(ensayo
popular)
EDICIONES EN LENGUAS EXTRANJERAS
PEKIN 1975 . Primera edición 1966 – (4a
impresión)
- Nota del
editor - Prologo
- Prologo a las ediciones
francesa y alemana - La concentración de la
producción y los monopolios - Los bancos
y su nuevo papel - El
capital financiero y la oligarquía
financiera - El reparto del mundo
entre las grandes potencias - El imperialismo,
como fase particular del capitalismo - El parasitismo y la
descomposición del capitalismo - La critica del
imperialismo - El lugar
histórico del imperialismo
Se ha tomado como base de la presente
edición de El imperialismo, fase superior del
capitalismo el texto de la
edición española de las Obras Escogidas de
Lenin, en dos tomos, publicadas por Ediciones en Lenguas
Extranjeras, de Moscú, en 1948. Este folleto ha sido
editado después de haber sido confrontado con la
versión china,
publicada por la Editorial del Pueblo, Pekín, en
septiembre de 1964, y consultado el original ruso de las Obras
Completas de Lenin, t. XXII.
Las notas incluidas al final del folleto han sido
redactadas y traducidas según las de la edición
china,
publicada por la Editorial del Pueblo, Pekín.
El folleto que ofrezco a la atención del lector fue escrito en Zurich
durante la primavera de 1916. En las condiciones en que me
veía obligado a trabajar tuve que tropezar, naturalmente,
con una cierta insuficiencia de materiales
franceses e ingleses y con una gran carestía de materiales
rusos. Sin embargo, la obra inglesa más importante sobre
el imperialismo,
el libro de J. A.
Hobson, ha sido utilizada con la atención que, a mi juicio,
merece.
El folleto está
escrito teniendo en cuenta la censura zarista. Por esto, no
sólo me vi precisado a limitarme estrictamente a un
análisis exclusivamente teórico —
sobre todo económico –, sino también a formular
las indispensables y poco numerosas observaciones de carácter
político con una extraordinaria prudencia, por medio de
alusiones, del lenguaje a lo
Esopo, maldito lenguaje al
cual el zarismo obligaba a recurrir a todos los revolucionarios
cuando tomaban la pluma para escribir algo con destino a la
literatura
"legal".
Produce pena releer ahora, en
los días de libertad, los
pasajes del folleto desnaturalizados, comprimidos, contenidos en
un anillo de hierro por la
preocupación de la censura zarista. Para decir que el
imperialismo es el preludio de la revolución
socialista, que el socialchovinismo (socialismo de
palabra, chovinismo de hecho) es una traición completa al
socialismo, el
paso completo al lado de la burguesía, que esa
escisión del movimiento
obrero está relacionada con las condiciones objetivas del
imperialismo, etc., me vi obligado a hablar en un lenguaje
servil, y por esto no tengo más remedio que remitir a los
lectores que se interesen por el problema a la colección
de mis artículos de 1914-1917, publicados en el
extranjero, que serán reeditados en
breve. Vale la pena, particularmente, señalar un pasaje de
las páginas 119-120[]:
para hacer comprender al lector, en forma adaptada a la censura,
el modo indecoroso de cómo mienten los capitalistas y los
socialchovinistas que se han pasado al lado de aquéllos (y
contra los cuales lucha con tanta inconsecuencia Kautsky), en lo
que se refiere a la cuestión de las anexiones, el descaro
con que encubren las anexiones de sus capitalistas,
me vi precisado a tomar el ejemplo. . . ¡del Japón!
El lector atento sustituirá fácilmente el Japón
por Rusia, y Corea, por Finlandia, Polonia, Curlandia, Ucrania,
Jiva, Bujará, Estlandia y otros territorios del imperio
zarista no poblados por grandes rusos.
Quiero abrigar la esperanza
de que mi folleto ayudará a orientar en la cuestión
económica fundamental, sin cuyo estudio es imposible
comprender nada en la apreciación de la guerra y de la
política
actuales, a saber: la cuestión de la esencia
económica del imperialismo.
EL AUTOR
Petrogrado, 26 de abril de 1917
PROLOGO A LAS EDICIONES FRANCESA Y ALEMANA
Este libro, como ha
quedado dicho en el prólogo de la edición rusa, fue
escrito en 1916, teniendo en cuenta la censura zarista.
Actualmente, no tengo la posibilidad de rehacer todo el texto; por
otra parte, sería inútil, ya que el fin principal
del libro, hoy como ayer, consiste en ofrecer, con ayuda de los
datos
generales irrefutables de la estadística burguesa y de las declaraciones
de los sabios burgueses de todos los países, un cuadro
de conjunto de la economía mundial
capitalista en sus relaciones
internacionales, a comienzos del siglo XX, en vísperas
de la primera guerra
mundial imperialista.
Hasta cierto grado
será incluso útil a muchos comunistas de los
países capitalistas avanzados persuadirse por el ejemplo
de este libro, legal, desde et punto de vista de la
censura zarista, de que es posible — y necesario —
aprovechar hasta esos pequeños resquicios de legalidad que
todavía les quedan a éstos, por ejemplo, en la
América
actual o en Francia,
después de los recientes encarcelamientos de casi todos
los comunistas, para demostrar todo el embuste de las
concepciones y de las esperanzas socialpacifistas en cuanto a la
"democracia
mundial".
Intentaré dar en este
prólogo los complementos más indispensables a este
libro censurado.
En esta obra hemos probado
que la guerra de
1914-1918 ha sido, de ambos lados beligerantes, una guerra
imperialista (esto es, una guerra de conquista, de bandidaje y de
robo), una guerra por el reparto del mundo, por la
partición y el nuevo reparto de las colonias, de las
"esferas de influencia" del capital
financiero, etc.
Pues la prueba del verdadero
carácter social o, mejor dicho, del
verdadero carácter de clase de una guerra no se
encontrará, claro está, en la historia diplomática
de la misma, sino en el análisis de la situación objetiva
de las clases dirigentes en todas las potencias
beligerantes. Para reflejar esa situación objetiva, no hay
que tomar ejemplos y datos aislados
(dada la infinita complejidad de los fenómenos de la vida
social, se puede siempre encontrar un número cualquiera de
ejemplos o datos aislados, susceptibles de confirmar cualquier
tesis), sino
indefectiblemente el conjunto de los datos sobre los
fundamentos de la vida económica de todas
las potencias beligerantes y del mundo entero.
