Teoría y filosofía
política
sobre "villeros"e indocumentados
Teoría sociológica de la
exclusión social
- Las dimensiones complejas de la
exclusión en un Barrio-Villa - Inocentes, diferentes y excluidos:
relatos de la inmigración "ilegal" en
Argentina - Villeros e ilegales: una mirada
comparativa
Como nunca en el pasado, el tema de la exclusión
social se ha instalado en la Argentina de
cambio de
milenio. Se cuela en los discursos de
la Iglesia, los
sindicatos,
los intelectuales, e incluso el Estado
divisa un nuevo espectro. Hecho que resulta opaco a la
comprensión de una sociedad que
junto a otras del Cono Sur como Chile y
Uruguay,
siempre había exhibido orgullosa su singularidad en cuanto
a integración social, en cierta
contraposición al resto de América
Latina.
Las oportunidades estratégicas que abre la
discusión sobre la exclusión están
ciertamente neutralizadas por la falta de debate, por la
resignación de lo aparentemente inevitable, por la
crisis de
relatos que incorporen una síntesis
crítica y liberadora.
Ausencia de relatos que sean teóricamente
precisos y comprensibles, útiles y sobre todo
teológicamente prometedores.
¿Pero qué entendemos por procesos de
exclusión social? ¿Cómo podemos precisar
mínimamente los límites de
un concepto tan
amplio?
Explorando los textos que mencionan el término
"exclusión social" surgen temas tan variados como
pobreza, desigualdad, cambio
económico, diferencia, estado de
bienestar, segregación legal, gobernabilidad, poder,
política,
saber, diseño
urbano, educación, integración, ayuda internacional, etc.
Igualmente variados los procesos
subyacentes: pobres, mujeres, negros, judíos,
minorías sexuales, jóvenes y niños,
discapacitados, ancianos, migrantes, enfermos de SIDA, entre
otros tantos. ¿Podemos exponer acciones
básicas de acción para llevarlas a la
práctica?
En este caso pretendemos arrojar un poco de luz a partir de
un análisis comparativo de la
segregación social. Por un lado, extranjeros explotados
que viven clandestinamente, a quienes , si pretendemos definirlos
simplificadamente, podremos llamarlos inmigrantes ilegales,
aunque luego descubramos que esta denominación
típicamente estatal se encuentra lejos de ser
neutral.
Por otra parte, núcleos más tradicionales
de pobreza, sin
trabajo con empleo
precario, informal, en negro, sin salud o con acceso limitado,
sin educación, o con gratuidad con dosis
intensas de discriminación.
Creemos que las actuales alternativas que se plantean
desde los sectores de poder, evaden
con frecuencia el problema real, que no sólo es complejo
sino que además reviste una importancia
creciente.
Para despejar el concepto de
exclusión social, debemos mencionar la pobreza en su
sentido más económico, aunque no limitar la
situación del excluido a este solo concepto.
Las dimensiones
complejas de la exclusión en un
Barrio-Villa
Los barrios-villas surgen de los expulsados de las
economías regionales y concentran sus expectativas de vida
en la ciudad de Buenos Aires o
sus alrededores, denominado conurbano bonaerense. Espacios
urbanos que rechazaba al recién llegado, al "cabecita
negra", definiéndolo por su origen, color, acento,
costumbres o su nuevo hábitat precario.
La historia de estos barrios
muestran avances y retrocesos; las personas de más edad
perciben una transformación negativa del proceso y
apelan a la memoria,
cuando identifica su pasado con la solidaridad
vecinal, los valores
tradicionales que trajeron consigo desde sus lugares de origen. A
ese pasado algo idealizado se opone un presente a través
de representaciones que sugieren desintegración,
intolerancia generacional, delincuencia
cotidiana, auto-encierro y temor y limitación de la vida
pública.
Uno de los informantes recuerda aquel pasado "cuando
en carnaval, era todo carnaval, donde todo era familiar y se
hacían reuniones en varias casas y había respeto por los
mayores". Hoy en cambio cree que el barrio "… ha ido
para abajo en todo sentido, en desprestigio, en todo (…) hay
mucha delincuencia,
(…) viven aglomerados, (…) los jóvenes andan en
patotas con cerveza, vino,
drogas (…)
no pueden trabajar".
Estos modos de ver y comprender la vida social en una
barrio-villa, guardan obviamente relaciones complejas y directas
con la trama real de la vida cotidiana dentro y fuera del barrio.
Transformaciones asociadas a nuevas modalidades de la economía, el estado y la
sociedad.
Estos barrios no presentan una desocupación masiva pero sí una nota
creciente del empleo
informal o precario, limitado por una residencia barrial
negativa, así como encontramos una fuerte desocupación entre los
jóvenes.
