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Inmigracion y literatura: Los motivos (página 2)



Partes: 1, 2

De ahí que el término que he acuñado
–inserción- implica una visión tan objetiva como
de sentido homenaje a esos inmigrantes, entregados por el destino
a la "buena de Dios" en las tierras de América. La
reactualización de datos y cronologías, la nueva puesta
en escena de títulos de obras de ficción a lo largo de
un siglo y medio, como el relevamiento de
artículos y ensayos, o de instituciones como The Jewish
Inmigration Center, nos indican a las claras que este trabajo de
María González Rouco significará un más que
valioso aporte sobre el cruce de las culturas en general, y sobre
la Inmigración, epopeya única e indivisible por su
grandeza, en especial. Una investigación que debe ponernos
orgullosos por su agudeza crítica y por la generosidad en la
entrega, rasgos que ya han caracterizado la trayectoria
curricular y periodística de María González
Rouco.

Sebastián Jorgi

Introducción

Algunas de las páginas que se escribieron sobre la
inmigración nos muestran la idea de emigrar desde los
instantes en los que surge. La vemos afirmándose, madurando
en esas mentes en las que la desesperación es un sentimiento
tristemente cotidiano. Porque –como dice Gustavo
Cirigliano, en sus "Disquisiciones tangueras"- "Todo aquel que
dejó su país, su patria de origen, de hecho –nos
guste o no- fue abandonado o aún expulsado por ella, fue
impelido a irse al no ser protegido ni retenido. Se lo echó,
dicho sin vueltas" (1).

En el sitio "Asturias en la emigración", Luciano
Méndez Muslera enumera los motivos que llevaron a los
asturianos a emigrar; habla de la imitación e
inculcación, la salida de los hidalgos segundones y gente
acomodada, los "ganchos" o agentes de los armadores, la
evasión del reclutamiento militar, y los motivos
económicos o de población (2). Estos motivos, aunque
con variantes, pueden aplicarse a ciudadanos de otros
países, pero es necesario agregar otros: las guerras
mundiales, los pogrom rusos –que el autor no menciona por
referirse sólo a la emigración asturiana- y los dramas
personales –los cuales, aunque mínimamente,
también fueron causa de emigración.

Notas

(1) Cirigliano, Gustavo: "Disquisiciones
tangueras", en El Tiempo, Azul, 30 de septiembre de
2001.

(2) Méndez Muslera, Luciano: "Asturias
en la emigración", www.telepolis.com.

Guerras,
persecuciones

La política aparece reiteradamente como motivo de
emigración. Del fascismo y sus reiteradas golpizas huye el
protagonista de El laúd y la guerra, libro de Martina
Gusberti. Decidió emigrar "porque él, como vehemente
socialista, fue apaleado varias veces por los camisas negras". El
anciano narra qué había sucedido: "Sabían que era
músico, director de una banda, y me buscaron para colaborar,
pero yo me negué a tocar la marcha fascista y por eso me
ligué unos buenos bastonazos, ¡brutte bestie! Me
protegí la cabeza como pude, pero ésa es otra historia.
Después, emigré a América" (1).

Syria Poletti evoca la guerra, por ejemplo, a
través de los ojos de un personaje, en "Agua en la boca". La
protagonista se encuentra con un hombre que sufre las secuelas de
la contienda. Así lo describe: "Comenzaba ya a bajar cuando
vi que por el sendero empinado trepaba oscilante Chero, el loco,
borracho como siempre. Para él, la guerra era un permanente
estado de alerta, porque en ella había perdido un brazo y
encontrado todas las alucinaciones que todavía lo
trastornaban. Y sólo en el vino encontraba un ruidoso
olvido" (2).

En "Desarraigo", cuento de Ana María de Benedictis,
el narrador, que piensa en emigrar de la agobiada Argentina del
siglo XXI, se arrepiente, evocando una historia familiar
vinculada con la guerra: "Recordó que una mañana muy
temprano llegó una carta bordeada de una franja verde,
blanca y roja; que la abrió su abuela materna y comenzó
a secarse las lágrimas con el delantal; (…) esperaron en
la vereda a su padre. (…) Su madre, Mariana, había muerto
hacía ya quince días. El correo tardaba mucho y él
hacía quince años que no la veía. Recordó el
duelo a distancia y el dolor de tanta ausencia amontonada, de
tantos besos perdidos y de tanta soledad impuesta por un
país destruido por la guerra" (3).

Los recuerdos bélicos tienen que ver para el autor
de La tierra incomparable, con la figura paterna. En un
reportaje, Antonio Dal Masetto recuerda al italiano Narciso, un
hombre valiente. De él dice: "era tremendamente trabajador,
tremendamente amante de su familia y tremendamente testarudo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, él trabajaba en una
fábrica. Su turno terminaba a medianoche. Había toque
de queda desde las siete de la tarde, y muchos se quedaban a
dormir en la fábrica, por temor. Mi padre volvía a
casa. Su argumento era grande como una montaña. Decía:
Yo quiero dormir en casa. Tengo una casa, y nadie me lo puede
prohibir. Ni Hitler, ni Mussolini…" (4).

También escapa del fascismo el padre de Roberto
Raschella. El escritor narra: "Mi padre vino varias veces desde
la primera preguerra, hasta que, perseguido por el fascismo, se
quedó aquí para siempre en 1925. Mi madre,
después de muchas dificultades para poder salir de
Italia, llegó en 1929" (5).

Debieron emigrar Julián Centeya (Amleto Vergiati) y
su familia: "El 15 de septiembre de 1910 nació en Borgotaro,
un pueblo de la provincia de Parma, Italia, Amleto Enrique
Vergiati, hijo de un periodista del diario Avanti, cuyo jefe de
Redacción era Benito Mussolini, el futuro
"Duce". Diez años después, realizada ya la
histórica marcha sobre Roma (1920), la represión sobre
la izquierda se tornó violenta y obligó a muchos
opositores al régimen a decidir su exilio. La familia
Vergiati, integrada por Carlos, el padre, Amalia, la madre, y los
tres hijos, dos mujeres y Amleto, no fue una excepción y
viajó hacia la Argentina como casi la mayoría de los
refugiados políticos de ese momento" (6).

Afirma Ida De Vincenzo: "Tengo una historia parecida a
muchas mujeres inmigrantes calabresas. Nací en Cropalati,
Calabria.-Italia, en un pueblito arriba de la montaña, que
parece sacado de algún cuento, desde cualquier lugar se
pueden ver hermosos paisajes. Nací cuando ya había
pasado la segunda guerra mundial, mi papa había
estado combatiendo y habíamos sufrido las
consecuencias, por eso emigramos, yo tenía 2 años"
(7).

El croata Miro Kovacic padeció la guerra en su
país de origen. Así recuerda el efecto de la contienda
en los espíritus: "Se descubren tantas cosas en este otro
mundo. El de los muertos vivientes. Descubrí que el ser
humano tiene una capacidad de sufrimiento sorprendente y se
adapta a las situaciones más difíciles. Es más. En
esos momentos en los cuales la vida no vale una moneda (mucho
menos que un cigarrillo), se dan situaciones en las que se puede
notar una clara certeza de la existencia del otro a nuestro lado
y un "darse" a él que asombra a quien se ha acostumbrado a
ver el lobo del hombre comiendo al contrario, o al mundo, y
aún comiéndose a sí mismo. Es notable ver
cómo alguien puede pasar de un acto de crueldad extrema a
otro de la más sublime bondad en el mismo día. Cada uno
lleva dentro de sí ángeles y monstruos. Esa es la lucha
constante con la que debemos cargar" (8).

Fueron perseguidos los Flichman en su tierra, cuenta una
inmigrante afincada en Mendoza. En Rojos y blancos, Ucrania,
Rosalía de Flichman evoca el entorno en el que se
desarrolló su infancia. Las persecuciones, la
revolución, la guerra civil, las violaciones y los
asesinatos –a los que se suman las inundaciones y el tifus-
son el cuadro con el que Rosalía debe enfrentarse a muy
corta edad: "Los blancos están en la ciudad, persiguen sin
cesar a los judíos. Matan a los hombres, se apoderan de las
mujeres jóvenes y hasta de las niñas. Estoy cansada de
tanto horror. Y los cambios continúan. Hoy los blancos,
mañana los rojos. Como somos despreciables burgueses, estos
invaden la casa y nos reducen a dos habitaciones. El hambre se
hace sentir, duele".

Más adelante manifestará una preferencia, en
su desgracia: "Quiero que vuelvan los rojos; cantan la
"internacional" y nos asustan, pero que vengan pronto. Los
blancos son peores, ignorantes, desalmados, asesinos". Afirma que
ella y su familia eran perseguidos en su país de
origen por dos motivos: su condición de judíos y
de burgueses. Si estas dos causas motivaron la amenaza constante
a la que estaban sometidos, también significaron la
posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya que la madre se
apoyó "en instituciones judías que ayudan a los
emigrantes fugitivos que salen de Rusia", y el hecho de ser
pudientes les permitió una salvación que a otros estuvo
negada (9).

María Arcuschín recuerda, en De Ucrania a
Basavilbaso, los relatos familiares sobre la razón que los
llevó a emigrar. Los antepasados "Fueron casa por casa,
puerta por puerta alertando sobre el peligro del próximo
pogrom y la urgencia de partir hacia América en busca de
libertad y de paz" (10).

"Nací en Córdoba, Argentina –relata
Perla Suez-, pero toda mi infancia transcurrió en
Basavilbaso, provincia de Entre Ríos, lugar próximo a
las tierras donde se radicaron mis abuelos cuando llegaron, a
finales del siglo XIX, con la primera corriente de inmigrantes
judíos que escaparon de la Rusia zarista" (11).

