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Ensayos sobre la Dimensión Divina




Enviado por irichc23



    1. Dios y la
      verdad.
    2. Dios y las
      ideas.
    3. Dios y el
      conocimiento.
    4. Dios y la
      realidad.
    5. Dios y la
      moral.

    1. DIOS Y LA
    VERDAD

    Que de la verdadera inexistencia de Dios se sigue su
    existencia.

    1) Toda verdad remite a otra. De lo contrario, el
    límite de la verdad sería una no-verdad, en la que
    aquélla encontraría su comienzo y su fin. Lo falso
    engendraría a lo cierto, y lo cierto a lo
    falso.

    2) Las verdades, pues, sean cuales sean, nos conducen,
    mediante un encadenamiento infinito, a la Verdad suprema e
    inalcanzable, que es Dios.

    3) Afirmar una sola verdad que sea tal, y no sólo
    de nombre, supone negar el límite que la
    cancelaría, afirmar la infinitud de la progresión
    y, por consiguiente, afirmar a Dios.

    4) Luego, aunque esa supuesta verdad fuera "Dios no
    existe", al predicarse como verdad, de ella se sigue que Dios, es
    decir la Verdad, existe.

    5) Pero, si Dios existe, la mayor es falsa, y si no
    existe también, pues no existe la Verdad ni tampoco las
    verdades. Luego, de un modo u otro, Dios existe.

    ¿Qué es la verdad?

    No debe definirse la verdad: tienes que perseguirla. Ni
    debe, digo, ni puede ser definida. En efecto, para lograrlo
    deberías presuponer que tu definición es verdadera,
    lo que te haría incurrir en petición de principio.
    De lo que deduzco que la verdad, indefinible, es aquello que los
    racionalistas llamaron "luz natural",
    "certeza" o incluso "intuición", aunque este
    término sea propiamente romántico.

    Ahora bien, sólo puedes esbozar la verdad, nunca
    poseerla completamente. Nace de ahí el vocablo
    'filosofía', donde el
    conocimiento se plantea como atracción (amor), en
    oposición al dominio
    ciego.

    No sabes, pues, qué es la verdad exactamente,
    pero la percibes entre tinieblas, y estás persuadido de
    que el error absoluto no puede existir. Si el error absoluto
    existiera, entonces no existiría, puesto que su existencia
    sería cierta o certificable (y la verdad es ante todo
    certeza, como se ha dicho antes). Luego, la verdad y el error no
    pueden tener, en puridad, la misma condición, aunque nunca
    recibas verdades o errores puros.

    Toda afirmación contiene la verdad parcializada,
    distorsionada. Así, un ecléctico toma de cada
    sistema lo que
    considera más pertinente, excluyendo al resto. Y, en el
    mismo sentido, una revolución
    científica o epistemológica que introduzca una
    "nueva verdad" estará, en realidad, ensanchando el
    anterior sistema de
    verdades, aunque haya que presuponer idealmente que éste
    permaneció siempre ahí.

    La verdad del hombre es una
    ficción mudable, o, si prefieres una expresión
    más tranquilizadora, es una anticipación o
    pregustación de la verdad absoluta. Hay una diferencia de
    grado y no de naturaleza entre
    ambas clases de verdad: tan necesaria es la verdad absoluta como
    aquellas que, coeternas con ella, nos permiten ir a
    alcanzarla.

    Causa y agente.

    I.

    Dios es la primera y la última verdad, el Alfa y
    el Omega, creador de todo cuanto existe y, en tanto que existe,
    es verdadero.

    Del efecto (la creación) a la causa (Dios) y de
    la causa (Dios) al efecto (la creación) la sucesión
    de verdades es infinita, progresiva y regresivamente. Y lo es
    porque Dios creó al mundo de una sola vez, sin límites ni
    espacios más allá del propio mundo, es decir,
    infinito en extensión y, por consiguiente, en
    variedad.

    Esto explica también que no pueda llegarse a Dios
    por la razón, ya que ésta toma siempre como
    referencia al mundo. Sí, no obstante, por la
    mística, a saber: abstrayéndonos del mundo y
    contemplando a Dios como si sólo Él y nuestra alma
    existieran, que es lo que Leibniz concibió como
    armonía preestablecida.

    Reitero, pues, que referirnos a Dios como verdad
    "primera" o "última" obedece, respectivamente, a adoptar
    el plano ontológico o el epistemológico en nuestro
    análisis.

    II.

    La creación no parte de Dios como primer
    eslabón de una cadena causal, sino que, en un orden
    totalmente distinto, es Dios mismo el que genera la cadena ex
    nihilo. Y esto es así porque, como sabes, Dios no
    está en el tiempo, ni es
    causado, ni es compuesto, ni es tangible, por lo que tampoco
    puede ser causa de ningún ente.

