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Inmigracion y novela



    Indice
    1.
    Introduccion

    2. Inmigrantes
    3. Notas

    1.
    Introduccion

    En esta monografìa me refiero a los antecedentes
    de la "literatura de fronteras" en
    la Argentina y
    comento De aquì hasta el alba, novela de
    Zappietro en la que aparecen inmigrantes viviendo la Conquista
    del Desierto.
    Eugenio Juan Zappietro es un conocido autor de cuentos
    policiales, que colaborò durante mucho tiempo en La
    Prensa y
    participò en antologìas sobre el gènero. Es,
    tambièn, el autor de la novela De
    aquì hasta el alba (1), en la que narra lo acontecido a
    colonos, soldados e indios durante la Conquista del Desierto, en
    el año 1879.
    El lìder de esta gesta fue Julio Argentino Roca, "el joven
    y brillante militar prestigiado por el èxito de la
    campaña que concluyò con el dominio del indio
    en el desierto", asì lo define Adolfo Prieto (2). La
    Conquista del Desierto fue –a criterio de Exequiel
    Cèsar Ortega- uno de los "hechos y factores que dieron
    nueva tònica a nuestra Argentina moderna. (…) La empresa
    decisiva del General Julio Argentino Roca (1878-1879) y las
    complementarias hasta 1884, terminaron con el pleito secular. Se
    tuvo el control
    territorial en momentos de casi inminente guerra con
    Chile por la
    posesiòn de la Patagonia. Los
    caciques resultaron vencidos, se entregaron como
    Namuncurà; fueron apresados como Pincèn y otros
    como Baigorrita combatieron hasta el fin. Sus escasas gentes
    (pocos guerreros sobrevivientes y ‘chusma’ o no
    combatientes, mujeres, ancianos y niños)
    esperaron a merced de los vencedores, o huyeron,
    transmitièndose su alarma y su miedo mediante las
    señales de humo que describe Zeballos. Estos ya no eran
    los centauros que domesticaban sus caballos de guerra sin
    castigarlos, ni los àgiles y huidizos maloneros. Eran los
    integrantes del ocaso, descriptos por Estanislao S.
    Zeballos

    En ‘Viaje al paìs de los araucanos’ "
    (3).
    Por el tema que aborda, la obra de Zappietro se inscribe en la
    vertiente de la "literatura de fronteras", que ha tenido grandes
    cultores. Prieto considera que "la Argentina moderna parece no
    guardar rastros del problema que la agitara rudamente durante
    medio siglo, luego de convertirse en una no resuelta herencia de la
    Colonia. El importante ciclo de la literatura de fronteras, con
    Callvucurà, los ya mencionados libros de
    Mansilla y de Barros, los artìculos periodìsticos
    de Hernàndez, la prèdica de Nicasio Oroño,
    el simple material de informaciòn cotidiana recogida
    durante años en diarios como La Prensa de Buenos Aires y La
    Capital de
    Rosario, y los registros de
    testigos calificados, como Ignacio Josè Garmendia en
    Cuentos de tropa (Entre indios y milicos) (1891), el Comandante
    Prado en La guerra al malòn (1907) e Ignacio Fotheringham
    en La vida de un soldado (reminiscencias de la frontera) (1908),
    vienen a recordarnos la inconsistencia de esa opiniòn o
    prejuicio".

    2.
    Inmigrantes

    En la esplèndida novela de Zappietro, varios
    inmigrantes comparten con los criollos y los indios un destino
    aciago. Se trata de hombres que se alejaron de la
    civilizaciòn, por su voluntad o por causas ajenas a ella,
    y se ven envueltos en una historia que les
    permitirà mostrar su grandeza o su cobardìa.
    Dos europeos son presentados como figuras antitèticas,
    encarnaciones del bien y del mal. Se trata de un cirujano belga y
    de un comerciante flamenco, los cuales, como dos caras de una
    misma moneda, muestran que la vida de un ser humano responde a
    los principios
    morales que lo orientan, y no a las circunstancias en que se
    encuentra. En una misma situaciòn, el belga se muestra probo una
    vez màs, mientras que el flamenco vuelve a evidenciar su
    egoìsmo criminal.

    Hubert Leroy, el cirujano belga, ha debido huir de
    Francia, pues
    durante una operaciòn matò intencionalmente a un
    ministro asesino: "Decidiò matar a Desquerres cuando
    extirpò las tres cuartas partes de su hìgado. (…)
    Cuando Francia descubriò el crimen, Hubert Leroy estaba ya
    en Amèrica". De Buenos Aires, donde se habìa
    establecido, debe huir tambièn, ya que se ha conocido su
    pasado y eso sirve para la extorsiòn. La opciòn era
    partir o morir, y èl escoge marchar hacia el sur: "Bajo
    una lluvia incoherente, Leroy divisò el carruaje, con un
    auriga inmòvil, al modo de una estatua. Tambièn
    presintiò un arma en la pretina del pantalòn de su
    visitante. La situaciòn no le encolerizò; lo
    poseyò una desagradable sensaciòn de frialdad, como
    si estuviese presenciando la decapitaciòn de un
    extraño".

