¿Quién dice que solo los padres de
familia pueden
dar el ejemplo en el hogar? Cecilia Tejada, una joven de
Aguilares, se ha convertido en el ejemplo de sus hermanos y su
comunidad
Los padres de "Ceci" cayeron en las garras del alcohol y ella
tuvo que asumir la carga del hogar como una mujer "hecha y
derecha". Ahora, sus hermanos estudian, juegan y gozan de un
hogar.
Con el apoyo del Programa
País Joven de la Secretaría de Nacional de la Familia
(SNF), Tejada, no sólo sacó adelante a su familia
desde el punto de vista económico, sino que ha logrado que
—al menos su mamá—, deje la bebida.
Según los funcionarios del Programa, el caso de Ceci
llamó la atención porque a pesar de su juventud, la
chica se armó de suficiente valor y
madurez para no dejar que su hogar se destruyera por el
alcohol.
Viendo la situación del hogar "color de
hormiga", Cecilia no tuvo más remedio que
ingeniárselas para aprender el oficio de costurera,
apoyada por el Programa País Joven y de esa forma
logró mantener a sus hermanos.
Ahora, Ceci estudia y trabaja para la manutención del
hogar, contando con el apoyo de su madre.
Tejada es una de las miles de muchachas y muchachos que se han
integrado a este programa, obteniendo muchos beneficios.
Según un diagnóstico del programa que impulsa desde
hace dos años la SNF, las maras, la violencia
estudiantil y la prostitución, son los principales problemas que
aquejan a la juventud salvadoreña.
Tal diagnóstico fue preparado por los mismos
jóvenes, quienes participaron en un sondeo hecho por
técnicos de esa dependencia gubernamental.
Bessie Cabrera de Ayala, directora del Programa, dijo que con los
resultados del estudio se crearon cinco programas
dirigidos a ese sector. Estos planes abarcan desarrollo
vocacional, las relaciones
interpersonales, relaciones familiares, desarrollo
académico y uno denominado "Mi concepto",
expresión tomada de los propios chicos, quienes esbozaron
la forma de ver la vida desde su perspectiva.
El Programa cubre a unos 400 mil jóvenes y adolescentes
de 219 municipios de todo el país y, básicamente,
trabaja con jóvenes que no estudian en el sistema educativo
formal ni trabajan.
"Priorizamos actividades extra escolares, las escuelas en
vacaciones y escuelas de fines de semana", señaló
Cabrera.
Si bien, la SNF coordina el trabajo con
la juventud, el Programa País Joven suma los esfuerzos de
distintas entidades como el Ministerio de Salud
Pública, el de Educación, el
Ministerio del Trabajo, etcétera.
Los ausentes
Un 7% de los jóvenes consultados dijeron tener a sus
papás trabajando en el exterior El 4% tiene a su madre u
El 2% tiene a ambos padres u El 13% tiene a sus hermanos o
primos.
Cuando los padres están lejos del hogar
¿Cuál es el colmo de la rebeldía? …Vivir
solo y huir de casa. (chiste en un grafiti)
Obviamente esa no es la situación de miles de
salvadoreños que se han marchado al exterior (leáse
a Estados
Unidos) en busca de mejores horizontes.
Esta situación ha generado un fenómeno
relativamente nuevo: La desintegración de la familia con
su secuela negativa para la formación del joven.
Un 26 % de los jóvenes abordados por la CG dijo tener al
menos un familiar cercano fuera del país.
Para algunos científicos sociales, los problemas que
enfrentan los jóvenes se derivan de lo que ellos llaman la
destrucción del
núcleo familiar.
Al transformarse la familia, los jóvenes quedan a la
deriva. La desintegración familiar es un triste
fenómeno que tenemos en todos lados. Son las abuelas las
que tienen (a su cargo), cuatro, cinco, seis niños.
Esta una preocupación porque la familia es la base de la
sociedad, pero
si esa base no tiene raíces sólidas, estamos en un
problema", dice el antropólogo, Ramón
Rivas, docente de la Universidad
Tecnológica.
Rivas también reconoce que muchos de los padres que se
marchan lo hacen por la inseguridad
económica, al verse con un diploma y no saber qué
van hacer porque no hay trabajo. "A eso es a lo que más le
temen (los jóvenes) porque muchas veces las actitudes
violentas y la falta de comunicación de la gente es un problema
económico, es una frustación", dice Rivas.
