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Perspectivas para una cultura de paz




Enviado por alvecip



    Indice
    1.
    Introducción

    2. El Giro En La Concepción De Los
    Derechos Humanos

    3. De La Institución Escolar a La
    Comunidad Educativa

    4. Los Derechos Humanos en la
    Acción Educativa

    5. Apuntes Finales
    6. Bibliografía

    1.
    Introducción

    Las transformaciones que durante la última
    década ha tenido la educación en
    Colombia, son
    acontecimientos que no sólo han conducido a un nuevo orden
    legal, sino que han permitido el surgimiento y posicionamiento
    de nuevas concepciones en el ejercicio pedagógico; todo
    esto como muestra de una
    tendencia que procura una mayor sintonía de los procesos
    educativos con los del desarrollo
    social. El nuevo contexto ha planteado nuevos retos en la
    orientación de aprendizajes en la escuela:
    fortaleciendo la creatividad
    para la construcción de herramientas
    didácticas, descentrando la mirada de los resultados y
    fortaleciendo el desarrollo de
    competencias.
    Pero esta carrera hacia la calidad
    educativa, también ha llevado a una comprensión
    parcial o limitada de la sociedad, en
    favor de los progresos económicos y tecnológicos y
    dejando de lado, o ignorando, el sistema complejo
    de relaciones sociales que, en el caso colombiano, se tejen en
    medio de un conflicto
    armado que se muestra carente de argumentos ideológicos y,
    en otros casos, bajo paradigmas
    negativos de ascenso social vertical como el narcotráfico y la corrupción.

    Con este panorama puede decirse que la sociedad
    Colombiana requiere, que frente a los procesos de
    modernización económica se desarrollen procesos de
    democratización social; es decir, fortalecimiento de la
    acción ciudadana a través de procesos formativos
    orientados por el Telos de una concepción moderna del
    mundo, que permita la construcción de nuevas pautas en la
    manera de resolver los conflictos
    sociales y hacer de la vida colectiva una experiencia de
    convivencia fundada en valores tales
    como la Dignidad, la Solidaridad y la
    Libertad.

    La escuela, como espacio primario en la formación
    de la persona, tiene el
    reto de hacer de esos valores una constante en el proceso de
    socialización y de esta forma generar
    dinámicas de educación integral
    que posibiliten la formación de individuos que no solo
    sean capaces de interactuar frente al mundo de la ciencia y
    la tecnología, sino que también tengan
    la capacidad de convivir solidariamente en el marco de la
    sociedad democrática y, en consecuencia, adoptar posturas
    criticas frente a las estructuras y
    formas de la
    organización social.

    Esta perspectiva marca el rumbo de
    este ensayo donde
    se quiere destacar la importancia de los Derechos Humanos
    como parte constitutiva de un modelo de vida
    Democrático, a partir de una nueva interpretación
    de la escuela, acorde a los cambios sufridos en la
    representación de mundo de occidente.

    Presentaré el tema de los Derechos Humanos, como
    producto de
    una construcción histórica, y en consecuencia, como
    un concepto en
    constante evolución según los cambios
    paradigmáticos que adopten las sociedades de
    corte racional y en alguna medida lo que eso implica en los
    procesos de formación de las personas [1]; seguidamente
    abordaré el tema de la escuela colombiana vista por los
    jóvenes, remitiéndome a los resultados del proyecto
    Atlántida, para reflexionar sobre los retos que debe
    asumir desde una perspectiva descentrada y compleja como es la
    Comunidad Educativa [2]; finalmente el tema de la promoción y vivencia de los Derechos
    Humanos en la escuela vistos como una acción constante en
    los procesos pedagógicos y organizativos de la escuela,
    atendiendo a las necesidades de la sociedad de hoy y sus
    dinámicas [3].

    Esta propuesta marca el inicio de una discusión
    sobre la efectividad de la institución escolar, la
    fundamentación de la Acción Pedagógica y el
    reto de construir la llamada Comunidad Educativa como
    expresión de las nuevas formas del pensamiento.

