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La República, de Platón




Enviado por fliaparis



    Libro
    I

    El diálogo se
    inicia presentando a Sócrates y
    a Glaucón en el Pireo, luego de asistir a las fiestas de
    la Diosa Bendis o Atenea. En la ciudad se encuentran con
    Polemarco, quien estaba acompañado por Adimanto, Nicerato
    y algunos otros que también regresaban de las
    fiestas.

    Polemarco invita a Sócrates a
    su casa, quien acepta.

    En la casa Sócrates, se encuentra con
    Céfalo, quien lo saluda cordialmente. Sócrates
    demuestra mucho agrado por poder
    conversar con alguien de su experiencia en la vida y le pregunta,
    como considera a la ancianidad.

    Céfalo, le responde, que si bien lo
    acompañan algunos deterioros, estos le traen algunas
    recompensas y agrega que no saber tolerar la vejez depende
    no de los males humanos, sino del carácter.

    Sócrates opina que si bien su vejez es
    buena, lo que influye es su riqueza.

    El anciano, le contesta, que la riqueza tiene sus
    ventaja que es la de pagar deudas, tanto a los dioses como a los
    hombres. Pero no es la cuestión de la riqueza o de
    la pobreza la
    que preocupa a los hombres, sino la conciencia de
    haber sido justo o injusto durante su vida.

    Sócrates expresa:

    "Pero, ¿es propio definir la
    justicia
    haciéndola consistir simplemente en decir la verdad y en
    devolver a cada cuál lo que de él hemos recibido?
    ¿O no es ello justo o injusto según las
    circunstancias?"

    Céfalo acepta lo expresado por Sócrates, y
    son interrumpidos por Polemarco, exponiendo lo que dijo el poeta
    Simónides:

    "Es propio de la justicia
    devolver a cada uno lo suyo."

    Céfalo, pide retirarse, ya que debe terminar sus
    sacrificios, dejando a su hijo para continuar con el diálogo.

    Sócrates acepta que Polemarco continúe con
    el diálogo y además le solicita que explique lo que
    expresó Simónides, puesto que el no lo ha
    comprendido.

    Luego de un extenso diálogo socrático,
    Polemarco modifica la definición dada anteriormente y
    dice, Justicia es hacer el bien al amigo que es bueno y
    perjudicar al enemigo que es malo.

    Trasímaco interrumpe el diálogo y le pide
    enérgicamente a Sócrates que termine de hacer
    preguntas y obtener respuestas, sin dar nunca ninguna
    opinión.

    "¡Exijo una contestación
    precisa!"

    Sócrates sorprendido y algo asustado trata de
    calmarlo y le dice que si tiene una definición de que es
    la justicia, dé su opinión.

    Explica que no dirá nada hasta que no reciba su
    dinero. A tal
    solicitud Glaucón y los demás están
    dispuestos a pagarle, con tal de escucharla.

    Trasímaco dice:

    "Sostengo yo, que la justicia no es otra cosa que lo que
    conviene al más fuerte."

    Sócrates, le dice, que no entiende si puede
    explicarlo.

    Trasímaco, molesto por sus preguntas y su
    constante pedido de aclaración accede y explica; que
    algunas ciudades se rigen por tiranías, democracias o
    aristocracias y que esta tiene el poder de
    dictar las leyes que les
    convienen a cada uno. Y su pensamiento es
    que todas las ciudades, la justicia no es sino conveniencia del
    gobierno
    establecido y éste es el que tiene el poder.

    Sócrates y Trasímaco luego de un largo
    diálogo acuerdan que:

    El arte de la
    medicina consiste
    no en negociar sino en curar a los enfermos .El pilotaje de un
    barco, se define no por ser el piloto simplemente un marino, sino
    el que ejerce el mando en la nave.

    En relación a la conveniencia de las diferentes
    artes, Sócrates realiza su análisis.

    Las diferentes artes no ordenan lo conveniente para
    ellas mismas, sino para otros. Por lo tanto, la medicina busca lo
    conveniente, no para sí mismo, sino para el enfermo. Del
    mismo modo, el patrón del barco no ordena lo conveniente
    para sí, sino para la tripulación
    entera.

    En conclusión, nadie que tiene gobierno (sea el
    arte que sea)
    en cuanto gobernante ordena lo conveniente para sí mismo,
    sino lo conveniente para el gobernado.

    Trasímaco, descalificándolo, le contesta
    que así como no se engordan las ovejas para otros, tampoco
    se practica la justicia en beneficio de los demás, sino de
    uno mismo.

    Además según su opinión la
    injusticia es sabiduría y virtud, sobre todo cuando es
    perfecta y subyuga ciudades y naciones.

    Sócrates, le responde:

    "De igual modo, antes de haber resuelto la primera
    cuestión que nos planteamos, es decir, en qué
    consiste la justicia, la dejé de lado y me lancé al
    examen de si era vicio e ignorancia o sabiduría y virtud;
    y al plantearse después la cuestión de si la
    justicia es más ventajosa que la injusticia,
    abandoné la segunda y

    me lancé en pos de esta última. De suerte
    que en todo el curso de nuestro diálogo he llegado a la
    conclusión de que nada sé. En, efecto, no sabiendo
    lo que es la justicia, mal puedo saber si es o no una virtud, y
    si el que la posee es feliz o desgraciado."

