En nuestro tránsito por la vida diariamente vamos
escribiendo nuestra propia historia en ese libro
imaginario, incluso lo hacemos muchas veces aún sin darnos
cuenta de que nuestro proceder y los hechos suscitados,
así lo estampan.
De igual manera se plasmó la vida de patriotas
orientales, verbigratia, la del ínclito Oriental Juan
Antonio Lavalleja de la Torre.
Fue en un día invernal del año 1784
– el 8 de julio, precisamente – que don Manuel
Pérez de La Valleja, "hacendado que gozaba por su honradez
de la mejor opinión", hizo bautizar en la Villa de Minas,
a su hijo Juan Antonio, de algunos días de
nacido.
Su madre se llamaba Ramona Justina de la Torre, y de ese
matrimonio
además de Juan Antonio nacieron ocho hermanos más,
uruguayos todos.
Poco se sabe de la infancia y
primeros años de mozo del niño, pero sabemos que su
juventud no
tuvo la continuidad en materia de
educación
y luego su carrera fue la del trabajo de campo.
Juan Antonio Lavalleja desarrolló muchas tareas
campestres, quizás la que le resultó importante
luego para sus tiempos de soldado, fue la de tropero,
consiguiendo de esta manera conocer todos los pagos, estancias,
ríos y arroyos, sus pasos y cuchillas, que años
más tarde recorriera en la Revolución
Oriental.
Desde muy joven sus tareas de tropero lo iniciaron en
las faenas rurales, desde las sierras de Minas hacia Montevideo
su recorrido conocía, tanto como su palma de la mano, y en
esos viajes
trayendo el ganado vacuno a los mataderos y el
conocimiento que había adquirido de la labor de los
saladeros, le significó mucho sacrificio desde sus
inicios.
Iniciaba sus tareas de tropero a las tres de la
madrugada, a los gritos con los animales, no
interesaba si en el cielo hubiera estrellas o si llovía,
el trabajo
debía realizarse.
Lavalleja, era de baja estatura, era algo grueso,
tenía facciones muy pronunciadas, nariz grande, ojos y
pelo castaño, carecía de bigote y su patilla que a
pesar de ser abierta no era abundante. Sus costumbres eran
sencillas y su modo de vestir podría decirse un poco
descuidado de lo que exigía la moda de
entonces.
Su carácter
era franco, jovial y decidido, hablaba con exceso y fue siempre
muy honrado. Creía en las personas.
Juan Antonio conoce en unos de sus viajes a Ana
Monterroso, que vivía en ése entonces en la calle
"de la Carrera", hoy actual calle Sarandi. Que coincidencia
– Lavalleja y Sarandi – .
El 21 de octubre de 1817 contrae matrimonio, don
Isidoro de María nos narra: "El padre de Lavalleja era
opuesto al enlace de su hijo con Ana Monterroso". A causa de
ésta circunstancia, – añade el cronista – se
efectuó el casamiento en Florida, casándose Juan
Antonio por poder,
representándolo don Fructuoso Rivera, quiere decir que
Lavalleja no concurrió a su boda.
Rara vez, habíase visto nupcia parroquial tan
sola, con esposo de encargo y familias enojadas.
Sin duda que deberes de milicia o proezas tras los
portugueses en el Paso del Cuello y el arroyo de la Calera
habían forzado a Lavalleja a delegar representación
de esponsales en su comandante Rivera.
Ana Monterroso, elegida para el amor, lo
fue resueltamente en el riesgo y la
abnegación, manteniendo erguida su frente y elevando el
alma al nivel de los peligros más inesperados.
Lavalleja – que aún se llamaba y firmaba
"Juan Antonio de la Balleja" – se incorporó
voluntariamente como simple soldado a las milicias de la
jurisdicción de Minas, que comandaba don Manuel Francisco
Artigas, hermano del General Artigas, y marchando a incorporarse
al Ejército del futuro Jefe de los Orientales. Lavalleja,
en ese entonces contaba con 28 años de edad.
Es necesario comprender que en aquellos tiempos la
caballería era entonces el arma de gran poder en las
batallas. La caballería constituyó "el
núcleo de los ejércitos" en la patria vieja. Lo
acreditan los combates de Paso del Rey, San José, Las
Piedras, Cerrito y Guayabo.
Es preciso entonces describir como era el armamento de
aquellos revolucionarios patriotas; éste consistía
en la lanza de moharra media-luna, sable corvo y moquetón
de tropa; un par de pistolas y sable para los Oficiales. El
arnés consistía en montura de cuero con valija
crucera para el capote y maletón de grupa para el
poncho.
