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Inmigración a la Argentina: belgas



    1. En novelas
    2. En cuentos
    3. Notas

    En esta monografía
    me refiero a algunos de los inmigrantes belgas que llegaron a la
    Argentina entre 1850 y 1950 y se destacaron en diversos
    ámbitos; transcribo testimonios sobre Julio Steverlynck y
    la Algodonera Flandria, y la biografía de Polidoro
    Segers, el primer médico en Tierra del
    Fuego. Me ocupo de las novelas De
    aquí hasta el alba, de Eugenio Juan Zappietro y Virgen de
    Gabriel Báñez, y del cuento "Van
    Houten", de Horacio
    Quiroga, en los que aparecen personajes inmigrantes de origen
    belga.

    "Los belgas se radicaron en la Colonia San Carlos (de
    Santa Fe), en la Colonia Urquiza (de Entre Ríos) y una
    gran cantidad de pueblos y colonias, en donde se fusionaron con
    otras corrientes de inmigración" (1).

    Personalidades

    De ese origen fueron destacadas personalidades de
    nuestra historia:

    El militar y periodista Alfredo M. Du Gratry
    nació en 1827; falleció en su tierra natal en 1891.
    "Llegó al país en 1850. Opositor a Juan M. De
    Rosas, se
    exilió en Montevideo. En 1852 combatió en Caseros.
    Diputado por Entre Ríos (1853), ejerció la dirección del Museo Nacional fundado por la
    Confederación Argentina en Paraná en 1854.
    Dirigió el diario El Nacional Argentino. Electo diputado
    por Tucumán (1858), su diploma fue impugnado por ‘no
    tener cuatro años de ciudadano en ejercicio’. En
    1862 regresó a su país natal. Es autor de La
    Confederación Argentina (1850) y La República del
    Paraguay
    (1862)" (2).

    El belga Carlos de Mot fue el responsable de la
    segunda colonización de Sunchales, provincia de Santa Fe.
    Roxana Lusso lo evoca en un trabajo que transcribo parcialmente,
    en el que afirma:

    "El gobernador de Santa Fe, Mariano Cabal, con su obra
    de gobernar poblando, buscó a hombres de empresa para
    llevar a cabo sus proyectos, entre
    ellos estaba Carlos de la Mot o de Mot, de nacionalidad belga, de
    origen noble, a quien le encargaron la colonización de Los
    Sunchales. De Mot concibió la empresa de
    traer agricultores de Europa y
    afincarlos alrededor del Fuerte, en las mismas tierras de la
    colonización anterior".

    "El 18 de mayo de 1868, se firmó el contrato de
    colonización con Carlos de Mot, y el 16 de julio de ese
    año se estableció la segunda colonización de
    Los Sunchales".

    "Después de firmado el contrato con el gobierno de la
    provincia de Santa Fe, Carlos de Mot se trasladó a Europa
    a buscar las familias de agricultores. Después de un
    año, apareció con los primeros colonos, italianos,
    franceses, suizos, ingleses, españoles, alemanes y algunos
    belgas".

    "El gobierno, como primera medida para gobernar a esos
    inmigrantes, designó un Juez de Paz, Fermín
    Sosa."

    "Sin embargo, Carlos de Mot, como organizador
    técnico de la colonia, se preocupó más de
    los detalles que de las principales necesidades de la colonia. Se
    sintió el nuevo colonizador, dueño de casi un
    país, convirtiéndose en un noble señor, con
    súbditos que trabajarían para él.
    Pidió que se le trazaran los planos de un palacio, para
    que todo se pareciera a un castillo feudal".

    "En el pueblo, alrededor del fuerte, enclavado en el
    centro de la plaza, se habían levantado unos 178 ranchos
    para los colonos y los obreros; en las concesiones, unos 18
    ranchos; o sea que la mayor parte de la gente vivía en el
    pueblo, dedicada a la huerta, al comercio o
    artesanías. Había poco entusiasmo
    agrícola".

    "Todo lo plantado y edificado en esta segunda
    colonización de Los Sunchales, hacía suponer un
    emporio de riqueza y una fuente de producción extraordinaria. Pero al frente
    de la
    administración estaba De Mot, que iba poco a Los
    Sunchales y en su lugar había dejado al Dr. Flabet a
    quien, ajeno a todo cuanto se relacionara con la agricultura,
    cualquier rendimiento le parecía
    extraordinario".

    "Diversos factores influyeron para que, en Los
    Sunchales, la gente no se pusiera de acuerdo, prevaleciendo los
    factores étnicos, los idiomas, las costumbres y la falta
    de leyes adecuadas
    que rigieran la vida colonial, teniendo dificultades en las
    transacciones comerciales por la variedad de medidas de peso,
    superficie y valores. Todo
    esto sumado a la inexperiencia de De Mot, no podía dar los
    resultados que se esperaban".

    "El Juez de Paz, quien veía toda esa
    confusión entre los colonos, consideró que
    solamente la instrucción pública podía
    organizar la vida de esa gente. Para ello habló con un
    poblador, Eugenio Meert, interesándolo en la apertura de
    una escuela.
    Logró el apoyo oficial del gobierno y consiguió
    abrir la escuela, nombrándose preceptor a Eugenio Meert en
    1871".

    "Una escuela en una colonia constituía una
    novedad y un gran progreso. Funcionó todo el año
    1871 y parte de 1872, ya que en marzo de ese año se
    produjo el éxodo de la colonia".

    "No había sacerdotes, ya que se había
    destruido el templo para construir sobre sus cimientos el palacio
    de De Mot".

    "Las fiestas de mayor solemnidad las constituían
    las patronales, que no se celebraban en Los Sunchales, por no
    tener patrono para venerar, pero la gente iba a los pueblos
    vecinos".

    "Hacia 1870, en la colonia, las cosas no andaban muy
    bien. De Mot estaba necesitado de dinero, por
    haberlo gastado excesivamente y no podía cumplir con el
    contrato, por lo que solicitó una prórroga de sus
    obligaciones".

    "Las cosechas de 1871-1872 no habían rendido como
    se esperaba. El disgusto con la administración era general, porque se
    sufría escasez de todo, reinaba la miseria y las
    privaciones".

    "La desorganización con que se había
    iniciado la empresa produjo sus frutos: algunas familias alemanas
    emigraron a Grutly hacia 1872, otras a Cavour, los italianos a
    San Carlos y Pilar y los franceses y alemanes a
    Humboldt".

    "Sin embargo, no todos los colonos abandonaron sus
    chacras y el pueblo".

    "El Fuerte iba desmoronándose, pero no estaba
    vencido. Los indios ya no eran una amenaza y nuevas colonias
    fueron surgiendo. En esta vorágine colonizadora, Los
    Sunchales no podía sucumbir, y de sus ruinas surgió
    otro pueblo, más pujante que nunca: la actual ciudad de
    Sunchales" (3).