Me he apoyado precisamente en
estos datos generales irrefutables al describir el reparto del
mundo en 1876 y en 1914 (§ VI) y el reparto de los
ferrocarriles en todo el globo en 1890 y en 1913 (§ VII).
Los ferrocarriles constituyen el balance de las principales ramas
de la industria
capitalista, de la industria del
carbón y del hierro; el
balance y el índice más notable del desarrollo del
comercio
mundial y de la civilización democráticoburguesa.
En los capítulos precedentes de este libro, exponemos la
conexión entre los ferrocarriles y la gran producción, los monopolios, los sindicatos
patronales, los cartels, los trusts, los bancos y la
oligarquía financiera. La distribución de la red ferroviaria, la
desigualdad de esa distribución y de su desarrollo,
constituyen el balance del capitalismo
moderno, monopolista, en la escala mundial. Y
este balance demuestra la absoluta inevitabilidad de las guerras
imperialistas sobre esta base económica, en
tanto que subsista la propiedad
privada de los medios de
producción.
La construcción de ferrocarriles es en
apariencia una empresa
simple, natural, democrática, cultural, civilizadora: se
presenta como tal ante los ojos de los profesores burgueses,
pagados para embellecer la esclavitud
capitalista, y ante los ojos de los filisteos
pequeñoburgueses. En realidad, los múltiples lazos
capitalistas, por medio de los cuales esas empresas se
hallan ligadas a la propiedad
privada sobre los medios de
producción en general, han transformado esa construcción en un medio para oprimir a
mil millones de seres (en las colonias y en las
semicolonias), es decir, a más de la mitad de la población de la tierra en
los países dependientes y a los esclavos asalariados del
capital en los
países "civilizados".
La propiedad privada fundada
en el trabajo del
pequeño patrono, la libre concurrencia, la democracia,
todas esas consignas por medio de las cuales los capitalistas y
su prensa
engañan a los obreros y a los campesinos, pertenecen a un
pasado lejano. El capitalismo se
ha transformado en un sistema universal
de opresión colonial y de estrangulacion financiera de la
inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado
de países "avanzados". Este "botín" se reparte
entre dos o tres potencias rapaces de poderío
mundial, armadas hasta los dientes (Estados Unidos,
Inglaterra,
Japón), que, por el reparto de su botín, arrastran
a su guerra a todo el mundo.
La paz de Brest-Litovsk,
dictada por la monárquica Alemania, y la
paz aún más brutal e infame de Versalles, impuesta
por las repúblicas "democráticas" de América
y de Francia y por
la "libre" Inglaterra, han
prestado un servicio
extremadamente útil a la humanidad, al desenmascarar al
mismo tiempo a los
coolíes de la pluma a sueldo del imperialismo y a los
pequeños burgueses reaccionarios — aunque se llamen
pacifistas y socialistas –, que celebraban el "wilsonismo" y
trataban de hacer ver que la paz y las reformas son posibles bajo
el imperialismo.
Decenas de millones de
cadáveres y de mutilados, víctimas de la guerra —
esa guerra que se hizo para resolver la cuestión de si el
grupo inglés
o alemán de bandoleros financieros recibiría una
mayor parte del botín –, y encima, estos dos "tratados de paz"
hacen abrir, con una rapidez desconocida hasta ahora, los ojos de
millones y decenas de millones de hombres atemorizados,
aplastados, embaucados y engañados por la
burguesía. Sobre la ruina mundial creada por la guerra, se
agranda así la crisis
revolucionaria mundial, que, por largas y duras que sean las
peripecias que atraviese, no podrá terminar sino con la
revolución
proletaria y su victoria.
El Manifiesto de Basilea de la II
Internacional, que, en 1912, caracterizó precisamente la
guerra que estalló en 1914 y no la guerra en general (hay
diferentes clases de guerra; hay también guerras
revolucionarias), ha quedado como un monumento que denuncia toda
la vergonzosa bancarrota, toda la traición de los
héroes de la II Internacional.
Por eso, uno el texto de ese
Manifiesto como apéndice a esta edición,
advirtiendo una y otra vez a los lectores que los héroes
de la II Internacional rehuyen con empeño todos los
pasajes del Manifiesto que hablan precisa, clara y directamente
de la relación entre esta guerra que se avecinaba y la
revolución proletaria, con el mismo empeño con que
un ladrón evita el lugar donde cometió el
robo.
Hemos prestado en este libro
una atención especial a la crítica del
"kautskismo", esa corriente ideológica internacional
representada en todos los países del mundo por los
"teóricos más eminentes", por los jefes de la II
Internacional (Otto Bauer y Cía. en Austria, Ramsay
MacDonald y otros en Ingíaterra, Albert Thomas en Francia,
etc., etc.) y por un número infinito de socialistas, de
reformistas, de pacifistas, de demócratas burgueses y de
clérigos.
Esa corriente
ideológica, de una parte, es el producto de la
descomposición, de la putrefacción de la II
Internacional y, de otra parte, es el fruto inevitable de la
ideología de los pequeños burgueses,
a quienes todo el ambiente los
hace prisioneros de los prejuicios burgueses y
democráticos.
En Kautsky y las gentes de su
calaña, tales concepciones significan precisamente la
abjuración completa de los fundamentos revolucionarios del
marxismo,
defendidos por Kautsky durante decenas de años, sobre
todo, dicho sea de paso, en la lucha contra el oportunismo
socialista (de Bernstein, Millerand, Hyndman, Gompers, etc.). Por
eso, no es un hecho casual que los "kautskistas" de todo el mundo
se hayan unido hoy, práctica y políticamente, a los
oportunistas más extremos (a través de la II
Internacional o Internacional amarilla) y a los gobiernos
burgueses (a través de los gobiernos de coalición
burgueses con participación socialista).
El movimiento
proletario revolucionario en general, que crece en todo el mundo,
y el movimiento comunista en particular, no puede dejar de
analizar y desenmascarar los errores teóricos del
"kautskismo". Esto es tanto más necesario cuanto que el
pacifismo, y el "democratismo" en general — que no sienten
pretensiones de marxismo, pero
que, enteramente al igual que Kautsky y Cía., disimulan la
profundidad de las contradicciones del imperialismo y la
ineluctabilidad de la crisis
revolucionaria engendrada por éste — son corrientes que
se hallan todavía extraordinariamente extendidas por todo
el mundo. La lucha contra tales tendencias es el deber del
partido del proletariado, que debe arrancar a la burguesía
los pequeños propietarios que ella engaña y los
millones de trabajadores cuyas condiciones de vida son más
o menos pequeñoburguesas.
