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Inmigración y literatura: los italianos



Partes: 1, 2

    1. Motivos
    2. Permiso para
      embarcar
    3. El
      viaje
    4. En Buenos
      Aires
    5. En las
      provincias
    6. Idioma
    7. Religión
    8. Oficios
    9. Qué
      comían
    10. Costumbres
    11. Entretenimientos
    12. La
      nostalgia
    13. Volver

    En esta monografía
    me refiero a los italianos que llegaron a la Argentina entre
    1850 y 1950, a sus costumbres y su vida en la nueva tierra,
    tomando como fuente textos de historiadores, escritores y
    periodistas, y testimonios de inmigrantes y sus
    descendientes.

    "Desde el comienzo de la conquista europea de América, los italianos desempeñaron
    un papel
    fundamental. En nuestro suelo, desde el
    descubrimiento, hubo italianos en nuestra historia: Américo
    Vespucio, Antonio Pigafetta (nuestro primer geógrafo) y
    tantos más. Hubo italianos importantes en el virreinato
    (el explorador Mascardi, el Músico Zipoli, el arquitecto
    Bianchi). Durante el gobierno de
    Rivadavia llegaron artistas, técnicos y
    científicos; alrededor de 1840, los legionarios
    garibaldinos. Después de Caseros, hubo importantes
    italianos en la construcción del ferrocarril (Jacobacci,
    Pompeyo Moneta), en la realización de obras de riego
    (Cipolletti –en Mendoza, Neuquén y Río Negro)
    y en la industria (los
    frigoríficos de Antonio Devoto, las fábricas de
    embutidos de Fasoli y de lácteos de
    Magnasco fueron herederas de los saladeros de Rocca y de
    Berisso)".

    "También después de Caseros, se inicia la
    emigración masiva de italianos –del norte, primero,
    del sur, después-. Nuestra Constitución, la ley de fomento de
    la emigración dictada por Avellaneda, el progreso
    incesante de nuestra república, el salario superior,
    la abundancia de campo fértil, la ‘magia’ de
    América
    y el sueño de la ‘Argentina,
    tierra de
    promisión’, fueron importantes razones para venir a
    nuestro suelo. (…)
    Italianos del norte y del sur. Agricultores, viñateros,
    fruticultores, labradores de la tierra y de
    un futuro mejor. Cultivaron el suelo, sirvieron a la patria y
    ampliaron nuestro patrimonio
    espiritual" (1).

    "La avalancha migratoria procedente del sur de Europa
    constituyó sin dudas el mayor contingente humano ingresado
    en el país entre mediados del siglo XIX y la primera parte
    del XX; en este contexto, su aporte representó casi el
    ochenta por ciento del total de los inmigrantes arribados. Si
    bien los italianos ocuparon el primer lugar por cantidad e
    impacto en la economía, en la
    sociedad y en
    la cultura
    argentinas, no estaban solos en la aventura
    transatlántica" (2).

    "En las primeras etapas de la inmigración predominaron los
    septentrionales: lígures, piamonteses y lombardos. Hacia
    fines del siglo XIX se suman en cantidades importantes los
    inmigrantes del sur: Calabria, Campania, Basilicata y Sicilia.
    (…) Los toscanos, que desde siempre se han sentido orgullosos
    de portar el italiano más pulido, la lengua del
    Dante, poblarán ‘el gallinero’ en las noches
    de ópera italiana del Teatro
    Colón. Los dialectos meridionales de los
    ‘tanos’ (napolitanos, calabreses, sicilianos)
    serán responsables del ‘cocoliche’ e
    inquietarán a las autoridades, preocupadas por el destino
    de la lengua
    nacional. Su importancia numérica hará que todos
    los italianos sean adscriptos a la categoría
    ‘tano’; del mismo modo que a los españoles se
    los llamará unánimemente ‘gallegos’, a
    todo aquel que venga del Imperio Otomano ‘turco’ y
    actualmente, ‘bolita’ designa a todo el que venga del
    área andina, sea boliviano, peruano, ecuatoriano, o
    simplemente jujeño. Este uso de rótulo sirve para
    homogeneizar la diversidad apabullante y de paso descalificar el
    ‘Otro’ " (3).

