Venezuela: granero del
mundo
Venezuela ha estado siempre
llamada a ser uno de los graneros del mundo.
Esta aseveración no
está dirigida sólo a afirmar el potencial
agrícola del país. La afirmación tiene
también otro valor muy
diferente pero a la vez muy relacionado. Para entenderla es
preciso preguntarnos que ha hecho Venezuela de
sí para llamarse o considerarse libre, país
soberano. ¿Acaso lo es sólo por la independencia
lograda en el siglo XIX y las ratificaciones de soberanía sobre un territorio reconocido
por la comunidad
internacional a lo largo de los años? Esta realidad ha
tenido vigencia durante ese contexto histórico, pero
está cambiando y va indefectiblemente a
cambiar.
‘Libre’ o
‘soberano’ ya no será la facultad de un
país de ejercer la autoridad
suprema e independiente sobre su territorio. Se deberá
entender como ente que puede proporcionarse la cualidad que ahora
no tiene. ¿Cuál es la ‘cualidad’ de un
país que ahora no tiene? Habrá tantas respuestas
como ciudadanos del país pero la historia tiene una sola: la
cualidad está en la revisión y en la
renovación, en la actualización. Las historia nos
dice que es preciso adelantarse a los cambios para ser abanderado
de los cambios. De lo contrario, los cambios se
adelantarán y entonces habrá que seguir a los
cambios. Venezuela haría bien en no desechar esta
advertencia y aceptar a la historia como consejera y guía.
Ella nos advierte que lo que es constante en el pasado es
probable en el futuro, que quienes desatiendan o ignoran sus
lecciones tienden a repetir sus errores, que menos malo es
agitarse en la duda que descansar en el error.
Venezuela debe reconocer que
posee otras cualidades económicas a las que actualmente
predica. Son las fortalezas para convertirse en marcador mundial
en áreas muy específica, entre ellas, la producción agrícola. Venezuela puede
proporcionarse la cualidad agrícola que ahora no tiene.
Pero si consideramos a la Venezuela de nuestra época,
incapaz de alimentarse a sí misma en las últimas
décadas, se pensará que convertirse en ‘uno
de los graneros del mundo’ es una
afirmación carente de
todo sentido, pero no es así. La indiscutible verdad, la
verdad sin rodeos, es que Venezuela puede. Posee grandes
extensiones de tierras aptas para el cultivo intensivo o
extendido, suficientes o abundantes recursos
hídricos, un clima estable y
básicamente predecible, emisión y luminiscencia
solar suficiente para muchos cultivos, vientos constantes y
moderados, topografía benigna en muchas áreas
cultivables que facilita la preparación de los suelos, el abono,
la siembra, el riego, la recolección, el transporte y
las comunicaciones, y el adecuado entorno
biológico. Posee además, en conjunto, otras
ventajas que la colocan por encima de países actualmente
productores masivos de cultivos. Cuenta con fuentes casi
ilimitadas de energía de diversos tipos y tiene una
privilegiada situación geográfica, condiciones
aún más determinantes para impulsar la comercialización de una macro-agricultura.
Lo tiene todo para vencer
dificultades y para convertirse en uno de los graneros del mundo,
pero no lo es porque simplemente no supera obstáculos que
ella misma se ha creado, entre ellos, la de creer que no es
país agrícola, una mentira que la hemos convertido,
por la repetición, en verdad tramposa. Por esa
mentira,Venezuela no se proporciona en el campo agrícola
la cualidad que ahora no tiene, la de granero del mundo. Sin
embargo, la decisión de que lo sea o no, no le será
opcional, ya no será una decisión de
soberanía. La nueva realidad la obligará a ser lo
que está llamada a ser, granero del mundo, lo quiera o no,
por las buenas o por las malas.
Cuestionar la lesión a
la soberanía en nuestros días ‘por las
malas’ se toma de rompe como una desorbitada
especulación. Se dirá que el país es libre y
soberano y el desarrollo de
su potencial agrícola lo aceptará como una
cuestión enmarcada en esas prioridades, nunca por
imposición de una presión
del mundo ni mucho menos por la fuerza, por
‘las malas’. Además, se dirá que nadie
como los venezolanos para conocer mejor a su país, para
definir sus prioridades de desarrollo y crecimiento y, por eso,
la presión o fuerza bruta externa, como respaldo a la
tesis de
‘por las buenas o por las malas’, no pasa de ser
alarmismo fuera de todo contexto.
