
En Moira Sullivan, el lenguaje,
tan importante como factor sociabilizador, encarna una actitud de la
protagonista. Ella nunca se interesó por aprender a
comunicarse en castellano y esa negativa suya determina su
relación con quienes la rodean. La anciana vive en su
mundo y no quiere tener contacto con quien no pertenezca a
él. Rechaza evidentemente toda forma de integración, y se repudio se patentiza en
el aislamiento en el que se refugia. Aun cuando quisieran
integrarse, el idioma era un serio problema para colectividades
como la irlandesa; Delaney presenta dos paliativos para la
incomunicación de los extranjeros: el cine mudo y el
tango, por los
que sienten gran afición (35).
Tampoco quiso aprender castellano el belga en la novela de
Gabriel Báñez, aunque sufrió cuando se
enfrentó a la realidad: "el viudo de Flora Divas
debió salir al nuevo mundo de buscar trabajo y fue
entonces cuando cayó en la cuenta de una realidad
aterradora y elemental: no sabía una sola palabra de
castellano. Ese día sería inolvidable. Sarita lo
vio trasponer el portón de la pensión y llegar
luego hasta el fondo de la galería para deshacerse en un
llanto tibio y cordial a los pies del único árbol
que detestaba, la glicina. (…) Nunca antes lo había
visto llorar, ni en el funeral de su madre.(…) El viudo dijo
algo incomprensible: que lloraba por el castellano que no
entendía". No obstante, "en su apatía vegetal
jamás llegó a interesarse ni a comprender
enteramente el castellano. O peor: lo padecía como un
idioma oscuro y maldito" (36).
Queda en el inmigrante decidir cuál será
su lengua, opción que seguramente obedecerá a
razones más afectivas que intelectuales. Syria Poletti,
quien emigró a los veintitrés años,
afirmaba: "uno, como escritor, pertenece al área en cuyo
idioma se expresa. El instrumento con que yo me expreso es el
idioma de los argentinos, con todo el substratum cultural que
ello implica, por lo tanto soy hija del país, porque el
idioma es como la sangre de un
país. Los otros idiomas que me habitan –italiano y
friulano- son herencias que me dejaron mis mayores. Y las
herencias sirven si se hace buen uso de ellas" (37).
Distinta es la postura de Adelina C. Cela, quien canta
nostálgica, en su poema "Calabreses": "Como un susurro tu
lengua/ me acunó toda la vida/ y no le diste abandono/ a
tu hija en lejanía" (38).
En el conventillo, en la escuela, en el tranvía,
leyendo o rezando, los inmigrantes aprendieron la lengua de la
nueva tierra. La
lengua que otros rechazaron, quizás por el inmenso dolor
de haber dejado su tierra.
- Korn, Francis: "Buenos Aires Siglo XX/Los
conventillos: Un sistema que
reproducía a la sociedad en miniatura", en La
Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de
1999. - Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos
Aires, Editorial Abril, 1984. - León, Luis: "Chacarita. Vísperas de
Pésaj", en SEFARaires, N° 2, junio de
2002.
(4) Cosentino, Olga: "Cosecharás tu siembra",
en Clarín, Buenos Aires, 18 de octubre de
2000.
(5)"Rapidísimo", en Clarín Viva,
Buenos Aires, 2 de enero de 2000.
(6) Grinbaum, Carolina: La isla se expande. Buenos
Aires, ig, 1992.
(7) Patat, Alejandro: "El país de los
sueños perdidos", en La Nación, Buenos
Aires, 28 de abril de 2002.
(8) Ingberg, Pablo: "El amor a
los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de
febrero de 1999.
(9) Duche, Walter: "Todos tenemos derecho a escribir
nuestra historia", en La Prensa
Buenos Aires, 18 de julio de 1999.
(10) Korn, Francis: op. cit.
(11) : "La Argentina de los deseos", en
Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de
2000.
(12) González Lanuza, Eduardo: citado en
"Bajaron de los barcos. Historia de la inmigración en la Argentina", por Colegio
Schönthal. www.monografias.com.
(13) Guerriero, Leila: en La Nación Revista
(14) S/F: "José Cameán Parcero. Un
vecino de Bembibre, Parroquia de Buxán", en El
mensajero gallego, N° 2, Abril de 1998.
(15) Torres Zavaleta, Jorge: "Lanoche de la cruz de
plata", en El palacio de verano. Buenos Aires, Grupo Editor
Latinoamericano, 1987.
(16) S/F: "Los ingleses en la Argentina", en
Clarín, Buenos Aires, 18 de diciembre de
2000.
(17) Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras.
Buenos Aires, Planeta, 2000.
(18) : "La Argentina de los deseos", en
Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de
2000.
(19) Mansilla, Lucio V.: citado por Colegio
Schönthal.
(20) Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
Buenos Aires, Seix Barral,
(21) Luna, Félix: Soy Roca. Buenos
Aires, Sudamericana, 2000.
(22) Urien, Paula: "Revisar el futuro", en La
Nación Revista, Buenos Aires, 7 de
julio de 2002.
(23) Efendi, Santó: "Una infancia en
Villa Crespo", en SEFARaires, N° 3, julio de
2002.
(24) Alonso, Rodolfo: Entrevista
en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL,
1980.
(25) Beltrán, Mónica: "La primera
escuela gallega que enseña a chicos argentinos", en
Clarín, Buenos Aires, 25 de abril de
1999.
(26) Giardinelli, Mempo: op. cit.
(27) Roca, Agustina: "Historia de Vida", en La
Nación Revista, Buenos Aires, 12 de julio de
1998.
(28) "De generación en generación", en
Clarín, Buenos Aires, 19 de marzo de
2000.
(29) Báñez, Gabriel: Virgen. Barcelona,
Sudamericana, 1998.
(30) Hernández, José: Martín
Fierro. Citado por Colegio Schönthal.
(31) Scotti, María Angélica: Diario de
ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé,
1996.
(32) Anzorreguy, Chuny: El angel del capitán.
Biografía del capitán croata Miro
Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
(33) Londero, Oscar: "Historia de la inmigración a principios del
siglo XX – Un recorrido por las primeras colonias
judías de Entre Ríos", en Clarín,
Buenos Aires, 17 de diciembre de 2000.
(34) Delaney, Juan José: Tréboles del
Sur.. Buenos Aires, Torres Aguüero
(35) Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos
Aires, Corregidor, 1999.
(36) Báñez, Gabriel: op.cit.
(37) Fornaciari, Dora: "Reportajes
periodísticos a Syria Poletti", en Taller de
imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
(38) Cela, Adelina C.: "Madre Patria", en La
Capital, 5 de septiembre de 1999.
Trabajo enviado por
Lic. María González
Rouco
Lic. en Letras UNBA, Periodista Profesional
Matriculada