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Música




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    Indice
    1.
    Romanticismo (música)

    2. Formas y fuentes de
    inspiración

    3. El
    nacionalismo

    4. La influencia de Beethoven

    5. Wagner: a favor
    o en contra

    6. Clasicismo
    (música)

    1. Romanticismo
    (música)

    Movimiento artístico que dominó en la
    literatura, la
    pintura y la
    música
    durante el último periodo del siglo XVIII y principios del
    XIX. Se caracterizaba por una amplia variedad de rasgos, muchos
    de los cuales pueden encontrarse ocasionalmente en la
    música de otras épocas; a pesar de ello, las ideas
    románticas determinaron el pensamiento de
    los compositores a lo largo del siglo XIX.

    2. Formas y fuentes de
    inspiración

    Era natural que la reacción de los compositores
    románticos contra las ideas de la
    Ilustración respecto a la razón y el orden se
    tradujera en irracionalidad y caos, por lo que casi resulta una
    contradicción hablar de un movimiento
    unificado. Después de la universalidad de la Ilustración, el romanticismo es
    la edad del individuo. El suceso más significativo para
    los compositores, y para todos los artistas, fue la Revolución
    Francesa. En su país de origen tuvo un efecto
    inmediato sobre la ópera. En lugar de los argumentos del
    barroco, que
    generalmente buscaban su inspiración en la antigüedad
    clásica y reflejaban una jerarquía organizada de
    dioses, gobernantes y pueblo, ahora los temas se situaban en el
    excitante y peligroso tiempo presente.
    Un género
    que acabó llamándose ópera de rescate
    trataba, por lo general, del cautiverio de la heroína a
    manos de un tirano y del rescate por su amante. También
    aparecían con frecuencia dilemas que se solucionaban en el
    último momento gracias a los esfuerzos de los propios
    seres humanos, en lugar del deus ex machina (por
    intercesión divina) de la ópera del barroco. Uno
    de esos ejemplos es Lodoiska (1791) del compositor italiano
    establecido en París, Luigi Cherubini; incluía una
    banda de tártaros, al estilo de Rousseau, y
    moralizaba sobre la justicia y la
    libertad. En
    la nueva era sin dioses, las ceremonias parisinas asumieron la
    forma de vastas odas corales con música, a menudo
    interpretada al aire libre, que
    alababan al Hombre y a un
    difuso ser supremo, así como a las virtudes
    revolucionarias de la libertad, la
    igualdad y la
    fraternidad.
    El compositor más fuertemente influido por estas ideas fue
    también el más grande de su época, Ludwig
    van Beethoven. Su Fidelio (primera versión en 1805) es la
    más noble de todas las óperas llamadas de rescate.
    Pero Beethoven también dio respuesta en su música
    sinfónica al renovado énfasis del romanticismo en
    la superación del individuo. Ésta fue
    también la edad del héroe; por lo que la Tercera
    Sinfonía en mi bemol mayor, de Beethoven (1803) fue
    titulada Sinfonía Heroica. Con esta obra, el concepto de la
    sinfonía heredado del siglo XVIII adquirió nuevas
    dimensiones, con un primer movimiento que
    rebasaba las fronteras entre la forma sonata, una marcha
    fúnebre por la Muerte del
    héroe, un scherzo dinámico que reafirmaba la
    energía del ideal heroico y un juego final de
    variaciones sobre un tema, que Beethoven asociaba con Prometeo,
    el dios desafiante que robó el fuego para dárselo a
    los hombres. La Quinta Sinfonía en do menor, opus 67 de
    Beethoven (1808) engloba un acto de desafío humano al
    destino, con su diminuto tema inicial que contiene suficiente
    energía para dar vida a toda una partitura y su Novena
    Sinfonía en re menor, opus 125, Coral (1824) que hace
    estallar la forma sinfónica cuando un cantante se pone de
    pie entre los intérpretes y, con la llamada de "Amigos,
    ¡abandonad estos sonidos!", invita a sus compañeros
    a unírsele cantando la Oda a la Alegría de
    Friedrich Schiller.
    El creciente interés
    por la naturaleza que