El 13% de los jóvenes encuestados dijo que sus hermanos
están trabajando en el exterior.
La causa mayor de la desintegración social en el mundo es
la desintegración de la familia. Lamentablemente se ha
hecho más énfasis en el problema y en los culpables
que en hallar la respuesta y ayudar a restaurar los hogares
quebrantados. Sin embargo, aunque no lo parezca, hay esperanza.
La respuesta la tiene Dios nuestro Creador. Como buen Creador que
es, Él se encargó de que se produjera un libro en el
que incluiría el equivalente a un manual de
mantenimiento
del ser humano. Ese libro es la Biblia. Dios se
empeñó en que ese Manual estuviera al alcance de
todos para que cada uno de nosotros, fuera cual fuera nuestra
condición en la vida, pudiera acudir a él y
encontrar allí la solución. Al consultar el consejo
divino sobre la familia —esa institución sagrada que
Dios mismo estableció y a la que le da tanta importancia
en la Biblia— encontramos algunos factores clave que
están causando la desintegración
familiar.
Uno de los problemas más grandes en la familia de
hoy es la falta de respeto y de
comunicación que son elementos básicos en cualquier
relación exitosa. San Pablo nos aconseja: «Hijos,
obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo.
"Honra a tu padre y a tu madre —que es el primer
mandamiento con promesa— para que te vaya bien y disfrutes
de una larga vida en la tierra." Y
ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino
críenlos según la disciplina e
instrucción del Señor» (Efesios 6:1-4).
En realidad, tanto los padres como los hijos tienen
responsabilidades y deberes que deben cumplir para lograr una
buena relación y por lo tanto un ambiente
agradable en el hogar. Desde luego, la responsabilidad de los padres es mucho más
grande cuando los hijos son pequeños. Pero la
responsabilidad de los hijos aumenta a medida que se desarrollan
física,
intelectual y emocionalmente. Si bien es cierto que la adolescencia
presenta un gran reto tanto para los hijos como para los padres,
las siguientes normas
podrían ayudar a mejorar esa relación tan especial
e importante para todos los involucrados:
- Respete. El respeto, que no se demanda sino
que se gana, necesita ser mutuo. Los hijos respetarán a
los padres que les muestren respeto. Obedecer es reconocer la
autoridad.
La obediencia conduce directamente al amor y al
respeto. A los padres que deseen mejorar la relación que
tienen con sus hijos, en vez de señalar constantemente
sus errores, faltas e ineptitudes, les conviene estudiar sus
dones, talentos, habilidades e intereses a fin de ayudarles a
realizar sus sueños. - Escuche. El elemento clave de la buena
comunicación es saber escuchar y así ganarse el
privilegio de ser escuchado. No es simplemente oír lo
que la otra persona dice,
sino prestar atención con el deseo de
comprenderla. - Diga siempre la verdad, pero con amor, para que sea
edificante y no destructiva. Así inspirará
confianza que no puede faltar en una buena
relación. - Reconozca cuando ha cometido un error, una falta o
una ofensa, y pida perdón. - Cuando se trate de buscar un acercamiento, no espere
a que la otra persona tome la iniciativa; tómela usted
más bien. Lo más probable es que la otra persona
no sólo esté esperando sino deseando de todo
corazón
que usted la busque.
Debido a que el sacrificarnos por los demás no
está en nuestra naturaleza, las
relaciones
humanas se nos hacen difíciles, sobre todo en el
hogar. Sin embargo, Dios nos ofrece una respuesta por medio de su
Hijo Jesucristo. Él puede y quiere traer la sanidad que
nuestra vida y nuestro hogar tanto necesitan. ¡Cristo es la
respuesta!
Otro de los factores lamentables que conducen a la
desintegración familiar es el maltrato físico o
verbal del cónyuge o de los hijos. El que maltrata a su
cónyuge se maltrata a sí mismo (Efesios 5:28,29), y
el que maltrata a sus hijos maltrata a la herencia que Dios
le ha dado. «Los hijos son una herencia del SEÑOR,
los frutos del vientre son una recompensa» (Salmo 127:3).
Si vamos a seguir a Cristo, es imprescindible que dejemos de
maltratarnos y que nos amemos más bien, tal y como
Él nos amó a nosotros. Él se dejó
maltratar para que dejáramos de maltratarnos unos a otros,
y entregó su vida para que entregáramos la nuestra,
hasta la muerte, por
amor (1 Juan 4:7-11).
