- La arquitectura
barroca. - La escultura
barroca. - La pintura
barroca. - Renacimiento
hispánico. - La plenitud del
Renacimiento. - El Renacimiento
portugués. - La
escultura. - La pintura.
La arquitectura
barroca.
El contexto histórico de la España del
s. XVII impuso a la arquitectura una evolución distinta a la del modelo
europeo. Aquí el modelo herreriano, con su austeridad y su
simplicidad geométrica, pervivió hasta la primera
mitad del s. XVII, aunque la necesidad de lujo y
ostentación por parte de las clases dominantes lo
recubrió de una frondosa ornamentación.
Las estructuras de
los edificios son simples (nada que nos recuerde la
concepción de Borromini), las cúpulas son fingidas,
de yeso y sostenidas con armazón de madera, pero
los interiores se recubrían con grandes retablos, dorados
y pintados. Algunas fachadas, especialmente en Levante y en el
norte, se conciben casi como retablos y experimentan la misma
evolución que éstos: desde una ordenación
casi clásica, derivada del modelo de El Escorial, hasta la
complicación fantasiosa de los conjuntos de
J. Churriguera.
En la segunda mitad del s. XVII, los elementos
decorativos lo cubren todo y se introducien elementos nuevos,
como hornacinas, baquetones, quebrados, molduras
fantásticas, columnas salomónicas. Los Borbones
acaban imponiendo las normas del
clasicismo con la creación, en 1754, de la Real Academia
de Bellas Artes de San Fernando.
Inicia el barroquismo en la arquitectura española
el italiano G.B. Crescenzi con la decoración del
Panteón de El Escorial. Entre los edificios
representativos de la transición del herreriano al pleno
barroco cabe
citar San Isidoro el Real, de Madrid, obra del jesuita F.
Bautista, y la Clerecía de Salamanca, debida a J.
Gómez de Mora, autor también del proyecto de la
plaza Mayor de Madrid. Quien da el paso decisivo hacia el pleno
barroco es el granadino A. Cano, imaginero y pintor además
de arquitecto, al que debemos la fachada principal de la catedral
de Granada. Ya en pleno Barroco se desarrolló el
churriguerismo, nombre que deriva del arquitecto-escultor J.
Churriguera, autor del retablo de San Esteban, de Salamanca,
prototipo de los retablos barrocos españoles;
también realizó sus obras P. Ribera,
artífice del Madrid barroco, con la fuente de la Fama y el
puente de Toledo. En la primera mitad del s. XVIII sobresale N.
Tomé, con el Transparente de la catedral de Toledo; otras
obras dieciochescas son la fachada del Obradoiro de la catedral
de Santiago, el palacio del marqués de Dos Aguas, en
Valencia, y la fachada de la catedral de Gerona.
En la arquitectura colonial se pueden distinguir dos
épocas: la de la conquista (1492-1530) y la de los
virreinatos (1530-s. XIX). En la primera, predominan los
edificios de estilos hispanos sin presencia de elementos del
arte
indígena (azteca y maya en Nueva España, incaico en
Perú). En los ss. XVII y XVIII la arquitectura colonial
sigue los cánones del barroco andaluz, aunque ya incorpora
una decoración claramente indígena -a modo de
tapiz- que recuerda los relieves precolombinos, lo que
dará lugar a la arquitectura criolla. De la primera
época merece destacarse el palacio de H. Cortés, en
Cuernavaca, así como su catedral, las catedrales de Puebla
y de México, y
la iglesia de San
Francisco de Tlaxcala. De la segunda, y siguiendo la modalidad
andaluza, destaca la catedral de Zacatecas o la iglesia de Santo
Domingo en Oaxaca; de la modalidad criolla, San Francisco, de
Cholula, la capilla del Pozito, en Guadalajara, o la casa de los
Azulejos en México.
Desde el s. XVI, los imagineros castellanos -Berruguete
y Juní- prefieron como material de trabajo la madera,
generalmente estofada y policromada, técnica que consiste
en dorar la escultura, pintando encima y frotando después
donde se quería dejar el oro al descubierto.