Y observándola desde el punto de vista militar,
la unidad táctica era el escuadrón, que formaba en
dos filas, compañía fuerte de cien jinetes, y luego
de doscientos.
La demás caballería, formada del gauchaje
que rodeaba a los caudillos locales, era organizada
arbitrariamente por éstos, componiéndose sus
unidades de fracciones que estaban en razón directa de la
influencia personal del
Caudillo.
Su armamento era variadísimo, viéndose
desde la lanza de media luna a la media tijera de esquilar
enastada en caña tacuara y el infaltable facón
criollo. Como armas accesorias
usaban el lazo y las boleadoras.
Asimismo, es de destacar que las marchas de estos
escuadrones, de estos voluntarios patriotas era arbitraria, y se
constituían en "grupos de seis,
cinco,…etc".
Es de justicia
recalcar que Lavalleja fue un hombre muy
previsor, organizador persistente, con un sentido de responsabilidad en el cargo de Gobernador interino
y Capitán General de la Banda Oriental que lo lleva a
procurar mejorar el estado
militar de su época.
Y aquí vemos como influyó el haber sido un
niño primero, y luego un mozo habituado a las tareas del
medio rural, ya que su conocimiento
de la campaña y de sus paisanos lo privilegiaron al resto,
aunque su carácter
no sea fuente de cordialidad, igual era prenda de entendimiento
con sus paisanos.
Impone su autoridad con
rudeza que, considera él condición indefectible del
mando.
La Batalla de Sarandi no resultó una más
en los revolucionarios orientales, conocían cual
podía ser su trascendencia posterior, y así se
prepararon.
En la noche previa a la batalla, sabían los
orientales que los portugueses al mando de Ventus Manuel tomaban
la costa del río Yí con dirección a la Villa del Durazno. A las
diez de la noche vino un parte confirmando que los portugueses
estaban pasando el arroyo de Castro en las inmediaciones de
Polanco, entonces se confirmó que se dirigían hacia
la villa antes mencionada.
Lavalleja ordenó que se le avisara a don Frutos
que debía estar en las inmediaciones del
Sarandi.
Ramón Cáceres que fue el portador de la
misiva, relata en sus memorias: "
Llegué al campo de Fructuoso Rivera como a medianoche,
desensillé mi caballo y don Frutos me hizo acostar a su
lado y casi nos amanecimos conversando, y se lamentaba que sus
paisanos desconfiasen de él".
A las cinco de la mañana las descubiertas
avisaron la aproximación de los imperiales, venían
en dirección al paraje escogido por el General
Lavalleja y que se encontraban apenas a una legua de
distancia.
En medio de una agitación precursora del
suspirado combate, mandó Lavalleja cambiar los caballos y
poner el ejército en orden de pelea.
Cuando era las ocho de la mañana, arengó
Lavalleja a las divisiones en éstos lacónicos
términos: "¡ Soldados! El que vuelva la espalda
será fusilado. Nuestra retirada será el Río
Grande".
De acuerdo a los partes históricos que se hallan
y a los cuales hemos podido acceder, las fuerzas
patrióticas que intervienen en Sarandi presentan a 238
Oficiales y 2.122 hombres de tropa, lo que da un total de 2.360
hombres.
Frente a los uruguayos, a menos de seis cuadras,
veíase mover la densa línea de jinetes adversarios
aclamando con gritos al Imperio y a don Pedro de
Braganza.
Si tuviéramos la oportunidad de situarnos en el
mismo campo de batalla, observaríamos que Lavalleja ocupa
las alturas que jalonan el camino al Paso de Polanco. A su
izquierda está Rivera, en el centro Zufriategui, a la
derecha Manuel Oribe, ésa es la posición de cada
uno de los jefes participantes de la lucha.
Luego de los primeros acomodos clásicos previos,
Lavalleja se dirige hacia don Frutos, llegando junto a él,
son breves los minutos para concebir los últimos detalles
de la maniobra.
Esperar que el enemigo avance y cruce el arroyo del
Medio para entonces, con ése obstáculo a la
espalda, que limitará su espacio de maniobra, cargarlo a
su vez y destruirlo.
Pero, el Jefe brasileño no ataca. Ha apreciado
las circunstancias, la ciencia
militar no es un misterio para el y la experiencia le permite
dominar el terreno.
