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Inmigración en Argentina: gallegos



    1. Inmigrantes
    2. Exiliados
    3. El Hotel de
      Inmigrantes
    4. En el
      conventillo
    5. En las
      provincias
    6. En memorias
    7. En novelas y
      cuentos
    8. En
      poesía
    9. En
      periodismo
    10. En cine
    11. Música y
      danza
    12. Notas

    En esta monografía
    me refiero a los gallegos que llegaron a la Argentina entre
    1850 y 1950, a su forma de vida y a algunas de las obras en las
    que se los evoca. Tomo como fuente textos de historiadores,
    escritores y periodistas, y testimonios de gallegos y sus
    descendientes. Menciono, asimismo, a algunos intérpretes
    de música
    gallega.

    Alberto Sarramone, quien ha escrito varios libros sobre
    la historia de la
    inmigración en nuestro país
    –algunos de ellos traducidos al francés-, afirma que
    "La noción exacta y actual de emigración, en
    general, tiene dos referentes direccionales: emigración
    en un sentido estricto
    , cuando se busca significar la salida
    de personas o grupos de un
    país o región. Inmigración,
    noción relacionada con la recepción de población externa en un país o
    región determinado", y señala que "ambas tienen su
    origen en el régimen de libertad instaurado a
    partir de la revolución
    francesa, con el reconocimiento de los derechos del hombre y del
    ciudadano y entre ellos el de emigrar, consagrados en la constitución del 31 de octubre de 1791. Con
    anterioridad, no se podía hablar de las formas modernas de
    emigración, que requieren como notas definitorias para la
    existencia plena del fenómeno, estar en un marco aunque
    sea imperfecto de libertad"
    (1).

    Marcelo Bazán Lascano señala que la
    Ley
    Avellaneda, de 1876, proporciona la definición de
    inmigrante. Distingue "entre los inmigrantes ‘sensu
    stricto’, o sea los que venían con pasaje de segunda
    o tercera clase por cuenta del gobierno u otras
    entidades, y los que entre el 25 de mayo de 1810 y el presente
    han arribado a nuestro territorio a su costa, como polizones o en
    cualquier otra forma clandestina o ilegal. Podría
    sostenerse, pues, que los segundos son, prima facie, definibles
    como inmigrantes ‘lato sensu’, aunque hubieran venido
    en primera clase y aunque lo hubiesen hecho con bienes de
    fortuna y hasta con títulos nobiliarios" (2).

    "Desde la época de Rosas se anota
    una constante pero limitada inmigración española, procedente del
    País Vasco, Galicia y las Islas Canarias –afirman
    Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti. Recién la última
    década del siglo será testigo de un desembarco
    masivo, especialmente de gallegos, vascos, asturianos y
    catalanes" (3). Diversas causas contribuyeron al aumento de la
    emigración. Andrés Solla las enumera: la introducción de la navegación a
    vapor, las políticas
    de las repúblicas americanas que favorecen la entrada de
    emigrantes, la irrupción de fuertes
    compañías navieras inglesas, francesas y alemanas
    en el negocio, y la
    comunicación epistolar con los que ya emigraron
    (4).

    "A lo largo de la historia de la humanidad
    –escribe Solla- hubo múltiples causas
    ‘próximas’ (guerras,
    persecuciones religiosas o políticas,
    huidas de los reclutamientos militares, pestes, etc.) que dieron
    lugar a las migraciones humanas, pero detrás de todas
    ellas subyace siempre el factor económico. (…) los
    gallegos emigraron forzados por la situación
    económica y porque no se conformaban con seguir siempre lo
    mismo; querían mejorar y les sobraba voluntad para
    hacerlo" (5).

    Gran parte de los gallegos establecidos en nuestro
    país, sólo pensó en hacerlo por un tiempo. "Galicia
    es casi sinónimo de inmigración –agrega
    Solla-, porque de Galicia, por emigrar, emigraron: trabajadores,
    intelectuales, energía
    eléctrica y capitales. El gallego emigraba bajo dos
    signos: uno, que lo empujaba fuera de su tierra en
    procura de una mejor situación económica y otro que
    lo hacía volver. Así tenemos que, siendo el
    país que da mayor porcentaje de emigración,
    también somos, curiosamente, el que mayor índice de
    retornados tiene por número de emigrantes. En el
    fenómeno migratorio puede establecerse una
    correlación: padres y mujer quedaban en
    Galicia, hijos y marido en la emigración. Esta constante
    quizás sea el factor más importante que
    favoreció tan elevado número de retornados,
    además del apego que los gallegos tenemos a nuestra
    tierra"
    (6).

    Otros jamás podrán regresar, y
    morirán añorando el retorno.

    Aurora Alonso de Rocha destaca que "La voz del pueblo
    –voz del cielo- llamó gallegos a todos los
    españoles inmigrantes y gringos a los otros extranjeros.
    De ese modo dejaba dos mensajes para el futuro: primero, que los
    españoles no eran extranjeros comunes; eran, sí,
    los ‘otros’, pero los otros del idioma común y
    la tradición que ya formaba parte y sustento de lo
    criollo, y segundo, que los gallegos habían sido, entre
    los españoles, los más en número y los
    más conspicuos. ¿Qué nos mueve a hacer el
    esfuerzo de reconstruir pueblo por pueblo, grupo por
    grupo, el
    fenómeno inmigratorio? Porque fue el más
    significativo del siglo pasado y determinante del presente siglo,
    porque vivimos en comunidades migratorias, porque nos reconocemos
    en nuestras singularidades nacionales y en la amalgama
    irrepetible que somos los argentinos. También porque
    buscamos, racionalmente, las raíces que sentimos en el
    corazón" (7).

    Inmigrantes

    Para los gallegos había dos destinos: Buenos Aires y
    Cuba. Una
    novela del
    cubano Barnet se titula precisamente Gallego (8). Los inmigrantes
    "Venían a sobrevivir –escribe Jorge Riestra-, a
    intentar vivir una vida mejor, a hacer fortuna, por qué
    no, algo les habían contado de la generosidad de estas
    tierras, de la abundancia que desbordaba en las manos de quienes
    la trabajaban. Cuando se les hablaba del Nuevo Mundo, ellos
    pensaban en un mundo nuevo. Lo que les esperaba era el Hotel de
    Inmigrantes y luego la ciudad, las ciudades, y en las ciudades la
    dispersión, el enigma de las calles y de la gente,
    qué comerían y dónde dormirían"
    (9).

    A ellos, "de alguna manera, los acompañaba la
    esperanza, aún teñida del dolor de dejar
    atrás pasado, historia, familia, amigos,
    afectos y recuerdos -escribe Silvia Fesquet. El dolor no era poco
    pero el equipaje que cargaban –liviano, muy liviano- estaba
    amarrado con sueños, ilusiones y mucha esperanza: la de
    encontrar amparo o un
    destino mejor, la de volver y devolverse a esa tierra que, por
    razones distintas, ahora los expulsaba" (10).