En Minsk, en 1941, a una adolescente y a sus padres les
advertían el peligro: "a Tínkele –relata Manuela
Fingueret- le asombra comprobar que gran parte de esos
jóvenes vestidos a la usanza gentil son los primeros en
hablar de las desgracias que sobrevendrán a los judíos
si no huyen a tiempo hacia Palestina o América. Los
religiosos oran y esperan pasivos el destino que Dios les depara.
Esto la subleva porque sus padres oscilan entre ambos y ella,
naturalmente opuesta a la generalidad, intuye que los que
están en contacto con el mundo exterior pueden analizar
mejor el futuro. Los padres de Leie también creen que hay
que emigrar, pero no les es fácil movilizarse con una
familia tan grande y sin dinero" (12).

El pequeño protagonista de "Historia con tango y
misterio", de Oche Califa, pregunta por qué sus abuelos
emigraron de Rusia. El padre le contesta: "Por el ejército
del zar. Cada vez que aparecían por la aldea
donde vivía era para llevarse a los jóvenes a pelear en
alguna guerra en la otra punta del país" (13).

Emigraron, asimismo, los padres de Alejandra Pizarnik:
"Flora Pizarnik –nacida en Buenos Aires en 1936, apodada
Buma, convertida en Alejandra con la edición de su segundo
libro- hizo su elección definitiva por la poesía. Flora
(Buma en idish) era la segunda hija del matrimonio formado por
los rusos Elías Pizarnik y Rosa Bromiker, que en 1934
dejaron su Rovne natal (donde algunos años despúes los
nazis masacraron a sus familias), para instalarse en los
suburbios soleados de Avellaneda" (14).

Max Gurovitz, su esposa Fany y su hijo David emigran de
Polonia, donde "Otra vez los gritos de "yid" atronaban la calle.
El viaje había sido inútil. Se culpó por haberla
dejado sola mientras él iba al mercado. Aún tenía
el uniforme ruso de inválido, si no ya estaría hecho
pedazos. Para ellos la guerra había terminado pero no su
odio por los judíos. (…) el celo polaco podía dejar
atrás a los alemanes si de matar judíos se trataba.
(…) También de Polonia debían irse" (15).

Alberto Mazor imagina la carta que le hubiera escrito,
desde Treblinka, el abuelo al que no conoció. El zeide
hubiera manifestado: "Es triste pensar que voy a ser asesinado a
sangre fría, es por eso que prefiero no aceptarlo y vivir en
función del desentendimiento. Lamentablemente voy a morir,
como tus abuelas, tus tíos o tus primos recién nacidos,
y voy a poner cara de sorpresa en el momento justo de dejar esta
envenenada tierra" (16).

La historia que nunca les conté – El
Libro de Gisela (Polonia 1943-1944), fue escrito por
Mariano Fiszman y Roberto Raschella. "El protagonista de este
relato –afirma Rubén Chababo- es Gisela Gleis, una
joven judía de nacionalidad polaca, habitante de
Stanislawow, un pequeño poblado, quien durante los años
de la ocupación alemana se refugia junto a una treintena de
personas de su pueblo natal en un sótano.
Durante casi dos años, esperando el fin de la guerra y el
cese de la ocupación, este grupo resiste la más
absoluta de las adversidades. La posibilidad de ese refugio les
es brindada por un hombre, vecino del lugar, de religión
católica, llamado Staszek, quien ante la evidencia de la
deportación y el asesinato masivo de miles de judíos
llevada adelante por la Gestapo, decide arriesgar su vida para
que ese puñado de perseguidos se salve de una muerte segura.
Una vez terminada la guerra Gisela Gleis emigra a la Argentina
junto a su marido Max, también habitante del sótano, y
es en nuestro país donde viven y mueren ya ancianos, él
en 1990 y ella en 2001. Los escritores Roberto Raschella y
Mariano Fiszman fueron tras la voz de Gisela y durante tres
años la entrevistaron en su casa del barrio de Flores,
tratando de obtener la mayor información posible para que
esta historia no fuera olvidada" (17).

En "Tres balcones", Silvia Plager se refiere a "La
Gringa de enfrente", que "usaba zapatos de hombre porque durante
la guerra se le congelaron los pies y tuvieron que amputarle
cuatro dedos, y llamaba a sus hijos a los gritos porque la voz se
le había vuelto loca" (18).

Para proteger a su hija de lo que vendría es que
una madre judía quiere que la niña deje Europa.
Cumpliendo la última voluntad de su esposa, el belga Divas
se traslada con su hija a Ensenada "a finales de los treinta". La
moribunda había dicho: "ma fille doit arriver en
Amérique avant que mon cadavre refroidisse" (19). Esta es la
historia que relata Gabriel Báñez en Virgen, novela
finalista en el Premio Planeta 1997.

La Guerra Civil fue el motivo para que muchos
españoles emigraran, entre ellos, el gallego Arturo Cuadrado
Moure, pasajero del Massilia, quien recuerda ese trance: "En el
año 1936 sube Franco, aquella tremenda traición en
donde los hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la
famosa guerra civil que duró tres años y donde han
muerto casi dos millones de españoles. Nosotros, el
ejército republicano, que dominábamos Madrid, Valencia
y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos
la canción y teníamos a América" (20).

De Esmirna viene otros sefaradíes, aterrorizados
por las matanzas de griegos y armenios: "Masaltó sabía
que la situación en Izmir no les ofrecería paz por
mucho tiempo, que su dolor por la pérdida de Antoinette y
toda esa familia armenia, le dolía por las familias armenias
deportadas de Izmir, esa herida no cerraría con facilidad"
(21).

En "A los que se encuentran en un pozo" (22), Gustavo
Bedrossian homenajea a su abuelo: "esta es una historia real,
crudamente real, maravillosamente real. La situación es la
siguiente: el protagonista es un adolescente que ha perdido a su
familia. Hace minutos vio cómo delante de sus narices
mataron a parte de su familia a palazos. A él mismo luego de
golpearlo lo arrojan a un pozo donde tiran los cadáveres de
los que golpean y matan pensando que está muerto. Pero
él no está muerto… Siguen matando gente y
tirándola encima de este muchacho. Sangre, gritos, el propio
dolor, el pánico. Un pozo… un pozo donde sólo se
respira muerte. ¿Qué expectativas podemos tener de este
muchacho? Quizá el más optimista puede suponer que
sobreviva y termine con algún tipo de enfermedad mental.
¿Sabés cómo siguió la historia? Este chico,
de nacionalidad armenia, que simuló estar muerto, por la
noche, cuando se fueron los turcos, pudiendo sacarse algunos
cuerpos de encima, logró escapar con otros muchachos
más. Un detalle para agregar: un hermano suyo que
sobrevivió prefirió quedarse en el pozo para estar con
una mujer que suponía era su madre. Ese muchacho se
llamó Agop Bedrossian. Fue mi abuelo".

En Flores de un solo día (23), Anna Kazumi Stahl
relata la historia de "Aimée y su madre, Hanako. La madre "
desde chica sufría tanto miedo a la calle. Se debía a
que, japonesa de origen y nacida en 1937, había visto la
Segunda Guerra Mundial hacer su tremenda carrera y terminar en
derrota antes de cumplir los nueve años de edad. Peores eran
sus circunstancias, porque a causa de una enfermedad infantil
había quedado sin habla, con daños en el centro del
habla del cerebro, y no podía entender las
explicaciones que le daban la empleada doméstica y el
coronel mismo, su padre".

Con Gaijin. La aventura de emigrar a la Argentina (24),
Maximiliano Matayoshi ganó el Premio Primera Novela UNAM
Alfaguara. En esa obra, relata un adolescente, poco antes de
dejar Okinawa: "Quiero que vayamos todos juntos, dije. Mamá
me miró y me tomó de las manos. No podemos ir todos, no
tenemos el dinero, además Yumie es chica para viajar y yo
debo quedarme a cuidarla. Irás solo. Si tu papá
estuviera sería diferente, dijo".

En La Argentina

Las privaciones pasadas en el país de origen
durante la guerra marcan a quienes emigraron. Una calabresa,
llegada a la Argentina en 1933, acostumbra a sus nietos a
aprovechar el alimento del que se puede disponer en la nueva
tierra. Lo cuenta una nieta, Griselda García, en un poema:
"mi abuela obligándonos a terminar el plato,/ haciendo
bocaditos fritos con las sobras porque/ "ustedes por suerte no
conocen lo que es la guerra, el hambre…" " (25).

En un poema de Marcos Silber se evoca la amargura de los
que, en la nueva tierra, sabían que los suyos eran
víctimas de la persecución. Desde la Argentina, quienes
emigraron observan impotentes el genocidio. La angustia y la
desolación son presentadas por medio de imágenes de los
adultos, a los que un niño comprende desde su infinita
sabiduría: "Mamá llorándole toda la cabeza al
pequeño. Regándole/ el sueño, todo el juego.
Mamá que regresa con papeles./ Cartas, papeles de adiós
y tormento. Avisos de nuevos/ silencios. 1940" (26).

A un suceso de la infancia de Marcos Aguinis, se refiere
Jorge Fernández Díaz: "El pibe tenía siete
años y estaba parado junto a la puerta del dormitorio de sus
padres escuchando exclamaciones y ruidos sordos. Había
llegado por correo una carta desde Europa, y aquellos
dos inmigrantes taciturnos se habían encerrado bajo
llave a leerla en secreto. El hijo no entendía, en ese
momento, por qué lo habían dejado afuera, donde
permanecía con el aliento contenido. En esa vigilia y en ese
desconcierto estaba cuando el padre salió despacio, doblado
por el dolor, y entonces el hijo lo vio llorar por primera vez en
toda su vida. La carta narraba sin eufemismos la suerte que
habían corrido su abuelo y las dos tías que Marcos
jamás llegaría a conocer, en la lejana República
de Moldavia, donde los nazis arreaban judíos para hacinarlos
en los campos de concentración o asesinarlos en los hornos
de exterminio" (27).

