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Imaginando una literatura posible. El 1898 en la literatura menor.




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    Indice
    1.
    Introducción

    2. De la idea de los dos
    caminos

    3. Asimilar y modernizar: Dos versiones
    del contacto

    1.
    Introducción

    "¡ay, Dios mío, sí, la memoria del
    asco es mayor que la memoria de la
    ternura!"
    Milan Kundera,
    El libro de la
    risa y el olvido (1978)
    A pesar de todo lo que se ha dicho del 1898
    puertorriqueño, se me antoja que todavía se le
    sigue observando a través de un cristal opaco que no
    permite la visibilidad que yo quisiera respecto de un
    fenómeno de tanta trascendencia. Personalmente debo
    confesar que aprendí mi primera versión de aquella
    invasión de un testigo de ella que en ese entonces
    tendría alrededor de nueve años. Cuando yo
    crecí pude darme cuenta de todo el respeto y todo el
    miedo que él sintió cuando las tropas americanas
    pasaron cerca de la finca de su padre rumbo a Hormigueros.
    Venían de Yauco, San Germán e iban rumbo a
    Mayagüez y el Guasio.
    Pero también percibí todo el descrédito en
    que aquel niño, anciano ya cuando me contaba esas cosas,
    tenía a Luis Muñoz Rivera y a Práxedes Mateo
    Sagasta como símbolos de un poder
    envejecido, de un pasado remoto y superado al cual no
    quería regresar. Y supe la ancestral gracia
    caribeña con que recordaban cerca de mi casa, en el
    barrio, el encontronazo verbal entre Mateo Fajardo, el líder
    anexionista, y el cura González, el sacerdote de raigambre
    hispana de la Iglesia de la
    Monserrate. Aquel testigo se llamaba Manuel Sepúlveda
    Morales y era mi abuelo.

    Después la aprendí en los libros, con la
    pasión de quien toca algo que se ama. Transformada en
    historia
    llegó a perder algo de su encanto, atrapada en los
    laberintos de la lógica
    posible. La multiplicidad de significados del 1898 sorprende al
    curioso. Lo que para los Estados Unidos
    fue la consolidación de los viejos proyectos
    monroístas nacidos en la década de 1820, y la
    demostración cabal del papel que la
    Divina Providencia les había encomendado en el juego de las
    relaciones
    internacionales; para el Caribe en general y para Puerto Rico en
    particular significó la fijación de este territorio
    como la nueva frontera del poder
    norteamericano. Fueron Alfred T. Mahan y Theodore Roosevelt los
    que se encargaron entre 1890 y 1904, de darle sentido a esas
    relaciones desde la perspectiva del país del norte. El
    1898 estadounidense fue el momento de un triunfalismo
    cuestionable pero avasallador que convirtió a aquel poder
    en parte, policía y juez del orden de las
    repúblicas y territorios del sur por medio del
    Caribe.

    Para España el
    1898 planteó la reverente necesidad de una
    reevaluación del pasado. La pérdida de los
    últimos reductos de uno de los imperios más grandes
    de la historia de la
    humanidad a manos de un poder "bárbaro" y ensoberbecido de
    raíces sajonas y protestantes, fue la simiente de una
    refrescante revisión que encontró excelentes voces
    en José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno y aun,
    diría yo, en el castellanismo lírico de un Antonio
    Machado. La revisión podía darse mirando hacia
    "adentro", o pasando juicio sobre el papel de las
    masas en el mundo llamado moderno que España
    apenas comenzaba a tomar por asalto cuando entraba en crisis, o
    pensando en la relación de España con el resto de
    Europa. Pero
    tenía que pensarse imaginando el destino y el papel de una
    España derrotada en el siglo porvenir, este siglo XX que
    me ha correspondido ver terminar para hacerme preguntas
    similares.
    Para Puerto Rico el
    asunto era distinto. El país no perdía ni ganaba.
    En última instancia era lo ganado o lo perdido por otros y
    ya eso llamaba a confusión. La guerra entre
    España y los Estados Unidos,
    desde la declaración de guerra hasta
    el retiro de la última tropa española, había
    sido inventada de un modo coherente en la prensa colonial
    para que la gente tuviese una impresión concreta del
    enemigo y del imperio español, y
    unas nociones específicas de qué eran los insulares
    en el contexto de su relación con España. De hecho,
    me temo que el Boletín Mercantil, La democracia, El
    País, La Gaceta, El liberal, entre otros, coincidieron en
    la creación de una imagen
    equívoca de los Estados Unidos, y coincidieron
    también en la necesidad de fortalecer unos lazos con
    España y una imagen de una
    España invencible y poderosa que sólo cabía
    en la mente enferma de un militar enajenado o en la de un soldado
    que pensase que honor y machetes era suficientes para hundir el
    "Gloucester".