    En sus Memorias,
    Lucio V. Mansilla describe las condiciones en las que los
    gallegos realizaban el viaje hacia América: "El italiano no había
    comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en
    general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo,
    sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de
    trabajadores, aprensados como sardinas (…) En cierto sentido
    eran como cargamento de esclavos" (11).

    El viaje era insalubre y riesgoso. Cuando mira una foto,
    Elsa Carballeda imagina el viaje de su abuela "con sus tres
    primeros hijos en la bodega del barco (tres meses viajando en
    condiciones precarias y los sueños intactos)" (12). Sin
    una madre que lo proteja, solo, viaja a los diez años, el
    padre del poeta González Carbalho; de su profunda pena
    dará testimonio el hijo en su lírica
    (13).

    Muchos traían el manual que les
    ayudaría a manejarse en América: "los gobiernos preparaban manuales escritos
    por ‘doctores en viajes
    y no necesariamente basados en experiencias. Eran redactados para
    orientar a los futuros colonos y contenían precisas
    instrucciones acerca de lo que sería el viaje, la llegada
    y la posterior vida en un país extraño. Cómo
    sacar un boleto, cómo conseguir empleo,
    cómo cuidarse de los estafadores. Aconsejaban no quedarse
    en Buenos Aires,
    ya que más lejos de los centros urbanos, tendrían
    mayores probabilidades de hacer fortuna" (14).

    Los gallegos –afirma Solla- "se dedicaban
    preferentemente al sector servicios,
    comercio y
    profesiones liberales, recibiendo el sector agrario un porcentaje
    muy bajo" (15). "Hacia la época del Centenario
    –destacan Alvarez y Pinotti- cuando la ola española
    supera a la italiana, los ‘gallegos’ (y especialmente
    los auténticos hijos de Galicia), asomarán tras los
    mostradores de almacenes,
    hoteles, restaurantes, bares y
    confiterías" (16).

    Habrá uno trabajando en la universidad. En
    la novela En
    la sangre, de
    Eugenio Cambaceres, el protagonista y su madre "se detuvieron
    frente a la Universidad en
    cuya puerta, mostrando un grueso manojo de llaves colgado de la
    cintura, estaba de pie el portero, un gallego ñato de
    nariz y cuadrado de cabeza". Teresita Fritzsche, responsable de
    la edición, afirma que el gentilicio es un argentinismo o
    americanismo utilizado con el significado de español
    (17). "A los españoles se los llamará
    unánimemente ‘gallegos’ –afirman Alvarez
    y Pinotti- (…). Este uso de rótulo sirve para
    homogeneizar la diversidad apabullante y de paso descalificar al
    ‘Otro’ " (18).

    Guillermo Saccomano relató en un reportaje: "Mi
    abuela era una presencia muy fuerte. Trabajó de sirvienta
    y de lavandera de familias bien de la época. Con todo,
    acá la pasaba mucho mejor que en su aldea, donde estaban
    muy sometidos" (19). De Galicia vino Jovita Iglesias, quien fue
    ama de llaves de los Bioy durante casi cincuenta años
    (20). En casa de los Villafañe trabajó "una
    señora española", de la que dice Javier, el
    titiritero: "tenía una memoria
    extraordinaria y decía romances antiguos españoles
    –aprendí de ella el Romance del cebollero-. Pablo
    Medina destaca: "La insistencia con que Javier Villafañe
    vuelve de tanto en tanto en sus conversaciones sobre la figura de
    aquella gallega Rosa, la cuentacuentos, poemas,
    romances y otros decires, es significativa no sólo por su
    evocación sino también porque la califica como
    imagen
    formadora" (21).

    La "gallega" –afirman Elguera y Boaglio- era "una
    institución de la época que aspiraba a tener cada
    familia de la
    clase media. La ‘gallega’ era una moza robusta,
    trabajadora, honesta, leal, sensata, frecuentemente analfabeta,
    que permanecía con la misma familia hasta casarse con su
    Manuel (que así se llamaba su prometido) o volverse a su
    pueblo galaico, acosada por la morriña, la morrinha da
    minha terra" (22). Al presentar una doméstica gallega,
    Fray Mocho desliza una crítica social, ya que a esta
    mujer un
    personaje le dice que la patrona "se aprovecha de que sos
    d’España
    para sacarte el jugo por unos cuantos centavos" (23).

    Hablaban su idioma. Gladys Onega escribe que "los que
    habían venido de allá" "hablaban esa fala melosa,
    que a nosotros no nos enseñaron por vergüenza de
    aldeanos" (24). Casi todos aprendían el idioma por las
    suyas, ayudándose algunos con el diccionario,
    el cual "También es parte de la cultura
    inmigrante. El diccionario
    les solucionaba las crisis que
    podían tener con su segunda lengua.
    Está muy conectado con los autodidactas" (25).

    Tenían su religión y sus
    tradiciones. Emilio González López analiza la
    figura de Santiago relacionada con los gemelos Castor y
    Pólux y con la diosa Venus. También se refiere a la
    Virgen de la Barca y a la inmensa fe que los gallegos tienen a
    esa ‘barca’, piedra movediza que se mueve el
    día de la fiesta del Santo (26). Santiago tuvo gran
    importancia en la historia de España. Américo
    Castro considera que "Sin tal fermento de vida, la
    Península hubiera seguido el destino del Norte de Africa o hubiera
    sido ocupada por Europeos del Norte" (27). Santiago
    Apóstol es la fiesta de todos los gallegos: "Este mes
    –dice el editorial de julio de 1996- Viajero Celta hace un
    alto en el camino. El descanso de este peregrino lo hace en
    Galicia. Porque julio es el mes del Apóstol de
    España y duerme su sueño eterno en Santiago de
    Compostela. Desde estas páginas rendimos nuestro homenaje
    a todos los gallegos celtas" (28).

    Junto al culto de Santiago, perviven en Galicia
    creencias anteriores al catolicismo, como la que niega la
    separación de la vida terrena y el más allá.
    El muerto descansa en el cementerio durante el día y de
    noche vuelve a visitar su casa, su tierra, vela el sueño
    de los suyos, pero esta posibilidad le es dada sólo si
    muere en su lugar de origen: "Sólo los que mueren en su
    tierra gallega alcanzan el privilegio de no dejar este mundo, de
    seguir viviendo en él cerca de los suyos, de su casa y de
    su tierra. El que tiene la dicha de morir en Galicia se queda
    entre deudos y amigos a los que puede ver todas las noches a su
    voluntad" (29).

