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Tactos en la Oscuridad




Enviado por gguizal



    Tactos en la Oscuridad.

    El penetrante hedor del humo del cigarro alcanza la
    puerta de entrada de la calle de aquella edificación en la
    que hay que tocar un timbre para ingresar a aquel lugar de
    encuentros sexuales entre hombres, sitio conocido por algunos
    heterosexuales que saben que todo aquel que espera a que le abran
    la puerta eléctrica, busca una experiencia sexual con otro
    hombre. Los
    hay casados, preferentemente heterosexuales y ocasionalmente
    homosexuales, bisexuales y exclusivamente homosexuales. Lo que
    los hace comunes e identifica entre sí es que van en busca
    de un contacto en la oscuridad, pero también asisten
    aquellos que les agrada ser vistos en la penumbra mientras
    insertan frenéticos a un compañero por
    detrás, y que no permiten ser tocados por los
    espectadores, sin embargo, existen los que no conformes con
    encontrar a un compañero con quien satisfacer sus deseos
    sexuales, se muestran permisibles para que los vouyeristas
    participen viendo del placer sexual del que disfrutan.

    Sexo, sexo y
    más sexo por
    sí mismo es lo que se encuentra en las múltiples
    habitaciones de la casona compuesta de varios niveles que conecta
    con otra antigua mansión en las inmediaciones de la
    colonia Roma. En aquel ir
    y venir de un espacio a otro, ambientado por la música transmitida
    por Radio Universal y
    de las pantallas de televisión
    que emiten exclamaciones alusiva al placer sexual y a la
    eyaculación, de pronto, en una de las obscuras y aromadas
    salas de donde se desprende un concentrado olor a semen, sudor,
    poppers, ( estimulante sexual inhalable), lubricantes y
    fragancias de reconocidas marcas combinadas
    con sudor, los lamentos se intensifican, brazos ansiosos y manos
    atrevidas se hacen presentes al contacto de cada nuevo cuerpo que
    ingresa en las tinieblas. Las manos se vuelven ávidas por
    descubrir la anatomía de cada
    participante que asiste en busca de aquello que parece un
    homenaje, una fiesta de la carne.

    En ese momento no importan la estatura o la
    fisonomía, al tacto en la oscuridad, lo que mueve el
    interés
    colectivo radica en sentir un buen cuerpo, unas buenas nalgas o
    un buen pene. La edad, la profesión, la apariencia
    física o
    el nivel socio económico y cultural, tan importantes
    dentro de la comunidad gay
    pasan a segundo término ante la ansiedad sexual.
    Sólo aquellos que no toleran el penetrante olor a semen o
    los chiclosos condones que deambulan por el suelo luego de
    ser retirados de un pene que penetró un ano, abandonan las
    tinieblas para visitar otro de aquellos espacios que ofrece un
    abanico de posibilidades para el deleite de la sexualidad. En
    esa tenebrosa sala las manos fluyen por los cuerpos como agua que se
    diluye suavemente sobre los cuerpos de los recién
    ingresados al colectivo sexual. Ahí no hay tiempo para el
    diálogo ni
    para preguntas ni respuestas, todo está implícito,
    la
    comunicación colectiva se expresa a través del
    cuerpo y los sexos, mediante la disponibilidad al encuentro, las
    caricias, los besos, el sexo oral, la penetración y el
    orgasmo. Todo ello habla de la prestanza de quienes
    voluntariamente enfilaron sus pasos a ese lugar.

    En otro espacio iluminado por una televisión, los parroquianos se deleitan
    mirando a los esculturales modelos que
    participan en los videos pornográficos, algunos soban con
    enjundia su entrepierna, otros acarician con timidez o
    maestría la bragueta del que se encuentra a su lado sin
    saber su nombre o su ocupación, otros más manipulan
    su pene al aire libre,
    antojo de quienes observan con deseo y uno que otro se esmera en
    alcanzar el orgasmo en silencio sin mostrar los genitales, a
    sabiendas de que es capaz de despertar la desesperación,
    el morbo y el deseo de quienes observan con avidez la actividad
    sexual, sin atreverse a tocar o ser tocados.