    caracterizaba al romanticismo encontró su expresión
    más viva en la música desde el comienzo. Muchas
    óperas de rescate otorgaban un papel
    destacado a la tormenta, la avalancha, el fuego, los hundimientos
    de barcos, las erupciones volcánicas y otras
    manifestaciones que colocaban al ser humano a merced de las
    fuerzas irracionales del Universo. Uno de
    los mitos
    románticos más poderosos fue el de Undine (o la
    eslava Rusalka), el espíritu del agua que
    intentaba casarse con un humano pero que era reclamada por su
    propio elemento; se trataba del intento de salvar el abismo que
    separaba la Naturaleza y la
    Razón, un conflicto
    característico de la
    Ilustración. E. T. A. Hoffmann compuso una de las
    primeras obras sobre este tema; maestro de los cuentos
    irracionales y un romántico arquetípico, combinaba
    el talento de escritor, compositor y artista. El poder de lo
    irracional también hallaba su expresión en la
    ópera Der Freischütz (El cazador furtivo, 1821) de
    Carl Maria von Weber, en la
    que la vida natural de una comunidad se
    veía amenazada por las prácticas satánicas
    que tenían lugar en las profundidades de la siniestra
    cañada del lobo; el romanticismo también hizo del
    horror una categoría artística.
    El gusto por la naturaleza se puso de manifiesto en la
    Sinfonía Pastoral (nº6 en fa, opus 68, de 1808), y
    fue un componente de la canción alemana. El primer gran
    escritor de Lieder fue Franz Schubert. Sus numerosas
    composiciones suelen utilizar el piano para desplegar su
    imaginería descriptiva, como sucede con los sonidos
    acuáticos que discurren a todo lo largo de su ciclo de
    canciones que describen el amor
    infeliz de un joven molinero en Die schöne Müllerin
    (1823). El propósito iba más allá de la
    imitación: el arroyo refleja los estados del alma y la
    fortuna cambiante del joven. En otras canciones, un objeto
    natural puede desempeñar un papel
    psicológico aún más poderoso, como cuando en
    su musicalización de Gretchen am Spinnrade (Margarita en
    la rueca, 1814) de Goethe, una desagradable figura en el piano
    representa no sólo la rueda que gira, sino también
    los círculos de pensamiento
    obsesivos de la joven traicionada por su amor perdido.
    Schubert podía hacer que una canción sonara como
    poesía
    simple o grandiosa; Robert Schumann, que también era un
    crítico agudo, escogió con más cuidado y
    exploró más allá de las limitaciones de la
    imaginación romántica, luces y penumbras, el dolor
    de la separación de un amor o de la
    patria, el terror en el bosque, los sueños misteriosos y
    muchos más temas, en los que lo misterioso se
    convertía en un verdadero territorio romántico.
    Como parte de la edad del héroe, el intérprete se
    convertía en uno de ellos, por lo que debía vencer
    azarosas dificultades mediante su técnica y expresar las
    emociones que
    muchos sentían pero nadie podía articular con tanto
    talento; puesto en tela de juicio el antiguo orden social,
    político y religioso, el hombre se
    enfrentaba sólo a sus propios recursos, por lo
    que el individualismo artístico se premiaba. Weber, al
    igual que su amigo Hoffmann, fue un destacado escritor,
    compositor, pianista y director, y su obra para piano hizo del
    virtuosismo el tema principal de su arte. Con
    Niccolò Paganini, las extremas dificultades técnicas
    de la música para violín dieron alas a la
    fascinación, subrayada por el dominio casi
    diabólico de una personalidad
    sombría y macabra. Su ejemplo fue seguido por Franz Liszt,
    que se convirtió en uno de los más grandes
    pianistas de todos los tiempos, máximo representante de lo
    que se conoció como edad del virtuosismo.
    Frédéric Chopin exploró la poesía
    que podía hallarse en la técnica pianística
    mediante sus Estudios, a la vez que desarrolló la idea de
    nocturnos a modo de danzas poéticas (valses, polonesas y
    mazurkas), así como baladas y preludios que describen
    atmósferas.