Sin embargo, la historia que
hemos citado enseña hasta el cansancio que a medida que la
población aumenta y no es capaz de
abastecer con sus propios recursos sus crecientes necesidades,
demanda la
satisfacción de esas necesidades mediante el
abastecimiento de recursos producidos en otros territorios. Es
una presión inevitable. Treinta años atrás
la pesca del
atún aleta azul era una actividad costera y de
orientación artesanal en Japón y
en otros países. El agotamiento total de esas fuentes ha
llevado la pesca a alta mar, a distancias enormes y con buques
altamente capacitados. Se recurre a otras áreas, a otros
territorios para obtener las fuentes de suministro. Mientras
mayor es ese crecimiento poblacional y mientras más sean
limitadas las posibilidades o áreas de producción
para aliviar esa presión, esa población
ampliará su radio de acción,
inclusive el tecnológico con la ingeniería
genética.
La verdad económica
actual de Venezuela y la evidente debilidad que se nota en los
planes de desarrollo dan pie para afirmar que el país no
agudiza su visión de futuro, que no está en alerta
para anticiparse a los cambios para que los cambios la sigan y
para no estar, consecuentemente en la situación contraria,
para seguir a los cambios. Venezuela está en la peor de
las situaciones, a la espera del ‘qué va a
pasar’. Lo ha estado por décadas y se ha sorprendido
y se sorprende con los cambios sobrevenidos. Si no despabila, si
no despierta, continuará en lo mismo: seguirá a los
cambios.
II
La
Segunda Guerra
Mundial y las Naciones Unidas
modificaron momentáneamente el uso de la fuerza bruta para
la obtención de recursos
naturales en otros territorios. Inspirados en las horribles
consecuencia de la guerra, se ha optado, para la obtención
de nuevos recursos para satisfacer las necesidades de la
creciente población mundial, por explorar zonas extremas,
como es el mar abierto, tanto en la superficie como en sus
profundidades, y los desiertos y los polos. Se recurre
también a zonas que deberían haber permanecido para
siempre vírgenes e incorruptas. La exploración
petrolera en Alaska, en las tundras y las selvas tropicales es un
claro ejemplo. Estas exploraciones no son libres de guerra, pero
esa guerra es contra el medio
ambiente. En el desarrollo de todo ese proceso nunca
se ha descartado, como una presión permanente, la
acción de siempre sobre las fuentes tradicionales
sólo que ahora no se usa la fuerza bruta sino otro tipo de
fuerza. Es el poder
económico y financiero moderno, la influencia
internacional, y la ciencia y
la tecnología. Lo único inquebrantable
es el cohecho de la
sociedad
cómplice que acepta las devastaciones de países que
integran el llamado tercer mundo, los mayores productores de
recursos naturales y que aún retienen las mayores
reservas.
Sin embargo, estas alternativas
‘no-bélicas’ están en desgaste y
entrarán en una fase de agotamiento en la misma medida que
se agoten las disponibilidades, las facilidades y el acceso a las
fuentes tradicionales y aumente la población.
Rebrotará entonces el planteamiento del viejo concepto de la
colonización y la fuerza. En lo que se refiere a la
energía y la alimentación,
Venezuela, como reserva mundial, no escapará a esa
renovada presión. En ese momento los venezolanos
entenderán que Venezuela nunca fue una última
frontera ni el
maltratado y menospreciado subproducto de la abundancia petrolera
y de la terquedad de los venezolanos de no querer entender y
aplicar a tiempo la
siembra el
petróleo, lo que tanto enseñó
Úslar Pietri.
Se reconocerá que Venezuela
es lo que es, un territorio óptimo, prime, una
reserva exquisita y, además, dormida. Será llamada
a cumplir su responsabilidad, a ‘darse la cualidad que
ahora no tiene’, la cualidad de uno de los graneros del
mundo, y no lo será porque el gobierno o el
pueblo de Venezuela lo decrete o lo quiera sino porque se lo
reclamará su propia alimentación y su obligada e
inevitable cuota de participación en el alivio de
necesidades de otras partes del mundo. En ese momento, le guste o
no a los venezolanos, se convertirá en blanco directo y
abierto de los objetivos
extranjeros, aunque sea por la fuerza, por absurdo que ahora
suene.