    Dios CREA, no causa. La causalidad PRESUPONE al ser, la
    creación lo PONE. Evidentemente, Dios no se crea a
    sí mismo. Dios, pues, no empieza a ser, sino que es
    siempre. De ahí extraigo que Dios no es término
    inicial de nada, ya que ni siquiera el mundo empezó EN el
    tiempo, sino,
    más bien, CON el tiempo. Dios es la condición de
    todo origen y de todo fin, es decir, de todo orden.

    Dios no es ni algo ni nada, es el ser inefable por
    antonomasia. Si el número uno te despista, cámbialo
    por un cero, mucho más propio. Dios es el cero absoluto
    (inconmensurable con todo lo creado) que pone el uno, su
    creación. El uno es germen del infinito, pues todo
    número es una agregación de unidades. Luego, por el
    infinito no se llega a Dios, pero se requiere a Dios, dado que si
    el mundo fuera finito también sería eterno, sin
    comienzo, recurrente. No siéndolo, es temporal, creado,
    interminable.

    El fin del mundo, el fin de los tiempos, no será,
    entonces, un fin absoluto, sino una transformación
    suprahistórica.

    2. DIOS Y LAS
    IDEAS.

    Análisis genético del principio de
    razón suficiente

    El principio de razón suficiente viene a
    decir:

    1) Todo es por una razón (según el axioma:
    de la nada, nada sale);

    2) Todo lo que es tiene más razones para ser que
    para no ser;

    3) Todo lo que es también es mejor que lo que no
    es (por el punto 1: al ser más racional, contiene
    más ser), y, por consiguiente, es lo mejor posible (en
    base al axioma: lo que contiene más ser es mejor que lo
    que contiene menos ser).

    De ahí la tesis del
    mejor de los mundos, esto es, aquel "dotado de mayor variedad de
    fenómenos en base al menor número de principios", que
    el simple de Voltaire no
    entendió ni por asomo.

    Dios y lo real

    I.

    Premisas epistemológicas

    Las ideas no son simples sememas, piezas aleatorias de
    un gran juego de
    construcción lingüística.
    Existe una correlación natural entre ellas.

    Como dije en otra ocasión, cualquier palabra
    presupone todo el lenguaje
    que la soporta. El valor de
    verdad de una idea se toma en relación a un sistema
    verificativo.

    Así pues, los conceptos claros y distintos,
    aunque no tengan correlato real o empírico, son siempre
    verdaderos. Sólo por el hecho de no entrañar
    contradicción hemos de considerarlos tales.

    La música (y
    también la idea de música) es verdadera
    porque es. Un gato (y también la idea de gato) es
    verdadero porque es.

    Y no hay verdad sin coherencia, ni coherencia sin
    verdad.

    La verdad, además, ha de ser siempre
    apriorizable. Eso le da el carácter
    universal que la distingue de la opinión.

    II.

    Inferencias ontológicas

    No hay 'posibles' que hayan quedado fuera de la
    realidad, excepto por una exclusión de sistema. Hablo,
    claro está, de la realidad sub specie aeterni.

    No entiendo la posibilidad como mera imaginabilidad
    (opinión), sino como idea clara y distinta, es decir, no
    contradictoria, y en consecuencia verdadera
    (existente).

    Todo lo posible existe, pero -y esto es una prueba en
    favor de la Inteligencia
    ordenadora del mundo- sólo lo mejor deviene
    real.

    La Inteligencia,
    pues, es lo único que restringe el ser real de lo
    intrínsecamente posible; lo único que establece un
    límite entre lo real y lo idealmente existente. Es,
    propiamente hablando, el demiurgo.

    Sólo lo mejor, digo, deviene real. Entiendo por
    "mejor" aquello que permite la máxima expresión de
    fenómenos. Y ahí me baso en el axioma, que doy por
    sabido y aceptado, "lo lleno es mejor que lo
    vacío".

    Nuestro mundo comprende el máximo despliegue de
    fenomenos, y lo hace en tanto que un mundo que sólo no
    admita lo contradictorio es más rico que otro que
    añada a ésta, que es la mínima, otras
    restricciones de tipo moral o
    estético (las críticas ateas o gnósticas al
    demiurgo por el mal existente en el mundo serían de esa
    índole).

    Se me podría objetar que un mundo que
    también admita lo contradictorio será más
    rico en fenómenos que el anterior. Pero eso es un absurdo,
    porque lo contradictorio no puede darse nunca, como ya he
    argumentado.

    Todo lo cual nos conduce a un problema de teodicea, y es
    si Dios debió excluir el mal (o bien menor) cuando
    éste no es contradictorio con el mayor bien.

    Mi previsible respuesta es que no, que el mal forma
    parte de la creación perfecta, esto es, de la mejor
    creación posible.

