Indice
1.
Introducción
2. La globalización y la crisis de
lo popular
3. La crisis de un
concepto
4. El problema de la
representación
5. Conclusión
Cuando a principios de
este decenio el complacido orden capitalista mundial presencio
hechos como el colapso de las burocracias comunistas y la exitosa
intervención militar yanqui en Kuwait, sus gurues
políticos e intelectuales del momento (Bush, Drucker,
Fukuyama, etc) proclamaron con vehemencia "el fin de la historia" y el advenimiento
glorioso de la
Globalización. Esta seria obra del arrollador progreso
de la Ciencia y
la Tecnología contemporáneas,
así como del crecimiento irrefrenable de la economía y el
bienestar colectivo en los tres grandes bloques
económicos multinacionales (Norteamérica, la
Comunidad
Europea y Japón
con sus dragones de Asia Oriental),
generadores de prosperidad para aquellas naciones del Tercer
Mundo y del difunto orbe soviético "capaces de visualizar
y encarar con audacia las Megatendencias vigentes en el cambiante
escenario planetario". Se anuncio solemnemente un Nuevo Orden
Mundial, con los Estados Unidos
como indiscutida Megapotencia político-militar, y la
Organización de Naciones Unidas
en plan de obediente
instancia que oficializase como de "interés
global" las medidas internacionales necesarias para imponer este
flamante status-quo, con el conveniente aderezo de una
fraseología grandilocuente sobre Democracia y
Derechos
Humanos.
Para América
Latina el mandato fue claro: o nos globalizábamos con
prisas y sonrisas, o nos hundíamos sin salvación en
el pantano de la crisis que nos
agobiaba desde la década de los 80. Poderosas fuerzas
externas recalcaron lo inevitable de esta disyuntiva, así
que gobiernos y burguesías locales se dieron a la
dócil repetición de las novísimas consignas
del "globalismo", aun cuando para los pueblos del continente la
cosa no iba de estreno: precisamente en 1992 se cumplían
500 años de Globalización, otrora llamada
colonización y después rebautizada con los
eufemismos al gusto de cada época. Volvían a
recetarnos la vieja pócima del progreso que nos hacen
tragar desde hace medio milenio; siempre asegurándonos que
esta si seria la única salvación posible ante
nuestros males, a pesar de que, como pasa con todo remedio
eficaz, pudiera parecernos un poco amargo al principio, como en
el pasado lo fue la llegada de la civilización cristiana y
en el presente la ejecución de los Programas de
Ajuste (vulgo, paquetes económicos). La anunciada era de
prosperidad y expansión de los grandes bloques se
encuentra hoy en entredicho por los serios conflictos
económicos, sociales y políticos que, por citar
algunos ejemplos, impidieron la reelección de Bush y han
expuesto la incapacidad de Clinton para superarlos, mientras que
en Europa se
avizoran con el amenazador revivir de fascismos de todo matiz y
con las secuelas catastróficas del retorno al
paraíso capitalista de las economías del Este. En
cuanto a las ofertas del desarrollo
científico-tecnológico, la crisis
ecológica levanta una interrogante de demasiado peso como
para no plantear la revisión radical de sus condiciones
político-económicas, y además, los reductos
por excelencia de ese desarrollo y
actores privilegiados de la
Globalización, las grandes corporaciones
transnacionales, pasan por una fase de dificultades tan patente
que ha sido bautizada "la extinción de los dinosaurios",
lo que también cancela las publicitadas expectativas sobre
sus planes de inversión en el Tercer Mundo. En el plano
político, las circunstancias internas de los Estados Unidos y
sus choques de interés
cada vez mas abiertos con japoneses y europeos, hacen
problemático instaurar la prevista "Pax Americana"; y ni
hablar de la descarada doble moral sobre
libertades democráticas y derechos humanos que impera
en la escena mundial.