Es sumamente importante que la familia que padece de tal
abuso busque ayuda antes de que suceda una desgracia, incluso la
desintegración del hogar. Tanto las personas maltratadas
como los agresores sufren a raíz de la violencia
perpetrada, y por lo tanto necesitan buscar ayuda como familia.
Sin embargo, cuando el agresor no está dispuesto a buscar
la ayuda que necesita, el cónyuge y los hijos deben
alejarse de él para estar libres del peligro. Es, desde
luego, mucho más factible recibir la ayuda apropiada si
uno vive en un lugar que tiene recursos
dedicados a prestarla. Sin embargo, el que no tenga a su alcance
ayuda profesional puede acudir a una iglesia en
busca de ayuda. Dios está en todo lugar; si clamamos a
Él, podemos tener la seguridad de que
Él vendrá en nuestro auxilio de alguna forma u otra
(Salmo 46:1). El Juez de toda la tierra nunca
es partidario de la injusticia, tal como el abuso o maltrato de
cualquier ser humano creado a su imagen y
semejanza (Génesis 1:26,27; 9:6; 18:25; 2 Crónicas
19:7).
El primer vínculo familiar que debemos fortalecer
es horizontal: el del matrimonio. De
él depende toda la familia. Debemos, pues, acercarnos a
nuestro cónyuge, manifestándole amor y
comprensión. El esposo debe amar y cuidar a su esposa, y
la esposa debe aceptar al esposo como cabeza del hogar (Efesios
5:33; Colosenses 3:18-19). La armonía conyugal es algo que
obtenemos con esfuerzo. Viene cuando determinamos hacer a un lado
el egoísmo.
El segundo vínculo que hay que fortalecer es
vertical: el de los hijos. Tenemos que aprender a mostrarles amor
y a imponerles disciplina de una manera equilibrada. Nuestros
hijos necesitan saber que no los amamos por lo que hacen sino
porque son nuestros hijos. Y necesitan aprender que hay que
respetar ciertas leyes, y que
mamá y papá tienen la responsabilidad de imponer la
disciplina, por amor y con amor, cuando lo consideran
necesario.
El tercer y último vínculo que nos urge
fortalecer por ser el más importante es vertical al igual
que el segundo. Se trata del vínculo espiritual, el que
establece que en nuestro hogar Dios ocupa el primer lugar. Si
fortalecemos este vínculo, nos ayuda a mantener fuertes
los otros dos. En cambio, si lo
descuidamos, corremos el riesgo de que se
debiliten.
Nuestros hijos necesitan conocer la Biblia. Deben
alimentarse de ella a diario así como se alimentan
físicamente, mediante la lectura
personal y
familiar. De lo contrario, llegan a ser endebles
espiritualmente.
Así mismo, nuestros hijos necesitan ejercitarse en la
oración. Ésta también forma parte de nuestra
dieta espiritual cotidiana. Al igual que la lectura de la
Biblia, debe practicarse tanto en privado como en familia.
Por último, nuestros hijos se fortalecen espiritualmente y
se mantienen fuertes si combinamos el estudio de la Palabra de
Dios con la oración. A esto algunos lo llaman un tiempo
devocional, y otros, el altar familiar. Durante estos tiempos
espirituales, de ser posible todos los días, la familia
entera se reúne unos minutos para leer y comentar un
pasaje de la Biblia, seguido de oración en conjunto. No
debemos preocuparnos tanto por que estas reuniones sean largas
como por ir creando una tradición espiritual en nuestro
hogar. Es más, tal vez sea mejor que las abreviemos, no
sea que arriesguemos innecesariamente la continuidad de la
tradición.
Recordemos que fue Dios quien estableció la magna
institución que conocemos como la familia. Si no lo hemos
hecho, entreguémosle nuestra vida y nuestro hogar a
Él para que nos ayude a contrarrestar la
desintegración familiar que está plagando todas las
sociedades del
mundo. Cristo no sólo quiere ser el Señor y
Salvador de nuestra vida, sino que desea posesionarse como
Señor y Salvador de nuestra familia y de nuestro hogar
(Hechos 16:31). Basta con que le pidamos que lo haga para que
suceda, y así reine en nuestro hogar en pro de una familia
íntegra.
Autor:
Guadalupe de Muñoz