    3. DIOS Y EL
    CONOCIMIENTO.

    Arriba es abajo

    Debemos aproximarnos a Dios con la metodología de las matemáticas o, en su defecto, con la de la
    teología y la metafísica. Así, sostengo que Dios
    es incomprensible, pero no completamente absurdo, como pretenden
    los ateos. Y a continuación expongo el
    porqué.

    Ante todo, hay que saber distinguir entre estos dos
    verbos: pensar y comprender. Dios sólo puede pensarse,
    porque es Espíritu; pero no puede comprenderse, puesto que
    es infinito. En un sentido análogo, podemos contemplar el
    océano sin abarcarlo en nuestro limitado campo de
    visión, pero de ahí no se sigue que el
    océano sea invisible o quimérico.

    Luego, concluyo, tampoco Dios, ni la Verdad, ni el
    Infinito son absurdos por resultar incomprensibles.

    La Trinidad y el conocimiento

    No se sigue de ningún modo que Dios "genere las
    verdades" ex nihilo, sino que, más bien, Él, Verdad
    autosubsistente y eterna, escoge entre ellas, coeternas, para
    componer el orden del mundo y realizarlas en el mismo.

    Tenemos, pues, tres verbos: realizar, crear y causar.
    Dios realiza en el universo
    algunas de las verdades preexistentes, que integran su
    Sabiduría (del mismo modo que el pintor selecciona sus
    acuarelas entre una gama infinita de colores); crea
    también desde la nada y junto con el tiempo, a partir de
    dichas nociones previas, todas las realidades mutables.
    Éstas, por su condición, se despliegan
    continuamente y causan el sinnúmero de fenómenos
    comprensibles para las inteligencias limitadas.

    Lo que el Padre realiza, el Hijo lo crea y el
    Espíritu Santo lo vincula con su primer origen.

    Ahora bien, ni la realización de las ideas, esto
    es, el proyecto de Dios
    entre los infinitos posibles, ni la creación del mundo
    resultan accesibles a nuestra razón. Nuestro conocimiento
    habitual es, pues, de tercer grado, mientras que la fe es un
    grado superior del conocimiento en estado
    embrionario.

    Genealogía mística del
    amor

    I.

    ¿Amamos algo porque está en nosotros o
    está en nosotros porque lo amamos?

    Si lo amamos porque está en nosotros,
    ¿cómo llegó a nosotros sin amor?
    ¿Cómo empezamos a amar?

    Es decir, se postula que amamos la imagen ideal que
    nos formamos de alguien; que esa imagen es nuestra
    propia imagen; que, en consecuencia, sin autoimagen no podemos
    amar.

    En ese caso, si el amor
    depende de la autoimagen o autoconciencia, ¿pueden amar
    los bebés o los animales?
    ¿No aman éstos nunca? ¿Empiezan
    aquéllos a amar en un momento determinado, dando el salto,
    por así decirlo, del no-amor al amor? ¿Es
    inopinado, es azaroso ese salto?

    Hasta aquí la formulación del
    problema.

    II.

    A pesar de las aporías, creo que es posible fijar
    un denominador común para ambos "amores", humano y animal,
    que no es la proyección de una autoimagen, sino la
    atracción hacia aquello de lo que carecemos y consideramos
    innatamente como bueno. Nosotros intelectualmente, aunque no
    siempre con la misma distinción; los animales,
    irracionalmente.

    Ahora admitidme la siguiente ecuación, basada en
    la economía
    de palabras: conocer es amar y amar es conocer.

    Sólo podemos conocer lo positivo, de modo que no
    odiamos el mal porque lo conozcamos, sino porque nos priva del
    conocimiento de un bien mayor. Hablando con propiedad, no
    odiamos el mal, sino que lo queremos menos.

    Dicho esto, aclaro: amar significa atraer hacia
    sí, y el
    conocimiento no es otra cosa. Es la interiorización de
    lo externo, el acercamiento de lo lejano o el desvelamiento de lo
    oculto.

    Conocer y amar se dan al mismo tiempo, en un procedimiento
    único.

    Entonces, volviendo a la problemática que nos
    ocupa, ¿cómo podríamos empezar a amar si
    nuestro amor depende de la autoconciencia y ésta
    sólo se forma en base a la experiencia? Habría que
    esperar, en efecto, a que nuestra conciencia se
    formara para empezar a amar.

    Pero hemos convenido en que conocer y amar es lo mismo,
    y huelga decir
    que consciencia y conocimiento participan de una misma
    raíz etimológica.

    Entonces, concluyo, conocemos y amamos gracias a ideas
    innatas, previas a toda experiencia, aunque la experiencia nos
    dé la ocasión de amar y conocer.

    La idea de todas las ideas, el fundamento de su
    cognoscibilidad y, por consiguiente, de su ser, es Dios, el Dios
    del Amor y del Conocimiento.

    III.

    Resolvamos una posible objeción antes de
    proseguir con las consecuencias de todo lo razonado.