Es menester decir unas
palabras a propósito del capítulo VIII: "El
parasitismo y la descomposición del capitalismo". Como lo
hacemos ya constar en este libro, Hilferding, antiguo "marxista",
actualmente compañero de armas de Kautsky
y uno de los principales representantes
de la política burguesa, reformista, en el seno
del "Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania"[4],
ha dado en esta cuestión un paso atrás con respecto
al inglés
Hobson, pacifista y reformista declarado. La
escisión internacional de todo el movimiento obrero
aparece ahora de una manera plena (II y III Internacional). La
lucha armada y la guerra civil entre las dos tendencias es
también un hecho evidente: en Rusia, apoyo de Kolchak y de
Denikin por los mencheviques y los "socialistas-revolucionarios"
contra los bolcheviques; en Alemania,
Scheidemann, Noske y Cía. con la burguesía contra
los espartaquistas[5];
y lo mismo en Finlandia, en Polonia, en Hungria, etc.
¿Dónde está la base económica de este
fenómeno histórico-mundial?
Se encuentra precisamente en
el parasitismo y en la descomposición del capitalismo,
inherentes a su fase histórica superior, es decir, al
imperialismo. Como lo demostramos en este libro, el capitalismo
ha destacado ahora un puñado (menos de una
décima parte de la población de la tierra, menos
de un quinto, calculando "por todo lo alto") de Estados
particularmente ricos y poderosos, que saquean a todo el mundo
con el simple "recorte del cupón". La exportación de capital da ingresos que se
elevan a ocho o diez mil millones de francos anuales, de acuerdo
con los precios de
antes de la guerra y según las estadísticas burguesas de entonces.
Naturalmente, ahora eso representa mucho más.
Es evidente que una
supetganancia tan gigantesca (ya que los capitalistas se
apropian de ella, además de la que exprimen a los obreros
de su "propio" país) permite corromper a los
dirigentes obreros y a la capa superior de la aristocracia
obrera. Los capitalistas de los países "avanzados" los
corrompen, y lo hacen de mil maneras, directas e indirectas,
abiertas y ocultas.
Esta capa de obreros
aburguesados o de "aristocracia obrera", completamente
pequeños burgueses en cuanto a su manera de vivir, por la
cuantía de sus emolumentos y por toda su mentalidad, es el
apoyo principal de la Segunda Internacional, y, hoy día,
el principal apoyo social (no militar) de la
burguesía. Pues éstos son los verdaderos
agentes de la burguesía en el seno del movimiento
obrero, los lugartenientes obreros de la clase capitalista
(labour lieutenants of the capitalist class), los verdaderos
portadores del reformismo y del chovinismo. En la guerra civil
entre el proletariado y la burguesía se ponen
inevitablemente, en número no despreciable, al lado de la
burguesía, al lado de los "versalleses" contra los
"comuneros".
Sin haber comprendido las
raíces económicas de ese fenómeno, sin haber
alcanzado a ver su importancia política y social, es
imposible dar el menor paso hacia la solución de las
tareas prácticas del movimiento comunista y de la
revolución social que se avecina.
El imperialismo es el
preludio de la revolución social del proletariado. Esto ha
sido confirmado, en una escala mundial,
desde 1917.
Durante los últimos quince o veinte
años, sobre todo después de la guerra
hispano-americana (1898) y de la anglo-boer (1899-1902), la
literatura
económica, así como la política, del Viejo y
del Nuevo Mundo, consagra una atención creciente al
concepto de
"imperialismo" para caracterizar la época que atravesamos.
En 1902, apareció en Londres y Nueva York la
obra del economista inglés J. A. Hobson, "El
imperialismo". El autor, que está situado en el punto de
vista del socialreformismo y del pacifismo burgueses — punto de
vista que coincide, en el fonda, con la posición actual
del ex-marxista C. Kautsky — hace una descripción excelente y detallada de las
particularidades económicas y políticas
fundamentales del imperialismo. En 1910, se publicó en
Viena la obra del marxista austriaco Rudolf Hilferding, "El
capital financiero" (traducción rusa: Moscú 1912).
A pesar del error del autor en la cuestión de la teoría
del dinero y de
cierta tendencia a conciliar el marxismo con el oportunismo, la
obra mencionada constituye un análisis tebrico
extremadamente valioso de la "fase moderna de desarrollo del
capitalismo" (así está concebido el
subtítulo de la obra de Hilferding). En el fondo, lo que
se ha dicho acerca del imperialismo durante estos últimos
años — sobre todo en el número inmenso de
artículos sobre este tema publicados en periódicos
y revistas, así como en las resoluciones tomadas, por
ejemplo, en los Congresos de Chemnitz y de Basilea, que se
celebraron en otoño de 1912 — salía apenas del
círculo de ideas expuestas o, para decirlo mejor,
resumidas en los dos trabajos mencionados. . .
En las páginas que
siguen nos proponemos exponer someramente, en la forma más
popular posible, el lazo y la correlación entre las
particularidades económicas fundamentales del
imperialismo. No nos detendremos, tanto como lo merece, en el
aspecto no económico de la cuestión. Las
indicaciones bibliográficas y otras notas que no a todos
los lectores pueden interesar, las damos al final del folleto.
I. LA CONCENTRACION DE LA PRODUCCION
Y LOS MONOPOLIOS
El incremento enorme de la
industria y el proceso
notablemente rápido de concentración de la
producción en empresas cada vez
más grandes constituyen una de las particularidades
más características del capitalismo. Las
estadísticas industriales modernas
suministran los datos más completos y exactos sobre este
proceso.
