Los estudios sobre las organizaciones en
la teoría
social clásica
- Resumen
- Hacia una noción de lo que
es la organización - Los clásicos en las
ciencias sociales - Karl Marx y la organización
articulada a partir del proceso de trabajo - Emile Durkheim y la moralidad
como matriz explicativa de la
organización - Max Weber y la organización
impulsada por la racionalidad orientada al
poder - Joseph A. Schumpeter y la
organización sustentada en la
innovación - Consideraciones
finales - Bibliografía
Ante la crisis y
posterior reestructuración de las organizaciones
productivas y burocráticas acontecidas a finales del siglo
XX es preciso problematizar la transcendencia de éstas
formaciones sociales, para lo cual resulta relevante el
replantearse las conceptualizaciones formuladas por los
pensadores
clásicos en el marco de sus esfuerzos para la
teorización de la sociedad como un
todo articulado. Se trata pues, de definir a la
organización a partir de su naturaleza y
funciones en
la producción y reproducción de la sociedad, y
posteriormente crear categorías sobre algunos autores al
rastrear las matrices
conceptuales y explicativas que conformaron sus reflexiones sobre
el capitalismo de
su época. En suma, el autor se propone la
elaboración de un Estado del
arte para
marcar la pauta de futuras formulaciones y reformuluaciones sobre
las transformaciones del mundo actual que tienen como principal
nicho de interacción a la organización en tensión constante
con los intereses y motivaciones de los individuos.
Conceptos clave: Organización, los clásicos en las
ciencias
sociales, proceso de
trabajo, moralidad, racionalidad, poder,
innovación.
Las estructuras
sociales –la formación y transformación de
grupos y las
relaciones dinámicas entre esos grupos-
jamás han sido el fruto de una sola inteligencia
humana, aunque jamás ha habido tampoco un proceso
histórico al margen de las decisiones de la inteligencia
humana, afortunadas o no, constructivas o destructivas. La
historia de los
hombres se desliza por cauces que va cavando la dinámica de las estructuras
sociales, pero esa dinámica se genera en las reacciones que
la inteligencia humana produce al enfrentar problemas.
No es la historia la consecuencia
de la acción ciega de las estructuras al margen de la
voluntad humana, sino el cúmulo de una continua
sucesión de decisiones racionales, generadas dentro de
ciertos márgenes materiales.
Pero, desde luego, ni todas las decisiones racionales
de cada día crean historia,ni las que sí la crean
son siempre aquellas que, con nuestro criterio de
hoy,consideramos buenas y plausibles
(Sergio Bagú, "La idea de dios en la sociedad
de los hombres").
Organizar significa crear reglas generales o duraderas
para la actuación dirigida a un fin. Por
improvisación se entiende, por el contrario, dar
órdenes preliminares o provisionales, y por
disposición, las instrucciones específicas
válidas para una sola vez que pueden estar completamente
desvinculadas o bien hallarse dentro del marco de una
reglamentación organizativa duradera.
En sentido sociológico, una organización
está tanto más formalizada cuanto más
definidas se hallan las actividades dirigidas a un fin que se
ejercen en ella mediante reglamentaciones organizativas
duraderas y no por la disposición y por la
improvisación
(Renate Mayntz, "Sociología de la
organización").
Preguntarse y explicarse qué es la sociedad y
cómo se genera y reproduce, implica también abordar
los ámbitos donde conviven e interactúan los
individuos, donde toman decisiones en relaciones de
intersubjetividad, donde convergen sus objetivos y
donde los realizan; esto es, para reflexionar sobre la constitución y dinámica de la
sociedad es preciso desentrañar la naturaleza de las
organizaciones.
Como es de suma relevancia
teórico/epistemológica el estudiar a las
organizaciones, partimos de la idea que concibe a la
organización como una formación social
indispensable para la producción y reproducción del individuo en sociedad, y
para la dinamización articulada de ésta como un
todo. Esto es, sin organizaciones y sin los individuos motivados
para pertenecer a ellas, sería imposible el rumbo de las
sociedades.
Nacemos, crecemos, nos desarrollamos, interactuamos y morimos
perteneciendo a organizaciones y dependiendo de ellas; en esto
radica la importancia de su estudio.
Si nuestro objeto de estudio es la organización y
lo que se ha dicho sobre ella en la teoría
social clásica, entonces formulamos las siguientes
interrogantes: ¿Qué es una organización?
¿cómo se constituye? ¿qué papel juegan
los individuos en ella? ¿a partir de qué matrices
explicativas es analizada en la teoría social
clásica? ¿cuál es la naturaleza de las
organizaciones propias de la naciente modernidad
europea teorizada por los clásicos? A partir de estas
formulaciones nos planteamos como objetivos 1)el
esbozar una definición de la organización; 2)el
revisar las posiciones de los autores clásicos respecto a
ésta formación social, y consecuentemente,
3)identificar las categorías de éstos a partir de
alguna matriz que
pensaron como adecuada para estudiar a las organizaciones de su
tiempo.
Una idea será central en el presente trabajo: la
tensión existente entre la organización y el
individuo será abordada partiendo de que la primera es
resultado de la interacción de los miembros y de las
posibilidades de estructuración de sus intereses,
motivaciones, actitudes y
aptitudes, mientras que el segundo sólo puede recrearse y
reproducirse socialmente dentro de las organizaciones e instituciones
que las regulan; y contemplar así la redefinición
de los actores o la aparición de otros nuevos en su
constante contribución a la creación de la historia
humana al tiempo que se
rehacen y se redefinen en el transcurrir de ella, por lo que nos
atrevemos a pensar que esta historia es resultado de la evolución de las estructuras
socioeconómicas y culturales, así como de las
convergencias y contradicciones entre los intereses y
motivaciones de estos actores involucrados (Enríquez
Pérez, 2003).
En suma, nos planteamos sólo una revisión
del Estado del
conocimiento
sobre los estudios de la organización, revisión
necesaria para futuras investigaciones y
posibles seminarios que coloquen en el centro del debate y de la
problemática teórica a las organizaciones como
articuladoras y dinamizadoras de la sociedad. Será pues,
una especie de clasificación y ordenamiento sobre la
importancia de los planteamientos y presupuestos
clásicos; una especie de rescate sobre su utilidad
teórico/epistemológico/histórica.
Hacia
una noción de lo que es la
organización.
Como la sociedad contemporánea es una totalidad
organizada y permeada por una gran multitud de tipos
organizativos y multifacéticos derivados de complejas
formaciones sociales conformadas racionalmente y con objetivos y
metas preestablecidos en el mar de interacciones de los
individuos, es necesario constituir una definición sobre
lo que son las organizaciones como formaciones sociales y como
fenómenos. La organización para una autora como
Renate Mayntz (1996), es una formación social orientada a
fines u objetivos concretos, es un medio de ordenar a las
sociedades
altamente diferenciadas y orientadas hacia el rendimiento,
además de ser un conjunto de elementos necesarios para la
dinámica social.
Una organización es necesaria dentro de las
sociedades orientadas hacia fines específicos vía
la cooperación continuada de numerosos individuos.
El hombre por
su misma naturaleza social tiende a reproducirse dentro de las
organizaciones, por lo que no puede vivir alejado ni mostrarse
indiferente respecto a ellas.
En suma, una organización es una
interacción social articulada, dinámica, orientada
por decisiones negociadas y con una determinada división
técnica del trabajo, que se presenta como un punto para la
convergencia de intereses y principios
portados por individuos que se a su vez están motivados
por incentivos que
les permiten contribuir a la consecución de objetivos y
metas más allá de sus inquietudes personales,
inmediatas y efímeras.