    Libro
    II

    Quién inicia este diálogo es
    Glaucón, que no aprueba la retirada de Trasimaco, ni
    tampoco que Sócrates no exprese una definición
    precisa de lo que es la justicia.

    Luego de esta explicación describe tres clases de
    bienes que se
    persiguen como; la alegría, los placeres sin mezcla de mal
    y la gimnasia, la
    curación de una enfermedad, el ejercicio de la medicina y
    cualquier otra profesión lucrativa, de estos
    últimos podría decirse que son penosos, pero
    útiles.

    Sócrates, reconoce estos bienes, pero
    le aclara que no entiende que se propone. Glaucón, le
    pregunta, en cual de ellos ubicaría la
    justicia.

    Sócrates, le dice:

    "Por supuesto que en la mejor, o sea, entre aquellos
    bienes que hay que amar por sí mismos y por sus
    consecuencias, si quiere uno ser feliz."

    Glaucón, le explica, a Sócrates que va a
    elogiar la vida del injusto y al hacerlo quiere demostrarle de
    qué modo quiere oírle atacar la injusticia y alabar
    la justicia.

    Comienza su exposición
    sobre la naturaleza y el
    origen de la justicia, la cual dio origen a las leyes y a las
    convenciones. Prosiguió planteando que la experiencia
    estaría a favor de lo afirmado por Trasímaco.
    Mencionan la leyenda del anillo de Giges y plantea:

    …"Como dicen los defensores de la doctrina que
    expongo, todo hombre cree,
    con razón, que la injusticia es más útil que
    la justicia."

    Cuál sería la conducta del
    hombre, si
    según la experiencia general, parecería que la
    injusticia y la justicia sólo deberían apreciarse
    de acuerdo con los resultados favorables o desfavorables que
    proporcionan.

    Sócrates tenía el propósito de
    contestarle, pero su hermano Adimanto tomó la palabra y
    dijo:

    "¿Crees tú Sócrates, que la
    cuestión ha sido suficientemente debatida?"

    Sócrates y Adimanto acuerdan, que supla a su
    hermano en lo que haya omitido. Este expresa que por las
    costumbres de la religión popular,
    desde los tiempos de Homero y
    Hesíodo hasta la actualidad el injusto, logra hacer
    olvidar sus crímenes mediante espléndidos
    sacrificios y oraciones. Los poetas y escritores están de
    acuerdo en afirmar que la virtud es honorable, pero que casi
    siempre va acompañada de sufrimientos; mientras que el
    vicio, a pesar de que se conviene en considerarlo deshonroso, es
    ciertamente agradable.

    Explica, las consecuencia que se deducirá de todo
    esto, y es que el joven inteligente llegará a la
    conclusión de que su felicidad radica en practicar la
    injusticia y evadir sus posibles consecuencias desagradables,
    utilizando la astucia o buscando una adecuada asociación
    que lo proteja.

    Aclara además, que existen entidades políticas
    que lo defenderán, y puede también, mediante
    regalos, eludir la aplicación de la ley. En cuanto a
    la religión,
    en caso de que existieran dioses, éstos no se interesan
    por los seres humanos.

    Adimanto, prosigue con su diálogo aclarando que
    tanto Trasímaco o cualquier otro, podrían alegar
    sobre la justicia y la injusticia, tergiversando la esencia de
    una y otra. Pero, que espera de Sócrates, el elogio de la
    justicia y la condena de la injusticia, que les haga ver los
    efectos que una y otra, producen en quienes las posean, por ser
    la una un bien y la otra un mal.

    Sócrates elogia a los hermanos por sus
    exposiciones y luego de un diálogo con estos les
    dice:

    "Si admites una justicia para el individuo,¿no
    admites también otra justicia para la ciudad
    entera?"

    Sócrates, les dice, que primero examinará
    como se aplica la justicia en al Estado. Para
    ello utilizará el ejemplo, de seguir el crecimiento en una
    ciudad típica o modelo, a fin
    de descubrir mejor dónde radican la justicia y la
    injusticia. Aspira a la presentación de un gobierno que
    sea por sí mismo la encarnación de lo justo.
    Gradualmente, Sócrates, explica la concepción del
    Estado
    perfecto. Una organización social simple, reducida a lo
    mínimo.

    La ciudad se basa en el principio de la
    especialización de modo que el hombre deje
    de ser solitario y obtenga y preste ayuda. Requiere para su
    funcionamiento la especialización en el trabajo.
    El Estado se
    agrandará y necesitará de más territorio por
    lo que esta ciudad ideal no queda excluida de la posibilidad de
    la guerra, que
    puede surgir en cualquier momento. Entonces será preciso
    que los soldados, en esta organización del Estado, sean
    especialistas; además de tener en cuenta sus dotes
    naturales, se los adiestrará en forma adecuada.

    Según ello pregunta:

    "¿Será fácil encontrar una mejor
    que la establecida entre nosotros desde hace largo tiempo y que
    consiste en educar el cuerpo por la gimnasia y el
    alma por la música?"

    Su diálogo continúa enunciando que cosas
    le serán permitidas a los guerreros y cuales no. A tal
    punto que acomodarían los poemas de
    Homero para
    que los maestros los utilicen solo con el fin de educar
    guardianes piadosos y semejantes a los dioses en tanto que la
    naturaleza
    humana lo permita.