En Alemania, por ejemplo, de
cada mil empresas industriales, en 1882, tres eran empresas
grandes, es decir, que contaban con más de 50 obreros; en
1895, seis, y en 1907, nueve. De cada cien obreros les
correspondían, respectivamente, 22, 30 y 37. Pero la
concentración de la producción es mucho más
intensa que la de los obreros, pues el trabajo en
las grandes empresas es mucho más productivo, como lo
indican los datos relativos a las máquinas
de vapor y a los motores
eléctricos. Si tomamos lo que en Alemania se llama
industria en el sentido amplio de esta palabra, es decir,
incluyendo el comercio, las
vías de comunicación, etc., obtendremos el cuadro
siguiente: grandes empresas, 30.588 sobre un total de 3.265.623,
es decir, el 0,9% . En ellas están empleados 5,7 millones
de obreros sobre un total de 14,4 millones, es decir, el 39,4%;
caballos de fuerza de
vapor, 6,6 millones sobre 8,8, es decir, el 75,3%; de fuerza
eléctrica 1,2 millones de kilovatios sobre 1,5 millones, o
sea el 77,2%.
¡Menos de una
centésima parte de las empresas tienen más
de 3/4 de la cantidad total de la fuerza de vapor y
eléctrica! ¡A los 2,97 millones de pequeñas
empresas (hasta 5 obreros asalariados) que constituyen el 91% de
todas las empresas, corresponde únicamente el 7% de la
fuerza eléctrica y de vapor! Las decenas de miles de
grandes empresas lo son todo; los millones de pequeñas
empresas no son nada.
En 1907, había en
Alemania 586 establecimientos que contaban con mil obreros y
más. A esos establecimientos corres pondía casi la
décima parte (1,38 millones) del número
total de obreros y casi el tercio (32%) del total de la
fuerza eléctrica y de vapor*. El capital monetario y los
bancos, como
veremos, hacen todavía más aplastante este
predominio de un puñado de grandes empresas, y decimos
aplastante en el sentido más literal de la palabra, es
decir, que millones de pequeños, medianos e incluso una
parte de los grandes "patronos" se hallan de hecho completamente
sometidos a unos pocos centenares de financieros
millonarios.
En otro país avanzado
del capitalismo contemporáneo, en los Estados Unidos,
el incremento de la concentración de la producción
es todavía más intenso. En este país, la
estadística considera aparte a la industria
en la acepción estrecha de la palabra y agrupa los
establecimientos de acuerdo con el valor de la
producción anual. En 1904, había 1.900 grandes
empresas (sobre 216.180, es decir, el 0,9%), con una
producción de 1 millón de dólares y
más; en ellas, el número de obreros era de 1,4
millones (sobre 5,5 millones, es decir el 25,6%), y la
producción, de 5.600 millones (sobre 14.800 millones, o
sea, el 38%). Cinco años después, en 1909, las
cifras correspondientes eran las siguientes: 3.060 estableci
mientos (sobre 268.491, es decir, el 1,1%) con dos millones de
obreros (sobre 6,6 millones, es decir el 30,5%) y 9.000 millones
de producción anual (sobre 20.700 millones, o sea el
43,8%).
¡Casi la mitad de la
producción global de todas las empresas del país en
las manos de la centésima parte del número
total de empresas! Y esas tres mil empresas gigantescas abrazan
258 ramas industriales. De aquí se deduce claramente que
la concentración, al llegar a un grado determinado de su
desarrollo, por sí misma conduce, puede decirse, de lleno
al monopolio, ya
que a unas cuantas decenas de em presas gigantescas les resulta
fácil ponerse de acuerdo entre sí, y, por otra
parte, la competencia, que
se hace cada vez más difícil, y la tendencia al
monopolio,
nacen precisamente de las grandes proporciones de las empresas.
Esta transformación de la competencia en
monopolio constituye de por sí uno de los fenómenos
más importantes — por no decir el más importante
— de la economía del
capitalismo moderno, y es necesario que nos detengamos a
estudiarlo con mayor detaile Pero antes debemos eliminar un
equívoco posible.
La estadística
norteamericana dice: 3.000 empresas gigantescas en 250 ramas
industriales. Al parecer, corresponden 12 grandes empresas a cada
rama de la producción.
Pero no es así. No en
cada rama de la industria hay grandes empresas; por otra parte,
una particularidad extremadamente importante del capitalismo, que
ha alcanzado su más alto grado de desarrollo, es la
llamada combinación, o sea la reunión, en
una sola empresa, de
distintas ramas de la industria que representan en sí o
bien fases sucesivas de la elaboración de una materia prima
(por ejemplo, la fundición del mineral de hierro, la
transformación del hierro en acero y, en
ciertos casos, la elaboración de tales o cuales productos de
acero), o bien
distintas ramas que desempeñan unas con relación a
otras un papel auxiliar
(por ejemplo, la utilización de los residuos o de los
productos
accesorios, producción de artículos de embalaje,
etc.).
"La combinación — dice Hilferding
— nivela las diferencias de coyuntura y garantiza, por tanto, a
la empresa
combinada una norma de beneficio más estable. En segundo
lugar, la combinación determina la eliminación del
comercio. En tercer lugar, hace posible el perfeccionamiento
técnico y, por consiguiente, la obtención de
ganancias suplementarias en comparación con las empresas
'puras' (es decir, no combinadas). En cuarto lugar, consolida la
posición de la empresa
combinada en comparación con la 'pura', la refuer~a en la
lucha de competencia durante las fuertes depresiones
(estancamiento de los negocios,
crisis), cuando la disminución del precio de la
materia prima
va a la zaga con respecto a la disminución de los precios de los
artículos manufacturados"*.
El economista burgués
alemán Heymann, que ha consagrado una obra especial a las
empresas "mixtas" o combinadas en la industria siderúrgica
alemana, dice: "Las empresas puras perecen, aplastadas por el
precio elevado
de los materiales y el bajo precio de los artículos
manufacturados". Resulta lo siguiente:
"Por una parte, han quedado
grandes compañías hulleras, con una
extracción de carbón que se cifra en varios
millones de toneladas, sólidamente organizadas en su
sindicato
hullero; luego, estrechamente ligadas a ellas, las grandes
fundiciones de acero con su sindicato.
Estas empresas gigantescas, con una producción de acero de
400.000 toneladas por año, con una extracción
inmensa de mineral de hierro y de hulla, con la producción
de artículos de acero, con 10.000 obreros alojados en los
cuarteles de las colonias obreras, que cuentan a veces con
ferrocarriles y puertos propios, son los representantes
típicos de la industria siderúrgica alemana. Y la
concentración continúa avanzando sin cesar. Las
empresas van ganando en importancia cada día; cada vez es
mayor el número de establecimientos de una o varias ramas
de la industria que se agrupan en empresas gigantescas, apoyadas
y dirigidas por media docena de grandes bancos berlineses. En lo
que se refiere a la industria minera alemana, ha sido demostrada
con exactitud la doctrina de Carlos Marx sobre
la concentración; es verdad que esto se refiere a un
país en el cual la industria se halla defendida por
derechos
arancelarios proteccionistas y por las tarifas de transporte. La
industria minera de Alemania está madura para la
expropiación"*.
