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Martí y su ensayo ?Nuestra América?: Política y cultura




Enviado por rpupo



    Política y
    cultura
    .

    1. Mediación ética
      del programa político-cultural.
    2. Humanismo cultura y
      política.
    3. Nuestra América:
      Síntesis político-cultural
      identitaria.

    Es que en Martí todo lo
    esencialmente humano está penetrado por una eticidad de
    superación, de proyección futura y belleza que
    encarna la identidad
    nacional. Por eso, la lectura de
    las cosas bellas, el
    conocimiento de las armonías del universo, el
    contacto mental con las grandes ideas y hechos nobles, el trato
    íntimo con las cosas mejores que en toda época ha
    ido dando de sí el alma humana, avivan y ensanchan la
    inteligencia,
    ponen en las manos el fruto que sujeta las dichas fugitivas de la
    casa, producen goces muchos más profundos y delicados que
    los de mera posesión de la fortuna , endulzan y ennoblecen
    la vida de los que la poseen, y crean por la unión de los
    hombres semejantes en alto, el alma nacional.

    La eticidad martiana, el modo con que
    opera en su concepción del hombre, la
    ubicación jerárquica que ocupa en los marcos de los
    componentes de la subjetividad, convierte el quehacer humano,
    incluyendo la cultura, la
    política,
    y la revolución
    por la república nueva, en una empresa
    eminentemente ético-moral.

    Este modo de concebir el devenir humano
    esencial, como una empresa
    ético-moral adquiere determinaciones concretas en su
    visión de la cultura, en sus ideas políticas
    y en general en un ideal de racionalidad humana que quiere
    concretar en su república con alma de pueblo.

    Es que la ética
    martiana aún asumiendo creadoramente la herencia cultural
    universal, como se mueve en instancias específicas de la
    realidad, e impelida por motivaciones de otra índole,
    posee su sello especial, en cuanto a concreción se
    refiere. Y en esta dirección si ciertamente el sentido
    ético martiano permea y penetra la política en toda
    su dimensión, de modo inverso sus convicciones
    ideopolíticas imprimen grados de concreción a sus
    concepciones éticas. La ética del deber en
    Martí no constituye un imperativo categórico, a
    priori, al cual la conducta humana
    tiene que adecuarse. Existe una realidad empíricamente
    registrable: la necesidad de la independencia
    de Cuba, y en
    Martí se refleja como agonía y deber. No existe una
    ética del deber en abstracto, sino deviene como deber
    insoslayable asumir la causa con amor,
    sentimiento y razón. Es una ética que no
    sólo norma, evoca, prefigura, sino que convoca y
    exterioriza amor, voluntad, valor, como
    deberes sagrados de la patria oprimida.

    "Lo que ha de asombrar a los
    descreídos, si se saben algo de las flaquezas humanas
    –señala Martí con pasión
    patriótica- y lo que han de tomar como anuncio y
    lección, es que, en esta época sin gloria y sin
    triunfo, nos queden tanto como nos quedan: porque el hombre
    acude a la fortuna, como el mendigo al sol, y esquiva el
    sacrificio oscuro y la sombra del silencio; aunque el verdadero
    hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de
    qué lado está el deber; y ese es el verdadero
    hombre, el único hombre práctico; cuyo sueño
    de hoy será la ley de
    mañana ; porque el que haya puesto los ojos en las
    entrañas universales, y visto hervir los pueblos,
    llameantes y ensangrentados, en la artesa de los siglos, sabe que
    el porvenir, sin una sola excepción, está del lado
    del deber. Y si falla, es que el deber no se entendió con
    toda pureza, sino con liga de las pasiones menores, o no se
    ejercitó con desinterés y eficacia."

    El sentido ético martiano ya en
    los inicios del 90, en plena preparación de la guerra
    presenta nuevas exigencias. Su labor
    teórico-práctica en la preparación de la
    guerra necesaria ubica la ética del deber como
    núcleo central. El deber en tanto acción conforme a
    u orden racional necesario adquiere un lugar predominante en su
    discurso.

    Secundar el programa
    emancipador, apoyar el proyecto,
    incorporarse de alma y cuerpo a la lucha deviene deber de los
    cubanos. Un deber fundado en el desinterés y la eficacia y
    no movido por pasiones menores y ambiciones.