    Libro
    III

    "Estas son- dije- las normas de las
    narraciones sobre los dioses que, según nuestro parecer,
    conviene que oigan o no oigan desde la infancia los
    que han de honrar a esos mismos dioses y a sus padres y apreciar
    sobremanera la amistad"

    En su educación se
    deberán censurar los mitos y
    fábulas
    ya que se las considera como mentiras y que presentan a los
    dioses y a los héroes llorando, riéndose
    incorrectamente, mintiendo, utilizando un lenguaje
    injusto y lamentándose, las cuales son peligrosas. Se les
    leerán los pasajes, en que los héroes aparecen
    leales, valientes, templados, desinteresados y dóciles a
    sus jefes, los cuales serán sus modelos.

    No admitirán en el Estado a
    los poetas. Se los despedirá pero, antes se les
    rendirá un homenaje con perfumes y guirnaldas..

    Siguiendo con el plan de educar a
    sus soldados, Sócrates, le pregunta a Adimanto:

    "¿No debemos examinar ahora el carácter
    del canto y de la melodía?

    Adimanto acepta, pero Glaucón riéndose, le
    expresa a Sócrates no está en condiciones de
    responder aunque lo sospecha.

    Sócrates, le replica que hay en un punto que
    sí puede responderle ,en que la melodía está
    compuesta por tres elementos: letra, armonía y
    ritmo.

    La regla a la que arriban es, que la armonía y el
    ritmo respondan a las palabras y estén a ellas
    subordinadas, porque a una narración simple le corresponde
    una armonía sencilla y varonil que penetre el alma de los
    guerreros y el ritmo deberá expresar lo mismo.

    El sentimiento de lo bello es el que deben cultivar
    desde muy temprano y desenvolver en el alma de los
    jóvenes, para que aprendan, no solo a amar la belleza,
    sino también ponerse con ella en el más perfecto
    acuerdo.

    Luego, Sócrates, le plantea:

    "Después de la música, la educación
    gimnástica ha de formar a los jóvenes."

    Aceptando la necesidad de una gimnasia desde la infancia y el
    curso de la vida, que ejercite el cuerpo una vez cultivada el
    alma, sin exceso y de una alimentación sin
    condimentos, los cuales traen desarreglos y enfermedades.
    Sócrates aclara que cuando un Estado necesita
    médicos y jueces para remediar los desórdenes del
    cuerpo y del alma, es una señal de que el Estado carece de
    fuerza..Sí, es necesario aceptar la
    medicina en casos de necesidad y jueces para los casos de
    diferencias entre unos y otros, pero debe estar compuesta de
    ancianos dotados de almas virtuosas y buena las que no
    tendrán dificultad para para arreglar los conflictos.

    Acuerdan, que deben evitar el abuso de la música,
    para no afeminar las almas y el exceso de ejercicios
    físicos para no lograr temperamentos brutales. Es
    necesario un acuerdo armonioso entre lo físico y lo
    moral de los
    guerreros para lograr una educación
    adecuada.

    Sócrates afirma:

    "En nuestra ciudad, Glaucón, nos será
    siempre necesario un gobernante que reúna estas
    condiciones, si queremos que subsista su organización
    política."

    Para esto, Sócrates, propone como condiciones que
    los gobernantes deben ser los ancianos, entre ellos los mejores
    guardianes y que luego de un examen, sea el más dispuesto
    para cumplir con lo que es útil para la ciudad.

    Propone además un régimen conveniente de
    vida y alojamiento.En primer lugar, ninguno tendrá nada
    que le pertenezca, excepto los objetos de primera necesidad;
    segundo, ninguno tendrá casa donde no pueda entrar todo el
    que quiera. En cuanto a sus alimentación
    recibirán de los demás ciudadanos aquellos que
    puedan necesitar como recompensa de la defensa que les prestan,
    sin que nada les sobre, ni les falte. Harán vida en
    común y sus comidas serán colectivas, como soldados
    en campaña.

    Ellos, entre todos los ciudadanos, son los únicos
    que no podrán tocar ni oro ni plata, ni entrar en casas
    donde los haya, ni llevarlos sobre sí, ni beber en vasos o
    manejar utensilios de oro y plata. De

    esta manera podrán salvarse ellos y ser la
    salvación de la ciudad.

    "Tales razones me han llevado a determinar el
    alojamiento de los guardianes y de cuanto debe
    pertenecerles.

    ¿Conviene dictar una ley que lo
    sancione?

    -Sin duda -respondió Glaucón.

    Libro IV

    Adimanto, realiza la objeción que estos
    guerreros, privados de todos los bienes que se refieren a
    la

    vida, más semejante a auxiliares a sueldo, sin
    otra misión que
    defenderla, no será muy dichosa.

    Sócrates responde:

    "Sí , y además no ganan más paga
    que el sustento, pues aparte de é1 no reciben salario alguno,
    a

    diferencia de los otros ciudadanos, de modo que no
    pueden salir de la ciudad por su propio placer, ni gastar
    el dinero con
    cortesanas, ni emplearlo, aunque lo quisieran, en tantas cosas en
    que lo usan aquellos que son tenidos por dichosos."