    El arquitecto Jules Dormal nació en 1846.
    Arribó a la Argentina en 1868, "para trabajar en el
    alzamiento de unos frigoríficos en la provincia de Entre
    Ríos, tras lo cual en 1870 se afincó en la ciudad
    de Buenos Aires.
    Fue autor de la Casa de Gobierno de La Plata (un señorial
    edificio con preponderancia estilística ligada al renacimiento
    francés), diseñó el trazado del Parque Tres
    de Febrero (los Bosques de Palermo) y fue responsable del
    Monumento a San Martín que se encuentra en la Catedral de
    Buenos Aires. Estuvo también involucrado en el proyecto del
    Palacio Pereda (hoy Embajada del Brasil) y
    dirigió los trabajos finales del Congreso de la Nación,
    tras la muerte de
    su autor Víctor Meano en 1904, sin modificar sus planos.
    Además llevó a cabo la construcción del lamentablemente demolido
    Palacio de Inés Ortiz Basualdo de Peña, ubicado en
    Arenales y Maipú, de la Residencia Julio Peña
    –hoy sede de la Sociedad Rural
    Argentina, en Florida entre Corrientes y Lavalle- y de otras
    obras de menor envergadura, con lo que ya podemos asegurar la
    importancia de la trayectoria e impronta que el autor dejó
    en nuestro país".

    Fue "autor de innumerables obras en el país pero
    particularmente reconocido por su participación en la
    construcción del Teatro
    Colón. Fue el último de los tres arquitectos que
    intervino en su edificación y lo hizo principalmente en
    los interiores, donde puso en evidencia toda su generosidad
    artística y su influencia estilística
    borbónica" (4).

    Polidoro Segers, el primer médico en
    Tierra del Fuego, nació en Gante en 1852; falleció
    en la Argentina en 1917.

    En "Polidoro Segers, el primer médico de Tierra
    del Fuego", Raúl Agustín Entraigas escribe la
    biografía del belga que llegó a la Argentina en el
    siglo XIX. Transcribo ese trabajo:

    "¡Qué hombre
    extraordinario fue don Polidoro A. Segers! Nació el 7 de
    mayo de 1852 en Gante, Bélgica. Era oriundo de una noble
    familia
    flamenca, los condes de Van Laer. Su abuelo, Adrián
    Segers, fue uno de los que se jugaron por la independencia
    de Bélgica. Estuvo a punto de ser quemado vivo por los
    enemigos, lo que le valió las medallas de la Legión
    de Honor y la de la Orden de Leopoldo".

    "Cuando, después del 70, en Buenos Aires se
    respiraba paz y se vivía de Ia abundancia que
    proporcionaban nuestros campos ubérrimos (era nuestra era
    augustana…) los argentinos pensamos en la buena música. Y nuestros
    abuelos tendieron la vista hacia París. Solicitaron un
    cuarteto clásico. Y vino. Tocaba el piano un joven de
    veintidós años, de buena presencia, cabello rubio,
    ojos celestes, mirada penetrante, frente amplia y además
    cordial: era Polidoro A Segers".

    "El director del conservatorio a quien se había
    pedido el cuarteto, puso los ojos en él, lo invitó
    y Polidoro aceptó. En Buenos Aires fue maestro de
    música y canto. Las jóvenes más distinguidas
    de nuestra sociedad aprendieron de él a interpretar a
    Liszt, a Beethoven y a Chopin. Pero no lo sedujeron. El
    había dado palabra a una joven parisina, María
    Craemers, la hizo venir y el 20 de febrero de 1875 se desposaron
    en la iglesia de San
    Ignacio".

    "Y era feliz. Ganaba dinero. Era querido por cuantos lo
    trataban. Pero a su espíritu inquieto esto no le bastaba.
    Se empeñó en estudiar medicina. Junto
    con el doctor Gutiérrez, Ramaugé y Milone
    estudiaban de noche la ciencia de
    Hipócrates. De día, trabajo; de noche estudio hasta
    caldearse los cascos".

    "Segers tenía ya treinta y cuatro años.
    Cuando se trató de dar examen, se encontró con que
    necesitaba título habilitante para ingresar en la
    Facultad… ¿Qué hará?
    ¿Plantará todo? ¡Qué esperanza!
    Esperará. El tiempo y el
    ingenio le darían medios para
    llegar. Entre tanto se le cruzó una oportunidad
    magnífica para conocer Tierra del Fuego".

    "Iba don Ramón
    Lista a explorar aquellas regiones y a sentar definitivamente
    nuestra soberanía sobre ellas. Necesitaba un
    médico. Ningún profesional criollo quiso
    arriesgarse en esa "patriada". El poeta Olegario V. Andrade,
    padre político de Lista, lo exhortó e embarcarse y
    Segers no se hizo de rogar…".

    "Con los conocimientos científicos que
    poseía no le pareció imposible ser "cirujano de
    segunda" en la expedición… Y en noviembre de 1886 lo
    tenemos sobre el Villarino rumbo a Tierra del Fuego".

    "Como capellán iba el padre José Fagnano,
    salesiano. Se hicieron grandes amigos. Cuando pisaron tierra
    firme en San Sebastián, y los 25 hombres de Lista y del
    capitán Marzano hicieron fuego sobre los onas, dejando
    sobre la virgen tierra fueguina veintiocho cadáveres, el
    sacerdote y el médico se levantaron, coléricos,
    en.nombre de la justicia y de
    la humanidad".

    "En su interesante obrita ‘Hábitos y
    costumbres de los Onas’ describe don Polidoro la
    impresionante muerte de un
    joven de dieciocho años, atrincherado en una roca, con
    sólo su arco… Recibió veintiocho balazos, sin
    contar el tiro de gracia. Su perro estuvo llorando toda la noche
    al lado del heroico ona. Cuando a la mañana siguiente
    fueron el capellán y el médico para enterrar el
    cadáver del mancebo, vieron un espectáculo macabro:
    el perro se había comido todo lo que pudo de su amo, como
    para que esos despojos queridos no cayeran en manos
    enemigas…".

    "Desde aquel día, siempre que había que
    vérselas con indios, eran Segers y Fagnano los encargados
    de parlamentar. La primera vez que les tocó la no
    fácil misión, se
    vieron en figurillas cuando toparon de buenas a primeras con una
    tribu. Estaban ambos perplejos. Entonces el médico -narra
    Fagnano- comenzó a hacer piruetas, a dar saltos y otras
    niñerías. Fue la salvación de ambos. Los
    indios bajaron sus arcos y se acercaron, riendo, a los
    embajadores. Desde entonces fueron los amigos de los
    onas".

    "Y cuando a principios de
    enero de 1887, en Bahía Thetis, se levantó la
    primera capilla, donde celebró monseñor Fagnano,
    fueron las manos piadosas de Segers las que más trabajaron
    en los rudos menesteres de albañil y carpintero. El fue
    quien juntó flores en la selva y aderezó
    admirablemente aquella humildísima Casa de
    Dios".

    "Se trataba de bautizar a los indios. Para ello
    había que vestirlos, antes. Pues bien: la carpa de don
    Polidoro se transformó en sastrería y él,
    tijeras en mano, cortaba y cosía mientras Fagnano
    instruía a la indiada".

    "El 3 de enero: primera misa del Prefecto
    Apostólico en sus tierras. Hasta entonces no había
    podido celebrar misa por falta de altar
    portátil".

    "El 25 de enero estaban de nuevo en Carmen de Patagones.
    De- ahí a Buenos Aires".

    "Sin duda el doctor Segers en el Sur comió
    calafate. Dice la leyenda que el que come calafate siempre vuelve
    al Sur. El hecho es que a fines de junio de ese año, ya
    encontramos a don Polidoro embarcado en un funesto barco, el
    Magallanes, que hacía su primer viaje al
    Austro".