    Trajeron su tradición culinaria: "Los nuevos
    inmigrantes reforzaron el ‘aire de
    familia’ de la cocina argentina, pero con las pautas
    alimentarias de la época, que si bien marcan una
    continuación del patrón tradicional no eran simples
    cristalizaciones del tiempo de Garay
    ni de fines del siglo XVIII, cuando arribara la penúltima
    oleada: los guisos, los pucheros y cocidos, la cebolla y el ajo,
    el azafrán y el pimentón, chorizos y morcillas
    están de regreso en su versión original. El puchero
    a la española, presente en el menú de pensiones y
    restaurantes de la colectividad, recupera la carne de gallina y
    los garbanzos que la iconoclasia criolla había reemplazado
    por carne de vaca, porotos y maíz. Los
    gallegos aportan sus potajes, empanadas, tortillas y la perdiz en
    pepitoria" (30).

    Fundaron su escuela.
    Darío Lamazares, representante legal del Instituto
    Santiago Apóstol, llegó a la Argentina a los
    catorce años: "Fui un autodidacta –dijo-, me
    formé en la calle, y como la mayoría de mis
    compatriotas sufrí la falta de instrucción. Este
    país nos dio todo, los mismos derechos que sus hijos, y la
    escuela es una
    forma de pagar esa deuda" (31).

    Exiliados

    A América llegaron asimismo los exiliados
    gallegos. Escribe Rodolfo Alonso: "si Buenos Aires –y con
    ella la Argentina- hacía ya mucho tiempo que estaba
    recibiendo a cientos de miles de inmigrantes (obligados a
    abandonar una Galicia feudal y sin futuro, que no podía
    mantenerlos ni educarlos), a partir de la injusta derrota
    republicana en 1939 vería llegar otra clase de viajeros:
    los exiliados. Eran poetas, artistas, políticos,
    periodistas, científicos, universitarios, sindicalistas,
    editores. Que, firmemente afianzados en su colectividad, entonces
    mayoritariamente republicana, y reunidos alrededor de una figura
    ejemplar: Alfonso R. Castelao, no sólo líder
    político sino en realidad un humanista, durante
    décadas convirtieron a Buenos Aires en la auténtica
    capital de la
    cultura
    gallega enmudecida en su tierra por el franquismo"
    (32).

    Viajaron sacrificadamente los intelectuales
    españoles -entre los que se contaba el gallego Moures- que
    llegaron a bordo del Massilia, el 5 de noviembre de 1939. Esta
    noticia apareció al día siguiente en el diario
    Noticias Gráficas: "Las medidas adoptadas contra el
    grupo de intelectuales y artistas españoles son de un
    rigorismo que sólo tratándose de peligrosos
    confinados se hubieran aceptado…. Un marinero nos
    informó que los españoles refugiados tenían
    orden de que nadie se aproximara a ellos y menos que se asomaran
    por los ojos de buey. Es lamentable lo que ha ocurrido. No
    sabemos ni nos interesa saber quién ha dado la orden
    terminante de que ese grupo de gente que representa de modos
    distintos a la cultura y el cerebro de
    España permanezca en la sombría situación de
    los delincuentes incomunicados" (33).

    Arturo Cuadrado Moures recuerda: "En el año 1936
    sube Franco, aquella tremenda traición en donde los
    hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa
    guerra civil
    que duró tres años y donde han muerto casi dos
    millones de españoles. Nosotros, el ejército
    republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona,
    no teníamos fuerzas, teníamos la canción y
    teníamos a América" (34).

    Sobre su padre, exiliado gallego, escribe María
    Rosa Lojo: "El auto exiliado abandona un mundo donde cree que ya
    no podrà crecer humanamente, donde la violencia ha
    cambiado todas las reglas del juego para
    instalar un nuevo orden al que se siente ajeno. No lo sabe
    aùn, pero de todas formas quedarà cautivo de
    la tierra que
    deja. Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de esos exiliados.
    Para èl ya habìa pasado lo peor: el riesgo de
    fusilamiento, la càrcel, la ‘redenciòn de
    penas por el
    trabajo’. Sin embargo, se despidiò de los
    castañares centenarios y los caminos de piedra.
    Cediò a un hermano sus derechos sobre las fincas que le
    tocaban –magras por cierto, como miembro de una familia
    numerosa-, hizo las valijas y cruzò el ocèano.
    Dejaba irremediablemente truncos los estudios que habìa
    iniciado cuando el mundo era otro, el sueño de convertirse
    en oficial de la Marina de la Repùblica. Dejaba negocios
    equivocados y proyectos
    irrealizables. Dejaba tambièn (aunque de eso me
    enterè despuès de su muerte: era un
    hombre
    pudoroso) una cierta reputaciòn juvenil de ‘mala
    cabeza’, y de playboy coruñès, que fascinaba
    a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una
    España que para sus ojos habìa retrocedido siglos
    en el tiempo, donde no cabìa la dimensiòn de su
    deseo. El futuro estaba afuera. Habìa resuelto que en las
    nuevas tierras harìa otra cosa, y serìa, casi, otra
    persona"
    (35).

    Se ha señalado la diferencia entre inmigrantes y
    refugiados: "El inmigrante toma una decisión y asume el
    riesgo, aunque
    tenga que poner en peligro su vida. El exiliado no tiene
    capacidad u oportunidad para decidir. Otra de las diferencias
    fundamentales es la experiencia vivida antes de la partida.
    Muchos llegan heridos, con mutilaciones, han sido testigos de
    la muerte de
    personas conocidas y familiares. Sufrieron violaciones sexuales,
    (…). Luego está el trauma del desarraigo, la
    pérdida del punto de referencia, la destrucción de
    todos los bienes".

    Cuando se trata de un refugiado, por más que se
    esfuerce por sobreponerse, "El desarraigo golpea la salud hoy y para el resto de
    la vida. (…) En muchas ocasiones, el desplazado debe adaptarse
    a países con otro idioma, otra cultura, separado de sus
    seres queridos. No resulta extraño que sean frecuentes los
    intentos de suicidio, los
    conflictos
    conyugales, el retraimiento social, la sensación de
    peligro constante, la pérdida de creencias, las conductas
    agresivas… Un caso donde el desarraigo es especialmente
    doloroso es el de los ancianos, que desarrollan más
    cuadros depresivos que el resto. La falta de esperanza sirve para
    adelantar la muerte"
    (36).

    El
    Hotel de Inmigrantes

    La travesía ha llegado a su fin. Los pasajeros,
    con su documentación argentina, se encuentran con
    sus familiares, amigos, o empleadores. Los que no tienen
    conocidos en la nueva tierra, sufren "las penurias del desembarco
    en Buenos Aires, Hotel de Inmigrantes y frustrada espera de un
    destino" (37). Días después, desde allí unos
    se trasladarán a un conventillo; otros, a una vivienda
    más digna, y pocos viajarán hacia las
    colonias.

