- ¿De qué estaba
hecho un caballero? - Ritualística y
Simbología - El Escudo y la Espada el camino a
seguir - Caballería y
Religión: Al Servicio de Dios - El mensaje detrás de la
espada - Bibliografía
adicional
Un repaso por algunos elementos de uno de los
fenómenos sociales más importantes de la historia, su valor
comunicativo y su aporte para reflexionar sobre el concepto de
comunicación.
Al inicio de la Edad Media,
mientras más establecidos estuvieron los pueblos
germánicos en el imperio romano,
más comenzaron a recibir la influencia cristiana. El
problema para la prédica cristiana no violenta era
¿cómo podrían los soldados romanos y los
guerreros bárbaros pertenecer a esta religión siendo la
violencia su
estilo de vida?
El dilema encontró resolución protegiendo
al pueblo y a la obra de Dios de los enemigos, así la
violencia también comenzó a hacer parte de ella y
un guerrero cristiano luchaba por su rey, por su pueblo, y
sabía que lo hacía bien, Dios estaba de su lado.
Vemos allí el primer intercambio social y cultural entre
formas de vida. Gracias a ese cruce de mensajes, la historia
conocería a los que fueron personajes que siguen presentes
con su simbolismo en la actualidad: Los caballeros.
Es imposible definir a un caballero sin tener en cuenta
el caballo y la armadura. Para los antiguos cronistas la palabra
caballería se deriva de "cheval", que quiere decir caballo
y la utilizaban para describir a aquellos hombres que utilizaban
tales herramientas.
Durante las batallas en que se disputaron los
territorios ocupados por los bárbaros tras la caída
del Imperio Romano, el caballo jugó un papel
fundamental. Su uso se originó no con fines netamente
militares, sino para labores cotidianas. Fue entonces al inicio
de estas confrontaciones entre las aldeas originadas en la
invasión bárbara, que el caballo se comenzó
a utilizar como un arma.
Los francos fueron los que mejor adoptaron al caballo
como un instrumento de lucha armada, aprovechando las ventajas
logísticas a la hora de un combate. Ello lo aprendieron de
la habilidad de los árabes con los equinos, después
de numerosas confrontaciones en las que los francos triunfaron
sólo por la talla de su armamento y su superioridad en
número. Fue Carlos Martel, quien pensó en reforzar
la presencia de soldados a caballo en el ejército franco,
para hacer más efectivo el combate.
En la plenitud de la Edad Media, los caballeros fueron
también extensión del control de los
feudos de los reyes y señores y sus respectivos
ejércitos feudales y reales, así el caballero
feudal era la protección militar de las tierras
otorgadas por sus rey y/o su señor en recompensa a su
lealtad.
¿De qué
estaba hecho un caballero?
"…mantente alerta, con confianza en Cristo y loable en
tu fama."
(Frase ritual para prepararse a ser armado caballero,
según el poema francés "Orden de
Caballería", de antes de 1250.)
Entrado el siglo XII, habían pasado los guerreros
bárbaros y ahora vinieron los jinetes y los señores
feudales, cuyo sencillo código
de lealtad se había ampliado y refinado por la influencia
de la iglesia y de
las damas, y ellos habían entrado a formar parte de una
clase social orgullosa, con sus características específicas,
manifestadas principalmente en reuniones propias como los
torneos, en donde se distinguían entre sí por sus
cotas y sus armas. La
simbología había logrado más preponderancia,
gracias al intercambio social y cultural entre clases y
costumbres.
De esta manera lo testifica la literatura de la
época, principalmente, con el Libro de la
orden de Caballería escrito por Ramón
Lull; nacido en 1235, era hijo de uno de los caballeros que
ayudó al rey de Aragón a recuperar Mallorca de
manos de los musulmanes; posteriormente, y gracias a una
visión divina, se dedicó a tratar de convertir a
los musulmanes al cristianismo;
después se dedicaría a escribir muchos libros sobre
religión y filosofía, al haber fracasado en su
misión
evangelizadora en 1316; fue él quien escribió el
primer tratado de caballería.