    2. El Giro En La
    Concepción De Los Derechos Humanos

    La distinción tradicional de los Derechos Humanos
    en derechos fundamentales, derechos económicos y sociales,
    y derechos colectivos, como derechos distintos; hace evidente su
    carácter de constructos
    socio-históricos que obedecen a una concepción
    racional del mundo y que están condicionados por las
    transformaciones socio-políticas
    surgidas de las dinámicas del desarrollo
    humano. Esta visión ha sido en parte superada en la
    declaración de Viena y el plan de
    acción al definir que todos los Derechos Humanos son
    universales, indivisibles e interdependientes", constatando
    así, los giros en la concepción de mundo que
    caracterizan la época actual. Un cambio que
    invita a una mirada integral del hombre,
    poniendo el centro de interés en
    la Dignidad humana.

    Con la concepción del mundo moderno (en
    occidente), surgida del proceso de desencantamiento de las
    representaciones religiosas del mundo, la razón
    colonizó todas las esferas de la vida humana, potenciando
    el desarrollo de los saberes definidos por la acción
    teleológica, y a su vez limitando el desarrollo de otras
    esferas que, como la social y la subjetiva, no se definen
    exclusivamente desde la razón y menos aun desde la
    racionalidad instrumental.

    La aplicación del modelo racional en todas las
    esferas del desarrollo humano ha propiciado dinámicas
    sociales con tendencias homogenizantes, reduciendo la diversidad
    de perspectivas que se generan en los mundos de vida cotidianos a
    la perspectiva única del desarrollo científico y
    tecnológico. Esta reducción del Mundo de la Vida, a
    mundo de objetos, se destaca como una de las circunstancias
    generadoras de la crisis de la
    misma modernidad. Pues
    si bien el Mundo de la Vida, constituye la base desde donde se
    construyen los saberes especializados, sus dinámicas no
    obedecen a una determinación estrictamente racional sino
    que, por el contrario, surge en un plexo de relaciones complejas
    que involucran no sólo distintas racionalidades sino otras
    formas de pensamiento. En tal sentido, la concepción de un
    mundo como expresión de una razón
    monológica, individualista y egocéntrica, sobre la
    que se construyó la modernidad, es en sí misma el
    origen de su propia crisis, la cual ha suscitado distintas
    lecturas sobre la época que actualmente
    vivimos.

    Para muchos es claro que el tiempo de la
    Razón como única opción válida del
    reconocimiento humano, ha cedido el paso a diversas
    manifestaciones del pensamiento, que reconocen en ella los logros
    alcanzados en el dominio de la
    naturaleza y
    la construcción de estructuras de organización social, pero le critican
    seriamente el desconocimiento de los otros ámbitos de la
    condición humana que no son cuantificables, ni posibles de
    ser controlados con los métodos de
    la ciencia
    positiva. Igualmente se le reclama a la ciencia su poca eficacia en las
    soluciones
    efectivas a los problemas de
    la humanidad y, su dedicación al desarrollo de complejas e
    innumerables teorías
    que pusieron al ser humano en la condición de objeto a
    favor de la solución de problemas para la ciencia misma;
    es decir, una ciencia de espaldas al desarrollo humano,
    desconociendo el principio y fundamento de su razón de
    ser.

    Sin embargo, no se trata de desconocer totalmente a la
    Razón como principio regulador de la acción humana,
    sino de establecer los ámbitos propios de su influencia y
    sobre todo de la forma que esta tiene en su proceso constitutivo:
    como Razón Dialógica, producto de las relaciones
    comunicativas que las personas entablan en la construcción
    de sus mundos de vida y no como Razón Monológica,
    centrada en un individuo solitario y aislado que solo se piensa a
    sí mismo.

    Esta discusión, en torno a la crisis
    de la época moderna, ha dejado constancia sobre la
    objetivación del sujeto y se ha señalado la
    necesidad de construir nuevas miradas a los procesos del
    desarrollo humano, instando, desde la segunda parte del siglo XX,
    a las distintas disciplinas sociales al desarrollo de nuevas
    formas para la comprensión de lo humano y a posicionarlo
    como protagonista y eje central de los procesos de
    desarrollo.