    Quienes llegaban al Puerto podían alojarse en el
    Hotel, sólo si observaban el reglamento de la
    institución. El mismo establecía, por ejemplo que
    "Después de cada comida, a la hora indicada por el
    reglamento, se deberán limpiar los utensilios que se le
    hayan entregado antes, sin lo cual no podrá ausentarse del
    Hotel. Por turnos, como se indicará, tendrán que
    limpiar las instalaciones y ocuparse del transporte de
    víveres. La parte destinada a los hombres, está
    separada de la de las mujeres; al igual que en el barco,
    está prohibida la promiscuidad. Con todo, se
    respetará el sagrado derecho de ayudar a su mujer y a sus
    niños.
    Una vez escuchado el timbre del silencio nocturno, está
    prohibido cualquier tipo de alboroto. Quien se sienta mal debe
    avisar a la dirección del establecimiento. Está
    permitido salir a determinadas horas, pero quien no haya
    regresado en el horario previamente fijado no podrá pasar
    la noche en el Hotel" (38).

    "La aglomeración de gente presentaba un cuadro
    poco edificante. En ‘La Nación’ (N° 2355), denunciaba el
    mal estado del
    hospedaje a los extranjeros. A un pedido de aclaración del
    ministro Laspiur, el Comisario de Inmigración
    informó que: ‘el Asilo de Inmigrantes está
    muy distante de ser lo corresponde al objeto que se destina. V:E:
    lo ha reconocido así y mandó levantar planos y
    presupuestos
    de la obra que debe construirse en el terreno que al efecto fue
    cedido por la Municipalidad en el bajo del Retiro…’ y
    agrega que nunca habían tenido enfermedades
    infecto-contagiosas, y que en un nuevo edificio, del fondo, se
    destinaba a los enfermos que eran visitados dos veces por
    día por el médico. Luego informa el señor
    Dillon: ‘Los inmigrantes permanecen poco tiempo en el Asilo
    y cuando llegan se envían al Río que está
    inmediato, lavan la ropa y se asean. Cuando no están en
    esa operación, la pasan en la Plaza, de manera que
    sólo en los días de lluvia se siente algún
    inconveniente, cuando existe mucha aglomeración, pero
    basta uno o dos días buenos para que todo esté
    seco, pues el aire y la
    luz penetran
    por todas partes" (39)

    En el Hotel de Inmigrantes, los recién llegados
    se agrupaban de acuerdo a su procedencia. Comenta el profesor
    Jorge Ochoa de Eguileor: "Aquí había inmigrantes de
    diferentes países, con diferentes idiomas, que
    hacían sus grupúsculos ya entre sí, se
    juntaban e iban al mismo lugar del comedor, habían logrado
    estar en el mismo dormitorio y salían en conjunto a la
    calle, porque tenían libertad de
    salir del hotel hasta las siete de la tarde. Las señoras
    también se juntaban de acuerdo a la nacionalidad en los
    jardines con los chicos, esperando a sus maridos, se pasaban la
    mañana en el jardín, en los grandes jardines"
    (40).

    Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de
    los emigrantes gallegos: "Lo que van a hacer ahora es lo mismo
    que hizo mi abuelo cuando llegó a la Argentina en 1870.
    Van a agruparse en cofradías. Que esas cofradías
    formen un ejército o una Sociedad de
    Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es
    que lejos de la tierra,
    ‘da mía terra’, como dijo una mujer en el
    seminario con
    un dolor que me volvió de barro el corazón,
    van a buscarse entre ellos" (41)

    Esa unión de los primeros tiempos dio origen a
    asociaciones importantes, a muchas de las cuales se refiere Rosa
    Majián en su guía (42). Surgieron los medios de las
    colectividades, estudiados por la antropóloga Viviane
    Oteiza Gruss (43). Una publicación tuvo que ver con el
    origen del Centro Gallego: "El Eco de Galicia fue fundado
    por José María Cao Luaces el 7 de febrero de 1892.
    Este fue el órgano de los residentes gallegos en la
    Argentina desde ese momento y uno de los antecedentes de la
    fundación del Centro Gallego de Buenos Aires"
    (44).

    "La llegada del migrante siempre está cargada de
    esperanzas e incertidumbres. Y la asociación con sus
    connacionales es una de sus estrategias para
    cubrir sus necesidades culturales y recreativas –opina
    Lelio Mármora, director de la
    Organización Internacional para las Migraciones.
    Así surgieron entidades que dieron a los recién
    llegados espacios solidarios en un medio extraño, y varias
    resultaron centro de excelencia para los argentinos"
    (45).

    En el
    conventillo

    "Los gallegos (…) se radicaron, en general, en la
    ciudad" (46). Algunos vivieron en los conventillos. Los
    conventillos más famosos fueron Las Catorce Provincias,
    El Universo y
    el Conventillo de la Paloma. En ellos "se compartían los
    baños, los lavatorios, las letrinas, la cocina y los
    lavaderos. En las piezas vivían familias enteras, a veces
    con seis o siete hijos, lo que provocaba hacinamiento y
    promiscuidad. (…) Para dormir, los más pobres
    tenían dos opciones: el sistema de "cama
    caliente", en el que se alquilaba un lecho por turnos rotativos
    para descansar un par de horas, o la maroma, que eran sogas
    amuradas a la pared a la altura de los hombros. Quien optaba por
    ese método
    debía pasase las sogas por debajo de las axilas, dejar
    caer el peso del cuerpo y dormir parado" (47). Esto nos da una
    idea del enorme sacrificio que debieron hacer muchos de los que
    venían en busca de un futuro mejor.

    Los conventillos fueron escenario del sainete, lo afirma
    Vacarezza en un conocido soneto: "La escena representa un
    conventillo./ Personajes: un grébano amarrete,/ un gallego
    que en todo se entromete,/ dos guapos, una paica y un
    vivillo."(48). En Mustafá, sainete de Armando
    Discépolo y Rafael De Rosa, don Gaetano destaca el
    clima amistoso
    del conventillo, en el que también viven gallegos: "E lo
    lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese
    armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese;
    francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco.
    ¿A qué parte del mondo se entiéndono como
    acá: catalane co españole, andaluce co
    madrileño, napoletano co genovese, romañolo
    co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne
    jauja. ¡Ne queremo todo! (49).

