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La ética del servicio público




Enviado por jhernandez



Partes: 1, 2

    Indice
    1.
    Presentación.

    2. Análisis de la fracción
    VII del artículo 3º constitucional.


    3.
    ¿Debemos utilizar alguna estrategia para la reforma
    propuesta, o debemos partir de la experiencia particular de cada
    institución de educación superior?.


    4. La
    inclusión del concepto "accountability" o rendición
    de cuentas en la administración
    pública.

    5. Posibles enfoques para lograr una
    reforma administrativa eficiente y eficaz, con el objeto de
    combatir prácticas que generen actos de
    corrupción

    6. Pesos y contrapesos de los principios
    enunciados.

    7. Algunas ideas sobre el control de
    evaluación operacional de las funciones de la
    universidad.

    8. El Acuerdo Nacional Para
    La Transparencia Y El Combate A La
    Corrupción

    9. El enfoque de reorientar
    la administración pública universitaria en
    cumplimiento al acuerdo.

    10. Conclusiones
    generales.

    1.
    Presentación.

    La insuficiencia de recursos
    públicos para atender todos los deseos y expectativas
    confiados por la sociedad al
    Estado en la
    búsqueda de eficiencia, nace
    atendiendo a la substitución del Estado gestor por
    el Estado
    orientador de las actividades vinculadas a concretizar el
    interés
    general. Fruto del principio de subsidiariedad, la
    regulación representa la disciplina
    jurídica de actividad económica privada en
    segmentos relevantes para el desarrollo
    social. Para abordar el tema, es necesario tender un puente
    entre las reflexiones teóricas, la regulación
    jurídica y la práctica cotidiana. La ética
    es una expresión de la cultura, es
    una forma de dominio de la
    razón sobre el instinto. Recordemos. Racionalmente
    el hombre y
    las sociedades
    humanas han ido estableciendo valores
    fundamentales, tanto individuales como sociales. De ahí se
    han derivado valores
    morales que, en general, han sido coincidentes con los que
    recogen los diversos sistemas
    jurídicos. En rigor, los valores
    éticos están consagrados en el derecho.

    No resulta suficiente con un sistema de
    sanciones que puedan implicar suspensión,
    destitución e inhabilitación de servidores
    públicos que no respeten la vocación del servicio
    público. Creo que todo esfuerzo será inútil
    si la moral
    individual no se fortalece, ya que actualmente vivimos una etapa
    en la que se afirma que la pérdida de valores pareciera
    ser un signo distintivo de nuestro tiempo. Sin
    embargo, los valores no se pierden. Lo que podría perderse
    _y sería grave_, es el interés por alcanzarlos.
    Este enfoque podemos interpretarlos como un método
    para llegar a decisiones públicas, adoptadas por
    políticos sometidos al control y al
    escrutinio de la sociedad, lo que impide que la capacidad de
    coacción del Estado sea excesiva. Es en este sentido que
    la delegación del poder de
    decisión del ciudadano al político ha de realizarse
    libremente, con información y debate
    público de los asuntos a decidir, de forma que las
    políticas concuerden con los deseos
    mayoritarios. Por tanto, control, información y debate
    forman parte esencial del método democrático de
    decisión, insistiéndose desde todas las posiciones
    ideológicas, en la necesidad de llevar a cabo cambios
    más o menos profundos en las administraciones
    públicas, de suerte que los ciudadanos reciban mejores
    servicios y
    vean bien utilizados sus impuestos y que
    los gobernantes puedan encontrar en ellas el instrumento para
    llevar a cabo sus programas. La
    razón de tal situación radica en que actualmente
    hay más necesidades y demandas de actuación
    pública que nunca, y a la vez más dificultades para
    intervenir derivadas de la
    complejidad que ha llegado a adquirir la tarea de administrar,
    con la presencia perenne de un elemento importante: la
    ética en el servicio público, que deberá
    estar inscrito en la mente y corazón de
    todos las personas que realizan esta noble función.

    Podemos decir muchas cosas más al respecto,
    reservando, por un lado, la decisión de qué
    tamaño preferimos el tipo de administraciones
    públicas con que queremos convivir. Y entre estas cosas,
    están, sin duda, el carácter
    que deba atribuirse a las reformas que se emprendan, la evaluación
    de la eficacia y la
    eficiencia de la acción pública a través del
    análisis de políticas y la
    práctica de algún control de
    calidad en los servicios prestados a los ciudadanos.
    Carecería de sentido añorar una mítica buena
    y vieja administración de tiempos pasados abarcable
    e inteligible, del mismo modo que sería absurdo volverse
    hacia las reformas administrativas clásicas para encontrar
    inspiración y soluciones a
    los problemas
    actuales de las administraciones públicas. Y entre otras
    cosas porque no se trata sólo de que éstas hayan
    visto aumentar su tamaño, complejidad,
    diferenciación e interdependencia, sino que han sufrido
    una profunda modificación de su papel: han
    dejado de ser organizaciones
    dependientes para convertirse en instituciones relativamente
    autónomas.

    Me abocaré en el desarrollo del
    presente ensayo a un
    breve estudio sobre la obligación moral,
    ética y jurídica que tienen las instituciones de
    educación
    superior (IES), en el ejercicio de las reglas del juego del
    servicio público que prestan, el cual por su naturaleza, les
    es asignado por el Estado para el cumplimiento de sus fines, en
    ejercicio de su la autonomía universitaria, consagrada en
    la fracción VII del artículo 3º
    constitucional.

    Las ideas aquí vertidas no son únicas ni
    valederas, tomando en consideración las características del escrito, las cuales
    podrán ser enriquecidas con el debate y aporte de nuevas
    ideas, proceso que
    mejorará la dialéctica propuesta: Universidad
    – Autonomía Universitaria – Responsabilidad – Transparencia y ejercicio
    de recursos públicos, consciente de que el fortalecimiento
    de nuestra democracia nos
    da la oportunidad de comenzar a crear las condiciones para el
    restablecimiento de la confianza en nosotros mismos, en nuestras
    instituciones, y en el futuro de México. Si bien la
    democracia no puede por sí sola corregir todos nuestros
    problemas de forma automática, sí nos permite
    construir un espacio de diálogo,
    libertad,
    tolerancia y
    respeto para
    discutir los conflictos que
    nos afectan como sociedad, y buscar entre todos las posibles
    soluciones, porque la democracia, como a veces sucede,
    decepciona. Se crean tantas expectativas en torno a ella, que
    una vez instalada, pareciera que son inevitables ciertos procesos de
    decepción. Y aunque el optimismo de vernos con
    instituciones democráticas confiables, éstas no
    logran superar los problemas económicos y sociales, que
    amenaza con romper el principio de legitimidad, por el cuadro de
    deterioro institucional que amenaza la estabilidad
    democrática: narcotráfico, guerrillas, inseguridad
    pública, el avance de una cultura política que descuida
    a las instituciones, la corrupción, las desigualdades vergonzantes
    y la desconfianza de los ciudadanos hacia su clase
    dirigente.