Un episodio igualmente aciago relata Mito Sela en
Babilonia chica: "Un día papá se encerró en su
dormitorio "¿Por qué?", le pregunté a mamá.,
"La carta de Palestina", me respondió. La carta informaba a
mi padre lo acontecido con su familia en los campos de exterminio
en Europa. Pocos quedaron con vida. Mi madre y yo nos sentamos
afuera y dejamos a papá llorar. Cuando salió, aún
con lágrimas en los ojos, nos abrazó. Y yo sentí
su cuerpo envejecido. Quise consolarlo, pero no pude. Quise
llorar, pero no pude. Quise gritar, pero no pude. Nunca más
lo vi llorar" (28).

Norma Manzur afirma: "Aunque en ese entonces lo
ignoré, fueron años de mucho dolor y tristeza en
nuestra familia. Las cosas importantes, serias y sobre todo la
tristes se hablaban en idish, idioma que nunca aprendí. La
guerra en Europa mataba a los judíos y los padres, hermanos
y otros parientes de mamá y papá no escaparon a ese
destino. Sólo después que Gerardo viajó a Polonia
al 50 aniversario del Levantamiento del Ghetto de Varsovia, supe
que mis abuelos maternos murieron en el campo de
concentración de Treblinka. Qué pasó con el resto
de la familia, mi abuela paterna y mis dos tías y otros
parientes cuyo registro nunca tuve, no lo sé"
(29).

Escribe Mauricio Goldberg que en una familia de
inmigrantes judíos, "para el sábado era reservada esa
única posibilidad en la semana de encontrarse
todos alrededor de la mesa compartiendo la comida. Cualquier
intento por modificar esa costumbre hallaba la cerrada
oposición del padre y sus recuerdos que flotaban durante los
almuerzos en la casa del abuelo. Ese abuelo que Mario no
había conocido a resultas de la guerra, la misma que de una
u otra forma se las arreglaba para hacerse presente entre ellos"
(30).

Mónica Sifrim escribe: "No señor. En mis
antepasados no hay diabéticos, hipertensos,/ cardíacos
¿Cómo explicarle? De cada diez antepasados míos,/
uno moría en las revoluciones, otro en las cámaras de
gas/ y cuatro o cinco de melancolía" (31).

Los inmigrantes padecen las secuelas de la guerra. En un
cuento de Sebastián Jorgi, un hombre dice a su mujer: "A la
semana de vivir juntos, mamá Freda se largaba a llorar todas
las noches en la habitación contigua. Vos me explicaste que
estuvo en el Ghetto de Varsovia y no quiere dormir sola porque
tiene mucho miedo de sólo pensar que los nazis la
llevarán a la casona del fondo del campo" (32).

En Kadish para el hombre de la valija, última
novela de Goldberg, uno de los personajes se refiere a la
reparación que otorga el gobierno alemán: "Shloime y
don Simón fueron socios en la venta de ropa y telas bastante
tiempo. Parece que Shloime, aunque no estuvo en ningún campo
de concentración, empezó los trámites ante la
embajada alemana a través de un abogado. Pretendía una
compensación por los familiares que perdió y porque en
Polonia tenía casa, un negocio de los padres y no sé
qué más. Don Simón nunca quiso hacer eso porque
decía que era plata manchada con sangre… (…) Shloime
consiguió un cheque de los alemanes para él y otro para
la esposa. Reciben esa plata todos los meses desde hace tres
años. Fue durante esa época que le propuso a Simón
empezar nuevos negocios y fabricar percalinas con otro conocido.
Glezer no quiso y entonces se separaron. Shloime igual le
insistió para que hiciera el trámite de la
reparación porque aunque fuera plata treif
(impura) era mejor que no la usaran los alemanes y sí que
les sirviera a ellos" (33).

En su novela Hotel Edén, escribe Luis Gusmán:
"En el frente del edificio, el águila imperial había
dominado el valle hasta que a comienzos del 45 Argentina
declaró la guerra a Alemania. Seguramente todo el pueblo
asistió a la demolición del águila, símbolo
de un poder que se extinguía en el mundo. Posiblemente
también ese mismo día destruyeron la antena de onda
corta que estaba en la torre y permitía que se comunicaran
clandestinamente con Alemania. (…) Observó el hueco que el
águila había dejado y después localizó la
fecha borrosa de la fundación del Edén. De inmediato
vino a su mente el nombre de los primeros propietarios sobre los
que caía, desde tiempos remotos, una leyenda negra"
(34).

Un personaje de La matriz del infierno, de Marcos
Aguinis, explica a sus discípulos: "-En las grandes ciudades
-señaló Córdoba, Rosario, Buenos Aires-, la
conciencia nacional también flaquea entre quienes provienen
del Reich propiamente dicho. Les voy a contar algo muy triste:
durante la guerra muchas firmas argentinas que simpatizaban con
Francia y Gran Bretaña despidieron a los empleados alemanes,
y esos pobres desocupados, esos desocupados sin esperanza,
comenzaron a ocultar su origen, a detestar su origen mal visto
para conseguir un nuevo empleo. La desesperación los
transformó en alemanes vergonzantes. ¿Imaginan
cuánto deberemos luchar para recuperarlos? Pero lo más
agobiante es que, escúchenme bien, es que …
¡firmas alemanas!, ¿debo repetir?, firmas alemanas
cobardes también despidieron a sus empleados alemanes para
contratar criollos o inmigrantes de otros países -sus ojos
se humedecieron-. ¿Por qué? muy simple y muy asqueroso:
para congraciarse con la opinión dominante, que estaba en
contra de nuestro querido Reich. (…) -Y no sólo esto
-agregó-. De una manera disimulada esas mismas firmas,
poderosas y traidoras, comerciaron con los enemigos del Reich.
¡Lo denuncio indignado! ¡Sobran las
pruebas! -descargó tres puñetazos-.

¡Lo hicieron a costa de nuestros cadáveres y
de nuestra derrota! (…)

-Aquí no termina la tragedia -atusó el bigote,
decidido a meter más brasas en los indignados jóvenes-.
Mientras los bastardos amasaban dinero, nuestras colonias de
germano-hablantes colapsaban; se fundieron cientos de
agricultores y millares de compatriotas quedaron sin pan ni
trabajo. Se convirtieron en clochards, como dicen los franceses,
o en atorrantes y linyeras, como se dice con más propiedad
en la Argentina" (35).

Rodolfo Modern, hijo de alemanes, escribió el poema
"Holocausto", en el que dice: "Dios no está sordo, percibe
el grito/ de cada brizna pisoteada./ Pero su boca
enmudeció./ Pupila que no registra ya, que no compara./ Una
lágrima muy roja/ cae sobre una montaña de cenizas"
(36).

A juzgar por lo que expresa Silvina Bullrich, en Te
acordarás de Taormina, algunos no se enteraban de lo que
sucedía: "El mundo giraba a tu alrededor como un carrousel
con una música pegadiza e inolvidable que tarareabas con los
ojos perdidos y el sentido de la realidad hecho trizas a tus
pies. No oías nada. No creías ni en la bomba de
Hiroshima, ni en Treblinka ni en Auschwitz…" (37).

Muy distinto es lo que afirma Magdalena Ruiz
Guiñazú, en Había una vez… la vida:
"Increíbles veranos aquellos de Buenos Aires, durante la
Segunda Guerra Mundial. (…) En ciertos círculos, los
más viejos tenían términos iguales para referirse
a personajes que no les merecían respeto y
consideración. Y "el que te dije" servía tanto para
designar a un funcionario de la Nación que surgía por
todos los balcones como para referirse a Hitler o a Mussolini
cuyas últimas horas contemplábamos espantados a
través de diarios y revistas" (38).

Helvio Botana escribe en sus memorias: "mi padre
convirtió la guerra española en problema argentino,
pues así se lo tomó… Por influjo de
Crítica nuestra población tomó partido a favor o
en contra de Franco. Así fue, en toda la república una
beligerancia polémica nos invadió. Y como en toda
guerra, hubo hechos notables y ridículos, abnegados y
aprovechados. El "no te metás" desapareció. La
Argentina vibró y se vivió pasionalmente un suceso que
fue nuestro" (39).

En La madriguera, escribe Tununa Mercado: "la guerra era
también salvarse de la guerra, emigrar y buscar tierra de
exilio (…) habían cuerpeado un destino los que antes
huyeron de otras guerras acalladas por remotas e innombrables,
como los pogroms, y la muerte también los alcanzaba en los
sueños con aldeas devastadas por el fuego y sótanos de
barcos sin rumbo declarado; cuerpeaban un destino refugiados de
toda laya que se avecindaban en colonias, atolondrados por la
fuerza de la lengua ajena y la incomunicación, y la muerte
del ghetto se repetía en el silencio de los nuevos ghettos
del destierro. Poco podíamos saber las niñas de ese
estado de guerra y entreguerras permanente: los fuegos de la
guerra para muchos no eran más que la danza de Manuel de
Falla aporreada por madres y tías en los cumpleaños y
otras fiestas familiares, y cada cual asentía interiormente
como diciendo qué destino el de este republicano, aislado en
su casita de Alta Gracia, un gran músico, fíjese usted
qué destino" (40).

Rodolfo Alonso recuerda que en el medio en el que
él vivía "se hablaba de lo que ocurría en el mundo
–y en el mundo ocurrían nada menos que la guerra civil
española y el nazismo– o en nuestro propio país, este
último vivido más bien a nivel de realidad cotidiana, y
no sin reflejos del anterior" (41).

Gladys Onega evoca en Cuando el tiempo era otro, un
conflicto bélico relacionado con la vida cotidiana de los
inmigrantes y sus hijos: "nunca he dudado de que la Guerra Civil
también se libró en mi casa. El día del
cumpleaños de mi hermana Chichita, el 17 de julio de 1936,
Franco declaró el estado de guerra en las Canarias y esa fue
la señal para que el 18 se extendiera a toda España. El
1° de abril de 1939, a los veinte días de
mudarnos a Rosario, terminó. En esos tres años,
mientras yo estaba viva en Acebal, la mitad de España
moría, muerta por la otra mitad. No sabíamos que
había comenzado la matanza y ese día, como siempre, mis
hermanos, mis primos y los chicos tomamos chocolate. Cuando hubo
pasado tres años, Bebo, Chichita y yo supimos el día
final porque entró Justo Vega y llorando lo dijo, ya no en
mi casa natal sino en el departamento alquilado de Rosario donde
vivíamos y yo, la niña que era entonces y hoy evoco,
sé que sentí dolor por las lágrimas de Justo, por
el silencio de mi padre y porque no pude aliviarlo con juegos en
las calles del pueblo, que ya no estaban, y todavía yo no
tenía con quién jugar" (42).