Tal es la conclusión a
que se vio obligado a llegar un economista burgués,
concienzudo, por excepción. Hay que observar que considera
a Alemania como un caso especial a consecuencia de la
protección de su industria por elevadas tarifas
arancelarias. Pero esta circunstancia no ha podido más que
acelerar la concentración y la constitución de asociaciones monopolistas
patronales, cartels, sindicatos,
etc. Es extraordinariamente importante hacer notar que, en el
país del librecambio, en Inglaterra, la
concentración conduce también al monopolio,
aunque un poco más tarde y acaso en otra forma. He
aquí lo que escribe el profesor Hermann Levy, en su
estudio especial sobre los "Monopolios, cartels y trusts", hecho
a base de los datos del desarrollo
económico de la Gran Bretaña:
"En la Gran Bretaña,
precisamente las grandes proporciones de las empresas y su alto
nivel técnico son las que traen aparejada la tendencia al
monopolio. Por una parte, la concentración ha determinado
el empleo de
enormes sumas de capitaí en las empresas; por eso, las
nuevas empresas se hallan ante exigencias cada vez más
elevadas en lo que concierne a la cuantía del capital
necesario, y esta circunstancia dificulta su aparición.
Pero por otra parte (y este punto lo consideramos como el
más importante), cada nueva empresa que
quiere mantenerse al nivel de las empresas gigantescas, creadas
por la concentración, representa un aumento tan enorme de
la oferta de
mercancías, que su venta lucrativa
es posible sólo a condición de un aumento
extraordinario de la demanda, pues,
en caso contrario, esa abundancia de productos rebaja su precio a
un nivel desventajoso para la nueva fábrica y para las
asocia ciones monopolistas". En Inglaterra, las asociaciones
monopolistas de patronos, cartels y trusts, surgen en la mayor
parte de los casos — a diferencia de los otros países, en
los que los aranceles
proteccionistas facilitan la cartelización —
únicamente cuando el número de las principales
empresas competidoras se reduce a "un par de docenas" . . . "La
influencia de la concentración en el nacimiento de los
monopolios en la gran industria aparece en este caso con una
claridad cristalina"[*].
Medio siglo atrás,
cuando Marx
escribió "El Capital", la libre concurrencia era
considerada por la mayor parte de los economistas como una
"ley natural".
La ciencia
oficial intentó aniquilar por la conspiración del
silencio la obra de Marx, el cual
había demostrado, por medio del análisis
teórico e histórico del capitalismo, que la libre
concurrencia engendra la concentración de la
producción, y que dicha concentración, en un cierto
grado de su desarrollo, conduce al monopolio. Ahora el monopolio
es un hecho. Los economistas escriben montañas de libros en los
cuales describen manifestaciones aisladas del monopolio y siguen
declarando a coro que "el marxismo ha sido refutado". Pero los
hechos son testarudos — como dice un refrán inglés
— y, de grado o por fuerza, hay que tenerlos en cuenta. Los
hechos demuestran que las diferencias entre los diversos
países capitalistas, por ejemplo, en lo que se refiere al
proteccionismo o al librecambio, condicionan únicamente
diferencias no esenciales en la forma de los monopolios o en el
momento de su aparición, pero que el engendramiento del
monopolio por la concentración de la producción es
una ley general y
fundamental de la fase actual de desarrollo del capitalismo.
Por lo que a Europa se
refiere, se puede fijar con bastante exactitud el momento en que
se produjo la sustitución definitiva del viejo
capitalismo por el nuevo: fue precisamente a principios del
siglo XX. En uno de los trabajos de recopilación
más recientes sobre la historia de la
"formación de los monopolios", leemos:
"Se pueden citar algunos
ejemplos de monopolios capitalistas de la época anterior a
1860; se pueden descubrir en ellos los gérmenes de las
formas que son tan corrientes en la actualidad; pero esto
constituye indiscutibler~ente la época prehistórica
de los cartels. El verdadero comienzo de los monopolios
contemporáneos lo hallamos no antes de la década de
1860. El primer gran período de desarrollo del monopolio
empieza con la depresión
internacional de la industria en la década del 70, y se
prolonga hasta principios de la
última década del siglo". "Si se examina la
cuestión en lo que se refiere a Europa, la libre
concurrencia alcanza el punto culminante de desarrollo en los
años 1860-1880. Por aquel entonces, Inglaterra terminaba
la edificación de su organización capitalista de viejo estilo.
En Alemania, dicha organización entablaba una lucha decidida
contra la industria artesana y doméstica, y empezaba a
crear sus formas de existencia".
"Empieza una transformación profunda con el
crac de 1873, o más exactamente, con la depresión
que le siguió y que — con una pausa apenas perceptible, a
principios de la década del 80, y con un auge
extraordinariamente vigoroso, pero breve, hacia 1889 — llena
veintidós años de la historia económica
europea". "Durante el corto período de auge de 1889-1890,
fueron utilizados en gran escala los cartels para aprovechar la
coyuntura. Una política irreflexiva elevaba los precios
todavía con mayor rapidez y aun en mayores proporciones de
lo que hubiera sucedido sin los cartels, y casi todos esos
cartels perecieron sin gloria 'enterrados en la fosa del crac'.
Transcurrieron otros cinco años de malos negocios y
precios bajos, pero en la industria reinaba ya un estado de
espíritu distinto del anterior: la depresión no era
considerada ya como una cosa natural, sino, sencillamente, como
una pausa ante una nueva coyuntura favorable".
"Y el movimiento de los cartels entró en su
segunda época. En vez de ser un fenómeno pasajero,
los cartels se convierten en una de las bases de toda la vida
económica, conquistan una esfera industrial tras otra, y,
en primer lugar, la de la transformación de materias
primas. Ya a principios de la década del 90, los cartels
consiguieron en la
organización del sindicato del cok, el que
sirvió de modelo al
sindicato hullero, una técnica tal de los cartels, que, en
esencia, no ha sido sobrepasada por el movimiento. El gran auge
de fines del siglo XIX y la crisis de 1900 a 1903 se desarrollan
ya enteramente por primera vez — al menos en lo que se refiere a
las industrias minera
y siderúrgica — bajo el signo de los cartels. Y si
entonces esto parecía aún algo nuevo, ahora es una
verdad evidente para todo el mundo que grandes sectores de la
vida económica son, por regla general, sustraídos a
la libre concurrencia"*.