    Expresa que quizá puede ser feliz, pero que de
    todos modos esto nada importa. Al constituirlos en guardianes de
    la ciudad, no es su felicidad la que se tiene en cuenta, sino el
    bien de la ciudad. El interés de
    algunos no merece ninguna consideración cuando se trata
    del interés
    general. Tan pronto como éste se halle asegurado, cada uno
    gozará, según su ocupación, de la felicidad
    que esté naturalmente unida a ella. Lo importante es que
    cada ciudadano y cada clase se mantenga en su puesto.

    A este fin se fijaran las leyes contra la opulencia y la
    pobreza
    ,contra la extensión de los límites
    del Estado, contra las innovaciones en la educación y sobre
    los hábitos y costumbres de los jóvenes. Aclara que
    una generación bien formada y educada proporcionará
    mejores padres para la próxima. Por lo tanto no creen
    necesario dictar leyes sobre los convenios de compra y venta, sobre las
    injurias, las demandas de justicia y los nombramientos de jueces,
    sobre la fijación de impuestos y lo
    relativo al mercado urbano o
    marítimo y otras cosas semejantes.

    A partir de aquí, Sócrates, expresa que ha
    quedado fundada la ciudad y si está bien constituida debe
    tener todas las virtudes: la prudencia, el valor, la
    templanza y la justicia.

    Según Sócrates:

    " La ciudad que hemos descrito me parece en verdad
    prudente, por ser acertada en sus deliberaciones."

    La prudencia se encuentra en la ciudad, en los
    gobernantes y que entre todas las ciencias es la
    única que merece llamarse prudencia.

    " En cuanto a la cualidad que se llama valor, y a la
    parte de la ciudad en que reside, no me parece difícil
    descubrirlo."

    El valor se encuentra en la misma clase de ciudadanos,
    los guardianes, por la educación que han recibido y es una
    cualidad propia de la ciudad.

    "Dos cualidades quedan aun por descubrir en la ciudad,
    la templanza y, por último, la justicia, que es el
    objetivo de
    nuestras investigaciones.

    Aquí, Sócrates, explica que la templaza
    consiste en la armonía entre la prudencia y el valor,
    está entre lo menos bueno y lo mejor por naturaleza que
    hay en la ciudad o en una persona. Luego de
    un largo diálogo llegan a la conclusión que la
    justicia, consiste en ocuparse únicamente de los propios
    asuntos. Es el origen de las tres virtudes: prudencia, valor y
    templanza, es decir la virtud que concurre con las otras a la
    perfección de la ciudad. Si sucediera lo contrario, la
    usurpación de los derechos del otro, eso es
    injusticia.

    Sócrates dice:

    "Si la idea de justicia, tal como acabamos de exponerla,
    se aplica a cada hombre en particular, y la seguimos reconociendo
    como justicia, tendremos necesariamente que aceptarla, pues,
    ¿qué más podríamos decir? EI caso
    contrario, seguiremos investigando por otro lado. Pero, de
    momento, terminemos la investigación en que venimos
    ocupándonos persuadidos de que nos sería más
    fácil reconocer la justicia en el hombre si
    antes procuramos observarla en un modelo
    más grande que la contenga. Ahora bien, nos pareció
    que ese modelo más grande era la ciudad, y la fundamos lo
    más

    perfecta posible porque sabíamos que la justicia
    se encontraría en una ciudad bien organizada. Traslademos,
    pues, al individuo lo que descubrimos allí; si existe
    paridad entre una y otro, todo andará bien; pero si
    encontramos alguna diferencia en el individuo volveremos de nuevo
    a la ciudad para profundizar nuestra investigación, puede que al compararlos y
    al frotarlos, por así decirlo, una con el otro, logremos
    que brille la justicia como surge el fuego de dos leños
    secos, y una vez que se manifieste podamos confirmarla en
    nosotros mismos."

    Estas virtudes, son necesarias también para la
    perfección del individuo. Se comprueba por la existencia
    en el alma de tres facultades que corresponden a las tres clases
    que forman el Estado. Resulta obvio que el carácter que
    atribuimos a una comunidad es el
    resultado de lo que son sus integrantes. Lo difícil es
    determinar si obramos movidos por tres principios
    diferentes o por uno solo, esto es, si el alma, toda entera,
    interviene en cada uno de nuestros actos.

    Si hubiera conflicto
    entre la razón y el apetito, el coraje, a no ser que el
    alma esté pervertida, se inclinará por la
    razón. La unidad del alma se demuestra mediante varios
    ejemplos, de modo que las virtudes quedan definidas en sus
    relaciones con el individuo, a la manera de cómo se
    aplicaron en el Estado. La justicia consiste en que cada una de
    las facultades cumpla en el alma y en el individuo con la
    función
    que le ha sido asignada. La injusticia se deriva del no
    cumplimiento de las funciones
    adecuadas y propias.

    Por lo tanto, justicia es armonía y salud del alma, mientras que
    injusticia es enfermedad y discordia. Esta es la respuesta al
    problema con que se había iniciado el diálogo. Si
    la vida no vale la pena de vivirse cuando el cuerpo está
    enfermo, mucho menos cuando está enferma el alma. Una vez
    llegado a este punto, Sócrates propone que se revisen los
    modelos de
    degeneración tanto en el Estado como en el hombre, a fin
    de comparar su infelicidad con la felicidad del hombre justo y
    del Estado ideal.

    Libro V

    Luego de un diálogo que mantienen entre Adimanto,
    Polemarco y Glaucón, puestos de acuerdo, le dicen a
    Sócrates que no han tratado el tema de las mujeres y los
    hijos.

