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La democracia y sus formas: Los ciudadanos como actores sociales y operadores políticos (página 2)




Enviado por eladio2000



Partes: 1, 2

La nueva Constitución de 1999 delega en el
ciudadano toda la representación de intereses y
sólo su organización con fines
específicos en el ámbito de lo político
le permite adquirir relieve de
protagonista. De esta manera, las fuerzas organizadas de la
sociedad tradicional: los partidos, sindicatos, gremios, grupos de
opinión y de interés, se encuentran relegados a un
segundo plano del proceso político.

Proscritos en lo teórico, pero en el actual
proceso que estamos viviendo, esos grupos organizados en
formulas tradicionales de participación corporativa no
desisten de sus formulas partidarias ni están
dispuestos a dejarlas sin una receta de concertación
en donde el interés mismo se vea protegido de alguna
manera. El dilema entonces sería ¿de qué
manera estas agrupaciones pueden seguir protegiendo sus
intereses sin organización representativa? La
naturalidad no parece una formula aceptable, es decir,
plantearse esquemas de funcionamiento operativo para cada
caso y en cada circunstancia que la sociedad lo requiera no
se considera una formula adecuada o, al menos, un
requerimiento fácil de cumplir.

Podría fortalecerse una democracia
participativa asumiéndola de forma ocasional; es
decir, en acuerdo a conflictos o disonancias sociales.
Ésta problemática podría estar
circunscrita a una visión menos ortodoxa de los
fenómenos políticos, pero también
más artística. Más creativa y riesgosa,
es cierto, pero menos lineal e inestable. Para enriquecer
esta perspectiva debemos considerar varios elementos de
carácter conceptual.

Un primer elemento que deberíamos tomar en
cuenta sería el de la constitucionalidad de la
política; el segundo, el de la política
institucionalizada y, el tercero, el de ambos dispositivos en
un contexto cambiante.

La política constitucionalizada es aquel
aspecto de ella que se encuentra adecuadamente juridificado
en la Carta Magna,
a través de la cual el ciudadano puede y debe dirigir
sus asuntos de carácter público o privados,
aunque no tenga una concreción fáctica en la
sociedad. Nos referimos fundamentalmente a los deberes y
derechos
consagrados como programa para
la acción política del devenir y su proceso. La
política institucionalizada es aquella que sin estar
juridificado es susceptible de serlo por su factibilidad
o congruencia y, por lo tanto, de ser tomado en cuenta por
los actores y operadores del sistema político y del
régimen democrático: los ciudadanos. El tercer
elemento de nuestra propuesta de análisis, es aquella que observa a los
actores sociales y a los operadores políticos
entrelazados en dos dimensiones probables y posibles: la
primera, en el ámbito de su actuación
pública, es decir, los efectos y consecuencias de su
accionar; y la segunda, a los protagonistas en su estructura
social. La primera dimensión nos permitiría
entender a los actores y operadores políticos en sus
proyecciones ante el conflicto;
es decir, para cada conflicto una potencialidad, la cual
será dilucidada por su propia aceptación. En
consecuencia, los actores y operadores políticos no
podrán proyectar el conflicto más allá
que de su propia resolución. La segunda
dimensión es la de su estructuración
orgánica; es decir, estaría enmarcada en sus
eventuales alcances. Un conflicto de magnitudes
micropolíticas no pasará más allá
de ser un microorganismo sociopolítico; así
como también, un problema de extensión
macropolítico será de igual impacto
social.

En resumidas cuentas,
el complejo proceso político democrático y
transformador que estamos observando hoy en día los
venezolanos, debemos apreciarlo en sus justas proporciones.
No todas las disonancias están dirigidas por los
actores tradicionales a practicar la política
constitucionalizada en el poder,
sino a institucionalizar una política de
confrontación por el poder, en primer lugar. En
segundo lugar, las proyecciones de esa política
requiere de organizaciones para-estadales que no son otra
cosa que los viejos actores del sistema, los partidos
políticos y sus brazos ejecutores: los gremios y
sindicatos. Esto crea una situación de incongruencia
entre las aspiraciones ciudadanas en la realización de
su política constitucional y el proceso de
institucionalización de otras políticas por el poder.