Venezuela está a tiempo de
tomar sus acciones, de
destronar al balancín que se yergue frente al edificio de
la estatal petrolera en Los Chaguaramos, en la capital
venezolana, como el símbolo de su poder y que se ha
convertido en deidad del dolce far niente venezolano.
Está tiempo de comenzar a desplazar todo lo que en las
últimas décadas ha adormitado el espíritu
venezolano, en otra época heroico y emprendedor. Esa
diosa, representada con la forma del mecedor mecánico, ha
aletargado en el pueblo venezolano sus ideales y su manera de
pensar, pero la esencia de su espíritu real permanece.
Está a tiempo de despertar para hacer lo que tiene que
hacer, pero no le queda mucho tiempo.
Ese espíritu, tan detenido
como la dirigencia política y
económica, está obligado a reconocer que dejamos de
estar en aquel mundo donde se creía que todo lo que
subía tenía que bajar. Ese pequeño planeta
llamado Tierra hizo en
la segunda parte del siglo XX una minúscula pero efectiva
grieta en el infinito con la exploración espacial.
La Tierra, de
repente y aún con esa
pequeña grieta, se hizo
inconmensurablemente inmensa. Pero, a la vez,
paradójicamente, se ha convertido en un mundo chico. Esa
misma tecnología la hizo mínima. La Tierra es
ahora, para repetir la consabida metáfora, una aldea.
África o Asia no
están a una distancia de meses, semanas o días. Es
cuestión de horas y, si de comunicaciones se trata, de
nanosegundos. Esa miniaturización la hizo cada vez
más interrelacionada, más interdependiente. Las
dificultades de África, de Asia, de América, sur, centro o norte, se dejan
sentir aprisa en cualquier otro lugar porque están
demasiado cerca. Las guerras, las
guerrillas, el hambre, la sequía, las inundaciones, las
epidemias, los estragos naturales y los infortunios de otros
países u otros continentes no es cosa de otro, ya no son
ajenos a otros países o a otros continentes.
Venezuela es y será parte
de ese mundo chico. La depauperación que mata de hambre a
miles de seres, especialmente a niños,
en Asia, África y en nuestra propia América, no es
sólo un problema para los países que auxilian y las
instituciones
internacionales que acuden a ayudar. Lo es y lo será para
todos. Los países que creen que es ‘cosa de
otro’ y, en especial, para los países que son en
real o potencialmente productores de recursos, tendrán que
prepararse para la rectificación de su gravísimo
error. Lo deberán incluir en su agenda de
corrección al igual que la cuestión ambiental. Los
extensos daños ecológicos que se causen en
apartadas o cercanas fronteras deben ser tomados tan en cuenta
como si fueran propios porque, de hecho, lo son. Quizás
muchas deforestaciones y devastaciones en la amazonía
brasileña se hubiesen evitado si Venezuela hubiese
entendido que es un daño
propio. Si sola o en combinación con Brasil y/o
Colombia hubiese
explotado racionalmente sus extensos llanos para la agricultura,
posiblemente muchas de las devastaciones se hubiesen evitado. Si
esta reflexión es válida, Venezuela es en buena
parte tan responsable por esos desastres como lo es Brasil. Sin
embargo, ella todavía no siente la presión
ecológica en toda su magnitud porque los efectos no han
tocado visiblemente a los incrédulos o indiferentes, pero
cuando ello suceda, se le reclamará su pasividad y no se
podrá excusar diciendo que fue ‘cosa de
otro’.