En formaciones sociales así, la continuidad y
perpetuidad de las mismas es garantizada por los objetivos y la
convergencia que los miembros realizan respecto a estos, y aunque
ellos se retiren de la organización, sus funciones siguen
siempre y cuando existan otros dispuestos a colaborar. Esta
continuidad de la organización se garantiza en tanto
exista una compenetración cultural entre los miembros para
contribuir a una cohesión de éstos y a una
identificación con sus objetivos y con la
concepción de que la organización es un nicho del
cual depende su vida y viceversa. Una compenetración
cultural que incluye el manejo de un mismo lenguaje que
propicie la
comunicación fluida entre los miembros y la
identificación con principios que la
rijan.
El objetivo de
una organización sólo es preservado si llega a
traducirse en decisiones, si las diversas actividades de los
miembros se orientan permanentemente hacia el mismo objetivo, y si
la organización se autoexamina para determinar si su
actuación se corresponde con dicho objetivo (Mayntz,
1996). Regularmente, los objetivos cambian en respuesta a los
intereses y motivaciones de los miembros y están en
constante adaptación al entorno social en el cual se
recrean. Esto último no significa que la
organización esté determinada por fenómenos
y circunstancias sociales que le son exteriores, sino que la
organización dentro de la complejidad social es producto y a
su vez es productora de lo social, esto es, la
organización en intergénesis con los intereses y
motivaciones individuales que la constituyen cuenta con un
inmenso potencial para crear y recrear a la sociedad, al tiempo
que se define y redefine en el transcurrir y en los vaivenes de
esta. Si bien, la organización tiene contenida en sus
principios, en su constitución y en su dinámica a la
totalidad social, no sostenemos que la sociedad sea sólo
la suma de organizaciones ni de individuos actuando intencional y
organizadamente. La sociedad es algo más que
eso.
El sistema
político/económico de las sociedades es un factor
estructural que influye en el desarrollo de
las organizaciones. Por otro lado, dentro de las condiciones
individuales se encuentra la actitud
racional, donde el individuo está orientado hacia
intereses específicos y trata de realizarlos racionalmente
mediante la ponderación de los medios con la
idoneidad para alcanzar los objetivos de la organización.
Entre ambos niveles, la organización es canalizadora de
recursos, de
ideas, de símbolos, de proyectos, que
impulsan la relación recíproca entre estructura e
individuo; esto es, en muchos casos la organización es la
reproductora de ese sistema
político/económico y lo difunde y promueve en la
totalidad de la sociedad, mientras que el individuo a partir de
su colaboración y cooperación lo impulsa y lo
nutre, al tiempo que es el receptor de las pautas y principios de
dicho sistema.
Totalidad articulada, orientación hacia objetivos
y racionalidad son componentes internos de la organización
que se unen a otros factores que no son propios de ella pero de
los cuales depende; factores tales como los mencionados dentro de
las condiciones estructurales e individuales. La
organización y su entorno social se encuentran en
constante interacción e intercambio, redefiniéndose
recíprocamente. Como sistema parcial o como subsistema, la
organización está ubicada dentro de un sistema
social más amplio y omniabarcador, por lo que los factores
externos son indispensables para funcionar y
perpetuarse.
Para Mayntz, la creación de organizaciones y su
integración a la estructura de
cada sociedad como elementos esenciales de ella no constituyen
fenómenos de carácter
necesario y obligado dentro de una cultura dada.
Es más bien un proceso que descansa sobre numerosos
presupuestos
especiales y sólo llega a manifestarse bajo condiciones
muy determinadas (1996, p. 13). Sin embargo, desde nuestra
posición si nos colocamos en una visión
funcionalista, la necesidad de las organizaciones en tanto
reproductoras de lo social, predecesoras de comportamientos, y
creadoras de perspectivas y expectativas, además de
materializadoras de éstas y movilizadoras de los
individuos es evidente; sin organizaciones el funcionamiento de
la sociedad estará caracterizado por un Estado de
naturaleza hobbesiano con rasgos desintegradores, anómicos
y anárquicos.
La racionalidad está presente en estas
formaciones sociales, y se identifica como una orientación
o guía de la dirección a seguir. Recurriendo a la autora
anteriormente referida, la característica de la racionalidad se
refiere a la manera como una organización persigue su
objetivo y no al contenido de éste objetivo, el cual puede
ser completamente ‘irracional’ e incluso inmoral o
antisocial (Mayntz, 1996, p. 26).
El desarrollo de
las organizaciones y de su racionalidad depende de condiciones y
factores estructurales, individuales y legales, así como
de la vinculación e interacción entre estos. Es
necesario el visualizar la tensión entre las estructuras y
los actores, el tender puentes entre ellos y contemplar los
intereses, motivaciones, actitudes y
aptitudes de estos últimos, las cuales no son naturales,
sino que son parte de la interacción social; sin concebir
a la materialidad técnica como origen de la
organización, sino que también incluye a las
legislaciones como construcciones sociales.
Las organizaciones no necesitan ser formadas de una
manera consciente, sino que surgen a partir de comienzos
tímidos e inorgánicos para posteriormente crecer y
convertirse en formaciones orientadas hacia fines
específicos con una estructura racionalmente configurada
(Mayntz, 1996). La formulación de una organización
está dada por la disposición y sujeción de
los miembros a las reglas. Sólo pueden regularse de manera
adecuada, general y duradera para la organización,
aquellos procesos que
se repiten o que se presentan en un número suficiente de
casos; pero si se exige que las actividades se ajusten a
circunstancias y no se presenten de manera constante, entonces
una regulación puede inhibir y restringir la capacidad de
adaptación y el éxito
de la organización (Mayntz, 1996, pp. 114 y
115).
Si definimos a la organización como una totalidad
articulada, orientada hacia objetivos y dotada de una
racionalidad ¿cómo es definida y caracterizada por
los pensadores clásicos? ¿qué elementos y
factores de la vida social toman como punto de partida para
analizar a las organizaciones de su época?
Los
clásicos en las ciencias
sociales.
De manera breve, antes de entrar a fondo a la
concepción que tuvieron los clásicos sobre las
organizaciones, es necesario preguntarse y responder
¿qué es un clásico en las ciencias
sociales? ¿cómo adquiere ese status?
¿qué importancia tiene para la teoría social
contemporánea?
Jeffrey Alexander sostiene que los pensadores
clásicos son productos de
la investigación a los que se les concede un
rango privilegiado frente a las investigaciones
contemporáneas del mismo campo (1989, p. 23).
Del corpusteórico de un autor clásico se
deriva una tradición compuesta por varias corrientes y
variados objetos de estudio en distintas disciplinas, ello como
resultado de su amplia influencia epistemológica y
ética
respecto a la realidad social.
Se piensa al autor clásico como una fuente para
la obtención de información empírica, esto es, sus
textos serían convertidos en fuentes de
datos y/o
teorías
no contrastadas, dirigiéndolos como vehículos de
ulterior acumulación. Se piensa también, que estos
textos clásicos pueden ser estudiados como documentos
históricos en sí mismos, lo cual implica ocuparse
de la interacción entre la teoría y las cuestiones
como los orígenes sociales y la posición social de
sus seguidores, las transformaciones de la organización
social de la sociología, los cambios que sufren las
ideas con su difusión, y sus relaciones con la estructura
social y cultural del entorno (Alexander, 1989).