Juan A. Lavalleja, ante este suceso ordena avanzar el
cañoncito y que dispare. Al tercer disparo, los imperiales
se movieron al trote rompiendo al unísono sus clarines al
toque de degüello y haciendo una descarga a quemarropa y
casi alcanzando a tocar con sus armas a los
soldados de la patria.
El General Lavalleja, apenas se halló a dos
cuadras y viendo que los brasileños se movieron,
había mandado cargar a todo el ejército:
"¡Carabina a la espalda y sable en mano!"
Rivera fue el primero en adelantarse al galope sobre
Bento Goncalvez, quién resistió el choque, pero no
pudo impedir que un escuadrón de orientales los arrollara
y posteriormente los dispersara.
El centro oriental se vio sorprendido por la carga que
le llevó Alencastre. No había terminado Manuel
Oribe de formar su línea cuando ya tenía sobre
él los batallones de línea del centro
brasileño.
En desorden les salió al encuentro, pero los
rivales consiguieron ventajas y por la brecha abierta llegaron
hasta las posiciones de la reserva.
Lavalleja tomando el mando directo hace meter una tropa
como cuña entre las tropas de Alencastre y las de Bento
Goncalvez, dando tiempo a Oribe a
reorganizar su regimiento y quedando el centro brasileño
cortado del resto de su tropa.
Mientras tanto, los húsares orientales en
valiente carga, destruyen el flanco de la izquierda
enemiga.
Los tiradores, de Maldonado, por el flanco y las
milicias de Canelones, desorganizan y sablean las tropas de Bento
Manuel, que buscan apoyo replegándose al centro, pero
Alencastre no está allí.
Los jefes brasileros comprenden la situación y
perdida toda la esperanza de rehacerse, solo piensan en la
retirada.
Cada cual corre por su lado y tras ellos las divisiones
orientales.
Bento Manuel y Bento Goncalvez han conseguido tomar el
camino de Polanco. Van a tirarse al Sarandi y sus hombres
serán acuchillados en el pasaje. Rivera que ha recorrido
todo el campo de batalla está sobre ellos. Entonces surge
la intrépida figura del Coronel Joaquín Antonio
Alencastre que va a sacrificar sus tropas para proteger el
paso.
Rivera lo carga, lo rodea y lo toma prisionero, pero ha
llegado hasta allí solo con sus tropas y cuando
está sobre el Sarandi, el enemigo ya había pasado.
Fue tan grande la dispersión brasileña que puede
considerarse imposible la reorganización debido al
éxito
de los orientales.
Es conveniente situarse en esa época, de igual
manera al leer el parte de Lavalleja que redacta el 14 de
octubre, nos da muestra él
mismo de la crudeza del enfrentamiento, extrayendo lo medular del
contexto citamos: "Los encontraron, arrollaron, sablearon y
despedazaron, persiguiéndolos más de dos leguas
hasta ponerlos en completa dispersión".
Y aquí es necesario expresar que visto los
acontecimientos del desarrolló de la maniobra
estratégica que habían concebido los jefes
orientales se destacan la elección del campo de batalla,
que permitirá actuar con todos sus medios,
comprometiendo al enemigo.
Digno recordar entonces que, Bento Manuel
hábilmente elude el obstáculo (arroyo a sus
espaldas) y por una feliz maniobra consigue ventajas de terreno,
colocando a Lavalleja en la crítica situación de
aceptar el combate con el arroyo Sarandi a la espalda.
Esta maniobra no fue prevista por los
patriotas.
Tampoco estuvieron prontos para destrozar a los
brasileños permitiendo que Bento Manuel organice con toda
tranquilidad su nueva línea de batalla.
El éxito
oriental fue asegurado con la juiciosa repartición de las
fuerzas y con la lección del esfuerzo principal, por una
maniobra desbordante. Lavalleja modificó los moldes
antiguos, no pierde tiempo en su
descarga de fusilería, el combate es a caballo y lo
decidirá el arma blanca. Cuando el enemigo espera las
balas ya tiene los sables sobres sus pechos.
La organización del mando y la unidad de
dirección, deben destacarse entre las sabias ordenes de
Lavalleja. Esto le permitió la oportuna acción de
la reserva, que cierra el centro oriental, aparta a Alencastre y
desorganiza el dispositivo enemigo.
Desesperado Rivera porque se le escapaban los jefes
imperiales, que tanto deseaba destruir, según ordenes
expresas que tenía de Lavalleja, mandó que en el
acto una guardia se echase al río Yí a nado,
seguida de algunos baqueanos.