    Esta vuelta de la mirada hacia el ser humano, nuevamente
    como sujeto, pone en el centro de discusión el tema de los
    Derechos Humanos, como expresión de una práctica de
    vida que se orienta por las formas de representación del
    Mundo.

    De esta manera podemos comprender cómo los
    Derechos Humanos, que surgen en correspondencia de una
    concepción individualista del mundo, se fueron
    complementando con reconocimientos de orden social,
    económico y ambiental, para finalmente adoptar una postura
    de integralidad centrada en la vida humana.

    Con esta nueva concepción de los Derechos Humanos
    se fortalece la noción de Vida Humana como algo mucho
    más que la mera existencia biológica, potenciando
    la idea del desarrollo como algo que se refiere a las personas y
    no a las cosas, pues se enfatiza en que la vida humana se
    desarrolla a través de la construcción de
    satisfactores en correspondencia con las expresiones propias de
    cada cultura.

    En este sentido, Max Neef ha propuesto una
    categorización de las necesidades humanas según
    categorías existenciales y axiológicas. Las
    primeras están referidas al Ser, Tener, Hacer y Estar; y
    las segundas en relación con la subsistencia, la
    protección, el afecto, el entendimiento, la
    participación, el ocio, la creatividad, la libertad y la
    identidad;
    demostrando que las necesidades humanas son finitas y no
    varían en el tiempo, pues ellas son las mismas para todos
    los hombres y en todas las épocas de la historia, pues lo que
    varía entre una época y otra, y de una cultura a
    otra, son los satisfactores de esas necesidades. De allí
    que podamos establecer que es en la interrelación de
    prácticas socioculturales y el sistema de necesidades
    donde se generan procesos de valoración colectiva sobre
    los cuales se construyen los Derechos Humanos.

    Dicho con otras palabras, los Derechos Humanos surgen de
    la conflictividad social propia del sistema de relaciones que se
    dan en el mundo de la vida y posteriormente buscan su
    reconocimiento en los ordenamientos jurídicos. De esta
    forma, en tanto que construcciones sociales, los valores en
    que se soportan los Derechos Humanos, como la dignidad, la
    solidaridad y la libertad, no constituyen un Telos de la
    acción Humana, sino productos de
    los desarrollos vivenciales.

    Así, más que un conjunto de normas que
    soportan un sistema de organización socio-política, los
    Derechos Humanos son una expresión cultural que se traduce
    en un estilo de vida democrático, cumpliendo una doble
    finalidad: por un lado, establecer unas relaciones
    pacíficas entre el Estado y la
    sociedad, y por otro promover la convivencia solidaria entre los
    ciudadanos. Esto implica que, como fenómeno cultural, la
    responsabilidad de su construcción,
    promoción, defensa y garantía, no son acciones de
    competencia
    exclusiva del Estado sino
    que, algunas de ellas, involucran a todos los ciudadanos y
    especialmente a las instituciones
    cuyo propósito esta definido por la formación de
    personas.

    En este propósito de formar personas bajo una
    concepción integral, que contemple todas las dimensiones
    de su desarrollo, es la Escuela, una de las instituciones llamada
    a liderar acciones que dinamicen la construcción de una
    cultura fundada en el respeto por los
    Derechos Humanos.

    3. De La Institución
    Escolar a La Comunidad Educativa

    La escuela ha sido señalada tradicionalmente como
    una institución que cumple con un papel
    socializador. Se espera que los niños
    que asisten a la escuela desarrollen los aprendizajes necesarios
    para desempeñarse competitivamente en la sociedad y que
    además fortalezcan la construcción de una imagen de mundo a
    través de la internalización de las normas y
    valores que la sociedad, de la que forman parte, requiere; lo que
    significa que los contenidos y formas de la socialización
    también varían según la época y la
    cultura.