    Reducir, sin embargo, la imagen del 1898 en Puerto Rico
    a polaridades aceptables es tarea de magos o de atrevidos
    inventores. Como yo, para bien o para mal, me considero un poco
    de ambas cosas voy a intentar una, amparado solamente en el
    mito de la
    literatura y en el de la historia, las dos grandes hermanas
    germanas.

    2. De la idea de los dos
    caminos

    Yo creo que el 1898 puertorriqueño ha sido
    sentido y analizado por las dos rutas en que desemboca un curioso
    camino bifurcado. La teoría
    y la ciencia son
    siempre amigas de este tipo de conclusiones porque ello le sirve
    para facilitarse el problema de enfrentar la vida real. Por un
    lado encuentro la ruta que conduce a enfatizar las
    discontinuidades, las rupturas, las agonías, los cambios
    de cielo, las noches tristes que impusieron la llegada del
    invasor aquel 25 de julio. La variedad de las metáforas de
    la tragedia puede ser infinita. Hablar de la alteración en
    la ruta de la historia insular que significó el 1898
    cuando hacía apenas seis años se había
    celebrado con alguna euforia cívica el Cuarto Centenario
    del Descubrimiento de
    América y Puerto Rico, fue quizá el lugar
    común más notable de las generaciones de pensadores
    puertorriqueños que inventaron sus propias versiones para
    la afirmación de lo nacional bajo el ala protectora de una
    hispanidad, hispanismo o hispanofilismo imprescindibles a una
    cultura de
    resistencia.

    Cualquier lectura
    detenida de los intérpretes de lo nacional de la
    generación de 1910, la que se debatió entre los
    modernismos hispanoamericanistas, los romanticismos
    tardíos y las vanguardias renovadoras; de la
    generación de 1930, la que se impuso la tarea de responder
    la pregunta del origen del ser insular; y la del 1950, que
    creyó concretarlas en una fórmula mágica,
    las tres razas abiertas a lo nuevo del siglo XX; traducen un
    protagonismo de lo hispano que para muchos es todavía el
    único elemento que mantiene a la cultura
    nacional anclada en la convicción de que es "otra" y
    "distinta". Aquel 1898 construido sobre la imagen de la nostalgia
    por un pasado perdido o el de un doloroso cambio,
    sobrevive desde la Crónica de la Guerra Hispanoamericana
    (1922), y aun antes, hasta buena parte de la
    historiografía del protestatario 1960 y del cuestionador y
    cientificista 1970.

    Por otro lado encuentro una ruta que conduce a enfatizar
    las continuidades, los elementos en común, los puntos de
    contacto entre el ser social insular y el estadounidense a
    través del 1898 y en la cual las rupturas que hacen de la
    historia un cínico o afiebrado antes y después se
    desmadeja día tras día. De hecho la historia
    común de estos dos países, Puerto Rico y Estados
    Unidos, desde el siglo XVIII es un asunto innegable. Ya Arturo
    Santana, Arturo Morales Carrión, Gervasio L.
    García, Manuel Moreno Fraginals, Philip Foner, entre
    otros, han demostrado que sería una inmensa ficción
    pensar que el 1898 fue un acto sorpresivo y sin antecedentes en
    un remoto pasado. Por eso resulta a veces gracioso el
    protagonismo que se autoimpusieron personas como José
    Julio Henna y Roberto H. Todd, en el proceso de
    "traer la guerra a Puerto Rico".

