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Raíces – Crónicas de un viaje a mi sangre Americana




Enviado por onatoba



     ¿Cómo empiezan las
    aventuras?

    Estoy a punto de iniciar un nuevo viaje. Este me
    llevará a visitar el norte de Argentina,
    lugar que no había visitado, pero que es muy importante
    ya que, parte de mi familia es de
    la zona. Inclusive, parte de mi sangre es de aborígenes
    de la zona.

    Que espero de este viaje, aun no lo sé, pero
    siento que es importante para mí desde el comienzo, al
    ir a reconocer, parte de mi historia; no discuto que
    tengo miedo, y es igual al que sentí al viajar al
    Perú, pues no sé que ocurrirá, y no
    sé si saldrán cosas como surgieron en aquel viaje
    tan vivido y apasionado, tan importante en su
    contenido.

    Creo que las aventuras surgen al tener la primera idea
    de realizar algo, es allí donde comienzan, y no es
    necesario que sea, en selvas intransitables o desiertos
    abrasadores, sino en lugares tan comunes que la mayoría
    de la gente toma como natural y poco importante, a nivel
    espiritual. Tal vez la mejor aventura es buscar nuestros
    orígenes y no sólo hablo de encontrar a parientes
    lejanos o lugares en donde vivieron, sino al contexto en donde
    se desarrollan las culturas, que luego nos marcarán una
    senda a seguir, según nuestra elección.
    Encontrarnos con nosotros mismos, con nuestro ser.
    Maravillarnos con lo que nos expresa la naturaleza, con
    lo que nos muestra
    el universo.
    Una aventura no sólo es poner en peligro la vida, aunque
    nos llene de adrenalina tal o cual hecho, por supuesto que es
    gratificante salir airoso de algún encuentro cercano con
    lo que nos pueda producir un daño físico, pero
    creo que también es sentir esa adrenalina
    sintiéndonos en armonía con lo que nos es
    ofrecido a nuestros ojos y demás sentidos.

    Así como en el Camino Inka, realicé un
    viaje a un pasado posible y lejano, estoy conciente que hoy
    comienzo un viaje a mi pasado más cercano, ya que he
    tenido últimamente, experiencias que marcan claramente
    la unión con mi parte india, mi
    unión con la Pacha Mama.

    Parto hacia
    Jujuy y Salta, Dios dirá lo que
    ocurrirá.

    Es viernes de Semana Santa, bajo del bus que
    demoró 13 horas en llegar a San Salvador de
    Jujuy
    , con las ganas propias de cualquier persona que
    desea conocer lo nuevo, los lugares aún no conocidos.
    Las calles están casi vacías debido al feriado,
    pero estoy contento de haber realizado el primer paso de mi
    recorrido. Mi mochila y mi viejo sombrero, serán mis
    compañeros mudos, por varios días. Siento que las
    montañas que veo a la distancia, me llaman, para
    mostrarme todo su encanto. Un pequeño recorrido, me
    permite ubicarme, pero el cansancio del viaje, me invita a
    relajarme para poder tomar
    el aliento necesario y así estar atento a lo que pueda
    ver o sentir y lamentablemente no encuentro a un amigo, nacido
    aquí y que no veo desde hace mucho tiempo.

    Al oscurecer, me dirijo hacia la catedral y, o
    casualidad, está por realizarse el Vía Crucis,
    por las calles de la ciudad, mucha gente en la Iglesia, a
    la cual se le pide ayuda para transportar las tres imágenes
    que saldrán en las doce estaciones. La Virgen Dolorosa,
    El Cristo Crucificado y San Juan Bautista, adornadas

    con flores amarillas y blancas. Me uno a la
    peregrinación, la cual no había realizado desde
    niño, cuando mi madre me llevaba, no sin antes alguna
    regañada, la cual era comprensible ya que a esa edad es
    difícil mantener la atención en lo místico. Por
    momento me siento compungido, hacerlo por convicción es
    distinto. Las estaciones están en cada esquina rodeando
    la catedral, pero a ella se unen, distintas paradas en donde
    los vecinos colocaron pequeñas mesitas con crucifijos y
    algunas velitas, pidiendo al sacerdote su bendición, la
    cual es otorgada buenamente, y agradecida con la mayor
    humildad. Al llegar nuevamente a la Catedral pido por mi viaje,
    para poder entender lo que viva en él. Este entorno me
    recuerda a Sevilla, a la cual tuve suerte de visitar,
    también en Semana Santa.

