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Análisis de Cien años de soledad (página 2)




Enviado por martin_chino



Partes: 1, 2

La siguiente hipérbole es: "La mulata
adolescente, con sus teticas de perra, estaba desnuda en la cama.
Antes de Aureliano, esa noche, sesenta y tres hombres
habían pasado por el cuarto. De tanto ser usado, y amasado
en sudores y suspiros, el aire de la
habitación empezaba a convertirse en lodo" (128). Esta
exageración se inscribe en el hecho de la gran crueldad de
la abuela de la chica, que le obliga a prostituirse como pago a
un descuido que ocasionó el incendio de su casa. La
crueldad es tal que precisa de un número
hiperbólico: sesenta y tres. Por otra parte, el hecho de
que el aire se convierta en barro es un signo de la gran
actividad sexual a la que estaba obligada la adolescente. Es
importante señalar la fuerza de la
adolescente y su sumisión ante el destino. Además,
el hecho de que el personaje perverso sea una abuela amplifica la
realidad literaria, ya que no era nada corriente un personaje
–la abuela- que siempre había tenido buena fama y,
desde luego, pesaba su condición de femenino. Todo esto
crea la gran barbarie. De ahí que un lector tradicional se
sorprenda.

La tercera hipérbole es un rasgo que define a
José Arcadio Buendía, el cual "conservaba su fuerza
descomunal, que le permitía derribar un caballo
agarrándolo por las orejas" (76). Como él es el
fundador de la familia y,
además, de Macondo, tiene que poseer alguna característica propia de un héroe y
la fuerza física
es muy apropiada a este tipo de personajes de leyenda. Cuando
José Arcadio está en plena vejez
todavía conserva esta característica: "no supo en
qué momento se le subió a las manos la fuerza
juvenil con que derribaba un caballo" (134). Parece que el tiempo
no le afecta, como a cualquier héroe. Sin embargo, cuando
pierde la razón le atan a un árbol, pero para esto
"necesitaron diez hombres para tumbarlo, catorce para amarrarlo,
veinte para arrastrarlo hasta el castaño del patio" (155).
Ya se sabe, el héroe siempre es héroe y no decaen
sus facultades. Incluso poco antes de morir todavía es un
personaje hiperbólico, por eso su esposa "pidió
ayuda para llevar a José Arcadio Buendía a su
dormitorio. No sólo era tan pesado como siempre, sino que
en su prolongada estancia bajo el castaño había
desarrollado la facultad de aumentar de peso voluntariamente,
hasta el punto de que siete hombres no pudieron con él y
tuvieron que llevarlo a rastras a la cama" (215). Por lo tanto,
la idea que saco es que la exageración y el
heroísmo van de la mano en el caso del fundador de los
Buendía. Y hay que añadir el poder sobre el cuerpo,
el subir de peso si quería. Este rasgo es extraño
en un héroe, pero en Macondo todo era factible. Por norma
general, los personajes significativos de la novela presentan
rasgos hiperbólicos.