Desde afuera se los diferencia negativamente con la
denominación de "villeros", de ser propensos a la
delincuencia y al consumo o
comercialización de drogas. Ello
llega al extremo de la "exclusión" del barrio, de
la pertenencia a un espacio común con el resto de la
sociedad, la reticencia de remises, ambulancias, entrega de
servicios de
comida, etc.
El rechazo que cristaliza el estigma barrial contribuye
a profundizar la posibilidad de conseguir trabajo dada la
desvaloración del barrio, lo cual explica cuando estos
habitantes de barrios-villa en muchos casos encubren su
procedencia, dando direcciones falsas.
Algunos pobladores de estos asentamientos definen una
división dentro del barrio entre merecedores y no
merecedores del estigma. Lo que hay aquí es una
necesidad de presentar una imagen de
sí mismos que los distinga y exceptúe del estigma
barrial. Sin embargo, debemos aclarar que muchos casos se
identifican con la pobreza, la
desocupación y la inacción o complicidad policial
como causantes de situaciones que conforman la exclusión
del barrio.
La pregunta aparentemente obvia pero intrigante, simple
y sutil, es ¿ cómo puede ser que un
barrio villa sea o no sea una villa marginal a la vez?
¿pueden ser sus habitantes ser llamados "villeros" cuando
los investigadores dudarían en catalogarlos de este modo,
cuando los responsables de la política
social los excluyen del inventario
oficial de villas y excluídos?
La propia configuración de los barrios villa lo
sitúan en un reverso trágico y paradójico de
los barrios cerrados. Aquí lo que prima no es ya una
decisión de auto-aislamiento de un entorno que se percibe
como peligroso, típico de sectores de clase alta.
Contrariamente, el barrio se presenta diferenciado
urbanísticamente como reflejo de su propia historia de
apartamiento.
Si en un primer extremo de la sociedad encontramos una
refinada arquitectura de
la seguridad como
refugio ante los efectos de la exclusión circundante. En
zonas como los barrios villa irrumpen los remiendos de una
arquitectura
precaria que se debate entre
la inseguridad,
la exclusión y el rechazo.
Adentro y afuera definen en ambos casos –
aunque con sentidos inversos – identidades
socio-culturales, en un recorrido cuyos extremos recortados son
el prestigio y el estigma, el privilegio y la pobreza.
Incluso se hace una diferenciación de tipo
moral entre
"gente bien", con sus casas "limpias", "ordenaditas",
"decente" y gente nueva del barrio villa como
"desordenados", "viven apretados" y "ocupados en la
delincuencia". Luego se diversifican las posiciones con el
mote de zonas "mejores" a "peores", de "trabajadores" a
"delincuentes" o "drogadictos", de la "calle al hogar y del hogar
a la calle".
Es cierto que se convierte en probable la
frustración de los ¿villeros?, por el efecto de la
exhibición de bienes de
consumo y
estilos de vida prometidos por los medios de
difusión masiva y observados en las cercanías
de zonas más acomodadas, aunque negados
sistemáticamente por la realidad cotidiana de la
segregación.
La violencia
sería la contracara activa de una frustración que
otros aceptan pasivamente como resignación fatalista o
como una oportunidad de acción colectiva.
Estos factores no se reducen al aspecto económico
del desempleo o la
pobreza. De la falta de empresas
importantes que generan trabajo y disciplina, el
sindicato,
la familia o
la escuela,
facilitan una socialización en grupos de base
local o territorial tales como la "patota" o pandilla, que
a cambio otorgan un reconocimiento (con mecanismos, valores y
jergas propias, particularistas y diferentes de los dominantes)
que el estigma externo de ghetto niega además de
beneficios que no pueden lograr por vías
alternativas.
La ruptura de lazos que ligaban al barrio-villa con su
exterior, dada la segregación urbanística y social,
le da al barrio características de fuerte o
refugio.
En cuanto a la política estatal o de origen
comunitario ciertamente existentes, deberíamos diferenciar
las formas asistencialistas tradicionales de las acciones
generativas que promueven una activa participación y
compromiso de los beneficiarios sin perjuicio de incrementar su
autonomía.
Inocentes, diferentes y
excluidos: relatos de la inmigración "ilegal" en
Argentina
Cambiemos de foco el análisis y discutamos un caso
cualitativamente diferente de segregación. No busquemos
trasladar en forma automática los conceptos del caso
anterior sino desglosar primero la lógica
interna de la exclusión del migrante.
El tema nos orienta a vincular la ilegalidad con las
cosas típicas de la vida del migrante, que van desde el
extrañamiento inicial, pasando por un proceso de
aprendizaje de
carácter práctico, el cual culmina
en el dominio
más o menos completo, de los pequeños detalles que
hacen a la inserción en la nueva cultura.
Este proceso de aprendizaje es
claramente continuo y dinámico, variando además su
duración según los distintos casos y experiencias.
Sin embargo podemos definir dos tipos ideales que se adaptan
bastante bien. Nos referimos al migrante inocente y al
experimentado.