    "¿A dónde iba con su esposa y sus hijos
    Carlos, Alfredo y Graciela? Volvía a la Tierra del
    Fuego. Había ahorrado unos 8.000 $ y los iba a invertir en
    ovejas. De paso estudiaría a los onas, yaganes y
    alacalufes del punto de vista de su especialidad. Para vivir: el
    sueldo de médico de ese territorio nacional".

    "Pero sucedió que el golfo de San Jorge los
    recibió con una de esas borrascas que sólo
    conocemos los que hemos viajado por ahí… Al llegar a
    Puerto Deseado, el viento amainó. Pero la marea bajaba. Y
    cuando en esa ría, la marea baja, tiene el agua una
    fuerza
    exorbitante. Cosa que el capitán del barco, Teniente de
    Navío Méndez, "el gallego Méndez" como lo
    llamaban, parecía ignorar".

    "El hecho es que cuando entró en la ría y
    quiso dominar al Magallanes, la tremenda violencia de
    las aguas lo arrojó sobre la famosa Piedra del Diablo.
    Eran las 14. El barco crujió. Los pasajeros ruedan por la
    cubierta. Las mujeres y niños
    lloran. Se descuelgan los botes. Estaban repletos de
    víveres. Al agua con
    ellos. Cunde el pánico. El barco se escora a
    estribor…".

    " ‘Primero las mujeres y los
    niños…’ Segers coloca a su mujer y a sus
    hijos en el bote que hace agua. Mientras unos reman, otros
    baldean… Luego corre a su camarote. Va a buscar sus 8.000
    nacionales. Un guardia, con rémington, le impide entrar.
    Vio don Polidoro que a otro que insistía, lo dejaron
    sentado de un culatazo… Se retira dando el adiós a sus
    ahorros…".

    "Perdió también cuarenta cajones de
    equipaje que llevaba. Allá, a lo lejos, se divisaban
    techos. Habría población… Pero no: eran galpones para la
    lana. Eso y unas cuevas, viviendas primitivas de la Colonia que
    fundaron los españoles en el siglo XVIII, serán las
    moradas de los casi doscientos náufragos".

    "A las 16, el Magallanes se acostaba pausadamente,
    dejando apenas ver el trinquete que afloraba como un brazo que
    pidiera auxilio a los navegantes. El Subprefecto cedió su
    lecho a la señora Segers, que dividió sus penurias
    con la esposa del marino. El padre Beauvoir hizo cama redonda con
    el teniente Villarino y el comisario Segovia. Y así
    treinta y cuatro días… Y los más crudos del
    invierno patagónico…".

    "Cinco hombres se ofrecieron para navegar hacia el Norte
    y llevar la noticia. Bordejeando, llegan en un mal
    lanchón, tras veinte días de viaje. De Patagones
    telegrafían a Buenos Aires. Acá la gente se alarma.
    Los amigos del doctor Segers están en ascuas. Su compadre
    Arturo B. Paz, a fuer de buen cristiano, le escribe una carta emocionante
    y con criolla generosidad le gira 300 $ a Patagones, creyendo que
    desistiría de su viaje".

    "Pero Paz no conocía los puntos que calzaba
    Segers. Desde Bahía Blanca llegan dos barcos de la armada:
    el Azopardo y el Uruguay. Uno
    de ellos llevaba un cajón de ropa para la familia
    Segers, obsequio de Alejandro Sorondo. Dos días
    después de estos, llegó el Mercurio, barco enviado
    por el gobierno chileno. Lo habian pedido de Punta
    Arenas".

    "En éste se embarcaron: el doctor Segers y
    familia, el padre Beauvoir y algunos otros que se animaron a
    proseguir viaje. El resto volvió a Buenos Aires. Pero
    ¡qué invierno el de 1887 para aquella gente! …
    Faltaba de todo. Narraba el doctor Alfredo Segers, médico
    del Hospital de Niños de Buenos Aires hasta hace pocos
    años, y entonces sólo el mimado Tití de
    siete años de edad, que fue una fiesta para las
    señoras, el día en que él, corriendo por la
    playa, encontró un peine desdentado… Ya tenían
    las damas por lo menos algo con qué
    acicalarse…".

    "Y llegaron a Ushuaia. Allí hubo que crearlo
    todo. Levantar una choza, hacer ropa para los niños,
    plantar legumbres, cuidar animales. Y a
    todo se avino el animoso belga. Su señora se
    enfermó a poco de estar allá: ¡la dama de
    París en aquel Ushuaia!… Hay una fotografía
    en que aparece ‘la mansión Segers’: adelante
    se ven los surcos del sembrado. Hay otra foto en que está
    la familia con el indiecito Keppenau, luego cacique y
    médico de la tribu y una chinita ya domesticada.
    Ahí está Tití, con un par de botas que un
    buen amigo le había conseguido en Punta Arenas, y que
    él cuidaba como la niña de sus ojos.

    Ahí Segers sufrió mucho. Pero no fue poco
    lo que aprendió… Fruto de sus observaciones y
    experiencias médicas son unos artículos que
    publicó ‘La Prensa’ de
    julio y agosto de 1891 y ‘La Semaine Médicale’
    de París en noviembre. Ambos trabajos ingresaron al
    Congreso Médico de Burdeos de 1895. Sus trabajos fueron
    citados por médicos tan famosos como Hanot, Tissier y
    Planté. Y Bouchard en su ‘Pathologie
    Générale’ lo menciona
    especialmente".

    "Las autopsias realizadas lo llevaron a encontrar una
    nueva causa de la extinción de los aborígenes: una
    enfermedad de hígado, hipertrofiado por la
    absorción de tomainas y toxinas de mejillones en estado de
    putrefacción que frecuentemente se hallaban entre los
    moluscos que juntaban los indios en la playa y que ellos
    ingerían grandes cantidades".

    "El pastor anglicano John Lawrence da un hermoso
    testimonio de la seriedad de los trabajos del todavía no
    laureado médico belga".

    "¡Y allá estuvo dos años y medio
    Segers sin poder cobrar
    un céntimo como médico de la Gobernación!
    Cuando se le ofreció la oportunidad se vino a Buenos
    Aires. Y como no podía cobrar sus honorarios, ganados en
    buena ley, y ¡en
    Tierra del Fuego! tuvo que dar el 50 % a un quídam para
    que los rescatara…".

    "Pero no tenía título oficial.
    Venía también por eso. ¿Cómo
    hará? Emprende un viaje a Bolivia, se
    inscribe en la universidad de
    Chuquisaca y el 19 de mayo de 1890 se gradúa de
    médico. Su tesis oral
    abarcaba tres temas: el vómito, el
    dipsomanía y la melancolía. Por escrito, en
    cambio,
    desarrolló el tema: tomainas y lucomainas. Legalizó
    su diploma en La Paz y en Sucre, operó al obispo de
    aquella ciudad (a tanto llegaba la fe que tenían al
    neolaureado …) y regresó a Buenos Aires".

    "Y no trajo solamente el diploma. Visitando un
    día el taller de un carpintero notó que usaba como
    hule de una mesa un cuadro al óleo … ¡Era nada
    menos que una tela de Sneyders el gran colaborador de Rubens! En
    la actualidad lo tienen sus nietos…".

    "En esta capital dio
    exámenes de reválida y comenzó a
    ejercer".