La hipérbole también define a un
descendiente de José Arcadio Buendía, del mismo
nombre. En su caso recoge elementos de la literatura popular como
la escatología, que tanto impresionan a los lectores
timoratos. De él se dice que "se comía medio
lechón en el almuerzo y cuyas ventosidades marchitaban las
flores". La construcción de esta oración impresiona
al lector, al mezclar lo escatológico -las ventosidades-
con lo delicado -las flores-. Esto está dentro del
quehacer literario de Márquez, el cual "no distingue desde
el principio entre lo trascendental y lo inmanente, entre lo
extraordinario y lo ordinario" (M. Palencia-Roth). Los elementos
soeces los recoge nuestro literato de la tradición
literaria y le sirven para caracterizar al personaje. Tras una
larga ausencia de Macondo, José Arcadio regresa. Su
retorno trae a la memoria al
héroe de Homero, pero en
el caso que nos ocupa lo paródico rompe lo heroico, aunque
no del todo. La narración del regreso es interesante:
"tuvieron la impresión de que un temblor de tierra estaba
desquiciando la casa. Llegaba un hombre
descomunal. Sus espaldas cuadradas apenas si cabían por
las puertas. […] su presencia daba la impresión
trepidatoria de un sacudimiento sísmico" (165). Parece que
anuncia que va a suceder algo importante. En su descripción física hay elementos que
no concuerdan con los de un héroe clásico: "los
brazos y el pecho completamente bordados en tatuajes
crípticos" (165). Tampoco muchas de sus costumbres
corresponden a un héroe: "En el calor de la
fiesta exhibió sobre el mostrador su masculinidad
inverosímil, enteramente tatuada con una maraña
azul y roja de letreros en varios idiomas" (168). Lo que
sí le corresponde del modelo heroico
es su grandísima fuerza física, que en un principio
exhibe en un burdel, lugar nada heroico: "Catarino, que no
creía en artificios de fuerza, apostó doce pesos a
que no movía el mostrador. José Arcadio lo
arrancó de su sitio, lo levantó en vilo sobre la
cabeza y lo puso en la calle. Se necesitaron once hombres para
meterlo" (167). La conclusión es que Márquez
creó este personaje como contraposición a los
héroes (léase el coronel, Úrsula, etc.). En
la realidad literaria existen los contrarios, porque de lo
contrario no sería completa, como en la vida
misma.

Otra hipérbole que interesa es la del coronel, en
lo que se refiere a datos
numéricos, ya que "promovió treinta y dos
levantamientos armados". En este número hiperbólico
se asienta el héroe, pero acto continuo pierde su carácter
de tal cuando el narrador añade: "y los perdió
todos". Así pues, no es propiamente un héroe,
porque desconoce la victoria. También pierde su
carácter heroico puesto que tuvo "diecisiete hijos varones
de diecisiete mujeres distintas". Ningún héroe
literario se jactaría de esta promiscuidad. Por otra
parte, el destino de sus hijos no puede ser más
trágico: "fueron exterminados uno tras otro en una sola
noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y cinco
años" (179). Pero los números muestran a un
militar, mitad héroe, mitad antihéroe. Aunque no
gana batallas, es invencible personalmente: "Escapó a
catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un
pelotón de fusilamiento" (179). Y ni siquiera es herido,
lo cual es bastante exagerado. En esto es un héroe, un
personaje sobrehumano. Incluso un intento de envenenamiento lo
supera: "Sobrevivió a una carga de estricnina en el
café
que habría bastado para matar a un caballo" (179). Su
suerte llega al extremo de que incluso cuando se dispara a
sí mismo, para salvar el honor al haber perdido todas las
guerras, no
consigue matarse: "Se disparó un solo tiro de pistola en
el pecho y el proyectil le salió por la espalda sin
lastimar ningún centro vital" (180). Parece como si los
dioses le protegieran, a pesar de que el coronel hacía la
guerra sin
convicciones políticas
y, como confesó, por orgullo ( aquí si es un
antihéroe). Pero en esto Márquez no sigue el modelo
antiguo de héroe, el cual no se suicidaba y luchaba por la
justicia.
Nuestro héroe no tiene ideales.

La siguiente hipérbole corresponde a la muerte de
José Arcadio, en concreto al
olor de la pistola. Su asesinato está rodeado de una
aureola de misterio y elementos mágicos (el
desconocimiento del asesino y sus móviles, la sangre que emana
de su oído y va
a avisar a Úrsula). Pero lo que aquí interesa es
que un elemento tan insignificante como el olor pueda adquirir
una gran importancia. En este punto conviene recordar una idea de
Lotman, a saber, que "un texto artístico es un significado
de compleja estructura.
Todos sus elementos son elementos de significado". Pues bien,
parece que nuestro escritor quiere mostrar que cualquier cosa
puede ser una hipérbole en su universo
ficcional, hasta un olor determinado, como es el caso que
comentamos: "Tampoco fue posible quitar el penetrante olor a
pólvora del cadáver" (209). Como consecuencia de
esto, los personajes caen en las siguientes excentricidades:
"Primero lo lavaron tres veces con jabón y estropajo,
después lo frotaron con sal y vinagre, luego con ceniza y
limón, y por último lo metieron en un tonel de
lejía y lo dejaron reposar seis horas" (209). Se produce
tal desesperación a causa de este olor que incluso se
llega a pensar en un gran disparate: "Cuando concibieron el
recurso desesperado de sazonarlo con pimienta y comino y hojas de
laurel y hervirlo un día entero a fuego lento, ya
había empezado a descomponerse" (210). El olor parece
indicar algo en el texto, de ahí su persistencia: "Aunque
en los meses siguientes reforzaron la tumba con muros
superpuestos y echaron entre ellos ceniza apelmazada,
aserrín y cal viva, el cementerio siguió oliendo a
pólvora hasta muchos años después" (210).
Así pues, puede ser un indicio de algo: nos quiere
comunicar algo. Otros personajes también destacan por el
olor, como es el caso de Pilar Ternera.