    Presentaré al final del documento, una propuesta
    orientada a implantar en las Instituciones de Educación
    Superior un Sistema Universitario de Integridad (SUI), en el
    marco del Acuerdo Nacional de Combate a la Corrupción,
    firmado el 26 de febrero del año pasado, entre la
    Presidencia de la República, la Secretaría de la
    Contraloría y Desarrollo Administrativo, la
    Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de
    Educación Superior, y otros actores sociales. El programa de
    integridad propuesto, está concebido para reforzar el
    compromiso y para dirigir la Institución con integridad,
    porque cuando la gente se comporta con integridad, actúa
    honesta, sincera, ética, moral y legalmente. Establece
    todas las políticas y procedimientos
    relacionados con la conducta
    ética y su cumplimiento, bajo un programa unificado. Esto
    nos dará la oportunidad de comunicar las normas de
    conducta ética a los miembros de la comunidad
    universitaria y al público en general. Se propone que este
    programa de integridad conste de dos partes: Por un lado, la
    elaboración de un código
    de conducta, y por la otra, una oficina
    anticorrupción _o de cumplimiento de las normas_. El
    código de conducta constituye una declaración
    formal de los estándares y las reglas laborales de
    conducta ética de las IES, y la oficina
    anticorrupción _o de cumplimiento de normas_, tiene como
    función principal, la vigilancia del programa.
    Actúa como un recurso para atender las dudas y preguntas,
    trabaja con los directivos, funcionarios, comités de
    compras,
    departamento de recursos
    humanos, etcétera, para asegurar el cumplimiento del
    código de ética. Como siempre, la oficina del
    abogado general _o dirección jurídica_, está
    disponible para ayudar a resolver las dudas y preguntas que
    tengan los miembros de la Universidad para cumplir con los
    requisitos legales.

    2. Análisis de la
    fracción VII del artículo 3º
    constitucional.

    La Administración
    Pública Universitaria y el ejercicio de la
    autonomía universitaria.
    La constitución mexicana necesita revisar el
    tradicional régimen jurídico administrativo de la
    Universidad Pública, al reconocer, por un lado, el
    contenido de la fracción VII del artículo 3º
    que otorga autonomía a las universidades, y por la otra,
    _entre otras_, el concurso con la Ley de
    Fiscalización Superior de la Federación, de donde
    se desprende que a partir de numerosas leyes de
    carácter administrativo, se ha venido efectuando una
    distribución de competencias
    universitarias entre los distintos poderes públicos, al
    establecer la revisión de la cuenta pública y su
    fiscalización superior, a efecto de comprobar que la
    administración y aplicación de los ingresos y
    egresos federales durante un ejercicio fiscal, se
    ejercieron en los términos de las disposiciones legales y
    administrativas aplicables (Fracción VIII del
    artículo 2º). En el ejercicio de ambas leyes, vemos
    entonces que la autonomía universitaria persigue como
    objetivo
    principal, el garantizar su existencia institucional en el
    cumplimiento de sus funciones
    específicas, comprendiendo los campos de la economía, el gobierno y la
    administración, así como la
    organización académica, la organización de los cuerpos docentes, la
    admisión de alumnos, y la plena libertad científica
    y cultural, la conservación e incremento de su patrimonio,
    todo sin interferencia del sector
    público o de cualquier otra fuerza
    extraña, pero también implica responsabilidad ante
    la sociedad en general y ante su comunidad universitaria, quien
    le exige una rendición de cuentas
    responsable, eficiente y eficaz.

    Esta doble referencia constitucional exige efectuar un
    nuevo reparto de competencias en materia de
    enseñanza universitaria entre el Estado y
    las instituciones de educación superior con
    autonomía, reparto que tiene como fundamento los principios
    siguientes: a) Libertad académica (de docencia y de
    investigación), fundamento, pero
    también límite de la autonomía de las
    universidades, que se manifiesta en la autonomía
    estatutaria o de gobierno, en la autonomía
    académica o planes de estudios, y b) Autonomía
    financiera o de gestión
    y administración de sus recursos. Si la
    Constitución hace imperativo el ejercicio de estas
    facultades, es imprescindible que la Universidad pueda rendir a
    la sociedad lo que tiene derecho a exigir de aquélla, a
    saber: calidad docente e
    investigadora y autonomía financiera con responsabilidad,
    algo que sólo podrá ofrecer si se le garantizan
    condiciones suficientes para llevar a cabo su función. Por
    ello, debe considerarse la idea de que la Universidad no es
    únicamente patrimonio de los actuales miembros de la
    comunidad universitaria, sino que constituye un auténtico
    servicio público referido a los intereses generales de
    toda la nación
    mexicana. A ello responde nuestra propuesta, que se garantice la
    transparencia en la gestión y administración de los
    recursos públicos por parte de la Administración
    Pública Universitaria, lo que otorgará a las
    Instituciones de Educación Superior autónomas por
    ley, brindar una mayor certeza y confiabilidad en la sociedad civil. A
    ello responde, finalmente, el que el control del rendimiento y la
    responsabilidad sean, en definitiva, la contrapartida de la
    autonomía y del privilegio y beneficio que implica el
    acceso a la Universidad y la adquisición de un
    título académico, conservando la unidad:
    Universidad – sociedad civil, en la generación de
    confianza hacia esta noble institución.