    Notas

    1. S/F: "Para todos los hombres del mundo que quieran
      habitar el suelo argentino". Buenos Aires,
      Clarín.
    2. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa.
      Buenos
      Aires, Grijalbo, 2000.
    3. ibídem

    Motivos

    Algunas de las páginas que se escribieron sobre
    la inmigración nos muestran la idea de emigrar
    desde los instantes en los que surge. La vemos
    afirmándose, madurando en esas mentes en las que la
    desesperación es un sentimiento tristemente cotidiano.
    Porque –como dice Gustavo Cirigliano, en sus
    "Disquisiciones tangueras"- "Todo aquel que dejó su
    país, su patria de origen, de hecho –nos guste o no-
    fue abandonado o aún expulsado por ella, fue impelido a
    irse al no ser protegido ni retenido. Se lo echó, dicho
    sin vueltas" (1).

    La política aparece
    reiteradamente como motivo de emigración. Del fascismo y sus
    reiteradas golpizas huye el protagonista de El laúd y la
    guerra,
    libro de
    Martina Gusberti. Decidió emigrar "porque él, como
    vehemente socialista, fue apaleado varias veces por los camisas
    negras". El anciano narra qué había sucedido:
    "Sabían que era músico, director de una banda, y me
    buscaron para colaborar, pero yo me negué a tocar la
    marcha fascista y por eso me ligué unos buenos bastonazos,
    ¡brutte bestie! Me protegí la cabeza como pude, pero
    ésa es otra historia. Después,
    emigré a América" (2).

    Syria Poletti evoca la guerra, por
    ejemplo, a través de los ojos de un personaje, en
    "Agua en la
    boca". La protagonista se encuentra con un hombre que
    sufre las secuelas de la contienda. Así lo describe:
    "Comenzaba ya a bajar cuando vi que por el sendero empinado
    trepaba oscilante Chero, el loco, borracho como siempre. Para
    él, la guerra era un permanente estado de
    alerta, porque en ella había perdido un brazo y encontrado
    todas las alucinaciones que todavía lo trastornaban. Y
    sólo en el vino encontraba un ruidoso olvido"
    (3).

    En "Desarraigo", cuento de Ana
    María de Benedictis, el narrador, que piensa en emigrar de
    la agobiada Argentina del siglo XXI, se arrepiente, evocando una
    historia familiar vinculada con la guerra: "Recordó que
    una mañana muy temprano llegó una carta bordeada de
    una franja verde, blanca y roja; que la abrió su abuela
    materna y comenzó a secarse las lágrimas con el
    delantal; (…) esperaron en la vereda a su padre. (…) Su
    madre, Mariana, había muerto hacía ya quince
    días. El correo tardaba mucho y él hacía
    quince años que no la veía. Recordó el duelo
    a distancia y el dolor de tanta ausencia amontonada, de tantos
    besos perdidos y de tanta soledad impuesta por un país
    destruido por la guerra" (4).

    Los recuerdos bélicos tienen que ver para el
    autor de La tierra
    incomparable, con la figura paterna. En un reportaje, Antonio Dal
    Masetto recuerda al italiano Narciso, un hombre
    valiente. De él dice: "era tremendamente trabajador,
    tremendamente amante de su familia y
    tremendamente testarudo. Durante la Segunda Guerra
    Mundial, él trabajaba en una fábrica. Su turno
    terminaba a medianoche. Había toque de queda desde las
    siete de la tarde, y muchos se quedaban a dormir en la
    fábrica, por temor. Mi padre volvía a casa. Su
    argumento era grande como una montaña. Decía: Yo
    quiero dormir en casa. Tengo una casa, y nadie me lo puede
    prohibir. Ni Hitler, ni
    Mussolini…" (5).

    También escapa del fascismo el padre
    de Roberto Raschella. El escritor narra: "Mi padre vino varias
    veces desde la primera preguerra, hasta que, perseguido por el
    fascismo, se quedó aquí para siempre en 1925. Mi
    madre, después de muchas dificultades para poder salir de
    Italia,
    llegó en 1929" (6).

    Hubo quien vino por un tiempo, y no pudo
    regresar. Finalmente, se estableció aquí: "Mi
    abuelo, un anárquico antifascista, había partido en
    1926 por motivos políticos –comenta Laura Pariani,
    escritora italiana autora de Quando Dio ballava il tango. Estaba
    convencido de que el fascismo caería de un momento a otro
    y de que su estadía en la Argentina, fruto de la
    necesidad, habría de durar poco. Mi madre tenía
    menos de un año cuando él partió. La idea de
    mi abuelo era regresar, pero el fascismo no cayó. Fue
    así como, postergando cada año el regreso, mi
    abuelo construyó su nueva vida en la Argentina, donde
    vivió sus últimos cuarenta años"
    (7).