A medida que avanza el s. XVI se acentúa el
sentimiento religioso, que se expresa a través del
realismo y del
patetismo. A partir del s. XVII los escultores se inspiran
directamente del natural: desaparecen los temas bíblicos y
los santos mártires y aumentan los relativos de la
Pasión, la Dolorosa, la Inmaculada y los santos
españoles recientemente canonizados (santa Teresa, san
Francisco Javier, san Ignacio), y aparecen las imágenes
procesionales y los pasos de Semana Santa.
Dos son los grandes núcleos de producción escultórica: la escuela
castellana, con su centro en Valladolid, y en donde destaca la
obra de G. Hernández (el «Cristo yacente», de
los Capuchinos de El Pardo, o el «Cristo de la Luz», de la
capilla de la Universidad de
Valladolid), y la escuela andaluza, centrada en Sevilla y en
Granada, con las obras de J. Martínez
Montañés (el «Cristo de la Clemencia»,
de la sacristía de los Cálices de la catedral de
Sevilla) y del granadino A. Cano (retablo mayor de la iglesia de
Lebrija, y la «Inmaculada», de la catedral de
Granada). Sus discípulos fueron P. de Mena («San
Francisco», de la catedral de Toledo, o la
«Magdalena», del Museo de Valladolid) y J. Mora (el
«Cristo de la Misericordia», en San José de
Granada).
La pintura
barroca.
Ante el rechazo de las imágenes religiosas que
propugnaban los protestantes, la religión
católica exalta, como contrapartida, el valor
religioso de la pintura y la escultura. Además, en el caso
español,
exceptuando algunos encargos y programas de
exaltación real y los géneros del retrato y del
bodegón, la temática religiosa es la dominante. Las
características más notables de las
imágenes religiosas son: verosimilitud y respeto a los
hechos (puesto que los espectadores tienen que pensar que los
hechos narrados no pudieron suceder de otra manera), estilo
teatral (que se traduce en una exageración de actitudes y
una acumulación de personajes, y que consigue su
máxima realización con los «pasos» de
Semana Santa, auténticos escenarios portátiles en
movimiento) y
realismo (ya que los sentidos
constituyen el vehículo de nuestro conocimiento
religioso).
Se suele hablar de realismo como algo inherente a la
pintura española, pero se ignoran a menudo las razones y
los condicionantes de este realismo. Es cierto que la pintura
barroca española se apoya en la realidad, en lo que ve,
pero usa esta realidad para acercarnos a la religión; es,
pues, un realismo instrumental. Se quiere recuperar un lenguaje
fácil, intimista, directo, para llevar al fiel por el
camino de la inmediatez y de la emoción. Donde existe una
aristocracia culta o una burguesía adinerada, surge un
arte profano (sería el caso de N. Poussin); pero la
sociedad
española es hermética y la Iglesia católica,
omnipresente. El único cliente es la
Iglesia, dado que los grandes de España ocupan los cargos
de virreyes fuera de España. La pintura profana es una
excepción: es el caso de D. Velázquez, y se da
porque trabajaba en la corte. La gran limitación del
barroco español estriba en el hecho de estar al servicio de la
Iglesia. Se trata, pues, de un naturalismo instrumental al
servicio de una fe religiosa.
El mundo de la Contrarreforma arranca del manierismo
(intelectual, principesco, imaginativo) y desemboca en el
naturalismo (inmediatez, cotidianeidad, intimismo). Gran parte de
esta nueva aproximación a la realidad nace en El Escorial:
los artistas italianos encargados de su decoración (P.
Leoni, L. Cambiaso, P. Tibaldi, T. Zuccaro, V. Carducci)
constituyeron una auténtica escuela manierista (al margen
del Greco y del resto de la pintura castellana).