Llorarían asimismo los padres de María Rosa
Lojo, autora de Canción perdida en Buenos Aires al Oeste
-novela premiada por el Fondo Nacional de las Artes en 1986-,
quien se define como "la primera generación argentina nacida
de una pareja de exiliados durante la Guerra Civil"
(43).

"En 1936, cuando en España comenzaba la Guerra
Civil –relata Miguel Schapire-, mi padre creó la
Editorial Schapire, (…) Mi padre solía decir que los
exiliados eran hombres que habían perdido el barco, y ese
barco era la república, es decir, la patria, sus ideales y
esperanzas, y que él trataba de ayudarlos como podía,
editando sus obras. Con casi todos ellos nos encontrábamos
los veranos, en un hotelucho de la vieja Punta del Este, en la
Punta punta, donde al anochecer se cantaba, se recitaba, se
dibujaba, se interpretaban fragmentos de piezas teatrales a
medida que se iban escribiendo. Era una especie de taller
fabuloso. Yo era muy chico, pero todo eso me marcó"
(44).

En 1982, la guerra, que parecía tan lejana, tan
europea, llegó a la Argentina. En "La noche de la cruz de
plata", Jorge Torres Zavaleta evoca otra contienda. En este
cuento se narra la historia de una familia inglesa que vive en
nuestro país. Tan argentino se siente el hijo que, cuando se
declara la guerra de las Malvinas, se alista para combatir
a los ingleses. Muere en el combate, luchando contra
los soldados de la nación de sus padres. Miss Lucy, al
enterarse de la muerte del joven, "pensó que de lejos, sin
advertirlo, sus compatriotas la habían mutilado"
(45).

En Latas de cerveza en el Río de la Plata
–novela de Jorge Stamadianos distinguida con el Premio
Emecé 1994/95- aparece un padre gallego que oculta a su
hijo, desertor en la Guerra de las Malvinas. Relata el
protagonista: "Aunque no podía verle la cara al gallego
porque me había quedado esperando en la planta baja,
oía su voz retumbando a través de la escalera y me
imaginaba la vena saltándole en la frente como una lombriz
que no quiere subirse al anzuelo" (46).

Notas

  • 1 Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos
    Aires, Vinciguerra, 1996.
  • 2 Poletti, Syria: "Agua en la boca", en Taller de
    imaginería. Buenos Aires, Losada,
    1977.
  • 3 De Benedictis, Ana María: "El desarraigo", en
    El Tiempo, Azul, 24 de marzo de 2002.
  • 4 Roca, Agustina: "Historia de vida", en La
    Nación Revista, 12 de julio de 1978.
  • 5 Ingberg, Pablo: "El amor a los
    vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de
    1999.
  • 6 Criscuolo, Eduardo: "Un habitante "gris" de
    Coghlan: Julián Centeya", en El Barrio
  • Periódico de Noticias, Buenos Aires, diciembre
    de 2003.
  • 7 De Vincenzo, Ida: "Dice Ida De Vincenzo", en
    http://idadevincenzo.blogspot.com/p/la-artista.html
  • 8 Anzorreguy, Chuny: El ángel del Capitán.
    Biografía del Capitán Croata Miro
    Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
  • 9 Flichman, Rosalía de: Rojos y blancos,
    Ucrania. Buenos Aires, Per Abbat, 1987.
  • 10 Arcuschín, María: De Ucrania a
    Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar. 1986.
  • 11 Suez, Perla: "Relato de Vida", en
    www.perlasuez.com.ar
  • 12 Fingueret, Manuela: Hija del
    silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999. 218 pp.
  • 13 Califa, Oche: "Historia con tango y
    misterio", en Un bandoneón vivo, Buenos
    Aires, Sudamericana, 2002.
  • 14 Amuchástegui, Irene: "Poeta del
    insomnio", en Clarín Viva, Buenos Aires, 14 de diciembre
    de 2003.
  • 15 Goldberg, Mauricio: Donde sopla la
    nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor
    Latinoamericano, 1985.
  • 16 Mazor, Alberto: Sobre encuentros y
    despedidas. Buenos Aires, Milá, 2006. 88 pp.
    (Imaginaria)
  • 17 Chababo, Rubén: "La
    dimensión única del milagro de una vida", en La
    Capital, Rosario, 14 de agosto de 2005.
  • 18 Plager, Slvia: "Tres balcones", en el
    gRillo, N° 46, Marzo-Abril de 2007.
  • 19 Báñez, Gabriel: Virgen.
    Barcelona, Sudamericana, 1998.
  • 20 S/F: "Esa magnífica legión
    de viejos", en Revista Mayores, Año II, N° 11,
    1994.
  • 21 León, Luis: "Historias de Izmir.
    Los finiricos", en SEFARaires, N° 3, Julio de
    2002.
  • 22 Bedrossian, Gustavo: "A los que se
    encuentran en un pozo", en
    www.psicorecursos.com.ar
  • 23 Kazumi Stahl, Anna: Flores de un solo
    día. Buenos Aires, Seix Barral, 2002.
  • 24 Matayoshi, Maximiliano: Gaijin.
    Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
  • 25. García, Griselda. Poema
    inédito.
  • 26. Silber, Marcos: Doloratas. Buenos
    Aires, Milá, 2001. (en colaboración con Carlos
    Levy).
  • 27. Fernández Díaz, Jorge:
    "Marcos Aguinis. Un hombre del Renacimiento", Fotos: Daniel
    Merle, en La Nación Revista, Buenos Aires, 6 de junio de
    2004.
  • 28. Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos
    Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria)
  • 29. Manzur, Norma: Lazos y Nudos.
    Cuentos, Buenos Aires, Editorial Milá, 2003.
  • 30. Goldberg, Mauricio: op.
    cit..
  • 31. Sifrim, Mónica: Novela
    familiar. Buenos Aires, Ultimo Reino, 1990.
  • 32. Jorgi, Sebastián: "Tardes del
    Lorraine", en Tardes del Lorraine. Buenos Aires, Ediciones del
    Valle, 1996.
  • 33. Goldberg, Mauricio: Kadish para el
    hombre de la valija. Buenos Aires, Galerna,
    2004.
  • 34. Gusmán, Luis: Hotel Edén.
    Buenos Aires, Norma, 1999. 246 pp.
  • 35. Aguinis, Marcos: La matriz del
    infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.
  • 36. Modern, Rodolfo: "Holocausto", en
    http://www.fmh.org.ar/revista/17/poesia.htm
  • 37. Bullrich, Silvina: Te acordarás
    de Taormina. Buenos Aires, Emecé, 1975.
  • 38. Ruiz Guiñazú, Magdalena:
    "Veranos eran los de antes", en Ruiz Guiñazú,
    Magdalena: Había una vez… la vida. Buenos Aires,
    Editorial Planeta, 1995. 223 pp.
  • 39. Botana, Helvio: Memorias. Tras los
    dientes del perro. Buenos Aires, 1977.
  • 40. Mercado, Tununa: La madriguera.
    Buenos Aires, Tusquets, 1996.
  • 41. Alonso, Rodolfo: Entrevista en
    Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    Vol. VI (Capítulo).
  • 42. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era
    otro. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori,
    1999.
  • 43. Lojo, María Rosa: Canción
    perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres
    Agüero, 1987.
  • 44. Aubele, Luis: "A boca de jarro
    Miguel Schapire "Los porteños nos parecemos a los griegos"
    ", en La Nación, Buenos Aires, 31 de julio de
    2005.
  • 45. Torres Zavaleta, Jorge: El palacio
    de verano. Buenos Aires, Grupo Editor
    Latinoamericano, 1997.
  • 46. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza
    en el Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé,
    1995. 229 pp.

El
reclutamiento

"Principalmente los que tenían hijos varones
necesitaban huir del largo e interminable servicio militar, que
atrapaba a los adolescentes sin liberarlos antes de cinco
años" (1), escribe Arcuschín.

En Un dandy en la corte del rey Alfonso, María
Esther de Miguel refiere a propósito de unas monedas, el
motivo que llevó a su padre a emigrar y la situación
económica en la que debió hacerlo: "todas habían
pertenecido a mi papá, quien vino de España por no
hacer la conscripción en Marruecos. Llegó con una mano
atrás y otra adelante, en su maleta un mantón de mi
abuela y… y nada más. ¡Ah, sí: las monedas!"
(2).

Sin embargo, para un personaje de Rubén
Benítez, hay un destino peor que el reclutamiento. En La
pradera de los asfódelos, un hombre que se marchó
cuando llamaron a su quinta, escribe a una madre española:
"Cuando el muchacho crezca, mándamelo. Hay campos inmensos
sin labrar que pueden dar dos o más cosechas al año.
Los animales, que no se cuentan sino de tanto en tanto, andan
sueltos. Aquí hará fortuna. Cuando convoquen a su
quinta mándalo. Y si quieres venir tú con él,
vente. No te arrepentirás. Sobra lugar y faltan manos". La
madre exclama: "No, hermano. Prefiero que lo manden a Marruecos
antes de que escape a la Patagonia. De Marruecos regresan todos,
de la Patagonia no vuelve ninguno" (3).

Notas

  • 1 Arcuschín, María: De Ucrania
    a Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986.
  • 2 Miguel, María Esther de: Un dandy
    en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta,
    1999.
  • 3 Benítez, Rubén: La pradera
    de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa,
    1988.