    Parece fácil llevar al campo de los hechos lo
    expresado, pero no es así. La mayor parte de las
    administraciones públicas son hoy en día capaces de
    controlar ciertos aspectos de su entorno, donde con frecuencia
    crean y manipulan su propia clientela, tienen aliados y enemigos,
    pactan con los grupos de
    interés, se atreven en ocasiones a desarrollar presiones
    políticas sobre gobernantes y legisladores, mantienen
    accesos privilegiados a la prensa e incluso
    sus propios periodistas a sueldo, etcétera. En este juego,
    es donde participan los distintos sectores sociales, que cuentan
    con ellas de una forma u otra, y todo el mundo tiene expectativas
    compartidas respecto de sus modos de comportamiento, más o menos establecidos (y
    no sólo jurídicamente regulados); de suerte que la
    perspectiva de su eventual reforma o ausencia de reforma,
    moviliza un gran volumen de
    intereses: internos (de la organización) y externos
    (propios de su clientela). Por otro lado, esas grandes
    organizaciones públicas
    <<institucionalizadas>> tienden por su propia
    naturaleza a sufrir una cierta inercia, conservadurismo y
    rigidez, apareciendo con frecuencia como lentas y rutinarias, y
    por ello mismo, como necesitadas de reforma –y a la vez-
    difícilmente reformables.

    Se dirá que con los anteriores argumentos se
    está incurriendo en una cierta reificación de esas
    administraciones para el bienestar. Nada más lejos de
    nuestro propósito, ya que, pese a su indudable proceso de
    institucionalización, están dirigidas por
    políticos y servidas por funcionarios que en su
    actuación responden a propósitos definidos e
    identificables. Es notorio que los altos cargos de nombramiento
    político no siempre se sienten cómodos con sus
    subordinados profesionales, no tanto por suponerlos
    políticamente desleales (esto es, afines a un partido
    diferente del que está en el Gobierno, o en casos de
    coalición, a aquel al que pertenece el <<alto
    cargo>>), sino más bien por suponerlos vinculados a
    unas tradiciones de la casa que pueden ir desde meros modos de
    actuar, pasando por intereses profesionales de los propios
    funcionarios, hasta intereses de las <<clientelas>>
    del ramo de que se trate, que pueden dificultar la gestión
    del alto cargo o el logro de los objetivos
    propuestos.

    Hay que tener en cuenta que si el papel
    desempeñado por los altos funcionarios universitarios ha
    consistido alguna vez en la mera ejecución instrumental de
    las medidas decididas por los políticos, no sucede desde
    luego así en las extremadamente complejas administraciones
    actuales. Pensemos, por ejemplo, en que difícilmente tales
    medidas pueden ser decididas en todos sus detalles
    técnicos por los órganos políticos que
    dirigen las administraciones públicas, ni siquiera con la
    eventual asistencia de sus cuerpos de asesores, constituidos por
    personas que no precisan tener la condición de
    funcionarios de carrera, y sí la confianza profesional y
    política del alto cargo de que se trate, de suerte que el
    propio diseño
    e instrumentación de las medidas o
    políticas, implica normalmente una cuota más o
    menos grande de discrecionalidad encomendada a los funcionarios,
    que éstos ejercen en su condición de expertos. De
    hecho, cuando los objetivos políticamente fijados son muy
    generales o relativamente poco concretos, la colaboración
    y asistencia de los funcionarios profesionales, incluso en la
    selección y fijación de las
    políticas, resulta imprescindible. Si a esto se
    añade que con frecuencia los objetivos de la acción
    pública no pueden modificarse de un día para otro,
    y que buena parte de las medidas requieren períodos de
    tiempo relativamente largos para su ejecución, no es de
    extrañar que a veces los políticos nombrados para
    un cargo tengan una sensación de impotencia frente a un
    ámbito de actuación en el que todo puede parecer
    decidido y, más aún, en el que todo parece estar en
    manos de los funcionarios de <<la casa>>. Bien es
    verdad que las reformas administrativas actuales se producen en
    un escenario de crisis fiscal
    del Estado más o menos intensa, en el que la
    limitación del crecimiento de los gastos
    públicos –por no hablar de su reducción- y el
    mantenimiento
    del nivel de los servicios prestados –por no hablar de su
    mejora- se presentan como requerimientos necesarios y
    relativamente incompatibles, que generan estrategias de
    reforma dirigidas al aumento de la productividad de
    las organizaciones públicas, lo que exige una cuidadosa y
    permanente evaluación de sus resultados.

    El propósito de reformar la maquinaria de la
    administración pública universitaria
    revestirá las características que le confiere su
    peculiar fisionomía, al suponer que en la base de la
    preocupación por la eficacia y la eficiencia
    públicas no hay otra cosa que ideología neoliberal extrapoladora de
    criterios empresariales al ámbito público: por el
    contrario, su fundamento teórico y su desarrollo
    técnico constituyen la consecuencia de una evolución propia, derivada de las
    características de la acción pública en el
    Estado de bienestar, y que gira alrededor de la noción de
    legitimidad. En efecto, para la legitimidad política es
    esencial la eficacia de la acción pública, lo que
    confiere la mayor importancia a los resultados o logros de dicha
    acción. No se trata de que las administraciones
    públicas, y en particular la administración
    pública universitaria, deba ajustarse al modelo
    económico de las empresas
    privadas, sino que debe subrayarse en la necesidad de creer que
    la legitimidad política descansa, al menos en una parte
    importante, en la capacidad real de la acción
    pública para satisfacer las necesidades y demandas
    sociales. Y tal capacidad ha de evaluarse tras una
    contrastación empírica y realista de la eficacia y
    la eficiencia de los recursos asignados a las universidades
    públicas, lo que permitirá indagar en modo preciso
    la eficacia y eficiencia del ejercicio de la acción
    pública encomendada a ellas, revisando las líneas
    de actividad en las que no se logren en una proporción
    razonable los objetivos propuestos, o en los que se consuma de
    forma injustificada un volumen excesivo de recursos: en
    último extremo, dineros públicos.

    3. ¿Debemos
    utilizar alguna estrategia para
    la reforma propuesta, o debemos partir de la experiencia
    particular de cada institución de educación
    superior?.