Ahora bien, cómo analizar a los nuevos
actores sociales y los operadores políticos en el
marco de la nueva constitucionalidad
democrática.

  • LA DEMOCRACIA Y SUS
    FORMAS.

    Los actores sociales hoy en día, y a la luz
    de la nueva constitución, debería ser
    fundamentalmente los ciudadanos tal cual lo prevé la
    Carta Magna en su Título III, De los derechos
    humanos y garantías, y de los deberes, sin
    ningún tipo de limitación como operador
    político en su segunda dimensión; es decir, hay
    derechos y deberes consagrados y juridificados, pero hay y
    habrá otros derechos y deberes que sólo el
    devenir de lo político podrá resaltar con sus
    causas y consecuencias y eso solamente lo podría
    establecer el libre ejercicio de la ciudadanía. Como
    consecuencia de esto, las organizaciones sociales no pueden
    seguir petrificadas resguardando derechos que solo el
    ejercicio de ellos podría establecer la necesidad de
    operatividad. En cambio,
    las transformaciones contemporáneas exigen más
    flexibilidad por parte de los actores para discernir sus
    nuevas realidades. Uno de los errores más
    emblemáticos de nuestro acontecer Nacional es seguir
    previendo lo político con ópticas de otras
    épocas. En otras palabras, la cinematografía
    cambiante de la política de hoy se observa con la
    estática fotografía del ayer, como si la
    digitalización del acontecer no estuviera
    presente.

    La pluralidad y participación política
    es una necesidad insoslayable de toda democracia que se jacte
    de tal, pero, sin embargo, los actores no se modifican,
    siguen siendo los mismos de años y décadas
    anteriores cuando la ideologización de la
    política exigía proporciones. Cuando el
    absolutismo del Estado "moderno"
    requería contrapesos. Cuando la capacidad individual
    del ciudadano estuvo secuestrada por las organizaciones
    intermedias, para arrancarle al Estado alguna prebenda
    corporativa. Cuando la debilidad constitucional de los
    ciudadanos sólo se resolvía con la unidad
    institucional y así operar políticamente.
    Cuando el esquema "amigo-enemigo" funcionaba para dirimir los
    conflictos ya que no existía acción
    comunicativa. Cuando la confrontación suma cero
    justificaba el proceso político.

    Hoy en día, tanto en Venezuela como en
    algunas otras latitudes, los actores tradicionales no pueden
    ser los mismos, ya que lo político no es ni se parece
    a la cultura
    democrática de la modernización. La modernidad
    debe dar paso a una postmodernidad política y ella se debe
    ver reflejada en su acontecer cultural. No es posible que en
    la era de la digitalización, la Sociedad de la
    Información en Venezuela siga siendo visto como algo
    excéntrica de los países desarrollados, cuando
    los ciudadanos tenemos capacidades y actitudes
    para estar a la par de cualquier sociedad del planeta en el
    ámbito de lo político. Un requerimiento
    público transita tan rápido por la intranet
    venezolana como en Holanda, por ejemplo. Nos podemos
    comunicar y adquirir información y conocimiento tan eficientemente como los
    estadounidenses. En consecuencia, por que limitar solamente
    nuestra capacidad organizativa como actores sociales a
    través de estructuras de funcionamiento que
    correspondieron al pasado y que ya hoy no satisfacen
    adecuadamente los nuevos requerimientos
    ciudadanos.

    Podemos poner un ejemplo que nos es propio. Un
    ciudadano venezolano que vea vulnerado uno de sus derechos
    hoy en día y gracias a la nueva Constitución,
    puede solicitar un amparo
    inmediatamente a través de la Red del Tribunal Supremo
    de Justicia y
    ser respondido en el término legal, lo cual lo hace de
    efectos inmediatos. Anteriormente, ese mismo derecho
    debía ser rescatado a través de un partido
    político, sindicato
    o gremio según fuese el derecho menoscabado y eso
    significaba días, meses y hasta años
    según el alcance del problema y no todos tenía
    felices desenlaces. Era por eso que teníamos actores
    fuertemente estructurados para que resistieran tiempo y
    espacio histórico. Pero eso también significaba
    verticalismo funcional, autoritarismo procedimental, que a la
    larga terminaron conculcando hasta el mismo derecho que se
    pretendía. Recordemos, en nuestro país, la
    vieja practica partidocrática, sindical y gremialista
    de la que aún hoy no nos hemos podido
    deslastrar.