Hacer la
América

Hacia América parte un hombre desde Italia. Por
amor al marido emigrado tiempo antes, la madre abandona a sus
hijas, llevando al hijo varón, en el cuento "El tren de
medianoche" de Syria Poletti. La escritora recuerda así este
episodio: "En ese instante, momento en que mi madre me dejó
para reunirse con mi padre en tierras de América, nacen el
drama y la rebeldía, pero también la revelación de
la soledad y su misterio. Fue como si de pronto se hubiesen
abierto las compuertas de la vida adulta, y, al mismo tiempo,
asomara la certeza de otro llamado. Al irse, mi madre
respondía a un llamado ineludible. Yo también, con el
tiempo, respondería a un llamado" (1).

Santo Oficio de la Memoria es la novela de Mempo
Giardinelli que obtuvo en 1993 el Premio Rómulo Gallegos. En
ella narra, por boca del hijo mayor, las circunstancias en las
que Antonio Domeniconelle y parte de su familia tuvieron que
emigrar: "Padre y madre vinieron de Italia porque allá
éramos muy pobres. Muy pobres. Más pobres que toda la
pobreza que hayas visto" (2). Veinticinco años después
llegaron a la Argentina, per fare l"América, los abuelos
abruzzeses de Eduardo Mignogna, escritor que mereció el
Premio Emecé 1998/9 por La Fuga (3).

En un reportaje a Antonio Dal Masetto, se señala
cuál fue la razón que lo trajo a América:
"Después de la Segunda Guerra Mundial, la subsistencia se
puso difícil en Italia y la familia emigró en 1950 a
nuestro país" (4). En otro reportaje, se narra que "Narciso
Dal Masetto llegó a la Argentina en 1948 desde Intra, un
pueblo alpino italiano a los pies del lago Maggiore. Huía de
los estragos de la guerra. Dos años después arribaron
su mujer, doña María, y sus hijos, Rita y Antonio
César" (5).

Michele, el abuelo de Martha N. Morini, evocado por la
nieta en "Inmigrante italiana" (6), enviaba dinero a su esposa y
a su pequeño, pero "Las cartas fueron interceptadas por su
suegra, ávida de ese dinero que mandaba su hijo y nada dijo
guardándose la riqueza que venía en esos
sobres".

Luis Varela, octavo de catorce hijos, recuerda en De
Galicia a Buenos Aires: "En aquella época las familias
gallegas eran casi todas así de numerosas, y como nuestros
padres sólo nos enseñaban a labrar las tierras y luego,
de mayores, no alcanzaban las tierras para todos, era habitual
mandar a algunos para el convento, otros para curas, uno se
quedaba en la casa con los padres y los demás veníamos
para América. Muchas veces yo le reproché a mi padre
por tener tantos hijos, porque habiendo nacido en la casa de un
gran labrador, nos dejó a todos en la ruina. Y él me
contestaba que si tuviera tres o cuatro, yo no hubiera nacido y
la mejor riqueza sería no tener que luchar con un
truhán como yo" (7).

Alberto Cortez escribe, a propósito de su
canción "El abuelo", acerca de la emigración de sus
mayores: "De alguna manera esta canción que viene es una
historia de ida y vuelta. ¿Por qué?, pues simplemente
porque mi abuelo se fue de emigrante y después de casi una
vida yo, su nieto mayor recorrí el camino de regreso, ese
camino que él no pudo realizar a lo largo de su larga vida,
a pesar de su inmensa nostalgia. Murió a los ochenta y
algunos años. (…) La Argentina en aquellos años de
principio de siglo era una esperanza que ofrecía amplios
horizontes para los jóvenes con ganas de trabajar y hacer
fortuna. Los hermanos García habían dejado España
y especialmente Galicia ya que esta "sua terriña" natal no
podía ofrecerles más que una vida azarosa bastante
cercana a la miseria. (…)" (8).

El panadero Bermúdez -a quien apodaban "da Calva",
porque era hijo de la hija del calvo- le escribió a su
hermano Modesto, pidiéndole que lo reclamara, porque
debía levantar la hipoteca de su casa,
compromiso contraído para pagar una multa. Ramón
Bermúdez y su hijo mayor llegaron a Buenos Aires en agosto
de 1948. En 1951 viajó el segundo hijo, y en 1952, la madre
con los seis hijos que habían quedado en Galicia. En la
Argentina nació el noveno" (9).

Benito Blanco Álvarez "No fue de los que emigraron
con una mano delante y otra detrás, como suelen contar
tantos contemporáneos suyos, que intentaron la aventura de
las Américas igual que él, aunque sin las cincuenta mil
pesetas que logró reunir antes de subir al barco que le
llevó a Buenos Aires. Las había ido juntando peso a
peso, recuerda hoy, desde los doce años, edad con la que se
inició en el mundo del trabajo, después de pasar por
una escuela que estaba a dos quilómetros de su casa. Y hay
que decir que, en el año que emigró,

1952, cuando Perón formó su segundo gobierno,
aquello era un dinero. Nuestro protagonista reconoce que nunca
había pensado en dejar su lugar natal, Alfonselle, en el
Ayuntamiento de Lalín. Si, finalmente, se decidió a
viajar a Argentina, cumplidos los diecinueve años, fue por
el deseo de probar fortuna, por ver qué pasaba, y
también porque allí tenía tíos y primos, que
fueron quienes lo reclamaron" (10).

De León vino Pedro Bello Díaz: "Desde muy
joven trabajó arduamente en su tierra de origen, junto a sus
seis hermanos, colaborando con la economía hogareña;
haciéndolo como labrador y, más tarde, en la
construcción de un embalse en Catarrosa de Sil, también
comarca de El Bierzo. Llegó a Argentina para encontrar un
horizonte más prometedor y poder seguir colaborando
económicamente en el seno familiar. (…) A su
fructífera biografía, Pedro Bello ha sumado ahora la
presidencia de la Federación de Sociedades Españolas,
que agrupa 130 sociedades españolas en toda la Argentina, a
donde llega avalado por el consenso general, una constante en su
trayectoria vital por su vocación innata de aunar
voluntades" (11).

"Diego Corrientes" es uno de los textos que
Francisco Grandmontagne escribió para su
"Galería de inmigrantes", publicada en Caras y
Caretas. En esa estampa, publicada en 1899, leemos: "La falta de
pan y la sobra de hijos arrojaba a Dieguillo del hogar nativo.
Tenía 12 años, saludables como las vetas de joven
encina; cual aguilucho, ágil y fuerte, y bello además,
como engendro de dos cuerpos torneados por duro trabajo"
(12).

Notas

  • 1 Fornaciari, Dora: "Reportajes periodísticos a
    Syria Poletti", en Taller de imaginería. Buenos Aires,
    Losada, 1977.
  • 2 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
    Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
  • 3 Mignogna, Eduardo: "Destinos cruzados de un libro y
    una vida", en Clarín, Buenos Aires, 19 de
    noviembre de 2000.
  • 4 Roca, Agustina: op. cit.
  • 5 Gaffoglio, Loreley: "¿Cómo me explico y
    me cuento?", en La Nación, Buenos Aires, 9 de
    septiembre de 2001.
  • 6 Morini, Martha: "Inmigrante italiana", en el
    gRillo, N° 45,
    Noviembre-Diciembre2006.
  • 7 Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires
    –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor,
    1996.
  • 8 Cortez, Alberto: "El abuelo", en
    www.albertocortez.com.ar. Reproducido en
    www.galespa.com.
  • 9 Entrevista de la autora a Elvira y Consuelo
    Bermúdez. Abril de 2010.
  • 10 "S/F: "Benito Blanco Álvarez", en El Correo
    Gallego , http://
    www.elcorreogallego.es/vida-social/ecg-h/benito-blanco-alvarez/idEdicion-2008-10-12
    /
    idNoticia-351856/. Más información en Vicat, Mariana:
    Benito Blanco. Buenos Aires, Abey Ediciones, 2009.
  • 11 "Proyecto de Ley", en
    http://www.scribd.com/doc/39906122/Ley-Pedro-Bello-
    Diaz-Personalidad-Destacada-del-Cultura-de-la-Ciudad-Autonoma-de-Buenos-Aires
  • 12 Grandmontagne, Francisco: "Diego Corrientes", en
    Fray Mocho, Félix Lima y otros: Los costumbristas del 900.
    Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos.
    Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

Imitación,
inculcación

Así explica Méndez Muslera uno de los motivos
de emigración: "Según aumentaba el movimiento
emigrador, parece que se fue rebajando la edad a la que se
embarcaba, son dos los motivos principales, por un lado está
la imitación del vecino del pueblo que se marcha y triunfa
en América, volviendo con fortuna, por otro lado se les
inculca a los niños la idea de que al llegar a los quince
años tienen que partir para América, al lado de
algún pariente o amigo. Este "echarles de
casa", que caracterizó la educación aldeana de
Asturias, es el signo que encontramos con mayor imperativo entre
la colonia asturiana del Uruguay. Se les decía: "tienes que
ir a la escuela y aprender mucho para que luego te vayas a
América" " (1).

En La patria desconocida, Baldomero Fernández
Moreno muestra a su padre como el emigrante a quien se
desearía imitar. Afirma que en el español se operó
una transformación completa: "de muchacho aldeano a rico y
conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y
protector de hospitales". Cuando el próspero emigrante
regresa a España junto con su familia, el escritor
tenía seis años: "Un día del año 1892 era
recibido a su entrada con alegre estrépito de cohetes,
mientras que un coro de ceñidos danzantes tejía
alrededor del nuevo indiano y los suyos, levantando el polvo, los
típicos bailes del país. (…) Mi padre estaba de
levita, muy atusado de bigote y mosca. No comprendía yo
cómo, salido de la aldea tan pobre como cualquiera de
aquellos rapaces que jugaban conmigo, por el hecho de haber
pasado al nuevo mundo, se había transformado en un gran
señor" (2).

Nora Ayala relata: "El tío de Luigi había
estado en América, donde había muchos italianos, todos
ricos, por lo menos para el parámetro del paese y cuando
volvía a Bagnasco entre un viaje y otro, encantaba a amigos
y parientes con los relatos de esos mundos lejanos y
maravillosos. La vida de los contadini era penosa y se trabajaba
desde que salía el sol hasta que se ponía,
de lunes a lunes, sin ninguna esperanza de cambio, solamente para
comer" (3).