    La proyección revolucionaria de
    Martí, y su inmanente ética del devenir, dignifica
    al hombre, como sujeto que piensa, razona y siente. En su
    intelección, revelar la propia naturaleza humana
    es premisa para cultivar la independencia personal y
    fomentar valores que
    califiquen lo humano. Bondad, decoro y orgullo de ser en tanto
    tal, exige conocimiento
    ciencia y
    práctica, pero no se reduce a ello, pues sin cultura de
    los sentimientos, tal y como enseñaron Varela, Luz y Mendive, no
    es posible realizar proyecto humano alguno.

    De ahí la necesidad de la ternura
    que hace tanta falta y tanto bien a los hombres, pues sin
    sentimiento y almas sensibles no habrá conciencia
    histórica ni amor patriótico, ni sujeto que impulse
    el destino de la nación
    por cauces dignificadores.

    Humanismo cultura y política.

    El humanismo de
    Martí es fundador y paradigmático. Vio donde mentes
    preclaras no vieron. Previó y proyectó soluciones
    reales hasta donde le fue posible. Fue hombre de su tiempo y por ello
    de todos los tiempos. La revelación de nuestra
    América trasuntada en autoconciencia de su cultura, en
    Martí deviene cultura de resistencia
    catalizadora de amor, lucha, energía creadora y
    dignificación humana. La búsqueda incesante del
    "hombre natural, del alma viva", del espíritu del pueblo,
    de la revolución necesaria, da sentido a su existencia y a
    su bregar creador. Y en esa dirección el problema de la
    subjetividad humana y sus atributos cualificadores, incluyendo
    los valores ,
    devienen determinaciones concretas de su pensamiento
    filosófico social humanista.

    En su pensamiento- y esto por supuesto
    le impregna contemporaneidad y vigencia social- abundan las
    utopías, como proyectos viables
    a realizar por los hombres. Para ello asume el hombre como
    sujeto. Penetra en su subjetividad, entendida no como una
    estructura
    aislada del mundo y la sociedad y regida
    por procesos
    introspectivos, sino como entidad social que compendia y
    sintetiza la humanidad del hombre en sus dimensiones
    gnoseológico-cognoscitiva, axiológico-valorativa,
    práctica y comunicativa. Todo en un proceso
    único que vincula en unidad indisoluble sensibilidad y
    razón. Conocimiento, valor y práctica en el
    discurso de Martí, tematizan una unidad de tal coherencia
    y organicidad que las partes se superan en la totalidad para
    emerger como identidad en
    la diferencia. Por eso es fácilmente comprensible revelar
    la racionalidad- sin necesidad de buscar idealismo u
    otro istmo- de su tesis,
    según la cual "no hay proa que taje una nube de ideas. Una
    idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como
    la bandera mística del juicio final a un escuadrón
    de acorazados. La subjetividad humana en Martí comporta, y
    deviene como valores, conceptos, ideales e ideas, etc. Pero no
    ideas hipostasiadas de la realidad y la acción del hombre,
    sino como aprehensión
    práctico-espiritual.

    Su fuerza
    enérgica reside en concentrar en sí conocimiento,
    valor y acción humana, así como el desplegarse
    intersubjetivamente en la
    comunicación hasta legitimarse en cuerpo y alma en el
    pueblo como trincheras de ideas, como arma de combate.

    Esta concepción permea toda la
    obra martiana. Su cosmovisión general idealista- que a
    veces algunos soslayan, por prejuicios, para no "opacar" al
    Maestro- en Martí, no disminuye en modo alguno
    racionalidad a su discurso sociohistórico cultural. Su
    comprensión de la historia, la
    política, la cultura, la sociedad y la subjetividad
    humana, parte de premisas reales. En él, el hombre es
    lógica
    y providencia de la sociedad. Es sujeto del devenir
    histórico-cultural y agente creador de su propio destino,
    en relación estrecha con el entorno social. El
    senso-racionalismo
    en que se encauza su epistemología, siguiendo la
    tradición cubana, aborda las cosas, la realidad, como
    fuente del conocimiento y con ello deviene antítesis de
    todo subjetivismo y apriorismo gnoseológico.