Ramón Lull entregaba lecciones de
caballería a través de una narración, en la
que un aprendiz de caballero se interna en un bosque, en el que
encuentra a un ermitaño, quien le enseña todo lo
que un caballero debe ser y saber. En el libro, Lull relata que
los hombres, por su naturaleza
pecadora, eran escogidos para ser caballero de a uno entre mil;
porque los caballeros eran hombres con una férrea
voluntad, diseñada para defender con fiel respaldo "al rey
y a la iglesia"; igual mente, debían luchar contra los
enemigos que vinieran de afuera y contra los malvados de la
propia comunidad; y para
esta labor, se mantenían en forma en los torneos, justas y
cacerías.
Indudablemente, la consagración a la batalla y la
honor guerrero de lso primeros caballeros había dado un
giro hacia una moral permeada
por elementos religiosos y sociales dados por el papel de lso
ejércitos en los sistemas sociales
de poder de la
época. Según Lull, un verdadero caballero era leal,
fuerte, cortés, generoso, franco y creyente; tales
características debían estar fundadas desde el
aspirante a caballero en su tierna edad y conservarse así
hasta la tumba, para poder gozar de los honores valiosos en este
mudo y de la dicha eterna en el cielo venidero.
Es difícil determinar en qué
proporción se distribuía la figuración de
las dimensiones espiritual y social del caballero, cuál de
las dos era más preponderante. Igual la literatura de la
época deja constancia de esta última en El Libro de
Caballería de Geoffry de Charny, un caballero
francés muerto en 1356 al servicio del
rey en una batalla en Poitiers, su libro habla de los beneficios
pragmáticos y morales de la lucha armada,
refiriéndose a "el gran negocio de la guerra". Esto
se constituyó en la primera muestra de la
excepción a la regla de la lealtad de forma neta a los
principios
morales de los caballeros.
Con el avance del tiempo, los
hombres candidatos para ser ordenados caballeros eran los
jóvenes de buena cuna, a quienes se les enseñaba
desde sus primeros años el comportamiento
y los modales que un caballero debía tener. Las damas,
podemos decir que cultivaban lo que deseaban cosechar, pues eran
las damas de los castillos las que le enseñaban al joven a
ser cortés, agradable, limpio y dispuesto a prestar
pequeños servicios a
sus mayores, como "semilla" para cultivar el sentido de
obediencia y lealtad que los caracterizaría en un futuro;
los capellanes de los castillos les enseñaban a rezar,
leer y escribir; de los mozos de cuadra y de sus padres,
aprendían a montar a caballo y algunos juegos para
sembrar habilidades que después los hicieran diestros en
el manejo de las armas. Vemos nuevamente la aparición
tremendamente fuerte en el papel de la formación de
sociedades,
finalmente la conducta social
iba a cobrar tanta o más importancia que las habilidades
militares.
Para los estudiosos, escritores, y –obviamente-
para los propios caballeros, la caballería era como una
religión, el monje era a la iglesia, más
concretamente a su monasterio, lo que el caballero era a su orden
de caballería; y es en ésta semejanza con la
religión en donde la caballería se nutre de
símbolos. Dado su carácter
viril, la caballería estaba llena de símbolos de
estatus, de símbolos de cercanía a la
perfección.
Cada una de las actuaciones de un caballero estaba llena
de significado, incluso desde que se aspiraba a ser armado
caballero, todo tenía un significado, todo alrededor de
esa intención de ser un caballero en esencia y apariencia.
Entre las principales ceremonias que debía tener un
caballero estaba la más recordada y la que más
importancia revestía: El ritual de ser armado
caballero.
Así lo narra el poema francés Ordene de
Chevalerie (Orden de Caballería), escrito antes de 1250,
en una narración en la cual el conde Hugo de Tiberias,
famoso cruzado, ha sido capturado por los sarracenos; y en la que
el líder
musulmán, el gran Saladino le dice que admira tanto a los
caballeros que le gustaría convertirse en uno de ellos,
pidiéndole a Hugo que lleve a cabo la ceremonia para
armarlo caballero, a cambio de su
libertad
incondicional, a lo que Hugo accede.
"Después de arreglar el cabello y la barba de
Saladino, Hugo le prepara el baño de cortesía y
generosidad, y le explica que el nuevo caballero emerge de
él limpio, como un niño recién bautizado que
emerge sin rastro de pecado.