Así, pues, el balance
principal de la historia de los monopolios es el
siguiente:
1. 1860-1880, punto
culminante de desarrollo de la libre concurrencia. Los monopolios
no constituyen más que gérmenes apenas
perceptibles.
2. Después de la crisis de
1873, largo período de desarrollo de los cartels, pero
éstos constituyen todavia una excepción, no son
aún sólidos, aun representan un fenómeno
pasajero.
3. Auge de fines del siglo XIX y
crisis de 1900-1903; los cartels se convierten en una de las
bases de toda la vida económica. El capitalismo se ha
transformado en imperialismo.
Los cartels se ponen de
acuerdo entre sí respecto a las condiciones de venta, a los
plazos de pago, etc. Se reparten los mercados de
venta. Fijan la cantidad de productos a fabricar. Establecen los
precios. Distribuyen las ganancias entre las distintas empresas,
etc.
El número de cartels era en Alemania
aproximadamente de 250 en 1896, y de 385, en 1905, abarcando
cerca de 12.000 establecimientos*. Pero todo el mundo reconoce
que estas cifras son inferiores a la realidad. De los datos de la
esta dística de la industria alemana de 1907 que hemos
citado más arriba se deduce que hasta esos 12.000 grandes
establecimientos concentran seguramente más de la mitad de
toda la fuerza motriz de vapor y eléctrica. En los Estados
Unidos, el número de trusts era, en 1900, de 185; en 1907,
de 250.
La estadística norteamericana divide todas las
empresas industriales en empresas pertenecientes a personas
aisladas, a firmas y a corporaciones. A las últimas
pertenecían, en 1904, el 23,6%; en 1909, el 25,9%, es
decir, más de la cuarta parte del total de las empresas.
En dichos establecimientos estaban ocupados, en 1904, el 70,6% de
obreros; en 1909, el 75,6%, las tres cuartas partes del
número total. La cuantía de la producción
era, respectivamente, de 10,9 y de 16,3 mil millones de
dólares, o sea el 73,7% y el 79% de la suma
total.
En las manos de los cartels y
trusts se encuentran a menudo las siete o las ocho décimas
partes de toda la producción de una rama industrial
determinada; el sindicato hullero del Rhin y Westfalia, en el
momento de su constitución, en 1893, concentraba el 86,7%
de toda la producción del carbón en aquella cuenca,
y en 1910, el 95,4%*. El monopolio constituido en esta forma
proporciona beneficios gigantescos y conduce a la creación
de unidades técnicas
de producción de proporciones inmensas. El famoso trust
del petróleo
de Estados Unidos ("Standard Oil Company") fue fundado en
1900.
"Su capital era de 150
millones de dólares. Fueron emitidas acciones
ordinarias por valor de 100
millones de dólares y acciones
privilegiadas por valor de 106 millones de dólares. Estas
últimas percibieron los siguientes dividendos: en el
período 1900-1907: 48, 48, 45, 44, 36, 40, 40, 40% o sea,
en total, 367 millones de dólares. Desde 1882 a 1907,
obtuviéronse 889 millones de dólares de beneficio
neto de los que 606 millones fueron distribuidos en dividendos,
y el resto pasó al capital de
reserva"[*].
"En todas las empresas del trust del acero ("United States Steel
Corporation") estaban ocupados, en 1907, no menos de 210.180
obreros y empleados. La empresa más importante de la
industria minera alemana, la Sociedad Minera
de Gelsenkirchen ("Gelsenkirchener Bergwerksgesellschaft")
tenía, en 1908, 46.048 obreros y
empleados"[**].
Ya en 1902, el trust del
acero producía 9 millones de toneladas de
acero[***].
Su producción constituía, en 1901, el 66,3% y, en
1908, el 56,1 % de toda la producción de acero de los
Estados Unidos[****].
Sus extracciones de mineral de hierro, el 43,9% y el 46,3%,
respectivamente.
El informe de la
comisión gubernamental norteamericana sobre los trusts
dice:
"La superioridad de los
trusts sobre sus competidores se basa en las grandes proporciones
de sus empresas y en su excelente instalación
técnica. El trust del tabaco, desde el
momento mismo de su fundación, consagró todos sus
esfuerzos a sustituir en todas partes en vasta escala el trabajo
manual por el
trabajo mecánico. Con este objeto, adquirió todas
las patentes que tenían una relación cualquiera con
la elaboración del tabaco y
empleó para esto sumas enormes. Muchas patentes resultaban
al principio inservibles y tuvieron que ser modificadas por los
ingenieros que se hallaban al servicio del
trust. A fines de 1906, fueron
constituidas dos sociedades
filiales con el único objeto de adquirir patentes. Con
este mismo objeto, el trust creó fundiciones,
fábricas de construcción de maquinaria y talleres
de reparación propios. Uno de dichos establecimientos, en
Brooklyn, da ocupación, por término medio, a 300
obreros; en él se experimentan y se perfeccionan los
inventos
relacionados con la producción de cigarrillos, cigarros
pequeños, tabaco rapé, papel de
estaño para el embalaje, cajas, etc."*.
"Hay otros trusts que tienen también a su
servicio a los llamados developping engineers (ingenieros
para el desarrollo de la técnica), cuya misión
consiste en inventar nuevos procedimientos de
producción y en comprobar los perfeccionamientos
técnicos. El trust del acero abona a sus ingenieros y
obreros premios importantes por los inventos
susceptibles de elevar la técnica o reducir los gastos"**.
Del mismo modo está
organizado todo cuanto se refiere a los perfeccionamientos
técnicos en la gran industria alemana por ejemplo, en la
industria química, la cual se
ha desarro llado en proporciones gigantescas durante estas
últimas décadas. El proceso de concentración
de la producción creó ya en l908 en dicha industria
dos "grupos"
principales, que, a su manera, evolucionaban hacia el monopolio.