    Un lazo que se llamó caña de azúcar
    y economías agro-exportadoras, mantuvo ligados a ambos
    territorios durante el siglo XIX y el siglo XX. Además una
    imagen, la de los Estados Unidos como refugio de un exilio
    político y de una emigración económica es
    patente, a pesar de las reservas que provocó
    ocasionalmente, en los documentos de
    Ramón E.
    Betances, Segundo Ruiz Belvis,, José F. Basora,
    José Martí, Tomás Estrada Palma, José
    Julio Henna, Bernardo Vega, Arturo Alfonso Schomburg, por
    sólo mencionar un puñado al azar.

    Las continuidades de la historia chica, puestas en
    planta por el historiador Fernando Picó en la
    década de 1980, también han despertado la
    curiosidad de los historiadores jóvenes. Los
    tránsitos del poder a nivel local antes y después
    del 1898 no parecen haber representado un problema mayor para sus
    ejecutores. Las élites locales, que antes de la
    intervención americana eran pro-españoles confesos,
    terminaron pronto del lado de los vencedores disfrutando de los
    mismos privilegios que les había garantizado el antiguo
    régimen. Sobre ese asunto he trabajado personalmente en la
    zona oeste y mi única sorpresa fue lo quebradiza y
    frágil que podía ser una fidelidad nacional ante la
    presencia de un nuevo poder. Por último, la
    situación del ser humano común antes y
    después del 1898, muestra
    lamentables paralelos de miseria y opresión hasta muy
    entrado el siglo XX que nadie puede tampoco pasar por alto. Lo
    que quiero decir es que en la vida cotidiana, una bandera arriada
    y otra puesta, un acto heroico de Illescas en Coamo o de Cervera
    en altamar, o un Eduardo Lugo Viñas al frente de los
    "Porto Rican Scouts" tienen un significado distinto que en el
    tablero del historiador o del poeta.

    Si las gentes hablaran a través del discurso de
    sus intelectuales, su élites o sus líderes, el
    problema se podría resolver por medio de una
    revisión crítica de la literatura, la escritura y el
    discurso que
    hemos canonizado como el que significa la nación
    puertorriqueña. El asunto tal vez podría limitarse
    al complejo juego
    metafórico generacional que construyeron aquellas
    élites para expresar sus desavenencias con lo nuevo del
    siglo XX o, por qué no decirlo, sus avenencias que
    también fueron muchas y significativas. Lo que sucede es
    que continuidades y discontinuidades facilitan la evasión
    hacia esferas y terrenos extraños y no permiten al
    analista escuchar las "otras voces" de la nación.
    Hoy yo sólo quisiera compartir mi percepción
    acerca de algunas de esas "otras voces" caminando la ruta alterna
    de esa literatura no canónica que muy poca gente
    mira.

    3. Asimilar y modernizar:
    Dos versiones del contacto

    Cuando pienso la cultura puertorriqueña del
    cambio de
    siglo y el impacto de aquel momento sobre el hacer cultural
    forzosamente debo deslindar mínimamente el campo de
    trabajo. La cuestión liminar radica en tratar de definir a
    través de la literatura menor los niveles de
    comprensión que el pueblo o la gente tenía de los
    Estados Unidos antes y después del año 1898; y
    sintetizar el sistema de
    interpretaciones y reacciones ante la invasión hasta donde
    sea posible. Para ello no voy a depender de la literatura
    canónica, de aquélla que se ha impuesto como la
    coordinadora de los significados de lo nacional en las excelentes
    obras de Carmen Gómez Tejera, Francisco Manrique Cabrera,
    Luis Hernández Aquino o Josefina Rivera de Alvarez, entre
    otros. De hecho, el asunto no representaría un dilema
    mayor porque en estas interpretaciones los acuerdos son
    más notables que los desacuerdos.