    No pretendemos hacer desaparecer a los actores de la
    noche a la mañana. Lo que queremos resaltar es la
    necesidad imperiosa de no seguir aceptando a los actores
    sociales tradicionales como únicos agentes para la
    resolución de los conflictos constitucionalizados.
    Esos viejos actores consagran intereses que pueden ser
    extraños a la operatividad política hoy. Es por
    eso que algunos se convierten en protagonistas del acontecer
    Nacional de manera incongruente con la realidad. Seguimos
    aceptando que un gremio o sindicato convoquen a una huelga
    general para derrocar a un gobierno y
    nos parece razonable; imaginemos por un instante al Cuerpo de
    Bomberos de Caracas o a la Federación de Centros
    Universitarios de la UCV haciendo lo mismo y que el llamado
    sea acatado por toda la sociedad.

    La institucionalidad de un gremio como actor social,
    nos parece, desde el siglo XIX, como el agente deliberante
    por excelencia, no sólo ante las reivindicaciones que
    le son propias, sino ante cualquier requerimiento social que
    se pueda obtener, todo dependerá del poder que haya
    alcanzado en lo político. Es por eso que de inmediato,
    cuando el Jefe del Cuerpo de Bomberos o el Presidente de la
    FCU triunfen en sus solicitudes los apreciamos como candidato
    Presidencial, trasladando de inmediato y de forma mecánica el triunfo de una
    reivindicación social a la eventual conquista del
    Ejecutivo Nacional.

    Tamaña incongruencia no es posible sino
    comprenderla a la sombra de la cultura híbridas que
    nos señala Canclini, o el caudillismo decimonónico y cesarismo
    democrático de Vallenilla Lanz, y esto no tiene nada
    que ver con el ciudadano. Es necesario entonces realizar
    otras reflexiones interpretativas sobre los operadores
    políticos.

  • LOS NUEVOS ACTORES
    SOCIALES.

    Los operadores políticos no sólo son
    los actores, sino estos y su alcance en lo político y
    sus conflictos. Un actor social que no operacionalise su
    accionar no es un actor político. Es una entelequia
    estructural de la sociedad. En consecuencia, los operadores
    no pueden seguir siendo vistos por los ciudadanos, a la luz
    de la nueva Constitución, como simples acciones
    de los actores sociales. Los operadores políticos,
    como hemos tratado de visualizar anteriormente, son
    más que actores, son estos y sus consecuencia, si
    partimos de la conceptualización de ciudadanía
    y no del ente grupal.

    Veamos. Un interés social juridificado que no
    sea proclive de fácil realización, puede ser
    motivo suficiente para el accionar inmediato de cualquier
    ciudadano, el cual tendrá como misión
    resaltar el incumplimiento del mismo. Otros ciudadanos
    verán reflejados sus propios intereses y de
    ésta manera surgirá la necesidad de sumarse y
    fortalecer la actuación, lo cual los llevará a
    robustecer también la configuración de una
    estructura operativa de funcionamiento que le permita
    economizar sus esfuerzos societales. Pues bien, así
    podrán surgir tantos agrupaciones ciudadanas como
    incumplimientos constitucionales o nuevas necesidades
    insatisfechas existan, pero se verán limitados por sus
    propio alcance, tanto de tiempo como de espacio. Por ejemplo,
    un problema en el condominio tendrá la duración
    que la solución permita. Si reparar el ascensor tarda
    cinco días, pues hasta los cinco días
    llegará la acción de los copropietarios. Ahora
    bien, si eso significa que hay que destituir a la Junta de
    Condominio por su irresponsabilidad, pues otra
    operación esta en puertas, ya su alcance no es el
    mismo ni el tiempo requerido para ese logro será
    igual. La consecuencia de esto último será la
    imperiosa necesidad de tener una estructura operacional a
    través de un actor con mayor permanencia, pero
    sólo hasta que el instrumento eleccionario permita la
    composición de otra Junta. De igual manera, ante los
    grandes, o pequeños conflictos nacionales o
    internacionales como hemos indicado anteriormente.