Luego lleva a Saladino a descansar a un buen lecho, que
representa la comodidad y el bienestar del que disfrutará
el caballero en el Cielo, si consigue ganárselo por medio
de la verdad.
Al levantarse, el nuevo caballero es vestido
con:
-Una túnica blanca, que representa su
limpieza;
-una capa púrpura que representa su sangre, la que
está dispuesto a derramar por Dios y por la
iglesia;
-calzas marrones, el color de la tierra a la
que todos volvemos, para recordarle que hay que estar dispuesto
siempre a bien morir.
A continuación, Saladino es equipado
con:
-Un cinturón blanco, que simboliza la
pureza;
-espuelas de oro, señal de que será tan
rápido como un caballo espoleado para obedecer los deseos
de Dios;
-y por último, la espada, con sus dos filos
iguales como la justicia y la
lealtad, lista para defender a los oprimidos.
Una vez preparado, el nuevo caballero debe ser golpeado
en el hombro por el caballero que dirige la ceremonia. Como en
ese momento, Hugo considera a Saladino su señor, queda
fuera de sus deberes dar ese golpe. Por eso le dice a Saladino
las cuatro cosas que un caballero cristiano debe tener
presentes:
-Nunca consentir la traición y el falso
juramento;
-debe honrar a todas las damas y ayudarles en la
necesidad;
-debe oír misa todos los días, si es
posible;
-debe ayunar los viernes, en memoria de los
sufrimientos de Cristo."
Los símbolos son parte importante de la
consagración de la vida y la obra del caballero a la
protección divina, entregándole a Dios un guerrero
que defenderá su causa Y que está libre de mancha y
de pecado; se puede decir que, luego de la ceremonia, el
único defecto que el caballero conservaba era seguir
siendo humano.
Aún en batalla, trataban con honor y
cortesía a los caballeros enemigos, así lo que
siguiera fuera todo brutalidad. Era estar más cerca de
quienes y de lo que protegían (Su ideal social: El rey),
era acercarse más a su ideal en el Cielo. Dios.
Por otro lado, y no con menos importancia, estaban las
insignias, banderas escudos y armas, nuevos símbolos de
estatus; otros con importancia táctica, como los
estandartes que distinguían los pelotones de los
ejércitos (los de infantería, de los de
caballería, por ejemplo, en un elemento de
comunicación tomado de los ejércitos de las tierras
que son hoy el Medio Oriente, donde se utilizaban desde tiempos
bíblicos para anunciar la circulación de la
caravana de una tribu.), simbólica (como la cruz para los
caballeros cruzados, un símbolo que retrataba su
causa),etcétera.
Otro ejemplo importante de los elementos
comunicacionales que testimonian una época importante en
el desarrollo de
la táctica militar, muchos signos comunes entre los
caballeros eran utilizados en los diagramas de
batalla que realizaron los estadistas, estrategas militares, e
historiadores de la época, pero para más claridad
eran desarrollados en cuadros de convenciones, anexos a dichos
diagramas, dado el caso que no fueran de carácter
secreto.
Entre los símbolos más importantes estaba
la participación en los torneos, que entregaba respeto y
admiración, dependiendo de los resultados de las
justas.
Tanto en la participación en los torneos como en
las batallas era importante llevar un recuerdo de su dama, para
recodar que había un honor que defender ante los ojos de
alguien más cercano que un enemigo, para darse importancia
y, dado el caso defender la dignidad de la dama.
Aún más importante era ser reconocido en
los torneos o en los campos de batalla, para lo que se utilizaban
las insignias y los escudos, entre otros símbolos, como
gritos de guerra, insignias en las puntas de sus lanzas o partes
de su ropaje.
Un elemento muy común, fue la adaptación
de largos ropajes sin mangas que prevenían que los ropajes
de hierro
adquirieran una temperatura
insoportable, y con su color o la colocación de escudos o
insignias bordados, se facilitaba el reconocimiento de miembros
del mismo bando, el uso de cimeras- emblemas fabricados en
materiales
livianos que iban en el casco o yelmo-, cumplían esta
misma función. Y
fue esa mixtura de los caballeros con la religión y la
sociedad, hizo
que el uso de escudo o emblemas no se limitara a los
ejércitos y también fuera tomado por las familias,
sobre todo las de tradición guerrera.