    Al carácter
    contemplativo del "naturalismo" positivista, Martí opone
    su concepción del hombre como sujeto activo, creador, es
    decir, la espiritualidad humana en sus diversas determinaciones.
    No sólo la crítica se reduce a la contemplatividad,
    sino además al gnoseologísmo cientificista que
    profesa y propaga el positivismo.
    En la concepción del Maestro la subjetividad humana no
    implica sólo razón, conocimiento, sino
    además valoración, sentimientos, acción
    práctica, pues al hombre no sólo le interesa
    qué son las cosas, cómo revelar la verdad sino
    también para qué le sirven, en correspondencia con
    las necesidades e intereses que quiere satisfacer y realizar. En
    este sentido Martí anticipa en nuestra América la
    batalla antipositivista que tiene lugar en pleno siglo XX
    americano por eminentes representantes de la filosofía y
    las ciencias
    sociales; por supuesto, sobre la base de otras premisas y
    condicionamientos.

    Martí comprende e integra la
    subjetividad humana en la totalidad social. No deduce sus
    atributos cualificadores de la conciencia pura para derivar
    esencias en sí misma y operar con ellas. En su
    concepción . "¡Con esperar, allá en lo hondo
    del alma, no se fundan pueblos! (…) Con todos, y para el bien
    de todos – según Martí, no es una simple
    consigna, su realización, reside- en nuestra fuerza de
    idea y de acción, en la virtud probada que asegura la
    dicha por venir, en nuestro tamaño real, que no es de
    presuntuoso, ni de teorizante, ni de salmodista, ni de
    melómano, ni de cazanubes"… Y es que Martí no es
    un pensador expectante, que encerrado en un gabinete teoriza
    sobre el hombre y su subjetividad. Es un hombre comprometido con
    su tiempo, sus circunstancias y su patria. Por eso en su
    discurso, la subjetividad humana, con todos sus atributos, se
    inserta en la cultura de las grandes masas como espíritu
    del pueblo, como fuerza movilizadora de energía creadora,
    de cambio y
    transformación.

    Su concepción de la
    espiritualidad del hombre, determina y concreta su pensamiento
    humanista. En ella, razón, sentimiento y acción,
    constituyen una unidad de momentos inseparables, sobre la cual se
    estructuran y devienen los distintos componentes de la
    subjetividad humana: conocimiento, valor comunicación y su mediación
    práctica, como un todo único
    indisoluble.

    Martí comprende la espiritualidad
    como unidad y le confiere contenido concreto,
    porque en él expresa esencialidad humana en su despliegue
    histórico-cultural. Es proceso y resultado de
    ascensión del hombre en el camino de la historia y su
    cultura. En él la progresión humana adquiere el
    status de ley, que realiza el hombre con conocimiento de causa y
    fines concretos.

    Si bien en Martí los elementos
    estructurales de la subjetividad humana se subordinan a la
    totalidad como unidad, él dirige atención especial al componente valorativo
    (valor, valoración), en tanto ser que existe para el
    hombre. De aquí que la axiología ocupa un lugar central en su
    cosmovisión humanista. En todo el pensamiento del Maestro,
    de una forma u otra subyace un fundamento
    axiológico.

    Las causas dimanan, fundamentalmente del
    hecho que el problema del hombre constituye el núcleo
    central de su pensamiento filosófico social." Eso,
    -escribe Medardo Vitier- la naturaleza humana, su modo de
    comprenderla, es lo que late en toda la obra de Martí ",
    .Esto no niega su amor a la naturaleza, a la cual rinde culto,
    pero en relación con el hombre.

    En la vasta obra de Martí domina
    un sentido de futuridad que guía una perpetua tendencia
    hacia el deber-ser, como progresión humana. Precisamente
    este motivo central que lo anima y hace trascendente y siempre
    contemporánea su obra, encuentra medios
    idóneos de realización en los valores, en tanto
    definen y expresan con más sustancialidad la naturaleza
    humana, el verdadero sentido de la vida, en fin, la humanidad del
    hombre en su magnánima espiritualidad.

    Su discurso en prosa y verso, transita
    por la multiplicidad de valores en que se realiza la esencia
    humana; sin embargo, establece niveles jerárquicos en
    cuanto a importancia se refiere. Asume con más fuerza los
    que en su criterio contribuyen más a fijar lo
    verdaderamente humano, los que permiten con más eficacia
    dar vigencia social a la humanidad del hombre. En esta
    dirección hay primacía de los valores
    éticos-morales, estéticos y políticos en la
    obra martiana. Y esto es así en tal medida que si todo el
    pensamiento de Martí tiene un fundamento
    axiológico, la misma axiología se funda en valores
    de naturaleza ético-moral y estético. En él
    –si se lee y se aprehende el espíritu que lo anima-
    resulta fácil comprender que no concibe obra humana
    alguna, al margen de la bondad y la belleza. Esto responde a una
    concepción muy profunda del hombre, como ser cultural-
    humano que se realiza y proyecta en tanto tal en la sociedad,
    cuya legitimidad deviene de su misma obra.