    No avanzamos nada al considerar que la tendencia al amor
    que manifestamos está "programada" en nuestro mapa
    genético.

    La programación genética
    vendría a ser la versión empirista de las ideas
    innatas. Pero así como la evolución explica los genes, los genes no
    explican la evolución.

    Los genes no son eternos, y la historia no puede rotar en
    ellos. En cambio, las
    ideas sí lo son.

    Es más: el primer humano conoció y
    amó tanto como el último, de manera que la
    evolución tampoco añade nada.

    La evolución explica que unos genes determinados
    hayan prevalecido sobre los otros. No explica, sin embargo, la
    tendencia de los genes a hacernos actuar, que es lo que realmente
    está en cuestión.

    IV.

    Jesucristo dijo: ama a tus enemigos, porque amar
    sólo a los amigos es propio de paganos y
    pecadores.

    Este precepto, el más dulce para el hombre, no
    nos fuerza a nada
    contra natura, ya que, como hemos expuesto, no podemos más
    que amar todo lo que conocemos.

    Jesucristo nos insta a incrementar nuestra capacidad de
    amar y, por consiguiente, a intensificar nuestra facultad de
    conocer.

    Podríamos añadir: no sólo amamos
    todo lo que conocemos, en la medida en que lo conocemos, sino
    que, además, lo conocemos todo, aunque no seamos
    conscientes de ello.

    En el mismo sentido, afirmamos que la razón es
    auxiliar de la revelación, y que sin ella va a la deriva.
    Por otro lado, la revelación sin razón, es decir,
    sin conocimiento, sin amor, se convierte en mera Ley, en la
    carnalidad y vetustez que denunciaron los cristianos en el
    Antiguo Testamento.

    Amar es tomar contacto con el conocimiento y con
    nosotros mismos. Pero no mediante nuestra sola imagen, sino a
    través de la imagen sin imagen de Dios.

    4. DIOS Y LA
    REALIDAD.

    El Espíritu como origen del
    Universo

    1) Nada es sin una causa que lo determine, de lo que se
    sigue que todo lo que existe tiene una causa. No podemos, sin
    embargo, proceder así hasta el infinito, ya que de lo
    contrario nada tendría una causa y nada existiría
    de una determinada manera (cfr. Aristóteles).

    2) La eternidad de la materia (cfr.
    Averroes, Giordano Bruno) no puede probarse. Esto se muestra del modo
    siguiente: si la propiedad
    esencial de la materia es su
    reproducción y multiplicidad,
    ¿qué características habría de tener una
    supuesta materia primordial y originaria? Debería ser
    increada e inmutable, en tanto que no tendría causa que la
    determinara, pero no se ha encontrado una propiedad tal en el
    mundo, que está en continuo devenir.

    3) Pero aún alguien podría decir:
    ¿por qué no concebimos la materia y todo lo
    existente como un inmenso ciclo cerrado sobre sí mismo,
    sin comienzo ni fin, que en tanto que cambia siempre no cambia
    nunca? (cfr. Heráclito). Nuestra respuesta sería:
    porque esto que se predica de un todo indiferenciado
    debería poder
    afirmarse de la menor partícula de materia. Pero una cosa
    tal sería contradictoria, ya que nos obligaría a
    decir que dicha partícula es determinada e indeterminada
    al mismo tiempo.

    4) Todavía alguien podría intentar valerse
    de la física
    cuántica para mantener que las partículas son,
    efectivamente, determinadas e indeterminadas al mismo tiempo
    (cfr. Heisenberg). No obstante, esto, que puede alegarse de una
    partícula de modo gnoseológico, es decir, desde el
    conocimiento limitado del hombre, no
    puede sostenerse del todo ontológico, al que corresponde
    la sabiduría infinita del Creador. Pues si el todo fuera
    determinado e indeterminado al mismo tiempo, y no
    reconociéramos más que materialidad en ese todo, el
    conjunto de la materia tanto podría existir como no
    existir, con lo cual se destruye la hipótesis de los adversarios, que queda
    reducida al absurdo según su propia cadena de
    razonamientos. Ya que, de ser así, la materia no
    podría ser eterna, increada y necesaria como pretenden,
    sino que habría de ser forzosamente temporal, creada y
    contingente.

    5) En consecuencia, deducimos que la causa primera de la
    existencia del mundo no es material, ni puede lógicamente
    serlo, sino que es forzosamente espiritual, esto es,
    Dios.

    La necesidad de Dios

    Si todo lo que tiene causa tiene efecto, y causa y
    efecto, prescindiendo del factor tiempo, son
    equivalentes

    Si lo que es un fin en sí, teóricamente,
    no puede moverse

    Teniendo en cuenta que el Universo se
    mueve, entonces

    El Universo no es ni
    su propio fin ni su propia causa.