    Una sala más ofrece desvencijados sillones
    forrados de cuero negro por la cantidad de prácticas
    sexuales que se han escenificado sobre de ellos, la tenue
    luz que
    alumbra el lugar proviene del cercano candelabro que pende de una
    viga del techo de la estancia desde donde se pueden dirigir los
    pasos hacia diferentes espacios para seguir observando, para
    tocar, participar, desear y aliviar el ímpetu sexual cada
    vez más estimulado.

    En esa tenue sala, una pareja hace el amor con
    frenesí como si buscaran arrancarse la piel con las
    yemas de los dedos. En los descansos del sofá se
    encuentran algunos chicos mirando la impetuosa penetración
    que un fisicoculturista hace a otro hombre de
    cuerpo labrado meticulosamente en un gimnasio. Resulta evidente
    que ambos prefieren relacionarse con alguien que presente sus
    mismos atributos corpóreas. Pareciera ser que a ellos
    sólo les basta con ser mirados y deseados, reaccionan
    irasivos ante la presencia de una mano extraña que
    pretende disfrutar de lo que sólo a ambos pertenece. Se
    antoja pensar que desde que se encontraron, desarrollaron un
    sentimiento de pertenencia del uno por el otro, o simplemente los
    mueve un sentimiento sádico que los deleita más
    allá de lo sexual al despertar el deseo ajeno.

    Sin embargo, para consuelo de los intrusos, frente a la
    pareja interactúan cerca de una decena de hombres en un
    encuentro arrebatado, los hay adolescentes
    que acaban de alcanzar la mayoría de edad y que debieron
    presentar una identificación oficial para tener ingreso al
    lugar. Otros están entrados en los veinte años y
    los demás surcan los cuarenta. Aunque cada uno tiene un
    cuerpo diferente, los identifica poseer una buena figura. Tal vez
    la buena anatomía fue el
    vínculo de unión de ese grupo en
    particular.

    Sobresale que todo aquel que muestra cuidado y
    culto a su cuerpo, tiene una buena recepción por parte del
    grupo, el que
    no dudó en rechazar categóricamente a los hombres
    gordos y flácidos, o a aquellos entrados en años.
    Las múltiples manos los retiran para evitar ser tocados
    por quienes no tiene la gracia de encontrarse en forma,
    según las exigencias del grupo. Todo parece indicar que a
    la edad se le confiere una sobre valoración, mostrando
    mayor aceptación por un cuerpo joven y rechazo a quien se
    es mayor.

    Del techo del lúgubre y maloliente sótano
    de la casona penden unas gruesas cadenas que son sustento de un
    arnés de cuero para que cualquier atrevido suba en el
    buscando ser insertado por un desconocido. Ese lugar tiene algo
    en particular, se encuentra saturado de parejas que buscan
    satisfacerse entre sí, pero con la posibilidad de ser
    vistos y mirar a los demás una vez que los ojos se
    acostumbran a la penumbra. El arnés está
    ahí, libre e invitante para ser usado por alguien que en
    lugar de elegir a un compañero, prefiere ser elegido y
    penetrado. De pronto es ocupado por un chico delgado al que
    difícilmente se le aprecian las facciones, a menos de que
    los fumadores cercanos a él aspiren con fuerza el
    cigarrillo y que la momentánea luz emitida por
    el ardiente tabaco permita
    distinguir sus desencajados rasgos.

    Libre de todo prejuicio y con una actitud
    parsimoniosa, el chico se desnuda completamente, complaciente,
    sube sus piernas, las que abre y apoya contra las cadenas y
    pacientemente espera a ser penetrado mientras inclina la cabeza
    hacia atrás, dejándola que cuelgue en el
    vacío. Un hombre corpulento vestido con ropa de piel negra y
    una gorra de policía se acerca, saca su miembro, inserta
    al joven sin usar condón y comienza a propinarle sonoras y
    violentas nalgadas hasta alcanzar el salvajismo. Sin embargo, de
    la boca del chico no se escucha ningún gemido alguno de
    dolor, al contrario, con cada contacto de aquellas feroces y
    masculinas manos sobre sus nalgas, su garganta expide un diminuto
    quejido de placer casi inadvertido. No le importa que los
    curiosos aprieten sus tetillas como si buscaran remolerlas y
    arrancarlas de su pecho, él es materia
    dispuesta. Se ha abandonado enteramente al placer y a los deseos
    y fantasías de quienes merodean en el cada vez más
    concurrido cuarto oscuro.