    Sócrates, expresa, que deberán volver a
    tratar un asunto que tendrían que haberse ocupado
    antes:

    "Para hombres nacidos y educados como los que hemos
    descrito no hay, en mi opinión, otra recta norma de
    posesión y trato de las mujeres y de los hijos que la que
    se deduce de hacerlos seguir el camino que trazamos al principio.
    Comparamos a esos hombres, creo, con los guardianes de un
    rebaño."

    Sócrates, opina, que las mujeres y los niños
    de los guardianes se convierten en bienes comunes. En primer
    lugar enseña que las mujeres poseen las mismas capacidades
    que los hombres, aunque generalmente en grado menor; por lo
    tanto, nada se opone a que participen de la misma
    educación y ocupaciones que los guardianes. Hombres y
    mujeres pueden colaborar y trabajar para el mismo fin.

    Con miras a un más seguro éxito
    de las tareas y objetivos
    propios de los guardianes, propicia una especie de matrimonio
    común, que mejoraría la raza, libraría a las
    mujeres de obligaciones
    insignificantes y contribuiría a una más completa
    unidad y armonía de sentimientos en el Estado.

    Sócrates pronuncia en general los ideales, tanto
    en arte como en política, que sean o
    no completamente realizables .

    Se trata de una ciudad ideal o modelo, en la cual se
    supone que todo es perfecto porque sus diversas partes
    contribuyen al debido equilibrio,
    contra aquellos que la critican desde una realización
    concreta en un mundo de seres imperfectos que no se ajustan ni
    pueden ajustarse a su cumplimiento integral.

    A continuación, Sócrates, se propone
    averiguar que defectos impiden las otras ciudades el ser
    gobernadas como la que plantea y cual es el cambio que
    debe introducir para que se asemejen a lo que han
    organizado.

    " En tanto que los filósofos no reinen en las ciudades, o en
    tanto que los que ahora se llaman reyes y soberanos no sean
    verdadera y seriamente filósofos, en tanto que la autoridad
    política y la filosofía no coincidan en el mismo
    sujeto, de modo que se aparte por la fuerza del
    gobierno a la multitud de individuos

    que hoy se dedican en forma exclusiva a la una o a la
    otra, no habrán de cesar, Glaucón, los males de las
    ciudades, ni tampoco, a mi juicio, los del género
    humano, y esa organización política cuyo plan hemos
    expuesto no habrá de realizarse, en la medida de lo
    posible, ni verá jamás la luz del sol. He
    aquí lo que desde hace tanto tiempo vacilaba
    en decir por darme cuenta de que repugna a la opinión
    general. Para la mayoría de las personas, en efecto, es
    difícil concebir que la felicidad pública y privada
    no pueda alcanzarse en una ciudad diferente de la
    nuestra."

    Glaucón alaba a su maestro y continúan con
    el diálogo en el cual distingue tres clases de hombres :
    los ignorantes, que no saben nada; los que creen saber, que en
    lugar de ciencia tienen
    opiniones, porque se dejan llevar por apariencias; los
    filósofos, aquellos que se aplican a la
    contemplación de la esencia de las cosas. Los
    filósofos se interesan por el ser, son los únicos
    que poseen la ciencia de
    lo bello, del bien, de lo justo y de lo injusto.

    Sobre este supuesto se basa la afirmación de que
    los filósofos tienen que ser gobernantes o los gobernantes
    filósofos, si se quiere que tal clase de Estado exista en
    el mundo.

    Libro
    VI

    "En fin Glaucón, después de muchas
    dificultades y de una discusión bastante laboriosa, hemos
    establecido la diferencia entre los filósofos y los que no
    lo son".

    Según expresa Sócrates, el gobierno, no se
    confiará a ciegos conductores de ciegos, sino solamente a
    los que posean ideales claros; aunque se ha de procurar
    también que no les falte experiencia.

    Los amantes de la verdadera filosofía
    están destinados al gobierno del Estado ideal, porque se
    consagran a las ideas abstractas y a una concepción
    sistemática y coherente de la vida.

    El diálogo se desarrolla luego con la
    objeción de que la mayoría de los que se llaman
    filósofos no son capaces de gobernar ni aptos para ello.
    La culpa no está en la filosofía. Muchas son sus
    virtudes, pero también se halla expuesta a
    múltiples tentaciones: la riqueza, la belleza, etc., o el
    halago de la multitud.

    No considera verdaderos filósofos a aquellos cuya
    ciencia
    consiste en conocer y complacer los instintos, los gustos de la
    multitud heterogénea que se reúne para satisfacer
    sus instintos, opinando sobre ciencia,

    pintura, música o política.

    Es así como la filosofía, abandonada por
    los verdaderos sabios, cae en poder de personas indignas,
    deslumbradas por los hermosos nombres que se le aplican y sus
    brillantes apariencias. Por descalificada que esté,
    comparada con otras profesiones, proporcionará
    todavía gran prestigio entre los hombres

    La consagración exclusiva a la filosofía
    será la recompensa y el coronamiento de una vida empleada
    en servicios
    militares y políticos en el Estado. Ésta es la
    clase de hombres que debe ejercer el gobierno para que se
    organice una ciudad perfecta, tanto entre los griegos como entre
    los bárbaros. El filósofo está por encima de
    los celos y la envidia: por tener sus ojos fijos en los modelos
    celestes, se esforzará como gobernante en reproducir, con
    los materiales de
    la vida, aquella imagen del hombre
    que Homero presenta como semejante a un dios. Su reino en
    la tierra
    puede parecer un sueno, pero no es totalmente
    imposible.