    Un operador político es una consecuencia de
    un dificultad, o de una expectativa no resuelta. Su
    dimensión determinará su permanencia y el
    espacio requerido por parte del actor protagónico,
    pero su base de sustentación deberá ser el del
    ciudadano copropietario, no de la Junta de Condominio en
    sí. La dimensión del conflicto
    entrañará el tipo de estructura requerida y su
    alcance. Si por ejemplo, no comparto el programa de gobierno
    del candidato tal, me organizaré con otros ciudadanos
    para proponer uno alterno y el resultado electoral
    determinará mi permanencia o no ante el conflicto
    electoral planteado.

    Un actor tradicional y permanente personifica una
    confrontación permanente, y eso significa
    dedicación y esfuerzos que a lo mejor no está
    en la línea de mis prioridades. ¿Será
    por eso que la gente no se compromete con las reuniones del
    Condominio? Volviendo al ejemplo del programa de gobierno. Si
    soy un político de oficio me mantendré activo y
    así mismo mis operadores políticos para el
    próximo proceso electoral, el cual ya no podrá
    ser lo mismo ni el mismo.

    Otro ejemplo, la
    Organización de las Naciones
    Unidas se fundo y permanece por que los cimientos de su
    creación es la de preservar la paz entre las naciones
    y de la propia comunidad
    internacional, ese es un problema permanente y en
    consecuencia requiere un actor durable, aunque las operaciones
    políticas para mantener la paz de las naciones cambien
    constantemente, lo cual a su vez debería verse
    reflejado en los protagonistas. Por qué afirmamos que
    la ONU no es
    una organización democrática, pues porque su
    funcionamiento y operatividad sigue signada a los deseos del
    Consejo de Seguridad
    y no a la Asamblea.

    En nuestra realidad circundante algo parecido
    ocurre. Los actores sociales y los operadores
    políticos se mantienen y permanecen inalterables, en
    la mayoría de los casos, a pesar de que los actores
    han cambiado, como resultado de la nueva constitucionalidad
    política; es decir, partidos políticos vs.
    ciudadanos. Esto nos parece incongruente con nuestras
    capacidades ciudadanas constitucionalizadas y necesidad de
    institucionalizar al ciudadano.

    En otras palabras, los actores sociales
    fundamentales han cambiado y como efecto de ello los
    operadores políticos, pero los conflictos siguen
    siendo los mismos. Gremios, sindicatos, asociaciones y grupos
    de interés o de presión continúan operando en la
    institucionalización de lo político como
    entidades para-estatales, y siguen desconociendo la
    política constitucionalizada, tal cual como las
    antiguas estructuras de los viejos y cansados partidos
    políticos lo hacían. En fin, el ciudadano sigue
    atónito y excluido de sus propias
    decisiones.

    Deseo poner un ejemplo que puede ilustrar lo que
    anteriormente hemos conceptualizado. A partir de 1993 la
    crisis
    existencial de los partidos políticos, como actores
    del protagonismo social, se hizo evidente, pero no así
    sus operadores. También observamos, una vez
    más, en nuestro contexto político, que el
    debate está abierto nuevamente a la vieja usanza de
    los partidos en torno a las candidaturas presidenciales.
    Militares, empresarios, sindicalistas, etc., han iniciado,
    como siempre, la pre-campaña electoral por
    posesionarse del esporádico votante para el 2006, o
    antes si fuese necesario. El protagonismo no se solidifica
    sobre la naturaleza de
    un problema ciudadano o un conflicto de estos con la
    sociedad, y con la mira puesta en su resolución, la
    mayoría de los conflictos que percibimos es sobre el
    Poder y su conquista o mantenimiento tal cual nos lo planteo Maquiavelo
    en El
    Príncipe. Hoy se dice, por sectores interesados,
    que no hay oposición, cuando la oposición es la
    más sólida y firme en sus propósitos. Lo
    que no existe es un rostro electoral para la
    confrontación, una alternativa electoral, un dirigente
    que se pueda publicitar, y que logre amalgamar a los sectores
    descontentos con la gobernabilidad actual, para luego
    traducirlos en votos. Y esto, a mi entender es lo que agobia
    al ciudadano y a la ciudadanía como ente societal. Las
    marchas y contramarchas de nuestra realidad inmediata no es
    otra cosa que el cautiverio electoral de los protagonistas
    ¿o es que alguno de los problemas
    planteados como consignas en esas concentraciones ha tenido
    algún resultado?

