Intelectual se usaba para denominar a las personas que
no comprendían el sentido de la vida y estaban alejados
del pueblo.
Milan Kundera
El libro de la
risa y el olvido.
Durante ya casi dos siglos la labor histórica
estuvo vinculada –y mucho mas estrechamente desde su
profesionalización en el siglo XIX bajo el impulso del
horizonte positivista- a los aparatos estatales, para cuyos fines
sirvió específicamente en la construcción de visiones históricas
que legitimaran las relaciones sociales y simbólicas
plasmadas en la idea del Estado–Nación.
De esta manera, con la profesionalización, emerge un
sector de intelectuales orgánicos1 abocados a
dar legitimidad y fundamentación a lo que
comúnmente se denomina "sectores dominantes"; dicho en
otras palabras, desee "arriba" se procedía a la construcción de la visión de los de
"abajo"2.
Durante el siglo XX la disciplina
histórica va a ir mutando en sus enfoques y modos de
analizar el pasado, nuevas ópticas son conocidas primero
con los historicistas; luego el marxismo es el
encargado de marcar un quiebre en el modelo de
historiar, ya los ejes no son la política y los
grandes hechos gubernativos, sino que se desplazan al terreno de
la confrontaciones sociales, el acontecimiento es abandonado en
pos de la larga duración –el tiempo de la
historia social
ha comenzado, pero aquí también comienza la
interdisciplina reflejo de la cual son los conceptos aportados
desde otras ciencias
sociales tales como la antropología, la economía, la
etnología3. Pero el interés
principal tenía un objetivo
implícito, tratar de descifrar las claves del desarrollo
económico en un mundo bipolar donde la disputa por el
progreso comunitario marcaba los paradigmas y
modelos de
investigación.
A mediados de la década de los 70, con la
crisis del
petróleo,
el mundo bipolar comienza a desvanecerse. El progreso sostenido y
los avances en materia de
legislación social conocen un freno hasta ese momento
inesperado. Los años 80 descubren a un mundo en donde en
Occidente comienzan a implementarse políticas
socioeconómicas de corte neoliberal, y el Este ya no es
capaz de lograr la reconversión necesaria para sortear los
obstáculos impuestos por la
crisis
económica. En el bloque socialista se intentan implementar
políticas de reestructuración y
reforma que culminan en la no esperada caída de las
repúblicas populares europeas. Ante esta situación
de debacle de los regímenes socialistas, la
intelectualidad conservadora recurre a supuestos teóricos
hegelianos para anunciar triunfalmente que la democracia
liberal ha ganado la guerra
ideológica mantenida durante cerca de 70 años y que
con esta victoria la etapa histórica de la humanidad ha
culminado.
Fin de la historia, fin de las
ideologías. La era del "progreso" se ha terminado y han
comenzado los tiempos del pragmatismo,
un pragmatismo
que aboca todas sus energías a la expansión
última del capitalismo a
nivel planetario lo que desembocará en la
construcción simbólico-ideológica de la
aldea global. El paradigma ya
no es el desafío por el progreso y el bienestar
comunitario, sino mas bien la expansión descontrolada de
un darwinismo económico y social que se traduce en cada
vez mas marginación. Antes se buscaba lograr la mayor
inclusión social posible, en los años 90 esto se ha
olvidado porque lo que importa es quedarse dentro del sistema lo mejor
posicionado posible, a cualquier costo, no hay
lazos ni redes que
sirvan de contensión; todo lo sólido se desvanece
en el aire.
El denominado "fin de la historia" implica la
sobrepotenciación del paradigma
neoliberal y, por consiguiente, la falta de opciones o
alternativas al modelo
hegemónico en vigencia. Con la puesta en cuestión
de la idea de progreso, el movimiento
histórico pierde su sentido y esencia.