    No es éste el lugar adecuado para tratar a fondo
    la estrategia más útil para hacer frente a los
    problemas señalados. Con todo, es fácil admitir que
    una estrategia exclusivamente normativista –una mera
    reforma legal- puede fracasar fácilmente, si no va
    acompañada de otras actuaciones. Entre ellas, cabe
    señalar, en primer lugar, la aplicación de incentivos
    positivos y negativos a las conductas institucionales e
    individuales. La reasignación de recursos por parte del
    Estado puede ser un instrumento efectivo en un proceso de
    reforma, pero no es suficiente. Sin una presión
    exterior de cierto impacto tampoco parece fácil una
    rectificación del statu quo: priman con frecuencia las
    posturas de bloqueo y veto sobre las de cambio e
    innovación. Algunos representantes
    –por ejemplo del Consejo Social en la Universidad de
    Guadalajara-, pueden a partir de su experiencia, trasladar a la
    institución las razonables expectativas del entorno y
    promover iniciativas de revisión de los aspectos menos
    eficientes y más opacos del gobierno universitario.
    Tampoco podemos ignorar la resistencia de
    las propias administraciones de tutela –Ley de
    Fiscalización Superior de la Federación,
    Contralorías Generales- a abordar adecuadamente un asunto
    que comporta rendimientos políticos negativos ante
    determinados sectores de la opinión. Estos costes pueden
    ser mejor asumidos si se consiguen articular las necesarias
    coaliciones entre agentes sociales, sectores académicos y
    responsables políticos, cuya visión podría
    trascender el inmediatismo del ciclo electoral. Esto nos
    permitiría ensayar, aunque fuera de forma parcial y a
    título experimental, fórmulas que rectificaran las
    deficiencias actuales y que permitieran la disminución de
    sus efectos negativos sobre el rendimiento social exigible a un
    sistema universitario público.

    Aproximándonos a lo dicho, recordemos que la voz
    Administración Pública enuncia la existencia de una
    relación social desarrollada en una etapa de la historia, que comienza con
    la irrupción de los regímenes constitucionales y la
    extinción del Estado absolutista. El fenómeno que
    le precedió y del cual conserva una gran herencia, tuvo
    una denominación distinta: se llamaba Policía.
    Aunado a ello, se inscribe la idea de lo público, tomando
    en consideración que el mismo concepto hunde
    sus raíces en el seno de la sociedad y está
    preñada de naturaleza social, como lo explica Omar
    Guerrero:

    "… la administración es una consecuencia
    natural del estado social, como éste lo es de la sociedad
    natural del hombre, su
    naturaleza es un resultado de la comunidad, pues desde el momento
    en que existe el pacto social hay administración:
    así es que siempre encontramos la naturaleza, hasta en el
    despotismo. Es pues, evidente que la administración no
    toma su principio en convenios humanos, sino que es un
    fenómeno procedente de la existencia misma de la sociedad,
    sin que los convenios o leyes sirvan más que para
    organizarla, es decir, para determinar su modo de existir, pues
    su existencia procede de los mismos principios que la
    sociedad".

    Esta cita ilustra una vez más la importancia que
    reviste para el buen funcionamiento de la administración
    pública, en especial la universitaria, con la
    vinculación de los funcionarios con el cargo que ocupan y
    no con el partido respectivo o grupos sectoriales de intereses
    políticos o económicos, ya que, por ejemplo, en
    muchos países los empleados públicos se sienten
    comprometidos con los intereses particulares de quienes los han
    nombrado. Esto necesariamente lleva a un abuso de poder que se
    contradice con la vocación democrática, en
    particular con el principio de "igualdad ante
    la ley", y reduce el umbral inhibitorio para la
    corrupción, ya que si se sirve a intereses particulares de
    terceros, ¿por qué no a los propios
    también?, ¿cuál es el problema?. De
    ahí la importancia fundamental que reviste el status del
    empleado público, si se desea que su desempeño sea independiente de las
    coyunturas políticas cambiantes, arraigándolo al
    ejercicio del cargo, fundamentado en conocimientos
    técnicos y aptitudes, de forma tal que su accionar posea
    la necesaria neutralidad ante los diversos intereses
    políticos y económicos, y se oriente por los
    principios elementales de legalidad que deben observar quienes
    actúan en la administración. "Digamos que en este
    juego los funcionarios públicos se encuentran en una
    relación fiduciaria respecto a las personas que los
    eligieron, en ejercicio del sufragio, para que las representen".
    En su carácter de depositarios de la confianza
    pública, están bajo la obligación de servir
    al pueblo de la mejor manera posible. En el desempeño de
    sus funciones tienen la obligación de demostrar toda la
    capacidad e inteligencia
    que les sea posible, de ser diligentes y concienzudos, de ser
    objetivos y razonables y, por sobre todas las cosas, mostrar que
    actúan de buena fe, con honradez e integridad. Deben
    alejarse de toda influencia corrupta y deben realizar las
    negociaciones de manera abierta y sincera frente al escrutinio
    público, a fin de que el pueblo pueda saber lo que sucede,
    y juzgar con justicia tanto
    a ellos como su trabajo. Si los funcionarios públicos no
    se desempeñan con honradez y responsabilidad, sus acciones son
    inconsistentes con el interés público.

    La experiencia nos demuestra que muchas de las causas de
    la corrupción, tanto en los países industrializados
    y los que se encuentran en vías de desarrollo, deben
    buscarse en los errores institucionales de la
    administración pública. En efecto, si se pretende
    impedir que se difunda la corrupción y si se desea
    combatirla eficazmente, es preciso impulsar una reforma
    básica de ella, eliminando las fallas institucionales que
    conducen a este cáncer. Seamos honestos. No es posible
    combatir la corrupción apelando exclusivamente a la
    ética y a la transmisión de valores morales. Es
    necesario que se eliminen las oportunidades que la generan,
    incrementando al mismo tiempo los costos y los
    riesgos que la
    misma implica. Preguntémonos: ¿Por qué se
    han puesto tan en boga las compras gubernamentales si
    solían ser un tema casi esotérico?. Sencillo.
    Porque hoy la corrupción en general es un tema de
    discusión en todo el mundo. Si abrimos un diario de
    circulación nacional o internacional, o la
    información que encontremos en Internet a través de
    diarios electrónicos, casi seguramente encontraremos
    alguna denuncia de corrupción oficial.
    ¿Dónde ocurren esos actos de corrupción en
    la mayoría de los casos?. En temas fiscales, en las
    aduanas o en
    las compras y contratos
    estatales. Y es que las adquisiciones gubernamentales involucran
    grandes sumas de dinero, entre
    10 y 15 por ciento del producto bruto
    interno en muchos países. En el pasado llevaba meses o
    hasta años determinar qué estaba ocurriendo con un
    contrato
    estatal, pero hoy se puede saber casi instantáneamente,
    debido al auge en las comunicaciones
    y al constante escrutinio de los actos de gobierno.