Los clásicos de las ciencias
sociales se caracterizan porque tienen como objetivo la verdad y
el estar sujetos a estipulaciones racionales sobre cómo
debe llegarse a la verdad y en qué debe consistir
ésta. Para Alexander (1989), en el fondo de la
designación de un autor como clásico se encuentra
la necesidad de encontrar legitimación en los fundadores
de las ciencias sociales. Una obra clásica se convierte en
tal cuando se gesta una generalización sobre la estructura
o causas de un fenómeno social a partir de la
comprensión de los motivos y de la capacidad de
empatía, perspicacia e interpretación mostradas.
Estas generalizaciones tienen la función de
expandir la reflexión sobre el significado de la vida
social.
Los clásicos aportan una perspectiva que
desentraña la naturaleza y esencia de la sociedad mediante
argumentos filosóficos que trascienden al tiempo y que
construyen los principios fundacionales de una disciplina.
Los autores clásicos cuentan con una gran creatividad
intelectual que pone énfasis en el análisis de los movimientos de la historia
y en la inserción de los fenómenos a
esta.
Mucho del status privilegiado y de la veneración
otorgados fomentan la concepción de que un autor
clásico y sus presupuestos son sinónimos del mismo
conocimiento
científico. El discurso sobre
las obras clásicas se convierte en una forma de debate
científico racional; la investigación de su nuevo significado a su
vez, reorienta el trabajo
científico (Alexander, 1989, p. 47). Son los mismos
científicos sociales en cada época quienes otorgan
el status de clásico a cada obra, al tiempo que se otorga
a cada planteamiento su significado
contemporáneo.
La importancia de un clásico lleva profundamente
unidos los intereses teóricos de los científicos
sociales del presente con las interpretaciones y ejercicios
hermenéuticos de los textos históricos. Más
aún, la relevancia de un planteamiento y
formulación teórica clásicos, radica en que
los científicos sociales contemporáneos
desentrañen los principios metodológicos de la obra
para identificar al esquema cognitivo y epistemológico al
cual pertenecen; esto es: distinguimos entre las pretensiones
epistemológicas de un autor positivista sustentado en el
argumento de que la realidad es algo externo al sujeto que
observa, y que este es el encargado de formular las leyes generales
de su explicación; mientras que un enfoque interpretativo
o hermenéutico argumenta que tanto el sujeto como el
objeto son inseparables, están en constante
interacción y que el primero se encargará de
encontrar el sentido y motivaciones de la acción y de los
fenómenos; finalmente, un enfoque crítico sostiene
que además de éste inseparable binomio en la
construcción del conocimiento,
el sujeto está posibilitado mediante la praxis para
transformar la realidad.
En suma, la riqueza teórica y expresiva de los
autores clásicos nos arroja luz para la
formulación de nuevas proposiciones teóricas que
revitalicen la interpretación y explicación de los
fenómenos sociales. Esta misma riqueza contempla el
cómo construir conocimiento; contempla también una
pretensión de abordar la totalidad de la sociedad a partir
de un evento sustantivo o de un proceso. Además de colocar
los cimientos y elementos fundacionales de las ciencias sociales
con los cuales se abren nuevas vetas de investigación y se
derivan teorías
de menor alcance y con menor pretensión totalizadora y
generalizadora, por lo que las obras clásicas son fuente
de inspiración y estímulo
teórico/metodológico para el abordaje de procesos
específicos de la realidad social; pensemos en las
teorías del institucionalismo, del desarrollo o de
la
globalización en que muchos de sus autores
están arraigados a alguno(s) enfoque(s)
clásico(s).
La teoría y la sociología de las
organizaciones por supuesto que también tienen una
conexión estrecha y un arraigo profundo con las visiones
clásicas; incluso ellas, sin el objetivo de
proponérselo de manera explícita crearon los
principios fundantes de estos estudios. Los principales
planteamientos clásicos sobre la organización los
sistematizamos a continuación.
Karl
Marx y la
organización articulada a partir del proceso de
trabajo.
Un autor tan fecundo como Karl Marx en su
propuesta sobre los estudios de la organización parte de
la posición que tienen los actores en el proceso de
trabajo. Son las relaciones capital/trabajo con sus característicos ingredientes de
alienación, expropiación y apropiación,
así como las manifestaciones de los actores sociales
(capitalista y trabajador) contemplados por Marx, lo que
gesta la posibilidad de la constitución de una
organización. La praxis de ambos actores converge al
interior de las organizaciones, y es en ellas donde
también adquieren su status y su relevancia social. En el
fondo, son estas organizaciones el sustrato donde se realiza la
producción capitalista, se extrae la plusvalía y se
concretiza en ganancia, además de que también en
ellas, el trabajo
humano se reproduce y adquiere lo necesario para recuperar sus
energías perdidas.
Marx sostiene que la producción de valores de uso
implica un conjunto de trabajos útiles y diferenciados que
conducen a una división social del trabajo, la cual
constituye una condición necesaria para la existencia de
la producción de mercancías.
"La riqueza de las sociedades en las que domina el modo
de producción capitalista se presenta como un
‘enorme cúmulo de mercancía’, y la
mercancía individual como la forma elemental de esa
riqueza" (Marx, 1980, p. 43); ésta mercancía es un
objeto exterior, una cosa que merced a sus propiedades satisface
necesidades humanas del tipo que fueran. Si la
organización del trabajo humano y su división
social tienen como objetivo satisfacer las necesidades
básicas, entonces la mercancía aparece como el
elemento articulador de esa organización. Sólo la
mercancía que ha objetivado trabajo humano, deviene en
ganancia en la circulación en tanto se expropia la
plusvalía en el proceso productivo. Los diferentes
momentos de la praxis económica (producción,
circulación, intercambio y consumo) son
proyectados, impulsados y realizados dentro de la
organización o en sus relaciones con otras. En general,
producción y consumo son
dos niveles complementarios de organización del trabajo
dentro de la praxis económica; por un lado, la
producción que crea los valores de
uso tras objetivar el trabajo humano y por otro, la
circulación de las mercancías hasta dirigirlas al
consumo donde se abstrae el valor de uso
para agilizar el intercambio.
En general, el valor es la
cristalización del trabajo humano, de una sustancia
social, y por tanto, de relaciones organizacionales. El valor
contiene un gasto de la fuerza de
trabajo humano. Un valor de uso requiere de un tiempo de trabajo
socialmente necesario, por lo que, "en cuanto valores, todas
las mercancías son, únicamente, determinada medida
de tiempo de trabajo solidificado" (Marx, 1980, p. 49). No
sólo basta producir valores de uso, es necesario que estos
sean sociales, pues si son inútiles entonces será
inútil el trabajo contenido en ellos. Para que sea
útil se requiere determinado tipo de actividad productiva
que contenga una finalidad, un modo de operar, un objeto, un
medio y un resultado, lo cual se hace en las condiciones de una
organización.
Los valores de uso son combinaciones de material natural
y trabajo; este trabajo no es la fuente única de los valores de
uso que produce, es el padre, mientras que la tierra es
la madre (Marx, 1980, p. 53). No es que el trabajo sea valor en
sí mismo sino que es creador de valor (Marx, 1980, p. 63).
"Todo trabajo es, por un lado, gasto de fuerza humana
de trabajo en un sentido fisiológico, y es en ésta
condición de trabajo humano igual, o de trabajo
abstractamente humano, como constituye el valor de la
mercancía. Todo trabajo, por otra parte, es gasto de
fuerza humana de trabajo en una forma particular y orientada a un
fin, y en esta condición de trabajo útil concreto
produce valores de uso" (Marx, 1980, p. 57). Este fin es dado por
la estructuración de la organización y por la
posición en ella de los actores participantes.