    De lo que se trata es de mirar esa otra
    expresión, llámese menor, marginal o
    no-canónica que imprimió otros significados no
    sólo al fenómeno de lo histórico en general
    sino al 1898 en particular. Tal vez mi verdadera intención
    es revisar una versión semi-silenciada de la vida, un
    discurso obscurecido por el tiempo que, como
    el testimonio del abuelo quedó atrapada entre los
    borgianos laberintos del olvido que son los laberintos en que
    encuentras a la gente y tratas de responder a la pregunta de por
    qué está allí. No se trata ni significa, en
    consecuencia, que me voy a centrar en la literatura de una clase
    social como la obrera; o en la que la cronología impone
    como literatura de la transición porque maduró
    alrededor del cambio de siglo. De hecho, mucha de ella no hizo
    caso del 1898 o simplemente no enfatizó en él tanto
    como el testimonio o la crónica periodística.
    Tampoco se trata de encarcelar la literatura en las trampas de
    los géneros tradicionales. Testimonio, discurso
    histórico, crónica periodística: todo puede
    ser de utilidad para lo
    que me propongo.

    Yo creo que el Puerto Rico de principios del
    siglo XX se caracterizó por la consolidación de
    toda una red de
    posiciones contradictorias visto el asunto de la
    definición de lo nacional ante el mundo. Conceptualizar la
    nación dentro de unos parámetros tradicionales y
    que a la vez se ajustaran a las apetencias del siglo se
    convirtió en la meta de un
    significativo sector de los intelectuales. Urdir el canon, como
    quien ritualiza o domestica, fue, en cierto modo, la meta de un
    siglo que todavía confunde a pesar de que muere delante de
    todos nosotros.

    Una lectura del
    "Diario…" y de la Crónica de la Guerra Hispanoamericana
    (1898 / 1922) de Angel Rivero Méndez no le deja duda al
    lector respecto a todo el magnánimo respeto que
    despertaron las tropas de los Estados Unidos entre los soldados
    españoles y puertorriqueños, especialmente
    después del bombardeo de San Juan en mayo de 1898 y del
    desembarco del 25 de julio. Aquella actitud,
    honorable y honrada en cierto sentido, no condujo a la total y
    ciega aceptación de los códigos morales, culturales
    y éticos del vencedor.

    El 1898 planteó a las élites
    puertorriqueñas el asunto de una nueva relación de
    poder con el dueño del mismo. Hasta esa fecha, imperio y
    colonia podían considerarse como co-partícipes de
    un oscuro pasado europeo y americano que se hundía tras el
    velo de una Edad Media mal
    conocida, y conducía a unas míticas simientes
    indígenas. La "madre patria" y la "patria chica"
    idealizadas en las mentes de los amigos de España,
    servían de base ideológica a una relación
    firme en la cual la tradición y la comunidad de las
    estructuras
    espirituales estaban fuera de discusión. Ello no
    había impedido, sin embargo, el surgimiento de una
    generación anexionista en Puerto Rico y el este y el
    sureste de los Estados Unidos que sirvió, según
    algunas versiones, de apoyo a los invasores del 25 de
    julio.

    A nadie debe sorprender, por lo tanto, el lenguaje
    aparentemente nacionalista, comprometido, esperanzador y confiado
    que predominaba en la prensa, fuese
    autonomista o conservadora entre enero y febrero de 1898. "La
    obra del Gobierno
    será nuestra obra", decía El liberal del 20 de
    enero. La identificación de aquel foro autonomista con el poder era
    total. Para los ideólogos de El liberal, ellos eran el
    poder, tal y como insiste el viejo mito de la
    democracia
    plural y popular. Por eso el autonomismo se "halla pronto al
    sacrificio", como quien piensa que la lealtad que se inventa es
    suficiente garantía para el triunfo que se
    sueña.

    Del mismo modo, el hecho de que el Boletín
    mercantil publicara un artículo titulado "¡Viva
    España!" el 9 de abril, no debe causar algazara. Ese era
    uno de los foros de los incondicionales y del gobierno. Pero el
    que La democracia del 21 de abril, periódico
    que era la voz de Luis Muñoz Rivera y de los sagastinos en
    Puerto Rico, ofreciera "en cada puertorriqueño un soldado"
    en un documento titulado "Todo por la Patria", sí resulta
    patético. Resulta patético especialmente cuando al
    cabo de los años, el historiador está en
    posición de mirar los caminos múltiples que tomaron
    los autonomistas después de la invasión del 1898.
    La reverencia casi religiosa al heroísmo español,
    heroísmo también imaginado y construido durante
    cuatrocientos años de coloniaje, dio contra el muro de una
    modernidad
    avasalladora en 1898 para hacer de la lealtad a la nación
    un juego impredescible. El heroísmo americano se
    re-construiría bajo otros criterios muy distintos a los de
    la tradición hispánica.

    Lo que sucedió fue que el 1898 forzó a las
    élites a negociar un arreglo con aquel nuevo poder. Y en
    el arreglo las élites no estaban dispuestas a perder sus
    privilegios de siglos. Aceptar una fórmula de
    americanización no pareció, a la larga,
    problemático para los sectores de poder en la colonia.
    Después de todo, la definición que ellos le daban a
    aquel fenómeno se circunscribía a los cambios
    materiales, al
    progreso económico, a la modernización que los
    Estados Unidos significaban para Puerto Rico, El Caribe y el
    mundo, y eso nadie iba a rechazarlo en 1898. El "progreso" era
    uno de los preceptos consagrados en el lenguaje de la
    política y
    la economía
    de la época lo mismo entre conservadores que entre
    liberales, llámense ortodoxos, puros o liberales.
    "Progreso" y "orden" iban de la mano en el discurso del poder. La
    verdadera apostasía hubiese sido no ser un amigo de estos
    principios en
    el siglo del "progreso".

    Lo que parecía difícil negociar era el
    proyecto
    cultural paralelo de algunos que pretendían que la
    americanización así entendida, y la
    asimilación cultural a los Estados Unidos eran asuntos
    inseparables. Dos de los autores mas evidentemente comprometidos
    con este tipo de proyecto fueron
    Paul G. Miller, el historiador, y Juan B. Huyke, el pedagogo y el
    polígrafo. Miller y Huyke coincidieron en la construcción, en las décadas del
    1920 y el 1930, de una literatura de fines pedagógicos y
    edificantes que la tradición canónica ha
    despachado, a veces, con suma facilidad por su trasfondo
    abiertamente americanizador y asimilista. Esos compromisos,
    evidentes en la vida política de ambos, no
    impidieron su convivencia ideológica con la realidad del
    campo que ya había sido tomada como la mejor
    traducción de lo nacional por sus
    coetáneos.

    "Morse" (1925) y "Lincoln, padre" (1925), pensados desde
    Puerto Rico al lado de "Hostos" (1925) por Huyke; o un "Cuento de
    Santa Claus" (1925) del mismo autor totalmente distinto del
    "Santa Cló va a la Cuchilla" de Abelardo Díaz
    Alfaro, son elementos que hablan de una ideología mas compleja que la que se han
    inventado las polarizaciones simplistas.

    Un texto de
    Matías González García, el gran expositor de
    un jibarismo literario que pululaba entre el romanticismo
    tardío y el realismo
    atenuado de Manuel Zeno Gandía aclara, me parece, lo que
    pretendo decir. En su relato "A raíz de la
    invasión" (1922), el autor parodia la actitud de
    Cornelia Azafrán y Pancho Rasqueta, dos jíbaros de
    su pueblo, Gurabo, que querían hablar y escribir en
    inglés.
    Al sugerirse el tema de la relación de Puerto Rico con los
    Estados Unidos, el poeta es definitivo: "De esa manera me
    resisto". González García traduce una actitud
    significativa: se podía transigir con la
    americanización material del país -la
    modernización y el progreso- pero difícilmente con
    la asimilación cultural de la tierra. La
    actitud no es aislada ni inexplicable. Desde 1898 los
    "vocabularios" tales como el "Idioma inglés
    en siete lecciones", los periódicos, los rótulos y
    el interés
    en aprender aquel lenguaje se
    multiplicaron en ciudades como San Juan y Mayagüez. Pero en
    Ponce también, por otro lado, yo sé que hubo
    escuelas de español para soldados americanos, como lo fue
    la casa de la familia de
    Olivia Paoli Vda. de Braschi en la cual, por un dólar
    diario, se enseñaba el español elemental a los
    llamados conquistadores.

    Las formas de la resistencia son
    múltiples, como puede observarse. Antonio Oliver Frau,
    cuentista descendiente y traductor de las posturas de un sector
    cafetalero derrotado, es capaz de reconocer esa derrota el "La
    simiente roja" (c. 1938). Una sola frase, "¡Nos echan!",
    sirve para comprender la sensación de abandono que permea
    todo aquel libro de
    relatos titulado Cuentos y
    leyendas del
    cafetal (1938). Lo que sucede es que a veces Oliver, yaucano
    olvidado, evade el lenguaje
    colorido y jibarista para levantar un proyecto que aún
    provocaba temor en 1938: el de un populismo de
    corte socialista y planificador que tradujera las mínimas
    aspiraciones de las masas a la dignidad. Tuerce ese lenguaje para
    ponerlo al servicio de la
    causa que representa: la de las víctimas del cambio de
    siglo y de la depresión.

    Ahora bien, lo que el historiador de la cultura descubre
    de inmediato es el hecho de que cuando la llamada "Madre Patria"
    desapareció en el horizonte de los puertorriqueños,
    se hizo necesario asignar un papel a los Estados Unidos en toda
    aquella urdimbre cultural nueva. La distancia entre "nosotros" y
    "ellos" era patente. La necesidad de explicar un tutelaje de
    categorías distintas al hispánico, y de hacer
    comprender a la gente por qué personas como Eduardo Lugo
    Viñas o Mateo Fajardo Cardona eran anexionistas,
    también era un tema complejo. Más difícil
    fue explicar el que individuos como Luis Muñoz Rivera,
    José Celso Barbosa, Rosendo Matienzo Cintrón o
    Rafael López Landrón, con todo el mosaico de ideas
    que representaban, habiendo sido sinceramente amigos de
    España antes del 1898, siendo sinceramente amigos de los
    Estados Unidos después del 1898, seguían
    soñando con la maduración definitiva de una "Patria
    Regional" distinta a la de la gente del norte.

    Yo recuerdo que ya para el año 1912, cuando la
    paciencia de algunos se había agotado, pienso en Matienzo
    Cintrón, López Landrón y Luis Lloréns
    Torres, entre otros; y se fundaba el natimuerto y variable
    Partido de la Independencia,
    una caricatura del periódico
    capitalino El tiempo del 6 de
    febrero, demostraba que la imagen que aquel foro se había hecho era que
    los Estados Unidos veían al país como una barahunda
    de "Muchos pobres juntos…" reclamando sin sentido ni orden el
    reconocimiento de ese espíritu regional. La presencia de
    un gigantesco Tío Sam tratando de ordenar el caos
    ideológico resulta soberbia. ¿En qué se
    habían convertido los Estados Unidos sino en la
    "Nación Adoptiva" de la cual había que esperar la
    especial dádiva del orden y el progreso
    soñados?

    El honor o el compromiso o el valor de la
    "Patria Regional" que fue uno de los ideales de José Celso
    Barbosa, quizá el anexionista de corte popular más
    significativo del siglo XX, no está en entredicho desde mi
    punto de vista. Después de todo, él tampoco
    transigió con aquella burda asimilación cultural
    que en Puerto Rico no fue el lugar común de muchos. Los
    significados de la americanización como proyecto y los de
    la asimilación estaban descaminados
    evidentemente.