    Para él toda política que
    forje y despliegue humanidad resulta verdadera, buena y bella; y
    adquiere trascedencia y vigencia social, porque es genuino y en
    su concepción sólo lo genuino fructifica, lo
    demás carece de permanencia, es efímero, pasajero;
    no encarna el cuerpo de la cultura.

    Si ciertamente en su obra no existe una
    teoría
    axiológica sistematizada, su concepción de los
    valores está lógicamente estructurada, posee
    coherencia orgánica interna y todo un sistema de
    categorías centrales y operativas, con que fija y
    compendía las múltiples aristas de la
    espiritualidad del hombre. Sin embargo, lo más
    sobresaliente –en mi criterio- de la axiología
    martiana, es el modo como determina los atributos cualificadores
    de la conducta humana.
    En primer lugar porque soslaya el carácter entelequial y
    apriorístico de las categorías que denotan valores,
    las concreta, le suprime el carácter cósmico
    abstracto, para calificar conductas humanas reales en el trabajo, en
    la guerra, en la vida, en la poesía
    etc. En segundo lugar, los atributos cualificadores los inserta
    en la cultura,como realidad humanamente social. En tercer lugar,
    el carácter primado de los valores éticos-morales
    en tanto determinación primaria de la humanidad del
    hombre. En cuarto lugar, la estrecha vinculación que
    establece entre lo ético y lo estético, hasta
    constituirla como fundamento del hacer humano y condición
    necesaria para su vigencia social, y por último, la
    identidad entre lo ético y lo político a partir de
    considerar la política como empresa cultural de las
    grandes masas.

    Nuestra América: Síntesis
    político-cultural identitaria.

    El contenido del Ensayo "Nuestra
    América" está presente en gran parte de la
    totalidad de la obra de "José Martí", pero es en
    él donde aparece sintéticamente sistematizado. Un
    discurso pleno de humanidad, fundado en la revelación del
    ser de Nuestra América y en propósitos
    políticos-culturales de largo alcance y proyección
    social. Sencillamente, "ya no podemos ser el pueblo de hojas, que
    vive en el aire, con las
    copa cargada de flor, restallando o zumbando, según lo
    acaricie el capricho de la luz, o la tundan o talen las
    tempestades; ¡ los pueblos se han de poner en fila, para
    que no pase el gigante de las siete leguas!. Es hora del
    recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro
    apretado, como la plata en las raíces de los
    Andes".

    La revelación del ser de Nuestra
    América, y su latinoamericanismo se concretan realmente
    con el antimperialismo martiano. La presencia del imperialismo
    norteamericano deviene antítesis de la eficaz
    realización del "hombre natural" y de la América
    Nuestra. Es necesario unir fuerzas y lograr el equilibrio
    para lograr nuestra propia existencia independiente como
    pueblos.

    El ensayo "Nuestra América", con
    una escritura que
    "ve con las palabras y habla con los colores",
    temátiza un discurso suscitador de múltiples
    aprehensiones de índole identitaria. Aprehensiones donde
    cultura y política se despliegan en unidad inseparable.
    Para el Maestro, la política es una zona de la cultura y
    fructifica cuando se afinca en las raíces con
    vocación ecuménica. "La historia de América,
    de los incas acá,
    ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la
    de los arcontes de Grecia.
    Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos
    es más necesaria. Los políticos nacionales –
    enfatiza Martí- han de reemplazar a los políticos
    exóticos. Injértese en nuestras repúblicas
    el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras
    repúblicas".

    No hay en Martí regionalismo
    estrecho, antinorteamericanismo, antieuropeísmo. Hay,
    simplemente, latinoamericanismo que se resiste, y lucha por no
    ser eco y sombra de culturas exógenas. Un
    latinoamericanismo que defiende la cultura del ser, como
    condición de su universalidad. Martí no admite ni
    concibe la universalidad de Nuestra América como un
    proceso de inserción de lo propio a lo otro. Revela la
    universalidad por la creciente humanidad del hombre natural,
    concretada en su cultura de resistencia. En su filosofía,
    la universalidad de la cultura de nuestra América, deviene
    de su ser esencial, como parámetro legitimador de su
    autotenticidad. Por eso exige pensar nuestra realidad por y desde
    nosotros mismos. En su concepción, "no hay batalla entre
    la civilización y la barbarie, sino entre la falsa
    erudición y la naturaleza (…) El gobierno ha de
    nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser
    el del país. El gobierno no es más que el
    equilibrio de los elementos naturales del
    país."