    El "Proyecto Atlántida", realizado durante 1992 y
    1994 en distintas regiones de Colombia, arrojó dos
    conclusiones básicas de acuerdo a las dos dimensiones
    construidas alrededor de la escuela como centro temático:
    la dimensión social y la cultural. En relación con
    la dimensión social se concluye que "el atraso es el
    tiempo social de la escuela
    "; y en la dimensión
    cultural que "existe una ruptura muy marcada entre el mundo de
    los adultos y el mundo de los jóvenes
    ".

    La primera conclusión hace referencia al desfase
    que existe entre sociedad y escuela. Mientras los procesos
    sociales se han visto sometidos a una transformación
    acelerada como consecuencia de los procesos de
    modernización económica y los cambios en el sistema
    político con la constitución de 1991, la escuela
    permaneció anclada en las estructuras premodernas basadas
    en una organización rígida, vertical y autoritaria,
    circulando saberes estancados y ajenos a las necesidades del
    mundo contemporáneo.

    En un mundo donde la tecnología se ha puesto en
    función
    del entretenimiento y la recreación
    de los niños y jóvenes, el aula de clase
    tradicional, expuesto a la simplicidad de un profesor que
    sólo dispone de un tablero y la palabra, resulta
    totalmente insignificante y, por tanto, fuera de contexto para
    los intereses de los jóvenes quienes, además,
    reclaman la validación de sus saberes adquiridos fuera de
    la escuela.

    Por un lado, se tiene una sociedad involucrada en
    procesos acelerados de modernización, con una crisis
    permanente de gobernabilidad que afecta las dinámicas de
    roles y los referentes de la representación social, y la
    desestructuración de las familias que cada vez inciden
    menos en la formación de los hijos; por otro lado, existe
    una escuela encerrada en si misma, con estructuras visiblemente
    verticales, fundada en la figura autoritaria del maestro y
    proponiendo (o imponiendo) aprendizajes que no corresponden, ni
    en forma ni contenido, a los procesos mentales que pueden
    desarrollar las nuevas generaciones y que la sociedad requiere.
    Todo esto genera un ambiente
    escolar incomprensible para el ritmo de vida de los niños
    y los jóvenes, haciendo de la función socializadora
    de la escuela una acción altamente ineficaz, pues tanto
    los conocimientos impartidos como los criterios formativos no
    logran equipararse con los ritmos de una sociedad cada vez
    más urbana y global.

    En cuanto a la dimensión cultural, el desfase
    escolar se muestra en la reducción de los sistemas de
    lenguaje que
    alejan a una generación de otra. En la perspectiva
    juvenil, los docentes manejan lenguajes desenfocados de su
    realidad y poco conocen sobre sus gustos y tendencias, lo que
    necesariamente se traduce en un aumento de la brecha que separa a
    jóvenes y adultos.

    Los procesos de comunicación entre docente y estudiantes
    resultan muy limitados, tanto en las relaciones de aprendizaje como
    en los espacios cotidianos y extra-escolares. Por otro lado,
    el lenguaje
    corporal que se manifiesta en la estética del docente también es, a
    juicio de los jóvenes, un signo de decepción, pues
    para ellos resulta una figura social que no constituye un modelo
    de imitación. De esta manera, los jóvenes
    consideran que la escuela no les aporta mayor cosa en
    términos del conocimiento y
    la formación, para ellos es un lugar que sólo
    resulta atractivo por cuanto es el único sitio permitido
    por los adultos donde ellos pueden encontrarse con sus
    pares.

    Este desencuentro entre las dinámicas sociales y
    las de la escuela constituye un reto frente a la necesidad de
    fortalecer la construcción de aprendizajes, en contenidos
    y formas, que les permitan a los jóvenes tener la
    capacidad de desenvolverse en el mundo de la ciencia y la
    tecnología, siendo realmente competitivo, creativo y
    recursivo; pero además con convicciones éticas
    soportadas en los valores democráticos, que hagan de
    él una mejor persona y un ciudadano con capacidad de tomar
    postura y participar en los asuntos que lo afectan como individuo
    y como sujeto político.