Parte de Italia el matrimonio Vairoleto con su
primogénito, porque "en aquella región las
posibilidades de prosperar eran muy escasas para los aldeanos
pobres, y Vittorio concibió el proyecto de ir a
América. Algunos emigrantes, incluso un cura que había
estado en la parroquia de la villa, escribían enviando
noticias favorables desde la Argentina, un país donde
hacía falta mano de obra y eran bienvenidos los labriegos
italianos para poblar las colonias agrícolas. Ilusionados
por esas perspectivas, Vittorio y Teresa se dispusieron a marchar
al nuevo continente con su bebé recién nacido"
(4).

De la nueva tierra, en la que tanto ha prosperado,
vuelve a Italia uno de los emigrantes, en Guido, novela de
Andrés Rivera. El hombre afirma: ""Acá, nada más
que mujeres… Soy un indiano que está de visita, y al que
le gustan las mujeres intrépidas" (5).

Otras veces, los emigrantes prósperos no regresan,
pero envían cuantiosas sumas para colaborar con el
desarrollo de la región que los vio nacer. En las
Aguafuertes gallegas, Roberto Arlt se refiere a don Gumersindo
Busto, y los hermanos Juan y Jesús García Naveira,
filántropos que hicieron obras con parte de la riqueza
acumulada en América (6).

Las ilusiones tras las que se marcharon los inmigrantes
también son tema literario. Aunque muchos consideraron que
habían logrado "hacer la América", otros se sintieron
defraudados. Esta frustración es la que evoca Carlos de la
Púa, en su poema "Los bueyes", en el que dice: "Vinieron de
Italia, tenían veinte años,/ con un bagayito por toda
fortuna/ y, sin aliviadas, entre desengaños,/ llegaron a
viejos sin ventaja alguna" (7).

En La pradera de los asfódelos, novela en la que un
español recuerda las promesas y la realidad que le tocó
vivir, escribe Rubén Benítez: "Aquí hay trabajo y
riqueza para todos. Venid cuanto antes, nos decía. Y a pesar
de los ruegos de las madres, nos fuimos. Durante un año
trabajé muy duro en la salina, ahorrando céntimo tras
céntimo, hasta que pude pagarme el regreso. Volví como
había ido. Nada debo a aquella tierra. Sólo el
desengaño. Aquí está nuestro pueblo, el
terruño de nuestros abuelos, la finca de mi padre. Dos
veces, hija, lloré en mi vida. Cuando me di cuenta de lo
lejos que había quedado mi pueblo y cuando regresé a
él" (8).

En su poema "Inmigrante", Cristina Pizarro evoca la
misma desolación: "Yo era el que no tenía título,/
ni un doble apellido,/ el que deseaba vivir en un chalet de dos
pisos/ con jardín/ y revestimientos de piedra Mar del
Plata./ Era uno de esos/ originarios de tierras/ devastadas./
Ahora/ soy/ este aire ambiguo/ este daño/ que regresa/ y
este adiós/ menoscabado" (9).

Se sienten engañados los inmigrantes que evoca
José Pedroni en "La invasión gringa", incluido en
Monsieur Jaquin: "¿Dónde se hallaba el oro,/ de todos
alabado?/ El oro estaba en un pequeño árbol;/ el oro
era un engaño:/sólo pequeñas flores/ de oro
perfumado./ Aromitos floridos,/ orillas del Salado". En el mismo
poema, una mujer escribe: "- Nos casamos./ La tierra es nuestra,
¡nuestra!/ Todo lo que tocamos/ va siendo nuestro:/ el buey,
el horno, el rancho…/ Nuestros todos los árboles;/ nuestro
un único árbol,/ tan grande, tan coposo,/ que da gusto
mirarlo./ Es una nube verde/ asentada en el campo"
(10).

En "La conquista de Buenos Aires", de Enrique
Loncán, Cicerón vuelve a la vida en el siglo XX y
emprende un viaje del que se arrepentirá amargamente. Estas
palabras lo impulsaron a realizar la travesía: "más
allá del Atlante existe una ciudad nueva, maravillosa,
pletórica de esperanzas. Es la tierra prometida de los
inmigrantes, la meta de los destinos fantásticos y las
riquezas fabulosas. Se cuentan por millares los
hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron fortuna… ¿Por
qué no la harías tú también, Marco Tulio
Cicerón, que llevas en tu sangre lo más puro de la raza
latina y en tu mente todo el genio de la estirpe inmortal?"
(11).

Notas

  • 1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.
  • 2 Fernández Moreno, Baldomero: La patria
    desconocida. Buenos Aires.
  • 3 Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de
    historias. Buenos Aires, Vinciguerra,
    1997.
  • 4 Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y
    leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta,
    1999.
  • 5 Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el
    Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
  • 6 Arlt, Roberto: Aguafuertes gallegas. Buenos Aires,
    Ameghino, 1997.
  • 7 De la Púa, Carlos: "Los bueyes",
    en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros:
    La poesía argentina. Buenos Aires, CEAL, 1979. Pág.
    89. (Capítulo).
  • 8 Benítez, Rubén: op. cit.
  • 9 Pizarro, Cristina: La voz viene de lejos. Buenos
    Aires, Ayala Palacio, 1996.
  • 10 Pedroni, José: Hacecillo de Elena. Santa Fe,
    Colmegna, 1987.
  • 11 Loncán, Enrique: "La conquista de Buenos
    Aires", en Cuentos y esquicios.

Salida de los hidalgos
segundones

"La salida de hidalgos segundones y gente acomodada
cuando la emigración no era aún masiva, ha servido de
apoyo a planteamientos como el que la emigración desde las
provincias del norte de España excepto Galicia, no se
debía a la falta de trabajo, ni a causa alguna física o
económica, a diferencia de muchos levantinos que emigraban a
causa de su miseria y que muchos emigrantes vascos, santanderinos
y asturianos suelen llevar pequeños capitales y una
formación cultural adecuada" (1).

No encontré testimonios al respecto; sí puedo
destacar que mi abuelo paterno salió de Galicia con dinero
suficiente como para instalar -junto a dos de sus
hermanos- dos hoteles en Cuba, y mi abuelo materno tuvo, en la
Argentina, un pequeño frigorífico en la localidad de
Tandil, provincia de Buenos Aires. Como se ve, ellos dejaron su
tierra llevando un capital.

Notas

1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.

Los "ganchos" o agentes de los
armadores

"Uno de los motivos de la salida de los campesinos
asturianos hacia la emigración –continúa
Méndez Muslera-, era la propaganda
"ilícita" de los agentes o armadores por sus anuncios
y reclamos notoriamente falsos. Estos agentes de los
armadores, se dedicaban a hacer publicidad de los próximos
viajes y también a arreglar los papeles para la salida de
los campesinos. Ya avanzado este siglo esta especie de Agencias
de Viajes para Ultramar pasaron a estar sometidas al control de
las Inspecciones de Emigración (…), recibiendo el nombre
de "Oficinas de Información y Despacho de Pasajes para
Emigrantes" condición que obligaba a llevar un "Libro de
Registro", con los datos relativos al comprador de cada uno de
los pasajes y un "Copiador de Cartas" con la correspondencia
relativa al mismo asunto; ambos libros tenían que ser
visados por la Inspección correspondiente" (1).

En El laúd y la guerra, Martina Gusberti evoca uno
de esos engaños. Dice que Resistencia "fue fundada por un
puñado de inmigrantes italianos que, remontando el Río
Negro y traídos por empresas contratistas con el
señuelo de poblar tierras fértiles y prósperas,
hallaron en cambio terrenos ásperos, cubiertos por bosques
salvajes plagados de mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878,
durante un verano abrasador. Se dice que los colonizadores
estuvieron varios días en el barco sin querer aposentarse en
esa tierra inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia,
no tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias"
(2).

También fueron engañados los judíos que
evoca Ricardo Feierstein en La logia del umbral, quienes, al
llegar a Santa Fe advirtieron que no tenían herramientas ni
dónde guarecerse (3).

A veces, los engaños no provenían de los
armadores. En Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson, un sacerdote
afirma: "Uno llega repleto de ilusiones. Como usted
dice: con la Revista del Misionero en el bolsillo. Al final nos
contentábamos con que juntaran las manos y repitieran
Misericordia, Jesús, varias veces. Pero no era seguro que lo
recordaran al día siguiente". Acerca de los anglicanos
expresa: "Pobres diablos.

¿Cómo no van a sentirse desengañados? Ya
sabemos cómo hacen para reclutarlos. ¿Acaso no les
pintan todo esto como un paraíso repleto de aldeas? Me
imagino las fantasías que traen. ¿Y qué encuentran
a su llegada?".

La viuda del reverendo Dobson evoca los planes que
hacían sobre la emigración, alentados por noticias
tendenciosas: "Después de pasar una tarde en la Unión
Misionera, volvían a casa con su marido por un sendero de
gramilla perfumada. Llevaba seis meses de casada con Dobson.
Hicieron un alto en el parque y abrieron un paquete de bollos.
Charlaron del futuro viaje a Sudamérica. Dobson dibujó
la misión sobre el papel de los bollos. Había un grupo
de canaleses entonando sus himnos y un paquebote en el horizonte.
Los canaleses figuraban como "naturales amistosos"
en todas las publicaciones del Almirantazgo, de modo
que agregó un nativo haciendo cabriolas. Su mujer le
suplicó que dibujara una huerta. Dobson puso la huerta y
metió algunas ovejas. Estuvo tentado de añadir el
cementerio, pero desistió a último momento. Ella
estudió bien el dibujo y concluyó que nada faltaba.
Trató vanamente de hallarle algún parecido con su aldea
de Sussex. Pero igual le propuso: "Pongámosle Abingdon".
Pensó emocionada: "El Señor es mi pastor" "
(4).