Marx sostiene que la organización de la sociedad
determina el secreto de la expresión de valor de tal
manera que la forma mercancía es la forma que adopta el
producto del
trabajo. Es en el seno de la organización de la sociedad
donde germinan y se reproducen una serie de relaciones de
dominación entre poseedores y desposeídos, donde
los primeros venden su dinero como
mercancía y los segundos, su fuerza de trabajo para lograr
los satisfactores necesarios.
La organización pensada por Marx era la
incipiente empresa
industrial del siglo XIX que expropia la plusvalía del
trabajador, que le otorga validez al dinero cuando
entra en contacto y en interacción con otras
organizaciones.
Además, el trabajo se presenta como el eje
articulador de la organización en tanto se objetiva en el
valor de las mercancías; al representar un gasto de vida
humana es en la misma organización donde esta se repone y
se reproduce. En la organización productiva se producen
las mercancías al transformarse la naturaleza, en ella se
determina el trabajo invertido, y en ella también los
individuos se relacionan intersubjetiva y
existencialmente.
En la relación entre cosas nada tienen que ver la
forma mercancía y la relación de valor entre los
productos del
trabajo con la naturaleza física de las mismas,
entonces se adquiere una forma fantasmagórica de una
relación entre cosas que van más allá de los
alcances de sus productores. De esta forma, y de manera
religiosa, el fetichismo se caracteriza porque los productos de
la mente humana parecen figuras autónomas, dotadas de vida
propia, en relación unas con otras y con los hombres
(Marx, 1980, p. 89). Este carácter
fetichista de las mercancías se origina en la peculiar
índole social del trabajo que produce mercancías.
Este carácter fetichista es adquirido dentro de la
organización al momento en que se privilegia la ganancia
por la ganancia haciendo caso omiso de la trascendencia del
trabajo humano objetivado, es decir, los objetivos de la
organización se ponen por encima de la esencia de la
mercancía. De igual manera ocurre que la
organización como creación humana adquiere
dimensiones sobrenaturales y vida propia al subsumir al
individuo, al reducirlo tan sólo a un apéndice y al
no reivindicarse como ente determinante y constitutivo de la
misma, esto es, los objetivos de la organización
construidos por los miembros con capacidad de decisión se
absolutizan, se imponen y suprimen la voluntad de los
individuos.
Existe un trabajo socialmente útil de los
trabajos privados y que adquiere forma dentro de la
organización y en sus vinculaciones con otras,
además de que expresa el hecho de que el producto del
trabajo es útil para otros.
Una organización funciona como el Robinsón
de la economía
política extrapolado a dimensiones sociales: tienen
que satisfacer diversas necesidades, por lo que ejecutan trabajos
útiles de diversa índole, las cuales son distintas
formas de actuación, diferentes modos del trabajo humano
que exigen distribuir el tiempo; se lleva un inventario de lo
consumido, de los objetos útiles, de las operaciones
requeridas y del tiempo de trabajo empleado.
En la organización, el trabajo humano adquiere
relevancia y es conectado a la totalidad del modo de
producción, y a la reproducción misma de la
sociedad.
Emile
Durkheim y la
moralidad como matriz
explicativa de la organización.
Persiste un estado de anomia derivado del mundo
económico y que se traduce en conflictos y
desordenes de toda clase. Estas fuerzas al no estar limitadas ni
obligadas a respetar, se desenvuelven sin limitación y
chocan unas con otras para rechazarse y reducirse mutuamente.
Estas pasiones humanas solo se contienen ante un poder moral que
respetan, una autoridad que
dé paso a la constitución de organizaciones,
ya que sólo estas limitaran la imposición de la
ley del
más fuerte y la generalización del Estado de
naturaleza hobbesiano. La reglamentación derivada de este
tipo organizativo genera una expresión de la libertad, por
lo que se otorga el poder a la organización que detenta la
autoridad para
que restrinja esta libertad. Esto
es, la moralidad plasmada en el derecho hace converger a los
individuos, y hace que sus objetivos particulares se orienten
hacia la conciencia
colectiva sustentada en una diferenciación de las
funciones que fomenta una división del trabajo. Esto es,
la unión que sobrepasa al individuo, la
subordinación de los intereses particulares al interés
general, son la fuente misma de toda actividad moral. Este
sentimiento se precisa y se determina en un código
de reglas morales. Los individuos que tienen intereses comunes se
asocian, pero no lo hacen sólo por defender esos
intereses, sino por asociarse, por no sentirse más
perdidos en medio de sus adversarios, por tener el placer de
comunicarse, de construir una unidad con la variedad, y por
llevar juntos una misma vida moral.
Émile Durkheim
sostiene que la división del trabajo no produce por
necesidad la dispersión o la incoherencia, sino que las
funciones al estar en contacto las unas con las otras, tienden a
equilibrarse y a reglamentarse; esta adaptación y contacto
sólo se convierte en regla de conducta cuando
un grupo la
consagre con su autoridad (Durkheim, 1995, p. 5). Una regla no
sólo es una manera de obrar habitual, es una manera de
obrar obligatoria, sustraída al libre arbitrio individual.
Sólo una sociedad constituida (es decir, organizada) goza
de la supremacía moral y material indispensable para crear
la ley que rija las
relaciones entre los individuos, sólo ella tiene la
continuidad y permanencia necesaria para mantener la regla por
encima de las relaciones efímeras. Una
reglamentación moral o jurídica expresa necesidades
sociales que sólo la sociedad puede conocer; descansa
sobre un estado de opinión y toda opinión es cosa
colectiva, y para que la anomia termine es preciso la existencia
de la formación de un grupo en el
cual pueda constituirse el sistema de reglas faltante (Durkheim,
1995, p. 6).
Cada organización o grupo profesional como lo
explícita Durkheim reglamenta sus propios ámbitos
de actuación, ya que los individuos que pertenecen a una
misma profesión se hayan en relación debido a sus
ocupaciones similares; son relaciones con carácter
individual y dependen del azar de los encuentros. Existen
organizaciones profesionales más o menos permanentes; esta
organización común hace perder la individualidad,
fija un reglamento y se impone con la misma autoridad. Se
requiere además de un carácter definido, de una
unidad y de la conversión a institución
pública en el caso de las agrupaciones
profesionales.
Las organizaciones responden a ciertas necesidades y
para satisfacerlas, buscan transformarse con arreglo al medio
(Durkheim, 1995, p. 9).
Hablando de la corporación, Durkheim sostiene que
su papel no
sólo consiste en establecer reglas y aplicarlas, ya que
dondequiera que se forma un grupo, se forma también una
disciplina
moral, mientras que la institucionalización de ésta
es una de tantas maneras de manifestación de la actividad
colectiva. El grupo también es una fuente de vida sui
generis, se desprende de él un calor que
alienta y reanima a los corazones, que les abre a la
simpatía. Esta actividad corporativa puede ejercerse en
las diferentes esferas de la vida social. Comienza
produciéndose fuera del sistema social y cada vez
más se inserta en él a medida que avanza la vida
económica. Se piensa como el ámbito esencial de la
vida pública y de las estructuras sociales. La ausencia de
toda institución corporativa crea un vacío en la
organización de un pueblo. Su ausencia puede provocar una
enfermedad en el organismo social. Esto no significa que la
corporación sea una panacea que sirva para todo.
Así como lo fue la familia, la
corporación asegura la continuidad de la vida
económica, y sólo sus profesionales se dedican
útilmente a las tareas de esta.