    En esta perspectiva, de reconstrucción social de
    la escuela, se requiere un cambio interpretativo, que atienda a
    los giros contemporáneos que ha sufrido la
    representación racional del mundo y del hombre. Esto
    implica dar el paso de una escuela que gira sobre si misma, en
    una estructura
    rígida y vertical, automarginada de los procesos de
    transformación social y, en consecuencia,
    descontextualizada socio-culturalmente, a una escuela que
    construye su propia concepción como el resultado de una
    acción integrada, en un cúmulo de relaciones
    recíprocas frente a un interés común, como
    es la transformación de la cultura, a través de la
    Acción Pedagógica concertada. Esta nueva
    concepción de la escuela constituye un reto a
    través de la llamada Comunidad Educativa.

    La ley General de
    educación (115 de 1994) señala que la comunidad
    educativa esta conformada por los estudiantes, padres de familia o
    acudientes de los estudiantes, egresados, directivos, docentes y
    administradores escolares. Los cuales podrán participar
    según su competencia en el diseño,
    ejecución y evaluación
    del Proyecto educativo Institucional (PEI) y en la buena marcha
    del respectivo establecimiento educativo.

    Esta nueva mirada hacia la escuela la muestra como una
    unidad integradora de los procesos sociales y culturales,
    situándose en una actitud
    propositiva frente a las dinámicas de socialización
    y no rezagada de ellas. Este cambio de postura, en la
    concepción educativa, resulta más acorde con las
    representaciones de mundo generadas frente a la crisis de la
    razón moderna. La escuela se muestra como una posibilidad
    para el desarrollo de aprendizajes y la construcción de
    valores y, también, como una responsabilidad que no es
    exclusiva de los directivos y docentes, sino de todos aquellos,
    que aun de forma indirecta, están involucrados con la
    socialización de niños y jóvenes.

    El reconocimiento de la diversidad de los actores que
    conforman la comunidad educativa, permite distinguir las
    diferentes responsabilidades que cada uno de ellos
    desempeña en el proceso educativo del niño. Queda
    claro que la responsabilidad del padre no es igual a la del
    docente, ni la de éstos con la de los estudiantes. La
    condición de los padres frente al proceso formativo de los
    hijos no los convierte en maestros sustitutos dentro del hogar,
    pues en esta relación priman los intereses formativos
    sobre los desarrollos conceptuales del saber
    técnico-científico. De igual forma en la
    relación del docente con los estudiantes, por muy amistosa
    y cercana que pueda llegar a ser, no sustituye las relaciones
    afectivas del hogar –aunque si puede ser un
    complemento—pues en el ámbito escolar el
    interés por la construcción de aprendizajes prima
    sobre el acompañamiento que necesariamente debe
    complementar la formación de valores. En relación
    con la función directiva y administrativa de la
    institución escolar su interés se centra en la
    gestión
    y evaluación de estrategias para
    el mejoramiento de la calidad, la ampliación de la
    cobertura y el desarrollo de la eficiencia.
    También los egresados tienen un papel en la dirección de la acción educativa
    pues son ellos los que desde su experiencia pueden aportar
    elementos de discusión sobre el desarrollo de los modelos
    pedagógicos, el uso de la didáctica y la definición de
    currículos. También podría integrarse a
    estos propósitos de una educación integral, la
    acción de las universidades, las ONGs, los movimientos
    sociales y gremios de la producción, pues ellos también
    contribuyen en la construcción de las representaciones en
    los niños y jóvenes de las localidades.

    Los acercamientos entre las distintas instancias que
    participan de los procesos educativos de los niños y
    jóvenes debe traducirse en acuerdos sobre el tipo de
    persona que se quiere formar para una sociedad democrática
    y en desarrollo constante, a partir de las acciones coordinadas y
    contextualizadas, en función de las necesidades y
    capacidades de cada comunidad.