    El nuevo día marca mi
    partida hacia las montañas y veo la selva que rodea a la
    ciudad y sobre todo llama mi atención la gran cantidad
    de ceibos en flor que se encuentran a la vera del camino. Poco
    a poco el bus sube y comienza a cambiar la vegetación,
    se comienza a ver en las cumbres, la falta de ella. Me excita
    el tener tan a mano, los lugares escuchados desde niño
    en los recuerdos de los que vivieron o pasaron por estos
    lugares. Pasamos por Tumbaya con sus calles adornadas y su
    iglesia pintada de amarillo fuerte, a donde llega la Virgen de
    Copacabana, que es traída desde los cerros, a 22km de
    distancia, en peregrinación. Mi destino es un
    pequeño pueblito, Purmamarca. Comienzo a ver el
    increíble color de los
    cerros; Dios vistió de fiesta al desierto, ocres,
    verdes, azules, rojos, todos están, todos visten las
    montañas, cada una con un color, pero uno sobresale, uno
    que los posee a los siete, unidos al celeste profundo de un
    cielo imponentemente límpido, comienzan a transportarme.
    Primer visita la iglesia, ya monumento nacional, con su techo
    de madera de
    cardón y sólo algunos cuadros muy antiguos,
    según sé de la escuela
    cuzqueña, una hermosa imagen de la
    Virgen de Santa Rosa de Lima, patrona de Purmamarca y un
    pequeño crucifijo, pero eso basta para no poder
    retirarme por aproximadamente 30 o 40 minutos, sentado en uno
    de sus bancos de
    cardón transportándome quién sabe donde.
    Pienso que mi bisabuela, la conocida como Mamita Juana, casada
    con el Papá Olegario, arriero el hombre,
    estuvieron en este mismo lugar. Si bien yo era muy chico cuando
    ella murió, mi recuerdo quedo viéndola sentadita
    en una silla de madera bajo un árbol, en Córdoba.
    Lamento no haber podido hablar con ella, pero sé que me
    acompaña constantemente. La costumbre de llamar
    papá o mamá a los mayores, en nuestro norte,
    Bolivia y
    Perú, es conservada aun hoy, aunque esas personas sean
    desconocidas. Realmente me llena de emoción y ternura
    estar en donde mis antepasados estuvieron, jugaron y vivieron
    lo que tuvieron que vivir. Trato de imaginar, como sería
    todo hace 100 años, como vivían, cuales eran sus
    inquietudes y sus sueños, en que pensarían por
    las noches antes de dormir, en un pueblo rodeado por
    montañas de colores y los
    sentimientos envueltos en los tonos del universo.

    Los tiempos cambian, hay luz, una plaza
    llena de artesanía, gentes por todos lados,
    vehículos 4×4, pero la esencia, el adobe, el
    cardón, la piedra, el río no cambian, como
    tampoco su iglesia, la cual con toda su pobreza y
    humildad, con su atrio sin retablo, dice más que las
    grandes catedrales del mundo. Acá se siente la
    unión entre la cultura
    aborigen y la fe a un Dios que les fue impuesto, pero
    posteriormente adorado por convicción. Tal vez sea un
    lugar para pasar los últimos días y allí
    morir en completa paz, creo que esa es la "magia" de
    Purmamarca. Tal como la traducción de su nombre lo
    indica "lugar de descanso".

    Las campanas llaman a misa de sábado de
    resurrección, con su fogata de inicio, en donde se
    encendió el Cirio Pascual, la renovación de los
    votos del bautismo, la comunión junto a estos
    desconocidos, todo esto quedara en mi recuerdo, por el
    sentimiento puesto y sentido en él, y tal vez porque
    sirvió para unir al gran respeto que
    tengo para con los indios y su cultura y mi convicción
    cristiana. Sentado en un banco de su
    plaza, veo sus estrellas, busco las conocidas, ahí
    están todas, parecen faroles prendidos mostrando su
    belleza. Tal vez la Mamita Juana esté contenta de verme
    en este lugar. Mi plan es estar
    un día en cada pueblo que visite; muchos hacen todo el
    recorrido en un fin de semana. Pero tener la posibilidad de
    gozar de esta paz, es más de lo que puedo pedir. Siento
    mi vocecita interior que me dice Huacalera. Sé que es un
    pueblito más al norte, pero ¿por qué
    siento que tengo que detenerme sí o
    sí?

    Al salir de Purmamarca tomo la decisión de
    hacerlo a pie, son 22 Km los que unen este lugar mágico
    con Tilcara, tal vez sea una locura, pero creo que el viaje
    merece el esfuerzo. Al principio hablaba de aventura, de sentir
    y este trayecto me provoca la adrenalina suficiente como para
    lanzarme al camino. Las cosas se ven distintas, cuando se
    transpira la camiseta.

    El río Grande desciende a la par del camino, su
    color es el de la Pacha Mama, la tierra
    baja por él. Se ve como las montañas son surcadas
    por profundas grietas, producto de
    los grandes aludes de agua, barro
    y piedra. Los cardones parecen penitentes que suben a las
    cimas, inmutables; pequeños sembrados me recuerdan al
    Valle Sagrado de los Inkas, cuyo río Vilcanota o
    Urubamba, da fertilidad a su valle. Las montañas superan
    largamente los 2000 metros por donde va el camino, mete miedo
    el desierto; perderse en estos lugares, puede ser algo serio.
    El sol a pleno,
    comienza a castigar, alguna nube me protege de su fuerza. Tomo
    un pequeño descanso, aflojando las cinchas de mi
    mochila, me recuesto a la sombra de un árbol, pitando un
    tabaco observo
    como las nubes y las montañas tienen su propio baile de
    luces y sombras. Estoy llegando a Maimara, pero no me
    detengo, sólo la observo desde el camino. Su cementerio,
    al igual que en Purmamarca, muestra pequeñas cruces,
    algunas de metal, algunas de madera, de pie o caídas,
    con tumbas cubiertas de piedra que marcan el lugar santo. La
    banquina es polvo y piedra pero los pequeños sembrados
    muestran que aún en el desierto, todo puede
    florecer.

    Pero el camino sigue y poco a poco me acerco hasta mi
    segunda posta, Tilcara.