Se suele clasificar a los pintores barrocos por
escuelas, en función de
sus centros de trabajo, y así se habla de escuela
valenciana, con F. Ribalta y J. de Ribera, llamado el
Españoleto; escuela andaluza, con F. Pacheco, F.
Zurbarán, A. Cano, D. Velázquez; escuela
madrileña, con A. de Pereda, fray J. Rizzi, J.
Carreño y C. Coello, y la escuela sevillana, con B.E.
Murillo y J. Valdés Leal, aunque esta clasificación
no permite explicar las grandes diferencias dentro de una misma
escuela, ni la evolución pictórica desde el
tenebrismo de influencia caravaggiesca hasta los primeros
indicios del neoclasicismo.
El arte plateresco.
El Renacimiento
español presenta unas características muy
peculiares respecto al que se extendió por Europa a fines
del siglo XV. Algunos autores lo han calificado de estilo poco
definido y poco canónico, dada la pervivencia de una
sociedad que tenía muy asimiladas aún las
características propias de la Edad Media, y
en la que la ostentación del gótico tardío
impedía la introducción de los nuevos valores
procedentes, sobre todo, de Italia. Pero, por
otro lado, también son notables las influencias que, en
los primeros momentos, llegaron de Francia,
Alemania y
Flandes. De todo ello resultó un Renacimiento que algunos
comentaristas definen como periférico, y que
despuntó con fuerza
desigual por regiones.
A finales del s. XV, los Reyes Católicos,
deseosos de establecer su protagonismo político frente a
la nobleza, se esfuerzan por atraer a artistas, sobre todo
italianos, y por adquirir obras, algunas de ellas vinculadas con
talleres florentinos, como los de Donatello y S. Botticelli. Con
todo, la fuerte tradición gótica no consigue que se
cambien las directrices, de manera que algunos edificios
representativos de esta época, como puede ser San Juan de
los Reyes en Toledo, de fines del s. XV, se caracterizan por
contener un alto grado de decoración arquitectónica
a base de blasones y emblemas nobiliarios o monárquicos,
en consonancia con el espíritu político del
momento.
A esta etapa que transcurre entre las últimas
manifestaciones claramente góticas y la lenta
implantación de los principios
renacentistas, se ha convenido en llamar arte plateresco,
lectura
localista del Renacimiento italiano, y que tiene como principal
característica la idea de aplicar a la arquitectura y,
sobre todo, a las fachadas, la técnica y la
ornamentación de los orfebres. Una de las primeras obras
que manifiesta esta tendencia es la fachada del hospital de la
Santa Cruz en Toledo y la fachada de la Universidad de Salamanca,
mucho más decorada que la anterior. Hay que tener en
cuenta, no obstante, que esta tendencia decorativista ya se
encuentra localizada en la Lombardía, concretamente en
Milán, a fines del s. XV. Resulta claro, pues, que este
decorativismo peninsular no se puede entender como una
ampliación del gótico sino como una
adaptación del modelo italiano lombardo. En otros
ejemplos, como pueden ser los hospitales de Santiago de
Compostela (1501), parece más clara la pervivencia del
gótico.
El artista que marca el paso a
las nuevas tendencias es Diego de Siloe con sus intervenciones en
las catedrales de Granada y Málaga, obras realizadas
después de una larga estancia en Italia. Pero es en la
zona castellana, sobre todo en Salamanca y Valladolid, donde
arraigará con más fuerza el plateresco, con
ejemplos destacados, como puede ser la casa de las Conchas en
Salamanca.
La figura de Carlos V y su nueva concepción
imperial marcan el verdadero punto de inflexión hacia la
nueva tendencia, sobre todo a partir del palacio que mandó
construir al lado de la Alhambra de Granada (1527). El arquitecto
que dirigió las obras fue P. Machuca, que había
sido discípulo de Rafael y Bramante en Roma. Su palacio
consiste en una planta centralizada en base a un cuadrado con un
patio central circular y abierto con dos pisos de columnas, donde
predomina el orden dórico. Probablemente, se puede decir
de él que es el edificio más clásico y con
más elementos italianizantes de todos los que se
construyeron en la Península. Al lado de Pedro Machuca
cabría destacar las figuras de Gil de
Hontañón, autor de la magnífica fachada de
la Universidad de Alcalá, y Alonso de Covarrubias, que
trabajó en el alcázar de Toledo.