De ahí que en los torneos surgieran especialistas
en distinguir los escudos y emblemas unos de otros y prevenir
confusiones en la calificación, o hacer correr la noticia
de una victoria o una derrota de un ejército en particular
a través de los heraldos; así surgió la
heráldica, que creó toda una gama de
términos para describir los emblemas y los escudos, y sus
contenidos, entre los que se encontraban flores, bestias en
diferentes posiciones, divisiones, lambeles y demás
elementos cuya inclusión en los escudos y emblemas
tenía un significado muy propio. Tal vez fue este el
elemento comunicacional que más aportó al
misticismo y sublimación a los caballeros y a la vida
pública en la Edad Media.
Vale la pena mencionar que el único aspecto que
con certeza justifica la inclusión de uno u otro
símbolo o signo en un escudo o un emblema es el cambio de
cabeza de familia, el
cambio en el escudo de uno familia se determinaba por el
heredero, una vez llegara al poder, como fue el caso del escudo
de armas de Inglaterra.
La espiritualidad que rodeaba la vida de los caballeros
justificaba la cantidad de signos y su importancia,
refiriéndonos a espiritualidad no sólo desde el
punto de vista religioso, sino desde el punto de vista de las
cosas que a los caballeros les parecían importantes y que,
-basados en esa ansiedad de trascender en la memoria que
caracterizó a la época- era imperativo tener
presente y que de alguna manera, los demás lo supieran.
Herencia total
del cristianismo y su desarrollo de la imagen como
elemento comunicacional.
A tal punto llega la relación entre la
caballería y la religión que la historia registra
el surgimiento de órdenes de caballeros monjes durante la
época de las cruzadas, dedicados a proteger a los
peregrinos de los bandidos, bajo la orden de "Los Caballeros
Pobres de Cristo y del Templo de Salomón" entre los que se
destacó el monje San Bernardo, quien testificó la
existencia de ésta orden en su libro "Alabanza de la Nueva
Caballería", describiendo a sus miembros: "No se
recubrirán de oro ni de plata, sino de fe por dentro y de
malla por fuera, para sembrar el terror, y no la avaricia en los
corazones de sus enemigos".
El Escudo y la Espada el
camino a seguir .
"Mi fuerza es la
de diez hombres, pues soy de corazón
puro"
(Del libro "The Idylls of the King", sobre el rey
Arturo y sus caballeros.)
Uno de los pasajes más fascinantes de las
historias de Caballeros, y que aún hoy con todos los
años que nos distan de aquella época nos cautiva,
es el de las batallas; nuestra mente no sale del asombro
de aquellas cruentas confrontaciones cuerpo a cuerpo, donde no
había momento para retroceder y el valor y la fuerza se
mezclaban con momentos instantáneos de inteligencia de los caballeros y sus
señores.
Los ejércitos del Medioevo estaban constituidos
por grandes filas de hombres armados al mando de sargentos, estos
últimos eran elegidos por los señores y su
habilidad para luchar era innegable, el resto del ejercito estaba
armado con grandes jabalinas, eran generalmente campesinos que
debían desarmar la caballería enemiga, pero el
corazón del ejército estaba indudablemente en su
caballería por ese poder e imponencia que tenía.
Para esta época la fortaleza de los caballeros era cada
vez más evidente, en nuestros días pocos hombres
podrían levantar una espada medieval sin usar sus dos
manos.
Los Caballeros además de luchar cumplían
una función de motivación, en los momentos críticos
eran la salvación de los soldados, inmunes a las flechas
contrarias, arrasaban a los hombres enemigos que combatían
a pie, de esta manera, los demás sabían que era el
momento justo para terminar la batalla y vencer, la única
forma de detener una tropa de caballería era con otros
caballeros; al final los más ágiles y fuertes eran
los vencedores.