Durkheim busca en su obra comprender ¿cómo
es posible que, al mismo tiempo que se hace más
autónomo, dependa el individuo más estrechamente de
la sociedad? ¿cómo puede ser a la vez más
personal y
más solidario? Esto puede explicarse a partir de la
transformación de la solidaridad
social, debida al desenvolvimiento de la división del
trabajo (Durkheim, 1995, pp. 45 y 46). Esto no es algo nuevo en
los hechos, pero sí en el darse cuenta de ello por parte
del individuo moderno. En la época de Durkheim, la
industria
moderna se inclina a la extrema división del trabajo.
Diría el autor, "no solamente en el interior de la
fábricas se han separado y especializado las ocupaciones
hasta el infinito, sino que cada industria es
ella misma una especialidad que supone otras especialidades"
(Durkheim, 1995, p. 47). Se ve en ella la ley superior de las
sociedades humanas y la condición del progreso. Se observa
en todas las esferas de la vida social, lo mismo ocurre con las
ciencias y la filosofía, pues el círculo de
investigaciones de un estudioso se restringe a un orden
determinado de problemas o a
un solo problema. La ley de la división del trabajo se
aplica a los organismos y a las sociedades (Durkheim, 1995, p.
49). Se dice que un organismo ocupa un lugar elevado en la
escala animal en
la medida que son más elevadas sus funciones. Esta
división del trabajo se remonta al origen de la vida
en el mundo y se buscan sus condiciones en las propiedades
esenciales de la materia
organizada, entonces las sociedades humanas se unen a esta
inercia. Esto afecta la constitución moral. Es una ley de
la naturaleza y una base fundamental del orden social.
El surgimiento de las organizaciones se entiende a
partir de la mayor diferenciación social que
entraña la división del trabajo; a su vez
ésta supone el ejercicio de funciones por parte de un
especialista, el cual depende de una organización que le
brinde una capacitación para integrarse al mundo de la
división del trabajo. Dentro de la organizaciones se
delimitan las funciones de los individuos o del total de la
colectividad respecto de la sociedad; en ella se jerarquiza la
división del trabajo, los cargos de los miembros, y en
gran medida, son los objetivos generales los que
mantendrán cohesionados a los individuos.
En la división del trabajo se busca lo que nos
hace falta y nos unimos para sentirnos menos incompletos. Pero
los servicios
económicos que se producen valen poca cosa al lado del
efecto moral que produce, y su verdadera función es
crear entre dos o más personas un sentimiento de solidaridad
(Durkheim, 1995, p. 65). Existe una diferenciación de
funciones hasta en las relaciones sexuales y la familia. Los
efectos de la división del trabajo no es el aumento del
rendimiento de las funciones divididas, sino que las hace
más solidarias. Se trata de establecer un orden social y
moral muy sui generis. "Los individuos están ligados unos
a otros, y si no fuera por eso serían independientes; en
lugar de desenvolverse separadamente, conciertan sus esfuerzos;
son solidarios, y de una solidaridad que no actúa
solamente en los cortos instantes en que se cambian los servicios,
sino que se extiende más allá" (Durkheim, 1995, p.
71). Supone el que dos seres dependan mutuamente uno de otro,
porque uno y otro son incompletos, y no hace más que
traducir al exterior esta dependencia mutua. El ser
complementario deviene parte integrante de nuestro ser y conciencia,
mientras que la unión de dos imágenes
iguales deriva en una aglutinación. En la división
del trabajo, las partes se hallan fuera una de la otra y
están ligadas sólo porque son distintas (Durkheim,
1995).
Para nuestro autor, la solidaridad social es un hecho
completamente moral, pone a los hombres en contacto, los inclina
unos a los otros. Entre más solidarios son los miembros de
la sociedad, más relaciones diversas sostienen ya sea
entre ellos o con el grupo. El número de estas relaciones
es proporcional al de las reglas jurídicas que las
determinan. "La vida social, allí donde existe de una
manera permanente, tiende invariablemente a tomar una forma
definida y a organizarse, y el derecho no es otra cosa que esa
organización, incluso en lo que tiene de más
estable y preciso. La vida general de la sociedad no puede
extenderse sobre un punto determinado sin que la vida
jurídica se extienda al mismo tiempo y en la misma
relación" (Durkheim, 1995, p. 75).
A la solidaridad social le proporcionan sus caracteres
específicos la naturaleza del grupo cuya unidad asegura,
por lo que varía según los tipos sociales. Cada
forma de solidaridad tiene su naturaleza propia. Es un hecho
social pero depende del organismo individual (física y
psíquica). Depende de condiciones sociales que la
explican. Durkheim distingue entre una solidaridad mecánica y una solidaridad orgánica:
la solidaridad mecánica liga menos fuertemente a los
hombres que la solidaridad orgánica, además, a
medida que se avanza en la evolución social, se relaja cada vez
más.
Para el sociólogo francés, la sociedad
total resulta de una serie de encajes sucesivos donde un grupo
está enlazado a otros agregados más extensos. La
organización de las sociedades primitivas era de
naturaleza familiar con profundo contenido religioso. La unidad
del todo es exclusiva de la individualidad de las partes. Si la
división del trabajo no tiene por efecto suavizar la
solidaridad social, es a causa de las condiciones particulares en
que se efectúa. El órgano eminente de toda sociedad
participa de la naturaleza del ser colectivo que representa. La
solidaridad mecánica sigue siendo tal mientras la
división del trabajo no se encuentre desenvuelta; este
tipo de solidaridad se caracteriza por constituir un sistema de
segmentos homogéneos y semejantes entre
sí.
Las sociedades en que existe la solidaridad
orgánica están constituidas no por una
repetición de segmentos similares y homogéneos,
sino por un sistema de órganos diferentes, cada uno con su
función especial y formados de partes diferenciadas. Sus
elementos se hallan coordinados y subordinados unos a otros,
alrededor de un mismo órgano central que ejerce sobre el
resto del organismo una acción moderatriz. Este
órgano está en constante interdependencia, otros
dependen de él, y él depende a su vez de ellos. Los
individuos se agrupan no por las relaciones de descendencia, sino
con arreglo a la naturaleza particular de la actividad social a
la cual se consagran; entonces, el medio natural y necesario no
es el medio natal sino el medio profesional o la actividad que
desempeña (Durkheim, 1995).
Es la organización basada en objetivos y en la
interdependencia y complementariedad de los individuos lo que
distingue a ambos tipos de solidaridad. En ella la vida social se
deriva de las semejanzas de las conciencias y de la
división del trabajo social.
El individuo es socializado pues sin su individualidad propia se
confunde en el seno de la vida colectiva, y aunque tenga una
personalidad
propia se distingue de los demás pero necesita de ellos en
la medida en que se distingue.
Las reglas jurídicas emanan de la semejanza de
conciencias, mientras que también la misma división
del trabajo las impulsa para que determinen la naturaleza y las
relaciones de las funciones divididas. Estas reglas
jurídicas, conjuntamente con las reglas morales, obligan
al individuo a obrar en vista de fines que no le son propios, a
hacer concesiones, a consentir compromisos, a tener en cuenta
intereses superiores a los suyos (Durkheim, 1995, p. 268). Las
funciones que cada vez más se hacen dependientes conforman
un sistema solidario, y cuando la dependencia va en aumento en
ello influye el Estado,
pues con él se tienen puntos de contacto que cada vez
más se multiplican. El individuo recibe de la sociedad lo
que necesita, al tiempo que es para ella para quien trabaja; esta
sociedad ve a sus miembros como cooperadores indispensables y
frente a los que tiene deberes. Si pensamos en estos
términos expuestos por Durkheim, la sociedad es un
entretejido de organizaciones articuladas y cada vez más
especializadas e interdependientes que entrañan la
solidaridad entre sus miembros y la diferenciación entre
sus funciones.