    Puesto que el filósofo es la piedra angular del
    nuevo listado, su formación será objeto de
    especiales cuidados.

    No basta el método,
    que se aplica generalmente, de definir las tres virtudes en
    relación con las tres facultades del alma. Hay un camino
    más largo que están obligados a seguir, aquellos
    que quieren lograr el más elevado de todos los
    conocimientos, esto es, la idea del Bien. El bien es la base de
    la ciencia, la
    ética y
    la política. El hombre común se maneja con
    conocimientos prácticos pero el filósofo tiene que
    estar en condiciones de explicar razonadamente por qué es
    "bueno" o deseable ser valiente, casto, etc.

    Tal razón se basa a la postre en una
    concepción del sumo bien. La actitud del
    filósofo en relación al sumo bien, según
    Platón,
    se resume en poseer un concepto
    adecuado, estar en condiciones de definirlo, demostrar su
    superioridad con argumentos y defenderlo contra los opositores y,
    por último, en poder deducir sistemática Y
    evidentemente sus consecuencias éticas y
    prácticas

    Libro VII

    Sócrates, utiliza una comparación explicar
    que los que viven en este mundo se parecen a seres encerrados en
    una caverna, donde se hallan encadenados contra un fuego que arde
    a sus espaldas, de modo que sólo contemplan las sombras
    que pasan por delante, proyectadas por objetos que se mueven
    entre ellos y el fuego. Al sostener los hombres comunes que las
    sombras son la realidad, se oponen a los
    filósofos

    empeñados en contemplar el reino del día y
    de la brillante luz, causa
    última de todo. Quien haya logrado esta superación,
    no apreciará en lo más mínimo la
    sabiduría que afirman poseer los moradores de la
    caverna.

    Es preciso que la inteligencia,
    contrariamente a lo que enseñan los sofistas, pase de las
    sombras a la realidad. Desde la juventud debe
    aspirarse a este fin mediante la represión de la
    naturaleza sensible y la elevación de la mente a
    realidades más elevadas. Por eso, la ciudad ideal no tiene
    que ser gobernada por los que se demoran en lo sensible, sino por
    los filósofos que han visto la verdad, el verdadero
    Sol.

    Tal es la condición del Estado perfecto: los
    gobernantes no han de buscar el gobierno con miras al provecho
    propio; en cambio,
    condescienden a hacerse cargo del mismo, renunciando a su pesar a
    una vida más elevada.

    Sócrates plantea la educación que deben
    recibir:

    "Será pues necesario dedicarlos desde la infancia
    al estudio de los números, de la geometría
    y de toda la educación propedéutica que debe
    impartirse antes que la dialéctica, pero sin obligarlos a
    aprender por la fuerza."

    Describe luego las ciencias a que
    debe consagrarse el que está destinado a gobernar el
    Estado. Se trata de elevarlo de la zona de las tinieblas a la
    realidad. La aritmética es la ciencia más adecuada
    para ello, y

    también aquellas otras relacionadas con la
    aritmética, como la geometría,
    plana y sólida, y la astronomía.

    Presentan contradicciones aparentes que invitan a la
    reflexión; presuponen y desarrollan la facultad de
    concebir abstracciones y razones en forma consecuente, lo cual es
    indispensable para

    la aprehensión del "bien".

    Pero estos estudios no son sino preparatorios para la
    dialéctica, que corona la educación propia del
    filósofo. Es la única que nos proporciona una
    visión sinóptica de todo saber.

    El filósofo debe ser capaz, al renunciar a las
    imágenes sensibles y a las hipótesis, de elevarse, por medio de las
    ideas puras de la razón, a la idea del bien (pues
    éste es el más elevado principio)y de allí
    descender a lo particular de los sentidos. La
    dialéctica es la única ciencia que busca la verdad
    por sí misma, sin motivos ulteriores.

    La más elevada educación debe reservarse a
    los que se mostraron más capaces y dignos de aquella
    durante la juventud; de
    lo contrario, la filosofía quedará expuesta al
    ridículo y a la vergüenza. En la infancia, la
    instrucción será grata, algo así como un
    juego para
    discernir la capacidad natural de los niños.
    Durante los

    años consagrados a los ejercicios
    gimnásticos, se deben intercalar estudios más
    severos. Sólo a los veinte años se llevará a
    cabo una selección
    de los mejores discípulos, con la supervisión de la relación y
    conexión de los estudios ya realizados. Finalmente, a los
    treinta años tiene que hacerse una selección
    definitiva, de la cual surjan los que se consagrarán a la
    dialéctica. Siguiendo este proceso
    selectivo, no se corre el peligro de perturbar la moral y la
    religión al discutirse sus problemas por
    mentes inmaturas. Una inteligencia
    sobria y desarrollada no se intoxicará con discusiones,
    sino que distinguirá entre la investigación de la
    verdad y una heurística capciosa. Cinco años se
    consagrarán al estudio de la

    dialéctica. A Los treinta y cinco años,
    quienes hayan completado estos estudios, de nuevo
    descenderán a la "caverna" y participarán durante
    quince años en las tareas de la paz y de la guerra.
    Aquellos que surjan triunfantes, a la edad de cincuenta
    años, se convertirán en los verdaderos gobernantes
    y guardianes del Estado. Fijos sus ojos en la idea y modelo del
    bien, procurarán realizarlo en su propia vida y en el
    gobierno de la ciudad, dedicándose principalmente a la
    filosofía, pero participando también en el servicio del
    Estado. Así, una vez muertos, partirán a la isla de
    bendición y recibirán los honores debidos a los
    dioses.