    Que un fin en sí mismo no puede moverse es una
    verdad analítica, ya que todo se mueve hacia algo y no
    hacia sí mismo. Así que, si el Universo es
    finito y se expande, entonces su movimiento no
    es meramente interno o ilusorio, sino que obedece a una
    razón que le precede. Se expande hacia algo que no es
    él mismo.

    Si ese algo es la nada, y acordamos que causa y fin son
    lo mismo, tendremos que deducir ambas cosas: que el Universo
    surgió de la nada y que se dirige a la nada. Pero de la
    nada nada sale, luego es necesario presuponer una inteligencia
    inmaterial y creadora que haga posible dicha generación
    primordial.

    Refutación racional del eterno
    retorno

    Si partimos de un mundo limitado (es decir, aceptamos la
    existencia de átomos o partículas últimas de
    realidad) en un tiempo infinito (esto es, damos por buena la
    hipótesis de la eternidad de la materia,
    que existiría sin principio ni fin demostrables), ENTONCES
    el eterno retorno es un hecho y una necesidad.

    Analicemos esto:

    1) Si la materia es finita, no podemos obtener de ella
    infinitas combinaciones distintas.

    2) La materia es finita, luego el ciclo también
    será finito. Habrá infinitos ciclos
    idénticos.

    Bien hasta aquí. Habiendo explicado lo que toca
    rebatir, procedemos a ello alegando los siguientes
    contraargumentos:

    1) En primer lugar, la finitud del hombre y de todo lo
    corruptible. Porque, de ser cierto el eterno retorno, ¿no
    sería nuestra limitación temporal poco más
    que una ilusión, procedente de la limitación de
    nuestros sentidos? En efecto, al repetirnos en los distintos
    eones de un tiempo infinito, moriríamos y
    renaceríamos un número indefinido de veces;
    seríamos de facto eternos por el mero hecho de haber
    existido en una ocasión. Nunca naceríamos, sino que
    habríamos nacido siempre. Nunca moriríamos, porque
    ya habríamos muerto tantas otras veces, sin sufrir un
    cambio de
    estado
    tangible.

    2) En segundo lugar, el libre albedrío humano.
    Pocos renunciarían a él en favor de una
    ficción que presupone que todo se repite eternamente. Si
    la repetición es eterna, no tiene principio ni fin. Si no
    tiene principio, la voluntad no interviene en ella, no hay
    incoación del acto en ningún momento, sino que algo
    es porque es. Si no tiene fin, no hay intencionalidad en nuestro
    proceder, sino mera imitación inconsciente de un
    inflexible hado. De nuevo, al negar el tiempo, nos vemos
    reducidos a entelequias, a seres carentes de dynamis, reflejo de
    lo que siempre fue pero nunca comenzó a ser.

    3) En tercer y último lugar, el principio de
    identidad de
    los indiscernibles. Pues, si todo vuelve sin cesar y de un modo
    idéntico, ¿por qué no decimos más
    bien que nada vuelve y que todo es desde siempre? Dado que un
    mundo que en nada se distinga de otro es, en realidad, el mismo
    mundo en tiempos distintos. Y, bien mirado, el factor tiempo no
    añade nada nuevo aquí, pues, en este caso,
    suponemos tiempos exactamente iguales en sucesiones
    regulares; luego estaríamos hablando del mismo mundo y no
    de infinitos mundos, que sólo se diferenciarían en
    el nombre equívocamente asignado.

    Concluimos: si negamos el eterno retorno, negamos
    también las premisas que conducen a él
    irremediablemente, a saber: 1) la existencia de partículas
    últimas de realidad y 2) la eternidad del universo, su no
    creación en el tiempo. Al negar el punto 1) posibilitamos
    la libertad; al
    negar el punto 2) presuponemos a Dios.

    Epílogo 1

    Todo es contingente, necesariamente. La necesidad
    sólo se da fuera del tiempo, sub specie aeternitatis. En
    cambio, en el tiempo, todo lo que no ha llegado a ser es siempre
    relativamente contingente, en contra del eterno retorno, por un
    lado, y del caos, por el otro.

    El principio de causalidad es la ley, Dios el
    legislador. Sujeto a ella en el tiempo es, en tanto que
    precondición de la misma, superior a ella fuera del
    tiempo.

    Epílogo 2

    Una cosa es presuponer la infinita divisibilidad de la
    materia, otra la infinita causalidad. Por la primera sólo
    afirmamos no haber nada que limite al mundo en su homogeneidad,
    negamos en consecuencia el vacío. Por la segunda anulamos
    el movimiento
    mismo. La solución a esta aporía estriba en
    suprimir la causalidad material, cuyo principio nos resulta
    incomprensible, y presuponer la armonía entre substancias,
    al modo de Leibniz.

    Epílogo 3

    Filosofar es indagar la esencia de la verdad. El mundo
    no es verdadero ni falso, simplemente "es". Pero su ser es
    derivado, es una "apariencia" o "reflejo" de la auténtica
    realidad, realidad que nosotros asociamos con la verdad y con el
    Ser.