    3. El nacionalismo

    Además de ser una era en la que se ensalzaba la
    identidad
    personal,
    también se descubría la identidad
    nacional. Compositores-pianistas como Liszt o Chopin eran
    capaces de convertir las danzas húngaras o polacas en
    obras de concierto llenas de virtuosismos pero fue la
    ópera el medio que permitió la expresión
    artística más completa del individualismo nacional,
    gracias al uso de un lenguaje
    particular y una música folclórica que sabía
    utilizar la historia, la mitología y las leyendas
    locales. Desde Italia, el
    país donde había nacido la ópera, esta
    técnica se difundió por toda Europa, para ser
    aprendida y luego rechazada en favor de procedimientos
    nacionalistas. En Alemania, Der
    Freischütz (El cazador furtivo) de Weber fue aclamada por
    ser la primera gran ópera romántica alemana, y su
    éxito
    europeo no sólo dibujó una línea que
    llevó a Wagner, sino que también animó a
    otros países. La ópera rusa llegó a su
    madurez con dos obras de Mijaíl Glinka, la ópera
    histórica Una vida por el Zar o Ivan Susanin (1836) y la
    basada en una leyenda fantástica de Ruslan y Lyudmila
    (1842). Se estableció de tal suerte un ejemplo para los
    compositores rusos del siglo, como el uso de las cadencias de la
    lengua rusa y
    de su música folclórica en la obra de Glinka.
    Hungría tuvo una voz operística comparable en
    Ferenc Erkel y su Hunyadi László (1844), mientras
    Polonia contaba con Stanislaw Moniusko y su Halka (1847). En
    tierras checas, el compositor de ópera más
    importante fue Bedich Smetana, autor de Dalibor y
    Libue, y su comedia campesina La novia vendida (1866) se
    mantiene en el repertorio de los grandes teatros aún
    hoy.
    La ópera romántica asumió formas diferentes
    en dos países que ya poseían una vigorosa
    tradición operística, Italia y Francia.
    Gioacchino Rossini fue capaz de hacer que el don natural de la
    lengua
    italiana para el canto sonase ingenioso y tierno, y
    destacó lo sentimental en una serie de óperas que
    le hicieron famoso en toda Europa. Su
    brillante organización de los mecanismos
    operísticos de efecto, como el coro en el inicio de la
    primera escena, y la estructura y
    ubicación de arias y dúos en su reparto, llegaron a
    adquirir el nombre de código
    Rossini, que sirvió de matriz para la
    ópera romántica italiana. Tanto Vincenzo Bellini
    como Gaetano Donizetti fueron capaces de construir según
    este ejemplo. Bellini lo hizo con melodías largas y
    lánguidas que influyeron, entre otros, en Chopin;
    Donizetti, con óperas que utilizaban de forma original la
    orquestación, estableció vínculos con el
    romanticismo del norte que incluía la obra del influyente
    novelista sir Walter Scott. La forma del arte nacional
    italiano pronto se identificó con la lucha por la independencia
    política:
    el risorgimento fue laureado por Giuseppe Verdi. La larga lista
    de sus óperas abarca una gran parte de obras tempranas,
    hermosas y robustas, confeccionadas en consonancia con el sentir
    popular, como manifiestos, y contienen dos de las partituras
    maestras de la tragedia y la comedia, Otello (1887) y Falstaff
    (1893).
    En Francia, donde
    la ópera revolucionaria imprimió en el arte un giro
    hacia el romanticismo, la respuesta a la restauración
    posterior a la caída de Bonaparte, fue una forma adaptada
    a un nuevo y próspero público burgués, la
    grand opera. Los principales defensores de ésta durante
    las décadas de 1820 y 1830, convirtieron a la Paris
    Opéra en la principal casa de ópera de Europa, en
    la que se destacaron Daniel Auber (La muda de Portici, 1828),
    Rossini (Guillermo Tell, 1829), Fromental Halevy (La
    judía, 1835), y especialmente Giacomo Meyerbeer (Los
    hugonotes, 1836). Estas obras tienen en común la
    inclinación romántica por reunir todas las artes en
    suntuosas puestas en escena con decorados realistas e ingeniosos
    efectos de iluminación (y, muy a menudo, con
    catástrofe final incluida), con numerosos solistas y un
    gran coro y orquesta. Los argumentos también eran
    románticos y tomaban sus temas de la época de los
    caballeros, de las luchas independentistas, de países
    distantes o exóticos o de amores fracasados en medio de
    luchas dinásticas.
    Común a todas estas diferentes tradiciones
    operísticas era el creciente papel de la orquesta. Con el
    nacimiento del romanticismo en el despertar de la Revolución
    Francesa y el mayor énfasis en las sensaciones
    individuales en lugar de en las formas aceptadas del antiguo
    régimen, el color
    instrumental se convirtió en una parte significativa de la
    expresión musical. Los compositores franceses
    revolucionarios como Étienne Méhul hicieron uso
    insólito de los colores
    orquestales característicos para adaptar óperas
    de diferentes tipos; con Der Freischütz (El cazador furtivo)
    Weber inventó el actual discurso
    orquestal que refleja el desplazamiento de la obra desde lo
    luminoso al horror de las tinieblas y de nuevo a la luz.
    Utilizó acordes disonantes con fines sensacionalistas,
    como un efecto por derecho propio en lugar de hacerlo como parte
    de una progresión funcional. Aunque nunca se ajustó
    con facilidad a la lógica
    de la forma sonata, también experimentó con
    estructuras
    nuevas en su música.

