Era el año de 1939. En el suelo terrestre,
en los mares y en las capas de la atmósfera más
próximas a la corteza se libraba la parte ruidosa de la II
Guerra
Mundial, la de los bombardeos, la de las batallas
aéreas y terrestres y los ataques navales. Mucho
más alto que el alcance de los aviones, allá donde
las luces de los bombardeos se verían acaso como diminutos
fogonazos producidos por cerillas, otra batalla, no tan ruidosa
ni tan espectacular, se llevaba a cabo permanentemente. Las
ondas de radio alemanas e
inglesas, y también las de otras nacionalidades, rebotaban
sin cesar en la ionosfera, difundiendo por onda corta su
versión de los hechos que en ese momento interesaban al
mundo.
Estas ondas, al descender a la superficie de la tierra, se
enredaban en las antenas de los
muchos aparatos de radio que por ese entonces ya había en
el planeta, haciéndoles contar las noticias que segundos
antes los locutores habían pronunciado ante los
micrófonos, con esa inmediatez tan propia de la radio.
Entonces, en esos momentos, los oídos de la judía
Anna Frank, los del columnista colombiano Enrique Santos Montejo,
Calibán, los de los miles de habitantes del París
ocupado por los alemanes y muchos otros se ponían en
alerta, y sus cuerpos cesaban cualquier otra actividad, como bien
lo narró Anna Frank en su diario al escribir, en un relato
de la rutina del refugio en el que se ocultaba con su familia de los
alemanes, lo siguiente: "La una. Nos reunimos alrededor de la
radio para escuchar la B.B.C. Es el único momento de
silencio entre los refugiados". También en el libro
"¿Arde París?", de los periodistas Larry Collins y
Dominique Lapierre, es posible leer sobre los habitantes de
París que "durante la media hora que duraba el suministro
de electricidad, con
la oreja pegada a los aparatos de radio, trataban de oír,
a través de las interferencias alemanas, las prohibidas
noticias de la B.B.C. de Londres". Se entregaban a una escucha
activa, que "es la propia de los oyentes interesados en un
espacio o espacios determinados, manteniendo la atención en sus contenidos de modo
voluntario y consciente". Las razones de esta escucha tan atenta
fueron enunciadas por Joseph Goebbels, el hombre
detrás de la propaganda
nazi, cuando escribe que "en los periodos agitados hay que saciar
siempre la sed de noticias, de una manera u otra".
Viniendo de Goebbels, el propagandista nazi, esa manera
no puede ser otra que la propaganda. Él mismo llegó
a afirmar que "las noticias son un arma de guerra. Su
propósito es alimentar la guerra y no brindar información". Es bien cierto que al dar
noticias es imposible conservar lo que tradicionalmente se
entiende por imparcialidad y objetividad, porque su sola
jerarquización, el tono empleado por el locutor al leerlas
y los filtros ideológicos del medio, por solo mencionar
algunos aspectos, condicionan la manera en que éstas son
asimiladas por el perceptor. Sin embargo, si se pasa de "la pura
exposición de los hechos y de la
identificación de ideas y puntos de vista… a la
tergiversación o a presentar determinadas opiniones como
únicas posturas válidas" y si estas noticias son
una "tentativa para ejercer influencia en la opinión y en
la conducta de la
sociedad, de
manera que las personas adopten una opinión y una conducta
determinadas", nos hallamos ante un caso de
propaganda.
Ahora bien, si la idea es llegar a un gran número
de personas y modificar su opinión acerca de algo, nada
como los medios
masivos, y en este caso específico la radio, porque "el
mismo mensaje que, manifestado por método
directo persona a persona
está sometido al filtro de la crítica del receptor
respecto al emisor, manifestado a través de un medio de
comunicación colectivo cobra un valor de
aceptación notorio". "Está comprobado que la voz
humana confiere a la argumentación vida y presencia, de
las que carece un texto impreso,
y la refuerza notablemente". De hecho, el mismo Hitler
comprendía el poder de la
radio, ya que sobre ella escribió, en Mein Kampf, que "es
un arma terrible en manos de quien sepa hacer uso de
ella".
Los objetivos de
las emisoras nazi
Ese "arma terrible" de las ondas, en manos de los nazi,
disparaba todo tipo de información, dirigida, a pesar de
su masividad, a públicos selectivos, con lo que se
sintonizaba con los receptores, que es una de las reglas
básicas de una campaña de propaganda según
Young Kimball. No olvidemos que, según la Unesco, para
1941 la radio alemana emitía en 31 idiomas, lo que le daba
la capacidad de llegar a varios países. Con estas
emisiones los nazi buscaban dedicarse a la guerra
psicológica, entendida como un intento de "modificar la
relación de las fuerzas en provecho propio, no mediante el
uso exclusivo de armas, sino
ejerciendo una influencia en las mentes".
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