    El Ser es, y todo es por el Ser. Todo es porque el Ser
    es verdad, pero no es verdad el Ser porque todo sea. Diferencia
    entre monoteísmo y panteísmo.

    Átomos y Dios

    Silogismo:

    1) Todo lo divisible en el tiempo es causado.

    2) Todo lo causado es móvil.

    3) Todo lo divisible en el tiempo es
    móvil.

    A sensu contrario:

    1) Todo lo indivisible en el tiempo es
    incausado.

    2) Todo lo incausado es inmóvil.

    3) Todo lo indivisible en el tiempo es
    inmóvil.

    Justificación:

    Por este motivo los atomistas estarán siempre
    equivocados, pues, aunque imaginan átomos en movimiento,
    son incapaces de explicar quién o qué los puso en
    movimiento.

    Si el átomo es
    uno consigo mismo, si no puede descomponerse,
    entonces:

    1) O bien goza de libre albedrío y facultad de
    autodeterminarse;

    2) O bien ha de ser movido desde fuera.

    Si goza de libre albedrío, que en su caso
    equivaldría a la total indeterminación, la ciencia se
    encuentra indefensa para comprender este tipo de
    fenómenos. Serán un perpetuo Ignotum X para el
    conocimiento humano.

    Si ha de ser movido desde fuera, entonces todo átomo
    necesita alguna cosa que no sea un átomo y que obre por
    él como causa primera. Siendo el motor distinto al
    átomo, deberá ser a su vez infinitamente divisible.
    Es decir, el atomista o bien se contradice (la materia es y no es
    infinitamente divisible), o bien se ve obligado a presuponer a
    Dios de todos modos.

    Conclusión:

    Si los átomos existieran, no se moverían.
    Aquello a que llamamos átomos se mueve, de modo que no son
    átomos. Luego, los átomos no existen, ya que todo
    en la naturaleza
    está en continuo movimiento.

    Si la materia es infinitamente divisible, el hombre,
    cuyo entendimiento es finito, jamás podrá dominar
    completamente el cosmos (principio de indeterminación
    relativa).

    Sobre la infinita divisibilidad de la
    materia

    Silogismo 1:

    Lo inmóvil es siempre incausado.

    En el Universo nada es inmóvil.

    En el Universo nada es incausado.

    Prosilogismo a sensu contrario (tertium non
    datur):

    Lo móvil es siempre causado.

    En el Universo todo es móvil.

    En el Universo todo es causado.

    Silogismo 2:

    Todo lo múltiple es divisible.

    Todo lo causado es múltiple.

    Todo lo causado es divisible.

    Prosilogismo:

    Todo lo causado es divisible.

    En el Universo todo es causado.

    En el Universo todo es divisible.

    Postulación de la primera premisa

    Silogismo 1

    Todo efecto tiene movimiento

    Toda causa tiene efecto

    Toda causa tiene movimiento.

    A sensu contrario, tertium non datur:

    Todo lo incausado carece de movimiento.

    Silogismo 2

    Todo lo inmóvil* es incausado (premisa
    falsable)

    Todo lo incausado carece de efecto

    Todo lo inmóvil carece de efecto.

    A sensu contrario, tertium non datur:

    Todo lo móvil tiene efecto.

    Silogismo 3

    Todo lo móvil es causado (a sensu contrario,
    tertium non datur; mientras no se false la anterior)

    Todo efecto tiene movimiento

    Todo efecto es causado.

    ¿Qué son las
    mónadas?

    I. Fundamento racional de las mónadas

    Las mónadas tienen cuatro fundamentos:

    1) matemático

    2) físico

    3) psicológico

    4) metafísico

    El mecanicismo sólo puede mantenerse desde el
    atomismo. Disuelto el atomismo, es necesario presuponer
    mónadas. De lo contrario, todo tendería al
    infinito, pero nada llegaría a ser, lo cual es un absurdo.
    Es decir, nunca empezaríamos a hacer algo (fundamento
    metafísico), ni acabaríamos de percibir nada
    (fundamento psicológico); la materia sería
    puramente pasiva, sin fuerza
    (fundamento físico) y la pluralidad no sería
    más que una ilusión de nuestros sentidos, ya que la
    naturaleza carecería de unidades reales (fundamento
    matemático).

    Hay que deslindar hipótesis como el
    éter y el espacio absoluto, de Newton, de
    otras como las mónadas o la armonía preestablecida,
    formuladas por Leibniz. Las primeras son puras negaciones,
    abstracciones del cálculo
    tomadas en sí y trasladadas al mundo. Las mónadas,
    en cambio, tienen cualidades positivas, como la fuerza y la
    percepción.