    Huyendo del Mariscal Tito venían los Ranni, de
    Trieste. Cuenta Rodolfo: "viví muchos años con el
    recuerdo del rincón donde había dejado mis
    juguetes, cuando nos escapamos. Fue una fuga como en el cine: mi
    hermano y yo escondidos en el altillo de la casa de mi padrino,
    que era el cura del pueblo; mi mamá, en un carro tirado
    por caballos de un padrino de mi papá. Y como estaba por
    dar a luz a mi hermano,
    en la frontera inglesa la dejaron pasar…"
    (8’).

    La emigración aparece como una alternativa que
    otros italianos no aceptan, porque no pueden abandonar a sus
    muertos. En su novela La
    piel, Curzio
    Malaparte dice que los difuntos "no pueden pagarse un billete
    para América, son demasiado pobres. No sabrán
    jamás lo que es la riqueza, la felicidad, la libertad. Han
    vivido siempre en la esclavitud; han
    sufrido siempre el hambre y el miedo. Incluso muertos
    serán siempre esclavos, sufrirán hambre y miedo. Es
    su destino, Jimmy. Si supieses que Cristo yace entre ellos, entre
    estos pobres muertos, ¡Lo abandonarías?"
    (9).

    Vino de Italia
    –donde había emigrado anteriormente- el abuelo de
    José Eduardo Abadi. El nieto relata: "El abuelo paterno
    era juez, en Siria, pero como tuvo que abandonar el país
    por razones políticas,
    se mudó a Milán con toda la familia. Al
    poco tiempo,
    llegó el fascismo y tuvieron que volver a emigrar…
    Así llegaron a la Argentina" (10).

    En América, los avatares de las contiendas se
    vivían con gran tristeza. Durante la primera guerra
    mundial, "En San Rafael, que contaba con una colectividad
    italiana bastante representativa, se produjeron escenas de
    verdadero patriotismo. Especialmente los italianos de la alta
    Italia, oriundos de zonas fronterizas, salieron a la calle
    portando banderas de su país y realizaron desfiles en los
    que iban cantando viejas canciones guerreras. (…) El gobierno de
    Italia lanzó una proclama solicitando la inmediata
    incorporación de todos aquellos compatriotas que quisieran
    presentarse como voluntarios, quienes deberían regresar a
    su país cuanto antes. Muchos fueron los que lo hicieron,
    sobre todo aquellos que ostentaban un grado importante como
    reservas del ejército italiano" (11).

    Las privaciones pasadas en el país de origen
    durante la guerra marcan a quienes migraron. Una calabresa,
    llegada a la Argentina en 1933, acostumbra a sus nietos a
    aprovechar el alimento del que se puede disponer en la nueva
    tierra. Lo cuenta una nieta, Griselda García, en un poema:
    "mi abuela obligándonos a terminar el plato,/ haciendo
    bocaditos fritos con las sobras porque/ ‘ustedes por suerte
    no conocen lo que es la guerra, el hambre…’ "
    (12).

    Muchos vinieron a ‘hacer la América’.
    Hacia la Argentina parte un hombre; por amor al marido
    emigrado tiempo antes, la madre abandona a sus hijas, llevando al
    hijo varón, en el cuento "El
    tren de medianoche" de Syria Poletti. La escritora recuerda
    así este episodio: "En ese instante, momento en que mi
    madre me dejó para reunirse con mi padre en tierras de
    América, nacen el drama y la rebeldía, pero
    también la revelación de la soledad y su misterio.
    Fue como si de pronto se hubiesen abierto las compuertas de la
    vida adulta, y, al mismo tiempo, asomara la certeza de otro
    llamado. Al irse, mi madre respondía a un llamado
    ineludible. Yo también, con el tiempo, respondería
    a un llamado" (13).

    Santo Oficio de la Memoria es
    la novela de
    Mempo Giardinelli que obtuvo en 1993 el Premio Rómulo
    Gallegos. En ella narra, por boca del hijo mayor, las
    circunstancias en las que Antonio Domeniconelle y parte de su
    familia
    tuvieron que emigrar: "Padre y madre vinieron de Italia porque
    allá éramos muy pobres. Muy pobres. Más
    pobres que toda la pobreza que
    hayas visto" (14). Veinticinco años después
    llegaron a la Argentina, per fare l’América, los
    abuelos abruzzeses de Eduardo Mignogna, escritor que
    mereció el Premio Emecé 1998/9 por La Fuga
    .(15).