No quiero terminar este breve análisis de las
hipérboles sin hablar de Melquíades, uno de los
personajes importantes de la novela, hasta el punto de que
él es quien escribe la historia de la familia antes de que
acontezca. Este personaje se asemeja a un narrador omnisciente,
pero su misterio va más allá como reconocen todos
los personajes. Lo más interesante es la siguiente cita,
con relación a la hipérbole: "Pero la tribu de
Melquíades, según contaron los trotamundos,
había sido borrada de la faz de la tierra por
haber sobrepasado los límites del conocimiento
humano" (113). Ciertamente Melquíades está
más allá de lo humano. No olvidemos que lo
hiperbólico está más allá de lo
común, y lo transgrede. Este personaje, a modo de un Dios,
crea el futuro, igual que un escritor crea un texto. Pero se
diferencia del Dios y del escritor en que, inevitablemente,
muere.

Pero seria injusto sugerir que todo lo que Cien
años de soledad rinde al lector es el placer de la
fábula y la invención inagotable. El libro es
placentero y cristalino al nivel de su escritura,
pero es también doloroso y cruel, y no solo por episodios
como el de la huelga. Porque
tras la vida del coronel Aureliano Buendía, la historia de
su estirpe y la saga de Macondo, es algo en verdad trágico
y horrible, como en ese territorio de maravillas y hazañas
agitadas, el Mal anidaba como un reptil ponzoñoso y
cómo, durante un centenar de años, los
Buendía intentaron vencer las fuerzas demoníacas
que los acosaban, sin conseguirlos.

Cien años de soledad es la versión
latinoamericana de la eterna tragedia humana, esa lucha que el
Ángel libra con el demonio.

El
tiempo

El relato adopta una apariencia virtualmente lineal,
apenas hay una moderada retrospección en las primeras cien
páginas cuyo eje es el momento en que "años
después, el coronel Aureliano Buendía enfrenta el
pelotón de fusilamiento", escena que débilmente
despista al lector porque el coronel no muere en esa
ocasión. Pero en realidad el tiempo de la novela no es
sucesivo o cronológico, sino cerrado. El presente, el
pasado y el futuro pueden ser narrados en un tiempo a cualquier
tiempo por el narrador, porque el objetivo
narrar cada uno. Por eso, el tiempo en Cien años de
soledad es circular. La novela tiene una
declaración asustante que se desarrolla y explica de
manera lógica,
que ninguna otra explicación puede ser posible. La
manipulación del tiempo y creación de un sistema total no
permite la medida de tiempo en una concepción
lineal.

El pasado se repite en el presente y el futuro es
previsible porque, de alguna manera, ya ocurrió. El tiempo
no existe en Macondo, está congelado.

Ursula es el personaje que tiene la mas clara conciencia de
vivir en una dimensión intemporal, propia de los
sueños: cuando José Arcadio Segundo concibe el loco
proyecto de
establecer un sistema de navegación, el comentario de
Ursula es " ya esto me lo se de memoria". Es como
si el tiempo diera vueltas en redondo y hubiéramos vuelto
al principio (como la historia de la humanidad, quien comete los
mismos errores una y otra vez). En otra ocasión, cuando
Aureliano Triste expone su plan para
instalar un ferrocarril " que era descendiente directo de los
esquemas con que José Arcadio Buendía
ilustró el proyecto de la guerra solar Ursula
confirmó que el tiempo estaba dando vueltas en
redondo"

La acción concentra la espesa historia de Macondo
en un tiempo inmóvil, donde mil cosas pasan y mil cosas
vuelven, y sostiene la presencia de varios protagonistas, que se
alternan en el primer plano y el trasfondo temporal, sin perder
en ningún momento la tensión narrativa. Ese en uno
de los prodigios de la novela, la manera cómo el autor ah
enlazado las fastuosas aventuras de sus múltiples
personajes sin dejarse un respiro y, a la vez, sin hacerles
perder su individualidad.