Y el reclamo vendrá de
afuera porque, ya lo dijimos, Venezuela es un territorio
prime, exquisito, y la alimentación mundial
es un fardo que tendrá que ser compartida procurando a la
vez el equilibrio
ecológico. Esa creciente población mundial
demandará a Venezuela, y a territorios como el venezolano,
su cuota de participación en ambas responsabilidades. Ya
no se
mirará con benevolencia y
sonrisas que cada nuevo presidente venezolano sea un niño
pobre que encuentra un juguete caro y que al final de jugar, se
convierte en un niño rico que deja a un juguete pobre y
exasperadamente endeudado. El mundo mismo se sorprenderá
de su grave error de cohecho. Ya no darán risas las
payadas de los presidentes folclóricos y sus
compañeros de juegos con sus
abultadas cuentas bancarias
en los bancos de los
cómplices banqueros internacionales guardianes hasta
la muerte del
secreto bancario. Ese mundo hambriento y ecológicamente
destrozado se dirá a sí mismo y le dirá a
Venezuela y a los países como Venezuela: ¡YA
BASTA¡ y entonces reclamará resultados y no
excusas.
Si Venezuela hace caso omiso a
este reclamo porque no despierta, o nada hace porque prefiere
adorar al balancín, su diosa, o porque no sabe o porque
sencillamente no lo entiende, otros no harán por ella lo
que tiene que hacer sino que harán que lo entienda y que
lo haga, por las buenas o por las malas. De hecho, ya tiene esa
presión. Es el fuerte apremio alimentario interno, propio,
pero lo alivia porque tiene petróleo que le generan las divisas duras
para comprar alimentos en el
mercado mundial y
que le impiden recibir una clara señal. Este aviso siempre
le ha dicho que lo verdaderamente duro, como divisa, no es el
dólar sino su potencial agrícola. Los granos, la
moneda de las monedas, son los que se tienen que utilizar para
pagar con trueque o divisas obtenidas por las ventas de sus
excedentes sus otras importaciones
alimentarias que por limitaciones físicas o naturales no
son aconsejables económicamente de producir, o son
deficitarias.
Venezuela en las últimas
décadas ha mantenido una fuerte agricultura de puertos,
los barcos cargados de granos importados en los puertos
venezolanos. Habrán más o menos barcos dependiendo
de la producción interna venezolana. Pero en la
práctica, no es realmente la producción nacional ni
los precios
internacionales ni las divisas disponibles provenientes del
petróleo
la que determina los cargamentos en los barcos en la agricultura
de puertos. La agricultura de puertos la define el Ejecutivo
Nacional con sus licencias de importación u otros requisitos previos a la
importación. De esta manera, el estímulo a la
producción agrícola es,
directamente y en mayor o menor
medida, atribuible a esa política de Estado que a su vez,
depende de la producción nacional. Esa es lo que muchos
gobiernos han entendido como una política de
producción coherente, estable y permanente de granos. No
la perciben como una política de perdigonadas, de muchos
blancos pero con escasos aciertos. En ese círculo de
producción y juego
proteccionista, muy poco intervienen los precios internos que,
además, han estado o pueden estar regulados o subsidiados.
El libre juego del mercado, para la importación o la
exportación, no es el factor determinante.
La libre comercialización es apenas irrelevante. La
determinación ha sido la intervención estatal. Es
así como Venezuela ha entendido la comercialización
de sus productos
agrícolas de producción extensiva.
En el mundo moderno, lo que se
da por llamar commodities, los productos de consumo masivo
no terminados, como lo es el petróleo (tiene que ser
refinado para su consumo final) o los granos (tienen que ser
cocidos o preparados para su consumo final), que se embarcan a
granel y generalmente se negocian en lonjas especializadas,
compiten entre ellos, segundo a segundo, según el lugar y
el momento. En la jerarquía de elementos de
satisfacción a las necesidades humanas, uno será
más importante que el otro dependiendo de la coyuntura. En
un momento es la alimentación, en otro la energía,
quizás ambos a la vez, pero la situación
podría cambiar en fracciones de segundos. Depende en
qué medida satisfacen necesidades y en qué momentos
son esenciales para la vida, la salud y en muchos casos,
para la estabilidad de los gobiernos.
Venezuela, tradicionalmente, no
reconoce o admite esta realidad. Es más, desea continuar
centralizando su interés en
una sola jerarquía, la del petróleo y es por su eso
un país esencialmente monoproductor, tanto que su
producción es capaz de afectar al mercado mundial de
crudos porque tiene el poder de variar en más o en menos
centavos de dólar los precios internacionales. Esa es la
única influencia que tiene Venezuela en el mundo. No tiene
ninguna otra, y mucho menos en el campo científico,
cultural, económico o deportivo, y no le importa.