    En un reportaje a Antonio Dal Masetto, se señala
    cuál fue la razón que lo trajo a América:
    "Después de la Segunda Guerra Mundial,
    la subsistencia se puso difícil en Italia y la familia
    emigró en 1950 a nuestro país" (16). En otro
    reportaje, se narra que "Narciso Dal Masetto llegó a la
    Argentina en 1948 desde Intra, un pueblo alpino italiano a los
    pies del lago Maggiore. Huía de los estragos de la guerra.
    Dos años después arribaron su mujer,
    doña María, y sus hijos, Rita y Antonio
    César" (17).

    Los inmigrantes "Venían a sobrevivir
    –escribe Jorge Riestra-, a intentar vivir una vida mejor, a
    hacer fortuna, por qué no, algo les habían contado
    de la generosidad de estas tierras, de la abundancia que
    desbordaba en las manos de quienes la trabajaban. Cuando se les
    hablaba del Nuevo Mundo, ellos pensaban en un mundo nuevo. Lo que
    les esperaba era el Hotel de Inmigrantes y luego la ciudad, las
    ciudades, y en las ciudades la dispersión, el enigma de
    las calles y de la gente, qué comerían y
    dónde dormirían" (18).

    En Italia fascinaban los relatos de quienes regresaban
    de América. Lo narra Edmondo D’Amicis, en La
    maestrita de los obreros. Al ir a dar su clase, la protagonista
    encuentra que "Faltaba esa noche más de una docena de
    alumnos. La maestra investigó las razones de la ausencia,
    y supo que habían ido, con muchos otros, a pasar la velada
    en un establo, donde un viejo aldeano, de vuelta de
    América, un espíritu jovial y extraño,
    había invitado a medio arrabal para relatarle la historia
    de sus aventuras" (19).

    Nora Ayala relata: "El tío de Luigi había
    estado en
    América, donde había muchos italianos, todos ricos,
    por lo menos para el parámetro del paese y cuando
    volvía a Bagnasco entre un viaje y otro, encantaba a
    amigos y parientes con los relatos de esos mundos lejanos y
    maravillosos. La vida de los contadini era penosa y se trabajaba
    desde que salía el sol hasta que
    se ponía, de lunes a lunes, sin ninguna esperanza de
    cambio,
    solamente para comer" (20).

    Parte de Italia el matrimonio
    Vairoleto con su primogénito, porque "en aquella
    región las posibilidades de prosperar eran muy escasas
    para los aldeanos pobres, y Vittorio concibió el proyecto de ir a
    América. Algunos emigrantes, incluso un cura que
    había estado en la parroquia de la villa, escribían
    enviando noticias favorables desde la Argentina, un país
    donde hacía falta mano de obra y eran bienvenidos los
    labriegos italianos para poblar las colonias agrícolas.
    Ilusionados por esas perspectivas, Vittorio y Teresa se
    dispusieron a marchar al nuevo continente con su bebé
    recién nacido" (21).

    De la nueva tierra, en la que tanto ha prosperado,
    vuelve a Italia uno de los emigrantes, en Guido, novela de
    Andrés Rivera. El hombre
    afirma: ""Acá, nada más que mujeres… Soy un
    indiano que está de visita, y al que le gustan las mujeres
    intrépidas" (22).

    Para muchos, la vida en América no tenía
    que ver con cuanto habían soñado . En "La conquista
    de Buenos Aires", de Enrique Loncán, Cicerón vuelve
    a la vida en el siglo XX y emprende un viaje del que se
    arrepentirá amargamente. Estas palabras lo impulsaron a
    realizar la travesía: "más allá del Atlante
    existe una ciudad nueva, maravillosa, pletórica de
    esperanzas. Es la tierra prometida de los inmigrantes, la meta de los
    destinos fantásticos y las riquezas fabulosas. Se cuentan
    por millares los hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron
    fortuna… ¿Por qué no la harías tú
    también, Marco Tulio Cicerón, que llevas en tu
    sangre lo
    más puro de la raza latina y en tu mente todo el genio de
    la estirpe inmortal?" (23).