    Simple y sencillo. Vemos entonces que la
    corrupción en los términos expuestos, es
    considerado como una lesión a los intereses de la sociedad
    civil, en perjuicio de la administración pública, y
    que como regla general, ha sido un mal transmitido de
    generación en generación, el cual es necesario
    extirpar para que no siga haciendo daño. Es por ello que
    en la actualidad uno de los puntos de debate más
    acalorados entre los profesionales del control social, lo
    constituye sin lugar a dudas el tópico del control de los
    recursos económicos, sobre todo el que trata sobre los
    modelos y
    estructuras de
    las entidades de fiscalización. Acto continuo,
    normalmente, se da la pregunta de cuál debe ser el foco de
    fiscalización, su evaluación, las dimensiones de
    eficiencia, eficacia y efectividad y evaluación de estas
    preguntas relacionadas con los principios de legalidad y
    legitimidad. Veamos experiencias sobre este tema. Un veterano de
    las compras estatales –el señor Jorge Claro de la
    Maza-, sostiene _y coincido con ello_ que los libros
    contables deben estar abiertos al público.

    ¿Por qué son tan vulnerables a los abusos
    las adquisiciones estatales?. Porque no son tratadas como una
    cuestión de política de gobierno. Se las percibe
    meramente como un proceso de adquisición y por lo tanto no
    se les asigna prioridad como una cuestión política,
    como un problema de gobierno. En la mayoría de las
    naciones industrializadas las compras estatales figuran en un
    lugar destacado en el temario político, pero ese no es el
    caso en la mayoría de los países de América
    Latina y del Caribe. Pocos países tienen un alto
    funcionario con responsabilidad global sobre las compras
    estatales y la gente encargada de las adquisiciones tiene muy
    poca capacitación y escaso prestigio
    profesional. La mayoría de ellos aprenden el oficio sobre
    la marcha. Hay problemas con las leyes que rigen las
    adquisiciones estatales, que tienden a ser anticuadas, demasiado
    específicas y desfasadas de las prácticas
    empresariales modernas. En muchos países ni siquiera se
    han publicado reglamentos para aplicar esas leyes, de manera que
    cada Ministerio o Secretaría de Estado tiende a manejar
    sus compras más o menos como le parece. Además, en
    muchos países el proceso es muy engorroso, lleno de
    cuellos de botella. Para acelerar su trámite, el
    contratista aceita la maquinaria. Aunque algunos países
    han aprobado en los últimos años leyes que regulan
    el proceso de adquisiciones estatales, la mayoría de ellos
    no ha encarado estas cuestiones. En la mayoría no hay
    datos precisos
    sobre qué se está comprando, a qué precio y a
    quién. Es muy difícil obtener números
    precisos o controlar el proceso de adquisiciones. Si se suman
    estos elementos, el resultado es un sistema que da problemas. Nos
    queda una pregunta más: ¿No es posible compensar
    esas fallas asignándoles mayor autoridad a
    los auditores y contralores?. Recordemos que los auditores son un
    elemento esencial, pero el problema es que en la mayoría
    de los casos los mecanismos de control comienzan a funcionar post
    facto, es decir, mucho después de que han sido
    implementados. En la mayoría de los países se
    audita lo que ya ha ocurrido; es como hacer una autopsia para
    tratar de determinar cómo murió la víctima y
    quién es responsable de su muerte. Son
    raras las auditorías concurrentes, aunque eso
    está comenzando a cambiar.

    El eslabón más débil en
    adquisiciones y arrendamientos, creo, es la falta de capacidad de
    las entidades ejecutoras. Por lo tanto, necesitamos concentrar
    nuestros esfuerzos en aumentar la pericia de las coordinaciones,
    direcciones o ministerios obras públicas, de salud o de educación
    de hacer las cosas como se debe. Entonces podremos auditarlos.
    Porque si uno simplemente audita, como es la costumbre, siempre
    va a encontrar que las cosas se han hecho mal, _y se
    seguirán haciendo mal_ y entonces ¿qué
    hacemos?. ¿Los mandamos presos y tratamos de recuperar los
    fondos?. Muchos piensan que este tipo de corrupción ocurre
    porque se le da demasiado poder al gobierno central.
    ¿Podemos mejorar el proceso de compras estatales
    descentralizándolo a niveles más bajos de
    gobierno?. Depende de lo que se descentralice. La mayoría
    de los países descentralizan poder político y
    recursos. No descentralizan procedimientos y controles. De manera
    que hay que preguntarse: ¿estamos descentralizando
    oportunidades de corrupción e ineptitud?. Por ejemplo, si
    tenemos una Secretaría de Salud ineficiente, que compra
    mal los remedios, pagando precios
    excesivos, y descentralizamos el proceso de adquisiciones a los
    hospitales regionales, eso no significa que hayamos mejorado cosa
    alguna. Al contrario, bien podríamos haber atomizado el
    proceso y consecuentemente acabaríamos pagando más,
    porque los volúmenes de compras serían menores y
    quizás aumentemos además las oportunidades para la
    ineptitud y el fraude. El
    desafío a vencer, es preparar a la gente para que haga las
    cosas bien. No tiene sentido descentralizar la capacidad de
    compra a una dependencia, entidad u organismo público
    descentralizado de la Administración Pública
    Federal, Estatal o Municipal, si no la preparamos con los fondos,
    los recursos humanos y la capacitación necesarios para
    hacer bien su tarea. De otra forma, vamos a acabar enviando al
    auditor a que descubra probablemente que el único
    resultado del proceso de descentralización es pagar precios
    más altos por la misma mercadería.

    ¿Cómo se puede emplear la informática para mejorar la forma en que se
    hacen las compras estatales?. Si un gobierno crease un banco de datos
    para adquisiciones conectado directamente a su sistema de
    gestión financiera integrada, y si usted lector fuera el
    encargado de obras públicas, podría descentralizar
    todas las adquisiciones dentro de sus funciones. Su única
    condición podría ser que cuando alguien vaya a
    comprar algo, debe presentar un pedido al banco de datos.
    Sólo entonces se desembolsarían los fondos.
    Asimismo, debería informar sobre cada contrato firmado.
    Cualquier contrato que esté, digamos, 2 o 3 por ciento por
    encima del precio promedio de un bien o servicio en particular
    sería detectado por el sistema y quien lo haya firmado
    deberá explicar porqué hay que pagar más
    caro. Eso es algo relativamente simplemente que podemos hacer con
    la tecnología actual. Si la hubiéramos
    tenido antes, el proceso de descentralización no se
    hubiera tornado en un proceso corrupto. No hace falta centralizar
    las compras, sólo hace falta tener información. El
    paso siguiente es publicar de inmediato todos los contratos
    firmados, lo que algunos países están comenzando a
    hacer en la Internet. Ahora, si yo soy el coordinador de compras,
    y le estoy adjudicando un contrato a mi hermano, por ejemplo, se
    sabría de inmediato y la gente comenzaría a
    preguntar y a cuestionar el porqué lo hice.