    Entonces ¿cómo podemos abordar el
    problema de los dilemas en la construcción de la
    democracia en Venezuela? ¿Cuál es el medio o
    instrumento para los encuentros entre actores sociales,
    operadores políticos y la aun no conocida
    ciudadanía? Esta será nuestra cuarta y
    última reflexión.

  • LOS OPERADORES
    POLÍTICOS.

    Los actores sociales y los operadores
    políticos pueden encontrarse congruentemente en la
    resolución del dilema democrático a
    través de las siguientes propuestas; pero antes,
    permítaseme unas cavilaciones adicionales.

    La conflictividad en el sistema político
    venezolano y particularmente en su democracia no es tan
    sólo entre el Estado y la Sociedad, como
    históricamente lo hemos concebido, es también
    la del ciudadano y su sociedad, es decir, sus propios
    conflictos. Por ahora, parece ser que el Gobierno Nacional es
    quien ha asumido el papel de
    operador-representante de un importante sector de la
    ciudadanía; es decir, entre ciudadanos y de estos con
    la sociedad. Lentamente seguiremos observando y
    percatándonos de esa conflictividad ciudadana y
    social, sin que desaparezca por ello la del ciudadano y el
    Estado.

    La política venezolana se ha despartidizado,
    es decir, desideologizado y desestructurado de los viejos
    actores sociales, fundamentalmente; pero, no por eso, a
    dejado de operacionalizar sus problemas políticos y
    seguir a los superados actores sociales. Lo novedoso es que
    los actores sociales tradicionales ya no poseen tanto peso
    específico en la sociedad, como lo tuvieron ayer,
    juridificados o no. Hoy la política se esta
    ennobleciendo con la participación y protagonismo de
    los ciudadanos, pero aun permanecen los viejos actores
    sociales con nuevas capacidades operacionales que difunden en
    el entramado cultural de la política como novedoso,
    pero que en el fondo persiguen lo mismo.

    La mujer, por
    ejemplo, como entidad ciudadana y política es un nuevo
    protagonista social que está contribuyendo a mejorar
    el comportamiento político del
    hábitat de la civilidad pacífica de los
    conflictos, no sólo por extensión de su propia
    mentalidad, sino como cultura de relevo entre los actores
    tradicionales. Parecemos más beligerantes, y
    también radicales, en nuestra participación,
    llegando incluso al hiperprotagonismo cotidiano, pero
    más pacíficos y civilistas.

    Nos estamos acercando a una mejor comprensión
    de los fenómenos políticos a través de
    la praxis. El apego a la democracia y a sus instituciones de participación y
    alternacia en el poder debe indiscutible e irrenunciable. La
    politización de la sociedad hoy se presente abierta,
    ya no hay excluidos ni exclusiones de los ciudadanos, sean
    estos clérigos, militares, pobres o ricos,
    constitucional e institucionalmente hablando. Se está
    transformando la dimensión operacional de la
    política. Se ventilan los compromisos de la manera
    más cruda y realista, también se abusa es
    cierto, pero lo que abunda no daña. Debemos preferir
    el viento de los conflictos que el deslave de las
    instituciones democráticas.