Como la historia ha terminado, las utopías que
servían de referencia a la humananidad han desaparecido –
los principios
modernos de libertad,
igualdad y
fraternidad se ven enfrentados de forma tajante con el ideario
propulsado desde los pensadores que difunden la posmodernidad,
es decir, el nuevo sistema de
valores y
creencias se construye en derredor de la admisión de la
diferencia. Los absolutos totalizadores ceden pues lugar ante la
presión
incontenible de las diversidades mutantes. Estos cambios en las
perspectivas de investigación son generadores, entonces, de
un proceso de
quiebre de las concepciones históricas. El pasado es
releído y recreado en función de
la importancia del futuro, un futuro único, hacia el cual
nos dirigimos todos pero por diversos caminos y aceptando las
diferencias – las visiones históricas se construyen
así en función de
una posteridad, por así decirlo, efímera que a su
vez hace que el mismo pasado sea entendido como carente de
realidad; las imágenes
no muestran todo y, por si esto fuera poco, pueden ser el
resultado de recortes motivados a partir de intensiones,
implícitas o no, legitimantes de un orden que hoy es
puesto en tela de juicio desde el poder. Un
poder que,
recordémoslo, destruye (u oculta) aquella información que hace poner en
cuestión su propia legitimidad. Un poder cuya
arbitrariedad no se manifiesta únicamente en la crueldad,
sino también (mas raramente) en una condescendiente
mansedumbre. (Kundera, 1971:109).
Si la historia sirvió para construir una identidad que
fuera común y cobijara a muchos; hoy se muestra
también como aquello que pudo ser pero que no
ocurrió. Los planteos propuestos por los jugadores de la
"contrafáctica" no hacen otra cosa que debilitar
aún mas la idea de que llegar a la verdad es posible.
Verdad ya no es una, es decir, la realidad de lo que pasó,
sino mas bien es una producción discursiva cuyos fines apuntan a
dar una base sólida a la diversidad incontenible e
irracional.
Si el registro
histórico servía para luchar contra el olvido a
partir de una visión compartida de las cosas acaecidas en
el mundo; hoy las "políticas del olvido" son encubiertas
por la mascarada de la apertura y la tolerancia a la
diversidad, una diversidad que no hace mas que agregar datos pero no
sentido al análisis de los sucesos sociales. En tanto
que el ejercicio de la memoria
promueve la confrontación política, como esto
ya no es necesario porque a todos –a pesar de nuestras
diferencias- somos "hermanos en la patria", la
confrontación política entendida como modalidad
crítica (por constructiva y superadora) ha sido avandonada
en pos de un presente inmutable que se dirige hacia un futuro
incierto pero, eso sí, plural.
Cuando hay falta de horizontes y de perspectivas, el
pasado deja de ser refugio y lo que se genera es un estado de
desánimo generalizado – actitud que
cristaliza en la ausencia de debates en torno a
problemáticas claves para nuestra sociedad.
En cuanto al futuro de nuestros estudios (los estudios
historiográficos), indiscutiblemente se advierten signos
de letargo. Entre nosotros, el debate de
ideas es mucho menos vivo que hace treinta, cuarenta años.
La caída se explica en parte por el derrumbamiento de las
ideologías. Pero también porque se ha amortiguado
el impulso del que fue portadora la escuela de los
Annales. Hace mucho que no se ha encontrado con obstáculo
alguno. Todo está conquistado, el motor ronrronea y
el afán de saber se desperdiga. Existe también una
"pequeña historia" de las estructuras,
como existen en pintura los
pompiers de la abstracción. Con todo, pervive la
vivacidad. (Duby, 1992:177).
Frente a esta difícil y cruel realidad, la
intelectualidad académica solo atisva la "debacle" pero no
logra (o no quiere) analizarla de una forma crítica e
ingeniosa para ofrecer respuestas alternativas al modelo
indiscutido del paradigma neoconservador. Los debates de ideas se
han abandonado, mas allá de la mera observación y descripción acrítica de los
acontecimientos, los intelectuales hacen frente al reordenamiento
de los espacios concentrándose en una
hiperespecialización que, en lugar de ofrecer respuestas,
ayuda por el contrario a incrementar el desconcierto de una
sociedad que
vive día a día como el entramado societal se
desintegra.