La etapa inocente se inicia con la partida. En
ese momento se toma la decisión de alejarse de una
cultura que se
comprende y domina, que resulta familiar y evidente y que no
parece esconder grandes secretos. Esto es particularmente
dramático en el caso de los bolivianos, peruanos y
paraguayos que llegan a nuestro país, ya que la oralidad
es un patrón básico de las estructuras de
su mundo en la vida cotidiana. Entones se reniega de la
cultura diversa, se excluye a partir de la
diferencia.
No toda convivencia entre culturas diferentes implica
imposibilidad de comprensión. Es en la medida en que la
multiculturalidad se combina con estigmación, con
denigración de las diferencias o con indiferencia, en el
mejor de los casos, hace que se quiebre la posibilidad que
facilite la inclusión.
La intención política que
institucionaliza al sistema parece
refugiarse en el pretexto del control para
poder excluir o incluir discrecionalmente.
¿Cuántos migrantes recién llegados
comprenden la necesidad de la regularización?
¿Cuántos saben a quién dirigirse? O
más genéricamente, ¿Cuánto puede
aprender un migrante inexperto de la mano de un sistema
impersonal, complejo y desinteresado, cuando no abiertamente
descriminatorio?
Por ejemplo, los empleadores exigirán DNI para
lograr un contrato de
trabajo, mientras que el estado exige
un contrato de
trabajo para abrir el accseso al DNI, queda implícito una
paradoja insoluble a una restricción
encubierta.
Cuando más pobres son, más rechazados son
y más probablemente tienden a convertirse en ilegales.
Ahora aparece el ilegal trabajando en negro, en condiciones a
veces de esclavitud,
apropiaciones ocasionales del salario
prometido, que en todos los casos es inferior a los a los
mínimos pagados a los nativos.
Los inmigrantes ilegales no sólo no cuentan con
garantías que expresan aquellos umbrales, sino que lo
jurídico actúa no ya como freno, sino como
catalizador de la explotación. Por su parte la
policía excede un papel
represivo ante la transgresión efectiva del marco
normativo y explota económicamente esta
vulnerabilidad.
El migrante experimentado, a resultas de la herencia recibida
por familiares que viven o han residido en la ilegalidad, los
hace acercar a organizaciones no
gubernamentales, la mayoría de origen religioso. Como en
otros casos, estas organizaciones
toman el lugar que no ocupa el estado. La estrategia de
recurrir a esas redes de asistencia no
garantiza la documentación, pero su funcionamiento
explicita un modo diverso de interacción, que tiende a
producir una inclusión incipiente de los
migrantes.
Villeros e ilegales:
una mirada comparativa
Muy frecuentemente tiende a asimilarse el concepto de
exclusión social al de la pobreza. Sin embargo, esta
visión tiende a definir situaciones y no procesos. Ser
un excluído no significa tener más o menos
recursos de
cualquier clase, sino ser o haber sido un sujeto inmerso en una
relación social determinada. Cualquiera que sea la
tendencia dominante y el resultado de las políticas
sociales, existe siempre una convivencia de las tendencias a la
separación y a la inclusión.
Los de adentro o los de afuera se definen por procesos
asociados al empleo, la atribución de normalidad, la
distribución de territorios y recursos, las
formas establecidas para su control y la
participación política, etc.
Esto implica que cualquier acción comunitaria o
política pública debe considerar invariablemente la
creciente diversidad de los actores que la componen, de la
reciprocidad de sus problemas, de
sus sub-culturas y valores.
Es necesaria una revisión de las circunstancias
actuales que estimulan la desintegración y por sobre todas
las cosas la potencian, sin diferenciar a villeros o ilegales. Se
evidencia así la complejidad de las formas que adhieren a
los procesos de exclusión social, donde se mezclan e
interconectan la pobreza, la precarización, la
desocupación, el apartamiento legal-institucional, la
auto-exclusión y la diferenciación
interna.
Esto implica la necesidad de promover acciones
comunitarias y políticas
públicas generativas que se orienten no sólo a la
asistencia a la pobreza sino a la remoción del sistema
vigente y concretar la integración a partir de facilitar
la participación comunitaria, la multiplicación de
las alternativas de vida, y la tolerancia hacia
la diferencia de origen migratorio, de antigüedad, de
historias personales o grupales. Una política dirigida a
la inclusión debe partir en cada caso de un diagnóstico adecuado, que, desenredando la
madeja imperante, identifique los ejes claves de
segregación y las posibilidades de una
transformación práctica.
El objeto de este artículo es contribuir a una
discusión, tendiente a buscar nuevas formas y métodos a
los efectos de comenzar a normalizar esta desgarradora y
vergonzosa realidad. Si por el contrario la indiferencia
continúa transcurrirán muchísimos
años o quizás nunca lograremos constituir una
sociedad más justa y solidaria.
Hugo Sirio
Escobar – Buenos Aires
– Argentina