    A lo lejos veo pircas, como corrales y otras
    construcciones de piedra, ¿será el
    Pucará?. Los autos y
    camiones pasan a mi lado, levantando el polvo de las banquinas,
    creo ser el único caminante, en este momento; me hace
    pensar en si podré realizar, algún día "el
    Camino de Santiago", peregrinación a Santiago de
    Compostela en España.
    Me admiro de todo lo que pasa por mi mente, pienso en mi
    familia, en mis perras Ona y Toba, en mi caballo Juan Truco, no
    siento cansancio, es como si la energía de las
    montañas me cargara a cada paso, los recuerdos ganan mi
    espíritu y me transportan en tiempo y espacio. Pero hoy
    estoy a 1 km de Tilcara, ya puedo ver sus álamos que se
    elevan al cielo azul celeste, como perdonando a la Pacha Mama
    con sus pequeñas sombras y frenando los fuertes vientos.
    Como en todo el norte las construcciones pobres, son
    mayoría y marcan el olvido de la gran capital.-

    Entrar a pie al puente que me separa del poblado, me
    enorgullece, es como una peregrinación que ayuda a
    limpiar un poco, mi espíritu.

    Me detengo a comer unas humitas en chala, comida esta
    que degusté al menos una vez al día en mi viaje.
    Pocas cuadras y encuentro la plaza principal, atiborrada de
    artesanos, algunos del lugar, otros nómadas que se
    desplazan de lugar en lugar, de fiesta en fiesta. Pero en sus
    ojos, no veo queja. Tal vez la sequedad de la zona, no da lugar
    a ellas, tal vez y solo tal vez, el desierto enseña
    paciencia, perseverancia. Ya ubicado en un albergue sólo
    quiero reconocer el lugar. Conozco su iglesia, en donde se
    encuentra una imagen de la Virgen de Copacabana y a su frente,
    cruzando la calle, un busto del Sargento Antonino Peloc,
    soldado de la independencia y según viejas
    anécdotas, pariente lejano de mi familia. Mis
    raíces surgen a cada paso, en cada curva, en cada paso
    siento que este desierto vivo comienza a contar mi
    historia.-

    Subo al Pucará, que en queshua significa
    fuerte, el cual fue reconstruido y limpiado en parte. Siguiendo
    las indicaciones, llego hasta "la Iglesia de los Antiguos",
    como le llamaban los lugareños al ser preguntados por
    los arqueólogos que comenzaron con los trabajos de
    restauración, este era su templo. No me cabe ninguna
    duda que sus divinidades fueron el sol y la luna. Se nota la
    influencia queshua, sobre todo en una de las paredes laterales
    del altar mayor, en donde hay una hornacina, como para
    depositar algo. Tomo un descanso, para observar mi alrededor,
    sentado en una de las pircas que formaban las paredes
    laterales, cierro los ojos y sin quererlo veo en mi mente a una
    mujer con su
    hijo, sus cabellos eran negros y lacios y su vestimenta, una
    simple túnica, su conducta era
    calma, como jugando con su hijo. Agradezco esta visión y
    continúo recorriendo el lugar. Es increíble como
    las construcciones se asemejan a lo visto en Perú,
    pequeñas, sin ventanas, sus puertas que aquí eran
    de madera de cardón también pequeñas, para
    que el intenso frío no entre, sus techos de paja, barro
    y pedregullo daban el aislamiento superior. Pero hay algo que
    no me cierra del todo, algo que aún no descubro. Me
    llama la atención que todo está en un lugar,
    templos, casas, cementerio, pero las zonas de cultivo y los
    corrales están bajo el cerro, a la vista, todo
    está a la vista, entonces ¿qué es lo que
    veo mal?.

    Plano del Pukara de Tilcara –
    Ultimo cacique Viltipoco – 1594

    Instituto Interdisciplinario
    Tilcara

    Bajo al cementerio, huecos en la tierra,
    cubiertas sus paredes con piedras y una gran laja servía
    como tapa. La duda sigue y no logro descifrar
    ¿qué me molesta, que es lo que no veo?,
    ¿Que es lo que me mostró esa mujer?. Veo a
    mí alrededor, estoy en la cima del cerro en donde
    está enclavado el Pucará, los cerros de alrededor
    son muchísimo más altos, algunos casi
    inexpugnables, este es indefendible y como si fuera poco, los
    atacantes se adueñarían rápidamente de los
    alimentos y
    del agua. La mujer me
    mostró paz. Comienzo a reconocer mi error, no lo veo
    como un fuerte, lo veo como una ciudad que tenia su vida en
    paz. Los Tilcaras o como seria realmente, los Fiscaras eran
    pastores y agricultores, de querer esconderse o defenderse de
    sus agresores, creo que hubieran buscado los cerros
    aledaños, tal vez me equivoque, pero ahora si todo me
    cierra, ahora si puedo bajar. No dudo que pelearon contra el
    invasor, pero hay otros lugares, un poquito más al norte
    y pienso que es allí en donde realmente tenían
    sus defensas, verdaderas atalayas fortificadas. Mi idea
    está formada, por mas que los estudiosos digan lo
    contrario.

    Comienza a bajar el sol y por ende la temperatura,
    los 2460 mts comienzan a notarse. El día fue largo,
    sólo deseaba comer algo y dormir.

    ¡ Dios, qué ganas de escuchar un sikuri,
    que me transporte
    al infinito!