Max
Weber y la
organización impulsada por la racionalidad orientada al
poder.
Max Weber concibe
a la racionalidad orientada a la construcción del poder como aquella matriz
articuladora de la organización. Es también la
organización una base para la construcción del
poder, pensemos tan sólo en la burocracia de
principios del siglo XX profundamente teorizada por el pensador
alemán. La burocracia
requiere de cierta disciplina para contener a los individuos y
encauzarlos hacia objetivos específicos.
Un tipo ideal de la burocracia moderna en la
época de Max Weber
entraña los siguientes elementos: I.- existe el principio
de sectores jurisdiccionales estables y oficiales organizados en
generales normativamente, es decir, mediante leyes u
ordenamientos administrativos (Weber, 2001, p. 21). Esto es, las
actividades normales exigidas por los objetivos de la
organización son repartidas de manera estable como deberes
oficiales, mientras que la autoridad que reparte estas mismas
ordenes está también repartida de manera estable, y
el cumplimiento normal de esos deberes es asegurado por un
sistema de normas. Estos
elementos constituyen la "autoridad burocrática" y en
la empresa
privada constituyen la
administración burocrática. II.- Los principios
de jerarquía de cargos y de diversos niveles de autoridad
implican un sistema de sobre y subordinación
férreamente organizado, donde los funcionarios superiores
controlan a los funcionarios inferiores (Weber, 2001, p. 22),
estos últimos se encargan de los asuntos de los primeros,
por lo que una vez creado el cargo se perpetúa y es
ocupado por otros titulares. III.- La administración del cargo moderno se funda
en documentos
escritos (‘archivos’)
que se conservan en forma original o como proyectos (Weber,
2001, p. 23), además, esta organización moderna
separa la repartición del domicilio privado del
funcionario y se considera a la actividad oficial como un
ámbito independiente de la vida privada, es decir, los
fondos y equipos públicos están separados de la
propiedad
privada del funcionario tanto gubernamental como empresarial.
"IV.- Administrar un cargo, y administrarlo de manera
especializada, implica, por lo general, una preparación
cabal y experta […] V.- Si el cargo está en pleno
desarrollo, la actividad del funcionario requiere toda su
capacidad laboral, aparte
del hecho de que su jornada obligatoria en el despacho
está estrictamente fijada […] VI.- La
administración del cargo se ajusta a normas generales,
más o menos estables, más o menos precisas, y que
pueden aprenderse. El
conocimiento de estas normas es un saber técnico
particular que posee el funcionario" (Weber, 2001, p.
24).
El trabajo en la burocracia es uno especializado que
también se construye al interior de otras organizaciones
como las educativas. Entraña un deber y también la
posesión de cierta fidelidad a la organización, lo
cual en sí mismo contiene a la disciplina. En este mismo
tenor, "la superioridad puramente técnica de la
organización burocrática ha sido siempre la
razón decisiva de su progreso respecto de toda otra forma
de organización […] Precisión, velocidad,
certidumbre, conocimiento de los archivos,
continuidad, discreción, subordinación estricta,
reducción de desacuerdos y de costos materiales y
personales son cualidades que, en la administración burocrática pura, y
fundamentalmente en su forma monocrática, alcanzan su
nivel óptimo" (Weber, 2001, p. 55). Otras formas de
organización son más lentas, menos formales y menos
vinculadas a esquemas, menos centralizadas, más imprecisas
y costosas. Estas características de la
organización burocrática en términos
administrativos son exigidas por la economía capitalista
de mercado, por lo
que, "las grandes empresas
capitalistas modernas constituyen, en general, por su
organización interna, modelos
inigualados de organización burocrática rigurosa.
Toda la administración de un negocio se funda en una
progresiva precisión, estabilidad y, fundamentalmente,
rapidez en las operaciones"
(Weber, 2001, pp. 56 y 57). La burocratización implica la
posibilidad óptima de poner en práctica el
principio de la especialización de funciones
administrativas conforme a regulaciones estrictamente
objetivas, lo cual presupone una resolución conforme a
normas calculadas y sin tomar en cuenta a las personas. Esta
calculabilidad de los resultados es exigida por la técnica
y la economía modernas.
La burocracia como instrumento técnico
organizativo fue necesario para la consolidación de un
Estado moderno que ha impulsado la expansión del capitalismo
como modo de producción y como proceso civilizatorio. La
burocracia funciona como una organización altamente
especializada que centraliza la información y las decisiones propias de los
Estados y empresas
nacientes, por lo que es imprescindible para agilizar la
expansión del capitalismo. Sin una organización
burocrática en el sentido weberiano no se
explicaría el surgimiento del capitalismo, modo de
producción que requiere de una enorme gama de recursos
articulados y sujetos a objetivos bajo un régimen de
disciplina que rija a los individuos y que haga que sus intereses
sean convergentes con los de la organización. Pero,
¿para qué sirve esta estructura burocrática?
¿qué relación tiene con la
construcción del poder?
Weber pensó que la estructura burocrática
ha llegado al poder, en general, en virtud de una
nivelación de diferencias económicas y sociales, lo
cual ha influido en el reparto de las funciones
administrativas. La burocracia va unida de manera necesaria a
la moderna burocracia de masas, lo cual proviene de la
regulación abstracta de la práctica de la
autoridad. La burocratización y la democratización
estatal acrecientan los gastos en
efectivo del erario público; sin embargo, este demos no
gobierna las estructuras superiores, es gobernado y su existencia
sólo altera el modo de selección
de los dirigentes ejecutivos; a lo más, existe una
equiparación de los gobernados con los gobernantes. De
esto último rescatamos que ya desde la época de
este autor clásico se expresaban las contradicciones de la
democracia
liberal.
Para el fundador de la sociología interpretativa,
la burocracia es el medio de transformar la ‘acción
comunitaria’ en una ‘acción societal’
organizada racionalmente. Por esto, la burocracia, como
instrumento de ‘societalización’ de las
relaciones de poder, ha sido y es un instrumento de poder de gran
importancia para quien controle el aparato burocrático
(Weber, 2001, p. 83). Es la burocratización de la
administración lo que la hace inamovible. Mientras que el
burócrata individual no puede zafarse del aparato al que
se encuentra unido, está encadenado a su actividad a
través de toda su existencia material y espiritual, es un
simple engranaje de un mecanismo siempre en marcha que le ordena
a ir en un sentido fijo. Este mecanismo es manejado desde arriba,
por lo que realiza tareas especializadas que no logran detenerlo.
El interés
del burócrata individual es que el mecanismo siga
funcionando y se mantenga la autoridad ejercida societariamente.
Mientras que los gobernados no pueden prescindir del aparato
burocrático de autoridad, o reemplazarlo, puesto que se
funda en una preparación especializada, una
división funcional del trabajo y en actitudes
metódicamente integradas. Si el funcionario deja de
trabajar sobreviene el caos y es difícil encontrar entre
los gobernados al reemplazante. La dependencia de las masas de
este tipo de organización hacen casi imposible su
eliminación. El aparato burocrático cuenta con la
capacidad para hacer imposible la "revolución" como creación forzada de
formas de poder totalmente nuevas, sobre todo cuando el aparato
tiene bajo control a
los medios de
comunicación, y su estructura está
racionalmente organizada (Weber, 2001, pp. 85 y 86). Es la
burocracia un instrumento de precisión que está al
servicio de
los intereses de dominación diversificados, al tiempo que
busca doblegar los poderes que se le resisten en los
ámbitos que desea ocupar.