    4. La influencia de
    Beethoven

    La Novena Sinfonía en re menor, opus 125 de
    Beethoven tenía implicaciones que los más grandes
    compositores de la siguiente generación no podían
    ignorar. Algunos intentaron acomodar las impresiones
    románticas a la forma sinfónica. Felix Mendelssohn
    dio rienda suelta a su gusto por los viajes en sus
    sinfonías escocesas (nº3 de 1843) e Italiana nº
    4 de 1833). Schumann fue capaz de escribir sinfonías que
    describían el esplendor de la primavera en el Rin. Aunque
    estos ejemplos ampliaron el alcance de la forma sinfónica,
    no supusieron su ruptura. Otros compositores sintieron que
    después de la Novena, el compositor romántico
    debía buscar caminos nuevos para la música
    sinfónica.
    Para Hector Berlioz, la respuesta estaba en las llamadas
    sinfonías dramáticas, que aportaban ideas desde
    fuera de la música y se conformaban según una
    disposición individual; una de las características
    del romanticismo en la música es que cada tarea
    artística requiere una forma nueva e irrepetible. Su
    Sinfonía fantástica de 1830 dramatiza su amor por
    una actriz shakespeariana, con derivaciones hacia lo
    erótico, lo pastoral y lo diabólico. Para los
    jóvenes románticos, William Shakespeare es el
    símbolo de la libertad frente a las limitaciones del drama
    clásico francés y Berlioz se sintió animado
    a responder con una forma musical próxima a la novela en
    Harold en Italis (1834). En esta sinfonía, basada en otra
    figura romántica, la de Lord Byron, un solo de viola
    deambula por un paisaje y unos escenarios característicos
    del romanticismo. El instrumento personifica a un Byron
    romántico, libre de las restricciones clásicas,
    pero al mismo tiempo aislado y
    prendado de la melancolía que encarna el sonido de la
    viola. Romeo y Julieta
    (1838) toma el modelo de
    Shakespeare
    con libertad para definir una estructura
    sinfónica, que utiliza la idea de la Novena
    Sinfonía de incluir voces para articular la esencia del
    drama (aunque de hecho confíe la escena de amor a la
    orquesta sola).
    Para Liszt, después de que Beethoven llevara el desarrollo
    temático a un punto sin retorno, la convergencia
    romántica de las artes implicaba estructuras de
    un movimiento que describían un tema mediante la
    caracterización de un sujeto que se identificó con
    un conjunto central de ideas, y para ello inventó el
    término de poema sinfónico. Por ejemplo, Hamlet
    podía ser interpretado con éxito
    en un único movimiento orquestal, exclusivo en su forma.
    También llevó esta transformación
    temática a las obras sinfónicas, como en su
    sinfonía Fausto (1861), en la cual las ideas relacionadas
    con el héroe se transforman a través de los tres
    movimientos relacionados con Fausto, Margarita y el diablo
    Mefistófeles. La estructura más pura al aplicar sus
    nuevas técnica e ideales la alcanzó Liszt en una
    sonata para piano completamente original, la Sonata en sí
    menor (1854) que aun siendo abstracta, refleja claramente los
    aspectos controvertidos de la propia personalidad
    dividida de su autor.