    "Pero él no quería aburguesarse sobre el
    asfalto. Y enderezó hacia el interior. Fue médico
    de Las Flores en la provincia. Allí se mezcló en
    las luchas políticas
    y resultó herido por un ‘matón’ de esos
    que nunca faltaban en las luchas de antaño…".

    "De Las Flores volvió a Banfield. Era cura de ese
    pueblo el padre Juan Bernardino Lértora. El médico
    y el poeta trabaron íntima relación".

    "En 1906 se embarcó para París. No fue a
    pasear. Fue en busca de más amplios horizontes. En el
    Instituto Pasteur alterna con los grandes profesores de medicina.
    Y tuvo el insigne honor de ser nombrado ayudante de
    cátedra del doctor Eugenio Doyen".

    "A su regreso fundó la Cruz Roja en Banfield, el
    Círculo Médico junto con el doctor Paz,
    recibió un premio por un porta-esponias de su
    invención, etc".

    "En 1909 va de nuevo a París. Desde allá
    colaboró en ’La Prensa’. Trabajó de
    nuevo junto al maestro Doyen. Pero la Argentina lo atraía.
    Los amigos de acá, que eran legión, lo reclamaban.
    Y volvió…".

    "Ya al filo de los sesenta años, un día
    sus hijos lo vieron pasearse con un libro en la
    mano declinando: rosa, rosae, rosam… Se alarmaron:
    ¿estaría chocheando el papá? El les
    explicó: había resuelto hacerse sacerdote. Viudo
    desde hacía unos años, reverdeció la
    vocación que acariciara allá en Gante en sus
    mocedades".

    "El 1° de mayo de 1911, mientras una rugiente
    manifestación se arremolinaba en el Congreso, un hombre
    golpeaba a la puerta del colegio Don Bosco. El padre Picabea le
    abrió y el médico se presentó con una carta
    de monseñor Espinosa… Se le recibió con los
    brazos abiertos: ¡era el compañero de
    monseñor Fagnano en Tierra del Fuego!"

    "Fueron sus maestros en esa ‘escuela de
    fuego’ el padre Picabea y el padre Ciolfi. Fue al colegio
    Pío Latino Americano. Pero allá se enfermó
    gravemente. Tuvo de volver a Buenos Aires… al seminario
    conciliar y a sus dos maestros de la calle
    Solís…".

    "El 19 de diciembre de 1914 era ordenado sacerdote por
    monseñor Espinosa. En Navidad
    cantó su primera misa en el colegio de las Hermanas del
    Huerto de la calle Rincón. Padrinos el doctor Arturo Paz y
    el señor Miguel Meroño con sus esposas. Orador: el
    padre Lértora. Un coro a ocho voces formado por más
    de sesenta personas y artistas de los conservatorios
    ‘Melani’ y ‘Rosseger’ ejecutaron trozos
    litúrgicos. La primera misa rezada por su esposa fue de
    intensa emoción".

    "Y el que fuera médico de las Hermanas del Huerto
    fue su capellán. A sus hijos les daba pena verlo en
    invierno, salir todavía oscuro para rezarles la misa de 6.
    ¡Pero él iba gozoso porque marchaba de cara al
    deber, el ideal de su vida!"

    "El 9 de octubre de 1916 bautizó a un nietecito
    que lleva el nombre del bisabuelo del clérigo:
    Adrián…".

    "Y un día gris del mes de mayo de 1917, el 14, al
    regresar de su sagrado ministerio, después de haberse
    servido el desayuno, se sentó en el sillón. Se
    respaldó bien, cerró los ojos y se durmió en
    la paz del Señor Ese el apacible ocaso de este gran hombre
    de carácter
    de acero y voluntad
    inquebrantable".

    "Tierra del Fuego tiene una deuda con él. Estoy
    seguro que la
    saldará, porque los fueguinos son así: pueden
    ignorar, pero no saben olvidar" (5).

    Julio Steverlynck, fundador de la Algodonera
    Flandria, era belga; emigró a nuestro país, donde
    tuvo realizó una importante labor empresaria.

    En "Flandria, la ciudad-fábrica cuyo
    espíritu vive en una banda", Jorge Iglesias se refiere a
    Steverlynck; presenta, además, el testimonio de personas
    que estuvieron vinculadas a la Algodonera Flandria. Transcribo
    parcialmente ese trabajo:

    "A comienzos de los años veinte, la firma
    Stablissements Steverlynck exportaba telas hacia la Argentina
    desde sus fábricas de Bélgica. Cuando en 1923 el
    gobierno argentino, dando el primer impulso de lo que hoy
    conocemos como industrialización sustitutiva, arancela los
    tejidos
    importados y favorece la introducción de maquinarias, la empresa
    belga abre una filial en el país".

    "Como era corriente por aquellos días, los
    Steverlynck eligieron a uno de sus hijos, Julio, para que se
    hiciera cargo de la nueva empresa: Algodonera
    Flandria".

    "Moldeado en el capitalismo
    belga, que por esos días estaba más cerca de un
    feudalismo
    campesino que del industrialismo humeante de las chimeneas de
    Manchester, don Julio más que una fábrica quiso
    construir ‘una comunidad
    relativamente aislada de las áreas urbanas en donde
    predominaran las relaciones de cooperación entre patronos
    y obreros y donde se evitaran las consecuencias negativas que
    habían acompañado el desarrollo de
    la industria en
    los países con capitalismo más avanzado’,
    contó a La Nación Mariela Ceva, docente e
    historiadora de la Universidad de Luján. También,
    seguramente, alejada del fantasma rojo que había vivido en
    Europa".

    "Quiso desarrollar una empresa
    paternalista inspirada en los principios del catolicismo social,
    buscando poner en práctica las bases que el Papa
    León XIII plasmó en la encíclica Rerum
    Novarum. También en la Quadragésimo
    Anno".

    Telares en el campo

    "Con todo ello llegó Steverlynck a
    Jáuregui en 1928. Venía de un país que
    había tenido fuertes crisis de
    identidad
    (Bélgica fue parte de Francia hasta
    1815 y, entre dicha fecha y 1830, formó parte de los
    Países Bajos), por lo tanto sabía que lograr un
    sentido de pertenencia entre los trabajadores de Flandria era
    algo primordial. ¿Cómo hacerlo?"

    "Una forma fue la segregación residencial.
    Así, se lanzó a levantar el pueblo-fábrica
    en Jáuregui, donde sólo había un viejo
    molino y la estación de tren. Otra fue aplicar el molde
    que él tenía bien arraigado: el paternalismo. No
    hay que olvidar que provenía de una empresa familiar
    formada en un naciente capitalismo, con sesgo feudal campesino.
    Paternalismo que, como lo explicaría por esos días
    Freud,
    está montado en la internalización de la
    ambigüedad entre dependencia y afecto que surge en la
    primera relación social: la relación con el
    padre".

    "Por cierto, en la Argentina de finales de los veinte,
    encontrar un obrero textil calificado era tarea de
    cíclopes. Así, Steverlynck le abrió las
    puertas de la fábrica a gran cantidad de inmigrantes
    españoles e italianos. Toda gente que había dejado
    sus raíces. Gente que venía a ‘hacer la
    América’. Mejor, ¿por
    qué no?: a hacer la Flandria… Pero, como la gente
    trabajando se hace, de los telares no sólo salieron telas,
    como se verá, también salieron ‘hombres de
    Flandria’ ".