    Ceno en un pequeño bar con aires criollos, un
    par de tamales, una cerveza y veo
    que comienzan a acercarse al lugar cuatro o cinco parroquianos,
    que se conoce son asiduos del lugar. Cada uno con distinta
    vestimenta, artesano, gaucho o con túnica negra. Algunos
    nativos, otros adoptados, todos mestizos. Se congregan
    alrededor de una de las mesas. Mi curiosidad me lleva a
    pedirles permiso y unirme a ellos. Dos pintores, un artesano,
    el dueño del bar y una guitarrero en sus primeras
    armas. La
    charla se basa fundamentalmente en mantener la identidad,
    la cultura y no ensuciarlas, dice un pintor en su jerga. Pienso
    que es difícil separar en muchos de nosotros a la parte
    europea que también llevamos en la sangre, lo mejor es
    tratar de armonizar las dos partes o mundos de los cuales
    venimos. Pero lo que más llama mi atención, es la
    razonable lógica de uno de ellos al tomar al pueblo
    Queshua, como un invasor, que también incluyó a
    estos pueblos dentro de su imperio. Si bien esta
    invasión sólo duró 50 años, hasta
    que llega el español, se nota la gran influencia que
    tuvieron. Esto era parte del Kollasuyo, la parte sur del
    imperio. Al salir del bar, la lluvia comienza a mojarme y
    siento nuevamente Huacalera.

    Aquí también como en todo el norte la
    religiosidad es importantísima. Toda la semana se hacen
    procesiones, hacia la montaña, acompañadas estas
    por bandas de Sikuris que son benditas a su partida de Tilcara.
    El domingo de Pascuas, luego de la misa se realiza la
    procesión por las ermitas, con el Cristo Resucitado y la
    Virgen del Abra de Punta Corral. Las ermitas son enormes
    cuadros hechos con flores, espigas de trigo, piedritas, granos
    de maíz,
    pegadas a una tabla, con imágenes de Jesús o de
    adoración. Son realizadas por los lugareños y
    posteriormente guardadas en un museo. Todo es tan cristalino,
    todo encaja perfectamente en la cultura andina, no hay
    resquicio por donde se introduzca la falta de fe. Sentirme
    parte, aunque más no sea por mis antepasados, ya es
    suficiente, aunque sea la primera vez que piso esta
    tierra.

    Al irme a dormir al albergue me informan que tengo
    compañero de habitación, un suizo que o
    casualidad es de Neyruz, pueblo que me ha sido recordado en mis
    dos últimos viajes y en
    el cual desde ahora tendré dos amigos. Con él
    quedamos en vernos en Humahuaca.-

    Placa de bronce – Pucará de
    Tilcara

    uevamente en el camino rumbo a Humahuaca, me detengo
    donde siento que no puedo pasar por alto, Huacalera en
    este lugar fueron descarnados los restos del Gral. Lavalle,
    para que no sea profanado por sus enemigos; me detengo en su
    capilla, es lo único que visito, lamento que esté
    cerrada. Aun no puedo entender el porqué de detenerme
    precisamente en su capilla. Pero al hablar por teléfono a Córdoba, me llega
    información, me entero que allí,
    precisamente en esa capilla fue bautizada mi bisabuela. La
    emoción que siento es tan grande, que algo se cruza en
    mi garganta. Un sentimiento muy profundo me embarga. No caben
    dudas de que ella me acompaña.

    Pero tengo que seguir, como siempre digo, Dios no
    tiene tiempo ni espacio, el ser humano sí. Ya en
    Humahuaca, me encuentro con el nuevo compañero de
    viaje, subimos hasta el monumento a la Independencia, el cual
    es sobrecogedor. Se nota que en todo el norte se vivió a
    sangre, fuego y lanza, la lucha por la independencia, mientras
    en la gran capital se comerciaba con el enemigo. A un costado y
    hecho en adobe, como un campanario custodiado por los cardones,
    el homenaje a los nativos del pueblo, muertos en esta gesta.
    Conmueve el pisar esta tierra. Mi acompañante me
    pregunta si valía la pena luchar por este desierto de
    piedra, pregunta que escuché, posteriormente, en el tren
    a las nubes, pero esta vez por un hombre
    nacido en la provincia de Buenos Aires,
    mi respuesta es que el gauchaje peleaba por su tierra y creo
    que cada uno de nosotros defendería su casa hasta
    la muerte si
    fuera atacada. Si Guemes escuchara estas preguntas, no me caben
    dudas que su sable probaría nuevamente
    sangre.

    Poco veo de lo precolombino, poco se habla del pasado,
    poco se sabe de las distintas tribus que habitaron estos valles
    y quebradas, pero puedo internarme en la montaña, puedo
    conocer como viven los alejados, no sólo de las grandes
    ciudades, sino de los pequeños pueblos. Esos lugares en
    donde el contacto y la
    contaminación son aún menores. Mañana
    iré a un pueblo perdido en el medio de la nada o del
    todo según se vea, Iruya. Aun no he sentido totalmente
    la fuerza de la montaña, tal vez ahora lo sienta, estoy
    abierto a lo que suceda, pero cabe la posibilidad de que nada
    ocurra. De todos modos el simple hecho de gozar viendo, provoca
    el lleno total de los
    sentidos.-

    Por la noche Humahuaca cambia su aspecto, las farolas
    que iluminan sus calles, le dan un aspecto totalmente
    romántico, largas hileras de luz me recuerdan a los
    pueblos españoles. Cenamos con mi nuevo compinche y
    él se retira a dormir. Caminando por las calles, siento
    en mi mente el sonido de una
    quena, la paz me envuelve y el aire fresco me
    invita a saborear un mate de coca antes del descanso. Entro a
    un bar y un perro, que según sus dueños era
    bravo, se recuesta a mis pies luego de una caricia, sé
    que mi contacto con los animales es
    sólido y natural.