El caballero era un hombre limpio
en su vida; después de la batalla se dirigía a la
capilla, se lavaba la sangre de las manos y se ponía a
rezar, su vida era un eterno conflicto
consigo mismo y con sus enemigos, situación que retrata
uno de los hitos más sangrientos y dolorosos para la
humanidad, pues hoy la misma iglesia sabe que las cruzadas del
Medioevo fueron bárbaras e inhumanas.
Caballería y
Religión: Al Servicio de Dios.
"…el castigo de musulmanes y judíos
debía ser el primer acto de la batalla final que
debía culminar en la destrucción del
mismísimo príncipe del mal." (Norman Cohn, En ]Pos
del Milenio, Cap.4.)
La Edad Media fue una época llena de misticismo;
sobre todo en su parte alta, durante el furor de la
caballería, a partir del siglo X; vivir tranquilo en aquel
entonces era lo mismo que vivir con la certeza de la
salvación del alma.
La Iglesia, y el reconocimiento de ella como autoridad de
Dios en la tierra, se
constituía en medio seguro para
alcanzar el cielo. Pero ésta no huyó del todo a la
realidad social de la época y aceptó que
vivía en un mundo violento, de ahí que, para
facilitar la captación de fieles, considerara que a veces
un cristiano tenía que luchar y matar para evitar que su
gente sufriera daños mayores. Debido a esto, el proteger a
la Iglesia se volvió algo más importante aún
que salvar vidas humanas; así, un conde o un caballero
(que son quienes nos ocupan ahora), después de haber
luchado y haber participado en cruentas batallas, podía
hacer "donaciones voluntarias" –tal como aquellas que hoy muchas
sectas cristianas utilizan e incluso la misma Iglesia
católica.-, para la salvación del alma de las
torturas del Infierno ( y la historia se repite con leyes que
perdonan al criminal atroz, pero condenan al ladronzuelo de
esquina).
Paradójicamente, las oraciones de la época
retratan el amparo divino a
la lucha y muerte de
hombres entre sí: "Dirigimos a Ti, señor, nuestras
oraciones, y te pedimos que, con Tu mano derecha, bendigas esta
espada con la que Tu siervo desea ser ceñido; que ella
defienda iglesias, viudas, huérfanos, y a todos Tus
siervos del azote pagano, que siembre el terror y el
pánico entre los malvados y que actúe con justicia
tanto en el ataque como en la defensa".
Esas mismas oraciones recuperan los rasgos de
tácticas romanas de manipulación de la información cuando se hablaba de los
ejércitos pretorianos enfrentados a monstruos. Ahora el
terror del brazo pagano camina en una línea delgada hacia
el odio y la consecuente aniquilación.
El mensaje
detrás de la espada.
Procesada, digerida y modificada por cada cultura y cada
época, la
comunicación se reafirma en su valor gracias a su
origen y uso que, como dice Karl Jaspers, convoca y es por eso
que se convierte en parte, arte y producto del
cotidiano.
Así, los caballeros usaron los elementos de su
vida común para proyectarse en una sociedad, la imponencia
del caballo les valió para hacerse grandes en una sociedad
difícil y la necesidad de entregar su mensaje de lealtad a
Dios y su rey, les hizo apoderarse de elementos comunes a su
entorno para integrarlos a sus mensajes, y no podían
más que usar las herramientas que les estaban dadas en la
experiencia, en aquello que también resulta siendo
común y pro eso, muchos elementos comunicativos de la
caballería recogen y reacomodan elementos vistos en
fenómenos comunicacionales anteriores. Y aún hoy
esos mismos elementos se retoman, se redefinen con fines en
apariencia diferentes, pero que en esencia están
constituidos por los mismos elementos base.
Por eso, como cada día que tiene su amanecer y su
crepúsculo, la comunicación lleva consigo rasgos
comunes que se repiten una y otra y otra vez, como recordando de
su lugar en la formación de sociedades será siempre
el mismo: el de arte, parte y producto.
Y porque se comunican principalmente afectos, la
comunicación está tan ligada al desarrollo del
hombre, porque resulta que a ella se debe y al mismo tiempo la
construye y la deja como testigo de su tiempo.
LUCÍA Megías, José Manuel.
Catálogo descriptivo de libros de caballerías. En :
Nueva revista de
filología hispánica. Tomo XLVI,
nº246.
Joaquín Gómez Meneses