Al clarear el día 13 de octubre se dio comienzo a
la heroica travesía del Yí: "a nado y en pelotas",
así lo describe el Mayor Horacio J. Vico, participante de
la misma.
La persecución se hizo intensa y larga, llegando
incluso unos hasta el Cordobés y otros hasta el propio
Cerro Largo comandados por Ignacio Oribe.
De este modo la persecución se prolongó
hasta las cuatro de la tarde del día quince de octubre,
sin comer ni dormir.
Sólo existían noticias que unos doscientos
hombres brasileños quedaban, entre ellos Bento Manuel
Ribeiro, Bento Goncalvez da Silva y Bonifacio Calderón,
entre los cuales además transportaban heridos.
Conceptuando estéril la persecución Rivera
mandó orden de suspenderla al Comandante Ignacio Oribe y
al Coronel Julián Laguna.
De esa manera en las primeras horas de la mañana
del día 16 de octubre se juntaron en Carpintería
donde se le permitió "carnear y dormir", que bien se lo
merecían, quienes como aquellos patricios no pedían
una preferencia ni exhalaban una queja, a pesar de que no bajaban
del lomo de sus caballos ni probaban un bocado desde la
víspera de la batalla.
De acuerdo a los partes el campo de batalla
resultó perjudicial para los brasileros, sus bajas fueron
muy superiores a la de los orientales, tuvieron 572 muertos, 130
heridos, 521 soldados en calidad de
prisioneros y el armamento capturado fueron de 1.200 carabinas,
840 sables útiles, 650 pistolas, 50 lanzas, 1.070 cananas,
10.000 cartuchos de bala y la caballada.
Los orientales tuvieron tres oficiales muertos:
Matías Beracochea, Juan José Trápani y Juan
Salado. Los heridos fueron ochenta y tres.
Al día 13 de octubre desde el Cuartel General
situado en Durazno, Juan A. Lavalleja le remite a su amigo don
Pedro Trápani un parte de la batalla, que por su
importancia extraemos textual un párrafo
del mismo para vuestro conocimiento:
"Ya no es posible que el déspota del Brasil espere de
la esclavitud de
esta provincia el engrandecimiento de su Imperio. Los orientales
acaban de dar al mundo un testimonio indudable del aprecio en que
estiman su libertad…"
La patria, desposada con la libertad,
aclama al héroe de 1825. Jefe de los Treinta y Tres,
Gobernador y Capitán General, vencedor de Sarandi,
el hombre
concita el culto de la gloria en la rumorosa devoción de
la multitud.
Existió un nuevo motivo de satisfacción
para Juan Antonio Lavalleja ese 12 de octubre, ya que en el
preciso día que él se encontraba luchando contra
los portugueses, nacía su hija Anita.
Familia y Patria se asociaron en el recuerdo del
hombre ese
memorable día, él gran acontecimiento
histórico y el grato suceso del hogar compartido con Ana
Monterroso, fruto del cual tuvieron ocho hijos.
Por entonces, el vencedor de la batalla estaba radicado
en Durazno, donde se celebró con un gran festejo el
acontecimiento y el mismo consistió en un
baile.
Pero como en la Villa del Durazno no existía un
local suficientemente amplio para admitir la inmensa oficialidad
y "el bello sexo" que en
ella había, el Mayor Bernardino Pelayo, esposo de misia
Agustina Rivera, ofreció su casa grande al triunfador,
quien nombró una comisión para entender los
aprestos.
Se hizo una Sala hermosa artificial de arcos de
laureles, sirviendo de arrimo la gran casa de Pelayo por un lado
y por el otro se plantaron horcones de madera
tejiéndolos de laureles silvestres.
En la gran sala se exponían los mejores manjares,
ricos vinos y todo lo que se pudiera desear, y podía
abastecer a quinientas personas.
Desde Montevideo fueron trasladados unos músicos
aficionados para amenizar la fiesta.
La fiesta dio inicio con un baile de minuet y la primer
pareja fue el Mayor del Imperio Pedro Pintos – que era prisionero
– con la señora Ana Monterroso de
Lavalleja.
Culmina así, una página de la ejemplar
historia del
egregio Juan Antonio Lavalleja, héroe nacional y a quien
Raúl Montero Bustamante en una recordada estrofa loa al
Oriental:
"Te canto a ti, libertador del
pueblo,
¡Héroe de la
Agraciada!
A ti, el guerrero de la blanca
frente
por aureola de gloria
iluminada".
Eduardo de Salteraín Herrera
Raúl Montero Bustamante.
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Por
Luis Alberto Martínez
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