    Son las 9,30 hrs, un solo bus recorre en tres horas
    los 70 Km, que nos separan de mi próximo destino y lo
    hace una vez al día y no todos los días de la
    semana. Partimos hacia el nordeste, Iruya está en
    la provincia de Salta, pero únicamente se accede desde
    Jujuy; por lo que veo el bus sirve de correo, camión de
    carga y transporte. Pocos km de pavimento y comienza el camino
    de tierra, el cual comienza a ascender y también se va
    enangostando poco a poco, por momentos transitamos por sobre
    las vías del tren, cruzando varias veces por el lecho de
    los arroyos, buscando el lugar para pasar, se puede apreciar
    que las crecientes son fuertes y se llevan la huella cada vez
    que ocurren. Con tristeza veo una vieja estación de tren
    abandonada. Las construcciones comienzan a cambiar, ya no
    tienen techos de adobe y piedra, ahora son de cortadera. Pircas
    y corrales de piedra, encierran ovejas y cabras. Los caracoles
    del camino marcan claramente el camino de montaña. Poco
    a poco nos acercamos a los 4.000 mts, debemos pasar por "El
    Abra del Cóndor
    ", en donde muy amablemente, el
    chofer del trajinado bus se detiene permitiendo que los dos
    turistas saquen sus fotos, mientras
    el pasaje espera pacientemente. Aquí no existe el
    apuro.

    Es la segunda vez que mis pies pisan los 4.000 mts, la
    primera fue con la mochila al hombro realizando el "Camino
    Inka", cruzando el paso de "Warmiwañusca" o Paso de la
    Mujer Muerta a 4.200 mts. Al fondo se ven los sembrados,
    realizados a 3.000 mts, pero no en terrazas como en
    Perú, ya que las bases de los cerros, en donde se
    realizan, son de menor pendiente; de todos modos, en la parte
    superior, sería imposible realizarlas. Luego de una
    pequeña planicie, comenzamos el descenso por los
    caracoles. En algún paraje alguien baja y alguien sube,
    con un perro o gallina a cuestas, con una bolsa de maíz,
    que quien sabe a donde llevarán, pero no se ven casas
    alrededor, estarán en alguna quebrada cercana. Las
    capillas que pasamos se ven tan solitarias en semejante
    paisaje, que resulta increíble que los días de
    misa se llenen de creyentes. Estoy entrando a la vida pura, con
    gentes que cultivan pequeñas porciones de tierra con
    maíz, trigo, alfalfa. Su color es el de la tierra; en
    los ancianos, en los surcos de sus rostros, se conoce la dureza
    del clima; sus
    labios, en algunos casos, están teñidos de tanto
    mascar coca; pero sus ojos son especiales, tienen el brillo de
    una vida simple, dura pero simple, sin contaminación, sin el bombardeo cotidiano
    que recibimos en las ciudades. No caben dudas de que son duros,
    no vacilarían en marcarte el lomo a lonjazos llegado el
    caso, pero sus contestaciones y trato son por demás
    amables y humildes. El lugar está al final del camino, a
    partir de allí, a los caseríos que existen,
    sólo se llega a pie o mula. En uno de los cruces del
    río, como una aparición, a lo lejos veo la
    capilla, para esconderse al instante, por varios
    kilómetros. Comienzo a emocionarme poco a poco, Iruya
    esta cada vez mas cerca; la quebrada por donde descendemos, me
    muestra construcciones aisladas, pero la pregunta es ¿de
    qué viven?, no todos tienen majadas o hatos, no todos
    tienen donde cultivar.-

    Recorremos con Cristophs, mi acompañante suizo,
    las empedradas calles, los pocos turistas que llegan para
    Semana Santa, ya no están, el pueblo está
    totalmente en paz. Una pequeña usina da luz a todo el
    pueblo, al fondo, el cementerio, con tumbas de 1.890 y otras
    más antiguas, pero sin fecha, con una pequeña
    capilla, creo, de responso, ya derruida por el
    tiempo.

    En estos lugares el tiempo no existe. El pasado,
    presente y futuro se conjugan en las altísimas
    montañas, en su arroyo, en la piedra, así como la
    vida y la muerte
    conviven naturalmente, todo está a la vista.-

       Hablando con algunas personas, que
    habitan estos pueblos, Iruya, Humahuaca, Purmamarca, que
    llegaron a ellos casi por casualidad y se quedaron, repito
    algunos, hablan de volver a la civilización, como si
    esto fuera un lugar apartado de ella y realmente esta no ha
    llegado en su totalidad y eso provoca que mantengan ese encanto
    especial, que nos permite esclarecer, si es mejor calidad de
    vida o cantidad. Creo que mi elección es clara. Por
    supuesto que hay que aclimatarse y sacar de nuestro interior lo
    contaminante, para así poder armonizar plenamente con el
    todo. Es difícil, pero no imposible, depende de nosotros
    mismos el lograr ese estado y no
    sucumbir a la vorágine de lo inaudito. Vivir y sentir,
    creo que es la consigna. Dicen que Dios nos dio el libre
    albedrío y creo que la mejor forma de usarlo es en la
    elección de vivir y no ser esclavos de un sistema.-

    Iruya, enormes tus montañas, profundas tus
    quebradas, serena tu gente, tu pobre río de piedras
    sólo muestra la vastedad del universo del cual
    sólo somos un pequeñísimo fragmento,
    aquí no hay magos ni brujos que puedan con tu entorno,
    sólo voluntad y fe logran sacarle algo a la Pacha Mama,
    sólo el confiar en que el sol saldrá al otro
    día, realiza el conjuro para vivir, sólo el amor en
    donde nos encontramos a nosotros mismos, provoca la magia de
    pertenecer. Y yo por ahora sólo sé que pertenezco
    a las montañas.