Internamente, esos centavos de dólar le confiere a los
políticos y los planificadores el margen populista de
votos que identifica lo que hoy en día se llama democracia, la
doctrina política favorable a la intervención del
pueblo en el gobierno.
Pero, como dijimos, el mundo
moderno es esa aldea que cada vez se hace más chica. Es en
la ‘aldea global’ donde estará el contexto
democrático. El gobierno de la mayoría de la
población de un territorio llamado Estado soberano se
convertirá en el gobierno de quienes entiendan las
necesidades globales, que a su vez, serán las propias. La
aldea global definirá el concepto de democracia. El
concepto actual de democracia y soberanía no será
lo que quiera la mayoría de un país sino lo que
quiera el mantenimiento
y la propagación de la esencia de la vida en la aldea
global. Es así como se tendrá que entender la
globalización. Quién lo ignore sufrirá
el enfrentamiento y ya sabemos que la vida será siempre la
triunfadora. Por eso Venezuela tendrá que acceder, le
guste o no. Si está preparada como granero del mundo
vencerá, de lo contrario será vencida. Ese nuevo
concepto no le permitirá a Venezuela, o a países
como Venezuela, su folclore político. El concepto de
tradiciones, creencias y costumbres políticas
propios cambiará y será sustituido por lo que
determinen las necesidades globales de vida. Deidades con pie de
barro, como el balancín en Los Chaguaramos, y los
mesías políticos que surgen cada cierto tiempo como
producto del
folclore político, irremediablemente caerán y con
ellos todo el daño que le han causado al espíritu
creador y combativo del venezolano.
La idea de que los países
son libres y soberanos, y que el desarrollo de su potencial lo
aceptará como una cuestión enmarcada en sus
prioridades, dejará de ser. Eso de que nadie como sus
nacionales para conocer mejor a su país y para definir sus
prioridades de desarrollo y crecimiento, pasará a ser la
auténtica ficción, y la Unión
Europea es un ejemplo vivo. La producción
agrícola de cada uno de sus países miembros esta
esencialmente determinada por los dictados de la conveniencia del
conjunto, de la Unión o, mejor, de la vida de y en la
Unión. La cesión de soberanía es una
realidad palpable, no teórica. Es un reflejo de lo que es
el mundo que se proporciona la cualidad que antes no
tenía, que se adelante a los cambios, que da paso a la
vida. ‘Por las buenas o por las malas’ no es
alarmismo fuera de todo contexto. Es real.
Para Venezuela convertirse en
un granero del mundo no significa que se producirá
gratuita y graciosamente para el mundo. La retribución
económica es esencial porque es el sustento de la
producción. Pero una cosa es producir, ser ‘granero
del mundo’ y otra es vender o, mejor, saber vender los
excedentes. Para vender bien, el país y los privados
tienen que conocer las reglas y prácticas de la
comercialización de los commodities. Los términos y
las costumbres
de negociaciones internacionales
son complejos, al igual que el idioma, las cláusulas y los
signos
crípticos contractuales relativos a embarque,
términos y condiciones bancarias y financieras,
penalidades, calidad del
producto y tiempo de entrega. La dilatada experiencia comercial
de casas comercializadoras extranjeras data de muchas decenas de
años, en ciertos casos, de cientos de años, como la
de algunas casas japonesas. Esa experiencia la llevan como
valioso activo en sus negociaciones con vendedores o compradores,
expertos o inexpertos, pero mientras mayor es la inexperiencia de
la contraparte, mayor es el aprovechamiento y las ventajas que
toma el comercializador internacional experto.