    La planta alta de aquella casona ofrece pequeños
    cubículos sin puertas para que las parejas copulen con
    el hombre de
    su elección. Algunos se encuentran sentados sobre el pene
    erecto del compañero a quien complacen a su medida. Otros
    han puestos los brazos y las manos en alto, están de pie
    contra la pared y sumisos aceptan ser insertados por
    detrás. Los que miran, extienden las manos para alcanzar
    un trozo de piel de los participantes pero no siempre logran su
    cometido. Pareciera ser que en la forma de tocar, en la postura
    en la que cada uno se sitúa, expresa corpóreamente
    su preferencia en la práctica sexual, dando a entender al
    otro su preferencia por ser pasivo, (insertado), activo
    (insertor) o inter, (que puede penetrar o ser
    penetrado).

    El lugar ofrece oportunidades para todos, quienes se
    abstienen de buscar contacto con otros hombres debe ser por
    timidez o porque se satisfacen mirando sin necesidad de alcanzar
    una eyaculación, digamos que cumplieron prudentemente con
    la parte que les tocaba desempeñar en aquel encuentro, ver
    a quienes buscan ser penetrados con la mirada ajena para alcanzar
    también su cometido.

    A pesar de que la comunidad gay y
    los hombres que tienen sexo con hombres siguen siendo de los
    más afectadas y vulnerables a contraer el VIH/SIDA a nivel
    mundial, sus participantes no han desarrollado una cultura
    más amplia de protección para hacer uso del
    condón, el cual brilló por su ausencia durante la
    felación (sexo oral), una de las más practicadas
    por la comunidad, probablemente debido a la falta de información oportuna por parte de las
    autoridades de salud y de los medios de
    comunicación masivos, porque algunos hombres felaron
    sin preocuparse de estar expuestos a contraer una enfermedad
    incurable como lo es hasta ahora el VIH/SIDA, u otras
    Infecciones de Transmisión Sexual ( ITS ), como la
    gonorrea, la sífilis o
    la hepatitis B,
    entre otras.

    En una parte de la azotea sobresale un acrílico
    enrejado que permite mirar justamente hacia los mingitorios.
    Quienes orinan, saben que desde arriba son observados con
    curiosidad y eso les deleita. Complacidos por saberse vistos,
    exponen los genitales con generosidad, quienes disponen de un
    buen miembro, pareciera enorgullecerse por el hecho de despertar
    el deseo de quienes observan sin cautela alguna en las alturas.
    Incluso, los hay quienes sin levantar la vista, manipulan su pene
    hasta alcanzar la eyaculación como un gesto de gratitud
    para aquellos que observan. Acto seguido, enjuagan su miembro en
    el lavabo contiguo a los mingitorios, cierran su bragueta y
    abandonan aquel sitio con absoluta seriedad, digamos que hasta
    con una actitud
    solemne. Una vez que alcanzan la calle, caminan sobre la acera
    con un paso desenfadado, sin importarles si son
    escudriñados por la reprobatoria mirada de los
    transeúntes que andan presurosos por las agitadas
    banquetas de la avenida Insurgentes y que por alguna razón
    saben que tras de aquellas paredes, se llevan a cabo
    prácticas sexuales entre hombres, sin que necesariamente
    todos se asuman como exclusivamente homosexuales.