La violencia

Del mismo modo que durante un decenio largo el drama de
Colombia
radicó en el permanente estado de
violencia, del mismo modo lo plantea García Márquez
en Cien años de soledad. El país vive en estado de
violencia permanente, ya sea declarada, ya sea enterrado,
amenazante, y es normal que sea el sustrato anímico que
alimente su narrativa.

La violencia puede admitir variadas explicaciones
posibles. Pero en cambio, tiende
a concentrarse en uno solo: la violencia política. Por eso en
la obra que en esta obra es concomitante de la opresión
política, aunque una y otra están como
interiormente desmesurada de su irrupción primera, sino
que se han revestido de un carácter institucional, hasta
componer un tejido diario de las vidas humanas. Los personajes se
sorprenden cuando adquieren conciencia bruscamente da
autoconciencia de esa situación en que existen.

Por ejemplo en la página 93 de cien años
de soledad esto se puede advertir en el siguiente fragmento:
"cuatro soldados al mando suyo arrebataron a su familia una
mujer que
había sido mordida por un perro rabioso y la mataron a
culatazos en plena calle. Un domingo, dos semanas después
de la ocupación Aureliano entró en la casa de
Gerineldo Márquez y cos su parsimonia habitual
pidió una tazón de café sin azúcar.
Cuando quedaron solos en la cocina, Aureliano imprimió a
su voz una autoridad que
nunca se le había conocido. "Prepara los muchachos" dijo.
"Nos vamos a la guerra". Gerineldo Márquez no lo
creyó.

-¿Con qué armas?-
preguntó.

-con la de ellos- contesto Aureliano.

El martes a la medianoche, en una operación
descabellada, veintiún hombres menores de treinta
años al mando de Aureliano Buendía, armados con
cuchillos de mesa y hierros afilados, tomaron la por sorpresa
guarnición, se apoderaron de las armas y fusilaron en el
patio al capitán y los cuatros soldados que habían
asesinado a la
mujer".

La violencia y la opresión estan siempre pesando,
y se han integrado a la vida como condición humana y desde
entonces operan una sutil transformación de los hombres. Y
García Márquez plasma de una manera estupenda la
relación que hay entre la estructura
político-social de un determinado país y el
comportamiento
de sus personajes.

En esta novela los hombres están condicionados
por el medio social en que se han desarrollados, en una
inextricable interacción que les permite reconocer su
efecto perjudicial cuando se llega al extremo de
distorsión violenta, y por lo tanto de reaccionar con la
misma fuerza, pero que por lo común les dirige en su
comportamiento sin que tomen nítida conciencia de la
significación oscura de sus actos.

Los tres pecados de los
Buendía

El primero es el pecado original que hay en los
Buendía, el fundador del pueblo, está casado con su
prima Ursula Iguarán, y desde el primer de su matrimonio viven
espantados ante la posibilidad de engendrar un hijo con cola de
cerdo: " ya existía un precedente tremendo. Una tía
de Ursula, casada con un Tío de José Arcadio
Buendía, tuvo un hijo que paso toda la vida con unos
pantalones englobados y flojos, y que murió después
de haber vivido cuarenta y dos años en el puro estado de
la virginidad, porque nació y creció con una cola
cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de
pelos en la punta".

Cuando todos pensaban que lo de tener hijos con cola de
cerdo no es mas que una vulgar creencia, el hijo con cola de
cerdo nace: es el último Aureliano, que muere comido por
las hormigas, poniendo fin a los Buendía, pues eran una
estirpe condenada, y con ellos el pueblo.