El Estado
moderno está sometido a la burocratización. Pero el
hecho de que la burocracia sea técnicamente el medio de
poder más efectivo al servicio del
hombre que la
controla, no determina la gravitación que ésta
organización puede tener dentro de una organización
social específica. El poder de la burocracia en plena
expansión es grande, pues el "patrón
político" (como el pueblo, el presidencialismo, etc.)
está en situación de aficionado ante el experto
funcionario que se posiciona en la administración.
Además, "toda burocracia intenta acrecentar la
superioridad de los profesionalmente informados conservando en
secreto sus conocimientos y propósitos" (Weber, 2001, p.
92), es decir, cuenta con la propensión a ser una
administración de "sesiones secretas" a medida que
prevalecen aspectos técnicos, pues se muestra a la
opinión
pública lo que no perjudica los propósitos de
su poder.
La burocracia como forma de organización desde
que Max Weber la
teorizó ha sido un tipo organizativo que ha modificado las
relaciones y estructuras sociales en su totalidad, partiendo de
su carácter racional hasta la importancia que adopta para
la canalización del poder dentro de las sociedades. Sin la
burocracia, la organización requerida por el modo de
producción capitalista sería difícil de
concebirse, partiendo desde el manejo de conocimiento
especializado hasta el control, centralización y secreteo de la
información confidencial. Tanto en la empresa
privada como en las instituciones
públicas, la burocracia jugó un papel fundamental
para la construcción y expansión del poder en las
sociedades; sin un trabajo sistematizado, especializado, preciso
y eficiente, sería difícil pensar en un control de
los recursos
humanos tanto a nivel de la producción como a nivel de
las decisiones estatales.
Siguiendo con su concepción de la
organización vinculada a la racionalidad edificadora del
poder, Weber sostiene que: una organización que genera una
fe y creencia en la existencia efectiva de poder está
impulsada por el prestigio, por lo que sus miembros se entregan
sistemáticamente al desarrollo de ese sentimiento de
prestigio (Weber, 1977, p. 12).
Las organizaciones de la rutina cotidiana como la
burocrática y la patriarcal se caracterizan por la
permanencia. Mientras la primera entraña la racionalidad
para satisfacer necesidades calculables y periódicas
mediante la rutina, la segunda tiene su campo de acción en
la economía y busca satisfacer necesidades también
mediante una rutina normal. Pero la satisfacción de
necesidades más allá de la rutina cotidiana
corresponde al poder carismático que implica una ausencia
de conocimiento técnico y de una remuneración, y
que en condiciones de conflicto,
estos dirigentes naturales han sido dotados de atributos
sobrenaturales a los ojos de sus seguidores e inaccesibles para
ellos.
"Por dominación ‘política’ hay
que entender un poder que supera la autoridad doméstica y
que, básicamente, difiere de ésta" (Weber, 1977, p.
82). Cuando una comunidad
institucionaliza de manera estable el carisma, se abren paso los
poderes tradicionales y la socialización racional, lo cual implica una
disminución de la importancia de la acción
individual, entonces la disciplina racional se hace invencible.
Es la expresión de la organización racional la que
termina por derrocar el fundamento divino de las cosas y
restringe al individuo miembro de ella, sea dirigente o sea
subordinado. La disciplina tiene el poder de suprimir el carisma
personal,
además de consistir en la ejecución
sólidamente racionalizada, sistemáticamente
enseñada y exacta de la orden recibida, con prescindencia
de toda crítica personal y con la disposición, de
parte del ejecutor, a poner en práctica la orden, de modo
exclusivo y resuelto (Weber, 1977, pp. 84 y 85).
Esta conducta en
ordenes es uniforme, en ello radica lo decisivo de la disciplina,
es decir, dentro de la organización la obediencia de una
multitud de personas es necesario que sea racionalmente uniforme,
y en ello, los objetivos generales de la formación social
y los intereses particulares de los miembros respecto a ella son
el punto de convergencia. Es el código
disciplinario lo que marcará y garantizará la
obediencia incondicionada. Esta disciplina es impersonal, siempre
neutral y al servicio de cualquier poder que la requiera y sepa
cómo promoverla; reemplaza el rapto de heroicidad o la
devoción por un caudillo personal, el culto del honor, o
el ejercicio de la habilidad personal como arte, por la
habituación a una práctica rutinizada; presupone
también, un sentido del deber y una conciencia.
Ante la satisfacción racionalizada de las
necesidades económicas y políticas
se produce el avance de la progresiva coerción
disciplinaria, lo cual limita la importancia del carisma y del
comportamiento
personal singularizado. Este carácter carismático
como poder creativo decrece ante una dominación organizada
en instituciones duraderas y sólo prevalece en periodos de
emociones
masivas, de efectos imprevisibles (Weber, 1977, pp. 98 y
99).
La disciplina es parte constitutiva de las
organizaciones modernas que limitan la acción personal
carismática; a lo más, el líder
dentro de este tipo organizativo es restringido en su
acción por los objetivos generales y racionales que pueden
llegar a limitar su creatividad,
aunque en muchos casos, este líder
puede cambiar el sentido de la organización en cierta
coyuntura. Es el carácter fetichista de la
organización lo que termina por subsumir a la
acción individual y limitar los liderazgos a la
racionalidad de la misma. También lo es el poder. Para
Weber, esto significa que dentro de la dinámica del poder
y de su reparto, existe la ley ante la posibilidad de mantener un
orden mediante un conjunto específico de hombres que
aplicarán la coacción física o
psíquica con el objeto de lograr una aceptación del
orden o de sancionar su transgresión (Weber, 1977, p. 45).
Mientras que el poder es la posibilidad de que una o varias
personas realicen su propia voluntad en una acción en
común, aún contra la oposición de otros
participantes en la acción. La lucha por el poder no
siempre tiene como meta el enriquecimiento económico, ya
que el poder puede ser valorado por sí mismo, y se busca
por el mero "honor social".
Joseph A. Schumpeter y la organización
sustentada en la innovación.
Innovación y organización, además
de los elementos estructurales proporcionan lo indispensable para
el desenvolvimiento, el rejuvenecimiento y las transformaciones
del sistema capitalista. El capitalismo requiere para su
realización de una voluntad política, de
realizaciones culturales y de una legislación social; esto
implica la interrelación de organizaciones donde germinen
estos elementos reproductores.
Joseph A. Schumpeter sostiene que el capitalismo es un
proceso evolutivo; es una forma o método de
transformación económica, por lo que nunca puede
permanecer estacionario. Este carácter evolutivo no se
debe al hecho de que la vida económica transcurre en un
medio social y natural que cambia constantemente y que como
consecuencia altera la acción económica, ni se debe
al crecimiento automático de la población y del capital; sino
que "el impulso fundamental que pone y mantiene en movimiento a
la máquina capitalista procede de los nuevos bienes de
consumo, de los nuevos métodos de
producción y transporte, de
los nuevos mercados, de las
nuevas formas de organización industrial que crea la
empresa
capitalista" (Schumpeter, 1963, p. 120). Este proceso de
mutación industrial revoluciona incesantemente la
estructura económica desde dentro, "destruyendo
ininterrumpidamente lo antiguo y creando continuamente elementos
nuevos. Este proceso de destrucción creadora constituye el
dato de hecho esencial del capitalismo" (Schumpeter, 1963, p.
121). Estas revoluciones no son incesantes, son discontinuas,
separadas unas de otras por lapsos de tranquilidad; pero el
proceso actúa en su conjunto ya sea porque siempre hay una
revolución
o una asimilación de sus resultados, formando ambas a los
ciclos económicos. En este proceso de destrucción
creadora desaparecen muchas empresas que no soportan este
vendaval.