    La tranquilidad desaparece en oportunidades como la que
    describe Bartolomé R. Aprile, en "El espiante": "Se
    junaban con bronca las viejabas –gaitas tolas cabreras por
    un cuento– y se
    fajaban a lo potro biabas al lado ‘e la pileta del
    convento" (50). O como la que evoca Manuel Gálvez, en
    Nacha Regules: "Monsalvat imaginó que sus palabras
    engendrarían entusiasmo y agradecimiento. Pero no fue
    así. Unos torcieron el rostro, otros cuchichearon. Una
    vieja se puso a hacer pucheros, y un gallego protestó
    contra el abuso de querer echarles de la casa para después
    subir los alquileres". El gallego decía que "Si ellos se
    encontraban bien, ¿por qué obligarles a aceptar lo
    que no pedían? ¿Qué vivían como los
    cuerpos? ¡Bah! Acaso vivieron antes de otra manera? Eso que
    decía el patrón: la higiene y el
    aire, era bueno para los ricos. ¡Los pobres estaban tan
    conformes sin aire! Y respecto de la higiene, maldita
    la falta que les hacía. Además, si la vida de los
    pobres era dura, no correspondía a los ricos pretender
    mejorarla. Y que no les dijeran que sus ofrecimientos eran
    desinteresados, porque no lo creerían. Ya conocían
    demasiado a los ricos. Todos iguales. Si a veces cedían
    por un lado, era para reventarlos por otro. Podía, pues,
    el patrón marcharse con sus rebajas de alquiler y la
    reforma del conventillo. No aceptaban la rebaja, no. ¡Ellos
    no se moverían de allí!" (51).

    En un conventillo reúne a sus discípulos
    José Luna, personaje de Marechal en Megafón: "En la
    sala única del púgil se juntaban sin armonizar el
    comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje
    pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca
    molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres
    discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las
    metáforas del Apocalipsis. Los tres
    discípulos eran Juan Souto, llamado ‘el
    gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y Antenor
    Funes, conocido por ‘el salteño’ "
    (52).

    Según lo que comían, Santiago de Estrada
    podía reconocer la procedencia de los habitantes de los
    conventillos: "Encienden carbón en la puerta de sus
    celdillas los que comen pucheros: esos son americanos. Algunos
    comen legumbres crudas, queso y pan: esos son los piamonteses y
    genoveses. Otros comen tocino y pan: esos son los asturianos y
    gallegos. El conventillo es el reino de la ensalada cruda"
    (53).

    El aluvión inmigratorio tuvo que ver con las
    nuevas ideas sobre edificación. Lo afirma Andrés
    Carretero: "‘En 1887 la población total era de 404.173 habitantes,
    con una densidad de 89
    habitantes por hectárea’, computó Carretero,
    pero ya el cambio
    comenzaba a operarse con la afluencia de la inmigración,
    ‘que modificó los amplios patios de las casas
    porteñas, que se dividieron para facilitar dos o tres
    pisos a las casas de bajo y aprovechar así mejor los
    terrenos’" (54).

    En
    las provincias

    A Entre Ríos se traslada el gallego Francisco
    Izquierdo, quien escribe en 1882: "Los primeros días que
    pisamos la playa de Colón formado en ese entonces por un
    verdadero bosque salvaje, sin más habitantes que los
    nativos de semejantes sitios, sin entrar en los detalles de las
    especies porque creemos que el lector se dará cuenta de la
    clase de habitantes, y puede imaginarse cuál sería
    la primera impresión después de un viaje terrible
    en el mar, y los trasbordos cuando se navegaba puramente en
    buques de vela, teniendo para calmar nuestra primera mala
    impresión que recurrir al librito o contrato lleno de
    ofertas por el General Urquiza, en vista de los cuales nos
    resignábamos en parte pues el tiempo pasaba y nos
    encontrábamos como tribus salvajes, apiñados bajo
    los árboles, con nuestros hijos, sin más
    techo que el de la naturaleza, y ni
    una visión de simples ranchos en una estancia de algunas
    leguas a nuestro alrededor, teniendo de voz solo cuando la visita
    de uno que otro poblador de los alejados contornos (…)
    Así pasamos los primeros meses hasta que nos empezaron a
    indicar los terrenos limpios donde debíamos edificar
    nuestras chozas pues los materiales de
    construcción nos eran completamente
    desconocidos . (…) teníamos que luchar contra elementos
    formados por la naturaleza, que
    son más formidables que los fraguados por el hombre"
    (55).

    Otros gallegos viajaban a Ushuaia. " ’El Gallego
    Penitenciario’ ocupó un rol tan destacado en la
    historia de los primeros penales que fue honrado días
    atrás con una estatua recordatoria, ubicada en un lugar
    central del Museo del S.P.F. ‘A principios de
    siglo los primeros guardias eran gallegos o yugoslavos, traidos a
    la Argentina para trabajar en las cárceles. Muchos
    llegaban al puerto de Buenos Aires y seguían viaje al
    penal de Ushuaia; otros paraban en el Hotel de Inmigrantes y eran
    destinados a unidades de acá’, recuerda el alcaide
    mayor retirado Horacio Benegas, asesor del museo y jefe de
    visitas de la Unidad 16 en los 60" (56).

    En
    memorias

    Gladys Onega escribió Cuando el tiempo era otro.
    Una historia de infancia en la
    pampa gringa (57) convencida de que "todos tenemos derecho a
    escribir nuestra historia", como ella expresó en un
    reportaje (58).

    Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe,
    donde nace en 1930, y continúa en Rosario, ciudad a la que
    se mudan en 1939. Sus primeros años transcurren en el seno
    de una familia integrada por un gallego tan esforzado y
    ahorrativo como autoritario; una criolla apasionada por la hija
    mayor, la lectura y
    la costura; y dos hermanos, que acaparan la atención que la pequeña
    reclamará para sí. Junto a ellos encontramos
    la familia de
    la casa da pena –los gallegos que quedaron en su tierra-,
    los parientes gallegos que emigraron y los parientes criollos de
    la madre, y los inmigrantes –en su mayoría
    italianos- que viven en el pueblo.

    Los días de la infancia son
    descriptos con nostalgia y visión crítica. Las
    peleas entre los padres, los accesos de tos convulsa, las comidas
    inmigrantes y nativas, el aprendizaje de
    las primeras letras, los internados católicos para varones
    y mujeres, la tolerancia ante
    la conducta infantil
    y los castigos que imponía cada uno de los progenitores,
    son recordados en el marco que proporcionan a esta familia los
    avatares de la vida en la Argentina y en Europa; la
    Guerra Civil
    en España y el fraude
    político en Santa Fe son episodios evocados detenidamente
    por esta narradora.

    En "Mínima autobiografía de la exiliada
    hija", trabajo que integrarà un volumen sobre el
    exilio español
    republicano de 1939, a publicar por la Universidad de
    Lèrida, Marìa Rosa Lojo se refiere a su vida como
    hija de un gallego y una madrileña exiliados en la
    Argentina (59).

    En
    novelas y
    cuentos

    Marìa Rosa Lojo define a su novela,
    Canciòn perdida en Buenos Aires al oeste, como "la
    historia de una familia narrada a travès de siete
    personajes, de siete voces: la voz central es la de Irene, que en
    sus treinta años rescata ese nudo de vidas que conforma
    sus propios orìgenes, como quien canta una canciòn.
    Una canciòn perdida porque es la de la infancia y la
    adolescencia,
    la de la vida tramada por el amor, la
    dicha, la desdicha, la enfermedad, la muerte, los
    extravìos y las recuperaciones que constituyen el tiempo
    irrestañable e incorruptible, como el agua
    fluyente, que la palabra, por un momento, crea la ilusiòn
    de retener" (60).