La comercialización no es,
por supuesto, un tema nuevo para Venezuela. A partir de la
nacionalización petrolera, los venezolanos comenzaron a
tomar figuración en ese proceso dentro de la industria
petrolera. En otras áreas, la más notoria de
relativa reciente aparición —y
desaparición— fue la Corporación de Mercadeo
Agrícola. También figuraron la CVG Internacional y
los Fondos para el Desarrollo del Café y
del Cacao. Fueron sin embargo, experiencias que llenan de
desánimo, o de luto. Son instituciones que han muerto o,
hasta donde se tiene conocimiento,
cadáveres insepultos
Fueron proyectos serios
de comercialización estable, inspirado en la planificación para la prevención,
pero, en buena medida, se convirtieron en medios
políticos para superar emergencias. A la
Corporación de Mercadeo Agrícola se la llamó
para resolver, mediante la importación, constantes
apremios de desabastecimiento alimentarios del país
mientras que era, al mismo tiempo, el administrador de
primera línea de las divisas preferenciales que se
otorgaban para la importación de esas deficiencias. Con
pleno conocimiento de las exigencias del cargo, con muy contadas
excepciones los nombramientos para dirigir ese ensayo no
recayeron en técnicos sino en políticos o en
técnicos convertidos en políticos, o amigos de los
políticos. Muchos de ellos, poco o nada conocían a
fondo lo que pasaba, o respondían a ‘ordenes
superiores’ que desviaban los objetivos previamente
trazados. Los resultados de esas fugaces aparición en el
firmamento comercial venezolano de serios ensayos de
comercialización niegan todo nuevo intento por el estado
venezolano y mucho menos reconocer la importancia de algo
así como una doctrina de comercialización porque la
desconoce o le tienen recelo y miedo.
Ese entorno de desconocimiento e
improvisión fue el tipo de ambiente
más acechado por el experto negociador internacional
independiente o representante de las tradicionales
casas
comercializadoras internacionales
y, buscado o no, surge el caldo de cultivo para la corrupción. En la CMA, el sonado caso de la
importación del maíz
surafricano y la compra del buque Sierra Nevada fue el que
más acaparó resonancia. Otros también
concentraron abultados centimetraje en los diarios de la capital
y desangramiento para el Fisco Nacional. Ante la imposibilidad de
saber controlar el absceso en que se había convertido, y
luego la incontenible purulencia de la corrupción, se optó de un plumazo de
dar corte a ese importantísimo ensayo de
comercialización. Sus oficinas principales ubicados en el
sector Boleita de Caracas dieron paso a la Dirección de Inteligencia
Militar. Muy poco se conoce acerca del destino de sus archivos.
Aparentemente no hubo interés real en preservarlos
adecuadamente ni retener las lecciones de las experiencias buenas
y malas.
Quizás se puede decir lo
mismo del transporte y los fletes marítimos, un
eslabón fundamental en la comercialización. Con
todos los factores comercializadores ideales a su favor, la
Venezolana de Navegación (CAVN) fracasó. Esta
empresa
estatal, con más de 70 años de existencia,
quedó para ser una depositaria de vicios y malas
prácticas y por eso quebró a pesar de las
millonarias cargas de commodities secos que se negociaban
para o a través del Estado venezolano. Esas cargas fueron
transportadas en su inmensa mayoría en buques de bandera
extranjera. La intervención de la CAVN en esas cargas se
limitaba a ser un intermediario para la obtención de la
dispensa, el waiver, de la bandera extranjera, algo que,
por lo demás no era, estrictamente hablando, un requisito
de ley. Sin embargo,
aún con esa intermediación que le significó
extraordinarios ingresos no fue
capaz de generar una flota ni una experiencia para las cargas a
granel digna de la bandera nacional. La única experiencia
que generó fue la de intermediación de fletes que
incremento los costos, por la
que muchas veces se le acusó, y no sin razón, como
una simple cobradora de peaje, que tuvo la particularidad de
tener inmensos ingresos y no pagar impuestos.
La industria petrolera, la que
sí tiene experiencia en comercialización, no
está exenta de culpas. Con su cerrada visión de
país, es igualmente culpable, pero culpable por
omisión. Para la industria petrolera, el país es
otro. No existe más allá de sus propias fronteras,
es decir, sus oficinas. Sus experiencias y conocimientos en el
campo de la comercialización son celosamente guardados
para otros entes del Estado. Las petroleras pudieron ser, y
pueden ser, un invalorable
auxilio a los intentos de
comercialización del Estado y de los privados.
Actuaría como lo hacen los expertos negociadores
internacionales. Ellos no sólo llevan a la mesa de
negociación la pericia y conocimiento sino
que están apoyados por toda una batería de reserva.