    Vuelvo a Humahuaca, aún no he tomado la
    decisión de volver a S.S. de Jujuy o seguir al norte,
    pero las tres horas de regreso me sirven para tomar la
    decisión de seguir y llegar al límite norte de mi
    país.-

     Ver la puna antes de La Quiaca, en donde
    el punto más alto del camino asciende hasta los 3.780
    mts, es imperdible. Por momentos parece que estoy en los llanos
    del sur, pero las montañas, me marcan la diferencia.
    ¿Qué se siente en este lugar?. ¿Qué
    sorprende y a su vez nos muestra la dureza del lugar?.
    ¿Qué me carga de tal forma, que en un segundo
    cruza por mi mente el quedarme, aunque sea un tiempo?. La
    magnitud de su belleza me muestra claramente que se nos da lo
    que pedimos. Verla, es entrar en otra dimensión, es
    encontrar de frente el miedo a la soledad y al mismo tiempo, es
    encontrar la paz de comenzar a entrar en la plena
    armonía con el todo. La simpatía de ver las
    llamas pastar, un animal tan noble y antiguo que sirvió
    a los indios en lana, carne y transporte, usado y cuidado por
    todas las culturas andinas, aun antes de que el español
    llegara con su codicia y espada. La vastedad de la puna, su
    desierto, sus casas de adobe, su oxígeno puro, belleza por donde se mire,
    no hay palabras para acotarla, sólo un fuerte
    sentimiento que abarca al infinito.-

    Las culturas andinas, Aymarás, Humahuacas,
    Fiscaras, Quechuas, o como se llamen, algunas olvidadas, otras
    mantenidas escondiendo sus pequeños secretos, que
    llegaron a estos días por el boca a boca, y su Wiphala,
    con sus colores rojo, naranja, amarillo, blanco, verde, azul y
    violeta, que muestra la unión del pueblo andino en su
    lucha, creo sin temor a equivocarme, son las que más
    demuestran la vida en épocas prehispánicas, las
    que mas me demuestran mis raíces americanas y mi
    unión con la Pacha Mama. He llegado hasta Ushuaia, he
    llegado hasta La Quiaca, visto las ciudades más
    distantes y sé con total seguridad
    que todos los habitantes originarios, todos los
    aborígenes de las distintas regiones, sea valles o
    montañas, sean desiertos o selvas. Mas allá de la
    igualdad en
    las distintas deidades, sean animales como el cóndor,
    puma o serpiente o elementos de la naturaleza, o lo que sea,
    solo tuvieron un sentimiento por la madre tierra y fue
    respeto.-

    Me despido de mi compañero, prometiendo
    contarnos por carta, donde
    andamos.-

    Ahora si vuelvo a San Salvador de Jujuy,
    al encuentro con un amigo con el cual no hablo hace 16
    años y quiere Dios que lo encuentre a mi regreso, cuando
    ya conozco su provincia, cuando ya puedo entender su forma.
    Él con su historia, yo con la mía y así
    poder contarnos y decirnos, lo importante, lo que necesitamos
    saber uno del otro.-

    Hace tres noches que sueño con la muerte
    (¿?) y creo que esta marcado en los cementerios que sin
    querer he visitado, mi buen amigo me lleva a ver el desfile del
    19 de Abril, día en que se funda San Salvador de
    Jujuy
    , el gauchaje tiene su mayor reconocimiento al
    desfilar cerca de 30 asociaciones, luego a comer un asado en
    casa de un criollo, que ofrece su humilde casa con total gusto.
    Se sabe que hay doma cerca y allá vamos, comienza a
    oscurecer, pregunto a mi amigo si no es muy tarde y si esto no
    pondría en peligro al jinete o al animal, él
    comprende y al ser dirigente de una de las asociaciones, se
    dirige a detener la jineteada, pero todo tiene su tiempo, en la
    última doma, muere el animal; no conozco ni al jinete ni
    al animal, solo conozco a mi amigo, las causa no importan pero
    no puedo contener mi llanto, solo quiero acariciar al animal,
    los desconocidos que me rodean se dan cuenta y tres de ellos me
    retiran del lugar, explicándome que este noble ser fue
    un buen pingo y que murió en su ley. De nada
    sirve, no entiendo como el afán del hombre en
    vanagloriarse y llegar a estos extremos, yo lo hice hace mucho
    tiempo y gracias a Dios aprendí. El "Chato" Elías
    me muestra su hombría de bien, yo no tengo consuelo.
    ¿Porqué tuve que presenciarlo?. Mi amigo, hombre
    que ama a los caballos profundamente, queda impresionado al ver
    como pudo causarme tanto daño este hecho, si se quiere,
    fortuito. No es lindo todo lo que se ve.-

    En la cena hablamos mucho, me cuenta de sus hijas y de
    su nieto. Por mi parte le comento de los sentimientos que me
    rodean últimamente, quedamos en no perder contacto en el
    futuro, yo debo partir continuando mi viaje.-

    El bus me deja en Salta, junto a mis dos mudos
    compañeros, mi sombrero y mi mochila, esperando para
    realizar un viaje hace mucho esperado "El Tren a las Nubes". De
    un pueblo cercano, Guemes, es oriunda mi madre, mujer
    golosa y querendona de todo este norte. La ciudad es linda,
    pero como siempre los grandes conglomerados de gente que
    visito, no me producen ninguna excitación. Visito su
    cabildo, me impresiona el interior de su Catedral, inaugurada
    en 1806, imponente; su exterior, cambiando su color me recuerda
    a la de Qosqo, en Perú, con sus dos campanarios a los
    lados y el gran portal en su centro. Paso por la Iglesia de San
    Francisco (1882) y allí agradezco todo lo bueno que
    estoy recibiendo en este viaje, sus colores llaman la
    atención, ladrillo fuerte y amarillo.

