En esta monografía
me ocupo de algunos de los entretenimientos de los inmigrantes
que llegaron a la Argentina entre
1850 y 1950, tomando como fuente textos de escritores,
investigadores, inmigrantes y sus descendientes.
No todo era trabajo para los inmigrantes y sus
descendientes. También tenían sus entretenimientos,
a los que se dedicaban en compañía de
coterráneos y argentinos, o en la soledad propicia a
la lectura y a
la música.
…..Como afirmo en otra monografía (1), a los
inmigrantes les gustaba reunirse. En sus ratos libres se
encontraban para comer, conversar, bailar y recordar la tierra que
dejaron. Las fiestas de San Patricio y de Santiago
Apóstol, y el carnaval eran excelentes oportunidades para
entretenerse junto a los paisanos.
San Patricio es la "fiesta de todos los celtas". "El 17
de marzo, como todos los años, los irlandeses festejan su
santo patrono. Pero desde hace tres años se unen a esta
celebración, celtas de varias nacionalidades. Sólo
bastó dar una recorrida por todos los pubs que se
aglutinan, curiosamente, cerca de Retiro –y de la Torre de
los Ingleses- para encontrarse con parejas formadas por
individuos de diferentes comunidades celtas y una sola idea:
beberse toda la cerveza Guiness y
todo el whisky irlandés que hallaron durmiendo desde hace
justo un año" (2).
No obstante su apellido, Victor Hugo Ghitta evoca el
carnaval de la colectividad gallega. Recuerda "las largas mesas
familiares del Centro Lucense, en una Buenos Aires
cuyos esplendores y apego por las fiestas populares irían
menguando con los años, en bulliciosas noches de carnaval
en las que nos peleábamos por una falda con fervor e
inocencia mientras nuestros padres batían palmas y
meneaban caderas al ritmo del pasodoble o la muñeira,
después de haberse atragantado con las sardinas
españolas y las morcillas vascas y las batatas asadas al
carbón y los jamones tan perfumados como las
señoras que atiborraban la pista, atraídas por una
estridencia de trompetas y por las toreras de luces y las
fabulosas charreteras y los zapatos y los pantalones blancos de
los Gavilanes de España,
que era el conjunto musical que animaba las tertulias y las
verbenas" (3).
Para Jorge Fernández Díaz, el Centro
Asturiano de Buenos Aires es "esa Asturias de ficción
donde los desterrados simulan vivir en aquel tiempo y en
aquella patria". Su padre encontraba allí la felicidad
perdida: "Lidiaba con mi país de lunes a viernes, pero
reverdecía con el suyo los sábados y domingos: mi
padre se hizo ciudadano ilustre de una patria fantasmal
construida por la colonia argentina de asturianos"
(4).
En el recuerdo de Gladys Onega, las romerías de
Acebal "tienen el sonido de
España, pero las figuras y el escenario que conservo
están creados en Hollywood, tal como yo los veía en
las matinés de los domingos: los zapateos y
castañeteos de Agapo iniciando todas las noches la fiesta
con El Gato Montés, El Relicario o cualquier otro
pasodoble que bailará también a la madrugada, para
dar por terminada la fiesta cuando yo esté dormida en
brazos de mi tía Martina; el chanssonier de la orquesta de
Buenos Aires, por el que se volvían locas las chicas del
pueblo, con traje y zapatos blancos y cantando con una bocina:
(…) En ese recuerdo hollywoodense no hay pataduras, sólo
se ven las piernas que se entrecruzan, hienden los vestidos y se
meten en el cuerpo del otro, rozándose las medias de seda
con los brines y palmbeaches y sin pisarse, sin arrugarse, sin
que ningún paso en falso rompa la armonía. Todos
son artistas de cine,
perfectos en esa magia que me hace morir de envidia, pero que me
da la certeza de que algún día sería mi
turno" (5).
Una abuela gallega va al cine con su nieto. Escribe
Saccomanno: "En el Cine California daban El Conquistador de
Mongolia, con John Wayne, una de las primeras películas en
cinemascope. Al empezar la proyección, espantada, la
abuela se tapó los ojos. Las hordas de mongoles galopaban
sobre comarcas incendiadas. Vamos, rapaz, te urgió la
abuela. Las cimitarras se alzaban en la pantalla. La abuela se
agachaba en la butaca, aterrorizada, protegiéndose. Al
terminar la función,
todavía temblando, la abuela te dijo que no había
venido al cine para sufrir. Porque la película le
había resucitado aquel horror de la guerra"
(6).
Página siguiente |