    Si ciertamente la toma de conciencia
    latinoamericana posee toda una historia, con cauces definidos en
    la primera mitad del siglo XIX, es indudable que la
    contribución martiana resulta novedosa. "Fue el cubano
    José Martí- escribe Noel Salomón- sin duda
    alguna, el primero que construyó línea a
    línea, una teoría consecuente y coherente de
    la
    personalidad hispanoamericana capaz de afirmarse por
    sí misma, ajena a los modelos
    exteriores, antes de la hora de las profesiones de fe
    latinoamericanas del "arielismo-modernismo",
    de 1900 (José E. Rodó en Ariel, Rubén
    Darío en Cantos de vida y esperanza). De José
    Martí data, en verdad, la "toma de conciencia" que ha
    derivado, en relación con un vasto movimiento
    histórico (de la revolución
    mexicana a la revolución
    cubana y a las nuevas formas de los movimientos liberadores
    de hoy), hacia las grandes corrientes culturales e
    ideológicas discernibles en el siglo XX en la superficie
    del inmenso fragmento de tierra de
    allende el atlántico.

    El ensayo "Nuestra América,
    (1891) constituye una síntesis concreta, de la
    revelación de nuestro ser esencial y sus formas
    aprehensivas (sentimientos y conciencia histórica). Es un
    manifiesto-programa del ser existencial de nuestra América
    incluyendo sus perspectivas de desarrollo. Es
    un programa científico de lucha, cuyo paradigma
    prefigurante se mueve ante dos alternativas: ser o no ser. Pero
    afirmando el primero (ser) con optimismo se despliega un discurso
    con gran hondura, vuelo teórico y previsión fundado
    en premisas reales. Es un compendio creador de la identidad
    nacional de nuestros pueblos y las formas y medios para
    preservarla y enriquecerla. Es la autoconciencia de nuestra
    América mestiza, con sus culturas nacionales, henchida de
    vocación de universalidad, que preludia como ideal la
    América nueva.

    Una América nueva, que aunque
    proyectada como deber-ser- Martí está consciente de
    ello y de los prejuicio y peligros que la median- se funda en
    premisas reales. Es un humanismo utópico realista que
    asumiendo la identidad en la diferencia, tiene como raíz
    central la dignidad plena del hombre y la bondad que le es
    inmanente al hombre natural. En su concepción
    político-cultural –humanista en esencia-, "se ha de
    tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de
    él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se
    revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los
    pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios
    inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la
    verdad".

    Este humanismo se proyecta así
    porque Martí cree en el hombre y en los pueblos, premisa
    sin la cual resulta estéril cualquier teoría
    social, o proyecto emancipador. Sin embargo, establece
    mediaciones, pues si bien impugna el "azuzar a odios
    inútiles –refiere al adjetivo inútiles-
    también propone una picota" para quien no les dice a
    tiempo la verdad. En su lógica discursiva exige
    concreción, establece diferencias. Es la bondad afirmada
    en la dignidad y la justicia. Ya
    ética y política marchan unidas, ideología, ciencia y humanismo sirven de
    pivote a su teoría social. Bien, verdad y belleza pensados
    culturalmente no resultan arquetipos de la realidad, sino
    expresiones reales y contradictorias del ser esencial en que se
    funda la identidad.

    Una identidad propia, forjada en la
    historia y con sujeto reales, (hombre natural) cuya existencia
    implica asumir creadoramente lo nuestro y no aferrarse a modelos
    extraños que en realidades nuevas envilecen y
    desvían. Lo nuestro, lo autóctono, lo
    legítimo, en tanto expresión de nuestra existencia
    real es fuente de progreso y creación. No se trata de
    nacionalismos regionalistas, ni negación nihilista de la
    cultura y los valores universales. Se trata de asumir
    creadoramente todo lo útil y productivo, pero con bases
    nuestras.