    Se trata de TRANFORMAR la escuela, de una
    institución aislada y pre-ocupada por si misma, en un
    centro donde confluyen los intereses de una comunidad en su
    necesidad de construir procesos de desarrollo
    económico, político, social y cultural,
    apostándole a la construcción de aprendizajes desde
    una imagen de mundo fundada en la solidaridad, la libertad, la
    justicia, y la
    dignidad; construir una representación de mundo que
    permita a los individuos pensarse desde la idea de un NOSOTROS
    integrado y solidario, y no de un YO centrado en sí mismo,
    aislado e individualista, es hacer de la educación y
    formación de los niños y jóvenes un asunto
    de interés general y compromiso total, desconcentrando la
    institución escolar y construyendo la COMUNIDAD
    EDUCATIVA.

    Este giro de la concepción educativa, de la
    Escuela a la Comunidad Educativa, no sólo contribuye al
    desarrollo de los aprendizajes necesarios en un mundo
    globalizado, económica y culturalmente, sino a la
    formación de personas con una concepción
    democrática de la vida, pues las competencias de los
    aprendizajes son fácilmente contextualizadas y encuentran
    en cada ámbito de la socialización del niño
    un refuerzo y no un distanciamiento.

    4. Los Derechos Humanos en
    la Acción Educativa

    Se ha anotado que la democracia,
    como sistema político y como forma de vida, está
    soportada en valores como la dignidad, la libertad y la
    solidaridad, y que estos no son teleológicos sino
    vivenciales. Esto indica que la construcción de una
    cultura de Paz, y de Derechos Humanos, desde el ámbito
    escolar se inscribe tanto en las dinámicas de aprendizaje
    como de formación. Dicho con otras palabras, el tema de
    los Derechos Humanos y la necesidad de consolidar una cultura
    democrática desde los procesos educativos requiere, no
    solo la definición de un currículo que contenga las teorías y
    conceptos apropiados sobre el tema sino, un cambio de actitud por
    parte del docente en los procesos de enseñanza – aprendizaje, y la
    adecuación de las estructuras en la organización
    escolar que garanticen la participación real de todos los
    actores que conforman una comunidad educativa.

    La solidaridad –por ejemplo– fundada en el
    reconocimiento del otro como sujeto con quien se comparte la
    existencia, y con quien es posible establecer acuerdos para
    desarrollar acciones de beneficio común, por encima de las
    propias diferencias, no es meramente un concepto abstracto que se
    aprende apelando a su definición: La solidaridad se
    construye haciendo parte de experiencias donde el reconocimiento
    de la propia perspectividad, y la de los otros, expresan modelos
    de vida que marcan una huella en la conciencia y
    posteriormente se externalizan como parte integral de la
    personalidad. En ese sentido, la democracia en la escuela
    debe entenderse como un atributo inmanente a la relación
    entre docente y estudiantes, a los usos de lenguajes y a las
    formas de organización interna de la comunidad
    educativa.

    La formación para una vida democrática, en
    la relación pedagógica, parte del reconocimiento
    mutuo entre Docente y Estudiantes, como interlocutores
    válidos en el proceso de enseñanza –
    aprendizaje. El estatus que mantiene el docente le otorga el
    poder para
    establecer las reglas de juego del
    proceso educativo; sin embargo, ese poder debe traducirse en
    Autoridad,
    frente a sus estudiantes, demostrando su capacidad en el saber y
    la superioridad de juicio, para adelantar planes de acción
    coordinados en relación con los requerimientos
    específicos de un grado escolar y las responsabilidades de
    grupo. De
    igual manera, las formas organizativas de las instituciones
    educativas deben permitir la toma de posturas y el desarrollo de
    acciones, que fomenten el desarrollo de debates y acciones en
    torno a los conflictos e intereses de la comunidad educativa, y
    el desarrollo de liderazgos democráticos.