Al principio, esos grupos
constituían "alianzas dobles" de dos pares de grandes
fabricas con un capital de 20 a 21 millones de marcos cada una;
de una parte, la antigua fábrica de Meister, en Höchst, y la de Cassella, en
Francfort del Main; de otra parte, la fábrica de anilina y
sosa en Ludwigshafen y la antigua fábrica de Bayer, en
Elberfeld. Uno de los grupos en 1905 y el otro en 1908 se
pusieron de acuerdo, cada uno por su cuenta, con otra gran
fábrica, a consecuencia de lo cual resultaron dos
"alianzas triples" con un capital de 40 a 50 millones de marcos
cada una, y entre las cuales se inició ya una
"aproximación", se estipularon "acuerdos" sobre los
precios, etc.
La competencia se convierte
en monopolio. De aquí resulta un gigantesco progreso de la
socialización de la producción. Se
efectúa también, en particular, la socialización del proceso de inventos y
perfeccionamientos técnicos.
Esto no tiene ya nada que ver
con la antigua libre concurrencia de patronos dispersos, que no
se conocían entre sí y que producían para un
mercado ignorado.
La concentración ha llegado hasta tal punto, que se puede
hacer un cálculo
aproximado de todas las fuentes de
materias primas (por ejemplo, yacimientos de minerales de
hierro) en un país, y aun, como veremos, en varios
países, en todo el mundo. No sólo se realiza este
cálculo, sino que asociaciones monopolistas
gigantescas se apoderan de dichas fuentes. Se
efectúa el cálculo aproximado del mercado, el que,
según el acuerdo estipulado, las asociaciones mencionadas
se "reparten" entre sí. Se monopoliza la mano de obra
calificada, se toman los mejores ingenieros, y las vías y
los medios de
comunicación — las líneas férreas en
América, las compañías navieras en Europa y
América — van a parar a manos de los monopolios citados. El capitalismo, en su fase
imperialista conduce de lleno a la socialización de la
producción en sus más variados aspectos; arrastra,
por decirlo así, a pesar de su voluntad y conciencia, a los
capitalistas a un cierto nuevo régimen social, de
transición entre la plena libertad de
concurrencia y la socialización completa.
La producción pasa a
ser social, pero la apropiación continúa siendo
privada. Los medios sociales de producción siguen siendo
propiedad privada de un número reducido de individuos. El
marco general de la libre concurrencia formalmente reconocida
persiste, y el yugo de un grupo poco
numeroso de monopolistas sobre el resto de la población se
hace cien veces más duro, más sensible, más
insoportable.
El economista alemán
Kestner ha consagrado una obra especial a la "lucha entre los
cartels y los outsiders", es decir, empresarios que no formaban
parte de los cartels. El autor ha titulado dicha obra: "La
organización forzosa", cuando hubiera debido hablar,
naturalmente, para no embellecer el capitalismo, de la
subordinación forzosa a las asociaciones monopolistas. Es
instructivo echar una simple ojeada aunque no sea más que
a la enumeración de los medios a que acuden dichas
asociaciones en la lucha moderna, novísima civilizada por
la "organización": 1) privación de las materias
primas (. . . "uno de los procedimientos
más importantes para obligar a entrar en el cartel"); 2)
privación de mano de obra mediante "alianzas" (esto es,
mediante acuerdos entre los capitalistas y los sindicatos obreros
para que estos últimos acepten trabajo solamente en las
empresas cartelizadas); 3) privación de medios de transporte; 4)
privación de mercados; 5)
acuerdo con los compradores para sostener relaciones comerciales
únicamente con los cartels; 6) disminución
sistemática de los precios (con objeto de arruinar a los
"outsiders", es decir, a las empresas que no se someten a los
monopolistas, se gastan millones para vender, durante un tiempo
determinado, a precios inferiores al coste: en la industria de la
bencina se ha dado el caso de bajar el precio de 40 a 22 marcos,
es decir, ¡casi a la mitad!); 7) privación de
crédito; 8) declaración del
boicot.
Nos hallamos en presencia, no
ya de una lucha de competencia entre grandes y pequeñas
empresas, entre establecimientos técnicamente atrasados y
establecimientos de técnica avanzada. Nos hallamos ante la
estrangulación, por los monopolistas, de todos aquellos
que no se someten al monopolio, a su yugo, a su arbitrariedad. He
aquí cómo se refleja este proceso en la conciencia de un
economista burgués.
"Aun en el terreno de la
actividad económica pura — escribe Kestner –, se produce
cierto desplazamiento de la actividad comercial, en el sentido
tradicional de la palabra, hacia una actividad organizadora
especulativa. Consigue los mayores éxitos, no el
comerciante que, basándose en su experiencia
técnica y comercial, sabe determinar mejor las necesidades
del comprador, encontrar y, por decirlo así, "descubrir"
la demanda que se
halla en estado
latente, sino el genio [?!] especulador que por anticipado sabe
tener en cuenta o intuir el desenvolvimiento en el terreno de la
organización, la posibilidad de determinados lazos entre
las diferentes empresas y los bancos" . . .
Traducido al lenguaje
común, esto significa: el desarrollo del capitalismo ha
llegado a un punto tal, que, aunque la producción de
mercancías sigue "reinando" como antes y siendo
considerada como la base de toda la economía, en realidad
se halla ya quebrantada, y las ganancias principales van a parar
a los "genios" de las maquinaciones financieras. En la base de
estas maquinaciones y de estos chanchullos se halla la
socialización de la producción; pero el inmenso
progreso logrado por la humanidad, que ha llegado a dicha
socialización, beneficia . . . a los especuladores.
Más adelante veremos cómo, "basándose en
esto", la crítica pequeñoburguesa y reaccionaria
del imperialismo capitalista sueña con volver
atrás, a la concurrencia "libre",
"pacífica", "honrada".
"La elevación
persistente de los precios, como resultado de la
constitución de los cartels — dice Kestner –, hasta
ahora se ha observado sólo en lo que se refiere a los
principales medios de producción, sobre todo a la hulla,
el hierro, la potasa, y, por el contrario, no se ha observado
nunca en lo que se refiere a los artículos manufacturados.
Como consecuencia de ello, el aumento de los beneficios se ha
limitado igualmente a la industria de los medios de
producción. Hay que completar esta observación con la de que la industria de
transformación de las materias primas (y no de productos
semimanufacturados) no sólo obtiene, como resultado de la
constitución de cartels, ventajas en forma de las
ganancias elevadas, en perjuicio de la industria dedicada a la
transformación ulterior de los productos
semimanufacturados, sino que ha pasado a mantener, con respecto a
esta última industria, relaciones de
dominación, que no existían bajo la libre
concurrencia"*.