De esta manera, si los intelectuales (en nuestro caso,
los profesionales de la historia) colaboran en la
legitimación del orden existente, nuestros investigadores
universitarios no hacen otra cosa que llorar por el tiempo pasado
mientras se reacomodan a las demandas impuestas por el sistema
mediante la aceptación sumisa de los requerimientos
establecidos para poder acceder al financiamiento
de los proyectos de
investigación que desean iniciar.
La crisis que todo lo diluye evaporó las
certezas. Parece que lo único que queda por hacer frente a
la crisis es resistir estoicamente, resignarse ejerciendo la
ironía o, para los mas audaces, ensayar alguna forma de
rebeldía cínica. En todos los casos, contentarse
con la contemplación estética de una realidad fragmentada sobre
la cual es imposible actuar. El saldo del debate, nada
alentador por cierto, ayudar en parte a comprender las causas de
la orfandad intelectual que padecemos actualmente. A partir de
ese momento se provocó un desplazamiento teórico
desde la problemática "económico-política"
hacia la "socio-cultural" que, si bien mostró nuevos
aspectos, terminó fundamentando el pragmatismo resignado.
Este, después de intentar "refundar" la historia
argentina modernizándola, se contentó
indentificando lo posible con lo real y la democracia con
la vigencia formal de la legalidad institucional. El grotesco
pragmatismo desembocado que practica el menemismo es, por otros
medios y mal
que les pese, la prolongación lógica
de esas mismas opciones. Sin duda que también es necesario
preguntarse por la "incapacidad" que a partir de esos años
muestra el
pensamiento
del llamado "campo popular" para articular esfuerzos provenientes
de distintas experiencias y matrices
teóricas, en una propuesta integradora y alternativa a la
realidad existente.
Así, el aspecto esencial de la hegemonía
de la clase dirigente reside en su monopolio
intelectual, es decir, en la atracción que sus propios
representantes suscitan entre las otras capas de intelectuales:
"los intelectuales de la clase históricamente (y desde un
punto de vista realista) progresista, en las condiciones dadas,
ejerce una total atracción que acaban por someter, en
último análisis, como subordinados, a los
intelectuales de los demás grupos
sociales y, por tanto, llegan a crear un sistema de solidaridad entre
todos los intelectuales, con vínculos de orden
psicológico (vanidad, etc.)". Esta atracción
termina por crear un "bloque ideológico" –o bloque
intelectual- que liga las capas intelectuales a los
representantes de la clase dirigente. (Portelli,
1995:71).
En consecuencia no nos queda mas que adherir a las ideas
planteadas por James Petras (1990) cuando dice que los
intelectuales son muy sensibles al poder. Sensibilidad que
cristaliza, en muchos casos, en mutación ideológica
o aggiornamiento a las circunstancias. La discusión ya no
es la de los años 70 en cuanto al interés
por entender a la realidad como vía para la
transformación, pues la idea del armado y diseño
de estrategias
revolucionarias cayó concretamente en un olvido espectral
hasta hoy nunca antes visto.
La problematización como eje articulador en la
búsqueda de soluciones a
la cuestión social es abandonada, y ese lugar es ocupado
por análisis técnicos sujetos a la
manipulación del régimen. La discusión y la
controversia son dejadas de lado, porque aunque como nunca antes
hoy se goza de libertad de
expresión, eso no es sinónimo de permanencia en
el sistema.
Hoy en día, la intelectualidad universitaria hace
todo lo que está a su alcance para demostrar que
está lista para ser admitida en los "círculos de
prestigio internacional", para acceder al financiamiento
de las fundaciones. De esta manera, los intelectuales otrora
críticos y radicales en sus posturas ideológicas
van alejándose poco a poco de sus ubicaciones extremas
para mudarse a cercanías céntricas y más
confortables, incorporándose y transmitiendo, entonces,
las normas de la
hegemonía neoliberal. Y proceden a la fraternidad por
medio de citas cruzadas de su novedoso saber no cuestionador para
fortalecer su posición común y permanecer dentro
del sistema que anteriormente censuraban.