    Despuès de muchos años de exiliados, los
    padres de Irene sufrìan el mismo desarraigo que los
    acompañarìa hasta el final de sus dìas. En
    su hogar del oeste, "era el sol de la casa
    nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre,
    silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi
    padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La
    mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre,
    sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para
    sí: ‘Donde yo me he criado…’ Y ya no
    escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma
    nebulosa de un mito siempre
    repetido, desesperado y patético como una plegaria
    inútil. La única plegaria que papá se
    permitía decir" (61).

    En Frontera Sur, del hispano argentino Horacio
    Vázquez-Rial. "Prostitutas, fantasmas, jugadores, gallos
    de riña, socialistas primitivos, héroes del
    trabajo, anarcosindicalistas o músicos que se cruzan en la
    vida de tres generaciones de emigrantes gallegos, van tejiendo la
    trama de Frontera Sur y la historia de Buenos Aires, entre 1880 y
    1935. Roque Díaz Ouro, que llega viudo y con un hijo a la
    capital
    argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que
    recibe en su carrera ascendente la ayuda del espectro de un
    compadrito degollado, es protagonista de este relato
    épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de
    un bandoneón y de los principios de la
    organización obrera. Pero también
    aparecen en él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti
    o el propio Gardel, que definieron el espíritu de una
    época y de una ciudad apasionantes" (62)

    Guillermo Saccomano recuerda en El buen dolor (63), a su
    abuela gallega, la que le contaba cuentos de su
    tierra: "Aunque la abuela era madrugadora y de acostarse
    temprano, sufría de insomnio. Por la noche ella y vos,
    acostados en su pieza, en la oscuridad, escuchaban Radio
    Porteña, que transmitía desde los teatros. La obra
    predilecta de la abuela era La Malquerida, interpretada por Lola
    Membrives. Ay, esa madre, se desgarraba la Membrives en la
    oscuridad de la pieza. Ay, repetía la abuela. Apenas
    terminaba la obra, la abuela apagaba la radio. Y como
    no podía dormir, te contaba un cuento".
    Narrador él mismo, Saccomano fue distinguido con el Premio
    Nacional de Literatura correspondiente
    al año 2000 por esa novela.

    Gloria Pampillo es la autora de Los gallegos (64), una
    novela inédita en la que evoca la inmigraciòn de
    sus mayores. El abuelo de Gloria Pampillo era comerciante, y
    había elegido el mismo nombre para todos sus negocios:
    "Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno
    de los bienes que acá se iba ganando, desde su barco hasta
    los toros. Un toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su
    escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en
    el almacén o
    en la panadería: La flor de Galicia".

    Guadalupe Henestrosa ganó en 2002 el V Premio
    Clarín de novela, con Las ingratas (65), novela en la que
    evoca la inmigración de cinco hermanas españolas y
    la hija de una de ellas. Seis gallegas, recién bajadas del
    barco, llegan a una pensión en la que la mayor se
    empleará como cocinera. Allí las asalta la
    nostalgia: "Esa noche entre esas paredes húmedas,
    escuchando las palabrotas que venían desde el patio, las
    chicas extrañaron la casa de piedra en las
    montañas. Por primera vez desde aquella madrugada cuando
    dejaron a su padre, Vicente, solito junto al fogón, se
    sintieron lejos de todo, perdidas, a merced de unas gentes
    desconocidas, con quién sabe qué costumbres.
    ¿Cómo encontrar el alma en una tierra donde todas
    las cosas tenían otro olor?".

    Sobre esa obra escribió Vicente Battista: "En
    inverosimilitud y perfil de personajes, Las Ingratas
    cumple con las normas del
    folletín. Su escritura, por
    el contrario, nada tiene de folletinesca. A la hora de narrar,
    Guadalupe Henestrosa prescinde de adjetivos estridentes y obvia
    las descripciones ampulosas, maneja los diálogos con
    soltura y gentilmente evita el cocoliche; la época en que
    se desarrolla su historia y los actores que la protagonizan bien
    podrían haberle hecho cometer ese traspié.
    Guadalupe Henestrosa asombra con el cruce de géneros que
    ofrece: mezcla hábilmente la pompa del folletín con
    la sequedad de una escritura que
    no precisa de aditamentos" (66).

    Cuando "Doña Conce", la gallega del cuento de
    Jorge Dietsch, ve que se acerca su fin, pide sus zapatos, "e
    incorporándose en la cama, comenzó a bailar.
    Bailaba para adentro, se veía en la mirada y la sonrisa,
    con una gracia joven y movimientos que debían ser de tal
    agilidad que en la habitación entró un viento
    fresco de montañas, con olores de campo y de menta.
    Tarareaba al mismo tiempo una música tan
    extraña y bella que quienes escuchaban, a pesar de la
    gravedad de las circunstancias, no pudieron evitar
    acompañarla con movimientos de pies. Luego, agotada de
    tanta danza,
    apoyó la cabeza en la almohada, respiró profundo
    varias veces, y cerró los ojos sin dejar la sonrisa, como
    soñando un buen sueño" (67).

    En
    poesía

    En el poema "Cuando mi padre habló de su
    infancia", José González Carbalho enumera las
    posesiones que el niño inmigrante tenía en Galicia:
    un río, un monte, un horizonte, su perro y sus canciones.
    En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta: "Ay, el
    dueño de valles/ y misteriosos bosques/ por el que andaba
    yo/ mi perro y mis canciones./ Mis canciones que vuelven
    sólo para que llore/. Mi perro ya olvidado/ de obedecer al
    nombre./ Yo, que perdí mis cielos, / ¡y soy tan
    pobre!" (68).

    En "Tríptico a Galicia", Enrique Urbina
    García canta la nostalgia del inmigrante de esa
    región: "Y aquel que por Vigo, apabulló su sombra;/
    en su misterio –pompas de luna- ocultará olvido/ y
    por las vides de Galicia como raíz sangrante/
    tendrá su mente endulzando retornos válidos. (…)
    Todo el que con un gallego trata, alcanza/ sólo un poco lo
    que el corazón de ese hombre/ desparrama, porque el
    amor, vive en
    su España" (69).

    A sus abuelas, inhumadas en tierra americana, canta
    Ricardo Adúriz: "Dulces abuelas trashumadas/ desde estos
    cielos/ a aquellos cementerios./ Que vuestros nombres, en medio
    del océano/ de sombra, sajados vivos de la noche larga,/
    os devuelvan la luz de un tiempo
    suave/ en Freas de Eiras –tierra de Galicia-y en el Madrid
    de fin de siglo.// Vuestras son estas últimas
    luciérnagas,/ fragmentos puros de un espejo roto,/ donde
    brillan los rostros del olvido" (70).