El segundo pecado es el incesto, hay relaciones
incestuosas realizadas y potenciales, que unen a hermanos, tias y
hasta bisnietos que con parientes anteriores en tres
generaciones: Arcadio desea a su propia madre; la sombría
y temible Amaranta tendrá confusas relaciones con
Aureliano José, su sobrino carnal, y con otro José
Arcadio, bisnieto de un hermano suyo; Finalmente el
penúltimo Aureliano engendra en su tía Amaranta
Ursula, al Aureliano monstruoso que los venía esperando
desde hace 100 años.

Y el tercer pecado, pero el mas característico de
esta familia es la soledad. Los varones, casi sin
excepción, son marcados con el signo de la soledad. Por
ejemplo, el Coronel Aureliano Buendía, llora en el vientre
de su madre, lo que para ella es una incapacidad para el amor. Su
adolescencia
lo hizo tranquilo y solitario, y el siempre toma refugio en estar
solo, y para entretener su soledad emprende la guerra, pero
pronto comprenderá que ese no es el remedio para acabar
con este pecado. Cuando regresa un día a casa, da
instrucciones estrictas que nadie, incluyendo su madre, puede
acercarse a él a menos de diez pies. Cuando se sienta en
un cuarto, un circulo lo aísla de los otros. En su
incapacidad para amar, se empuja mas y mas a la soledad que, para
el es como la muerte. Es tan
miserable en su soledad que trata de matarse, pero su destino no
es la muerte sino que el aislamiento.

La vida de los gemelos, Aureliano y José Arcadio
IV Segundo, que la soledad no solo es un estado de
sofocación social, y que también es una
relación humana especial, y que, sobre todo es una
necesidad. Por ejemplo, Aureliano tiene lastima de sí
mismo, porque su vida tiene una norma de repetición: vive
entre el deseo y la abundancia, entre la virtud y la
hipocresía. Siempre se confunde con sobre su estado de
aburrimiento y utiliza a la tristeza como mecanismo para combatir
a su soledad y sentirse un poco más humano. En cambio su
hermano gemelo no reacciona de la misma forma y no hace nada para
eliminar su soledad, ya que es condenado a vivir apartado de los
otros Buendías, no importa lo que hace.
Prácticamente es un desconocido en su propia familia y
siempre es confundido con su hermano, para mostrar la
relación irónica en la relación de los
gemelos. García Márquez entierra un gemelo en la
sombra del otro.

Los tres pecados configuran una sola imagen: el Mal,
el destino infame que los Buendía tienen que cumplir.
Generación tras generación, tienen la esperanza de
estar resistiéndose y escapando al hado maligno que los
persigue y termina por destruirlos tras un decenio de
persecución.

Macondo

Es un lugar ardiente, cenagoso, fuera del tiempo,
arruinado y lleno de historias fantásticas.

Contar Macondo era una tarea imponente porque es un
lugar mitológico. Todo allí es posible: seres mas
que centenarios, varones que procrean gozosamente hasta la
ancianidad, apariciones y diálogos con espíritus,
alfombra que vuelan, ascensiones en alma y cuerpo al cielo,
monstruosidades y destrucciones sobre-naturales.

Pero este mundo de realidades mágicas se ve
afectado cuando entra el mal en Macondo, las guerras civiles y la
fiebre del banano solo traen desgracias y muertes. Así, lo
imaginario y lo real se enlazan con la historia de Colombia y con
los males que afecta a toda Latinoamérica.

Conclusión

Esta obra refleja la capacidad literaria de
García Márquez, quien en un solo pueblo y en tan
solo cien años ha podido reflejar, claro está de
manera exagerada, los problemas de
la humanidad a lo largo de su historia. Ya que el tiempo parece
cíclico y el hombre
sigue cometiendo lo mismos errores una y otra vez.

Bibliografía

  • Asedios a García Márquez, Editorial
    Universitaria, Chile
    1971.
  • Estructura del texto artístico, Editorial
    Istmo, Madrid, 1978.
  • Internet: www.google.com
  • Revista La Nación, 6 de octubre de 2002.

Muñoz, Martin.

Partes: 1, 2
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