    Estas nuevas ideas en sistema,
    enunciadas ocasiolnalmente en trabajos anteriores, en "Nuestra
    América", se integran a un cuerpo teórico
    ideológico sintetizador. Resumen etapas transitadas y
    abren perspectivas nuevas. Para Martí, la situación
    real de nuestra América; el carácter débil
    de las repúblicas surgidas, el mimetismo imperante en los
    gobiernos y el peligro del imperialismo para la independencia,
    exige indefectiblemente la remisión a la historia, a la
    tradición y a todos los componentes estructurales que
    conforman la identidad nacional de los pueblos de Nuestra
    América. Es necesario el estudio de los factores reales
    del país. "Conocer es resolver. Conocer el país y
    gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de
    librarlo de tiranías", porque de lo contrario "….viene
    el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia
    acumulada de los libros, porque
    no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes del
    país".

    Nuestra América, como ensayo-
    resumen de la teoría sociofilósofica de
    Martí, en torno a la
    identidad latinoamericana, constituye un programa rector del
    quehacer, de nuestros pueblos, y al mismo tiempo instrumento
    desmistificador de conciencia y conceptos y prejuicios
    obsoletos.

    De modo elocuente muestra la
    necesidad de partir de nuestra realidad, de conocerla y asumirla
    como creación nuestra y base del porvenir, pues "ni el
    libro europeo,
    ni el libro yanki, daban la clave del enigma hispanoamericano…
    Los jóvenes de América entienden que se imita
    demasiado y que la salvación está en crear. Crear
    es la palabra de pase de esta generación".

    En Martí, crear, cultivar "la
    semilla de la América nueva deviene imperativo ineludible
    del espíritu americano, pues "el tigre espera
    detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina".
    Es hora ya porque el tiempo apremia, y no es posible dejar de
    ser, que "lo que queda de aldea en América despierte…"
    Estos tiempos no son para acostarme con el pañuelo a la
    cabeza, sino con las armas de
    almohada…. las armas del juicio, que vencen a las otras.
    Trincheras de ideas valen más que trincheras de
    piedra".

    El propio ensayo "Nuestra
    América", resulta trincheras de ideas en tanto
    síntesis teórica que fundamenta el lugar de
    Hispanoamérica en el continente. Es una teoría
    crítica, que recorriendo la historia y afincada en nuestra
    cultura presenta un proyecto de afirmación y rescate de la
    identidad de nuestros pueblos. Proyecto que nace de toda una
    experiencia rica vivida por Martí en América
    Latina y en los Estados
    Unidos.

    En marcada síntesis se despliega
    la teoría filosófica social de Martí en la
    revelación de nuestra América. Hace gala de
    erudición y previsión políticas al criticar
    los modelos liberales de las repúblicas latinoamericanas y
    la ineficacia de sus proyectos. Critica el mimetismo copista y
    exige adecuar los proyectos a nuestras realidades, pero no a
    través de una lógica externa que obligue a la
    realidad a corresponder con ella, sino a la inversa. "La
    incapacidad –señala Martí no está en
    el país naciente, que pide formas que se le acomoden y
    grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos
    originales, de composición singular y violenta con
    leyes
    heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los E.U.
    de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con
    un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del
    llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la
    sangre cuajada
    de la raza india. A lo
    que es –enfatiza Martí- allí donde se
    gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen
    gobernante en América no es el que sabe cómo se
    gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe
    con qué elementos está hecho su país, y como
    puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e
    instituciones
    nacidas del país mismo a aquel estado
    apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan
    todos de la abundancia que la naturaleza puso para todos en el
    pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus
    vidas.

    No se trata de una reflexión
    pasajera. En trabajos anteriores la idea vibra y está
    latente, pero aquí se inserta en el cuerpo teórico
    de su teoría social, incorporando nuevas definiciones de
    cómo debe regirse y desplegarse nuestro ser existencial
    latinoamericano en su identidad en sí y como agente y
    sujeto.

    Nuevas realidades, experiencias,
    contextos, cambios y transformaciones se han sucedido. Su
    humanismo revolucionario independentista en despliegue constante,
    deviene conciencia crítica de la esencia misma de los
    modelos liberales que se han impuesto en
    nuestras repúblicas. El hombre "natural", nuestros pueblos
    oprimidos, por derecho deben ser dueños de su destino.
    Destino que debe forjarse en nuestros propios esfuerzos. El
    espíritu de acá, hacedor, creador, y digno debe
    fundarse en su propia obra si no quiere sucumbir. Y este es el
    gran legado que hace de "Nuestra América", trincheras de
    ideas. Trincheras de ideas, devenidas autoconciencia
    teórica de la identidad de la América nuestra, en
    un momento crítico de la historia.