Gabriel Báñez evoca otra clase de
engaños. La Zwi Migdal era una organización de trata de
blancas que tenía en Ensenada el centro de sus operaciones.
Casi todas las pupilas "venían de Varsovia, en- gañadas
por un correo que les prometía casamiento y fortuna en la
nueva tierra y con el cual refrendaban un contrato que avalaban
los padres de las jóvenes. En cuanto pisaban puerto,
debían enfrentarse sin em- bargo con la letra chica del
contrato: la prostitución o el remate" (5).

Un personaje de Vázquez-Rial explica el
procedimiento: en las aldeas judías de Polonia hay "mucha
hambre. Más de la que se puede aguantar. Y lo más caro
de todo, lo más inútil, son las hijas. Hay que librarse
de ellas: casarlas o venderlas, que viene a ser lo mismo. (…)
Yo nunca llegué a saber si esos viejos que vendían a
las hijas creían o no en lo que hacían, pero lo
hacían, y había que seguirles la corriente. (…) Eran
jóvenes hermosas, criadas con miedo a Dios y obediencia
absoluta al padre que las vendía. Ruth, digamos, por ponerle
un nombre, respetuosa, humilde, delgada… La metían en un
barco con un tipo como yo, la bajaban en Buenos Aires, la
encerraban en un sitio inmundo, para que el quilombo,
después, le pareciera el cielo, y a la semana o a los quince
días la mandaban a la Boca: una pieza, o dos, o las que
fueran, y el patio, con veinte, treinta hombres esperando a la
luz de unas velas, cualquier hombre, los más horrorosos,
carreros o cirujas…, cirujas también. Yo lo sabía,
pero pensaba en la guita y tragaba saliva; y repetía la
escena" (6).

En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, un
personaje habla con el padre de una joven judía polaca.
"Señor Hamer, yo soy un hombre práctico –dijo
sonriendo-. Busco una buena judía trabajadora que pueda
manejar mi casa y criar a mis hijos. Buenos Aires es una gran
ciudad, con costumbres diferentes. No es fácil encontrar
chicas bien preparadas para el matrimonio en una ciudad grande. Y
en el caso de su hija, precisamente por lo que ella vivió,
sé que va a valorar lo que voy a darle, y me lo va a
retribuir como merezco. Porque va a ser muy difícil que
encuentre a otro que pueda y esté dispuesto a dar lo que yo
estoy ofreciendo" (7).

"El trabajo de estas mujeres duraba aproximadamente
desde el crepúsculo hasta las cuatro de la mañana.
Tenían obligación de estar alegres, mostrarse pulcras y
agradables, pero la irrupción constante de clientes arrasaba
con alegría y pulcritud en poco tiempo. Debían cuidarse
de las brutalidades de éstos, y también de las intrigas
de sus compañeras, de las iras de la madama y
del cafisho. A pesar de estas condiciones, el folklore de los
lupanares de aquellos años afirma que muchas pupilas
lograron salir de ese ambiente con algún dinero ahorrado
para emprender una nueva vida, y algunas de ellas regresaron a
sus países de origen revestidas de honorabilidad, y con edad
suficiente como para instalar un café o algún
pequeño negocio" (8).

Se recuerda asimismo a "las "niñeras" que bajo la
promesa de venir a trabajar a la casa de un rico pariente lejano
y enseñarle modales europeos a sus hijos, terminaban pasando
sus días y noches en los prostíbulos" (9).

Sergio Pujol se refiere a las inmigrantes engañadas
que observa en el tango: "muchas de las mujeres del imaginario
tanguero enfermaban al errar el camino y dejarse tentar por las
luces del centro. Un imaginario de la muerte como castigo
ejemplar dejaba entrever, a su vez, una gama de posiciones.
Estaban las mujeres engañadas por el sistema (como las
francesitas que llegaban a Buenos Aires mal informadas o las
provincianas que rodaban "una noche en el Maipú"), pero
también estaban las pecadoras por voluntad propia"
(10).

Una mujer no se prostituía por ser engañada ni
por propia voluntad. En Don Segundo Sombra, Ricardo
Güiraldes escribe acerca de "la desvergüenza del gringo
Culasso que había vendido por veinte pesos a su hija de doce
años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo"
(11).

Notas

  • 1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.
  • 2 Gusberti, Martina: op. cit.
  • 3 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
    Aires, Galerna, 2001.
  • 4 Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires,
    Sudamericana, 1991.
  • 5 Báñez, Gabriel: op. cit
  • 6 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur.
    Barcelona, Ediciones B, 1998.
  • 7 Drucaroff, Elsa: El infierno prometido Una
    prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires,
    Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas
    históricas)
  • 8 S/F: "En todo el país", en La vida clandestina
    1900-1914, volumen que integra la colección Nuestro Siglo,
    Historia de la Argentina, dirigida por Félix Luna. Buenos
    Aires, Crónica, 1992.
  • 9 S/F: "Editorial: Los gringos de hoy",
    en Infohuertas N° 6, Febrero de 2002.
    www.reddehuertas.com.ar.
  • 10 Pujol Sergio: "Peligros de la vida disipada. La
    tragedia de las Esthercitas", en Clarín,
    Buenos Aires, 31 de agosto de 2002.
  • 11 Güiraldes, Ricardo: Don Segundo
    Sombra. Buenos Aires, CEAL, 1979. 216 pp.
    (Capítulo).

Dramas
personales

Pero también hubo otros motivos que llevaron a
quienes emigraron a tomar una decisión tan
difícil.

En su novela Mientras la luz se va (1), Noemí Cohen
relata lo sucedido a "Setti, a quien Elena conoce en el
interminable viaje hacia América y que se ha embarcado para
restañar la herida de haber sido repudiada por su marido y
haber perdido contacto con su única hija" (2).

Elizabeth, la protagonista de Almas desnudas, de Susana
Biset, "vive en Gales, en la conflictiva época de 1865,
cuando su pueblo es dominado por los rubios sajones. El día
que cumple 14 años es violada por un extraño de paso.
Forzada por ésa y otras circunstancias, decide emigrar con
su padre hacia una nueva tierra: la Patagonia argentina"
(3).

La protagonista del film Herencia, dirigido por Paula
Hernández, "es una inmigrante italiana que llegó a la
Argentina tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque nunca pudo
encontrar al hombre cuyos pasos seguía, decidió adoptar
a Buenos Aires como su ciudad" (4).

Un amor imposible causa la emigración de un
italiano: "El mismo día en que Enrico se hizo cargo de la
sastrería, el único auto de la villa se detuvo
enfrente. El chofer entró: "La hija del Patrón se va a
casar con un doctor de Zóppola, como él ha dispuesto; y
aquí te manda este dinero a cuenta del traje de novia que le
vas a confeccionar". Enrico lo entregó y se embarcó.
Para no ver jamás el mar viajó tierra adentro, hasta el
centro de la Argentina; hasta su huerta, en medio de la manzana
del medio del pueblo" (5).

En Milán, en 1947, dice uno de los
personajes de La crisálida, de Nisa Forti
Glori: "Nosotros no somos emigrantes. Llevamos capital y
brindaremos trabajo. No nos empuja la necesidad.
Simplemente estamos hartos de esta miserable lucha de partidos.
De gente que te escupe sólo porque desciendes del
automóvil bajo el porch de La Scala…" (6).

Un gallego, en Frontera sur, huye de la ira de su
suegro: "Primero tuve que escapar yo. Pasé un mes en el
monte. Me buscaron con perros, decididos a matarme". Vuelve a
buscar a su novia, y se casan en Cádiz. En Barcelona muere
la mujer, dejando a un hijo. "Desde el momento en que la
enterré –dice el viudo-, me entregué a un
único propósito: ganar dinero, porque con dinero se
puede todo. Quería comprar mi vida y la tuya, mi libertad y
la tuya, y regresar para vengarme, empezando por tu abuelo…"
(7).

José, el asturiano que protagoniza la miniserie
Vientos de agua (8), debe escapar de su pueblo porque, indignado
por la muerte de su hermano en la mina, la hace volar, y es
buscado. Con el dinero y los documentos del difunto, viaja
convencido de que volverá.

Un personaje de Mestizo, una de las novelas de
Feierstein, relata por qué emigraron sus padres: "Moishe
Búrej realmente no quería venir a la Argentina, pero
¿qué iba a hacer? Se fueron los hijos mayores y
después me fui yo, luego Carlos con mi hermana.
¿Quién quedaba? Nadie, salvo Jacobo, que vino con
ellos, en 1936. Cuando viajaron ya había guerra civil en
España, salieron justo, justo. En Polonia quedaron otros
parientes, tíos y primos: nunca más supimos algo de
ellos. La zona de Lemberg fue muy castigada durante la Segunda
Guerra, los alemanes entraron allí. Me contaron después
que han hecho un verdadero desastre de mi pueblo. Fue una masacre
en el centro, la zona de la feria, donde vivían las familias
judías. A los ucranianos no les hicieron nada, porque
estaban con ellos. Pero de los nuestros no quedó ninguno
vivo. Por suerte, nosotros nos fuimos antes. Dijimos
"no va más acá, el futuro está muerto". Y
nos fuimos" (9).

A la inmigración de los estadounidenses Hudson,
padres del escritor, se refiere Alicia Viladoms: "Carolina
Augusta Kimble se había casado con Daniel Hudson contra la
voluntad de los padres de ambos (quizás fuera éste uno
de los motivos de su emigración)" (10).

La justicia por mano propia es otro de los motivos para
dejar el país. En De aquí hasta el alba, novela de
Eugenio Juan Zappietro, el cirujano belga Hubert Leroy debe huir
de Francia pues durante una operación dio muerte
intencionalmente a un ministro asesino: "Cuando Francia
descubrió el crimen, Hubert Leroy estaba ya en América"
(11).