El problema de los intelectuales ya no es la
elaboración de alternativas ingeniosas, sino más
bien negociar y contratar en términos "razonables"
–y por ello entiéndase "no escandalizantes"- el
mejor y mayor financiamiento para los proyectos de
investigación.
Hay quienes afirman que, no obstante, en tiempos de
democracia se pueden encontrar rendijas e intersticios desde
donde poder actuar y pensar en forma independiente. Es un planteo
idealista, pero no por ello del todo incorrecto. Si en el
ámbito institucional (universidad,
programas
gubernamentales y de entidades privadas para la promoción de tareas de
investigación) cada vez se está cerrando, limitando
y programando mas las reglas de acceso y permanencia, es loable
quien decida a pesar de todo permanecer con sus posturas
críticas, aún a sabiendas de que no tiene cabida en
el sistema. Pero esto lleva a preguntarnos, qué canales de
difusión y/o participación persisten? Fuera del
ámbito institucional, ciertamente muy pocos; una
posibilidad son los centros y publicaciones que se autocaratulan
como "independientes", pero independientes de qué si en su
gran mayoría son iniciativas de docentes e investigadores
que también participan en forma activa de los
certámenes convocados por las instituciones
oficiales? Además, si el rito iniciático de ingreso
al campo disciplinar (referatos, citas entre colegas, etc.) no
hace mas que fortalecer una posición común ya
adquirida, cómo hacer desde "afuera" para obtener un
espacio mínimo de divulgación de la producción crítica sin tener por
ello que (con)ceder algo a cambio?
Así las cosas no podemos mas que adherir y hacer
una voz con las palabras del célebre escritor checo Milan
Kundera (1993:105): "Cuando la sociedad es rica, la gente no
tiene que trabajar con las manos y se dedica a la actividad
intelectual. Hay cada vez mas universidades y cada vez mas
estudiantes. Los estudiantes, para poder terminar sus carreras
tienen que inventar temas para sus tesinas. Hay una cantidad
infinita de temas, porque sobre cualquier cosa se puede hacer un
estudio. Los folios de papel escrito
se amontonan en los archivos, porque
en ellos no entra nadie ni siquiera el día de difuntos. La
cultura
sucumbe bajo el volumen de la
producción, la avalancha de letras, la locura de la
cantidad. Por eso te digo que un libro
prohibido en tu país significa infinitamente mas que los
millones de palabras que vomitan nuestras
universidades."
BIBLIOGRAFIA:
Cibotti, Ema (1993). "El aporte en la
historiografía argentina de una
´generación ausente´, 1983-1993", en revista
Entrepasados, N°4-5, Bs.As.
Duby, Georges (1992). La historia continúa,
Editorial Debate, Madrid.
Kundera, Milan (1971). La broma, Emecé editores,
Bs.As.
Ídem (1993). La insoportable levedad del ser,
RBA Editores, Barcelona.
Petras, James (1990). "Los intelectuales en retirada",
en revista Nueva
Sociedad, N°107, pp.92-120.
Portelli, Hughes (1995). Gramsci y el bloque
histórico, Siglo XXI, México.
Romero, Luis Alberto (1996). "La historiografía
argentina en la
democracia. Los problemas de
la construcción de un campo profesional", en revista
Entrepasados, N°10, pp.91-106, Bs.As.
Sábato, Hilda (1985). "Historia y nostalgia", en
revista Punto de vista, N°25, p.29, Bs.As.
Sartelli, Eduardo (1995). "Las cosas de este mundo", en
revista Razón y Revolución, N°1, Bs.As.
Prof. Marcos Gastón Milman
(UNR)