    En este sentido, el artículo
    Nuestra América, compendia y sintetiza una historia, una
    cultura, una política, que insertadas en una teoría
    filosófica social de la revelación de nuestro ser
    esencial, expresa también un momento cumbre de
    radicalización del teórico-ideólogo que le
    dio realización concreta. En "Nuestra América",
    latinoamericanismo, antirracismo y antimperialismo se funden
    indisolublemente y dan coherencia y organicidad conceptual a la
    teoría sociofilosófica más avanzada de su
    tiempo latinoamericano. Su trascendencia y contemporaneidad
    dimana de su propia función:
    ser autoconciencia del ser esencial de los pueblos de nuestra
    América, en tanto lógica dimanante de su realidad
    concreta en sus múltiples mediaciones, determinaciones y
    condicionamientos.

    En "Nuestra América" el
    pensamiento de José Martí adquiere diversas
    concreciones, sin embargo, existen dos determinaciones concretas
    que lo integran, sintetizan y definen en tanto tal su discurso
    creador. Merefiero a: 1) la revelación de Nuestra
    América; 2) al despliegue de su pensamiento en la
    comprensión y tematización de la subjetividad
    humana, incluyendo la axiología, en tanto núcleo
    fundante, y los atributos cualificadores en que deviene en el
    movimiento sociohistórico-cultural.

    El paradigma martiano y el ideal de
    racionalidad que le es consustancial tiene su primera
    concreción en la revelación de "nuestra
    América", cuya expresión sintética se
    encarna en el ensayo
    homónimo del Maestro. Esta obra, resultado de todo un
    proceso de desarrollo de su pensamiento, deviene lógica,
    conciencia histórica y más aún
    autoconciencia de nuestra América, de su cultura, en la
    más amplia acepción del concepto.
    México,
    Guatemala,
    Cuba, Venezuela y
    otras realidades nuestras estudiadas por José
    Martí, incluyendo los Estados Unidos, constituyen el
    objeto central, en torno al cual su pensamiento se desenvuelve y
    concreta, hasta afirmarse como autoconciencia o "ser consciente"
    de la realidad de nuestra América, y la razón de su
    identidad y autoctonía propia.

    A partir de un discurso, devenido "letra
    con filo", y capaz de cincelar con expresiones poéticas,
    con un estilo que en el decir de Sarmiento, en español no
    tiene igual, "a la salida de bramidos de Martí", el
    Maestro penetra en la realidad americana, consciente que
    sólo lo genuino es fructífero y que la
    América nuestra es la esperanza de la humanidad. A ella se
    orienta con pupila crítica, a revelar el ser existencial
    de nuestra América, su grandeza, exuberancia y valores,
    que es al mismo tiempo, rescatar su memoria
    histórica, su confianza en sí misma, su identidad
    como fuerza fundadora, catalizadora de energías y
    creación para realizarse como pueblo libre y
    próspero en el concierto mundial de las
    naciones.

    Su pensamiento, encarnado como
    conciencia histórica del ser de nuestra América y
    de su cultura posee un carácter sintético-
    integrador. Es un ideario, una lógica concentrada de ideas
    y conceptos en torno al hombre y a la realidad social
    latinoamericana. Las imágenes
    – muy propias de su estilo- además de ser destellos
    de su imaginación y sensibilidad creadoras, emanadas de la
    realidad y la actividad social, son ideas aprehensivas de la
    razón que captan esencias. Ideas que en su contenido
    integran en síntesis conocimientos y valor y en el
    discurso siempre impregnan y despliegan espíritu
    cogitativo porque revelan esencias en el devenir humano. Esencias
    que no resultan de poner como a priori las ideas a las cosas,
    sino las devela y descubre, porque las ideas, en Martí,
    dimanan de la realidad en relación con el
    hombre.

    La revelación de nuestra
    América en el pensamiento filosófico – social
    de Martí, no se reduce sólo a fijar la memoria
    histórica, a descubrir la fuerza telúrica de su
    identidad, sino además a develar todo lo que se opone a su
    realización efectiva. Tanto en lo interno- el caudillismo, el
    mimetismo – como en lo externo – el imperialismo que
    acecha – son descubierto por Martí, como
    antítesis del ser esencial de nuestra
    América.

    En la vasta obra de Martí domina
    un sentido de futuridad que guía una perpetua tendencia
    hacia el deber – ser, como progresión y
    perfección humanas. Precisamente este motivo central que
    lo anima y hace trascedente y siempre contemporánea su
    obra, encuentra medios idóneos de realización en
    los valores, en tanto definen y expresan con más
    sustancialidad la naturaleza humana, el verdadero sentido de la
    vida, en fin, la humanidad del hombre en su magnánima
    espiritualidad.