Muchas de esas comercializadores suelen tener representantes u
oficinas propias en los países huéspedes a cargo
muchas veces de ciudadanos del país que pertenecen a una
clase que
juega muy bien a la influencia política y
económica. Existe otro tipo de ayuda menos participativa
pero, que en su momento, pueden llegar a ser igualmente
útiles, como son las cámaras y asociaciones de
comercio en
los países huéspedes y las embajadas que si bien su
fin primordial es promover la amistad y el
intercambio comercial y cultural entre anfitrión y
huésped, y lo cumplen, también son en ocasiones
vehículos dirigidos a atender más a los intereses
extranjeros y a la inteligencia comercial. La experiencia de la
industria petrolera en la comercialización es muy
útil y debe servir de apoyo a todos los intentos de
comercialización que realice el país.
No se pueden dejar negociaciones
sobre la comercialización de commodities en manos de
funcionarios improvisados o peregrinos desconocedores de la
materia, de
sus prácticas, entre ellas, el lenguaje.
No se pueden tampoco desviar los objetivos y los organismos entre
sí deben prestarse muy estrecha colaboración,
compartiendo sus recíprocas experiencias. Son condiciones
básicas que deben ser tenidas muy en cuenta por
países productores en sus negociaciones internacionales.
Los desaguisados señalados reflejan razones por las cuales
los países productores de materias primas pagan y siguen
pagando caro su inexperiencia en la comercialización y por
eso no se proporcionan la cualidad que ahora no tienen, esto es,
los de marcadores mundiales en áreas específicas.
Si Venezuela repite sus nefastas experiencias, nunca será
por las buenas, un granero del mundo.
¿Qué se debe
hacer Venezuela para convertirse en ese granero del
mundo?
Parte de la respuesta ya han
sido dadas, en opinión del autor. Por lo pronto, puede
empezar por reconocer que debe aceptar que no es un país
industrializado y que no lo será en un futuro inmediato.
Esa cualidad de país industrializado que ahora no tiene,
tampoco la tendrá en ese futuro próximo. A la
industria que existe no se le niega su importancia, y se la
debe
estimular, pero no es lo
trascendental en estos momentos. Lo importante esreconocer, con
una convicción profunda, que es un país de grandes
fortalezas económicas y un excelente productor de materias
primas (petróleo, mineral de hierro,
aluminio,
bauxita, granos, aceites comestibles vegetales), y de ciertos
derivados. El grueso de su economía se basa en
esas producciones, y continuará apoyándose en
ellas. Es también un importante importador de materias
primas (trigo, harinas proteicas para la alimentación de
animales,
aceites crudos vegetales, granos, químicos etc.), de
productos industriales semi-elaborados y de tecnología.
Ese reconocimiento le permitirá comenzar a enfocar e
impulsar sus doctrinas de desarrollo conforme a esa realidad para
así hacer frente a los cambios globales. También la
prepararán para la conversión a un país de
un auténtico nivel industrial.
Los reconocimientos mencionados
no deberán responder a simples decretos o planes
genéricos de desarrollo sino a doctrinas, a
filosofías, unidas a otras filosofías y planes
concretos paralelos, como la es la austeridad, el ahorro, y la
recuperación, la libre comercialización, la
preparación del elemento humano y su mística, y
hasta prepararse para cambios radicales, entre ellos, de
conceptos de uso común, respetando siempre el libre juego
de la producción y comercialización de commodities
por todos los sectores. No es un proceso fácil que se
resuelve con plumazos, carpetazos, buenas intenciones o simples
cambios de ministros o presidentes. Tampoco es un proceso
rápido ni milagroso. Una porción de tierra que no
sea apta para la producción agrícola no lo
será porque lo determine un decreto. El proceso en su
conjunto es complejo y algunas partes puede llevar años,
pero hay que empezar. El recorrido de mil kilómetros se
empieza con un primer paso.
Respuestas más
específicas a la pregunta son extensas y seguirán
en la segunda parte de este trabajo.
Jorge Antonio Partidas
Alzuru
Datos
biográficos y otras informaciones del autor en:
artistasvenezolanos.com
(sección literatura)