    Sentado en la plaza principal, frente a la Catedral
    comienzo a recopilar mi viaje y creo que este me ha definido
    que aun no sé realmente cual es mi lugar, pensé
    que encontraría la magia necesaria para encontrarlo y
    ella a llegado para decirme "busca, busca que si existes
    también existe ese lugar tan preciado, tu lugar". Como
    la mayoría de las cosas que deseo o busco, tardan un
    poco en llegar, pero de repente y ya sin presionar en la
    búsqueda, aparecen cual fantasma, como que Dios las pone
    delante de mí y es decisión solamente mía,
    el aceptarlas. Si el descubrir nuevos lugares, el transitar el
    camino en mi búsqueda me subyuga, si a cada paso me
    estoy acercando más a mí mismo,
    ¿cómo será encontrar el lugar a donde
    pertenezco?.

    Antes de dormir, encuentro un bar en donde comer algo,
    es una mezcla de viejo galpón y exposición de fotografías,
    pregunto por el fotógrafo y me presentan a una morocha
    encantadora que me cuenta como realiza su trabajo, gracias a
    Dios, siempre conozco gente que está dispuesta a
    compartir conmigo sus gustos y deseos más
    profundos.

    7,15 de la mañana, aún oscuro, el tren
    comienza su movimiento,
    mis compañeros de asiento, 3 jubilados….., pero la
    impresión es equivocada, resultaron tres personajes con
    los cuales compartí las casi 15 horas que lleva el
    recorrido de ida y vuelta. Charla, mate y empezar a
    reírse con las anécdotas. Poco a poco el tren
    comienza a subir, las nubes cubren el bajo, pero sé que
    a la altura que iremos no las tendremos. Argentinos, alemanes,
    yanquis, franceses comienzan a admirarse del paisaje, gatillan
    sus maquinas fotográficas constantemente, aún el
    verde predomina. Cruzamos el primer viaducto, no muy alto, y
    automáticamente todos comienzan a asombrarse.
    Pequeñas casas se ven a los lados de las vías,
    junto a alguna capilla. Vamos por la quebrada del río
    Toro, su nombre se puede deber a dos cosas, por aquí se
    llevaba ganado y muchos animales morían en el trayecto;
    al comenzar los trabajos de construcción del tren llama la
    atención a los ingenieros y bautizan así al
    río; la otra es que en quechua, Turu significa barro y
    el color del río es el de la tierra que
    surca.

    Hay taperas, en casi todo el recorrido, a veces cerca
    de las vías, otras más alejadas, algunas son de
    pobladores de la zona que las abandonaron, otras de los
    empleados del ferrocarril que trabajaron en su
    construcción. Ya la vegetación comienza a cambiar
    y en el fondo de alguna quebrada sorprenden los verdes de los
    sembrados, como si no correspondieran a este lugar, la tierra
    es casi arena, su color es blanco-grisáceo y combina
    perfectamente con los distintos tonos de las montañas.
    Por momentos el tren hace zig-zag para ganar altura y fuerza,
    curvas, túnel, rulos todo vale para ganar altura y no
    perderla en todo el recorrido.

    Fiel a mi costumbre, hablo con los que trabajan en el
    tren y así logro comunicarme con uno de los guías
    de vagón, que a su vez hace trabajo comunitario, con los
    pequeños campesinos de la zona. Es la segunda vez en
    este viaje, que alguien me habla del tema. ¿Hay
    posibilidades de hacerlo?. ¿Cómo conseguir
    trabajo para poder estar cerca?. Preguntas que
    instantáneamente cruzan mi cabeza. Busco mi lugar lejos
    de las grandes ciudades, mier…. que decisión.
    ¿Se podrá hacer, cerca del campo que
    compre?

    Subimos constantemente, 2000, 2500, 2700, el tren
    recorre casi 220 km en todo su recorrido, todo en subida.
    Comienza a verse algún nevado. Las llamas elevan un
    OH!!! en el vagón. Al llegar a una estación,
    Chorrillos a 2100 mts, en donde antes se recargaba agua
    para la máquina, los niños
    salen a saludar con sus manitos sucias. Como no pensar ante
    esos ojitos que me observan sonrientes. Tal vez la
    diversión mas grande es ver pasar estos vagones,
    cargados de gente rara, de turistas. Me acuerdo del
    refrán "como vacas mirando al tren", pero esta vez las
    vacas están en el tren. Todos suspiramos ante tanta
    ternura. Qué seguros nos
    sentimos cuando estamos en el tren, qué vanagloriada
    estupidez el sentirse en el camino y no al costado. Pero el
    convoy sigue su marcha, continua ganando altura, llegando hasta
    la estación del Abra Muñano a 4000 mts, en
    donde se realiza en paso de la máquina que nos tiraba,
    hacia atrás pasando a empujarnos. Al detenernos se
    produce el primer contacto, se arremolinan las manos en las
    ventanillas, todos ofrecen sus mercancías, son minutos
    para vender lo que se pueda, para salir corriendo a encontrar
    al tren en otro punto.