    Glaucón, exclamó:

    "¡Sócrates, los gobernantes cuya imagen acabas de
    esculpir son de una belleza perfecta!"

    Sócrates a partir de esto le aclara que no solo
    se refiere a gobernantes sino también a gobernantas, las
    cuales hayan sido dotadas de aptitudes apropiadas.

    Libro
    VIII

    Sócrates, le aclara a, Glaucón, las cosas
    que han admitido para que la ciudad esté bien organizada,
    en las deben ser comunes las mujeres, los hijos, la
    educación, las ocupaciones de los gobernantes.

    Para llegar a su perfección es más
    evidente si la compara con especies de gobierno degenerativas o
    inferiores. Genéricamente se reducen a cuatro: la
    timocracia, la oligarquía, la democracia y
    la tiranía.

    Sócrates, desde el Estado ideal o aristocracia,
    muestra
    cómo, por sucesivas corrupciones, se desciende a la
    tiranía. Todo esto con miras a resolver la cuestión
    que se ha planteado previamente: la relativa felicidad del hombre
    justo o del injusto. El entendimiento, explica, no alcanza a
    comprender las causas de la degeneración, si desconoce
    aquella enseñanza de las musas de que todo lo que
    tiene un principio está sometido también a un fin.
    En el Estado perfecto, por descuido o por imposibilidad de
    control de los
    guardianes, pueden surgir personas ineptas para el gobierno. Si
    llegan a gobernar, vigilarán menos la pureza del
    Estado.

    En su fuero íntimo anidará un anhelo de
    riquezas y de lujo que hasta entonces sólo se
    reprimió por miedo a la ley y no por una verdadera
    vocación filosófica.

    La timocracia, entonces, engendra la oligarquía.
    Es una forma de gobierno en la cual los ricos mandan, desplazando
    a los pobres. Hay una oposición fatal entre la virtud y
    las riquezas; cuanto más se estiman las riquezas, menos se
    aprecia la virtud. El afán de riqueza suscita la violencia, y
    unos pocos, en perjuicio de la mayoría, se convierten en
    dueños del Estado. Para asegurar sus privilegios se valen
    de las armas, y los
    ciudadanos desposeídos viven expuestos a su capricho. Si
    la oligarquía conserva cierta respetabilidad aparente y no
    abusa en exceso de su situación, es por miedo a peores
    consecuencias.

    El abuso de las riquezas provoca la democracia.
    Ansiosos de aumentar sus ganancias, los oligarcas ignoran la
    existencia de hombres valientes que se hallan sumidos en una
    desesperada pobreza. No
    existe ley alguna que prohíba la indebida
    adquisición de riquezas. Los que están al frente
    del Estado se entregan a los placeres hasta que los pobres, que
    llegan a observarlos de cerca, comprenden que si no se apoderan
    del gobierno es porque no quieren.

    Esto basta para que estalle la revolución. Triunfante el pueblo, se
    establece la democracia, luego de eliminar algunos ricos y
    obligar a los restantes a vivir en pie de igualdad.

    Sócrates, expresa:

    "Ahora bien, ¿cómo se administran estas
    gentes?¿Qué sistema de
    gobierno constituyen? Porque es evidente que al hombre que se
    parece a él podremos llamarlo
    democrático."

    Plantea que como el hombre es libre, en la democracia,
    cada uno hace lo que le place y por eso, exhibe una infinita
    variedad de tipos de hombres y mujeres. No se exige cultura
    ninguna ni especial preparación para llegar a ser
    gobernante; además expresa que, basta con que se afirme
    ser amigo del pueblo.

    El demócrata típico, con todo, es aquel
    que, una vez vencidos los fuertes impulsos de su juventud, busca
    establecer una total igualdad entre
    las diversas inclinaciones –buenas y malas- de su
    alma.

    Acuerdan, Sócrates y Glaucón:

    "Ahora nos queda por tratar la más hermosa forma
    de gobierno y el hombre más hermoso, o sea la
    tiranía y el tirano."

    El exceso de libertad
    engendra la tiranía. Intoxicada por el abuso, la
    democracia denigra a los que quieren que se observen la ley y el
    orden. Desaparece toda disciplina y
    subordinación, hasta el extremo de que no hay respeto por
    ninguna ley, ya sea escrita o impuesta por la tradición.
    En medio de esa anarquía los más

    enérgicos y laboriosos se presentan ante el
    pueblo, como los defensores de sus derechos. De ese medio surge
    el conductor o jefe. Amenazado por los que disfrutan del
    gobierno, corre el peligro de ser asesinado, en caso de no
    convertirse en un lobo dispuesto a defenderse en cualquier forma.
    El pueblo, halagado por sus promesas, le presta su
    adhesión y lo protege Se impone, entonces, sobre sus
    enemigos, que se ven obligados a descerrarse, si no quieren
    sufrir la muerte. AI
    principio de su gobierno, el tirano es cauto, pródigo en
    sonrisas y promesas. Pero, una vez afirmado en el poder, provoca
    guerras para
    que el pueblo comprenda que necesita un dirigente, si no quiere
    exponerse al peligro de perder la libertad. Si
    alguien se opone a sus pretensiones, es eliminado. Es así
    como el Estado se priva de los mejores ciudadanos y el tirano
    utiliza los servicios de
    personas ruines. Día tras día necesitará
    más guardias y mercenarios, gente que lo rodee y proteja,
    obedeciendo incondicionalmente a sus caprichos. Durante un
    tiempo, se comportará con cierta aparente honestidad, hasta
    el día en que exprima a1 pueblo para que soporte y pague
    sus propios caprichos y los de la banda que lo rodea.