Para el economista, la misma evolución
económica que mina la posición de la
burguesía, disminuyendo la importancia de las funciones de
los empresarios y capitalistas, dislocando las instituciones y
creando una atmósfera de
hostilidad, destruye también desde dentro las fuerzas
motrices del capitalismo. El orden capitalista descansa sobre
pilares hechos de material extracapitalista, extrae su
energía de normas de conducta extracapitalistas, las
cuales al mismo tiempo trata de destruir. "Hay en el sistema
capitalista una tendencia inherente hacia la
autodestrucción, que, en sus primeras etapas, puede tomar
la forma de una tendencia hacia el retardo del progreso"
(Schumpeter, 1963, p. 217).
La organización es en sí misma un ente
ligado a la incertidumbre y necesitado de innovación para
hacerle frente; es en la organización donde se genera este
proceso de destrucción creadora que dinamiza y actualiza
al capitalismo; es la organización el nicho necesario para
el desarrollo de la creatividad individual y para la convergencia
de esta. Sin la organización el innovador no
logrará materializar sus ideas, al tiempo que la
organización no estará provista de dinamismo y
capacidad de adaptación sin los aportes de la
innovación.
Más que la competencia sobre
los métodos de
producción y las formas de organización industrial,
la que cuenta es la que entraña la aparición de
nuevos artículos, de una técnica nueva, de fuentes de
abastecimiento nuevas, de un tipo nuevo de organización,
es decir, "la competencia que
da lugar a una superioridad decisiva en el costo o en la
calidad y que
ataca no ya a los márgenes de los beneficios y de la
producción de las empresas existentes, sino a sus
cimientos y a su misma existencia" (Schumpeter, 1963, p. 122), en
ello radica la importancia de la innovación. Esta
innovación reduce el efecto a largo plazo y la importancia
de las prácticas que tienen por objeto conservar las
posiciones adquiridas y elevar al máximo los beneficios
procedentes de ellas mediante la restricción de la
producción.
Cuando la empresa capitalista despliega sus
posibilidades, la capacidad y la ambición fortalecieron a
los negocios. El
éxito
del empresario fascinaba incluso a los estratos superiores de la
sociedad feudal, lo cual en gran medida dio un impulso a la
máquina racionalista. "El capitalismo –y no
meramente la actividad económica en general- ha
constituido, en definitiva, la fuerza propulsora de la
racionalización del comportamiento
humano" (Schumpeter, 1963, p. 173). Por lo que no sólo la
fábrica mecanizada, el volumen de
producción que fluye en ella, la técnica y la
organización económica modernas, sino
también los rasgos y conquistas de la civilización
moderna son producto directo o indirecto del proceso capitalista.
Pero más que la actividad de lucro, es la forma de
organización que permite el capitalismo, es el dinamismo e
impulso que se imprime a la información y a la
innovación; no sólo el capitalismo aporta los
medios
materiales y la voluntad creadora, sino que su racionalidad crea
los hábitos mentales que permiten sostener a la
organización. El arte, la medicina,
la
educación, la vestimenta, la "democracia
individualista", el Estado de bienestar y las reformas
institucionales a favor de las masas, la misma "libertad de
pensamiento"
están permeados por la esencia capitalista que se expande
como una racionalidad generalizadora que a la vez requiere de
estas expresiones para reproducirse.
Dentro de la teoría social clásica se
desarrollaron matrices explicativas que han brindado los
elementos fundacionales para futuros estudios sistemáticos
de las organizaciones (Crozier, 1969; Merton, 1984; Mayntz, 1996;
Salaman y Thompson, 1984). Si bien, los autores clásicos
no trataron de esbozar una sociología o una teoría
de las organizaciones de manera explícita, sí
contemplaron abiertamente a la organización como un punto
de partida para la interpretación y explicación de
la sociedad como un todo articulado. Pensemos tan sólo en
la obra de Max Weber, quien tuvo entre otros objetivos el estudio
del poder y la orientación de la racionalidad que lo
nutre; en sus textos, la organización fue un punto
fundamental para articular ambos niveles de análisis, y conjuntamente con su enfoque
interpretativo logró focalizar a la acción social y
a las motivaciones que incitan a los individuos a ejecutarla.
Pero no dejemos de lado a un Karl Marx que vio
a la organización como el nicho propicio para el
desarrollo del proceso productivo, y para la articulación
de las relaciones de subordinación y subsunción al
interior de la misma.
La riqueza de los planteamientos clásicos y en
especial de los abordajes sobre la organización dentro de
ellos, es necesaria para analizar los nuevos rumbos de esta
formación social: desde reinvención del gobierno y la
reestructuración de la administración
pública tras la quiebra y
esclerosis de la organización burocrática
tradicional autoritaria y centralizadora del poder y las
decisiones hasta la organización flexible de las empresas
que en las últimas tres décadas ha dado pie a una
renovada expansión global del capitalismo (Enríquez
Pérez, 2003), los pensadores clásicos aportan
elementos para el análisis histórico al rastrear la
dinámica de las organizaciones en el tiempo en que ellos
vivieron y al compararla con las actuales tendencias, y para la
utilización de principios
teórico/epistemológicos que nos permitan construir
conocimiento sobre la intergénesis de la
organización con el todo social. Por supuesto, es un
desafío que requiere de una gran dosis de
imaginación creadora respondernos ¿qué
conceptos y categorías elaborados por los clásicos
nos resultan útiles por su transcendencia
histórica, ontológica y epistemológica? y
¿qué es lo específico que caracteriza a la
naturaleza de las organizaciones
contemporáneas?
Sin los clásicos no se puede gestar una ciencia social
seria en términos históricos y
teórico/epistemológicos, y con ellos, las
posibilidades de articular a éstas disciplinas posibilita
no sólo la ubicación histórica de los
fenómenos contemporáneos sino también, la
posibilidad de rescatar el desafío de concebir a la
sociedad como un todo articulado, diferenciado y dinámico.
Partir del estudio de la organización como proceso
sustantivo de la realidad social nos acerca a esta posibilidad
tan necesaria en momentos en que el dogmatismo, el empirismo, el
inmediatismo y el cortoplacismo en el análisis se aceleran
con intensidad.
*Alexander, Jeffrey C., "La centralidad de los
clásicos" en Anthony Giddens y Jonathan Turner y otros, La
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Inglés:
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* Schumpeter, Joseph A. (1963), Capitalismo, socialismo y
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Editorial Aguilar, Tercera Edición en Español
(Primera Edición en Inglés:
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*Weber, Max (1977), Estructuras de poder, Argentina,
Editorial Pleyade, Primera Edición en Español
(Primera Edición en Alemán: 1922), 103
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*___________ (2001), ¿Qué es la
burocracia?, México, Ediciones Coyoacán, Primera
Edición en Español (Primera Edición en
Alemán: 1922), 112 pp.
Ciudad Universitaria, México, D.
F., octubre del 2002.
Isaac Enríquez Pérez
El autor es Sociólogo egresado de la Facultad de
Ciencias Políticas
y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de
México, en la cual es Profesor-adjunto en los cursos de
Economía política internacional y de Integraciones
económicas; becario dentro del proyecto
"Territorios en reserva: El Plan
Puebla-Panamá y
las nuevas estrategias de
desarrollo
económico regional" en el Instituto de Investigaciones
Económicas de la misma Universidad, así como
docente del curso de Desarrollo
económico de México en la Escuela
Preparatoria Particular Incorporada "Jerécuaro". Ponemos a
disposición de los lectores la siguiente dirección electrónica para sostener un intercambio de
ideas sobre el tema: