Indice
1.
Afirmaciones más importantes
2. La dignidad de la persona
humana
3. La comunidad humana
4. La actividad humana en el
mundo
5. Misión de la iglesia en el mundo
contemporáneo
6. Dignidad del matrimonio y de la
familia
7. El sano fomento del progreso
cultural
8. La vida económico –
social
1. Afirmaciones más
importantes
Sumario Y Exposición
Preliminar
- Tiene pues, ante sí la Iglesia al
mundo, esto es, la entera familia humana
con el conjunto universal de las realidades entre las que
ésta vive; el mundo, teatro de la
historia
humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los
cristianos creen fundado y conservado por el amor del
Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero
liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del
demonio, para que el mundo se transforme según el
propósito divino y llegue a su consumación.
(2) - Al proclamar el concilio la altísima
vocación del hombre y la
divina semilla que en éste se oculta, ofrece al género
humano la sincera colaboración de la Iglesia para
lograr la fraternidad universal que responda a esa
vocación. No impulsa a la Iglesia ambición
terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la
guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien
vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y
no para juzgar, para servir y no para ser servido.
(3) - Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por
todos, da al hombre su
luz y su
fuerza por
el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su
máxima vocación y que no ha sido dado bajo el
cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario
salvarse.
Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda
la historia humana
se halla en su Señor y Maestro. (10)
2. La dignidad de la
persona
humana
- La Biblia nos enseña que el hombre ha
sido creado "a imagen de
Dios", con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que
por Dios ha sido constituido señor de la entera
creación visible para gobernarla y usarla glorificando a
Dios. (12) - Creado por Dios en la justicia,
el hombre,
sin embargo, por instigación del demonio, en el propio
exordio de la historia, abusó de su libertad,
levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su
propio fin al margen de Dios. Conocieron a Dios, pero no le
glorificaron como a Dios. Obscurecieron su estúpido
corazón
y prefirieron servir a la criatura, no al Creador.
Lo que la Revelación divina nos dice coincide con
la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón,
comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por
muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al
negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio,
rompe el hombre la debida subordinación a su fin
último, y también toda su ordenación tanto
por lo que toca a su propia persona como a
las relaciones con los demás y con el resto de la
creación.
Pero el Señor vino en persona para liberar y
vigorizar al hombre, renovándole interiormente y
expulsando al príncipe de este mundo, que le
retenía en la esclavitud del
pecado. (13)
- No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad
sobre el universo
material y al considerarse no ya como partícula de la
naturaleza o
como elemento anónimo de la ciudad humana. Por su
interioridad es, en efecto, superior al universo
entero, a estas profundidades retorna cuando entra dentro de su
corazón donde Dios aguarda, escrutador de los corazones,
y donde él personalmente bajo la mirada de Dios, decide
su propio destino. (14) - Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia
decisión para que así busque
espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose
libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada
perfección.
La libertad
humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta
ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la
gracia de Dios. (17)
- Mientras toda imaginación fracasa ante
la muerte,
la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma
que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz
situado más allá de las fronteras de la miseria
terrestre.
Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a El con
la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la
incorruptible vida divina. Ha sido Cristo resucitado el que ha
ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la
muerte con su
propia muerte.
(18)
- Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al
diálogo con Dios. Existe pura y
simplemente por el amor de
Dios, que lo creó, y por el amor de
Dios, que lo conserva. (19) - La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se
opone en modo alguno a la dignidad humana, ya que esta dignidad
tiene en el mismo Dios su fundamento y perfección. Es
Dios creador el que constituye al hombre inteligente y libre en
la sociedad. Y,
sobre todo, el hombre es llamado, como hijo, a la unión
con Dios y a la participación de su
felicidad.
Enseña además la Iglesia que la esperanza
escatológica no merma la importancia de las tareas
temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos
de apoyo para su ejercicio. (21)
- En realidad, el misterio del hombre sólo se
esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque
Adán, el primer hombre, era figura del que había
de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el
nuevo Adán, en la misma revelación del misterio
del Padre y de su amor,
manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre
la sublimidad de su vocación.
El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido,
en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de
hombre, pensó con inteligencia
de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con
corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se
hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a
nosotros, excepto en el pecado.
Cordero inocente, con la entrega libérrima de su
sangre nos
mereció la vida. En El Dios nos reconcilió consigo
y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del
diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede
decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se
entregó a sí mismo por mí (Gal.
2,20).
Cristo murió por todos, y la vocación
suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina.
En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo
ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo
Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.
Cristo resucitó; con su muerte destruyó
la muerte y
nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el
Espíritu: Abba!, ¡Padre! (22)
3. La comunidad
humana
- Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha
querido que los hombres constituyan una sola familia y se
traten entre sí con espíritu de hermanos. Todos
han sido creados a imagen y semejanza de Dios, quien hizo de
uno todo el linaje humano y para poblar toda la faz de la tierra, y
todos son llamados a un solo e idéntico fin, esto es,
Dios mismo.
La Sagrada Escritura nos
enseña que el amor de Dios no puede separarse del amor del
prójimo: cualquier otro precepto en esta sentencia se
resume : Amarás al prójimo como a tí mismo.
El amor es el cumplimiento de la ley (Rom 13,9-10;
cf. 1 Jn. 4,20).
Más aún, el Señor, cuando ruega al
Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno
(Jn. 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón
humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las
personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la
verdad y en la caridad. (24)
- Dios creó al hombre no para vivir
aisladamente, sino para formar sociedad. De la
misma manera, Dios "ha querido santificar y salvar a los
hombres no aisladamente, sin conexión alguna de unos con
otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad
y le sirviera santamente".
Desde el comienzo de la historia de la salvación, Dios
ha elegido a los hombres no solamente en cuanto individuos,
sino también a cuanto miembros de una determinada
comunidad.
Esta índole comunitaria se perfecciona y se consuma en
la obra de Jesucristo. El propio Verbo encarnado quiso
participar de la vida social humana.
Reveló el amor del Padre y la excelsa vocación
del hombre evocando las relaciones más comunes de la
vida social y sirviéndose del lenguaje y
de las imágenes
de la vida diaria corriente.
Sometiéndose voluntariamente a las leyes de su
patria, santificó los vínculos humanos, sobre
todo los de la familia,
fuente de la vida social. Eligió la vida propia de un
trabajador de su tiempo y de su
tierra.
En su predicación mandó claramente a los hijos de
Dios que se trataran como hermanos. Pidió en su
oración que todos sus discípulos fuesen uno.
Más todavía, se ofreció hasta la muerte
por todos, como Redentor de todos. Y ordenó a los
Apóstoles predicar a todas las gentes la nueva
angélica, para que la humanidad se hiciera familia de
Dios, en la que la plenitud de la ley sea el
amor. (32)
4. La actividad humana en el
mundo
- La actividad humana individual y colectiva o el
conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo
largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida,
considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios:
creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de
gobernar el mundo en justicia y
santidad, sometiendo a sí la tierra y
cuanto en ella se contiene, y de orientar a Dios la propia
persona y el universo
entero, reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que
con el sometimiento de todas las cosas al hombre sea admirable
el nombre de Dios en el mundo.
Esta enseñanza vale igualmente para los
quehaceres más ordinarios. Porque los hombres y mujeres
que, mientras procuran el sustento para sí y su familia,
realizan su trabajo de forma que resulte provechoso y en servicio de la
sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo
desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y
contribuyen de modo personal a que se
cumplan los designios de Dios en la historia.
Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas
logradas por el hombre se oponen al poder de Dios
y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador,
están, por el contrario, persuadidos de que las victorias
del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su
inefable designio. (34)
- [La justa autonomía de la realidad terrena]
responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia
naturaleza
de la creación, todas las cosas están dotadas de
consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden
regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de
la metodología particular de cada ciencia o
arte.
(…) porque las realidades profanas y las de la fe
tienen su origen en un mismo Dios (…), quien, sosteniendo todas
las cosas, da a todas ellas el ser.
Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que
la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres
pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a
quien se le oculte la falsedad envuelta en tales
palabras.
La criatura sin el Creador desaparece. (36)
- Constituido Señor por su resurrección,
Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en
la tierra, obra
ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del
hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro,
sino alentando, purificando y robusteciendo también con
ese deseo aquellos generosos propósitos con los que
la familia
humana intenta hacer más llevadera su propia vida y
someter la tierra a este fin. (38) - La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa,
pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y
una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya
bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos
de paz que surgen en el corazón humano.
Pues los bienes de la
dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una
palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de
nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la
tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su
mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha,
iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el
reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de
santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de
paz".
El reino está ya misteriosamente presente en
nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará
su perfección. (39)
5. Misión de
la iglesia en el mundo contemporáneo
- Nacida del amor del Padre Eterno, fundada en el
tiempo por
Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo, la
Iglesia tiene una finalidad escatológica y de
salvación, que sólo en el mundo futuro
podrá alcanzar plenamente.
Está presente ya aquí en la tierra,
formada por hombres, es decir, por miembros de la ciudad terrena
que tienen la vocación de formar en la propia historia del
género
humano la familia de los hijos de Dios, que ha de ir aumentando
sin cesar hasta la venida del Señor. (40)
- Bien sabe la Iglesia que sólo Dios, al que
ella sirve, responde a las aspiraciones más profundas
del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente
con solos los alimentos
terrenos. Sabe también que el hombre, atraído sin
cesar por el Espíritu de Dios, nunca jamás
será del todo indiferente ante el problema religioso,
como los prueban no sólo la experiencia de los siglos
pasados, sino también múltiples testimonios de
nuestra época.
Siempre deseará el hombre saber, al menos
confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su
muerte. La presencia misma de la Iglesia le recuerda al hombre
tales problemas;
pero es sólo Dios, quien creó al hombre a su imagen
y lo redimió del pecado, el que puede dar respuesta cabal
a estas preguntas, y ello por medio de la Revelación en su
Hijo, que se hizo hombre. (41)
- El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se
encarnó para que, Hombre perfecto, salvará a
todos y recapitulara todas las cosas.
El Señor es el fin de la historia humana, punto
de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y
de la civilización, centro de la humanidad, gozo del
corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones.
(45)
6. Dignidad del matrimonio y de
la familia
Parte 2
- (…) es el mismo Dios el autor del matrimonio, al
cual ha dotado con bienes y
fines varios…
Cristo nuestro Señor bendijo abundantemente este
amor multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y que
está formado a semejanza de su unión con la
Iglesia. Porque así como Dios antiguamente se
adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de
fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo
de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por
medio del sacramento del matrimonio.
Además, permanece con ellos para que los esposos,
con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como El
mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella. El
genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y
enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción
salvífica de la Iglesia para conducir eficazmente a los
cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime
misión
de la paternidad y la maternidad. (48)
7. El sano fomento del
progreso cultural
- En realidad, el misterio de la fe cristiana ofrece a
los cristianos valiosos estímulos y ayudas para cumplir
con más intensidad su misión y, sobre todo, para
descubrir el sentido pleno de esa actividad que sitúa a
la cultura en
el puesto eminente que le corresponde en la entera
vocación del hombre.
El hombre, en efecto, cuando con el trabajo de
sus manos o con ayuda de los recursos
técnicos cultiva la tierra para que produzca frutos y
llegue a ser morada digna de toda la familia humana y cuando
conscientemente asume su parte en la vida de los grupos
sociales, cumple personalmente el plan mismo de
Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, de
someter la tierra y perfeccionar la creación, y al mismo
tiempo se perfecciona a sí mismo; más aún,
obedece al gran mandamiento de Cristo de entregarse al servicio de
los hermanos. (57)
- Múltiples son los vínculos que existen
entre el mensaje de salvación y la cultura
humana. Dios, en efecto, al revelarse a su pueblo hasta la
plena manifestación de sí mismo en el Hijo
encarnado, habló según los tipos de cultura
propios de cada época.
De igual manera, la Iglesia, al vivir durante el
transcurso de la historia en variedad de circunstancias, ha
empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y
explicar el mensaje de Cristo en su predicación a todas
las gentes, para investigarlo y comprenderlo con mayor
profundidad, para expresarlo mejor en la celebración
litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de los
fieles. (58)
- [Jesucristo] dio al trabajo una dignidad
sobreeminente laborando con sus propias manos en Nazaret. De
aquí se deriva para todo hombre el deber de trabajar
fielmente, así como también el derecho al
trabajo. (67) - Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene
para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los
bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la
égida de la justicia y con la compañía de
la caridad. (69)
La imagen de Dios en la Constitución
En esta Constitución, el problema de Dios y el
problema de la Iglesia, "que tiene ante sí al mundo",
están íntimamente unidos. La Iglesia es definida
como pueblo de Dios, con dimensiones históricas y
sociales, y como misterio que debe anunciar a Dios, expresarlo,
al hombre de hoy.
También la reflexión sobre Dios coincide con la
reflexión sobre el hombre.
Se trata de un enfoque unitario y dinámico con base en la
encarnación de Jesús. El Dios vivo de la
revelación es el Dios que se manifiesta en la historia. Y
en Gaudium et Spes queda claro que no se puede prescindir de la
historia para saber y hablar de Dios, no se puede disociar la
reflexión sobre Dios y el acontecer de la historia de la
salvación.
Se puede decir entonces que en esta Constitución la imagen de Dios se enmarca
en una visión cristocéntrica e
histórico-salvífica con base en las realidades de
la Creación y la Encarnación.
La imagen de Dios tampoco aparece separada de su realidad
trinitaria, de la encarnación del Verbo como Señor
del hombre y de la historia, operante en el mundo en virtud de su
Espíritu.
La Gaudium et spes nos muestra a un Dios
que se da a conocer como Padre, Hijo y Espíritu Santo para
que el hombre conozca el camino y la meta de su
existencia. Un Dios-amor que, en Jesús, es la respuesta a
la pregunta sobre el ser del hombre y a tantas búsquedas
del mundo contemporáneo.
Cristo, el Verbo encarnado, en la misma revelación del
misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre
al propio hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación.
Desde los primeros párrafos, esta Constitución se
remonta a la verdad revelada sobre la relación de Dios con
el mundo y, en definitiva, a la verdad de fe sobre la Providencia
Divina.
Enfoca el plan eterno de
Dios en la creación, la realización de este plan en
la historia, el sentido de salvación del hombre
según su predestinación en Cristo, el Verbo de Dios
por quien todo fue hecho, el alfa y omega, punto de convergencia
hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la
civilización.
Junto con el abordaje de la Providencia, trata sobre el dominio del mundo
por parte del hombre, que, bajo la mirada de Dios, decide su
propio destino.
Gaudium et Spes ilumina sobre la compaginación
del crecimiento del Reino del Padre y la edificación del
mundo.
En este sentido, la Constitución afirma que "el
reconocimiento de Dios no se opone en modo alguno a la dignidad
humana, ya que esta dignidad tiene en el mismo Dios su fundamento
y perfección. Es Dios creador el que constituye al hombre
inteligente y libre en la sociedad. Y, sobre todo, el hombre es
llamado, como hijo, a la unión con Dios y a la
participación de su felicidad." Enseña
además que "la esperanza escatológica no merma la
importancia de las tareas temporales, sino que más bien
proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio." (21)
Creado a imagen y semejanza de Dios, conservado por El y guiado
con amor en esta tarea de dominar las demás criaturas, el
hombre aparece como el protagonista visible del desarrollo
histórico y cultural.
La Gaudium et spes resume claramente que la actividad humana, los
esfuerzos realizados a lo largo de los siglos para lograr mejores
condiciones de vida, responden a la voluntad de Dios, que "le dio
el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad" y de
orientar a Él la propia persona y el mundo entero,
reconociéndolo como Creador de todo. (34)
En esta tarea de dominar la tierra, también los
reales aciertos económicos, culturales, científicos
y técnicos, y los de la sabiduría, entran dentro de
la providencia de la que el hombre participa por designio de
Dios.
Bajo esta luz, el Concilio
ve y reconoce el valor y la
función
de la cultura y del trabajo de nuestro tiempo, en relación
a este designio de Dios y en unidad con el Evangelio de
fraternidad predicado por Cristo. Asimismo, aún
reconociendo la grandeza del hombre y la legítima
autonomía de las cosas creadas, reconoce también
las contradicciones y desequilibrios generados por una evolución rápida y realizada
desordenadamente, desequilibrios conectados con la realidad de
pecado que hunde sus raíces en el corazón del
hombre. Y se detiene en las problemáticas que afectan
profundamente al género humano, mencionando principalmente
las relacionadas con el matrimonio y la familia, la cultura
humana, la vida económico-social y política, la
comunión de los pueblos y la paz (Parte II). Ante esta
situación, el Concilio insiste en que el dominio debe
realizarse con la asistencia y la ayuda de la Providencia, y no
desde una pretendida autosuficiencia hasta ponerse en el lugar de
Dios u olvidarse de Él. E invita a que en cada una de
estas realidades resplandezca la luz que brota de
Cristo.
Autor:
Viviana Endelman Zapata.