    Cuando pienso en el 1898 tal y de qué modo se
    vierte en el contexto de lo que llamo literatura menor o
    no-canónica me sorprenden, por otro lado, ciertas
    tendencias que hablan del impacto del pueblo americano sobre un
    Puerto Rico profundamente hispanizado en el sentido que ese
    concepto
    podía tener a fines del siglo XIX. Si una voz como la de
    Angel Rivero Méndez, testigo y puertorriqueño,
    había hecho todos los esfuerzos por destacar el carácter
    bélico, castrense y militar de aquel proceso desde
    una perspectiva española, las tendencias de otras voces
    eran totalmente distintas. Claro que a Rivero Méndez le
    iba el honor en el relato y ese no era el caso de muchas de las
    otras voces. Para Rivero Méndez, Voluntario e
    incondicional, la necesidad de salvar ese honor y el valor de sus
    soldados estaba por encima de todo. La guerra como tal
    tenía que ser salvada para que él se salvara como
    soldado.

    Esa no fue la forma de ver el proceso de otros testigos
    de la época. Luis Sánchez Morales, miembro del
    gabinete autonómico como subsecretario de hacienda y autor
    del tomo De antes y de ahora (1936), tiende a trivializar el
    episodio bélico hasta transformarlo en una parodia de
    sí mismo. La teoría
    del "desembarco pacífico" contra "la invasión
    violenta" encuentra en estas versiones y narrativas un fuerte
    cimiento. El relato testimonial "El sombrero militar",
    curiosamente firmado el 4 de julio de 1933, es en gran medida el
    mejor ejemplo de ello. El honor de la milicia española es
    burlado cuando el sombrero, que debe representar la dignidad
    militar le queda grande a un soldado recién inventado para
    una guerra grande. El soldado es Sánchez Morales. El
    único héroe salvable para Sánchez Morales es
    el Capitán Frutos López, de Coamo, ser de quien "el
    espíritu de Don Quijote se
    posesionó" pero "todo tirando a Sancho". La paradoja es
    obvia es un héroe indeciso entre arieles.

    De lo que se trata es de una impertinente tendencia a
    reconocer, como Rivero Méndez, con cierta tonalidad
    cervantina y caballeresca, la "desigual lucha", según un
    texto de 1933;
    o la "desigual batalla", según otro de 1923. La derrota
    estaba escrita en el libro de la vida. Toda forma de resistencia
    es una resistencia a la manera de un Quijote mal entendido. La
    actitud quijotesca, para este tipo de testigo, es la del soldado
    que se sabe de antemano derrotado y aún así se
    enfrenta a su Carrasco.

    La parodia del heroísmo es evidente en el "El
    bombardeo" firmado el 9 de julio de 1933, relato en el cual el
    único personaje que se salva por su valor al continuar
    remando en medio de un chubasco de balas que no explotan, es el
    mulato Naguabo y este precisamente es el que no recibe el
    reconocimiento oficial del poder español. La España
    decadente, se sugiere, es incapaz de reconocer al verdadero
    héroe. Debo recordar que el Sánchez Morales que
    habla ha reevaluado su imagen de España y ha aceptado
    buena parte de los valores de
    los Estados Unidos. Es parte de una interesante generación
    de amigos de aquel país.

    El otro elemento, y esto me parece clave para entender
    el 1898 de la literatura menor o no-canónica, es que en la
    misma medida en que se desmerece el carácter
    bélico del episodio se tiende a folclorizar cada vez
    más un fenómeno de obvia trascendencia universal.
    Justificarlo no ha resultado difícil para muchos
    escritores. Amparados en la búsqueda de los héroes
    anónimos de la historia chica, también se pueden
    traicionar muchas cosas. Por eso a veces la literatura de
    Sánchez Morales pareció para los constructores del
    canon un dardo dirigido a desviar la atención de las llamadas "realidades
    reales".