    5. Wagner: a favor o en
    contra

    Para Richard Wagner, la Novena Sinfonía era
    "música que llora por redimirse mediante la
    poesía", y veía como cometido suyo llevar el arte
    del desarrollo
    temático al teatro.
    Allí, las artes podrían finalmente unificarse de
    verdad en una síntesis
    de poesía, música y teatro, la obra
    de arte total, con una orquesta oculta que articularía y
    desarrollaría el drama psicológico que se
    está cantando y representando sobre el escenario. Este
    ideal se hizo realidad con la inauguración del
    Festspielhaus de Bayreuth en 1876; pero fue un largo periodo de
    formación, cuando la carrera de Wagner se vio sembrada de
    reveses, contradicciones y dificultades que sólo
    superaría mediante su colosal determinación y fe en
    sí mismo. Su primera ópera, Las hadas (1834) era
    una ópera alemana romántica, mientras que la
    segunda, La prohibición de amar (1836) tenía
    inspiración italiana. La tercera, Rienzi (1842) era una
    gran ópera al estilo parisino sobre el personaje de la
    famosa conjura antinobiliaria del siglo XIV. Pero la primera
    ópera en la que realmente se encontró a sí
    mismo fue en El holandés errante (1843), que aún
    marca su
    pertenencia a la ópera romántica tradicional en el
    tema del contacto entre los mundos del espíritu y los
    seres humanos y por sus poderosas músicas de tormenta,
    pero ante todo por su potencia.
    Después de Tannhäuser (1845) y Lohengrin (1850), se
    entregó a la composición de la tetralogía El
    anillo de los nibelungos (1852-1874), interrumpida sólo
    para escribir Tristan e Isolde (1865), que combina las ideas
    románticas del amor y la muerte, y Los
    maestros cantores de Nuremberg, (1868). En esta última
    obra recompone, desde una visión romántica, el
    pasado de Alemania en el
    contexto de una historia de amor y
    recuperación del orden civil amenazado; esta partitura es
    una de las tres mayores obras de arte cuyo tema es el arte mismo.
    Su última ópera, Parsifal (1882), utiliza la
    metáfora cristiana para describir un orden religioso ideal
    amenazado por el caos.
    Puede considerarse a Wagner como el artista culminante del
    romanticismo en la música. Utilizó todos los
    recursos de ese
    estilo para sus ideas y doctrinas, tomando lo que necesitaba para
    elaborar un lenguaje de
    una sutileza, riqueza intelectual e intensidad emocional
    incomparables. Ningún compositor se ha visto libre de su
    influencia, aunque en ocasiones tomara la forma de una
    reacción violenta y apasionada. Incluso los compositores
    alemanes que dieron nueva vida a la sinfonía estuvieron
    bajo su influencia. Las cuatro sinfonías de Johannes
    Brahms, en su día considerado como la antítesis de
    Wagner, utilizan una forma de variación temática en
    desarrollo; Bruckner era un confeso devoto suyo y, por su parte,
    Mahler escribió obras en las que la voz era finalmente
    readmitida en la sinfonía. Había wagnerianos en
    todos los rincones de Europa.
    Quizá el romanticismo musical más independiente se
    dio en Rusia, donde Piotr Chaikovski (un decidido antiwagneriano)
    exploró unas sinfonías románticas nuevas que
    dramatizaban su sentido personal del
    destino que amenazaba su vida. También escribió
    canciones influidas por modelos
    románticos franceses y óperas, como Eugene Onegin
    (1879) y La reina de espadas (1890), que proceden del mundo
    literario romántico de Alexandr Pushkin. El nacionalismo
    ruso tiene su obra culminante en el Boris Godunov de Modest
    Músorgski (versión original de 1869), cuyo
    héroe ofrece una versión rusa particular del alma
    dividida del romanticismo. Allí existía
    también una devoción por el realismo que
    absorbía a los pensadores rusos y que tenía
    raíces románticas. Así ocurre en la escena
    famosísima de la muerte de
    Boris no con un aria formal sino con su voz desgarrada que se
    pierde musicalmente en el olvido. El ejemplo de Glinka aún
    estaba vivo y queda patente en una serie de óperas
    épicas y fantásticas de Nikolái
    Rimski-Kórsakov.
    La ópera romántica francesa no quedó
    deslucida por Wagner, sino que tuvo una voz característica
    en la obra de Jules Massenet, Charles Gounod y Camille
    Saint-Saëns; de esta forma Carmen (1875) de Georges Bizet,
    admirada por Friedrich Nietzsche y
    por Chaikovski como antídoto a Wagner, trajo una nueva
    claridad e inmediatez al género sin
    perder en intensidad pasional. Incluso Claude Debussy,
    crítico hostil a Wagner, fue un compositor al que
    afectó especialmente Parsifal cuando escribió
    Pelléas et Mélisande (1902).
    El legado del romanticismo musical es tan complejo como sus
    orígenes. Los movimientos del impresionismo, el
    expresionismo
    y el verismo deben mucho a las ideas románticas; incluso
    subsiste cierto romanticismo reprimido en la obra de un
    compositor tan antirromántico como Stravinski, mientras
    que un romanticismo más abierto ha guiado las ideas de
    compositores tan cercanos a la música del siglo XX como
    Leoš Janáek y Béla Bartók, o
    el pleno romanticismo del único gran compositor inglés
    de la época, Edward Elgar. A pesar de ello, ya estaban
    creciendo nuevas ideas durante la primera década del nuevo
    siglo, y el romanticismo no alcanzó el año 1914
    como idea artística central.

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