    El tirano se transforma en un déspota
    licencioso.

    Libro IX

    El diálogo se inicia con la descripción del tirano. Este se vale del
    artificio, el fraude, la
    violencia,
    todos los medios le
    parecen acertados para llegar al fin que se propone.

    La ciudad tiranizada es la peor; lo mismo pasa con el
    tirano.

    Sócrates, les pregunta, si el tirano no es el
    más desgraciado porque su alma esta sometida a las peores
    pasiones. Un alma en estas condiciones ignora lo que quiere
    realmente. A pesar de que es incapaz de gobernarse a sí
    mismo, se ve obligado a gobernar a los demás. Es un
    esclavo y un cobarde, desconfiado, sin amigos, sin
    alegría, una maldición para sí y para el
    mundo.

    Continúa expresando, que cuando los deseos
    pertenecen a las partes del alma codiciosa y ambiciosa se dejan
    guiar por la razón y por el
    conocimiento, en tanto, cuando el alma toda obedece a la
    parte filosófica y no se produce rebelión esta
    puede gozar de los placeres.

    A partir de esto puede proclamar quien es el gobernante
    más feliz. El verdadero aristócrata o
    filósofo, que empieza por reinar sobre sí mismo. Y
    el más miserable es el tirano, reverso del
    filósofo, esclavo de sus pasiones, que intenta esclavizar
    a los demás.

    Una segunda razón abona la mayor felicidad del
    que primeramente ha aprendido a gobernarse a sí mismo; y
    es que el amante de la sabiduría, en cuanto hombre, ha
    experimentado y sabe en qué consisten los deleites de
    los sentidos y
    la ambición.. Además, el filósofo enriquece
    su experiencia con otros dos criterios de su sano juicio: la
    inteligencia y el discurso de la
    razón o el logos.

    Finalmente, como tercer argumento, expone la falta de
    solidez y la relatividad de los goces inferiores. El hambre y la
    sed son indicios de la debilidad del cuerpo, así como la
    estupidez y la ignorancia son indicios

    de una especie de vacío del alma. Pero el cuidado
    del alma participa más de la verdad y proporciona un
    deleite mucho más auténtico que los placeres
    insatisfactorios de los sentidos.

    El alma del filósofo, en la cual las facultades
    disfrutan del placer propio de cada una de ellas, obtiene el
    verdadero placer al realizar las funciones que le
    son propias.

    El sabio conserva la armonía en su alma, mediante
    el buen orden de las facultades. Gozará del don de la
    verdadera ponderación

    Libro
    X

    Sócrates expresa:

    "-Y en verdad, aunque me atengo a muchas razones para
    creer que estamos fundando la ciudad más

    perfecta posible, lo afirmo, sobre todo, al considerar
    nuestro reglamento sobre la poesía.

    -¿Qué reglamento?
    -preguntó.

    -El que no admite en forma alguna que sea imitativa.
    Ahora, después de haber precisado con claridad las
    diferentes partes del alma, esta prohibición me parece de
    una necesidad mas absoluta y evidente."

    Aquí vuelve a remitirse lo que trató en
    los libros II y
    III. Por eso, al referirse a la poesía,
    expresa que los únicos poemas que
    deben admitirse son los himnos en honor a los dioses y los
    elogios de los grandes hombres.

    Al final del diálogo señala cuál
    será el destino de los justos y de los injustos. La mayor
    recompensa

    para la virtud consiste en la inmortalidad.

    La justicia, como ha demostrado antes, recibe ya su
    recompensa por sí misma en este mundo; pero todavía
    le aguarda una zona de fe y confianza, el premio definitivo. Para
    que lo ultimo resulte comprensible, expone el mito de Er.
    Los tiranos y responsables de injusticias reciben el castigo
    merecido por sus actos.

    Según se deduce de la fábula, todas las
    almas son iguales; serán durante su existencia terrena lo
    que ellas

    elijan. Por orden, cada una de ellas expresa su
    preferencia; pero, incluso para la última en elegir, si lo
    sabe hacer con discreción, se le presenta una vida amable.
    De esta preferencia previa depende la suma de bienes y de males
    que le esperan.

    Sócrates, le pide a Glaucón que le preste
    atención, reconociendo:

    El alma, es lo bastante fuerte para tolerar todos los
    bienes y todos los males; sin embargo, guiada por la
    inteligencia, debe seguir el camino del bien y practicar la
    justicia, para que cada uno sea el mejor amigo de sí mismo
    y de los dioses, haciéndose acreedor a una verdadera
    inmortalidad.

     

     

    Lilia Paris

     

     

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