    El flamenco Roger Bary, era "mercader en aquella esquina
    del infierno" y entra en tratativas con los indìgenas,
    aùn a costa de la vida de sus hijas, sòlo para
    salvar el pellejo: "Bary habìa negociado con los indios,
    en especial con Kachipuè, cuya devociòn por su hija
    Paula era conocida en todo el sudoeste; ese amor animal
    del bàrbaro por la muchacha habìa dejado muy buenos
    beneficios en las arcas del comerciante; ahora, el negocio tocaba
    a su fin y debìa disponerse a levantar su tienda.
    Habìa exprimido a soldados y paganos, vendièndoles
    por igual armas y
    municiones. Ginebra y vicios. Y todos los elementos que
    necesitaba una tribu en constante movimiento,
    amenazada por la ùltima campaña nacional contra las
    tolderìas".

    Bonhomìa y vileza aparecen confrontadas –al
    igual que en Leroy y Bary- en otra dupla de inmigrantes. Son
    ellos un irlandès, que llegò al desierto en 1866, y
    el socio granadino que lo traicionò. La posta en la que
    vivìan los Bary habìa sido construida por
    O’Flaherty, quien "juraba que Argentina era el paìs
    del futuro. No se equivocò por mucho en cuanto a la tierra; se
    equivocò de hombres, pero una lanza araucana habìa
    terminado con èl para evitarle la amargura de
    comprobarlo".

    El granadino le robò el negocio, y quiso robarle
    tambièn a su compañera, a la que matò por no
    aceptar la relaciòn. Luego, cambiò al
    irlandès por un caballo. O’Flaherty resistiò
    el asedio de sus "compradores" durante diez dìas, "hasta
    que se quedò sin municiones. Entonces, fabricò una
    lanza con un cuchillo toledano, recuerdo de su ex socio,
    atàndolo fuertemente al cañòn del Sharp".
    Asì, matò a los araucanos que quedaban y, cuando se
    enfrenta al caudillo, despuès de haber perdido un brazo,
    es el granadino quien lo entrega, pues "El araucano no
    bajò su brazo armado de cuchillo; estaba considerando que
    aquel pelirrojo hombre blanco
    era un dios; ni en toda la historia de su naciòn alguien
    habìa despachado a seis bravos con aquella terrible
    celeridad".

    El cacique termina con el traidor: "la gratitud era un
    sentimiento menor en el indio; la admiraciòn podìa
    màs. Metiò su lanza entre las costillas del
    español
    y los enterrò a ambos junto a la muchacha de Glasgow.
    Desde entonces –era leyenda ya- vagaba sin poder pegar
    ojo en torno a la posta,
    como si quisiera resucitar al hombre que habìa liquidado a
    su brigada".

    El desierto alberga tambièn los restos de un
    estadounidense: "Un hombre delgado y macilento que era ingeniero
    del ejèrcito, habìa llegado para estudiar la
    posibilidad de trasladar el asiento de las tropas un poco
    màs hacia el mar. Se habìa llamado Jewison y era un
    americano de Tejas, muy golpeado por la enfermedad que
    habìa contraido al atravesar la Florida. Jewison
    tenìa treinta y cinco años y un Colt Forntier a la
    cintura; vestìa levitòn Prìncipe Alberto y
    fumaba cigarrillos muy suaves, ambarinos, de
    Virginia".

    Una noche, "quedò con los ojos abiertos, mirando
    el techo de paja trenzada, inmòvil como una piedra.
    Habìa muerto sonriendo, cara a un cielo extraño,
    tal vez muy semejante al de las interminables noches de su Tejas
    natal"
    En esta evocaciòn de los inmigrantes, debemos mencionar al
    portuguès que se ofrece como voluntario para defender el
    fuerte 36 del Ejèrcito Nacional Argentino.
    Lucharìan doscientos bomberos de lanza contra
    veintidòs idiotas", en una contienda que tendrìa
    como hèroes al capitàn Càrdenas, a Paula
    Bary y a un indio converso. Era Martins, el portuguès, "a
    quien las bajamares habìan hecho recalar allì, como
    ùltimo puerto", un hombre "delgado, macilento, comido por
    la malaria", que tenìa un poderoso motivo para luchar:
    "-Me mataron una china en
    Italò –dijo-. Me dije que iba a arrancarle las
    tripas a cien puercos de èsos. Todavìa no
    cumplì". Seguramente, le llegò el fin antes de
    poder concretar su propòsito.
    Indios y criollos se enfrentaron en la Conquista del Desierto. No
    olvidemos que en el sur habìa inmigrantes. Ellos
    tambièn escribieron nuestra historia.

    3. Notas

    1. Zappietro, Eugenio Juan: De aquì hasta el
      alba. Barcelona, Hyspamèrica, 1971
    2. Prieto, Adolfo: "La ideas y el ensayo",
      en Historia de la literatura argentina, Tomo II. Buenos Aires,
      CEAL, 1980.
    3. Ortega, Exequiel Cèsar: Còmo fue la
      Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra,
      1972.

     

     

     

     

    Autor:

    Marìa Gonzàlez Rouco

    Licenciada en Letras, Periodista Profesional
    Matriculada

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