    II. Las mónadas como vida

    Un mecanicista es incapaz de distinguir entre lo vivo y
    lo muerto, ya que si la vida es mera organización y la muerte mera
    desorganización (de la materia, se entiende), entonces lo
    vivo y lo inerte no se distinguen sustancialmente, sino
    sólo accidentalmente. En dos palabras: para el
    mecanicista, o todo está vivo o todo está muerto,
    sin que pueda hablarse de vida y muerte en
    términos absolutos.

    En mi opinión, todo lo complejo debe organizarse
    en virtud de principios
    superiores. Esto es, entiendo la
    organización de la materia en los organismos vivos
    como una subordinación de la multiplicidad (funciones
    corporales) a la unidad (mónada central, cuya sede
    física es
    el cerebro).

    Según la monadología, existen estructuras
    totalmente sumidas en la materia y en la pasividad, mientras que
    otras se muestran activas e incluso inteligentes. Aunque las
    mónadas estén indiferentemente desparramadas por
    toda la naturaleza, sea ésta viva o inerte, yo sólo
    llamaría "vida" strictu sensu a aquella capaz de imprimir
    fuerza al movimiento y de modificarse
    autónomamente.

    Consideremos esto también: la vida propiamente no
    surge, sino que se desarrolla a partir de su existencia
    preformada. El hombre, pues, jamás creará vida del
    vacío, y se limitará, en cambio, a ver de
    qué modo puede favorecer dicho desarrollo.

    Por último, no hay que confundir la esencia de la
    vida, que es la fuerza, con la condición de la vida
    orgánica, es decir, la reproducción. Puedo perder mi capacidad
    reproductora y no por ello dejar de estar vivo. Sin embargo, al
    conservarse la fuerza por la eternidad, asimismo se conserva la
    mónada más allá de su muerte
    orgánica, de su desaparición como cuerpo
    visible.

    5. DIOS Y LA
    MORAL.

    La hipótesis de la armonía
    preestablecida

    I.

    Libertad se opone a fatalidad; contingencia a necesidad.
    Todo acto libre ha de ser, pues, contingente. Por lo que nos
    encontramos ante el siguiente dilema: Si la omnisciencia se basa
    en el conocimiento necesario de las cosas, ¿cómo
    puede respetar la libertad? Y si
    la libertad se fundamenta en la contingencia de los actos,
    ¿cómo puede tolerar la omnisciencia?.

    La solución de Leibniz es la armonía, es a
    saber: Hay dos órdenes totalmente predeterminados, el de
    las voliciones y el de las causas. Dios "ajusta" ambos para que
    se den simultáneamente en cada caso, aunque no exista un
    contacto efectivo entre ellos, puesto que sus naturalezas son
    completamente disímiles. En virtud del principio de no
    contradicción (por el que nada es y no es al mismo tiempo)
    y el de razón suficiente (por el que nada carece de causa)
    Dios conoce a priori los dos órdenes; mas no por ello deja
    sin efecto la contingencia de los actos libres, sino que la
    conserva. Y algo así es posible a través del
    vínculo metafísico mencionado, cuya efectividad la
    providencia de Dios fijó para que sirviera como mediador
    entre ambos reinos desde los albores de la
    creación.

    La armonía sería, pues, la razón
    del orden y de la libertad, ya que la presciencia (orden) se da
    de suyo tanto en los procesos
    naturales y espirituales, de un modo apreciable, como,
    inapreciablemente, en los sobrenaturales, pero sólo a los
    primeros se constriñe el ámbito de las causas
    libres. Podríamos definirla, en resumen, como una especie
    de fenómeno contingente en grado máximo (superior a
    la naturaleza y continuamente milagroso) decretado para mantener
    la posibilidad y la necesidad dentro de la omnisciencia divina, a
    pesar del antagonismo lógico que las enfrenta.

    Concluimos ya con estas palabras a guisa de corolario.
    La mente está determinada a pensar lo que piensa, aunque
    sea consciente de ello y lo haga libremente, sin
    compulsión. Los cuerpos están también
    necesariamente determinados a moverse de un modo y no de otro.
    Ahora bien, todo aquello que afecta al reino de la libertad, esto
    es, allí donde entran en juego los
    principios simples o substancias (mentes, mónadas) con los
    compuestos o extensos (cuerpos), goza de un estado de
    contingencia permanente sostenido por la armonía
    preestablecida; régimen que, a su vez, se articula con
    carácter indefectible en el plan de Dios
    sobre las criaturas racionales, revelándolo como el mejor
    de los monarcas.

    II.