    4. La inclusión del
    concepto "accountability" o rendición de cuentas en la
    administración pública.

    La palabra, que no encuentra sinónimo en el
    español,
    tal vez por falta de costumbre, puede ser traducida como la
    transparencia en la gestión pública y la capacidad
    de rendir cuentas, concepto que ha entrado paulatinamente en las
    prácticas políticas de la Administración
    Pública en México. El concepto supera el
    tradicional de publicidad del
    acto, toda vez que abarca la agenda gubernamental. El desarrollo
    de dicho concepto depende de la madurez de la sociedad civil y de
    la superación de una tradición centenaria por la
    falta de incentivos y participación popular,
    características, tanto del modelo autoritario cuanto del
    clientelismo/populismo, que no
    se refiere a los reales intereses del pueblo. La
    implantación del modelo de Contralorías Generales,
    importado de la gestión pública anglosajona,
    introduce prácticas de audiencias públicas, para
    brindar resultados iniciales, tanto por la participación
    de la sociedad civil junto con el gobierno, como por la
    conducción de los procesos de rendición de
    cuentas.

    En este sentido, una sociedad civil más madura
    exige una efectiva participación en la vigilancia del
    ejercicio del poder público. Su participación no
    puede ser reducida a la concepción tradicional de ser
    considerada como consumidora de servicios públicos
    ofrecidos directamente por el Estado. La existencia de una
    Accountability democrática constituye una conquista de la
    sociedad y no una concesión de la clase gobernante, porque
    ello representa la efectiva capacidad de ejercer un control de la
    sociedad sobre las actividades de sus representantes y
    gobernantes. El desarrollo de los conceptos de
    participación y transparencia, ha sido ampliado por los
    conceptos tradicionales de control, al ser desarrollados sobre el
    aparato del Estado, y al abordar nuevos temas en su agenda:
    medio
    ambiente, políticas sociales, etcétera, con la
    inclusión de otros temas: eficiencia, eficacia y
    efectividad, asociándolas a una valorización de
    economicidad de los actos de gestión pública. La
    implementación de los avances
    tecnológicos en el área de control, dependen
    directamente del grado de exigencia y satisfacción de la
    sociedad para el funcionamiento de la máquina
    pública, en cuanto fortalece en los ciudadanos una nueva
    conciencia sobre
    los asuntos públicos, que presupone la implantación
    del concepto ofrecido. Así, toda la sociedad le demanda al
    Estado –como un ente que los representa y con el cual
    colabora-, una mayor exigencia en servicios judiciales, justicia
    social, salud, vivienda, trabajo, etcétera. Sin embargo,
    la dificultad inicial para el desarrollo del tema se remite a una
    multiplicidad de conceptos sobre eficiencia, eficacia,
    efectividad, economicidad, legalidad y legitimidad que
    sobrepasan, en mucho el campo de la semántica.

    Para una uniformización de dichos conceptos,
    anotaremos las definiciones desarrolladas por la ONU, y aceptadas
    por el Tribunal de Cuentas de Unión en Brasil, en su
    Manual de
    Evaluación
    de Desempeño:

    1. Economicidad. Se entiende como la minimización
      de costos en los recursos utilizados para la consecución
      de una actividad, con compromiso de observar los padrones de
      calidad establecidos;
    2. Eficiencia. Es la relación entre los productos
      (bienes y
      servicios) generados por una actividad, y de los costos en los
      insumos en un determinado período de tiempo;
    3. Eficacia. Grado de alcance de las metas programadas
      en un determinado período de tiempo, independientemente
      de los costos implicados;
    4. Efectividad. Relación que existe entre los
      resultados (impactos observados) y los objetivos (impactos
      esperados);
    5. Legalidad. Respeto a la norma establecida, en
      relación a los actos de los agentes de la
      administración; y
    6. Legitimidad. Capacidad de acción del agente de
      la administración, motivado por el interés
      público, en atención a los objetivos de la
      gestión.

    Inicialmente, el control de la legalidad como control de
    respeto irrestricto a la norma, constituyó una
    función tradicional de todos los órganos de
    fiscalización y control, tanto interno, externo,
    administrativo o judicial, y sobre esa función se
    construye toda una estructura de
    verificación, una estructura que para ser efectiva a
    futuro, con características altamente
    procesalísticas, no precisa de ser muy compleja por no
    contar con una multiplicidad orgánica en la
    formación de cuerpos técnicos, necesitando el
    personal
    apenas formación en derecho y contabilidad,
    o que si se forma como un aparato estatal mínimo, con
    gasto presupuestal mínimo, entonces se convertiría
    en un foco de fiscalización más restrictivo y no
    permitirá alcanzar los fines perseguidos. La
    implementación de estos conceptos han sido conquistas de
    la sociedad civil, que exige una mayor transparencia en el uso de
    los recursos públicos, y que pasa a cobrarle al aparato
    gubernamental en un grado de respuesta mayor de los
    órganos de control establecidos (administrativos o
    judiciales) sobre el resultado de los servicios prestados, vista
    como una mayor accesibilidad de la ciudadanía a la
    participación en el proceso, como un todo
    coherente.

    5. Posibles enfoques para
    lograr una reforma administrativa eficiente y eficaz, con el
    objeto de combatir prácticas que generen actos de
    corrupción

    El punto de partida de cualquier reforma en la
    administración pública universitaria, debe ser la
    redefinición de sus, y limitarlas a lo
    esencial.