    En El laúd y la guerra, Martina Gusberti evoca el
    engaño de que fueron víctima los italianos que
    fundaron Resistencia. La
    ciudad "fue fundada por un puñado de inmigrantes italianos
    que, remontando el Río Negro y traídos por empresas
    contratistas con el señuelo de poblar tierras
    fértiles y prósperas, hallaron en cambio
    terrenos ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados
    de mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878, durante un verano
    abrasador. Se dice que los colonizadores estuvieron varios
    días en el barco sin querer aposentarse en esa tierra
    inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia, no
    tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias"
    (24).

    Juan Faccioli, pionero friulano, narra también un
    episodio relacionado con la colonización chaqueña:
    "Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se
    enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del
    Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por
    aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero
    luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y
    aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una
    colonia que se formaría al otro lado del arroyo El Rey"
    (25).

    Hubo otros motivos que llevaron a quienes emigraron a
    tomar una decisión tan difícil. La protagonista del
    film Herencia,
    dirigido por Paula Hernández, "es una inmigrante italiana
    que llegó a la Argentina tras la Segunda Guerra
    Mundial. Aunque nunca pudo encontrar al hombre cuyos pasos
    seguía, decidió adoptar a Buenos Aires como su
    ciudad" (26). Un amor imposible
    causa la emigración de un italiano: "El mismo día
    en que Enrico se hizo cargo de la sastrería, el
    único auto de la villa se detuvo enfrente. El chofer
    entró: ‘La hija del Patrón se va a casar con
    un doctor de Zóppola, como él ha dispuesto; y
    aquí te manda este dinero a
    cuenta del traje de novia que le vas a confeccionar’.
    Enrico lo entregó y se embarcó. Para no ver
    jamás el mar viajó tierra adentro, hasta el centro
    de la Argentina; hasta su huerta, en medio de la manzana del
    medio del pueblo" (27).

    Motivos no faltaron. Tristeza sobró a estos
    hombres y mujeres que, un día, debieron dejar su tierra y
    embarcarse hacia un país desconocido, en el que se
    establecieron y del que, quizás, nunca pudieron
    regresar.

    Notas

    1. Cirigliano, Gustavo: "Disquisiciones tangueras", en
      El Tiempo, Azul, 30 de septiembre de 2001.
    2. Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos
      Aires, Vinciguerra, 1996.
    3. Poletti, Syria: "Agua en la
      boca", en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada,
      1977.
    4. De Benedictis, Ana María: "El desarraigo", en
      El Tiempo, Azul, 24 de marzo de 2002.
    5. Roca, Agustina: "Historia de vida", en La Nación Revista, 12
      de julio de 1978.
    6. Ingberg, Pablo: "El amor a
      los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de
      1999.
    7. Patat, Alejandro: "El país de los
      sueños perdidos", en La Nación, Buenos Aires, 28
      de abril de 2002.
    8. Gaffoglio, Loreley: "El teatro me
      contuvo", en La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de
      1998.
    9. Malaparte, Curzio: La piel..
      1949.
    10. Aubele, Luis: "A boca de jarro", en La Nación,
      23 de junio de 2002.
    11. Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante.
      Santiago de Chile,
      Edición del autor, 1987.
    12. García, Griselda. Poema
      inédito.
    13. Fornaciari, Dora: "Reportajes periodísticos a
      Syria Poletti", en Taller de imaginería. Buenos Aires,
      Losada, 1977.
    14. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos
      Aires, Seix Barral, 1991.
    15. Mignogna, Eduardo: "Destinos cruzados de un libro y una
      vida", en Clarín, Buenos Aires, 19 de noviembre de
      2000.
    16. Roca, Agustina: op. cit.
    17. Gaffoglio, Loreley: "¿Cómo me explico y
      me cuento?", en La Nación, Buenos Aires, 9 de septiembre
      de 2001.
    18. Riestra, Jorge: Las voces de la
      ciudad.htm.
    19. D’Amicis, Edmondo: . La maestrita de los
      obreros. Buenos Aires, Anaconda.
    20. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de
      historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.
    21. Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y
      leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta,
      1999.
    22. Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el
      Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
    23. Loncán, Enrique: "La conquista de Buenos
      Aires", en Cuentos y
      esquicios. Buenos Aires,
    24. Gusberti, Martina: op. cit.
    25. S/F: "Friulanos sobre el Paraná", en La
      Nación Revista,
      Buenos Aires, 29 de julio de 2001.
    26. Ormaechea, Luis: "Con ánimo de conciliar", en
      Herencia de
      Paula Hernández.htm.
    27. Cassini, José Luis: "El mar en los ojos", en
      Rotary Club de Ramos Mejía. Comité de Cultura.
      1994.

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