    La acción en el mundo crea hechos contingentes a
    partir de variables
    necesarias. Es decir, una volición intencional totalmente
    determinada que opere objetivamente -aunque no realmente- sobre
    un elemento físico a su vez totalmente determinado
    generará, por la mera razón de interactuar con
    él, un hecho completamente nuevo afectado por la
    contingencia. Y esto es así porque la
    transformación en el cuerpo y en el alma a resultas de
    dicho acto libre no puede derivarse de un modo lógico ni
    de la causalidad en los entes dotados de extensión y de
    impenetrabilidad relativa, ni de la sucesión de
    pensamientos en el espíritu. Tampoco es posible deducir
    tal transformación de la actuación del uno sobre el
    otro. Si así fuera, se confundirían ambos
    órdenes, y las determinaciones del alma resultarían
    una continuación de las de la materia, al tiempo que
    éstas concurrirían a las voliciones de
    aquélla, algo de por sí contradictorio. Ahora bien,
    por añadidura, en el primer caso todo queda reducido a
    pasión, mientras que en el segundo no hay más que
    acción; conclusiones estas que no podemos considerar
    conformes con la experiencia vulgar, y que -como se verá-
    tampoco encajan en el conocimiento
    científico. En efecto, somos incapaces de reducir a
    causas eficientes nuestros actos libres, y nunca encontraremos,
    entre las infinitas determinaciones físicas por las que
    transcurre el cauce de la acción espontánea,
    aquella que nos haya inclinado a actuar de un modo más
    bien que de otro; no sirviendo para ello un mero análisis a posteriori, puesto que, al ser
    sus variables
    irrepetibles, ninguna nueva experiencia podría confirmarlo
    un número indefinido de veces. Inversamente, no observamos
    en la naturaleza ejemplos de actos puros, esto es, en absoluto
    carentes de efectos que los precedan e interfieran en su curso.
    La única salvedad a este respecto la constituye, por un
    lado, nuestra idea de la creación divina del Universo, que
    se estima enteramente indeterminada y exenta de cualquier causa
    anterior ("creatio ex nihilo"). En segundo lugar, la
    noción que tenemos de la creación continua, en
    tanto que operada por una inteligencia suprema conciliadora de
    órdenes opuestos. A la vista, pues, de los contrasentidos
    e inconsecuencias enunciados debemos desechar la
    interacción real entre substancias o la reducción
    de una a la otra y optar decididamente por el sistema de la
    armonía.

    Demostración reductiva de la
    inmortalidad

    Reductio:

    Sin inmortalidad no hay libertad, porque nada se dirige
    a un buen fin, sino al único fin: el fin absoluto. Y sin
    libertad no puede haber moral.

    Retorsio:

    Pero la moral
    existe, creemos algunos. No sólo como convención.
    Existe substancialmente. Luego, para el hombre libre, hay fines
    mejores que otros en sentido absoluto. Y, si existe la moral,
    todo forma parte de la misma cadena: entonces también
    existen la libertad y la inmortalidad.

    Sorites:

    Hay cosas, en sentido absoluto, mejores que otras. Mejor
    es lo lleno que lo vacío, por ejemplo. Ergo, existe la
    libertad, que es la posibilidad a priori de escoger entre lo
    mejor y lo peor. Por consiguiente, existe también la
    inmortalidad, que permite que esos fines y esa libertad sean
    verdaderos y no mera apariencia.

    Reductio:

    Si la vida, en cambio, es efímera y no perdura
    más allá de la muerte, en
    ese caso todas nuestras acciones han
    de plantearse no como si fueran eternas y parte de nuestro ser,
    sino como la consecuencia fatal de nuestro actuar.

    Si morimos, lo perdemos todo. Es más, antes de
    morir no tenemos nada, porque carecemos de substancia. Somos un
    cúmulo de accidentes sin
    dirección, movidos por el choque azaroso de
    infinitos corpúsculos.

    Nadie, excepto un loco, plantea así su vida. El
    ateo sostiene en lo teorético lo que rechaza en la
    práctica.

    Corolario: A los que rechazan el axioma "lo lleno es
    siempre mejor que lo vacío".

    Alguien podría objetar, en efecto, que para
    mí y para muchos puede ser mejor dormir en una
    habitación vacía que en otra llena de
    escorpiones.

    ¿Por qué, sin embargo, no es mejor, en
    sentido absoluto, una habitación sin escorpiones que otra
    repleta de ellos?

    Porque lo que realmente te perjudicaría en una
    habitación llena de escorpiones es tu incapacidad relativa
    para librarte de ellos, es decir, tu carencia de ser o de conato
    frente a ellos.

    No es mala, pues, la abundancia de escorpiones, sino la
    insuficiencia de nuestros medios contra
    los mismos, patente en dicha situación.

    Luego lo lleno es siempre preferible a lo vacío,
    que es lo que tenía que demostrarse. De donde derivamos
    que hay fines buenos, que existe la libertad capaz de
    discernirlos, y que la inmortalidad es el fundamento de ambas,
    libertad y bondad.

    BIBLIOGRAFÍA:

    G.W. Leibniz. Ensayos de Teodicea.

     

     

    Autor:

    Daniel Vicente

    irichc23[arroba]hotmail.com

    Licenciado en Derecho.

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