    "La política
    social fue otra de las formas elegidas por Steverlynck para
    que ese villorrio se conviertiera en el pueblo que llegó a
    ser en los sesenta, donde 2000 de los 10000 habitantes trabajaban
    en Flandria. Ceva, que lo sabe bien ya que no sólo vive en
    Jáuregui, sino que además su padre entró en
    la fábrica en sus comienzos, cuenta que dicha política
    consistía en el pago de salarios altos y
    el reconocimiento de una serie de derechos sociales
    –como las ocho horas diarias, el salario familiar
    o la licencia por casamiento y maternidad. Todo antes de que se
    legislara sobre ellos. Pero, sin duda, el mayor beneficio que se
    ofrecía a los trabajadores era la posibilidad de acceder a
    una vivienda propia".

    Símbolos

    "Pero la identidad no sólo nace del paternalismo,
    el trabajo y
    las mejoras sociales. Hacían falta símbolos,
    instituciones.
    Entre 1930 y 1945, Steverlynck fundó dos parroquias, una
    cooperativa
    obrera, un colegio, una biblioteca, un
    teatro, un club de ciclismo y un club náutico. En 1941,
    los trabajadores crearon el club de fútbol Villa
    Flandria".

    "Pero hay una institución en la que don Julio
    puso todo su corazón:
    la banda Rerum novarum. Según Ceva, cuando en 1937 se le
    ocurrió formar una banda, ‘era una forma de tirar
    puentes hacia su Bélgica natal. Ya que las fábricas
    de su padre habían tenido bandas similares’. Tal fue
    la búsqueda de lazos con el origen, que trajo a Pablo
    Kinderman, un maestro de música que había tocado en
    la banda paterna".

    "Por aquellos días, Américo Alvarez, con
    sus doce años, batía el parche de su joven tambor
    en la Banda Municipal de Luján. Luego vino el tiempo del
    trabajo en los telares de Flandria. Así, 1937 lo
    encontró con 16 años y enrolado en la banda Rerum
    novarum".

    "Hoy, con sus frescos ochenta años, recuerda que,
    de los cincuenta y cinco músicos que tenía la banda
    en sus comienzos, la mayoría eran inmigrantes. Así,
    el 25 de mayo de 1937, día del debut de la
    formación musical, sólo cuatro supieron tocar el
    Himno Nacional".

    " ‘¿Qué significaba la banda para
    don Julio?’, le preguntamos a Ceva. ‘La banda era lo
    que le permitía traspasar las fronteras de la patria
    chica, cómo él decía. Era la que llevaba,
    más allá del pueblo, los valores de
    Flandria. Eran sus abanderados’ ".

    "¿Abanderados de qué? Sin duda de la
    concepción que Steverlynck tenía del mundo, del
    trabajo. Sólo tocaban obreros o hijos de
    obreros".

    "Así, como recuerda José Chiurco, que con
    setenta y cuatro años ya lleva sesenta y tres en soplar su
    bombardino en la Rerum Novarum, tocaron en el Luna Park, en los
    seis días de ciclismo. También lo hicieron para
    Perón,
    el papa Juan Pablo II, los reyes de Bélgica… Claro
    está, además tocaban todos los fines de semana en
    los bailes que se armaban en el pueblo".

    La Algodonera Flandria, "Tras la quiebra,
    cerró sus puertas definitivamente en 1996". "La banda
    musical Rerum Novarum sobrevive a la ex empresa textil de origen
    belga, que fue ejemplo de pueblo-fábrica" (6).

    El médico Rafael Voet nació en 1903;
    falleció en su tierra natal en 1958. "Doctorado y premiado
    en 1929 en la Universidad de Lovaina, Bélgica,
    desarrolló en nuestro país (1948-1957) una
    actividad de trascendencia internacional. Fue miembro de la
    Sociedad de Gastroenterología y Nutrición de Buenos
    Aires, de la Sociedad Argentina de Cancerología y mimebro
    fundador del Ateneo de Gastroenterología del Instituto de
    Gastroenterología de Buenos Aires. Fue profesor titular de
    Fisiología Humana y Director del Instituto
    de Fisiología de la Universidad del Litoral y fundador de
    cursos de
    Fisiología en la Facultad de Ciencias
    Médicas de Rosario" (7).

    El pianista y organista Julio Miguel Adolfo Perceval
    nació en Bruselas, en 1903, y falleció en Santiago
    de Chile en 1963.
    Fue "fundador y director de la Escuela de Música de la
    Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Asimismo, realizó
    la música para el filme El jugador (1947) y fue arreglador
    en la orquesta de Julio De Caro. Entre sus obras se destacan
    Triste me voy a los campos, No se puede olvidar, La madrugada y
    Te he soñado. El 30 de diciembre de 1950 estrenó en
    Mendoza, al pie del Cerro de la Gloria, el Canto de San
    Martín, obra con letra del poeta Leopoldo Marechal"
    (8).

    En
    novelas

    Eugenio Juan Zappietro es un conocido autor de cuentos
    policiales, que colaborò durante mucho tiempo en La Prensa
    y participò en antologìas sobre el gènero.
    Firmó varias obras con el seudónimo "Ray Collins".
    "Comienza su carrera de guionista en 1960, en Misterix, con el
    western dibujado por Vogt, ‘Joe Gatillo’,
    continúa muchas series ya creadas hasta crear la propia,
    ‘Garret’, con dibujos de
    Arturo del Castillo. En 1962 crea ‘Precinto 56’, con
    dibujos de José Muñoz. Esta serie sería
    retomada en el ‘74, para Récord, con dibujos de
    Fernández. En esta editorial también publicó
    ‘Henga’, con Zanotto, bajo el seudónimo de
    Diego Navarro. Ha escrito decenas de series para Editorial
    Columba. Su actividad se reparte, además, entre
    investigador policíaco, guionista de radio y televisión, periodista y literato" (9). El
    escribió De aquì hasta el alba (10), novela en la que
    narra lo acontecido a colonos, soldados e indios durante la
    Conquista del Desierto, en el año 1879.

    El lìder de esta gesta fue Julio Argentino Roca,
    "el joven y brillante militar prestigiado por el èxito de
    la campaña que concluyò con el dominio del indio
    en el desierto", asì lo define Adolfo Prieto (11). La
    Conquista del Desierto fue –a criterio de Exequiel
    Cèsar Ortega- uno de los "hechos y factores que dieron
    nueva tònica a nuestra Argentina moderna. (…) La empresa
    decisiva del General Julio Argentino Roca (1878-1879) y las
    complementarias hasta 1884, terminaron con el pleito secular. Se
    tuvo el control
    territorial en momentos de casi inminente guerra con
    Chile por la posesiòn de la Patagonia. Los
    caciques resultaron vencidos, se entregaron como
    Namuncurà; fueron apresados como Pincèn y otros
    como Baigorrita combatieron hasta el fin. Sus escasas gentes
    (pocos guerreros sobrevivientes y ‘chusma’ o no
    combatientes, mujeres, ancianos y niños) esperaron a
    merced de los vencedores, o huyeron, transmitièndose su
    alarma y su miedo mediante las señales de humo que
    describe Zeballos. Estos ya no eran los centauros que
    domesticaban sus caballos de guerra sin castigarlos, ni los
    àgiles y huidizos maloneros. Eran los integrantes del
    ocaso, descriptos por Estanislao S. Zeballos en ‘Viaje al
    paìs de los araucanos’ " (12).