    Esa trivialización es evidente en el lenguaje de
    otra testigo: Olivia Paoli Vda. de Braschi. A Paoli el 1898 le
    sirvió para tipificar las "pequeñas libertades" que
    habían representado los supuestos logros del Partido
    Autonomista Puertorriqueño en 1897. El paternalismo del
    americano aparece reflejado como espejo, también opaco, en
    el fantasioso maternalismo de Olivia quien terminó
    llamando a los invasores "My American boys". Tolerancia,
    respeto y miedo ante el "otro" aparecen en extraño
    entretejido en el discurso de esta curiosa mujer que, en
    última instancia, se encaminó hacia las rutas del
    ocultismo y la teosofía.

    Las versiones revisadas y otras como por ejemplo las de
    Roberto H. Todd o Bernardo Vega, inventan un 1898 cimentado sobre
    el criterio del episodio crucial y el personaje que se constituye
    en el eje central de un momento. Se trata de un procedimiento
    literario que invita a la reiteración y a la construcción de patrones protagonistas. La
    vuelta sobre el bombardeo de San Juan de mayo de 1898 y la
    utilización del mismo como un punto de contacto clave
    entre el león hispano y el águila yanki se hace
    evidente en Todd y Sánchez Morales. El mismo Todd, junto
    José Julio Henna, pretende constituirse en el "negociador"
    y el "intermediario" entre americanos y puertorriqueños.
    Desde mi punto de vista, lo único que queda claro en todo
    esto es que una cosa era Mateo Fajardo, el hacendado arraigado al
    valle de San Germán, y otra muy distinta el conspirador
    exiliado Roberto H. Todd.

    Por último, la tradición literaria de los
    años cincuenta, tan poco investigada en su ámbito
    menor o no-canónico, muestra unas
    tendencias que voy a apuntar someramente por lo curioso de las
    mismas. En la muestra, fundamentalmente textos del centro-oeste
    del país, se tiende a re-inventar un heroísmo que
    se reconoce el 1898 ha perdido desde la perspectiva de Puerto
    Rico y de España. Por eso es importante la lectura de
    La muerte
    anduvo por el Guasio (1960) de Luis Hernández Aquino. En
    este caso, debo aclarar, no se trata de un literato menor pero
    sí de una obra lastimosamente olvidada por la historia
    literaria tradicional. La "muerte" es
    muchas cosas pero sobre todo es "resistencia" a la
    múltiple agresión del otro.

    El deseo de reconstituir un pasado heroico se radica en
    personajes como Frutos, no el Frutos López de la
    resistencia de Coamo, sino el camarero de "La Mallorquina" que
    presenció el bombardeo y vivió para
    contárselo a José Arnaldo Meyners. Su
    heroísmo es su condición de testigo y su capacidad
    de recordar el cambio de siglo desde adentro del siglo que
    cambia. La nostalgia no abandona a este Frutos, como tampoco
    abandona la versión novelada de la invasión de
    Ernesto Juan Fonfrías en Raíz y espiga (1970).
    Fonfrías se duele y explica a través del texto.
    Pero ya su versión se ha ajustado al mundo social del 1950
    y, aunque él es un autor marginal, su obra no representa
    un reto real al proyecto que se urde desde el poder que es el
    proyecto cultural del populismo.

    ¿Qué concluir?
    Yo creo que la conclusión mas seria a la que se puede
    llegar, en todo caso, es a la misma propuesta con que iniciamos
    este comentario. Hay que volver sobre la crítica
    histórica de la literatura referente al 1898 desde una
    perspectiva más allá de la literatura
    canónica. Y ese retorno hay que hacerlo pensando en que la
    literatura no termina en la lírica o en la narrativa sino
    en que allí apenas comienza. La redefinición de los
    proyectos
    nacionales antes y después del 1898, la reevalución
    del papel jugado por ciertos sectores que siempre se han
    considerado ajenos a un proyecto nacional, también. Espero
    que estas palabras tengan alguna utilidad en ese
    sentido.

     

     

    Autor:

    Prof. Mario R. Cancel

    Catedrático Auxiliar
    Departamento de Ciencias
    Sociales
    Recinto Universitario de Mayagüez-U.P.R.
    URL http://ceci.uprm.edu/~mcancel/
    URL http://www.marcas1pr.net/
    URL http://www.geocities.com/todos_losgatos/

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