Por miedo a unos acreedores que harían justicia por
propia mano, es que el abuelo de Jorge Fernández Díaz
llega a la Argentina: "En dos o tres aldeas, y en un pequeño
municipio, mi abuelo había cobrado por anticipado trabajos
que nunca terminó. Unos damnificados de pocas pulgas le
habían dado un ultimátum y después habían
prometido coserlo a navajazos. Vendrían de un momento a
otro, y a José no le quedaba más alternativa que
levantar los petates y largarse bien lejos. Consuelo, su hermana
menor, había cruzado el Atlántico y llevaba una
existencia decorosa en una ciudad monumental llamada Buenos
Aires" (12).

En 1892, Jimmy –"nacido James Radburne"- (13)
llegó a la Patagonia, "huyendo de la pobreza y los
prejuicios ingleses, y pasó toda una vida improvisando
oficios para sobrevivir y métodos para huir de las
policías argentina y chilena". Se dirigió a esa
región pensándola "como garantía de anonimato para
pasados difíciles" (14).

Por medio de una carta, Butch Cassidy comunica su
paradero a sus amigos ilegales estadounidenses. Ese manuscrito
"permitió certificar su estancia en la región
décadas después de su muerte". Lo relata Francisco N.
Juárez en el trabajo titulado "Una carta de Butch Cassidy"
(15), en el que escribe "Aunque la carta de Cholila ahora carece
de la última carilla con su rúbrica (firmaría Bob,
como las demás, pero es su caligrafía)
resulta una maravillosa síntesis de la nueva vida del
bandido. Elegantemente alude a "un tío (que) murió y
dejó 30.000 dólares a nuestra pequeña familia de
tres miembros. Tomé mis 10.000 y partí para ver un poco
más del mundo". En realidad, se refería al asalto de un
banco de Winemuca en Nevada, el 10 de septiembre de 1900. Ahora
estaba solo, es cierto, pero por pocos meses, de manera que
mentía ese dato. Daba cuenta de su patrimonio ganadero: "300
cabezas de vacunos, 1500 ovinos, 28 caballos de silla",
además de dos peones y la alusión al rancho como "una
buena casa de cuatro habitaciones", galpones, establo y
gallinero. Se quejaba de su soledad, la falta de una cocinera y
su "estado de amarga soltería". Luego, agregaba otras
quejas. Se hablaba español, "pero el país, en cambio,
es excelente". Daba cuenta de la extensa y fértil
región, la distancia con Buenos Aires y esperaba fortificar
las ventas de ganado a Chile, "nuestro gran comprador de carne
vacuna", porque de allá habían abierto un camino
cordillerano (se refería al sendero de Cochamó, el que
denunció Clemente Onelli como contrario al laudo arbitral
que expediría la corona británica ese mismo
año)".

En un cuento, Osvaldo Soriano afirma que el bandido tuvo
descendencia en la Argentina. Cuando se jugó el Mundial de
1942, los argentinos "perdieron 6 a 1 con un pésimo
arbitraje de William Brett Cassidy, que se decía hijo
natural del cowboy Butch Cassidy que antes de morir acribillado
en Bolivia vivió muchos años en las estancias de la
Patagonia con el Sundance Kid y Edna, la amante de los dos"
(16).

En "El cura y el cowboy" se recuerda a "El
Norteamericano", que vivió en Santa Cruz: a principios del
siglo XX: "Por la zona había un malvado y muy conocido
bandolero… era "El Norteamericano", el cual hablaba inglés
y un poco de castellano bastante mal, por cierto. Este era de
esos que donde ponía el ojo ponía la bala y hasta la
policía le tenía terror a enfrentársele. Era
"yankee" en serio. Era común que cuando eran buscados por la
justicia del país del norte y ya no había
muchas chances por allá; se subían a algún
barco en la zona de California para bajar en Punta Arenas… y
seguir "ejerciendo" en la Patagonia. Tal era el caso de este
auténtico cowboy" (17).

En Saladillo "terminó el rodaje de El ultimo
mandado, largometraje de Fabio Junco (36) y Juli Midú (31),
protagonizado por Ellen Wolf, ganadora del premio Trinidad
Guevara, que otorga el gobierno de la ciudad de Buenos Aires,
como mejor actuación femenina de reparto, por su trabajo en
La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tocachir, y por
el joven vecino saladillense Lucas Midú, hermano de uno de
los cineastas. (…) "Soy judía y hago de nazi,
¿qué le parece?, confesó la veterana actriz (su
apellido de soltera es Rottemberg) hace dos meses, al iniciar el
rodaje de este largometraje de bajo presupuesto con locaciones en
Saladillo y en Buenos Aires. (…) Según Junco y Midú,
la película aborda una realidad argentina todavía
inexplorada en la ficción: la de los pueblos del interior
que sirvieron como refugio para numerosos personajes vinculados
con el régimen nazi" (18).

Notas

  • 1. Cohen, Noemí: Mientras la luz se va. Buenos
    Aires, Losada, 2005. 216 pp.
  • 2. S/F: "Novela de Noemí Cohen en
    Losada", en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre
    de 2005.
  • 3. Biset, Susana: Almas desnudas. Buenos Aires,
    Ediciones del Boulevard, 2009.
  • 4. Ormaechea, Luis: "Con ánimo de conciliar", en
    www.otrocampo.com.
  • 5. Cassini, José Luis: "El mar en
    los ojos", en Rotary Club de Ramos Mejía. Comité de
    Cultura. 1994.
  • 6. Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos
    Aires, Corregidor, 1984.
  • 7. Vázquez-Rial, Horacio: op. cit
  • 8. Vientos de agua, coproducción
    del canal Telecinco de España, Pol-Ka y Cien bares.
    Dirigida por Juan José Campanella, Sebastián Pivotto,
    Paula Hernández y Bruno Stagnaro, con guiones
    de Aída Bortnik, Juan Pablo Domenech, Aurea Martínez
    y Campanella.
  • 9. Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires,
    Planeta, 1994.
  • 10. Viladoms, Alicia H. : "Estudio preliminar", en
    Hudson, Guillermo Enrique: Allá lejos y hace tiempo.
    Versión en lengua española, estudio preliminar y
    notas de Alicia Hebe Viladoms. Buenos Aires, Kapelusz Editora,
    1994.
  • 11. Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el
    alba. Barcelona, Planeta, 1971.
  • 12. Fernández Díaz, Jorge: Mamá.
    Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
  • 13. Cella, Susana: El inglés.
  • 14. Cristoff, María Sonia: "Inglés en
    fuga", en La Nación, Buenos Aires, 19 de noviembre de
    2000.
  • 15. Juárez, Francisco N.: "Una carta de Butch
    Cassidy", en La Nación, Buenos Aires, 25 de
    agosto de 2002.
  • 16. Soriano, Osvaldo: "El hijo de Butch Cassidy",
    publicado originalmente en el diario Página/12, forma
    parte de Cuentos de los años felices, Editorial
    Sudamericana, 1993. Incluido en Letrópolis
    (www.letropolis.com.ar), Diciembre de 2006.
  • 17. S/F: "El cura y el cowboy", en www.misionorg.com.ar.
  • 18. Minghetti, Claudio D.: "Saladillo ya es un pueblo
    de película", en La Nación, Buenos Aires, 10 de
    septiembre de 2006. Motivos no faltaron. Tristeza
    sobró a estos hombres y mujeres que, un día, debieron
    dejar su tierra y embarcarse hacia un país desconocido, en
    el que se establecieron y del que, quizás, nunca pudieron
    regresar.

 

Bibliografía

Enciclopedias

  • Varios autores: Enciclopedia
    Clarín. Buenos Aires, Visor E.A.S.A,
    1999.
  • …..Enciclopedia Visual de la
    Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
  • …..Historia de la literatura
    argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
  • …..Cien años de cine. La
    Nación Revista, Tomos I y II.

Diccionarios

  • Gobello, José: Diccionario Lunfardo y otros
    términos antiguos y modernos usuales en Buenos Aires.
    Buenos Aires, A. Peña Lillo Editor S.R.L.,
    1975
  • Petriella, Dionisio y Sosa Miatello,
    Sara: Diccionario Italoargentino. Buenos Aires,
    Asociación Dante Alighieri, 1976.
  • Sosa de Newton, Lily: Diccionario
    Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos
    Aires, Plus Ultra, 1986.
  • Weinstein, Ana y Toker, Eliahu: La letra
    ídish en tierra argentina.
    Bíobibliografía de sus autores literarios.
    Buenos Aires, Milá, 2004.

más obras citadas en
http://inmyliteratura.galeon.com/

Agradecimientos

A Lucas Morea, Sebastián Álvarez, Lisandro
Bagnato, Viviana Schaffer y el equipo de

Monografias.com

A Ricardo Feierstein

A Luis León

Al personal de la Bibliotecas del Museo del Inmigrante,
del Congreso, del Teatro Cervantes, del Centro Gallego y de la
Asociación Dante Alighieri, y de las bibliotecas municipales
Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones y Cornelio
Saavedra

A todos los que me hicieron llegar sus
experiencias, y me permitieron incluirlas en este
trabajo.

A la familia De Vincenzo, por la imagen de la portada. A
Silvia y Sergio, por su profesionalismo y cordialidad. A mi hijo,
por su constante apoyo.

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Autor:

María González
Rouco

Nieta de gallegos y bisnieta de lombardos, María M.
González Rouco nació en Buenos Aires, en 1960.
Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de dicha ciudad, de la que egresó con los
títulos de Licenciada en Letras con Orientación en
Letras Modernas (1984) y Profesora en Letras (1983).
Colaboró en diarios, revistas y sitios de la Argentina y el
exterior. Es autora de Volver a Galicia (2009) e Inmigración
y literatura (2002), libros digitales publicados en el sitio
www.monografias.com, y
de las series Visiones del inmigrante (2003), Inmigración a
la Argentina: Personalidades (2003) e Inmigración a la
Argentina: Colectividades (2003), publicadas en el mismo sitio.
Entre otros premios, fue distinguida con el Diploma de Honor y
Medalla de Oro en el Concurso Literario convocado por la
Federación de Sociedades Españolas y la Asociación
Patriótica y Cultural Española de Argentina (2010).
Ejerce la docencia en un colegio porteño

Partes: 1, 2
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