    Pasamos por la mina Concordia a 4144 mts, de
    donde se extraía oro y plata, hasta que sus
    túneles se inundaron con una vertiente y dejó de
    ser explotada, como si la montaña hubiera dicho basta,
    no me lastimen más. Estamos tan alto, que ya ni el
    cardón se anima a llegar. Llegamos al viaducto La
    Polvorilla
    4197 mts, por tercera vez mis pies tocan esa
    altura. Aconsejo a mis acompañantes que se muevan
    despacio, por la falta de oxígeno, después me
    darían la razón. Bajo del tren, ¿tiene
    regalo?, ¿tiene monedita?, ¿tiene caramelo?, los
    niños piden, pero ofrecen a cambio
    cualquier cosa, hasta una piedra levantada en el mismo lugar
    sirve para comerciar. Los grandes ofrecen sus tejidos. Por
    una pocas monedas se dejan fotografiar, son pobres y humildes,
    no sonsos. Encuentro a la fotógrafa salteña y
    comentamos lo que estamos viendo. El viaducto curvo sigue hasta
    el límite con Chile en
    donde se une con las vías chilenas. Nuestro convoy
    vuelve hasta San Antonio de los Cobres, y nuevamente
    todos salen corriendo para el encuentro final, allí es
    donde tendrán media hora para vender, para poner todo en
    el sartén, medias, chalecos, guantes, no hay que
    desperdiciar el poco tiempo.

    Al descender, se realiza una ceremonia muy emotiva,
    que tal vez en Buenos Aires, Córdoba u otra ciudad, no
    le daríamos importancia, pero aquí es distinto.
    Se realiza el izamiento de la bandera y se canta Aurora,
    emociona verla subir. Cuatro minutos dura la canción, y
    luego todo es ofrecer, todo es pedir, todo es aprovechar el
    poco tiempo para ganar algunas monedas. Sus rostros curtidos
    por los vientos y el sol. Pero ahí están sus
    ojos, atentos ante cualquier demanda,
    allí están los niños que con la mayor
    humildad piden algo, hay que tener el corazón
    muy duro, para ver el fondo de esos ojitos y no tener ganas de
    ayudar. El tren anuncia su partida, las mesas en donde se
    ofrecían los productos,
    comienzan a plegarse, nuevamente todo es en las ventanillas y
    en las puertas de acceso los vagones.

    La vuelta es larga y cansadora, pero lo que me llevo
    dentro es más que el cansancio, ver a esta gente
    quedarse en su lugar es hermoso y triste por igual. El orgullo
    que tienen por sus cosas me marca claramente su sangre es
    india.

    Viaducto La Polvorilla – 4.197
    mts S. N. M. – Desde vías a base 63 mts

    Mi viaje está culminando y lo que más
    lamento, es no haber tenido más tiempo, pero como todo
    tiene un comienzo y un final, vuelvo a casa, las expectativas
    que había creado, están concretadas plenamente.
    Gracias a Dios nuevamente, un viaje, me muestra algo valioso.
    Mis raíces más cercanas, esas que nos marcan y
    que tarde o temprano, explotan en nuestro interior, esas que
    permiten encontrarnos y tomar las decisiones de elegir el
    futuro. Que aventura más grande puede haber, que saber
    de donde venimos y así encontrarnos a nosotros mismos.
    Lo mío son las montañas y mi ave el
    cóndor.

    Si Jujuy confirma mi idea de vivir en las
    montañas, Salta me dio la perspectiva de hacer trabajo
    voluntario en donde compre mi campo.

    La sensación, de haber estado en este norte, en
    estas montañas y con esta gente, es tan profunda que no
    puedo explicarla con palabras. Pero los sentimientos que van
    surgiendo día a día, me van mostrando que el
    camino recorrido no es en vano. Siento que todo va fluyendo a
    un punto, todo converge a un punto, mi centro, mi yo mas
    íntimo. Todos los senderos tienen un final; es como
    Iruya, esta al final del camino, al fondo de la quebrada, desde
    allí es a pie o en mula, pero es allí donde
    comienza el resto del tiempo a vivir. Si bien en las grandes
    ciudades escondemos nuestros sentimientos y los enterramos en
    lo más profundo, este viaje a mi posible historia mas
    cercana, los dejo a flor de piel. Es
    como sentir que voy limpiándome paso a paso de las
    estructuras
    que fui construyendo. Un gran escritor, valga la redundancia,
    escribió: "Si naciste sin alas, no hagas nada que impida
    que crezcan" (D. Chopra) y gracias a Dios, en mi
    búsqueda, estoy dejándolas crecer.

    Tomo mi bus hacia Córdoba, pero la copla de una
    vidala, me pinta claramente este Norte.

    Cara de roca

    Mastica coca

    Y se ilumina

    El seclanteño

    Lento camina

    Como sus sueños.

    (Ariel Petrocelli)

      PD: Un año después, vuelvo a
    Jujuy y por supuesto a Purmamarca. Sentado en uno de los bancos
    de cardón de la iglesia, descubro que la capilla es una
    puerta, una puerta hacia un universo sin límites
    y casi totalmente desconocido. Un portal hacia mí
    mismo.

     

     

    Juan Carlos Kufner

     

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