    Por el tema que aborda, la obra de Zappietro se inscribe
    en la vertiente de la "literatura de fronteras",
    que ha tenido grandes cultores. Prieto considera que "la
    Argentina moderna parece no guardar rastros del problema que la
    agitara rudamente durante medio siglo, luego de convertirse en
    una no resuelta herencia de la
    Colonia. El importante ciclo de la literatura de fronteras, con
    Callvucurà, los ya mencionados libros de
    Mansilla y de Barros, los artìculos periodìsticos
    de Hernàndez, la prèdica de Nicasio Oroño,
    el simple material de informaciòn cotidiana recogida
    durante años en diarios como La Prensa de Buenos Aires y
    La Capital de Rosario, y los registros de
    testigos calificados, como Ignacio Josè Garmendia en
    Cuentos de tropa (Entre indios y milicos) (1891), el Comandante
    Prado en La guerra al malòn (1907) e Ignacio Fotheringham
    en La vida de un soldado (reminiscencias de la frontera) (1908),
    vienen a recordarnos la inconsistencia de esa opiniòn o
    prejuicio".

    En la novela de
    Zappietro, varios inmigrantes comparten con los criollos y los
    indios un destino aciago. Se trata de hombres que se alejaron de
    la civilizaciòn, por su voluntad o por causas ajenas a
    ella, y se ven envueltos en una historia que les permitirà
    mostrar su grandeza o su cobardìa.

    Dos europeos son presentados como figuras
    antitèticas, encarnaciones del bien y del mal. Se trata de
    un cirujano belga y de un comerciante flamenco, los cuales, como
    dos caras de una misma moneda, muestran que la vida de un ser
    humano responde a los principios morales que lo orientan, y no a
    las circunstancias en que se encuentra. En una misma
    situaciòn, el belga se muestra probo una
    vez màs, mientras que el flamenco vuelve a evidenciar su
    egoìsmo criminal.

    Hubert Leroy, el cirujano belga, está herido. Un
    indio lo encuentra: "Era rubio, con barba arenosa, y el sombrero
    yacía a su lado, con las alas embarradas. Pensó que
    la única vez que viera a Catriel, cabalgando en las
    oscuras llanuras del Pigüé, el dios llevaba un capelo
    similar, con las armas del 5 de
    caballería, cuyo jefe, Hilario Lagos, hacía largo
    tiempo estaba acampado en Trenque Lauquen, esperando la
    última limpieza que prometiera Roca en aquel año de
    1879. Volvió a recular; tendría un sombrero igual.
    Sería importante entre los aucas, que, al fin y al cabo,
    eran los únicos que conservaban la leyenda de su
    nación al norte del río Colorado".

    Leroy "había asistido a un Napoleón y a varios príncipes de
    Europa en su clínica de París. Había
    asimilado las enseñanzas de la escuela de Viena y seguido
    las doctrinas de Semmelweiss, como el más aplicado
    cirujano de su época. Pensó en Crimea, operando al
    paso de las cargas de las brigadas inglesas. Habían sido
    buenos tiempos. Tiempos dignos necesariamente de un final de
    escena más brillante que morir a manos de un muchacho
    indio, en un continente todavía virgen. Siguió
    costosamente el hilo de sus recuerdos y las mujeres que
    había amado comenzaron a reír, mostrando sus
    dientes delgados, que se clavaban en su piel, en tanto
    un vals de Viena nacía en un costado de su herida, la
    piedad de unas, el ardor de otras, todo aquello mezclado en su
    viaje al norte de sí mismo, buscando huir, como el cazador
    de la nada".

    Debió dejar Francia, pues durante una
    operaciòn matò intencionalmente a un ministro
    asesino: "Decidiò matar a Desquerres cuando extirpò
    las tres cuartas partes de su hìgado. (…) Cuando Francia
    descubriò el crimen, Hubert Leroy estaba ya en
    Amèrica". De Buenos Aires, donde se habìa
    establecido, debe huir tambièn, ya que se ha conocido su
    pasado y eso sirve para la extorsiòn. La opciòn era
    partir o morir, y èl escoge marchar hacia el sur: "Bajo
    una lluvia incoherente, Leroy divisò el carruaje, con un
    auriga inmòvil, al modo de una estatua. Tambièn
    presintiò un arma en la pretina del pantalòn de su
    visitante. La situaciòn no le encolerizò; lo
    poseyò una desagradable sensaciòn de frialdad, como
    si estuviese presenciando la decapitaciòn de un
    extraño".

    El flamenco Roger Bary, era "mercader en aquella esquina
    del infierno". "En sus mocedades, el flamenco había
    destilado un buen sucedáneo del coñac
    francés, motivo por el cual estuvo tres años preso
    en Marsella, hasta que un buque pirata lo llevó a
    Méjico, donde conoció a Guadalupe, su mujer; de
    ella tuvo dos hijas y algunos adulterios, porque era rubia y
    blanca, como la cerveza, y
    tenía genio vivo, además de no haber nacido para
    tendera, sino para reina. En algún recodo de Acapulco la
    perdió en brazos de un militar que había llegado
    desde Prusia a correr la aventura de Maximiliano o para plegarse
    a otros aventureros que pululaban por el país. De
    allí pasó a Tejas. Donde en una partida de faro
    ganó lo necesario para embarcar con sus hijas hacia el
    Brasil".

    "A los cincuenta años, Roger Bary era un astuto y
    cansado ser humano que había perdido el tema moral de la
    vida. En Verónica, su hija menor, habíase
    reencarnado Guadalupe, igual de rubia y de blanca, la piel
    áspera y ardiente, bajo el corpiño apretado; en
    Paula, la mayor, nacida en el corazón de Méjico,
    latía, en cambio, su mocedad soñadora, una
    dimensión mejor de la vida, tal vez la parte que exime al
    hombre de darse un tiro cuando descubre lo irrisorio que es el
    rey de la Creación".

    "Cuando llegó al sur de la enorme
    extensión que alguna vez sería la provincia de
    Buenos Aires, eran pocos los pioneros que se aventuraban
    más allá de la precaria línea de fortines.
    Llevó allí a sus hijas no para quitarlas del paso
    del pecado, sino porque temía quedarse solo y le
    enamoraban las comodidades que da el dinero.
    Bary era un pirata de sí mismo, que moriría el
    día en que sus hijas siguiesen a su hombre. Así era
    de débil quien había cruzado las dos
    Américas buscando un rincón bajo el sol, una isla
    donde bien morir".

    Entra en tratativas con los indìgenas, aùn
    a costa de la vida de sus hijas, sòlo para salvar el
    pellejo: "Bary habìa negociado con los indios, en especial
    con Kachipuè, cuya devociòn por su hija Paula era
    conocida en todo el sudoeste; ese amor animal
    del bàrbaro por la muchacha habìa dejado muy buenos
    beneficios en las arcas del comerciante; ahora, el negocio tocaba
    a su fin y debìa disponerse a levantar su tienda.
    Habìa exprimido a soldados y paganos, vendièndoles
    por igual armas y municiones. Ginebra y vicios. Y todos los
    elementos que necesitaba una tribu en constante movimiento,
    amenazada por la ùltima campaña nacional contra las
    tolderìas".