    La trascendencia de su obra fundadora,
    reside en gran medida en sembrar y cultivar utopías y
    encontrar en los valores
    humanos cauces necesarios para su acercamiento a la realidad.
    Valores cimentados en la realidad y la acción comunicativa
    y no en procesos mentales puros.

    Hay en Martí un corpus idearum
    muy propio y específico, a través del cual piensa
    al hombre y la realidad. La axiología, integrada en
    él, como su núcleo, deviene vía cultural de
    realización social, pero no como patrón
    inmóvil al margen de las tradiciones culturales concretas,
    sino como modelo que
    norma y regula insertado en la cultura propia. Por eso su
    humanismo se constituye en paradigma de nuestros pueblos. Pero
    antes, su hacer fundador se afincó en la realidad de
    nuestra América, incluyendo su memoria histórica,
    la idiosincrasia del hombre americano y del cubano en particular.
    El, el Maestro, está consciente que la humanidad del
    hombre que busca, la identidad humana, sólo es posible por
    medio de la realización cultural de los valores,
    incluyendo los ideales, que acicatean la acción
    humana.

    La asunción martiana de los
    valores en su naturaleza cultural de realización, impregna
    en su concepción historicidad, carácter procesual,
    concreción y actualidad. Con ello, Martí sienta una
    premisa esencial: la necesidad de afincarse en las tradiciones
    culturales como medio de vincular los valores hacia su
    encarnación real como norma de conducta y de convivencia
    humana y social. Estas ideas martianas, siempre explícitas
    y subyacentes en su obra, en su discurso, en su espíritu
    general, requieren de reflexiones profundas.

    Al mismo tiempo su concepción de
    los valores, dimana del propio espíritu dialéctico
    que lo anima, lleva implícito su constante
    superación, en correspondencia con nuevas mediaciones que
    tienen lugar en su proceso evolutivo. En su etapa de madurez, a
    finales de la década del 80 y el primer lustro del 90 del
    siglo XIX, en la medida que su humanismo descubre la naturaleza
    del imperialismo y penetra más profundamente en el terreno
    de las clases, su concepción de la subjetividad humana y
    los valores, deviene más concreta. Asume nuevas aristas,
    establece diferencias específicas y el discurso se
    tematiza con nuevos matices. En fin, su radicalización
    política marcará nuevos derroteros de vital
    importancia, tanto desde el ángulo propedéutico
    como heurístico, en el abordaje, búsqueda y
    solución de los problemas.

    Es indudable el carácter fundador
    de la obra martiana. Su obra emerge como autoconciencia de una
    época y una cultura de transición constante. Ella
    misma lleva en sí, el tránsito perpetuo hacia
    nuevas calidades de la sociedad. Concreta en su síntesis,
    tradición, historia y cultura para abrirse con fuerza
    indetenible hacia la contemporaneidad. Como obra de su tiempo no
    dio solución a todos los problemas emergentes, pero
    abrió nuevas vías de acceso. Como partió de
    las raíces y puso su pensamiento y acción en
    función de ellas, con vocación de universalidad y
    visión auroreal, abrió "caminos al andar" a las
    sucesivas generaciones con su concepción del devenir
    humano como expresión cultural, como magna empresa de las
    grandes masas, y en particular de los pobres de la tierra. Su
    ideal de racionalidad sentó nuevas perspectivas y cauces
    de realización efectiva.

    En los momentos actuales, cuando el
    escepticismo histórico cunde y pulula en la arena
    internacional, cuando no faltan los intentos de negar la
    historia, los valores, la cultura, la tradición, la
    razón, los proyectos de emancipación social y el
    progreso, la racionalidad se impone como necesidad de preservar
    no sólo la identidad nacional, sino también la
    identidad humana. En tales condiciones, el paradigma martiano y
    el ideal de racionalidad que le es consustancial, adquieren
    más que nunca contemporaneidad y vigencia
    social.

    Su pensamiento – una eterna
    poesía de amor, de lucha, de dación humana y
    consagración social – continuará alumbrando
    el camino del hombre. Su desbordante espiritualidad
    seguirá siendo fuente nutrícia de aprehensiones y
    sueños, ¡ Con luz de estrellas!

     

    Rigoberto Pupo

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