    El protagonista de una canción de Alberto Cortez
    conoció Galicia cumpliendo la promesa que hiciera a su
    abuelo: "Y el abuelo un día cuando era muy viejo/ allende
    Galicia/ me tomó la mano y yo me di cuenta/ que ya se
    moría/ Y entonces me dijo, con muy pocas fuerzas/ y con
    menos prisa: ‘Prométeme hijo que a la vieja aldea/
    irás algún día/ Y al viento del Norte
    dirás que su amigo/ a una nueva tierra, le entregó
    la vida’ " (71).

    Carlos Penelas es el autor del poema "Los trasterrados",
    que dedica a sus abuelos Pedro Penelas y Tomás Abad. En
    él dice: "Se ocupaban de las cosas comunes:/ del trabajo,
    del pan, de los hijos./ No expresaron fatiga ni dolor.
    Morían en silencio./ Llevaban en la sangre/ el honor,
    la palabra, la brisca./ Bebían vino tinto. No reclamaron
    nada./ Caminaban el tiempo de otro tiempo" (72).

    En
    periodismo

    Roberto Arlt viajó a Europa en 1935,
    enviado por el diario El Mundo, y remitió desde
    allí sus "Aguafuertes gallegas" (73), serie de notas sobre
    los gallegos y su relación con América, en las que
    tiene gran importancia el tema de la inmigración a la
    Argentina. Las "Aguafuertes gallegas" aparecieron en 1997, por
    primera vez quizás, reunidas en un libro.

    Sobre aquellos que emigraron reflexiona Arlt en tierra
    gallega: "-Cómo se les ha de encoger el corazón
    cuando, en un momento de soledad, se acuerdan de estas aldeas tan
    bonitas, tan envueltas en cortinados verdes, y cuando se acuerdan
    de la caída de la tarde, del sol en el río, y de
    las voces de las gaitas, y de los bailes en los calveros, y de
    las vacas que atadas con una cuerda llevaban a beber a un
    río, y de los viñedos tan tupidos, y de sus casonas
    suspendidas sobre los abismos…" Comprende cabalmente la
    morriña que agobia a estos hombres de dos continentes, y
    la comprensión hace que se vuelvan para él
    más dignos de encomio.

    Los vínculos entre las dos patrias se patentizan
    una vez más para Arlt en Betanzos, donde observa que "Si
    se conversa con la gente os sorprende de hallaros en una de las
    ciudades más argentinizadas de Galicia. Se habla
    aquí de Buenos Aires como si fuera el pueblo de enfrente
    –afirma. Circulan modismos argentinos: ‘no seas
    globero’, ‘macaneador’,
    ‘ché’. El tango para
    sorpresa mía, además de bailarse se canta con la
    letra. No en balde, cerca de tres mil habitantes de Betanzos
    trabajan en la República Argentina"

    González Carbalho, periodista y poeta, se
    refirió en varios artículos al viaje a la tierra de
    sus padres que realizara en abril de 1955. En "Temas de la patria
    anterior" (74), el viajero escribe: "Quienes fueron antes que yo
    en mi sangre, partieron por donde yo entré en
    España. Recuerdo que en algún coloquio de
    lembranzas, hablóme mi padre de cuando se echaba a nadar
    en la radiante bahía de Vigo. Eran intentos para irse.
    Estaba haciendo la práctica para la gran travesía.
    El alma navegante se estaba familiarizando con la onda, el yodo,
    la brisa que blanquea de sal la cara. Así partió
    siendo niño. Y yo volví por donde él
    partió, siendo ya varias veces hombre. Es decir: hombre y
    experiencia, hombre y afán de indagar en la raíz,
    de sentirme en la fuente de la savia. Hombre que necesita
    respirar los aires de su patria anterior".

    En
    cine

    Algunos cineastas evocaron la inmigración gallega
    que llegó a tierra americana. en films en los que se evoca
    esa etapa de nuestro pasado y se pone al alcance del
    público testimonios de quienes protagonizaron un
    fenómeno social que dejó indelebles
    huellas.

    Así es la vida, realizada por Francisco Mugica en
    1939, proviene de una obra teatral Nicolás de las
    Llanderas. Claudio España señala que en ese film,
    "con Enrique Muiño y Elías Alippi, el sainete
    pervive sólo en dos amigos de la familia, un
    gallego y el italiano –los de afuera; los de casa son
    porteños. Por su peso, gana forma la comedia familiar,
    apoyada en el sentido aglutinador de la mesa del comedor, blanca
    en extremo por la luz simbólica que le arrojan los
    directores de fotografía. Temporalmente, esta comedia se
    inicia en el patio y prosigue en la sala con piano y con una mesa
    amplia donde caben todos. Los inmigrantes mantienen el decir
    cocoliche; los otros son porteños y los novios, en sus
    encuentros, se hablan de tú" (75).

    Niní Marshall creó, entre otros
    inolvidables personajes, a Cándida Loureiro Ramallada, "la
    gallega bruta y charlatana", que fue su primera
    caracterización en Radio Municipal,
    en 1934. "En el film Cándida (1939, Bayón Herrera),
    sobre un barco y con sus ropas de campesina recién
    llegada, la gallega hace su jocosa presentación:
    ‘Vengo a este país a ganar cuarenta pesos, casa y
    comida. Salida, los domingos’. (…) "La voz de Niní
    es testigo del movimiento de
    los estratos sociales medios
    argentinos y de los desplazamientos culturales y de la
    flexibilidad de los grupos y
    colectividades, en el paso de los años treinta a cuarenta"
    (76).

    En abril de 1998, anuncia una noticia de la agencia
    Télam: "La novela de
    Horacio Vázquez Rial, ‘Frontera sur’,
    finalmente fue elegida –después de cantidad de
    lecturas- por el cineasta español Gerardo Herrero para dar
    vida a una historia de inmigrantes. ‘La filmación se
    hará enteramente en la Argentina; hay muchas locaciones en
    Luján, donde el 27 de este mes empieza el rodaje, que
    durará ocho semanas’, confirmó el autor de
    ‘El soldado de porcelana’ a Télam. Entre los
    actores contratados figuran Federico Luppi, el alemán
    Peter Lomaier (conocido por su trabajo en ‘El enigma de
    Kaspar Hauser’, de Werner Herzog) y Maribel Verdú en
    los papeles principales. ‘Pero habrá varias
    sorpresas más’, dice el escritor, que prefiere no
    hacer adelantos. También dice que el guión de
    ‘Frontera…’ le pertenece: ‘Es una experiencia
    muy enriquecedora e intensa. Y es curioso, porque el director
    tiene un respeto por la
    novela mucho mayor que el autor’. ‘Me traiciona cada
    tres líneas, pero el resultado me gusta. Y, aunque no
    participo en el proceso (de
    producción, filmación, montaje,
    etc.), no iría nunca en plan Javier
    Marías quejándome porque me cambiaron la
    novela’, agrega. ‘Es un trabajo de ida y vuelta. Yo
    despojé la novela. Gerardo la devolvió.
    Después hicimos un trabajo de poda. En fin, agregamos
    cosas por indicación de los actores. El cine, en ese
    sentido, no tiene nada que ver con la literatura: es un trabajo en
    común’, dijo el escritor" (77).