    Siendo así, la vivencia de los Derechos Humanos
    en la comunidad Educativa, es un proceso de construcción
    de valores inscrito en la relación pedagógica y que
    se fortalece en su continua promoción; entendiendo que la
    Promoción no es la difusión de lemas o argumentos
    sobre los Derechos Humanos, sino que ella se refiere a la
    búsqueda de compromisos en la que los valores que los
    sustentan llegan al sentido de vida de las personas. De esta
    manera, no sólo se pretende que las personas conozcan sus
    Derechos y los mecanismos para su protección, sino que se
    enfatiza en el reconocimiento de los deberes que les incumben,
    pues ellas mismas pueden ser causantes de violaciones a los
    Derechos Humanos. Si no se desarrollan estos compromisos,
    asociados a deberes, el tema de los Derechos Humanos y la cultura
    de paz, sería solamente un discurso
    suspendido en el vacío sin un aporte real a la
    construcción de nuevos sentidos en la convivencia
    cotidiana.

    Los compromisos que se generan desde los procesos
    educativos deben ser acciones que respondan a la necesidad de
    transformar una situación conflictiva, o de violencia, y
    sobre las cuales se pueda ejercer un control directo y
    realizar un seguimiento continuo. La importancia de los
    compromisos radica en la necesidad de afectar, de forma positiva,
    las estructuras donde se definen los planes de acción de
    las comunidades educativas, que en el caso de la escuela son los
    Proyectos
    Educativos Institucionales (PEI).

    Con esta perspectiva, el sentido de un programa para la
    Construcción de una Cultura de Paz desde la Escuela, se
    basa en los compromisos adquiridos entre quienes participan del
    proyecto. Este proceso parte del reconocimiento mutuo de sujetos
    que tienen capacidad de pensamiento y acción. Se trata de
    construir situaciones que permitan una confrontación
    personal sobre
    el papel que cada quien juega en la dinámica educativa y desde la cual pueda
    reconocerse y proponer el desarrollo de las propuestas más
    apropiadas al contexto, potenciando el desarrollo de la
    creatividad en el planteamiento de alternativas
    pedagógicas.

    5. Apuntes Finales

    Los cambios en la concepción de mundo, surgidos
    con la crisis de la modernidad, han puesto al hombre, otra vez,
    en el centro de las representaciones. Sin embargo, la nueva
    imagen del hombre no lo muestra como un individuo frío,
    aislado y omnipotente, sino como un ser de diferentes facetas que
    se expresan en variadas formas del pensamiento, que le
    posibilitan la construcción de mundos de vida compartidos
    e integrados.

    La nueva imagen del hombre es la de un hombre que se
    piensa a sí mismo en proyección con los
    demás y que se reconoce como un sujeto capaz de organizar
    la vida material, social y subjetiva, según los criterios
    racionales que construye en la convivencia con otros; pero que
    también, en medio de ello, reconoce consigo la vivencia de
    situaciones que no pertenecen al ámbito de la razón
    y que no por ello son irracionales. Esta apertura de Horizontes
    en la comprensión de sí mismo, ha posibilitado el
    surgimiento de nuevas tendencias en la concepción del
    desarrollo, y en consecuencia, en la de los Derechos Humanos y
    los Proceso Educativos.

    Educación y Derechos Humanos están
    íntimamente ligados a los procesos de formación de
    la cultura desde los espacios de socialización. Las nuevas
    perspectivas de la educación requieren no solo la
    preparación del niño en los saberes que el
    desarrollo técnico-económico le exige sino,
    también, la formación en los valores que la
    democracia requiere.

    Los Derechos Humanos, centrados en la Dignidad Humana,
    constituyen una fuente de reflexión permanente sobre la
    acción educativa y un marco de referencia en la
    construcción de hábitos y pautas de convivencia
    solidaria y resolución positiva de conflictos. En ese
    sentido, las perspectivas para la construcción de una
    cultura de Paz, parten del reconocimiento propio sobre las
    limitaciones existentes y las probabilidades de cambio que se
    pueden generar desde el papel que cada uno desempeña en la
    sociedad. Todo ello se inscribe como una construcción
    abierta y constante frente a las dinámicas impredecibles
    de la vida humana.

    6.
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    Autor:

    Alvaro Vecino Pico

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