Las palabras subrayadas por
nosotros muestran el fondo de la cuestión, que de tan mala
gana y sólo de vez en cuando reconocen los economistas
burgueses y que se empeñan tanto en no ver y pasar por
alto los defensores actuales del oportunismo, con C. Kautsky al
frente. Las relaciones de dominación y de violencia —
violencia que
va ligada a dicha dominación –: he aquí lo
típico en la "nueva fase del desarrollo del capitalismo",
he aquí lo que inevitablemente tenía que derivarse
y se ha derivado de la constitución de los monopolios
económicos todopoderosos.
Citaremos otro ejemplo de los
manejos de los cartels. Allí donde es posible apoderarse
de todas o de las más importantes fuentes de materias
primas, la aparición de cartels y la constitución
de monopolios es sobremanera fácil. Pero sería un
error pensar que los monopolios no surgen también en otras
ramas de la producción en las cuales la conquista de todas
las fuentes de materias primas es imposible. En la industria del
cemento, la
materia prima
existe en todas partes. Sin embargo, también esta
industria está extremadamente cartelizada en Alemania. Las
fábricas se han agrupado en sindicatos regionales: el de
Alemania del Sur, el renanowestfaliano, etc. Los precios
establecidos son precios de monopolio: ¡de 230 a 280 marcos
por vagón, cuando el valor de coste es de 180 marcos! Las
empresas dan dividendos del 12 al 16%; además, no hay que
olvidar que los "genios" de la especulación
contemporánea saben canalizar hacia sus bolsillos grandes
sumas de ganancias, aparte de las que se reparten en concepto de
dividendo. Para eliminar la competencia en una industria tan
lucrativa, los monopolistas se valen incluso de artimañas
diversas: hacen circular rumores falsos sobre la mala
situación de la industria; publican en los
periódicos anuncios anónimos: "¡Capitalistas!
¡No coloquéis vuestros capitales en la industria del
cemento!"; por
ultimo, compran empresas "outsiders" (es decir, que no forman
parte de los sindicatos), abonando 60, 80, 150 mil marcos al que
"cede". El monopolio se abre camino en todas partes,
valiéndose de todos los medios, empezando por el pago de
una "modesta" indemnización al que cede y terminando por
el "procedimiento"
americano del empleo de la
dinamita contra el competidor.
La supresión de las
crisis por los cartels es una fábula de los economistas
burgueses, los cuales lo que hacen es embellecer el capitalismo a
toda costa. Al revés, el monopolio que se crea en
varias ramas de la industria aumenta y agrava el caos
propio de todo el sistema de la
producción capitalista en su conjunto. La
desproporción entre el desarrollo de la agricultura y
el de la industria, desproporción que es característica del capitalismo en general,
se acentúa aún más. La situación
privilegiada en que se halla la industria más cartelizada,
la llamada industria pesada, particularmente el hierro y
la hulla, determina en las demás ramas de la industria "la
falta mayor aún de coordinación sistemática", como lo
reconoce Jeidels, autor de uno de los mejores trabajos sobre "las
relaciones entre los grandes bancos alemanes y la
industria"**.
"Cuanto más
desarrollada está la economía nacional — escribe
Liefmann, defensor acérrimo del capitalismo — tanto
más se entrega a empresas arriesgadas o, en el extranjero,
a empresas que exigen largo tiempo para su desarrollo o, finalmente, a las que sólo tienen
una importancia local".
El aumento del riesgo es
consecuencia, al fin y al cabo, del aumento gigantesco de
capital, el cual, por decirlo así, desborda el vaso y se
vierte hacia el extranjero, etc. Y junto con esto 106 progresos
extremadamente rápidos de la técnica traen
aparejados consigo cada vez más elementos de
desproporción entre las distintas partes de la
economía nacional, de caos, de crisis.
"Probablemente — se ve
obligado a reconocer el mismo Liefmann — la humanidad
asistirá en un futuro próximo a nuevas y grandes
revoluciones en el terreno de la técnica, que harán
sentir sus efectos también sobre la organización de
la economía nacional . . . [la electricidad, la
navegación aérea]. Habitualmente, y por regla
general, en estos períodos de radicales transformaciones
económicas se desarrolla una fuerte especulación" .
. .**
Y las crisis — las crisis de toda clase,
sobre todo las crisis económicas, pero no sólo
éstas — aumentan a su vez en proporciones enormes la
tendencia a la concentración y al monopolio. He
aquí unas reflexiones extraordinariamente instructivas de
Jeidels sobre la significación de la crisis de 1900, la
cual, como sabemos, desempeñó el papel de punto
crucial en la historia de los monopolios modernos:
"La crisis de 1900 se produjo
en un momento en que, al lado de gigantescas empresas en las
ramas principales de la industria,
existían todavía muchos establecimientos con una
organización anticuada, según el criterio actual,
establecimientos 'puros' [esto es, no combinados], que se
habían elevado sobre las olas del auge industrial. La baja
de los precios, la disminución de la demanda, llevaron a
esas empresas 'puras' a una situación calamitosa que o no
conocieron en modo alguno las gigantescas empresas combinadas o
que sólo conocieron durante un breve período. Como
consecuencia de esto, la crisis de 1900 determinó la
concentración de la industria en proporciones
incomparablemente mayores que la crisis de 1873, la cual
efectuó también una determinada selección
de las mejores empresas, pero, dado el nivel técnico de
entonces, esta selección
no pudo crear un monopolio de las empresas que habían
conseguido salir victoriosas de la crisis. Precisamente de un tal
monopolio persistente, y, además, en un alto grado, gozan
las empresas gigantescas de la industria siderúrgica y
eléctrica actuales, gracias a su técnica
complicadísima, a su extensa organización, a la
potencia de su
capital, y, en menor grado, también las empresas de
construcción de máquinas,
determinadas ramas de la industria metalúrgica, las
vías de comunicación, etc."*.
El monopolio es la
última palabra de la "fase más reciente del
desarrollo del capitalismo". Pero nuestro concepto de la fuerza
efectiva y de la significación de los monopolios
contemporáneos sería en extremo insuficiente,
incompleto, reducido, si no tomáramos en
consideración el papel de los bancos.
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