Estas nuevas tendencias llegan a su punto culminante en
el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, obra magna de Felipe
II que se llevó a término en el plazo de veinte
años. La idea del monarca, que plasmaron los arquitectos
Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, consistía en
crear un cuerpo central, la basílica con el Panteón
de los Reyes, a cuyo alrededor se organizaba todo el complejo
edificio a base de espacios y volúmenes cúbicos:
monasterio, palacio, biblioteca y
patios. El resultado fue la plasmación en piedra desnuda
de la idea imperial del monarca. El conjunto sorprende por su
magnificencia a la vez que por su austeridad. La influencia
política y
estilística de Herrera y de su más grande obra se
dejó sentir sobre todo en los nuevos edificios de la
capital de los
Austrias, Madrid.
Mientras en España el plateresco vivía su
momento más álgido, Portugal experimentaba el paso
del gótico al Renacimiento con el estilo que se ha
convenido en llamar «manuelino» y que coincide con el
largo período de gobierno del rey
Manuel, de fines del siglo XV y primer cuarto del s. XVI. Es un
estilo de tradición gótica con injerencias
decorativistas que expresan el momento de expansión del
reino portugués y manifiestan la asimilación de
muchos elementos coloniales, así como una gran
imaginación creativa. Como ejemplo podemos citar el
monasterio de Belém. El resto de manifestaciones que
podrían llamarse renacentistas tienen como denominador
común el punto de referencia español o
francés.
En cuanto a la escultura, se dejó sentir, desde
un principio, la influencia de artistas foráneos, sobre
todo holandeses, franceses e italianos que trabajaron por encargo
de los Reyes Católicos o de la nobleza. Las obras que
alcanzaron mayor predicamento fueron los sepulcros que responden
al modelo del clásico túmulo para exponer el
cadáver. Destacan en todos ellos la representación
fiel de los rasgos anatómicos y los elementos
ornamentales.
El primer artista con una gran personalidad e
influencia es Alonso de Berruguete, que se formó en Roma
con Miguel Ángel. Su obra se caracteriza por la gran dosis
de espiritualidad que transmite y que expresa a través de
una amanerada gesticulación y de la composición
atrevida de sus figuras. Otro notable escultor de la época
es Juan de Juní, de origen francés, que sigue una
línea espiritualista parecida al anterior y que
trabajó fundamentalmente en León y Salamanca.
Dentro de una clara tendencia de exaltación de la monarquía, destacan las figuras de Pompeo
Leoni en los cenotafios de Carlos V y Felipe II en El
Escorial.
En cuanto a la pintura, sólo pueden destacarse la
escuela valenciana, que sigue los pasos de los grandes maestros
italianos y que tiene su principal representante en Juan de
Juanes, y la escuela sevillana, que vive a expensas del auge
económico que le confiere el comercio con
América.
En Castilla debemos destacar el foco de Valladolid con
la figura de Pedro Berruguete, y en Extremadura el cultivador de
temas piadosos y dulzones, Luis de Morales, llamado «el
Divino», que deja traslucir la influencia manierista de F.
Mazzola, llamado il Parmigianino.
La figura cumbre de la pintura renacentista
española y uno de los más grandes pintores de todos
los tiempos es El Greco. Nacido en Creta en 1541, unió las
influencias orientales al aprendizaje que
realizó en Italia, sobre todo asimilando la pintura
veneciana de Tiziano y Tintoretto. En Toledo supo captar el
espíritu caballeresco y los efluvios místicos del
alma castellana, traduciéndolos en sus lienzos a base de
un cromatismo y una técnica muy personales.
saray garcia