    1. Las experiencias demuestran que cualquier tarea
      adicional que emprende el Estado, provoca un crecimiento
      desmedido de la administración, volviéndola, por
      lo tanto cada vez menos gobernable y más difícil
      de financiar.
    2. En lo posible, esta reforma debería incluir la
      privatización de aquellas tareas que
      venía cumpliendo el Estado y que puede
      delegar.
    3. En las empresas privadas es más fácil
      establecer los debidos controles, dado que allí no
      existe como en el caso de la política una
      superposición de objetivos de eficiencia
      económica con objetivos políticos.
    4. Una descentralización de la estructura
      organizativa puede ayudar a combatir de modo eficaz la
      corrupción, o al menos dificultar su
      generación.
    5. La descentralización desplaza la
      responsabilidad a los niveles inferiores. En ese caso
      será más fácil definir las
      responsabilidades y practicar los controles, en particular
      porque las decisiones se toman en el nivel en el que se generan
      los actos.
    6. Elementos importantes en la lucha contra la
      corrupción son las reformas administrativas y la
      simplificación de los trámites, haciendo de este
      modo más transparentes los procesos
      administrativos para los ciudadanos.
    7. Contribuye a ello la circunstancia de que las
      autoridades estén obligadas a fundamentar sus decisiones
      sobre derechos y
      reivindicaciones del ciudadano. Reviste especial importancia
      para una mayor transparencia de los procesos de
      decisión, reducir el número de entes y niveles
      que participan en la decisión.
    8. Por otra parte es importante que las decisiones que
      quedan libradas a criterio de la administración se
      reduzcan al mínimo nivel. Allí donde sean
      necesarias, deberán quedar sujetas a reglas claras a fin
      de que el ciudadano pueda verificar si se hizo debido uso de la
      facultades otorgadas.

    La adopción
    de los principios de la vida pública en las instituciones
    de educación superior. Para controlar la
    corrupción, considero, deben aplicarse los siguientes
    principios:

    1. Responsabilidad de los funcionarios. Cuando se habla
      de Servicio Público, se hace referencia a los servidores
      públicos en general y a los mandatarios electos. Este
      punto responde a la vocación democrática
      interpretar a la función pública, sin hacer
      distinciones entre cargos con convocatoria oficial y cargos
      obtenidos en virtud de un acto comicial. Para ambos tipos de
      funcionarios rigen las mismas normas, aun cuando las funciones
      en el marco de los poderes públicos también
      determinen diferencias en cuanto al status conferido por el
      cargo. Los cargos políticos siempre son temporales en
      virtud de que están sujetos a un cierto período
      electoral. Estos participan en la gestión de gobierno y
      por lo tanto comparten su destino. Sin embargo, de ello no se
      desprende para el titular electo o político, que le
      esté permitido guiarse en sus actos por intereses
      particulares, sean éstos de terceros o propios, por
      cuanto ello no sólo lesionaría los principios de
      deberes de funcionario público, sino también el
      principio de legalidad, principios ambos a los que el
      funcionario político está tan sujeto como todos
      los demás funcionarios públicos. Al igual que en
      el caso de éstos, sus actos deben ser controlables, es
      decir deben ser transparentes.
    2. Profesionalización del personal. Los
      servidores públicos tienen que ser idóneos para
      el cargo en cuanto a su capacidad técnica y personal.
      Sólo así es posible evitar que las personas que
      ocupan los cargos sean convocadas en base a su relacionamiento
      personal y no por sus condiciones técnicas
      y personales. Aun cuando los aspectos políticos no se
      pueden excluir siempre, no deberían ser el único
      criterio para la convocatoria a un cargo público
      calificado. En este sentido sería conveniente estimular
      el desarrollo de escuelas de capacitación para la
      función pública.
    3. Remuneración adecuada del personal. Los
      servidores públicos deben ser remunerados de conformidad
      con las exigencias que les plantea el cargo y la
      responsabilidad que se delega en ellos, así como por la
      formación recibida. Sólo entonces se puede
      esperar que el servidor
      público también se sienta consustanciado con la
      "causa pública". Pero esto por sí sólo no
      es suficiente. Además, los ascensos deben hacerse
      siguiendo criterios técnicos y de eficiencia, y no
      sólo en función de consideraciones
      políticas, aun cuando esto sea cada vez más
      difícil de lograr. Si las promociones se otorgan
      fundamentalmente siguiendo criterios políticos, no
      podrá aguardarse de los funcionarios que ejerciten su
      cargo en forma imparcial y siguiendo criterios técnicos
      y objetivos. Normalmente se guiarán para el ejercicio de
      sus funciones por pautas esencialmente políticas o
      buscarán otro tipo de resarcimiento a través de
      la corrupción. La nueva organización de personal
      debe ser complementada por una permanente capacitación,
      entrenamiento y
      mayor participación.
    1. Desarrollo de Códigos de Etica. Aún
      cuando se ha señalado que las razones para el
      surgimiento y la propagación de la corrupción,
      deben buscarse fundamentalmente en errores institucionales de
      los sistemas
      administrativos, también pueden ser de gran ayuda
      códigos éticos, para impedir o combatir el
      surgimiento y la difusión de corrupción.
      Sólo a través de códigos éticos,
      coordinados y discutidos con el personal en un proceso
      permanente, es posible lograr que el personal se identifique
      con las reglas de una gestión de la función
      pública esencialmente técnica y
      políticamente imparcial. Además, este
      método permite introducir en los propios funcionarios
      mecanismos personales tales que los inhiban de incurrir en
      actos de corrupción. Sin embargo, las medidas
      implementadas sólo podrán ser exitosas, si los
      empleados y funcionarios que observen una conducta conforme a
      la ley, reciben un adecuado reconocimiento a esa
      gestión.

    6. Pesos y contrapesos de
    los principios enunciados.

    El ejemplo que inspiran los líderes y los
    funcionarios públicos de alto nivel, es fundamental para
    el logro y mantenimiento de un sistema universitario de
    integridad eficiente. Sin embargo, ¿quién vigila a
    los líderes?. El objetivo en todo sistema de integridad
    consiste en construir una estructura de pesos y contrapesos
    (checks and balance) dentro de un marco de principios
    fundamentales previamente acordados.

    El desafío consiste en construir un sistema
    transparente y responsable con dos objetivos principales: El
    primero consiste en evitar el fraude, mientras que el segundo
    consiste en lograr que los funcionarios superiores crean que
    existe una verdadera posibilidad de que el fraude pueda ser
    detectado. El control de la corrupción no puede dejarse
    sólo en manos de los fiscales o contralorías, ni de
    las fuerzas de la ley y del orden. La acción no depende
    solamente de la detención y del procesamiento penal. Por
    el contrario, la acción debe comprender una
    combinación de acuerdos mutuos.