    Resaltan aquellos pocos que conversan cordiales, sus
    facciones denotan una expresión de alivio y gratitud por
    su compañero sexual de la ocasión. Son contados los
    que se permiten semejantes manifestaciones de afecto
    después del encuentro y se abandonan en los brazos del
    otro. Se besan apasionados sobre las bancas de asientos y
    respaldos de bambú situadas en la terraza del lugar. En
    ese momento pareciera ser que nada es más importante que
    permitirse manifestar un poco de su escondida ternura. Al
    parecer, muchos de esos hombres que practican su sexualidad con
    entera libertad, sin
    culpa aparente por permitirse manifestar su parte femenina y
    masculina, de la que está compuesto todo ser humano,
    buscan el afecto a través del contacto físico, y no
    les importa si son vistos desde un cercano y alto edificio por
    alguien que no fue capaz de enfilar sus pasos y prefirió
    observar con asombro, curiosidad, morbo, envidia o deleite desde
    la clandestinidad, que al final de cuentas, es otra
    forma de disfrutar de la sexualidad.

    Dos hombres se esfuerzan en convencerse mutuamente de
    ser la pareja sentimental del otro y reconocen sentir deseos de
    experimentar la sexualidad con algún extraño.
    Aunque jóvenes, parecen haber estado juntos
    por muchos años. Se encuentran en una franca y fluida
    conversación decidiendo si se permitirán vivir la
    experiencia por separado, para no afectarse uno al otro, o si es
    factible integrar a un chico en la relación sexual. "Para
    evitar la monotonía, el aburrimiento y la
    separación, ya ves que está de moda
    involucrar a un tercero", dicen convencidos, y como para darse
    valor y
    seguridad, se
    toman de los hombros y enfilan con paso decidido hacia
    algún lugar donde podrán hacer realidad su
    deseo.

    Antes de salir de la casa de encuentros sexuales entre
    hombres, un atlético chico recargado en una pared alcanza
    un generoso orgasmo solo, sus piernas tiemblan, el corazón
    debe latirle precipitadamente, toda vez que respira con
    dificultad, luce extasiado, o por lo menos eso hace creer a los
    cercanos mirones, como diciendo no necesitar de nadie para
    autosatisfacerse.

    La música que ahora
    emiten las bocinas de un modular es transmitida por la
    estación de radio
    Estéreo Cien, la música disco que estuviera de
    moda en los
    años setentas vuelve a tocarse con frecuencia e invita a
    bailar, soñar y transformarse en un verdadero seductor. La
    nutrida concurrencia mueve sensualmente las caderas mientras
    aguarda en las escalerillas para pagar su entrada y ser revisados
    escrupulosamente por las manos de un corpulento chico que aunque
    parece heterosexual, se esmera en tocar los cuerpos
    detenidamente, sobre todo aquellos bien logrados en un gimnasio,
    busca que ninguno de los nuevos asistentes porte drogas o
    armas en
    aquella faena sexual que no tiene fin. Mientras toca su turno,
    los chicos aprovechan para revisar su vestuario y figura en el
    enorme espejo que pende de una alta pared para reafirmar que son
    capaces de despertar la codicia y el deseo de los
    demás.

    México, D.
    F. A 27 de septiembre de 2002.

    *Gerardo Guiza Lemus. (Puruándiro,
    Michoacán, México.
    1957), es Licenciado en Ciencias de la
    Comunicación, egresado de la Facultad de
    Ciencias
    Políticas y Sociales de la Universidad
    Nacional Autónoma de México. Entre los años
    1987 y 1989 y 1992 y 1997 impartió cátedra en dicha
    facultad en materias de literatura y periodismo, y
    dirigió diversas tesis de
    titulación.

    Ha colaborado con cuento,
    poesía
    y entrevistas en
    numerosos suplementos culturales de la ciudad de México y
    en el interior de la República.

    Es autor de los libros que
    llevan por título: La Historia No Convenida.
    (Novela).
    Fontamara. México, D. F. 2003. Artilugios.
    (Novela).
    Fontamara. México, D. F. 1999. Quizás No
    Entendí
    . (Novela). Fontamara. México, D. F.
    1997. Tus Estelas en mi Espacio. (Poemario).
    Publicación Independiente, México, D. F. 1993.
    Como la Flor del Amaranto. (Novela). Dirección de Bibliotecas y
    Publicaciones del IPN. México, D. F. 1992.

    Actualmente desempeña funciones de
    capacitador en el Programa de
    VIH/SIDA de la Ciudad de México, de la Secretaría
    de Salud del
    Distrito Federal.

    Gerardo Guiza Lemus

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