    Gabriel Báñez, "escritor y periodista,
    nació en La Plata en 1951. Como periodista, se
    desempeñó en La Prensa, El Cronista, Página
    12, La Nación, Diario Popular, El Día y
    Clarín, en el Suplemento ‘Cultura y
    Nación’ de este último diario. Fue asesor de
    ediciones en las editoriales De la Flor y Atántida.
    Actualmente, es editor y director del Suplemento Literario del
    diario El Día de La Plata".

    "Su producción literaria incluye: Parajes,
    novela, Primer Premio Provincial de Novela ‘Roberto J.
    Payró’, 1975; El Capitán Tresguerras fue a la
    guerra, novela. Ediciones De la Flor, 1980.Sello de Honor de la
    Sade; Hacer el odio, novela. Editorial Bruguera, 1982. Editorial
    Almagesto, 1995. Editorial Hanser Verlag (traducción al
    alemán y al sueco), 1990; Góndolas, novela.
    Ediciones De la Flor, 1985; El curandero del cuarto oscuro,
    novela. Editorial Sudamericana, 1991; Paredón,
    paredón, novela. Editorial Sudamericana, 1993; Los chicos
    desaparecen, novela. Editorial Atlántida, 1995. Editions
    Alphil, (traducción al francés), 1997; El circo
    nunca muere, relato. Editorial Almagesto, 1996. Editions Alphil,
    (traducción al francés), 1998. Primer Premio de
    calidad,
    concurso ‘Juan
    Rulfo’, París, 1996. Primer Premio Internacional
    Helguero editores de cuentos (versión de Berenice), 1984;
    Octubre amarillo, relato. Editorial Almagesto, 1998"
    (13)

    Es el autor de Virgen (14), novela finalista del
    Concurso Editorial Planeta 1997, sobre la que se afirmó:
    "La Ensenada mítica de los años cuarenta es el
    escenario de la historia de amor entre un cura y una chica belga,
    judía y milagrosa. Novela de la Anunciación y el
    Descenso y poderosa convergencia de fuerzas narrativas, Virgen
    revela un presente audaz –la escritura de
    las cartas que
    intercambian el protagonista y su amada- una memoria negada
    que nos avasalla y nos conmueve, vaticina el fin de los tiempos y
    devela el estigma político de un secreto y su
    traición: el del hijo del mariscal Tito de Yugoslavia y de
    Evita Broz. Virgen, que es también ‘la parte
    más rota y verdadera del lenguaje’, nos convierte en lectores plenos
    del tiempo tatuado sobre la letra. Gabriel Báñez,
    el autor de El curandero del cuarto oscuro, celebra en Virgen
    secretas nupcias entre lo real y lo imaginario y, haciendo gala
    de enorme poder evocativo y de una prosa a la vez precisa y
    mágica, produce una novela maravillosa" (15).

    En esa obra evoca la inmigración del belga Divas
    y su hija, Sara. Para proteger a la niña de lo que
    vendría, la madre quiso que padre e hija dejaran Europa.
    "El no era judío, y lo único que ella atinó
    a sentir fue la culpa, no tanto por su condición como por
    ser la hija de la que había sido su esposa. Una sola cosa
    le había inculcado Flora Divas de manera recalcitrante:
    ser judía a pesar de todo. Ese todo quería
    significar muchas cosas en su entendimiento de siete años:
    su padre, el odio racial, el crecimiento intempestivo al que se
    había visto obligada en los últimos meses en
    Bélgica y, en particular, aquella orden, esa casi amenaza
    lanzada a su marido desde el filo de la tumba: ‘ma fille
    doit arriver en Amérique avant que mon cadavre
    refroidisse’. El viudo había cumplido y ella ya
    estaba en América, pero en el hecho de haber arribado la
    chica percibía, no sabía bien por qué, un
    lastre de culpas y sometimientos".

    La inmigrante, décadas después, recuerda:
    "Había llegado a Ensenada a finales de los treinta, con
    apenas nueve años y un padre belga que, además de
    venir huyéndole al antisemitismo, tenía la
    abstracta pretensión de vender sombreros en una tierra en
    que los hombres apenas si se cubrían las ideas con el
    sudor y los sueros del frigorífico inglés
    que se sostenía junto a las charcas del puerto.
    Todavía podía escuchar el rolido de las aguas
    contra el casco del lanchón de amarre, los saludos
    violentos de la tripulación a lo lejos, y la mano aterrada
    de su padre mientras le ayudaba a bajar de la planchada. No iba a
    olvidarla jamás: era una mano con consistencia de pez,
    húmeda y avergonzada. Desde ese día Sara Divas
    sintió la exacta revelación de qué cosa eran
    los hombres: personitas indefensas y minúsculas a las que
    había que proteger, pero en las que nunca se podía
    confiar. También conservaba una foto percudida y oxigenada
    de la casa natal, en Bruselas, y algunos moldes de cabezas
    humanas que su padre había ido descartando a medida que el
    país se le hacía carne o corned beef y se alejaba
    de los moldes ideales del pensamiento".

    En la Argentina, la pequeña Sara advierte que
    confunden su origen: "Durante estos primeros tiempos lo
    único que no logró explicar fue su propia
    nacionalidad. No era francesa, era belga, pero resultaba
    inútil aclarar semejante diferencia cuando las erres se le
    estiraban hasta la gangosidad y cuando los ucranianos,
    judíos, rumanos, lituanos y polacos eran rusos o los
    sirios y los libaneses resultaban turcos. Había llegado a
    un país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo
    que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión
    elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad.
    Para colmo, odiaba el francés; era el idioma de su madre,
    y aunque no tenía conciencia le
    venía a reflotar la rutina de su voz. No tenía nada
    de dulce ni de armonioso, al contrario, en todo caso era una
    gárgara que se hacía funeraria por las tardes y que
    empezaba a provocarle náuseas. Se lo extirpó casi a
    la fuerza, después de descubrir en los fondos de la
    pensión lo que nunca antes imaginó que iba a ver:
    cómo lloraba su padre".

    El llanto del hombre está relacionado con sus
    fracasos laborales, en un país cuyo idioma desconoce: "El
    viudo de Flora Divas debió salir al nuevo mundo de buscar
    trabajo y fue entonces cuando cayó en la cuenta de una
    realidad aterradora y elemental: no sabía una sola palabra
    de castellano. Ese
    día sería inolvidable. Sarita lo vio trasponer el
    portón de la pensión y llegar luego hasta el fondo
    de la galería para deshacerse en un llanto tibio y cordial
    a los pies del único árbol que detestaba, la
    glicina. Esa fue la impresión: el llanto como de seda de
    su padre y la burla de los ramilletes de flores sobre su cabeza.
    Nunca antes lo había visto llorar, ni en el funeral de su
    madre. Se acercó, lo miró de lleno y en seguida lo
    tomó por los hombros como una madre chiquita. El viudo
    dijo algo incomprensible: que lloraba por el castellano que no
    entendía". No obstante, "en su apatía vegetal
    jamás llegó a interesarse ni a comprender
    enteramente el castellano. O peor: lo padecía como un
    idioma oscuro y maldito".

    La pequeña recurre a la religión, aún
    siendo judía, para dominar el nuevo idioma. Al ver mujeres
    católicas que se confiesan, Sara Divas "imaginó que
    la fe era un idioma en voz muy baja y que esas mujeres
    aprendían las lecciones de rodillas, murmurando y
    repitiendo. (…) Era una buena manera de aprender el idioma que
    tanto atormentaba a su padre y, llegado el caso, de hablar por
    él".