    En fin, dilucidar los conflictos ciudadanos en
    sociedad sin intermediarios petrificados; consagrar la
    politización ciudadana en contra de la
    ideologización partidista o grupal y enarbolar nuestro
    apego a la institucionalidad democrática debe ser el
    prologo de cualquier encuentro entre actores sociales y
    operadores políticos para el desarrollo
    y fortalecimiento de nuestra particular
    democracia.

    Vista así, retomamos las propuestas para un
    sano encuentro enaltecedor de la ciudadanía
    democrática.

    En primer lugar, la creación de una nueva y
    alterna agenda política ante la actual conflictividad,
    la cual recoja entre sus puntos la necesidad del
    reconocimiento explicito a las normas
    existentes para los nuevos operadores políticos.
    Ningún conflicto puede transitar por el
    desconocimiento de las reglas establecidas, ya que ellas
    poseen una fuerte dosis de legalidad y una consagrada
    legitimidad consultiva. Cualquier intento por desconocer la
    normativa jurídica debe ser a través de los
    instrumentos previamente establecidos y no por una suerte de
    suprajuridicidad política a través de las
    pasiones humanas. La voluntad general no puede ser suplida
    por otra vía que no sea la previamente conquistada en
    nuestra Constitución.

    En segundo lugar, el ciudadano es y debe ser el
    único actor, no los grupos de interés o de
    presión existentes, sean estos sindicatos, gremios,
    corporaciones o cualquier otra entidad
    jurídico-política. Los actores, como hemos
    visto, operacionalizan los conflictos con un fin y un
    propósito determinado en tiempo y espacio, cuya
    resolución se busca a través de ellos mismo o
    en última instancia en los órganos del Estado.
    Las organizaciones ciudadanas no pueden seguir siendo vistas
    como entidades supra-estatales. La ciudadanía debe
    fortalecer la "neutralidad" de los poderes públicos
    con su operatividad política y la creación de
    nuevos actores sociales sin intermediarios permanentes que no
    sean sus propios intereses.

    En tercer lugar, la fortaleza de la
    institucionalidad ciudadana y de las diversas ramas del poder
    público, tanto Nacional, como Estadal y Municipal se
    acrecentarán de acuerdo al uso que se hagan de ellas y
    no la sesgada e interesada que pretendan los partidos
    políticos, sindicatos o gremios, en torno a sus
    particulares intereses o reivindicaciones. La pluralidad de
    las instituciones democráticas debe ser una
    garantía insoslayable del Estado de
    Derechos.

    La pluralidad ciudadana puede y es cambiante como lo
    son sus conflictos. El pluralismo y la libertad
    de organización y de participación es una
    garantía propia de las sociedades
    modernas, para preservar la diversidad, y ésta debe
    ser operacionalizada políticamente por los ciudadanos
    y los actores sociales que resulten de sus necesidades. En
    consecuencia, preservar el pluralismo político de los
    ciudadanos como principio inalienable de la sociedad moderna
    es resaltar al ciudadano, no sólo como emblema
    democrático sino como actor social y operadores
    políticos.

  • LOS
    ENCUENTROS.
  • REFLEXIÓN
    FINAL.
  • Nuestra última reflexión nos impulsa ha
    recordar que todo proceso de transformación
    política sufre dos marcadas consecuencias: la primera en
    cuanto a sus aspectos institucionalizados, sean estos actores o
    entidades y, la segunda, los procedimientos, sean estos
    operadores o acciones.

    Lo residual de lo anterior no permanece, tiende a
    desaparecer con el uso de lo reciente.

    La novedosa Constitución del 99 prevé
    cambios y transformaciones sustanciales en el modo de operar de
    los nuevos actores: el ciudadano. Lamentablemente aun no se han
    advertidos los alcances sociopolíticos de ese novedoso
    panorama político que es la Carta Magna.

    No debemos ni podemos dejarnos atrapar en un dilema
    que cuestione, en esencia, la posibilidad de conquistar un
    nuevo ciudadano y ciudadanía
    democrática.

    Sólo seremos dignos de llamarnos ciudadanos
    cuando sepamos conquistar día a día esa
    ciudadanía.

     

     

     

    Prof. Eladio Hernández
    Muñoz

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