Pero no se ceja en seguirnos imponiendo por estos lugares la
agenda de un "globalismo" cada vez mas despojado de oropel y
mostrando su catadura depredadora. Los poderes transnacionales
saben que con el nos cargan parte importante de sus actuales
dificultades, y para ello cuentan con el sumiso respaldo de las
minorías opresoras locales, deslumbradas con la
Globalización como los cortesanos de la fábula con
el traje nuevo del emperador.
2. La globalización
y la crisis de lo popular
La cultura ya no
está localizada con certeza en un lugar de origen o en una
comunidad
estable: los pueblos la reinventan constantemente con diversos
movimientos.
Hoy en día es evidente que las transformaciones
culturales de la última década han producido
más confusión que comprensión. Suscitan
interrogantes que abarcan desde la metodología hasta la estrategia
política.
Tanto la homogeneidad como la hibridez desafían las
definiciones más viejas de identidad
nacional y comunidad. Moreiras razona: «Si el capitalismo
trasnacional fundamenta su dominación global en la
constitución de una red simbólica que
reduce al extremo toda posibilidad de un Afuera, si lo real se
retira hasta el punto de que la naturaleza y el
inconsciente no son ya más que en la medida en que la
industria
cultural los produce como simulacros, si estamos reducidos a la
indigencia de tener que pensar la historia a partir de la
ausencia de historia, ¿cuál es entonces el sentido
que pueden guardar las diferencias locales? ¿Qué
hace a Brasil diferente
de Francia o a
Uruguay de
España?». Por eso cuando los
críticos aluden a «la crisis de lo popular» no
se están refiriendo solamente a la imposibilidad de apelar
a algunos estratos de la cultura
popular personificados en el abstracto «gaucho», en
el «indio» o en lo que fuera. Se refieren
adicionalmente a su propio dilema al enfrentarse a aquellos
símbolos culturales globales y a los productos
locales e infinitamente variados de la hibridez, que ni
corresponden a las viejas representaciones de «lo
nacional-popular», ni llegan a transculturación en
el sentido tradicional de la palabra. Antes «lo
popular» fue un indicador de la diferencia latinoamericana,
una diferencia que según la clase más cercana a la
metrópolis se determinaba por la distancia de la
metrópolis y que se percibía como el fundamento de
la categoría de nación,
ya fuera el gaucho independiente o la población rural auténtica. Pero la
cultura popular servía igualmente como indicador de
subdesarrollo;
era pre-Ilustración, pre-alfabetismo, era
tradición como lo opuesto a progreso, atraso como lo
opuesto a modernidad, y
malandragem, choteo o relajo como lo opuesto a ética del
trabajo. Lo que cambió en estas últimas
décadas no fue solamente la manera dualista de entender la
cultura como superior o inferior, o tradicional, sino
también los valores, a
tal punto que ahora se considera lo híbrido como creativo
y enriquecedor, mientras que la pureza, desdichadamente, evoca
limpieza étnica. Las migraciones, la mezcla de alta
tecnología
y «primitivismo», de cultura difundida por los medios de
comunicación y cultura oral, la confusión de
idiomas que traspasan las fronteras, la confusión de
clases que no pueden estratificarse con seguridad excepto
a través de las preferencias: todo eso comprometió
seriamente cualquier noción de una cultura popular no
adulterada «hecha por la misma gente». La
cuestión es que no sólo la gente se está
desplazando como nunca antes, sino que además su
repertorio cultural ya no está restringido por el lugar,
la tradición y el contacto cultural real. La
desterritorialización se refiere no sólo al
desarraigo físico de la gente del lugar que le es propio,
sino también a una «liberación» de la
raigambre cultural y la filiación. El afecto, por ejemplo,
se libera de los nexos familiares y circula por identificaciones
y afiliaciones abstractas, como en el caso de los
«latinos» genéricos en Estados Unidos. Nuevas
identidades culturales volátiles surgen de esta
situación «intermedia», y las diferencias no
son necesariamente entre naciones, grupos
étnicos o lingüísticos: más bien son de
estilo, y expresan el diseño
propio de subgrupos e individuos que colocan su inflexión
en la cultura multimedia
internacional y genérica. Las características de esta
transformación de grupos estables
se formaron a través del tiempo y en
entornos particulares. En vista del mapa cultural cambiante, la
teoría
cultural ha estado
cuestionando cada vez más la estructura de
un discurso que
separa lo «popular» de lo «culto» en
razón del valor. Por
otra parte, en opinión de estos críticos es un
disparate caracterizar a América
Latina como un mero consumidor de la
cultura de masas que se origina en el Norte, pues no sólo
América
Latina ha desarrollado su propia y floreciente industria de
la cultura, sino que además los latinoamericanos son
expertos en darle un uso creativo a la tecnología
metropolitana. De hecho, su originalidad reside más en
improvisar con lo que se tiene a mano que en inventar cosas
nuevas.