    Música y danza

    Entre los gallegos emigrantes, la gaita era un
    instrumento muy difundido. El gaitero Carlos Núñez,
    de paso por nuestro país, dijo en un reportaje que "los
    mejores gaiteros no permanecieron en Galicia sino que la
    mayoría vino a Buenos Aires, muchas veces exiliada". En la
    Argentina y en Cuba, entraron
    en contacto con otros ritmos, al punto que "La música
    gallega se benefició de estas influencias, de estas
    tradiciones más abiertas" (78).

    José Cameán Parcero cuenta que su padre
    "como buen gallego, era músico, tocaba la gaita y le
    enseñó a él a tocar la caja. Como esto
    resultó ser de su gusto tocó con Los Celtas de Vigo
    y con los Chavales de España. En estos conjuntos
    tocaba la tumbadora. Estos instrumentos todavía los
    conserva en su taller de autos
    antiguos" (79).

    Manuel Castro, descendiente de gallegos, "es
    fanático de la música celta. En sus viajes por
    Europa aprendió la historia y las costumbres de este
    pueblo europeo y ahora difunde sus conocimientos en la Argentina.
    (…) Fiel a las tradiciones, Manuel se calza la pollerita kilt y
    el zaragüelle –vestuario típico que usaban los
    gallegos en el siglo XVIII- para interpretar los temas musicales.
    (…) Con el grupo Potim (nombre de una bebida irlandesa
    ilegal) ya grabó un CD y ahora va
    por el segundo. ‘Soy un coleccionista de gaitas’,
    dice Castro y cuenta orgulloso que tiene 7 de esos instrumentos.
    ‘La primera gaita me la compré en un viaje que hice
    a Londres. Aprendí a tocar con parientes y gaiteros
    escoceses. La cultura celta me fascina" (80)

    El Conjunto de Música Folk-Celta del Centro
    Galicia de Buenos Aires "Maestro Pazos", ha presentado
    Abrego, "el primer CD de este
    conjunto de jóvenes intérpretes. Son hijos y nietos
    de gallegos y su mayor ilusión es transmitir con
    autenticidad y humildad la magia y sensibilidad que guardan las
    melodías gallegas" (81).

    "Sete Netos son, como su nombre lo indica, siete nietos
    de inmigrantes españoles que, puestos a hacer
    música, decidieron retomar los sonidos de sus ancestros
    –explica Adriana Franco. Así, Gabriel Ponte, Alberto
    López, Juan Martín Rodríguez, Juan
    Martín Pociello, Jorge Sisto, Hugo Reverdito y
    Hernán Giménez Zapiola, impulsados por gaitas,
    flautas, guitarras y bandurrias, logran un interesante trabajo en
    la combinación de instrumentos tradicionales con los
    más contemporáneos. En el camino de su
    búsqueda, los Sete Netos encontraron las conexiones de lo
    que, en los últimos tiempos, se conoció como
    universo
    celta. Así, a las composiciones gallegas se sumaron temas
    asturianos, escoceses e irlandeses, y el toque latino que los
    inmigrantes llevaron y trajeron en sus viajes" (82).

    Algunos descendientes de inmigrantes se dedicaron al
    tango. No es
    muy amable la impresión que tenía Carlos Gardel
    sobre el tango ejecutado por españoles, ya que le dijo a
    Astor Piazzolla: "Mirá pibe, el ‘fueye’ lo
    tocás fenómeno, pero al tango lo tocás como
    un gallego" (83).

    Victor Hugo Ghitta evoca el baile en el carnaval de la
    colectividad gallega. Recuerda "las largas mesas familiares del
    Centro Lucense, en una Buenos Aires cuyos esplendores y apego por
    las fiestas populares irían menguando con los años,
    en bulliciosas noches de carnaval en las que nos
    peleábamos por una falda con fervor e inocencia mientras
    nuestros padres batían palmas y meneaban caderas al ritmo
    del pasodoble o la muñeira, después de haberse
    atragantado con las sardinas españolas y las morcillas
    vascas y las batatas asadas al carbón y los jamones tan
    perfumados como las señoras que atiborraban la pista,
    atraídas por una estridencia de trompetas y por las
    toreras de luces y las fabulosas charreteras y los zapatos y los
    pantalones blancos de los Gavilanes de España, que era el
    conjunto musical que animaba las tertulias y las verbenas"
    (84).

    …..

    Así vivieron los gallegos en la Argentina,
    trabajando, reuniéndose, cultivando las tradiciones de su
    tierra y transmitiéndolas de generación en
    generación.

    Notas

    1. Sarramone, Alberto: Historia y sociología de la inmigración.
      Internet.
    2. Bazán Lazcano, Marcelo: "Carta de
      Lectores", en La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de
      1999.
    3. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Ritos y
      retos de la alimentación
      argentina. Buenos Aires, Grijalbo, 2000.
    4. Solla, Andrés: "A emigración galega a
      América", en Internet. Trad.
      de MGR.
    5. ibídem
    6. ibídem
    7. Alonso de Rocha, Aurora: "Los gallegos en
      Olavarría", en El Tiempo, Azul, 30 de octubre de
      1994.
    8. Barnet; Miguel: Gallego. Alfaguara, 1986.
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      del Boletín Galego de Literatura.
    14. La Voz del Interior on line, 24 de julio de
      2002.
    15. Solla, Andrés: op. cit.
    16. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op.
      cit.
    17. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus
      Ultra, 1968.
    18. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op.
      cit.
    19. Chiaravalli, Verónica: op. cit.
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      N° 9. Buenos Aires, julio de 1996.
    29. González López, Emilio: op.
      cit.
    30. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op.
      cit
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    80. S/F: en Clarín, 26 de septiembre de
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    81. Viajero Celta
    82. Franco, Adriana: "Sete netos", en "La
      Compactera", en La Nación, Buenos Aires,5 de mayo de
      2002.
    83. S/F: "Astor Piazzolla. Alma de bandoneón", en
      La Capital, Mar del Plata, 25 de mayo de 2000.
    84. Ghitta, Víctor Hugo: "Elegía a Paco
      Rabal dormido en Aguilas", en La Nación, Buenos Aires, 2
      de septiembre de 2001.

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
    Matriculada

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