    En parte, este concepto incluye el mejoramiento de la
    transparencia en las relaciones, y en la medida que sea posible,
    evitar el desarrollo de relaciones que puedan llevar a la
    corrupción. Incluye la transparencia en las cuestiones
    financieras de los funcionarios más importantes y la
    posibilidad de control por parte de instituciones independientes
    anticorrupción. Se requieren verdaderos cambios
    organizacionales, ya que éstos pueden ayudar a disminuir
    las oportunidades de prácticas corruptas, a través
    de la aplicación de los siguientes puntos: a) Mejoramiento
    de los métodos y
    procedimientos laborales para reducir las demoras. b) Incrementar
    la efectividad de la supervisión, para que los responsables
    puedan supervisar de manera efectiva el trabajo de
    sus subordinados. c) Rotar a los funcionarios, para asegurar que
    ninguno de ellos permanezca por mucho tiempo en el mismo puesto.
    d) Realizar inspecciones sorpresivas en los lugares de trabajo.
    e) Tomar medidas adecuadas de seguridad para
    evitar que personas no autorizadas tengan acceso a las
    dependencias públicas, y f) Revisar permanentemente las
    medidas anticorrupción con el objeto de introducir las
    reformas necesarias.

    En el año de 1993, el gobierno de los Estados Unidos
    lanzó una iniciativa de reestructuración del
    gobierno federal. Este proyecto conocido
    como Reinventing Government (REGO), ha sido una de las propuestas
    más importantes de la administración
    demócrata. Las ideas recogidas en el libro "La
    Reinvención del Gobierno" se transformaron en la columna
    vertebral del proyecto y uno de los autores, Osborne, fue
    convocado como uno de los principales asesores.

    Los principales denominadores comunes de los gobiernos
    empresariales que caracterizan al proyecto REGO son: a)
    Solución de problemas a través de una acción
    catalizadora. b) Fomento de la competencia
    dentro del gobierno y entre los proveedores
    del gobierno. c) Medición de la eficiencia de los organismos
    de acuerdo a los resultados obtenidos, y no a los recursos
    utilizados. d) Acercamiento al consumidor: pasar
    de considerar al ciudadano como un usuario molesto a verlo como
    un cliente a quien
    hay que respetar y satisfacer. e) Buscar cómo obtener
    recursos y no sólo gastarlos. f) Prevención de los
    problemas, en lugar de la administración de las
    soluciones. g) Descentralización de la autoridad:
    simplificación de las estructuras logrando una mayor
    horizontalidad en la toma de
    decisiones. h) Orientación al mercado, y i)
    Promoción de la participación activa
    de la comunidad en los asuntos públicos.

    Estos principios han transformado las nociones
    imperantes en la administración pública
    norteamericana, y sus repercusiones han trascendido las fronteras
    de Estados Unidos. Diversas administraciones públicas
    latinoamericanas estudian y aplican actualmente las ideas de
    Osborne y Gaebler, como por ejemplo en Argentina.
    Allí, gobiernos seccionales de Buenos Aires,
    Catamarca, Chubut, Entre Ríos, Mendoza, Santa Cruz, San
    Luis y Tierra del
    Fuego han tomado la iniciativa en la búsqueda de ofrecer
    mejores servicios a través de una gerencia
    eficaz de los recursos disponibles para: a) Contribuir al
    equilibrio
    presupuestario; b) Obtener una ventaja competitiva en la
    competencia por capital
    externo; c) Mejorar la recaudación impositiva; d)Conseguir
    y mantener a los mejores empleados, y e) Reducir la
    corrupción.

    En Argentina se ha gestado el programa conocido como el
    gobierno gerencial, en el municipio de Tigre, donde los
    inspectores tributarios del municipio no reciben salarios, sino
    una comisión sobre la evasión que identifican y las
    moras que cobran. Esa comisión surge de un 6% adicional
    cobrado a los evasores. El interés en obtener las
    comisiones genera una competencia positiva entre los inspectores
    que ha permitido al municipio no solo ahorrar los recursos
    destinados a salarios, sino también aumentar la
    recaudación y evitar el uso de dinero de contribuyentes
    para controlar a los evasores. En el municipio de San Isidro, a
    su vez, se paga desde hace poco tiempo no por horas de trabajo
    sino por cantidad de inspecciones, lo que tiene un impacto
    directo en la productividad del inspector, así como en la
    competencia del mismo. En este mismo municipio se comprueba
    cómo el fomentar la competencia entre los aspirantes a
    adjudicarse una licitación es beneficiosa para los
    ciudadanos y para las arcas municipales.

    Estos beneficios se maximizan si se dan dos condiciones:
    1. Que no haya arreglos entre los candidatos, y 2. Que la
    licitación sea flexible, de manera tal que ofrezca
    alternativas a los candidatos.

    Creo, con base en estas experiencias, que podemos
    implementar en las Instituciones de Educación Superior un
    programa de reforma a sus programas generales. Es posible que los
    programas públicos que están seriamente afectados
    por la corrupción puedan modificarse si se diseñan
    nuevamente. La primera y mejor opción en muchos casos, es
    la eliminación del programa. Muchos países tienen
    reglas y reglamentos que no son necesarios. Se puede y se debe
    terminar con ellos. Otros programas podrían ser
    útiles en un Estado que funciona bien, pero no son
    eficientes cuando la corrupción es endémica. La
    segunda opción consiste en que el objeto principal del
    programa se mantenga, pero que el procedimiento sea
    rediseñado para simplificar y facilitar el control. Sin
    embargo, la simplificación _la reducción del
    número de pasos que se necesitan para obtener la
    aprobación y el pago por parte del gobierno por bienes
    suministrados_ no siempre reduce la corrupción si las
    normas son muy estrictas. La rigidez burocrática con
    frecuencia genera condiciones adecuadas para el desarrollo de la
    corrupción. La tercera opción consiste en la
    privatización (el traspaso al sector privado de empresas
    manejadas por el Estado), ya que los métodos de rendir
    cuentas en el sector privado y la necesidad de administrar
    empresas productivas son incentivos muy importantes para poner en
    práctica estrategias internas contra la corrupción.
    Algunos defensores de la privatización inclusive afirman
    que ésta constituye una solución definitiva para la
    corrupción. Otros, afirman que disminuye la
    corrupción pero al mismo tiempo se convierte en un mazo a
    punto de partir una nuez, es decir, que tiene efectos sociales
    devastadores. Hasta ahora, las propuestas se han concentrado en
    torno a las reformas que se deben implantar en la estructura
    pública de cada país. Es necesario pasar a estudiar
    la importancia de generar un entorno ético y promover la
    activa participación de la sociedad civil en el desarrollo
    de estrategias anticorrupción.

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