4. El problema de la
representación
Uno puede hablar de la crisis de lo popular, pues muchos
de los identificados con la resistencia al
capitalismo o
con las luchas por la justicia
social cambiaron de tónica, abandonando el término
«popular» por «ciudadanía» o
«sociedad
civil», y dando énfasis así a formas de
organización social que están
más allá de las estructuras
partidistas tradicionales.
La crisis que lleva a los críticos a evitar el uso del
término «popular» está vinculada al
énfasis en la democracia y
la participación popular. Sin embargo, también
aquí hay discusiones interpretativas entre los que
respaldan la agenda de la redemocratización en condiciones
del capitalismo hegemónico y los que están en
contra y acuden a la periferia o los márgenes buscando la
desestabilización de los significados producidos por el
centro.
Lo que mantengo en este artículo es que la
«crisis de lo popular» puede entenderse de diferentes
formas. Por una parte, existe una crisis de la
terminología, dado que los significados más
antiguos de la palabra «popular» ya no corresponden a
grupo alguno
estable, y por otra parte la idea de «una cultura hecha por
el pueblo mismo» dejó de ser viable. Como resultado,
tenemos los intentos de describir la diferencia local, regional,
nacional o latinoamericana en general en términos de
hibridez o de nostalgia. En otro sentido, la crisis de lo popular
también puede interpretarse como un problema de
representación dentro de las sociedades
neoliberales, en donde la estratificación social se
entiende en términos de consumo y los
movimientos sociales son capaces de traspasar los límites de
las clases. Pero también hay un tercer punto de vista en
el cual lo popular (definido por su marginalidad
dentro del sistema mundial)
«pone en crisis» el discurso de
la
Ilustración del progreso a través de la
auto-ayuda, la educación y la
movilidad ascendente. De esa forma se revierte la tradicional
postura pedagógica del centro con relación a la
periferia, pues la periferia tiene algo que enseñar a los
del centro. No obstante, no podemos dejar la
desestabilización en manos de la periferia simplemente.
También es crucial que los intelectuales del centro
inicien el proceso de
desmantelar su propia posición privilegiada, y un muy buen
lugar para comenzar podría ser cuestionar su
interés en lo popular, especialmente cuando lo popular, en
su interpretación, habita esos lugares donde ellos son
visitantes privilegiados.
Globalización, concepto que
pretende describir la realidad inmediata como una sociedad
planetaria, más allá de fronteras, barreras
arancelarias, diferencias étnicas, credos religiosos,
ideologías políticas
y condiciones socio-económicas o culturales. Surge como
consecuencia de la internacionalización cada vez
más acentuada de los procesos
económicos, los conflictos
sociales y los fenómenos político-culturales.
En sus inicios, el concepto de
globalización se ha venido utilizando para describir los
cambios en las economías nacionales, cada vez más
integradas en sistemas sociales
abiertos e interdependientes, sujetas a los efectos de la
libertad de
los mercados, las
fluctuaciones monetarias y los movimientos especulativos de
capital. Los
ámbitos de la realidad en los que mejor se refleja la
globalización son la economía, la innovación tecnológica y el
ocio.
En todos los países crece un movimiento en
favor de la creación de un tribunal internacional,
validado para juzgar los delitos contra
los derechos humanos,
como el genocidio, el terrorismo y
la persecución política, religiosa,
étnica o social.
Autor:
Ana Gelfo