    El sacerdote le da una estampita de la Virgen de
    Luján, "a partir de ese entonces Sarita empezó a
    comulgar con el castellano, porque lo aprendió a los rezos
    y gracias a las oraciones que venían en el reverso de las
    estampitas. Todas las tardes el padre Bernardo la sometía
    a la misma liturgia: la sentaba en un taburete y frente al San
    Miguel arcángel le hacía repetir letra por letra y
    palabra por palabra las plegarias enteras. Oraba con verdadera
    vocación didáctica y no dejaba de leer sino hasta
    que llegaba al imprimátur de las tarjetas. Cuando
    por fin pudo seguir el rosario de las primeras conversaciones,
    sintió algo mejor que el placer de estar aprendiendo: la
    revancha de estar olvidando. Creía estar dejando
    atrás el odioso francés y se prometía que
    con el castellano sepultaría el murmullo que había
    agotado a su madre y anulado a su padre. Bernardo Benzano
    celebraba los avances de la niña pero no comprendía
    la disputa: ‘entre idiomas no hay peleas’,
    decía".

    Juan José Becerra manifestó acerca de esta
    obra: "El pacto entre el sacerdote Benzano y una judía
    envuelta en la mitología del milagro se introduce como
    relato privado dentro de otros menos particulares: las loas
    enfebrecidas a Cristo y al rumor ascendente del peronismo que
    acunan los inmigrantes de Ensenada. Pero la superposición
    de texturas narrativas -el fanatismo religioso y la
    superstición, la efervescencia proletaria de los
    frigoríficos, la historia de un amor incomprendido aun por
    los amantes- establece, sin embargo, una estructura de
    jerarquías. La pareja distante es un dúo de
    fugitivos que construye un escenario íntimo que difiere el
    momento del encuentro y radica allí una razón de
    ser fuera de la Historia, la religión y la idea de lo
    colectivo (16).

    En
    cuentos

    Horacio Quiroga nació en Salto, Uruguay;
    falleció en Buenos Aires en 1937, "Es considerado uno de
    los mayores autores de cuentos de la literatura en castellano. Su
    vida estuvo marcada por ribetes trágicos: asistió
    de pequeño a la muerte de su padre, mató
    accidentalmente a su mejor amigo y su primera esposa se
    suicidó. Dedicado a la química y la
    fotografía, en 1900 emprendió un viaje a
    París. De regreso, su vida transcurrió entre Buenos
    Aires, Chaco y Misiones, donde llega en 1903 acompañando a
    Leopoldo Lugones. Alternó la docencia y el oficio de juez
    de paz y oficial del Registro Civil.
    Entre sus principales obras cabe destacar Cuentos de amor, de
    locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), Anaconda
    (1921), La galina degollada y otros cuentos (1925) y El regreso
    de Anaconda (1926), además de las novelas Historia de un
    amor turbio (1908) y Pasado amor (1929)" (17).

    En "Van-Houten", cuento que toma su tìtulo del
    apellido del protagonista, aparece un "belga, flamenco de
    origen", al que "se le llamaba alguna vez
    Lo-que-queda-de-Van-Houten, en razòn de que le faltaba un
    ojo, una oreja, y tres dedos de la mano derecha. Tenìa la
    cuenca entera de su ojo vacìo quemada en azul por la
    pòlvora. En el resto era un hombre bajo y muy robusto, con
    barba roja e hirsuta. El pelo, de fuego tambièn,
    caìale sobre una frente muy estrecha en mechones
    constantemente sudados. Cedìa de hombro a hombro al
    caminar y era sobre todo muy feo, a lo Verlaine, de quien
    compartìa casi la patria, pues Van-Houten habìa
    nacido en Charleroi" (18).

    Acerca de ese texto, escribe
    Eduardo Romano: "Quiroga trazó, en Los tipos, varios
    notables perfiles con relieve. Entre
    ellos, y el lector emplazó una primera persona muy
    autobiográfica, directamente vinculada con la
    acción, según se aprecia ya en ‘Van
    Houten’: ‘-¡Ya vé! –me dijo,
    pasándose el antebrazo mojado por la cara aún
    más mojada- que hice mi canoa. Timbó estacionado, y
    puede cargar cien arrobas. No es como esa suya, que apenas los
    aguanta a usted’. O que tiñe el relato con su propia
    subjetividad: ‘Yo siempre había tenido curiosidad de
    conocer de primera fuente qué había pasado con el
    ojo y los dedos de Van Houten. Esa siesta, llevándolo
    insidiosamente a su terreno con preguntas sobre barrenos,
    canteras y dinamitas, logré lo que ansiaba’. Que el
    personaje mismo le contara tres cruentos accidentes de
    los que había salvado la vida –ya que no la
    integridad- por milagro. La impersonal desaprensión de Van
    Houten, quien se limita a comentar con un ‘¡Bah…!
    ¡Soy duro!’ cada uno de esos relatos, da la pauta del
    poder autodestructivo de esos tipos quiroguianos, producto en
    parte de observar a ciertos habitantes de la zona,y en parte
    remoción de sus propios fantasmas interiores"
    (19).

    …..

    Testimonios, biografías y obras
    literarias nos hablan de esta inmigración que ha sabido
    dejar su huella en nuestro país.

    Notas

    1. S/F: Para todos los hombres del mundo que quieran
      habitar el suelo
      argentino". Buenos Aires, Clarín.
    2. Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina.
      Buenos Aires, Clarín, 2002.
    3. Lusso, Roxana: "Segunda colonización de Los
      Sunchales", en www.sunchanet.com.ar.
    4. Luchetti, Jorge: "Del Teatro Colón a Villa
      Urquiza", en El Barrio, Periódico de Noticias, Buenos Aires,
      Diciembre de 2002.
    5. Entraigas, Raúl Agustín; "Polidoro
      Segers, el primer médico de Tierra del Fuego", en Museo
      del Fin del Mundo. Biblioteca Virtual,:www.Tierra del
      Fuego.org.ar
    6. Iglesias, Jorge: "Flandria, la ciudad-fábrica
      cuyo espíritu vive en una banda", en La Nación,
      Buenos Aires, 28 de enero de 2001.
    7. Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina.
      Buenos Aires, Clarín, 2002.
    8. ibídem
    9. S/F: "Ray Collins", en
      www.oniescuelas.edu.ar.
    10. Zappietro, Eugenio Juan: De aquì hasta el
      alba. Barcelona, Planeta, 1971.
    11. Prieto, Adolfo: "La ideas y el ensayo",
      en Historia de la literatura argentina, Tomo II. Buenos Aires,
      CEAL, 1980.
    12. Ortega, Exequiel Cèsar: Còmo fue la
      Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra,
      1972.
    13. S/F: "Staff", en
      www.lacomunalaplata.gov.ar.
    14. Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1998.
    15. S/F: en Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos
      Aires, Sudamericana, 1998.
    16. Becerra, Juan José: "En vidriera", en
      Clarín, Buenos Aires, 18 de abril de 1999.
    17. Varios autores: Enciclopedia visual de la Argentina.
      Buenos Aires, Clarín, 2002.
    18. Quiroga, Horacio: "Van Houten", en Los desterrados-
      El regreso de Anaconda. Buenos Aires, Losada, 1997.
    19. Romano, Eduardo: "Horacio Quiroga", en Historia de la
      literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Lic. en Letras UNBA, Periodista Profesional
    Matriculada

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